18 de julio de 2017

"Agresión al 18 de julio" por José Utrera Molina

(Rescato de la hemeroteca este artículo, publicado hace 36 años, por su indudable calidad y su rabiosa actualidad. Lo único que ha quedado superado por los acontecimientos es el título, puesto que el 18 de julio se ha convertido en una fecha no agredida, sino anatemizada, salvo para cobrar la paga extraordinaria, claro)

AGRESIÓN AL 18 DE JULIO
(publicado en El Alcázar, 18 de julio de 1981)



El destierro a la memoria de que hablaba don Miguel de Unamuno es sin duda el riesgo temerario del recuerdo. Por eso tuve desde siempre un radical desacuerdo con los que hacían de los aniversarios plataformas habituales de proclamación política, convirtiéndolos en territorios de recreación retórica, en refugio de nostalgias o en amparo de añoranzas  y de melancolías.

Pero hay ocasiones en que es preciso y necesario recordar, hay circunstancias en que el recuerdo se convierte en exigencia ética, en deber de conciencia, en compromiso moral,  en demanda inesquivable, en urgente requerimiento.  Ocurre esto cuando  peligra la verdad  que un día honestamente  defendimos, cuando secuestra  un hecho y se manipula con su intención, cuando se desnaturaliza la historia y se falsifica y corrompe la naturaleza  de la realidad,  alterando sensiblemente su nominación  y su espíritu, cuando  se descalifica y se injuria, cuando se menosprecia  y no se respeta un caudal de sacrificio y de heroísmo.

Pienso que cuando esto ocurre, conmemorar  no es tan sólo volver a pasar por la memoria sino también volver a recorrer el corazón, dar testimonio de fidelidad, levantar justamente la voz para responder serenamente a los agravios y ofrecer claramente nuestra voluntad para combatir sin miedo la deformación y la injusticia.

En estos días presenciamos  una ofensiva de determinados medios de comunicación  social –convertidos en habituales vehículos de la difamación,  de la calumnia y del resentimiento –con el propósito de alterar la significación histórica y política del 18  de julio de 1936.  Lo que fue el inicio de un afanoso y fecundo proceso  de  reconstrucción   nacional,  se presenta como  una fecha sombría, como un hecho vergonzoso,  como un acto indigno, como  una  traición a la llamada representación democrática.  No se hace mención de la podredumbre de un sistema que cayó derribado  por sus propias culpas, por la falsificación de su esencia,  por la esterilidad de su representación social y política y por el atentado  que supuso  su radical empeño de desmembración y de sometimiento a poderes extraños que operaron  a extramuros  de los intereses nacionales.

Ante esta siniestra manipulación,  ante  este vil y despiadado ataque no podemos permanecer en silencio. Callar no sería otra cosa que replegarse cobardemente, con dimisión humillante de nuestro  propio honor  y dignidad.  Dejo a un lado la repugnancia  que siento ante  los que  fueron  durante  muchos años fervorosos apologistas  del Movimiento Nacional del 18 de julio y que hoy permanecen mudos, con sus plumas, y sus palabras clausuradas, por el miedo a perder beneficios, a abandonar  privilegios, a cesar en los consejos de administración  o a comprometer su seguridad  personal.

 Para nosotros, el 18 de julio no fue la voluntad de perpetuar un enfrentamiento, sino el comienzo de una  nueva era en la que pudieran  integrarse las razones dolientes del alma partida de España, en un común impulso de superación de pasadas  y amargas diferencias, fue un emocionante  proyecto popular que sin duda en parte se frustró después  por egoísmos  inconfesables,  por mercaderes  y por arribistas de toda especie.

El 18 de julio no fue un movimiento de clase, ni el triunfo de una tendencia partidista, sino el reencuentro con nuestro destino  nacional  en tantas  ocasiones malogrado,  el levantamiento de un pueblo que  no quiso morir estrangulado  por la tiranía del marxismo, la heroica y ejemplar decisión de un Ejército que quiso impedir la desmembración de España, y la voluntad joven, ardiente y revolucionaria de emprender todos juntos un nuevo camino  de sincera y auténtica  participación  popular, una vez probada  de forma evidente la esterilidad partitocrática.

Las razones de 18 de julio fueron lícitas; no se combatió una legalidad,  la legalidad se había  derrumbado ella misma. De aquella fecha arrancó una etapa histórica que tuvo, como toda obra  humana,  errores,  defectos  y equivocaciones, pero  que ofrece sin embargo en su conjunto un balance colosalmente positivo. Los españoles sintieron la alegría del reencuentro con una incitante tarea colectiva, donde se armonizó la libertad con la autoridad  para preparar  una vida democrática sin artificios y una convivencia civilizada en un marco sereno  de diálogo y no en un plano de beligerancia y de disputa.  El orden social mejoró con el desarrollo económico y el impulso industrial fue uno de los más vigorosos y espectaculares que ha conocido el mundo occidental. España recuperó su impulso vital, su memoria  su ambición histórica, de ser mediatizados por Europa, pasamos a tener  prestigio, independencia y dignidad, sobre todo respeto, en extensos ámbitos internacionales.

Resulta paradójico, pues, que desde determinadas posiciones del régimen actual se ejerza la crítica demoledora  del sistema anterior, cuando el vigente no puede ofrecer nada más que  un panorama desolador,  donde,  podrida  la libertad, sólo prospera la injusticia, la zafiedad, el mal gusto, el desbarajuste social, la disgregación y el desencanto.

Desde muy calificados y penetrantes medios  de comunicación social se aniquilan los fundamentos de la sociedad,  se caricaturizan nuestras tradiciones, se hace burla y escarnio de nuestras creencias religiosas, se atenta descaradamente contra la institución familiar, se presentan  como lógicas, normales y deseables  las mayores  aberraciones sexuales,  se fomenta  la prostitución y se destruye con un sarcasmo  que estremece  la misma esencia del amor. Lo cierto es, y acaso lo más penoso, que  nos encontramos indefensos ante esta invasión negadora de todo principio moral.

Evito también  referirme a los que, hoy enemigos y adversarios, pero correligionarios  ayer, situados  en  puestos oficiales de preminencia,  no sólo callan sus antiguos fervores, sino que contribuyen con sus conductas y con sus actuaciones  a la desmembración de España y, por lo tanto, a abatir la razón integradora de aquella fecha, porque creo que tarde o temprano serán juzgados implacablemente por el rotundo juicio de la Historia. En estas circunstancias yo sólo me limito, porque no estoy habituado  a mudar de creencias, a dar testimonio de mi lealtad y a no renunciar, aunque  las circunstancias sean adversas, al compromiso  histórico que suscribí ante mismo y al juramento que  un día presté de defender unos principios poniendo a Dios por testigo.

Yo no escribo hoy del 18 de julio de 1936 con memoria de protagonista. Por razones de edad no participé en aquella contienda y, por lo tanto, no me refiero a ella a través de vivencias de luchador y de combatiente. No tengo, pues, recuerdos de riscos conquistados o de trincheras defendidas, escribo tan sólo con la memoria de la paz y de la concordia, con entera fidelidad  a un propósito  de entendimiento y de solidaridad  entre todos los españoles.

Muchos de los hombres de mi generación entendimos con generosidad  la significación de aquella fecha. No hubo jamás en nosotros descalificación de los hombres que se enfrentaron en trincheras distintas ni el menos asomo de agresividad a los que resultaron vencidos en aquel conflicto fraterno, ni por supuesto la más ligera condena  dialéctica a los que defendieron con valor y nobleza sus propios ideales. Hubo, por el contrario, un enorme respeto por el caudal de decisión y de brío que los combatientes de una y otra parte demostraron.

Cabe preguntarse, ¿qué oscuro, tenebroso e inconfesable proyecto se esconde detrás de estas campañas? Sólo cabe una respuesta coherente: se intenta la destrucción de todo un orden moral, la mutilación de toda vertiente espiritualista, la siembra del rencor y del odio, la negación, en definitiva, del respeto a la dignidad y a la libertad del hombre.

Estamos en presencia de una profunda crisis económica, de una escandalosa elevación del gasto público,  la unidad  de España  se resquebraja,  se grita la independencia  en el Nou Camp de Barcelona, en Vizcaya se suceden  las demandas de autodeterminación y en Navarra, puño  en alto en la plaza de toros, se insulta al Ejército y se canta  la canción del soldado  vasco. La representación social baja,  mientras se eleva a la más alta cota el terrorismo, que es, sin duda, el más grave de Europa. Se falsea la democracia y paso a paso perdemos el pudor histórico y ganamos en indignidad colectiva. Se desconocen  las reglas morales, se rompe sistemáticamente nuestro destino comunitario, no hay el menor respeto a los grupos divergentes, los grandes valores de nuestra historia se ridiculizan, España se desvertebra, prospera el enfrentamiento sobre el diálogo responsable, se acentúan los conflictos entre el poder central y las autonomías, progresan las diferencias entre el ejecutivo y el legislativo, se señalan diferencias entre políticos y Fuerzas Armadas, entre Policía y Poder Judicial. Todo es provisional, indeciso e inseguro, y la vida política está llena de peligrosas incongruencias.

Y yo me pregunto, ¿desde este miserable haber histórico, desde esta evidente realidad, se puede denostar una época que fue fecunda en realizaciones y envilecer su sustancia ideológica propiciadora de fraterna solidaridad, con falsedades y calumnias?

Desde esta confortable perspectiva, ¿se tiene legitimidad moral para mancillar el honor del 18 de julio?


José Utrera Molina





2 comentarios:

  1. Artículo de plena vigencia y actualidad a pesar del tiempo transcurrido. Los que vivimos nuestra adolescencia y primera juventud en los años del Nuevo Estado comprendidos entre 1970 a 1975 podemos afirmar que teníamos un mayor espíritu de reconciliación, de felicidad, alegría y fe en un futuro de justicia social estable y palpable que el que tienen los adolescentes y jóvenes actuales.

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  2. ARRIBA ESPAÑA, SIMPLEMENTE.

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