"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO
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18 de enero de 2019

La raza, según José Utrera Molina


Hojeando anoche los tesoros de mi biblioteca, me encuentro con la preciosa dedicatoria que en el mes de julio de 1981 -contaba yo entonces 12 años- me escribió mi padre al regalarme el libro del guión de la película "Raza" escrito por Francisco Franco bajo el pseudónimo de "Jaime de Andrade". 

No es sólo una dedicatoria, sino toda una declaración de principios, que quiero compartir hoy con vosotros.


«La raza no es para mí un determinado color de piel, ni un factor biológico diferenciado, ni una irritante preeminencia de un concreto y singular grupo humano.

Yo entiendo la raza como un valor del espíritu, como un temple especial del alma, como una aristocrática categoría social.

Un español con raza es aquél que tiene en el corazón el milagro del coraje y el brío y en la sangre la nobleza y la generosidad.

Un español con raza es el que antepone la conservación del honor al de la propia vida.

Tiene raza el que posee atrevimiento y valor; el que hace de la lealtad un credo, el que acepta el desafío de la justicia y lucha alegre por la verdad. La raza tiene mucho que ver con la hidalguía.

Que este libro querido Luis te ayude a tensar las finas cuerdas de tu espíritu.

Tu padre

José»



                                                                          LFU

21 de noviembre de 2018

Cuando Utrera Molina avisó a Fraga en 2005 acerca de una posible exhumación de Franco




Fue hace 13 años. Gobernaba Rodríguez Zapatero y ya se atisbaba el torrente de odio que originaría su mezquina ley de memoria histórica. Algunos, en nuestra ingenuidad, no creímos que la iniquidad de algunos pudiera llegar tan lejos. Hoy compruebo, rescatando esta carta de su archivo, que mi padre lo vio venir hace mucho tiempo, y sus pronósticos se están cumpliendo con dolorosa exactitud. Recuerdo que me avisaba continuamente: el odio pasa de generación en generación y hay que estar alerta. Él lo estaba y prueba de ello es esta sentida y profética carta que se ha cumplido en todas sus previsiones, incluida la de que su autor no haya sobrevivido para contemplar en carne mortal esta infamia que a toda España llena de oprobio. Ahí está el aviso al Partido Popular que bien poco caso hizo de la opinión de Fraga, si es que alguna vez la transmitió a los suyos, pues incumplió su promesa de derogar esa maldita ley que hoy enfrenta a los españoles con un odio revivido de hace 80 años.   

Aquí dejo la carta para la historia:



«Excmo. Sr. D. Manuel Fraga Iribarne
Presidente de la Xunta de Galicia

Querido amigo:

Creo que me conocerás. Tuve contigo diversos contactos. Los primeros, cuando fui gobernador de Sevilla. Los últimos, en mi penosa singladura como Ministro Secretario General del Movimiento. Soy pues, una sombra, un recuerdo, un superviviente de una etapa que por estimar que fue fecunda me ha obligado a mantener una lealtad que no ha conocido ni la claudicación ni el desvío.

Posiblemente te extrañará esta carta mía. La escribo, no para hacerte ninguna recomendación interesada, ni para solicitar de ti favor alguno. Lo hago consciente de mi deber de español en esta hora que considero peligrosa y difícil.

Tú has conocido la obra del régimen anterior, a la que prestaste tu más brillante colaboración. No voy a pedirte que la defiendas, ni que te manifiestes a su favor, Sé que verdaderamente y no es un tópico, la política es el arte de lo posible y hay cuestiones que están más allá de la barrera de cualquier posibilidad.

Creo y no soy nada catastrofista que se acercan horas difíciles, crueles, de importancia histórica desmedida. Puede ser un tiempo crucial y en él peligra nada más y nada menos que el ser de España, su identidad, su futuro orden de convivencia. No voy a pedirte que hagas declaración alguna en relación con la fechoría del Ministerio de Fomento retirando la estatua de Franco, pero hay algo que me preocupa mucho más y es el porvenir que pueda aguardar al Valle de los Caídos. De fuentes bastante solventes conozco el propósito de liquidar esa magna obra, arrancar el cadáver de Franco y el de José Antonio. Puedo asegurarte sin caer en ningún género de dramatismo que a mí personalmente, no me gustaría sobrevivir a una situación de ese tipo. Preferiría acompañar a tantos que en un sitio y en otro dieron su vida por una España mejor. Pero creo que tú tienes el deber insoslayable de influir en el Partido Popular para que esta infamia no se realice. Sería una vergüenza para todos. Una colosal indignidady una maldición que nos afectaría degradando nuestra conducta.

Tú bien sabes que la Basílica del Valle de los Caídos es un lugar de reconciliación, aunque en algunas circunstancias la presencia de hombres adictos al ideal del 18 de julio ha podido hacer pensar a algunos que queríamos monopolizar ese monumento. Nunca fue así. Pero ahora existe el propósito claro de realizar lo que te he indicado. Tú tienes un enorme prestigio en el Partido Popular, labrado a costa de sacrificios, esfuerzos y de trabajo. Yo, que ya no soy nadie, me atrevo a pedirte que influyas para que el Partido Popular no permita tamaña felonía.

Es triste que la transición, que a mi juicio había logrado un entendimiento fecundo –que siempre creí duradero- peligre hasta el punto de dar cabida a venganzas, a ríos de odio, a inconfesables acusaciones y a entronizar el reino de la mentira y de la injustificada revisión.

Creo que España merece una convivencia en paz, con olvidos y con perdones, pero nunca con revanchas y ajustes de cuentas. De producirse estos ajustes, creo que la balanza se inclinaría siempre a nuestro favor. El propio Carrillo manifestó hace unos días que hacer la revisión del franquismo era un disparate.  

No quiero cansarte más porque, como te he escrito anteriormente, soy ya un ciudadano insignificante, una persona sin voz, una sombra perdida en el pasado, pero yo me atrevo finalmente, recordándote que hicimos guardia tú y yo ante el cadáver de Franco que hagas todo lo posible por impedir este escandaloso despropósito. Creo en tu sentido del honor y confío en que esta carta hallará cumplido eco en el corazón de alguien que, como tú, no ha dejado de ser patriota.

Un fuerte abrazo

José Utrera Molina»

La contestación de Fraga, recibida días después fue escueta y manuscrita:

«ESTOY MUY DE ACUERDO CONTIGO. UN ABRAZO Y FELICIDADES»



Ahí quedan retratadas dos biografías, dos formas de entender la lealtad y la dignidad. No dudo de la sinceridad de Fraga, pero sí de que hiciera algo más que contestar como lo hizo, a la vista de lo que ha sido la deriva del partido que fundó al que sólo le falta para completar el ciclo de su indignidad, abominar públicamente de su fundador.


                                                              LFU

5 de junio de 2018

José Utrera Molina, la unidad que hace posible una vida

Transcurrido más de un año tras el fallecimiento de mi padre, quisiera aportar un retrato más nítido de la persona, porque a través del recuerdo íntimo y familiar es posible arrojar una luz más completa no sólo del personaje público, si no del tiempo y de la España que hizo posible su peripecia vital. Una recurrente mentira del tiempo presente es la pretendida separación entre la vida privada y la pública como si se tratara de ámbitos independientes e incomunicados. Por el contrario, las claves para entender un personaje público nunca se hallan lejos de su acontecer privado. Desde el afecto filial, pero con la distancia generacional de ser el benjamín de sus hijos, entiendo que la vida de mi padre es una noble y ejemplar impugnación de esa artificial separación. Existe un hilo rojo que vertebra su ciclo vital, que explica su acontecer público a lo largo de su prolongada, venturosa y también sacrificada historia personal y espero que estas líneas sirvan para desentrañarlo.
 
Un padre siempre acompañado.
 
Me es difícil recordar a mi padre solo, tuvo una vida bendecida por la compañía. Tomando la afortunada expresión de Juan Manuel de Prada mi padre fue un “atleta de la amistad”. Tenía el reconocible don de hacer sentir en su interlocutor la cercanía y un afecto real y profundo que no era jamás un recurso o estrategia, sino la expresión de que cada persona para mi padre, era alguien único. Esa calidez, sin duda, tenía que ver con la dulzura templada de su Málaga natal, la honda estirpe andaluza de la que procedía, acrisolada por una fe intensamente vivida. De Madrid, de Málaga, Sevilla, Burgos o Ciudad Real, mi padre tenía una larga nómina de amigos que recurrentemente aparecían por casa. Su presencia, sus visitas frecuentes, eran una vigorosa, fecunda y alegre muestra de las relaciones que mi padre había ido acumulando a lo largo de los años.
 
De diversa índole y condición, mi padre mantenía intactas amistades de la niñez cuyos derroteros vitales, a veces, poco tenían que ver con mi padre, pero cuya amistad se mantuvo incólume pese al paso de los años. Manuel Alcántara, Tomás Molina, Joaquín Ligero, Pepe González de la Puerta y Julio Valverde, entre otros muchos, han sido testigos de que mi padre nunca dejó de sentirse unido a la ciudad que le vio nacer, a los amigos que allí estuvieron.
 
También su vida política entre colaboradores y personajes públicos que frecuentó le procuró una escogida y nutrida gavilla de fuertes vínculos que perduraron y atestiguaban que dejó recuerdos y relaciones, que le mantenían enraizado allí donde tuvo responsabilidad política. La presencia en la vida familiar de los Dancausa, los Rodríguez Acosta, los Ariza y tantos otros, me hicieron entender que la vida pública de mi padre estaba vinculada siempre a personas, rostros concretos, con las que compartió a fondo sus ilusiones y a las que hizo partícipe de sus proyectos políticos. Recuerdo con nitidez que en las contadas ocasiones que mi padre hablaba en mi presencia de alguna realización o logro, especialmente querido de su trayectoria, siempre hablaba en plural: “hicimos, tratamos de conseguir, alcanzamos…” y que mi padre destacaba siempre la especial habilidad o talento de éste colaborador o de aquél otro. Ese plural era definitorio del concepto que mi padre tuvo de la política, un empeño común, siempre en compañía en el que el liderazgo que desempeñó era un catalizador del talento de otros que compartieron el empeño de mi padre, siempre enfocado en el servicio a los que más necesitaban.
 
Nunca cesó en su empeño de mantener, cuidar y acrecentar la nómina de amistades adquiridas, construyó fuertes vínculos con los padres de los amigos de sus hijos, con los políticos de sus hijos y con personas que fueron apareciendo por distintos avatares de la vida, por vecindades más o menos temporales o por las propias necesidades de la vida. Los Romero, los Arias, Rafael de Penagos, los Roberge o los Mira, han sido compañías que en el otoño de su vida atestiguan que es posible seguir haciendo amigos como al inicio de la misma, pues un corazón vivo no cesa de anhelar del regalo de la verdadera amistad que no tiene fecha de caducidad. No puedo dejar de recordar con especial emoción, el vínculo cordialísimo, crepuscular, tiernamente cervantino que estableció con su cuidador Adriano, al que llamaba “mi amigo” y que le asistió hasta el último momento.
 
Mi padre en familia.
 
Siendo el benjamín de los hijos de José Utrera Molina y pese a nacer en el cénit de su vida pública tras llegar a ser ministro, nunca fui testigo directo y consciente de la misma y en cambio sí lo fui de la vida familiar de mi padre. Mi padre era alérgico a un sentido endogámico de la familia, al contrario, era el dintel de entrada a un mundo de relaciones que nunca se quedaban allí. Había en él una adhesión cordial y sincera a cada miembro de la familia, lejana o cercana, admirando las virtudes, subrayando los dones de éste o de aquél. De alguna manera era consciente del regalo de una familia amplia y su entrega y afanes por la familia eran expresión del agradecimiento sincero que experimentaba por los lazos de sangre, que él tornaba siempre en vínculos de corazón con su actitud acogedora y su casa abierta. Con sus hijos, con sus nietos y bisnietos, con la familia política que nunca se sintió como tal, conseguía sin fingimiento que cada uno sintiera su predilección porque su corazón se ensanchaba sin límite ante el regalo de su estirpe continuada.
 
La vida de mi padre no se explica sin los 68 años junto a mi madre. Fue su aliento permanente en los momentos de prueba, el estímulo para continuar sus luchas, su confidente, su pilar y motivo de perpetua alegría. En mis padres hemos podido ver todos los hermanos que la promesa de vida fecunda y plena que el matrimonio cristiano ofrece es posible y real, no es un ideal y hemos sido testigos de una vida conyugal, motivo de inspiración y ejemplo. Es posible vivir enamorado y quererse hasta el último segundo de aliento vital. Su mirada profunda y generosa de la familia es un trasunto de la mirada grande que el cristianismo regala al ser humano, la fraternidad universal a la que estamos llamados y que sólo se construye, empezando por los más cercanos.
 
El quehacer de mi padre como exiliado interior
 
Con el tiempo fui percibiendo progresivamente la singularidad política de mi padre a medida que fui teniendo uso de razón. Un hito importante en la toma de conciencia de la estatura política de mi padre, lo constituyó el viaje a Barcelona en las navidades del año 1988 cuando mi padre a punto de publicar sus memorias en la colección Espejo de España de Planeta, cerró con Rafael Borrás Betriu, mano derecha de Lara, los detalles de la edición de su libro Sin Cambiar de Bandera. Con catorce años cumplidos por la Barcelona preolímpica, tras varias conversaciones con mi padre y echando cuentas de muchos detalles que trataba de ordenar en mi memoria, mi padre constituía una rareza en el panorama público español. Eligió salir del tiempo político presente sin ninguna ganancia personal, para constituirse desde el inicio de la democracia, tras presentarse en las primeras elecciones y financiar su campaña de su bolsillo, en una de las pocas voces que trataba de hacer justicia a un tiempo de la historia de España, el del régimen de Franco, que el consenso político quiso dar por sepultado para siempre de la memoria de los españoles.
 
Los motivos del “exilio” interior de mi padre estaban muy lejos de la nostalgia: el amor a la verdad histórica, la preocupación por el futuro de España, los juramentos contraídos no le dejaron otra alternativa, que cargar sólo, en muchas ocasiones, contra los nuevos molinos de viento. Tuvo la convicción profética de que construir España desde el desprecio injusto al pasado inmediato, sin asumir razonablemente el balance del tiempo anterior, alimentaría un mañana enfermo por el rencor y la falta de identidad auténtica. Ninguna nación puede saltarse su pasado, ni dejar de asumirlo. Nunca se resignó, nunca dejó de indignarse por aquello que lo merecía.
 
Un motivo de admiración constante fue cómo mi padre encajó el aparente fracaso de sus empeños mundanos, la dignidad sobria y alegre con la que se condujo cuando dejó para siempre la responsabilidad política. Desde la humildad siempre fue consciente de que el legado político del Régimen de Franco, la España reconstruida en la que advino la democracia, ha permitido la construcción de una nueva sociedad mucho más digna y justa, junto con el periodo más largo de paz en España en los últimos dos siglos. Esa victoria silenciada pero a la que el tiempo hará justicia, le sostuvo siempre, frente a la tentación del derrotismo y el desánimo.
 
Mi padre, hombre de cultura y fe. Mi padre no perdía el tiempo, la búsqueda y el aprecio de la belleza acompañaba a mi padre en sus quehaceres. Parte de su tiempo, lo dedicó a leer novelas, ensayos y biografías, a meditar sobre la historia y los hombres que la protagonizaron para entender tanto el pasado como el presente, y a leer y escribir poesía. Tenía oído, sentido del ritmo y su amor a la literatura se recondujo en los sonetos que fue escribiendo a lo largo del tiempo. Sonetos que cristalizaron lo mejor de sus empeños, recuerdos personales y experiencias. En esta dedicación de mi padre habitaba el presentimiento jubiloso de que la búsqueda de la belleza y el disfrute de su contemplación, en sus distintas facetas, conducen necesariamente al Misterio, al Dios que reúne y acoge todo lo que de verdadero y hermoso existe.
 
La fe de mi padre era una fe sencilla, sostenida por la oración, la práctica sacramental y la fidelidad a la Iglesia. Un agradecimiento profundo por lo recibido era una actitud común en él. Tenía facilidad y humildad para agradecer todo aquello que se le brindaba, merecidamente o no. La gratitud decía “es una de las más profundas expresiones del ser humano” y no era infrecuente en los últimos años oírle dar las gracias por un sinfín de bienes de los que pudo disfrutar: sus ocho hijos, sus 19 nietos y sus dos bisnietos, la amistad durante una vida entera de muchos amigos, el reconocimiento de gentes sencillas que siempre guardaron memoria de los esfuerzos que mi padre hizo por ellos. Se despidió de su madre cuando ésta entregó su alma a Dios, dándole gracias por haberle dado la vida, por haberle transmitido la fe y el amor a España. Así se despidió de él, mi hermano mayor, José Antonio, en nombre de todos sus hijos en los últimos días de mi padre.
 
Su fe estaba enraizada en imágenes concretas que le acompañaron durante toda la vida. El Cristo de la Buena Muerte que llevó siempre en su pecho, simbolizó su identificación con un modo de vivir, del Tercio y de la milicia que llevaba en su sangre y en su corazón por generaciones. La imagen de la Esperanza de Málaga, ocupaba también parte de su corazón. En su Basílica de Málaga descansan sus restos, continuando una devoción mariana que está en la raíz de la fe sencilla del pueblo español, con la que mi padre se identificaba como uno más.
 
En definitiva, la fe y el amor explican el hilo perfectamente reconocible de su conducta, la continuidad de su quehacer, la fecundidad misteriosa de su ejemplo. Hijo solicito, buen esposo, padre ejemplar y amigo fiel dieron lugar al hombre público íntegro que fue, que supo lidiar con el poder sin que le cambiara. Puedo decir con orgullo y gratitud que no tengo duda de la Gracia abundó en él, porque la fe y el amor, el amor y la fe le sostuvieron en todos esas facetas, pues Dios no olvida y abandona nunca a quién guarda “fe y palabra y ser fiel a quien debe”, resumen del empeño de la vida de mi padre, José Utrera Molina, un caballero cristiano.
 


1 de febrero de 2018

Carta de Reyes Utrera al Ayuntamiento de Málaga


Hemos llegado al delirio de la sinrazón y del oprobio. El Ayuntamiento de Málaga, imagino que sin otros problemas que resolver, dedica un pleno a despojar los títulos que en su día reconocieron y otorgaron a un hombre, mi padre, José Utrera Molina, que luchó con denuedo por la reconciliación nacional, con la principal arma de su credo, la justicia social.
Fue su inconformismo con la situación de Málaga y otros lugares de España, lo que le llevó a que tantos vecinos de las playas de San Andrés dejaran de sufrir cada vez que los temporales de la mar y los levantes anegaran sus miserables chabolas y las destruyeran, así como solventar aquellas grandes riadas que desembocaban en la calle Princesa. Lucho por dignificar un barrio, de muchas fábricas, muchos obreros y pescadores, donde algo había que hacer para acabar con aquellas miradas de tristeza y miseria, sin techo y sin futuro que una vez y otra tenían que rehacer sus maltrechas viviendas.
Esas miradas llegaban al corazón de nuestro padre como un revulsivo, y explican las mejoras sociales por las que lucho y consiguió para Málaga. No las voy a volver a enumerar porque ya lo ha hecho alguno de mis hermanos, pero si insisto en recordar que consiguió una gran barriada en los años 60 a 70, una cooperativa de miles de viviendas sociales, en la que tuvieron cobijo estas familias gratuitamente.
Me gustaría que algunos de los que se dicen historiadores en el Ayuntamiento de Málaga y se atreven a falsear la realidad de un hombre profundamente bueno y comprometido con la justicia social como fue nuestro padre José, se dedicaran a trabajar por mejorar lo que tenemos.
Termino mi protesta y mi dolor dirigida especialmente hacia los integrantes del Partido popular, por la carga de indignidad que representa su abstención.
Reyes Utrera Gómez

18 de enero de 2018

En defensa de mi padre, José Utrera Molina



«Virtud de una Ciudad es honrar el nombre de aquellos que le procuran honra, y agradecer el amor y la dedicación de los que se entregan a su servicio y le ofrecen sin reservas el fruto de su acción y su desvelo.

Entre estas personas, quienes firman este escrito quieren exaltar el nombre de un malagueño de excepción, de un hombre de historial impecable, de alguien que supo siempre y sabe llevar su condición de hijo de Málaga con  apasionado orgullo y vocación ejemplar, en aulas y talleres, entre universitarios y trabajadores, entre colaboradores y amigos, entre propios y extraños.»

Con esta emotiva introducción, un grupo de concejales malagueños encabezados por Carlos Gómez Raggio, solicitaron en el mes de marzo de 1973 la concesión de la medalla de oro de Málaga para mi padre, José Utrera Molina, que le sería concedida mediante acuerdo plenario del Ayuntamiento de fecha 1 de julio de 1975, presidido entonces por el inolvidable alcalde Cayetano Utrera Ravassa. En el acto de imposición de la medalla estuvo presente el entonces Presidente de la Diputación y hoy alcalde, D. Francisco de la Torre quien pocos meses después, le impondría también la medalla de oro de la provincia.
Esta mañana me desayuno con la amarga noticia de que el Ayuntamiento de Málaga propone retirar a mi padre la medalla de oro a los pocos meses de su fallecimiento. Y me pregunto si en el pleno en el que se debata la propuesta se producirá una unanimidad clamorosa o habrá lugar para algún gesto de dignidad personal.

Bien sabe Francisco de la Torre, quien tuvo el noble gesto de asistir al sepelio de mi padre, que esa medalla no se la concedió Málaga por motivos ideológicos sino por una exigencia de gratitud. Ahí está la ampliación del Carlos de Haya, la Universidad Laboral, los cursos de Promoción profesional de adultos, la creación de ocho Ambulatorios y Agencias de la Seguridad Social y siete Hogares y una Residencia de Pensionistas, la eliminación de las chabolas de la Playa de San Andrés y tantas otras obras que se debieron a su impulso y a su entusiasmo por mejorar las condiciones de vida de los malagueños.   

El amor que mi padre sintió por Málaga, su eterna nostalgia del mar, se vio sólo correspondido por el testimonio de la sencilla gente a la que ayudó de forma entusiasta y desinteresada. Los ojos de agradecimiento de quienes lograron un empleo o cambiaron una existencia miserable en las chabolas de la playa de San Andrés por una vivienda digna, eran premio suficiente para quien siempre se rebeló contra la injusticia y para quien la política no era otra cosa que la emoción de hacer el bien.


No están ya en esta tierra ni Cayetano Utrera, ni la mayor parte de los miembros de aquella dignísima corporación municipal. Tampoco está mi padre, quien por un elemental sentido del decoro jamás diría una palabra al respecto, aunque fuera lacerante la punzada de dolor que habría sentido al saberlo. Pero yo, como hijo suyo, como malagueño de sangre, me siento en la obligación moral de salir en defensa del buen nombre de mi padre y de recordar a todos los concejales de Málaga que el agravio que están a punto de cometer sólo puede estar movido por el odio, en unos, o por la cobardía en otros.

Hoy, cuarenta años después, el olvido ha dado paso a la sinrazón del odio. Podrán los miserables –y los cobardes- retirarle los honores y oropeles del ayer. Pero no podrán empañar su recuerdo con la mugrienta grasa de su resentimiento. Y hay algo más que nunca podrán quitarle: el arrebatado y amoroso orgullo de quienes llevamos su apellido con la cabeza muy alta, porque allí donde se ofenda su memoria habrá siempre, al menos, ocho voces que, como la mía, clamarán como una sola en defensa de su honor, de su vida y de su ejemplo.

No hay el menor ápice de nobleza ni de dignidad en agraviar póstumamente a un malagueño que tanto hizo por su tierra. Y algunos están más obligados por su biografía que otros. No digo más, pero me reservo el legítimo derecho a enviarles algunos de los miembros de esa corporación una pluma de gallina para mostrarles de esa forma mi desprecio por su falta de gallardía y por su mezquindad. 

Termino con ese soneto, con el que mi padre en el ocaso de su vida, quiso despedirse en paz de su tierra y que estoy seguro recitará de nuevo desde ese lucero en el que brillará siempre la luz de su recuerdo.

MÁLAGA

No te cambio tu olvido por mi pena.
Vale más mi dolor; cuenta saldada.
Se lo digo en la noche a mi almohada
Y está mi corazón de enhorabuena.

Alguna que otra vez, un tenue velo
enternece el recuerdo. Aquella esquina
que ayer doblé impaciente, se ilumina
con las mismas estrellas en el cielo.

Me imagino que el mar no habrá cambiado,
que como siempre, romperá su espuma
en el pecho del viejo acantilado.

Mecido por las olas se ha dormido
mi ayer: la oscura desazón se esfuma.
¡Ya no queda recuerdo de tu olvido!

                                                                         Luis Felipe Utrera-Molina Gómez



23 de agosto de 2017

"CANCIÓN PARA DESPUÉS". Soneto inédito de José Utrera Molina

Transcribo a continuación el soneto encontrado entre los papeles de mi padre, a los cuatro meses de subir a la casa del Padre. Sus versos, absolutamente visionarios, cobran ahora su verdadero significado.



Cantadme el cara al sol cuando yo muera
si es que queda una voz para entonarlo,
si perdura el arrojo de gritarlo
con el alma y en alto la bandera.

Cantadme el cara al sol cuando yo muera,
acaso yo lo escuche todavía,
está en el cielo azul su melodía
como el grito del alba en primavera.

Cantadme el cara al sol en la esperanza
de arrebatar su sitio a la amargura.
Con tristeza el mañana no se alcanza.

Que la rosa en el puño aprisionada
recobrará mañana su tersura
del rencor y del odio liberada.


José Utrera Molina



2 de agosto de 2017

Así despidió Ciudad Real al gobernador Utrera Molina

No cabe duda de que la política, entendida como un noble ejercicio del servicio a los demás, hace décadas que cayó en desuso.  Vivimos tiempos recios, en los que la actividad pública está tristemente desacreditada por el abandono absoluto de principios y valores y por el efecto nocivo de una oligarquía partitocrática que, lejos de premiar la excelencia, adjudica destinos y cargos en función de la componenda y el servilismo. Tal vez por ello, se manipula y borra con más ahínco la historia reciente de España para evitar comparaciones que resultan especialmente odiosas a quienes no ofrecen a los demás más que los desechos de su rencor y de su mediocridad. Pero al olvido y la mentira no podemos oponer la indiferencia o la resignación. Estamos obligados a rescatar la verdad y a airearla aunque ello implique ser desterrados a la caverna y sufrir el acoso de los miserables. 

Por eso las imágenes que hoy rescato del archivo de mi padre cobran especial significado.  Hace ahora 55 años, el pueblo de Ciudad Real se echó literalmente a la calle para despedir a un Gobernador de 36 años que abandonaba la capital manchega. Las imágenes no mienten. El día 2 de marzo de 1962 amaneció frío y lluvioso, pero eso no evitó que miles de manchegos llenasen la Plaza de Cervantes para dar su adiós a un joven gobernador que había entregado su juventud a aquella tierra con verdadera pasión  y eficacia.  

Hoy día, resulta imposible imaginar una despedida semejante a un político español y eso debería servirnos de reflexión. Reproduzco a continuación, algunas palabras de la despedida que le tributaron: 

"Aquí nos tienes a todos los trabajadores desde el más potente empresario hasta el más modesto productor, para decirte con emoción y sencillez adiós. Un adiós profundo y sentido que nos entristece cuando con tus actos y servicios tan hondo has calado en el corazón de la Mancha; de esta Mancha que escuchó de los labios de este caballero andaluz, las frases más bellas y los cantos más sonoros (...)como un nuevo Don Quijote, Utrera Molina paseó nuestros pueblos, recogió sus inquietudes y por todos y cada uno de ellos, esparció con sus cálidas palabras y consejos, esperanzas y alientos que cuajaron en nuevas escuelas, viviendas, teléfonos, abastecimientos de aguas, electrificaciones, et..,. fruto todo ello de sus constantes desvelos."

Para terminar, voy a dar ese grito que tantas veces he oído de personas vistiendo ropa de pana y abarcas, cuando te hemos acompañado en tu caminar por las rutas polvorientas de nuestra tierra: ¿Viva nuestro Gobernador Civil!"

Y también, de su discurso de despedida: 

"Os puedo decir que he amado esta tierra con delirio. Mis hijos han crecido aquí. Y he estado abierto a todos porque nuestra causa es una causa abierta a todos los españoles, y por ellos, sin discriminaciones sobre el color de cada cual, el despacho de un hombre de la Falange ha estado abierto a todos los que a el acudieron. 

Lo importante no es vivir, sino llegar al alma de los demás. M
e llevo el recuerdo de las piedras viejas de Calatrava, del azul intenso de las Lagunas de Ruidera, de los pueblos pequeños, de las iglesias, de los escudos de las casas...todo lo llevo dentro de mi corazón en visión perpetua e irrevocable. 

He conocido de vuestra lealtad castellana y manchega y sobre todo he aprendido mucho de vuestra humildad y sencillez, humildad que es precisa para que los hombres se entiendan.

Siento que mis hijos no tengan más edad para poder decirles: "Hijo levanta tus ojos y besa esta tierra que tiene un fondo milagroso de esperanza y eternidad."

40 años después de aquella despedida, un grupo de manchegos se trasladó a Madrid para entregarle la medalla de oro de la Ciudad que nunca se le había llegado a entregar. Mi padre sintió hasta el final un especial amor por aquella tierra manchega en la que lo dio todo siendo el gobernador más joven de España. 

Mi gratitud y homenaje a los muchos ciudadrealeños que aún le recuerdan con cariño.

Luis Felipe Utrera-Molina

5 de julio de 2017

Soneto. Por Francisco Correal

SONETO
FRANCISCO CORREAL
24 abril 2017 (Diario de Sevilla)

Hoy no me llamará para darme las gracias por este artículo. Puede que otros me llamen para recriminarme que lo haya escrito. Con su descanso eterno igual también descansan los que hace un tiempo emprendieron una tabarra contra José Utrera Molina para que retirasen todo símbolo que recordara su paso por la política, incluso por este mundo que llenó de hijos y, por lo visto, de muy buenos amigos. Entre los mejores, el decano de los articulistas, Manolo Alcántara, omnipresente en dedicatorias, poemas y objetos en la casa que Utrera Molina tenía en Nerja y donde fui a entrevistarlo en febrero de 2013. "Yo le sigo llamando José Utrera / a querer lo que siempre se ha querido", escribe Alcántara en un soneto con el que su destinatario cerraba el libro Sin cambiar de bandera que me regaló dedicado al final de aquel encuentro.
Conocí a Utrera Molina gracias a la memoria histórica. A partir de una pista que me facilitó el historiador Juan Ortiz Villalba para dar con Pepita Barbero, hija de Emilio Barbero, concejal del Ayuntamiento de Sevilla asesinado la misma noche del 10 al 11 de agosto de 1936 en el kilómetro 4 de la carretera de Carmona en la que fusilaron a Blas Infante. Di con Pepita Barbero en su casa de la calle Jamaica del barrio de Heliópolis y justo cuando se cumplían 75 años de la muerte de su padre me contaba en el periódico que no quería morirse sin tener la ocasión de darle las gracias a José Utrera Molina. Siendo ministro de Vivienda, puso todos los medios para que a la huérfana de Emilio Barbero no la echaran de la casa en la que nació y de la que un día de julio del 36 se llevaron a su padre para matarlo. Cuando leyó la historia, Utrera Molina me llamó por teléfono para que le pusiera en contacto con aquella mujer. Me encantó propiciar aquel abrazo entre las dos Españas.

He oído que el motivo para borrarlo del callejero fueron sus crímenes de guerra. Hijo de su tiempo, no me cabe duda de que como gobernador civil, igual que facilitó vivienda a muchas familias afectadas por la riada del Tamarguillo, fue implacable con sindicalistas y con la incipiente izquierda curtida en las fábricas y en las aulas. Pero Utrera tenía diez años recién cumplidos cuando Franco volteó la República. No estará en el callejero, pero sigue en el soneto de su amigo Manuel Alcántara.

3 de julio de 2017

Mi Pepe Utrera. Por Manuel Alcántara

MI PEPE UTRERA
MANUEL ALCÁNTARA
23 abril 201701:02 (Diario SUR)

Hay gente que se muere y otra que se nos muere y nos mutila con su ausencia. El excelentísimo señor don José Utrera Molina, que conocía muchas cosas, jamás conoció el rencor. Era bueno por naturaleza, no por ejercicio de la bondad. Quiero recordarle ahora, de vuelta de Nerja, donde he ido a decirle un adiós que se parece mucho a un hasta pronto. Creía él en algunas cosas, sobre todo en la lealtad, y yo no creo en ninguna, ni siquiera en los leales. De niños, paseábamos los dos por la calle de la Victoria, que debe su nombre no a ningún episodio bélico, aproximadamente interminable, sino a la Virgen María, de la que nos aseguraban que hay que seguir creyendo, no sin correr para ponernos a prudente distancia. Los dos éramos inocentes, pero yo siempre tendí al descreimiento o a esa segunda inocencia que consiste en no creer en nada, sobre todo en las promesas de otra vida, que sin duda será mejor, si es verdad que no se parece a esta más que en algunas cosas.
Dejando a un lado «la metafísica de las amapolas», quiero recordar, o sea, a volver a pasar por el corazón, al mejor de los amigos imaginable, que es por un donativo de los volubles dioses, el que precisamente he tenido. No me ha sido negado, después de tantas carencias, el llamado 'don de lágrimas', pero es una lata tratar de impedir que salgan, con el duelo, corriendo, y ya no estamos, cerca de los 90 años, para hacer esfuerzos. Nos llamábamos por teléfono todos los días, unas veces él y otras yo. Lo que más le dolía a este malagueño era que Sevilla, su bien amada Sevilla, le hubiera quitado el nombramiento de 'Hijo Predilecto'. Lo que se da no se quita, pero ya sabemos cómo es Santa Rita y cómo son los concejales, según el turno que les corresponda. Le quitaron los honores, pero no el honor. Así son las cosas, mientras los jueces condenen otros saqueos. No dan abasto, los pobres.



15 de junio de 2017

50 años del realojo de once familias en la calle Teodosio 101 de Sevilla


Hace 50 años, un gobernador civil, José Utrera Molina logró el realojo de once familias sevillanas desahuciadas tras pasar la noche con ellas.  

Recién llegado de viaje fue informado de que once familias habían sido desahuciadas en la calle Teodosio de Sevilla y sus muebles y enseres puestos en la calle por orden judicial. A las 10 de la noche se trasladó allí y consiguió que el Presidente de la Audiencia Territorial accediese a reabrir los hogares para que pudiesen dormir en sus casas hasta que pudieron ser realojadas en viviendas de nueva construcción.  

Rescato de su archivo esta curiosa fotografía correspondiente a la madrugada del 23 de mayo de 1967. 

Esa es la verdadera Memoria histórica de Andalucía. 

A este gobernador, el ayuntamiento de Sevilla le ha quitado por unanimidad una calle. Eso es ingratitud.