"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

31 de mayo de 2017

Don José Utrera Molina. Por Juan Manuel de Prada

Don José Utrera Molina
Juan MANUEL de prada
23 abril 2017 (Diario ABC)

 A don José Utrera Molina lo conocí por mediación de su entrañable amigo, el maestro Manuel Alcántara, hace ya casi veinte años. Era don José por entonces un hombre que se adentraba con gallardía en los arrabales de la vejez, lleno de dolor de España y de un temple bondadoso y estoico que lo ayudaba a sobrellevar las muchas vilezas que ya por entonces empezaba a padecer. Don José era un auténtico caballero cristiano, según lo explicase García Morente: paladín de las causas perdidas, magnánimo ante la mezquindad, altivo ante el servilismo, más pálpito que cálculo y con esa impaciencia de eternidad que caracteriza al hombre sinceramente religioso. El maestro Alcántara me lo había definido como su “amigo más leal”; y, en efecto, según pude comprobar luego, las lealtades de don José eran acérrimas e inamovibles.
   Don José Utrera Molina me llamaba de vez en cuando para felicitarme por algún artículo; y también, por cierto, para reprocharme algún otro en el que no me mostraba benévolo con ciertos aspectos del franquismo. Especialmente cariñoso se mostró conmigo cuando elogié su figura, frente a una panda de miserables con mando en plaza que lo despojaron del título de Hijo Predilecto de Málaga. ¡Al hombre que había dado todo su amor a Málaga, que la había dotado de residencias de ancianos, de cientos de viviendas sociales, de una universidad laboral, para que los hijos de los pobres pudieran formarse y llevar mejor vida que sus padres! En el calvario padecido por Utrera Molina en sus postrimerías se compendia el sórdido y cobarde cainismo de esta España que siempre está con el que manda, que se acuesta servilmente franquista y se levanta furibundamente antifranquista. Utrera Molina cometió el delito de seguir siendo lealmente lo que siempre había sido, sin chaqueterismo ni componendas. ¡Y mira que le habría resultado fácil camuflarse! Le hubiese bastado con cerdear un poco, como hicieron tantos franquistas que quería seguir viviendo como sultanes y experimentaron una fulminante conversión, como si les hubiese aparecido de repente la Señora Democracia, como la Virgen se apareció en Fátima. Todos estos demócratas sobrevenidos que nos han estado dando lecciones (algún día habrá que señalarlos con el dedo) solo querían seguir mamando de la teta; y, para lograrlo, permitieron que el odio volviera a enviscar a los españoles. Y ese odio, inevitablemente, fue cobrando espesor hasta lanzar sus zarpazos contra quienes no habían cerceado, contra hombres tan nobles y abnegados como don José Utrera Molina. Pero, como nos enseñaba Cernuda, los insultos de los viles son “formas amargas del elogio”.

   Hace apenas un par de días preguntaba por don José a su nieto Rodrigo, que me confesaba con pesar que estaba bastante delicado de salud. En la reedición de Sin cambiar de bandera, las memorias de Utrera Molina, se incluía una carta de su nieto Rodrigo llena de verdad y emoción en la que puede leerse: “Tú guiabas cuando otros solo seguían, por eso intentaron marginarte en el pretérito, exiliarte en el presente y desahuciarte el futuro. Tu lealtad te supuso conocer el sabor de la traición, pero fue exactamente eso lo que dio tanta importancia a tu fidelidad… Es el motivo por el que mi voz, cuando hablo de ti con mis amigos, denota orgullo de ser tu nieto. Orgullo y gratitud”. Yo también puedo decir hoy, con orgullo y gratitud, que me honro de haber sido amigo de un hombre bueno como don José Utrera Molina, que ya no tendrá que seguir escuchando las palinodias sonrojantes de los chaqueteros, ni las invectivas sangrientas de los caínes que amargaron su vejez. Descanse en paz, querido don José.

25 de mayo de 2017

Es más fuerte nuestro amor que vuestro odio.

Mi padre solía decir que el odio era una pasión aniquiladora de las almas a las que atrapaba, una triste forma de autodestrucción involuntaria que responde a los instintos más primarios del ser humano. 

Nos alertó siempre contra sus perniciosos efectos y nos enseñó a combatir el odio con amor, y a la mentira con la verdad.

No deja de ser un timbre de honor ser objetivo de quienes representan la ideología más criminal y totalitaria que ha conocido la historia, con más de cien millones de muertos sobre sus espaldas. Hay que reconocer que en algo parecen haber mejorado con los años, pues hace ochenta años yo no viviría para escribir esto. Y escribo “parecen” porque allí donde tienen el poder, como en Venezuela, han resucitado las siniestras checas y han terminado por secuestrar y asesinar la libertad de toda una nación.

Resulta tan patético como insólito –creo que es la primera vez en la historia- el intento de socialistas y comunistas de criminalizar el último adiós a mi padre por el mero hecho de que se le despidiese como lo que siempre fue, hasta el final: falangista. Acaso a alguno le remuerda la conciencia haber cambiado tanto de camisa que no soporte contemplar el honorable adiós a un hombre que supo morir sin cambiar de bandera.  Por eso cada uno de nosotros quisimos poner sobre su pecho esas cinco rosas que marcaron toda su existencia, por eso le vestimos con su camisa azul y su bandera, nuestra bandera -esa de la que reniegan quienes ahora nos denuncian-  fue su último sudario.

Cuestiones jurídicas al margen –no sólo demuestran un total desconocimiento del Código penal y de la Constitución sino también del propio engendro de ley memorialista que han aprobado- lo último que un hombre cabal haría sería dejar a sus invitados a merced de los buitres carroñeros. Quienes quisieron despedir a mi padre vistiendo su camisa azul y entonando las bellas estrofas del cara al sol, no sólo le honraron a él, sino también a todos nosotros y también a los muchos miles de españoles que vieron en él un limpio ejemplo de conducta y de servicio a los demás.

En un día lejano del año 1972, en pleno régimen franquista, fue enterrado con la bandera anarquista de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) Melchor Rodríguez en el cementerio de San Justo. Junto a algunos cargos públicos y ex ministros de Franco, sus camaradas anarquistas comenzaron a cantar: "Negras tormentas agitan a los aires", las primeras estrofas de 'A las barricadas'. La Policía Armada y las autoridades escucharon el himno anarquista hasta el final en riguroso silencio como muestra de respeto. Eran caballeros.

Hoy, en pleno régimen “de libertades”, los que no pueden ocultar su espíritu totalitario y liberticida nos denuncian por dar a nuestro padre la despedida que él siempre quiso y nos dejó escrito en su preciosa carta de despedida:

 “Quiero ser enterrado con mi camisa azul. No es un gesto romántico sino la postrera confirmación de que muero fiel al ideal que ha llenado mi vida. (…) “Quiero pedir perdón a cuantos ofendí en mi vida y reiterar mi creencia en Cristo y mi fe en España, cuya bandera ha de ser mi sudario”. 


Ellos no lo saben, papá, pero nuestro amor es mucho más fuerte que su odio. Tú has cumplido tu promesa, con honor y con ventura. Y nosotros no nos vamos a esconder, pero no responderemos con odio, sino con amor y con firmeza, con el inmenso orgullo de llevar tu apellido, cumpliendo hasta el final el cuarto mandamiento y con la cabeza bien alta frente a la vileza y a la cobardía. 

Tu hijo Luis Felipe

23 de mayo de 2017

A mi abuelo Pepe. Por Ana Utrera-Molina Guerra


Todo empezó el primer día del año, un trágico, oscuro día después de la celebración de un nuevo año, una nueva etapa.
Recuerdo ese día con plenitud, cómo no, es ese día tan especial que tienes la oportunidad de ser una nueva persona, una mejor persona.

Estaba recostada en el sofá, con mis padres al lado. Ya era mediodía cuando le pusieron un mensaje a mi padre. Yo aún no lo sabía, pero mi vida estaba a punto de cambiar.
En el instante que mi padre leyó ese mensaje su rostro cambió, yo estaba preocupada por él, y no dude en preguntarle que le estaba pasando. Al informarnos, mi padre soltó unos sollozos; mi abuelo había tenido un infarto, y estaba en estado crítico. Yo, muy ingenua, fui a animarle creyendo que la gente solo muere en las películas, ya que no me hacía a la idea que él se pudiera ir. No paraba de repetirle que todo saldría bien, que él era mi abuelo, y que él no se iría. Puede que yo ya tuviera la suficiente consciencia para saber lo que podía pasar, pero a pesar de eso no me lo quería imaginar, prefería imaginarme que mi abuelo era inmortal.

Estuve todos los días rezando por él, suplicando que se pusiera bien, y a pesar de que las circunstancias fueran difíciles, yo creía en él, yo creía en que se iba a recuperar. Tengo memoria de algunos días hablando con mi prima por teléfono, estábamos preocupadas, tristes, porque no queríamos que le pasara nada al abuelo. Quince días después sucedió un milagro. ¡Mi abuelo se estaba recuperando! Aunque para ser sinceros,  yo ya lo sabía, sabía que no me iba a dejar sola, al menos no todavía.

Poco, a poco todo fue volviendo a ser como antes, o casi todo. Mi abuelo, volvió a mi casa con mi abuela, que le esperaba con ansia. Yo no pude ver a mi abuelo hasta que fue la boda de mi primo, ya que él vivía en Madrid, al igual que el resto de mi familia.

La boda de mi primo fue la primera vez, después del infarto, que mi abuelo pasaba una jornada tan larga fuera de su casa. Todos creíamos que se iba a agotar enseguida debido a su débil estado de fuerza y ánimo. Sin embargo nos sorprendió a todos, como siempre. Hizo un discurso al terminar la misa, y pasó mucho tiempo ensayándolo. Estaba muy nervioso, muchos días nos decía que no podía, pero cuando llegó la hora de subirse al púlpito no cogió el papel, ni dijo el discurso que tanto había preparado, subió allí, y lo improvisó, dijo un discurso de lo más sincero, y lo más importante, desde su corazón.

Todos nos quedamos atónitos, ya que por su estado de salud era algo increíble lo que había hecho. Siempre admiré su facilidad para expresarse, pero lo que había hecho ese día, sinceramente, no tenía palabras.

Semana Santa  siempre ha sido una fecha que al igual que a mí, a mi abuelo y a mi padre les encantaban. Cada año voy a ver las procesiones, lo que me hace emocionarme de lo bellas que son las esculturas, y de los pasos tan bien elaborados que hacen. A mi abuelo le encantaban, pero debido a su avanzada edad, no podía meterse en las procesiones, ya que hay mucho escándalo, y mucha “bulla”. Pero no se perdía ni una por la televisión, siempre que le miraba, los ojos le brillaban al ver las cofradías de la virgen, etc… Me acuerdo que siempre nos llamaba a todos y nos decía que nos sentáramos para que las viéramos con él. 

Al abuelo, aparte de encantarle todo lo relacionado con la Semana Santa, le encantaba los toros. Yo no compartí la pasión con él hasta que me llevaron a mi primera corrida de toros, y allí entendí porque le gustaba tanto a mi abuelo, era algo asombroso.

Para mí ese día no fue importante solo porque fuera la primera vez que veía una corrida de toros, fue importante porque fue la primera vez, y por desgracia la última, que fui con mi abuelo. Ese día me lo pase fenomenal, y aunque no me senté al lado de mi abuelo, porque teníamos diferentes sitios, pude disfrutar de como disfrutaba él, y sencillamente, me encantó.

Esta Semana Santa noté como mi abuelo no estaba igual que siempre, estaba diferente, en muchos aspectos. Le costaba respirar, y cada vez tenía que esforzarse más para andar. Ya nada era lo mismo. A cada minuto se dormía, yo creía que era por los medicamentos, o simplemente porque tenía sueño, y yo con mi ingenuidad le seguía diciendo a mi padre que todo iba a salir bien, pero esta vez no fue así. Mi abuelo se fue al hospital, yo aún no me había enterado de la gravedad del asunto, hasta que mis padres me lo contaron. Me dijeron que no creían que el abuelo se pusiera mejor.

Estábamos en la Península y nuestro avión partía el día siguiente, mi madre y yo íbamos a partir rumbo a Canarias, y mi padre se quedaría allí, acompañando a mi abuelo. Yo insistía en querer quedarme, pero debido que tenía colegio, me tuve que ir. Mi padre estuvo aproximadamente una semana allí, toda las noches nos llamaba y nos decía que tal iba todo. A mitad de semana parecía que se estaba recuperando, yo estaba muy contenta, parecía que todo iba bien, pero el sábado de esa misma semana me desperté, y mi madre me dijo que mi abuelo se había muerto. En el momento que me lo dijo mi mundo se desmoronó, yo no sabía cómo reaccionar, estuve segundos sin hablar, paralizada, con la noticia que creía que nunca me iba a llegar. Pasado un minuto empecé a llorar, a llorar, nunca había tenido esa sensación de dolor en el corazón, es ese tipo de dolor cuando sabes que alguien te falta en tu vida, y no le podrás volver a recuperar.

Siempre había creído que cuando alguien que aprecias y quieres de verdad muere, solo lloras porque le añoras, pero ahora que me ha pasado a mi es más que eso, una sensación indescriptible, que a menos que la pases no la entenderás. A partir del día que murió, ya no he vuelto a ser igual, sé que está con Dios, y sé que siempre estará acompañándome en mis mejores y en mis peores momentos, pero esa sensación tan reconfortante de llegar a Madrid y darle un fuerte abrazo, contarle todo lo que me está pasando, desapareció. Cada día siento un hueco que se agranda más en mi corazón, pero sé que el tiempo lo curará, y aunque pasen muchos años nunca me olvidaré de mi abuelo.

Pepe Utrera Molina ha hecho grandes cosas por España, de lo que me siento gratamente orgullosa, y aún me siento más afortunada de poder llamarle abuelo.

Finalmente mi abuelo era una persona muy previsora, ya que él escribía poesías, y hay una que destaca sobre todas, es la que hizo a mi abuela para cuando muriera, empieza así:

Si de la muerte regresar pudiera,
volvería a decirte que te quiero,
cuídame amor el cedro y el romero,
y guárdame una rosa en primavera.

Te quiero muchísimo abuelo. Este escrito va dedicado para ti.

Tu nieta, ANA UTRERA-MOLINA

22 de mayo de 2017

Carta abierta a Rosa Aguilar

A la atención de Rosa Aguilar Rivero
Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía.
Ante la publicación de la noticia por el periódico el País de que la Guardia civil investiga el entierro de don José Utrera Molina a instancia de esta consejería por infracción del artículo 32 de la Ley de Memoria Democrática de la Junta de Andalucía; me siento en la obligación de hacer las siguientes precisiones.
Yo organice el entierro y el funeral de mi padre.
Yo me responsabilizo de poner a mi Padre su camisa azul y las cinco flechas en homenaje a él y a todos los que como el trabajaron con dignidad por una España unida, grande y libre.
Yo me responsabilizo de pedir en la parroquia de Nerja un funeral católico para rezar por su alma.
Yo me responsabilizo de convocar a familiares, amigos y camaradas con o sin camisa azul a despedirlo como hacemos los cristianos y los falangistas con nuestros seres queridos.
Yo me responsabilizo de que se cantara el Cara al Sol y de que se le saludara con el saludo tradicional de la falange.
En definitiva yo me responsabilizo de homenajear a mi padre y todo lo que él representa, yo me responsabilizo de homenajear a Francisco Franco y a José Antonio Primo de Rivera y a todos los que dieron su vida por una España nueva y socialmente justa.
Y por supuesto manifiesto mi intención de seguir haciéndolo y de defender a los que lo hagan.
Atentamente
José Antonio, Margarita, María del Mar, María del Rocío, María de los Reyes, María Victoria, Luis Felipe y César Utrera-Molina Gómez

19 de mayo de 2017

"La Lealtad de Pepe Utrera". Por Alberto Ruiz-Gallardón

LA LEALTAD DE PEPE UTRERA
ALBERTO RUIZ-GALLARDÓN
23 abril 2017 (Diario ABC)


Me hubiera gustado escribir estas líneas contando únicamente las excepcionales cualidades humanas de Pepe Utrera, un hombre machadianamente bueno y cuyo desprendimiento y caballerosidad no ha podido desmentir nadie que le haya conocido.
Me hubiera gustado compartir con el lector de ABC –esta casa que en su liberalidad siempre le dio voz pese a discrepar de sus ideas– quien fue esa persona a quien Juan Manuel de Prada definió como honrado a machamartillo, de una gallardía estoica y una bondad aquietada por la sabiduría. Caballero humanismo, compasivo ante la desgracia ajena, dotado de una fina sensibilidad, hondamente religioso y leal a sus convicciones”.
Me hubiera gustado relatar tantos diálogos con él, en su casa de Nerja, desde que me recibió como un hijo. Contar nuestra emoción cuando nos leía los sonetos que dedicaba a sus hijos, y, sobre todo a Margarita, su mujer “cuando calle mi voz… mis rosas te dirán que te he querido” que ahora habrá de esperar la imposible promesa de Pepe: “Si de la muerte regresar pudiera, volvería a decirte que te quiero…”.
 Pero creo que sería una grave injusticia despachar su trayectoria política con el juicio displicente que en España se ha dedicado a quiénes hasta el final de su vida no han querido traicionar sus lealtades. La lealtad es la distancia más corta entre dos corazones, nos enseñó Ortega. Pepe Utrera fue, siempre, leal a España y a sus convicciones.
Para juzgar a un político hay que  conocer sus circunstancias particulares. Las de Utrera Molina fueron difíciles desde la infancia. Procedente de una familia modesta vio a los nueve años como esta se dividía  y sufría a manos de los dos bandos de la guerra. Padeció, pues las consecuencias de una  contienda en la que no  participó. Dejó escrito que, al abrazar después el programa de José Antonio Primo de Rivera, lo hizo sin albergar deseos de revancha, toda vez que esta hubiera tenido que repartirse entre unos y otros.
A partir de ese momento –el de su ingreso en el Frente de Juventudes- su trayectoria es conocida. Entre otras cosas porque el se encargó de hacerla transparente, pero también porque tuvo una fuerte presencia pública que  no pasó desapercibida allí donde desempeñó sus responsabilidades. Tres nombres de la geografía española marcan sus pasos iniciales: Ciudad Real, Burgos y de modo singular, Sevilla, provincias donde será gobernador civil, y en las que despliega una actividad desbordante. En la época en que se desenvuelve  (década de los sesenta) debe hacer frente a las inmensas desigualdades que el desarrollismo trae consigo, pero ese reto no hace sino estimular su ya arraigado sentido de la justicia y solidaridad. Personas de creencias opuestas a las suyas dan fe de su trabajo incansable para dignificar la vida de barrios enteros, donde todo estaba por hacer. “La mejor universidad es una vivienda”, solía decir a sus colaboradores. Y en coherencia con esa afirmación promovió miles de ellas. Su despacho permanecía abierto para escuchar los problemas de todo aquel que acudiera a buscar ayuda.
Su gestión ministerial, desplegada en dos tiempos y sendas carteras, no le reportó la misma satisfacción. Durante seis meses fue ministro de Vivienda, Ministro General del Movimiento, ya con Arias Navarro, cuatrocientos días. Si en un caso le faltó tiempo para aplicar la política de vivienda que le había dado nombre, en el otro se enfrentó a la amargura de la soledad en su defensa de no alterar los principios fundacionales del régimen. Sin embargo, no se llamaba a engaño. La peculiaridad de su figura radica en que teniendo plena conciencia de la dificultad de su propósito no quiso renunciar en ningún momento a sus ideas. Su cese en marzo de 1975 representó para él un alivio. No en vano, su mujer, Margarita, había acogido la noticia de su nombramiento en diciembre de 1973 con una reacción premonitoria: se echó a llorar y le anunció que sería desgraciado en el cargo.
“El mundo que viví se ha desvanecido como un espejismo” constató.  Y aunque aparentaba ser un hombre herido, su desencanto con los nuevos tiempos nunca obedeció a razones personales. Su preocupación era sincera. Aunque le dolió España hasta el último día no convirtió su dolor en hostilidad o amargura, lo cual no le privaba tampoco de hacer oír su protesta cuando lo consideraba oportuno. Su rica vida intelectual y familiar, de la que he tenido la fortuna  de ser testigo y participe, pero también su propio sentido del saber estar, le pusieron a salvo de esos fantasmas. Se trataba además de una limpieza de corazón que era una auténtica seña de identidad. Porque en su caso el apego a unos principios  no se transformó jamás en rencor  hacia el adversario. “Nunca viví estrangulado por la intolerancia” confesaba.

Se puede disentir de sus opiniones y de la interpretación del tiempo histórico que le tocó protagonizar. Pero su personalidad resultó enormemente atractiva e inspiró respeto en gentes de muy distinta condición. Pongo como ejemplo a mi propio padre que, por haber estado encarcelado en 1956, por defender la causa monárquica, no tenía motivos de cercanía al franquismo y que, sin embargo tuvo siempre una inmensa admiración por Utrera Molina  que después se convirtió en amistad. Observar la admiración de mis hijos por sus dos abuelos, de ideas políticas bien diferentes, ha sido para mi la constatación  del triunfo de la tolerancia en España por la que lucharon incansablemente los dos.
Pepe Utrera era profundamente católico y esperaba la existencia de una vida venidera, o como él decía “una mansión eterna”. Que en ella descanse y tenga paz. Pese a las amarguras de la política, se ha ido con serenidad y con mucho amor. Y como a todo aquel que ha tenido un por qué para vivir, no le pudieron vencer los que sólo tienen un cómo.

5 de mayo de 2017

José Utrera Molina. Su última entrevista

Dios quiso que la última entrevista que mi padre concediese en vida fuera precisamente a una de sus nietas, Paloma Utrera-Molina, con ocasión de un trabajo que debía hacer para la asignatura de Lengua y Literatura en el Colegio. La entrevista, días antes de partir a la casa del padre, es la respuesta de un abuelo a su nieta de 15 años, pero contiene algunas frases que quedan para el recuerdo. 


“Un político debe siempre acercarse a lo cierto, a la verdad, y sacrificarse  por ella”


Don José Utrera Molina fue un político muy importante durante la época en la que el General Franco gobernó España.  Empezó su carrera como Jefe de Centuria del Frente de Juventudes y terminó como Ministro del gobierno acompañando al general en cada paso que este daba en sus últimos años.  

Está casado con  Margarita Gómez Blanco y tiene ocho hijos.

El día 22 de marzo de 2017, tuve una conversación con José Utrera Molina en la que me habló brevemente sobre su vida y me contó algunas de sus anécdotas.

ENTREVISTA:

-Paloma U-M: ¿Qué estudió y en qué universidad lo hizo?
-Utrera Molina: Me licencié en Derecho por la universidad de Granada. Al mismo tiempo,  obtuve el título de Graduado social.
- Paloma U-M: ¿Cómo y cuándo conoció a Franco?
-Utrera Molina: Lo conocí por primera vez estando yo en Ciudad Real, como gobernador civil. Él fue a las minas de Puertollano y allí le recibimos clamorosamente. Franco advirtió no obstante que había cierta situación de malestar y le dije: “No mi general, la gente le quiere, le aplaude y está con su excelencia.”, a  lo que él respondió: “Me alegro mucho de que usted piense así” y yo le volví a responder: “Yo pienso así, porque creo que el mejor hombre de Estado que ha tenido España es vuestra excelencia. Y no se lo digo como una especie de cortesía, lo digo porque me parece que es lo cierto. Y es que un político debe siempre acercarse a lo cierto, servir a la verdad y sacrificarse por ella.”
-Paloma U-M: ¿Cómo consiguió llegar a ser ministro?
-Utrera- Molina: Yo hice una labor importante en el ministerio de trabajo como Subsecretario y además era el representante de España ante la Organización Internacional del Trabajo. Mi labor en Ciudad Real, Burgos y Sevilla y supongo que a algunos otros méritos debieron hacer que Franco se fijara en mí. La verdad es que Franco tuvo siempre conmigo una gran confianza y cariño, porque cuando yo me despedí de él, las lágrimas le brotaron de los ojos y le dije: “Mi general, quiero que sepa que mi lealtad durará hasta la muerte y que ojalá la suya no sea tan próxima que pueda verla yo, porque quiero para España lo mejor y lo mejor es su excelencia.”
-Paloma U-M: ¿Cómo conoció a su mujer?
-Utrera- Molina: La conocí porque era la chica más guapa de España. Yo iba detrás de ella y no me hacía caso, hasta que ya una amiga de ambos nos presentó en la calle Liborio García y desde entonces estuve rondándola por su casa y hablando con sus allegados hasta que al final nos hicimos novios. Un noviazgo que en la sociedad actual no se entiende pero que en aquel entonces era realmente maravilloso. Escogí una mujer entera y firme, fiel y abnegada, dinámica en sus exposiciones, capaz de abarcar con su actitud y bondad los espacios más difíciles de la vida.
-Paloma U-M:¿Cómo logró compaginar su vida profesional con la familiar?:
-Utrera-Molina: Siempre procuré no desentenderme con las necesidades de mi familia, además contaba con una ayudante extraordinaria que era mi mujer. Ella lo hizo todo. Yo en política hice lo que pude, pero ella en el seno familiar fue una verdadera maravilla.
-Paloma U-M: De todos sus destinos, ¿cuál fue su preferido?
-Utrera- Molina: Mi favorito fue el Ministerio de Vivienda, a pesar de que duré muy poco porque dejé el puesto como consecuencia del asesinato de Carrero Blanco.
-Paloma U-M: ¿Mantuvo una buena relación de amistad con Franco o solo fue profesional?
-Utrera-Molina: Mi relación con él fue extraordinaria, realmente yo le tenía un gran afecto y él me correspondía de una manera total y abierta. En una ocasión le dijo a su ayudante: “Utrera es un valiente”, cosa que me llenó de orgullo porque él podría decir cualquier cosa: que era sabio o responsable pero que dijese eso de mí el hombre más valiente que ha tenido el ejército español, era distinto y muy valorable.
-Paloma U-M: ¿En algún momento se replanteó dejar el cargo por lo que suponía para sus hijos?
-Utrera- Molina: Yo estaba a las órdenes de otros y a disposición de mi patria. Yo no me planteé nada más que ofrecer mis servicios a España, que era en  definitiva lo más importante que yo tenía que hacer.
-Paloma U-M: Tras la muerte de Franco, ¿mantuvo su cargo político o se dedicó a otra profesión?
-Utrera-Molina: Yo me dediqué a mi profesión como abogado ya que era colegiado por Madrid.
-Paloma U-M:¿Cuáles fueron los motivos del abandono de su puesto?
-Utrera- Molina: Yo no lo abandoné sino que los que estaban por encima de mí decidieron que tenían que elegir a otro. Además yo era muy leal al sistema y otros no lo eran, entonces la lucha entre unos y otros terminó con que prescindieran de mí como ministro pero yo fui consejero nacional hasta el final de la legislatura.
-Paloma U-M: ¿En algún momento pensó que podría llegar a ejercer esta carrera?
-Utrera-Molina: La verdad es que no lo sé, porque yo lo único que quería era cumplir con mi deber con lo que tenía delante y seguir mis responsabilidades por el respeto que tenía a mis colaboradores, que por cierto fueron extraordinarios. La mayoría, si no todos, están muertos ya, pero  les recuerdo con gran fervor porque eran una gente estupenda.