25 de junio de 2008

Presentación de "Sin cambiar de bandera"


(Para todos los que quisieron pero no pudieron asistir a la presentación, he decidido reproducir aquí las palabras de mi intervención en la misma, sintiendo mucho no poder hacer lo mismo con las palabras llenas de valentía y nobleza pronunciadas por el Alcalde de Madrid y por el broche de oro que, sobreponiéndose a tanta emoción, puso mi padre al acto con un torrente de voz vibrante, joven y, como siempre, apasionada)

Presentación “Sin cambiar de bandera”
24 de junio de 2008

Quiero decir, antes de nada, que me llena de orgullo y satisfacción que el autor de Sin Cambiar de Bandera –que antes lo fue de mis días- me haya permitido participar en la presentación de este libro, que es para mí como un hermano pequeño –puesto que, como yo, lleva la sangre de su autor en cada palabra- que va a confirmar la alternativa con la misma fuerza pero con renovada ilusión diecinueve años después de su primera publicación.

Agradezco además tener la oportunidad de compartir cartel con dos espadas de primera fila como son nuestro entrañable amigo y gran poeta Rafael de Penagos, cuya voz inconfundible está unida a lo mejor del cine universal y mi querido Alcalde Alberto Ruiz-Gallardón que en un noble gesto que le honra ha querido intervenir hoy aquí y que de alguna forma trae la representación de la “familia política” en el mejor sentido de la palabra.


No puede presentarse por tanto mejor ocasión para dar público cumplimiento al cuarto mandamiento de la ley de Dios, sin duda entre todos, el de más fácil y agradecido cumplimiento.

Me cabe el inmenso honor y la gran responsabilidad de traer hoy aquí la voz de los ocho hijos y de los dieciocho nietos de Pepe Utrera y cómo no, de su mujer, de nuestra madre, sin cuyo apoyo, entrega, sacrificio y renuncia jamás hubiera sido posible la limpia singladura que se narra en estas páginas. Por esta razón quiero limitarme a hablar de mi padre como persona, porque sin demérito de sus virtudes como político –prefiero decir como servidor público- y como escritor, ha sido y es un ejemplo permanente de conducta que constituye el mejor legado que podría nadie dejar a los que llevan con orgullo su apellido.

En las páginas de este libro, escrito con el corazón – o como suele decir su autor, con su propia sangre- y desde la serenidad de quien puede mirar atrás con la íntima satisfacción del deber cumplido, se agolpan multitud de anécdotas y vivencias que forman ya parte de la tradición oral y la memoria compartida de una familia. Pero hay una de ellas que pertenece a lo más profundo y vertebral de mis recuerdos por tener la fortuna de haberla vivido en primera persona.


Una tarde del mes de diciembre de 1974 quiso mi padre –consciente de lo irrepetible de la ocasión- llevarme con él al Palacio del Pardo para que tuviera la ocasión de saludar al Caudillo al final de uno de sus despachos con el Jefe del Estado. Mis recuerdos de aquella tarde son dispersos y propios de la mente de un niño de seis años, pero conservo nítido e intacto el recuerdo de las últimas palabras que Francisco Franco me dirigió al despedirse de mí. Poniéndome la mano en el hombro, me dijo: “sólo te pido una cosa: que seas tan bueno como tu padre”. Ignoro qué extraño mecanismo haría que una frase tan sencilla en apariencia quedase como recuerdo indeleble de aquella jornada.

Sólo después de muchos años he podido entender al fin, que aquellas palabras –pronunciadas meses antes de su muerte- eran la muestra de gratitud de quien comenzaba a sentir el dolor de la soledad y el sabor amargo de la deserción, hacia alguien que le había demostrado una lealtad sincera precisamente cuando eran legión los que comenzaban a abandonar un barco en el que habían navegado bajo su capitanía con holgada comodidad.

La otra anécdota que quiero referir aquí se remonta a la etapa de mi padre como Gobernador Civil de Sevilla. Tras una visita a Sevilla del Capitán General Muñoz Grandes en la que mi padre puso todo su empeño en que se restañasen definitivamente las heridas de un agrio enfrentamiento mantenido en su presencia entre D. Agustín y un ilustre compañero de armas, el entonces Vicepresidente del Gobierno, antes de subir la escalerilla del avión cogió a mi madre del brazo y en un aparte le preguntó: “Oye, ¿tu marido es bueno?. Mi madre, perpleja ante tan insólita pregunta acertó a contestarle que, en su opinión sí que lo era. A lo que Muñoz Grandes le espetó: “Pues si no lo es, ha conseguido engañarnos a ti y a mí.”.

Estas dos anécdotas tienen en común la percepción de dos personajes diferentes sobre una de las virtudes que hoy quiero destacar de mi padre: Su enorme bondad y su incapacidad metafísica de enfadarse. Y es que, aún a riesgo de ruborizarle, cualquiera que haya tenido ocasión de conocer a José Utrera Molina sabe que ésa es una de sus señas de identidad. Dice mi mujer –poco dada a la desmesura en el elogio- que jamás ha conocido un hombre tan bueno como él. Yo debo confesar, sin rubor alguno, que tampoco y que para mí constituye una exigencia permanente de conducta seguir su ejemplo, pues está escrito que nadie es más rico que quien todo lo da y a fe que mi padre es millonario en afectos pues para todos ha tenido siempre abierto el corazón.

Otra de las virtudes que adornan al autor de este libro –quizás la más conocida y la que impregna desde el título a la coda del mismo- es la lealtad. Decía Ortega que la lealtad es la distancia más corta entre dos corazones y mi padre desde muy joven decidió unir el suyo al de dos hombres que han marcado su vida política y su trayectoria vital: José Antonio Primo de Rivera y Francisco Franco.

Lealtad al pensamiento de José Antonio. Una lealtad que impregnó su juventud de poesía y de estilo; de dolorido amor a España y de espíritu de servicio y que convirtió su quehacer político en una búsqueda incesante de la justicia social; una justicia social en cuya ausencia debe buscarse una de las principales causas del trágico enfrentamiento entre los españoles. Una contienda que truncó dramáticamente la infancia de los de su generación -la de los niños de la guerra-; que sufrió en primera persona al sentir el drama de la división en el seno de su propia familia y que sin duda influyó en que mi padre hiciera de la reconciliación entre los hijos de los que mataron y los hijos de los que murieron, no una vacua proclama sino una constante y una realidad tangible a lo largo de toda su trayectoria vital.

Lealtad a su viejo y único capitán: Francisco Franco, a quien sirvió siempre con orgullo y honestidad. Con enorme admiración, pero al mismo tiempo con infinita alergia hacia la adulación que le dispensaban muchos otros que acabaron vendiendo su alma por treinta monedas tan pronto como la losa de granito selló su última morada. Un Francisco Franco que aparece retratado en las páginas de este libro como un hombre extraordinariamente cercano y sensible, y muy alejado de la burda manipulación y desfiguración de la que ha sido objeto desde su muerte, cuyo emocionado abrazo y petición postrera, en la primavera de 1975, en el que me atrevería a decir que constituye uno de los pasajes más dramáticos y a la vez mejor trabados de este libro, daría finalmente nombre a sus páginas: “Sólo le pido que no cambie; que continúe fiel a los ideales que ha servido. Una lealtad como la suya no es frecuente.”

Y finalmente, dignidad. Porque fue mucho lo que le ofrecieron a cambio de demasiado. Con cuarenta y nueve años y una carga familiar tan numerosa no dudó un instante en renunciar a la componenda y al compromiso utilitario cuando muchos corrían a alistarse en las filas de la apostasía, para evitar sufrir el oprobio que se adivinaba para los que no estaban dispuestos a abjurar de sus lealtades.
No quiso ejercer de capitán araña, consciente de su responsabilidad ante quienes había arrastrado en su trayectoria política y ante su propia conciencia. Prefirió seguir fiel a si mismo rechazando tentadoras recompensas por dejar de serlo.

Decidió no confundirse con el paisaje ni alistarse en la nutrida cofradía del silencio. Y todo ello lo hizo con amargura por la carga de desilusión de tantas lealtades abandonadas, pero sin asomo alguno de rencor.

Y pronto se convirtió en una de las pocas voces que durante estos últimos treinta y tres años no han conocido el desaliento a la hora de reivindicar la verdad de una época de la Historia de España que tuvo, como todas sus luces y sus sombras, pero que ha sufrido como pocas la infamia, la manipulación y la mentira.

Una España que debiera ser juzgada sin complejos, desde la ecuanimidad que otorga la distancia y nunca desde el odio y la revancha y en la que gracias al trabajo, al sacrificio y a la labor apasionada de muchos hombres como mi padre se hizo posible el sueño de la paz y de la reconciliación. Un sueño ahora de nuevo amenazado por quienes siguen empeñados en reabrir otra vez las heridas que hace setenta años sembraron de dolor y sangre nuestra Patria. Los mismos hace tan sólo unos días decidieron borrar el nombre de Utrera Molina del callejero de Sevilla como si pudiese borrarse tan fácilmente el trabajo, la dedicación y la entrega apasionada que durante nueve mágicos años regaló mi padre a la tierra que me vio nacer.

Voy a terminar: Dios, que nunca le ha abandonado en su camino –que no ha sido precisamente fácil y ligero-, le ha concedido la dicha de contemplar, rodeado de su mujer, de todos sus hijos y sus nietos, cómo su libro, renacido de las cenizas cual Ave Fénix, vuelve a levantar, después de veinte años, el vuelo eterno de una palabra que será para siempre un ejemplo de amor, de lealtad y de esperanza.

Muchas gracias.
Luis Felipe Utrera-Molina Gómez

19 de junio de 2008

Memoria histórica

Gracias a la magnífica labor de El empecinado en Youtube, podemos contemplar una España diferente de la que nos cuentan. Tan sólo un ejemplo....en Barcelona y en coche descubierto. Increíble, pero cierto.

LFU

13 de junio de 2008

Entrevista a José Utrera Molina

Atendiendo a la petición de algunos de mis queridos lectores, he decidido colgar aquí la entrevista que Periodista Digital, hizo a José Utrera Molina hace una semana, una vez que ya ha sido eliminada de la página correspondiente.



LFU



12 de junio de 2008

Agustín de Foxá, proscrito por la progresía


De El Manifiesto extraigo un interesante artículo de José Antonio Navarro Gisbert sobre uno de los grandes genios literarios del Siglo XX, injustamente preterido por la España del pensamiento único, por el "delito" de haber apoyado, como muchos otros, a la España Nacional en la Guerra, y haber apoyado al Generalísimo en la paz. ¡Qué hubiera sido de Alberti si no llega a ser comunista!. Mi anécdota preferida de Foxá es la que protagonizó ante el Secretario del Tesoro de EE.UU. con ocasión de la negociación de un crédito blando en Dólares en los años 50. Al oir de éste un despectivo comentario del siguiente tenor: "Uds. los españoles, mucho meterse con los americanos pero hay que ver lo que les gustan los dólares", le contestó con su ingenio y rapidez característica "Si, también nos gusta mucho el jamón ibérico pero no por eso nos acostamos con los cerdos". Os dejo con el artículo:

LFU

Aún no apagados los ecos producidos por la ruidosa polémica que ha enfrentado a partidarios de la cocina tradicional, aunque abierta a prudentes innovaciones, y la deconstrutiva, que permite licuar la venerada tortilla española, es imposible resistir la tentación de evocar a algunos de nuestros honradores de mesas, que, además, en otros terrenos han alcanzado el laurel de la merecida fama. Sirva como ejemplo Agustín de Foxá, que alcanzó metas superiores en la poesía, el teatro, la novela, el ensayo y el artículo periodístico. Todo un personaje renacentista, que entre verso y verso, producto de una de sus correrías por el ancho mundo, trajo a España desde Italia el prosciutto de Parma con melón de Brindisi, que en nuestra restauración fue bautizado como «jamón serrano a la melonera.»

Como tantos escritores españoles sometidos al cinturón sanitario con que la izquierda excluye a cuantos no se avienen a los cánones dogmáticos dictados por los expendedores de pasaportes de progresía, Agustín de Foxá es hoy un proscrito arteramente condenado al olvido por los totalitarios bonzos del pensamiento único.
La obra de Foxá abarca diversos géneros literarios. En poesía cabe destacar La Niña del caracol (1933), El toro, la muerte y el agua (1936), El almendro y la espada (1940), Poemas a Italia, Antología poética (1933-1948), El gallo y la muerte (1949).
En teatro en verso produjo Cui-Ping-Sing (1940) y El beso de la bella durmiente. En prosa destaca Baile en Capitanía (1944) y Gente que pasa, premiada por la Real Academia Española. Su novela Madrid de Corte a Cheka, publicada por primera vez en 1938 constituye una de las obras de ficción, con evidentes rasgos autobiográficos, más reveladores acerca de la guerra civil española.

Su participación en la escuadra de poetas de José Antonio Primo de Rivera que dio a luz el Cara al Sol, no le ha permitido ser amnistiado por la nueva Inquisición que condescendió al librar de las llamas del infierno a Sánchez Mazas, Tovar, Dionisio Ridruejo y José Luis López Aranguren.

De su fabuloso ingenio, exuberante, culto y romántico nos ha quedado el perfil que Foxá dibujó de sí mismo: «Gordo; con mucha niñez aún palpitante en el recuerdo. Poético, pero glotón. Con el corazón en el pasado y la cabeza en el futuro. Bastante simpático, abúlico, viajero, desaliñado en el vestir, partidario del amor, taurófilo, madrileño con sangre catalana. Mi virtud, la imaginación; mi defecto, la pereza.» Su enjundia probada en su producción literaria no fue obstáculo para la elaboración de boutades espontáneas célebres. Como aquella en respuesta a un auténtico interrogatorio al que le sometió César González Ruano dentro de una serie de entrevistas que hicieron época a principios de los cincuenta: «A mí me gustan los duques, los millonarios y los señores»; y esta autodefinición: «Soy conde, soy gordo, fumo puros; cómo no voy a ser de derechas.»

Para llegar a esa posición había recorrido un camino que Foxá lo describe haciendo chanza de sí mismo: « Todas las revoluciones han tenido como lema una trilogía: libertad, igualdad, fraternidad fue de la Revolución francesa; en mis años mozos yo me adherí a la trilogía falangista que hablaba de Patria, pan y justicia. Ahora, instalado en mi madurez proclamo otra: café, copa y puro.»

Un talento inagotable

El asombroso fabulador que llevaba dentro y que sacaba a relucir en múltiples ocasiones le hizo un maestro en llevar la sátira a la vida cotidiana. Porque tanto como testigo de su tiempo alguna de sus andanzas adquieren todo el carácter de un brillante espectáculo. Como muestra: en plena guerra mundial, o medio plena puesto que todavía tanto Estados Unidos como Japón permanecían fuera de la contienda abierta, Foxá vivió una de sus experiencias en Roma, en la Italia recién entrada en el conflicto.

Para ilustrar el ambiente recurrimos a la licencia de una anécdota, para describir la dudosa eficacia de la nación trasalpina como aliado de Alemania. Se cuenta que conocida la noticia de la decisión de Mussolini de entrar en guerra por el Estado Mayor alemán, el mariscal Keitel fue designado para comunicar el hecho a Hitler. Dormía éste, y a requerimiento del mariscal fue despertado. « Mein Führer, Italia ha entrado en guerra.» Somnoliento, todavía sumido en su letargo, Hitler dijo displicentemente: «Mande dos divisiones.» «No, no, mein führer, es a nuestro favor.» «¡Entonces cuarenta, cuarenta!», se recuperó violentamente Hitler.

Esta anécdota que tenemos por apócrifa, o no, ¿quién sabe?, sirve para describir el ambiente en la turbulenta Europa de aquellos días, que repercutía en la España, que acababa de pasar de su neutralidad a la no beligerancia. Con el amo de Europa en los Pirineos la situación era angustiosa. Téngase en cuenta que un ilustre catedrático de Derecho Internacional Público se había referido a la situación de la guerra planteada para sostener que hablar de derecho, cuando las fronteras de Alemania estaban en el Cáucaso y en los Pirineos, no dejaba de constituir una humorada.

Pues bien, por aquellos días, uno de ellos, al llegar Foxá a la embajada de España en Roma, donde se desempeñaba como agregado cultural de lujo, el embajador requirió su inmediata presencia para comunicarle una decisión del Gobierno italiano mediante la cual se le declaraba persona no grata. La sorpresa de Foxá fue de tal grado que le movió a averiguar el motivo de tal situación. Resulta que la noche anterior, durante una recepción en la embajada alemana, se hallaba Foxá en animada conversación en un corro con jerarcas fascistas y mandos militares italianos, cuando la embajadora alemana se acercó al grupo y dirigiéndose a Foxá le espetó: «Y ustedes los españoles, ¿cuándo se deciden a entrar en guerra?» A lo que éste respondió tajantemente: «Embajadora, usted con sus palabras me demuestra el valor del pueblo alemán: ¿aún se atreven con otro aliado?». Omitimos por obvio el malestar que en jerarcas y mandos produjeron estas palabras. Sin embargo, la situación fue zanjada dejando sin efecto la declaración de persona no grata, para satisfacción de Foxá.

La agudeza de su ingenio alcanzó cotas altas en el mordaz soneto dedicado a Celia Gámez, que trascribimos: «Tú, que naciste en las porteñas hampas/ y del amor conoces los oficios,/ hermosa zorra de las anchas pampas/ que enamoras marqueses pontificios./Tú, que cantas esos tangos con ojeras/ repletos de memeces argentinas,/ y hablando con duquesas tortilleras/ confundes las Meninas con mininas./ Los prognatas toreros que complicas/ por ti se tornan en babosos toros;/ vas al teatro con señoras ricas,/ y estrenas obras con cretinos coros/ escritas para ti por los maricas/ que sueñan con los culos de los moros.»

A propósito de este soneto conviene hacer una reflexión. A la mala leche le pasa como al colesterol: lo hay del bueno y del malo. Foxá, como Quevedo, sin duda el más mordaz de los escritores españoles, el producto lácteo lo había convertido, como el colesterol bueno, en remedio eficaz para hacer más placentero el tránsito por la vida.

Si pudiera terciar en el tema planteado estos días sobre los tópicos que nos acechan, pudiera recordarnos Foxá algunas de sus palabras: «…el romanticismo es el liberalismo en literatura. Es el individualismo que lleva a la anarquía.» José Antonio Navarro Gisbert

9 de junio de 2008

José Tomás: Yo estuve allí





Tuve la suerte de sentir la emoción de su quietud; de la largura y profundidad de sus naturales; de ver citar de frente, con la muleta adelantada. Arrastrar la franela por el albero sometiendo la embestida; templar; cargar la suerte; aguantar impasible la embestida; matar entregándose a la fiera; despreciando el dolor y hasta la muerte.

Como alguien ha escrito, unos lo vieron y otros no quisieron verlo. José Tomás fue el arte en estado puro; fue emoción y fue verdad. Queda ya para el recuerdo. Una emocionante y fría tarde de junio en la que la lluvia dejó paso a las lágrimas y los olés salieron desde lo más profundo de nuestras entrañas.

Cortó cuatro orejas,…..como si no hubiera cortado ninguna. Y es que resulta imposible encerrar tanta emoción en la estadística.

Gracias, Maestro.

LFU

4 de junio de 2008

“Borja”: el valor del sacrificio



Hace algún tiempo y merced a la generosidad de un buen amigo, cayó en mis manos un libro que me impactó fuertemente. Confieso que comencé su lectura por compromiso –el libro era la biografía de un tío abuelo de mi amigo- pero a medida que pasaba las páginas, éstas terminaron por atraparme e impresionarme.

“Borja” es un libro viejo, difícil de encontrar y editado en el año 1941, que narra la corta vida del joven cadete de la Academia de Caballería Francisco de Borja Arteaga y Falguera, Marqués de Estepa y octavo hijo de los Duques del Infantado, que en el verano de 1936, tras verse obligado a cruzar la frontera francesa con su madre y hermanas para ponerlas a salvo de las hordas rojas que acechaban el Castillo de Requesens, no dudó un instante cual era su deber, pues su conciencia no le permitía permanecer ajeno al destino que se estaba fraguando en España. Cruzó de nuevo la frontera hacia Navarra y, tras obtener la estrella de seis puntas de Alférez de Caballería, se alistó en el 5º Batallón de Arapiles de la 3ª Brigada de Navarra.

Borja es una biografía apasionada escrita por la hermana del protagonista, Sor Cristina Arteaga y Falguera, a la sazón superiora de las Jerónimas en España y actualmente en proceso de beatificación, cuyo mayor interés lo constituyen las cartas del cadete a su madre, de las que caben destacar dos significativas: La primera, en el mes de febrero de 1937, desde el frente de Bilbao y tras expresar su intención de pedir su traslado al Tercio, le dice

Yo considero que por mi posición, en ausencia de mis hermanos que aún no han podido ocupar su puesto y siendo hijo de mi padre, tengo el deber de dar ejemplo y de estar en el puesto de máximo peligro”

La segunda, verdaderamente emocionante y ya célebre, fue escrita la noche antes de caer fulminado por las balas del enemigo en la durísima batalla de las faldas de Peña Lemona, a las puertas de Bilbao, el 5 de junio de 1937. En la mañana de ese día, el Regimiento de Arapiles junto con el Tercio de Requetés de San Ignacio inició en vanguardia la épica batalla de Peña Lemona que culminaría con la toma y liberación de Bilbao, encontrando Borja la muerte junto con cientos de sus bravos camaradas. La carta fue encontrada en el bolsillo de la guerrera del caído, tras decirle a su Pater: No tengo remedio, estoy preparado y confesado, vaya a asistir a mis compañeros. La carta dice así:

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DIOS y ESPAÑA
Faldas de Peña Lemona, a 3 de junio de 1937


Queridísima Mamá:

Quisiera escribirte una larguísima carta, pero no puedo ni me siento capaz de hacerlo.
Esta carta es una despedida, pues creo que esta tarde Dios me llamará.
No entro en los detalles de los que ya te enterarás.
Lo único que quiero es decirte que tengas valor y que no llores por mí, pues estaré mucho mejor que en esta tierra.
Es duro el sacrificio, pero Dios y España nos lo exigen y no podemos regateárselo.
Dale un abrazo muy fuerte a Papá; dile que quisiera evitarle este nuevo disgusto, pero no puede ser.
Te abraza fuertemente tu hijo que te espera allá arriba. Adiós y Viva España.

F. Borja


Todo un ejemplo de fe y de patriotismo, que no debe caer en el olvido y ha de servir de ejemplo a una generación de españoles que desconoce por completo el verdadero valor del sacrificio. Del sacrificio de los que, en uno u otro bando, dieron su vida por España.

En el LXXI aniversario de su muerte, y sin disculpas que valgan,¡Arriba España!

LFU