"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO
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18 de junio de 2019

Otra memoria. Por Gonzalo Cerezo Barredo



La memoria, persistente, se aferra al subsuelo de la vida, hunde en ella tan profundamente sus asideros que no es fácil desarraigarla. Los recuerdos claman por su objeto de deseo. Nada satisfará el incumplido anhelo de recuperarlos, excepto su contemplación.

Una reciente estancia en Alicante me ha permitido recobrar el deseo largamente demorado de visitar la tumba de José Antonio en el cementerio de la ciudad mediterránea. Tan solo de paso en ella un par de ocasiones, no tuve la oportunidad de acercarme al memorial de José Antonio que a ella nos vincula a tantos de los suyos: la prisión donde fue juzgado y ejecutado, y la fosa marcada con su huella, donde reposaron sus restos. Esta vez sí. Me llegué a ellos con una mezcla de variados sentimientos:

Íntimo reconocimiento por lo que su magisterio y persona han significado para nosotros, y por la contribución a dignificar el hombre que ahora somos; melancólica sensación de pérdida del tiempo desvanecido; ominosa reserva por lo que podría encontrar, o no; satisfacción del deseo postergado... 

De todo esto hubo un poco en realidad. La prisión donde José Antonio fue juzgado y ejecutado, ya no existe. En su solar se edificó un Colegio Menor del Frente de Juventudes que ha sido redenominado ahora Residencia Juvenil La Florida. Se conserva, sí, el patio donde fue fusilado, cubierto por una cúpula visible desde el exterior. Acoge también una capilla. Ignoro si con culto o sin él.

El cementerio está situado en las afueras de la ciudad. En un apartado rincón se encuentra, discreto, el lugar destinado a las fosas comunes. Un espacio cubierto de césped no demasiado cuidado. Lo rodean cipreses y otros árboles funerarios que dan solemnidad al conjunto.

Salpican aquí y allá el recuadro de césped, pequeños estelas, a modo de lápidas verticales, con inscripciones rememorando a víctimas de la guerra civil. De ambos lados. Corresponden unas al período de dominio republicano. Otras al posterior. Me llaman especialmente la atención las que se atribuyen a los nacionales, probablemente las más recientes, y, con casi total seguridad, posteriores a la llamada memoria histórica. Una recuerda el bombardeo de la ciudad y otra a las víctimas de Callosa del  Segura, no lejos de donde estuviera José Antonio. Inevitablemente se viene a la otra memoria el fallido intento de rescatar al encarcelado fundador de Falange por parte de un puñado de camaradas de esa localidad. Sorprendidos en una emboscada, muertos en la acción o ejecutados sumariamente después.

Algo más allá, al extremo del recuadro que contiene las fosas -no mayor que un par de canchas de baloncesto- se sitúa la tumba que buscaba. De unos dos por tres metros, destaca por estar pintada de rojo y negro, los colores de la bandera falangista. Es el único signo externo llamativo. Al acercarse a ella, se ve a sus pies una marchita corona de laurel. En las cuatro esquinas, modestas flores de plástico… (no son las únicas; adornan prácticamente todas las tumbas). En la cabecera de la lápida una mirilla de cristal se supone debería permitir ver la oquedad de la huella,  preservada por un vaciado,  de los restos de José Antonio. No es posible. El tiempo lo ha empañado de tal modo que apenas se vislumbra la bandera que la cubre. 

Nada excesivo. Todo sobrio y sencillo. Del gusto de José Antonio si mostrara cierta elegante estética , nada incompatible con su simple geometría . En cualquier caso, no tiene nada que ver con el monumentalismo de la época.

El conjunto se resiente de las flores de plástico -esa maldición de nuestro tiempo- que me habría complacido ver sustituidas por nuestras cinco rosas, depositadas acaso por alguna piadosa mano anónima… Es verdad que tampoco se veían flores naturales en los otras estelas. Triste consuelo.

Coloqué junto a la reseca corona de laurel una ramita de ciprés con su fúnebre fruto. Y una de aquellas patéticas flores de plástico, caída de su ramillete.

Antes de abandonar el cementerio musité una oración por cuantos descansaba allí de uno y otro lado. No estaría mal que algún día pudiera llamarse a este lugar que acoge lo que sobremuere de aquella contienda “pradera de los caídos”. Si eso sucediera alguna vez, sería el triunfo de la “otra memoria”. La que representan todos estos restos que cayeron del lado “equivocado” -según creía cada uno del “otro”- reconciliados, al fin, en el territorio sin fronteras ni exclusiones que les ofrece un más allá de la muerte.

No sería ninguna novedad. En la década de los 40 del pasado siglo, así lo creíamos ya muchos. Yo mismo publiqué en aquellos años juveniles un poema titulado Elegía por un muerto que cayó del otro lado. Era la revista Alcalá, del SEU, que dirigía Jaime Suárez. Pero entonces nadie había inventado aún la memoria histórica. La nuestra era, simplemente, otra memoria.

Madrid, 15 de junio de 2019

Gonzalo Cerezo Barredo

13 de junio de 2019

La condición humana. Por Gonzalo Cerezo Barredo


Es difícil ver los noticiarios de televisión o abrir un periódico sin que nos asalte la noticia de algún hecho violento. Ya sea la cotidiana violencia llamada de género, el ataque terrorista en cualquier lugar del mundo, el enfrentamiento étnico, territorial o de poder enmascarado de confrontación religiosa o el secular odio tribal. La muerte que no cesa recorre el mapa del mundo, sin fronteras. Las últimas sacudidas, Nueva Zelanda y Sri Lanka. Más de 50 muertos en la primera y entre 300 o 400 víctimas, según algunas fuentes en la segunda. Casi en los mismos días, EE. UU. llora en el aniversario del ataque al Instituto de Columbine.

El Viernes Santo, quizá para mostrar su rechazo al acuerdo de paz de ese mismo día (1998), disidentes del IRA dieron muerte a una periodista. Domingo de Resurrección, en Veracruz, de nuevo la muerte -ese fantasma tan amado y tan temido de los mexicanos- ataca de nuevo. Duelo y gloria en toda la Cristiandad por la muerte y resurrección de Cristo. Es fácil preguntarse a qué viene esta violencia que nada soluciona; estas muertes sin sentido.

¿Sin sentido? No. No sin sentido.

La respuesta, absurda, ininteligible, sólo puede encontrarse en el hombre mismo. Homo hominis lupus… Inaugura la Historia con un crimen  y así sigue. Mito o realidad, Caín y Abel, simbolizan para siempre la primera guerra entre hermanos. La trágica conclusión del relato es que el inocente muere y el culpable sobrevive. Según toda lógica humana, esto debiera conducirnos al más radical pesimismo antropológico...

Tremenda paradoja. “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de Él?” (Salmos, 8:4). Queja o lamento, la cuestión recorre los textos bíblicos. Podemos preguntarnos, todavía hoy, qué es el hombre, ese ser misterioso,  única criatura que dispone de la facultad de elegir su destino. Y decidir sobre el de sus iguales. El hombre, capaz de lo mejor y de lo peor. Capaz de entregar su vida para salvar la de otros o someterlos a muerte o esclavitud.

Cuesta comprender que San Francisco y Stalin pertenezcan a la misma especie. Parece claro que si la libertad y la mente humana vienen dadas de origen con su equipamiento genético, la primera es un privilegio (“la verdad os hará libres”), y la segunda nos induce al error.

Los campos de la muerte nazis y comunistas sembraron el horror y el exterminio en toda Europa. Cierto. ¿Qué llevó al padre Maximiliano Kolbe a ofrecer su vida a cambio de salvar la de un anónimo padre de familia entre el millón de muertos de Auschwitz? Esto también tiene sentido.

No hace mucho, España entera se movilizó por la tragedia de Totalán. Más de 300 personas, (mineros asturianos, expertos de todas partes, gentes de los alrededores),   se concentraron para salvar a Julen. Esfuerzos y oraciones de nada sirvieron: Julen murió. Sí. Pero algo grande y hermoso nació. Nada de todo aquello fue una “pasión inútil”.

¿Se puede, -demandaba Adorno- escribir poesía después del Holocausto? Alguien se preguntará también dónde estaba Dios en esos momentos. La respuesta la dio el Papa Ratzinger cuándo visitó (2006) Auschwitz: AQUÍ.  Aquí, con las víctimas. Cuesta comprenderlo. Es necesario todo el talento y la fe de Chesterton para entender las relampagueantes paradojas del cristianismo. Ninguna como esta contraposición del bien y el mal en esta criatura  creada según la fe, a imagen y semejanza de su creador.

Hoy sabemos también, por testimonio de los propios combatientes enfrentados, que nada como la guerra para sacar a la superficie lo mejor y lo peor del hombre.
Mientras los campos de destierro, tortura y exterminio se extendían por Europa, la URSS, Filipinas y el sureste asiático, en las trincheras de todas las fuerzas enfrentadas, el heroísmo (y la cobardía), el sacrificio ( y el egoísmo), la   compasión ( y la crueldad), la lealtad (y la vileza), ponían a prueba esa inextinguible condición humana frente al dolor y la muerte: una vez más, hay que elegir entre el bien y el mal. La vida, o la  muerte.

     El   Mediterráneo, cuna de la civilización occidental, es hoy una inmensa sepultura de sueños. Miles de personas huyen de la tragedia buscando una vida mejor y solo encuentran en él la muerte. Miembros de ONG’s  y servidores públicos, arriesgan su vida para  rescatar a las víctimas de esta sangría ininterrumpida… En Madrid y otras grandes ciudades, asociaciones civiles o religiosas -nutridas en su mayor parte por jóvenes, hay que proclamarlo- reparten cada noche sonrisas, abrigo y bebidas calientes,  a los “sin techo”, los marginados de la “sociedad opulenta”. Los imprevistos proletarios del siglo XXI...

     En cada tragedia la angustia oprime nuestros corazones y naufragamos en el  abismo insondable de la conciencia. Humanamente, no hay respuestas. Solo para los afortunados que  poseemos Fe, tiene esto algún sentido. San Agustín gastó casi la mitad de su vida buscando en el maniqueísmo la respuesta equivocada. El mal no es la contrafigura de Dios, el otro principio creador del mal. Sólo después reconocería en  sus Confesiones : “Tarde te he hallado. Hermosura nueva y antigua”… Y es que la esperanza es de las tres grandes virtudes, la más pequeña, la más humilde. También el más firme asidero del hombre. La  Fe la Caridad “se nos dan por los siglos de los siglos”, dice Péguy (1873-1914),  “pero la esperanza se levanta cada mañana”.  Amén.

Madrid. Abril, 2019

23 de abril de 2019

Manuel Alcántara. Por Gonzalo Cerezo Barredo


Lo mejor del recuerdo  es el olvido
                                                           Manuel Alcántara    

A ti, fiel camarada, que padeces 
el cerco del olvido atormentado
                                                          Ángel  María Pascual
     
¿Que se puede decir de Manuel Alcántara que no se haya dicho ya?. Pues, eso.  Lo que nadie ha dicho. El fallecido poeta formaba con Manolo Cantarero y Pepe Utrera un núcleo de estrecha amistad. los tres malagueños,  y los tres miembros de  esa generación que algunos llaman perdida, otros olvidada, venían  a ser como tres mosqueteros  que, cada uno a su modo, persiguen sus ideales. Los tres pertenecían a
aquella juventud atrapada entre dos guerras, una en que no lucharon, pero ganaron. Otra que perdieron aunque no combatieron. Como tantos de nosotros,  demasiado niños para la primera y demasiado jóvenes para la segunda. Ni siquiera en la testimonial División Azul, que les pilló todavía de pantalón corto. Ya  no queda ninguno de los tres.

Último en abandonarnos,  a su 91 años, Manuel Alcántara y Manolo Cantarero, eran miembros del Frente de Juventudes y pertenecían a la centuria  que mandaba José Utrera Molina. Pepe, para quienes fuimos sus amigos y camaradas. El destino les llevó por diferentes derroteros. Pero no les separó. Su amistad se mantuvo siempre, unidos, coincidentes en sueños y recuerdos; los mismos, pero  no lo mismo.

     Conocí a Cantarero y Alcántara a través de Pepe Utrera,  en los años de mi colaboración con  el en sus tareas ministeriales,  primero, y de  prolongada amistad,  después, cuando fue apartado de ellas,  aunque nunca de sus irrenunciables lealtades. Poeta secreto, brillante orador que traslucía en sus palabras la innata vocación poética, Pepe se orientó a la política activa. Fue gobernador en tres provincias y ministro en dos ocasiones y en  tiempos de turbulenta transitoriedad. 

Manolo Cantarero no desoyó la llamada de la mar que acariciaba su infancia y a ella dedicó buena parte de su vida como oficial de la  marina mercante. No tanta como para olvidarse de la política, a la que consagró los años que pasó en tierra. Dejó el cuaderno de bitácora para navegar  en mares más procelosos… Se dedicó al periodismo y escribió un  denso libro sobre el socialismo de la Falange;  fundó un partido con el que concurrió a las primeras elecciones de la Transición , y formó parte del Parlamento Europeo.

Muy diferente fue el camino recorrido por Manuel Alcántara. Si bien coqueteó con el boxeo -que marcó su nariz para siempre-  la  poesía, nada secreta en su caso,  fue la pasión de su vida. Incluso aunque se la ganara con el sudor de su pluma (no me lo imagino escribiendo en un ordenador), atado, como decía Capmany —otro de los nuestros- “a la columna”.  En realidad, su verso y su prosa no se diferenciaba más que en la música. Si el periodismo era su profesión, la poesía constituía su vocación. Solo él sabía dónde comenzaba una y concluía  otra. Tan está llena su poética de naturalidad espontánea y cuidadosa selección del lenguaje coloquial que resplandece  con insólita luminosidad al pasar por sus manos; al igual que la prosa se nutre de metáforas, Insólitas, inesperados quiebros o referencias sorprendentes, tanto  que, si no fuera por su dominio del lenguaje, diríase  que,  contrariamente al personaje de Moliere, hablaba en poesía sin saberlo.

     Menos Baudelaire que Ronsard; menos  sarcástico que Quevedo; tan humano como Lope, venía poco por la Corte,  recluido, pero más afortunado que don Francisco el “rincón de estos desiertos”,  en su malagueño Rncón de la Victoria.

     La política era un venero soterrado en su escritura. No se notaba, pero estaba allí,  como en otros poetas de esa generación olvidada (Marcelo Arroita Jáuregui, Alfonso Albalá Cortijo, Salvador Jiménez,...) A ella se refería Ángel María Pascual (191),   algo más tempranero, en su inolvidable soneto  Envío.  Hacerse  un hueco  tras aquellas dos generaciones del 27 y del 36,  sin haber  pertenecido a ellas como sus hermanos mayores, tenía mucho mérito,  pero lo lograron aunque  hoy se pretenda borrar sus huellas y mistificar sus señas de identidad. 

Todos los que he citado, han fallecido, pero no han muerto. Permanecerán en nuestro recuerdo. En Manuel Alcántara, encasillado en su columna periodística,  como si su poemario no existiera, resumo esta memoria del olvido. A todos conocí.  De todos mantengo recuerdo.


                                                                                                                    Gonzalo Cerezo Barredo
Publicado en "Desde la Puerta del Sol"
Número 162– martes 23 de abril de 2019