8 de febrero de 2009

Málaga y Utrera Molina. Ya no queda recuerdo de tu olvido. (Cena homenaje 6 de febrero de 2009)


La noche del viernes tuvo el sabor intenso de lo irrepetible. Cerca de 600 malagueños respondieron con emocionante ilusión a la llamada de unos cuantos amigos de los de toda la vida, para demostrar a Pepe Utrera, en comunión con el poeta Manuel Alcántara y otros tantos, que Málaga no ha sucumbido a las garras del odio, del rencor y de la ingratitud. Fue el reencuentro de un hombre con la tierra que le vio nacer, que fue testigo de su trayectoria política de servicio a España y de sus desvelos por aquellos que no podían congraciarse con su patria porque carecían de pan y de justicia. El cálido abrazo de un paisaje que fue el de su primer amor y el de su primer dolor.

Fue una noche inolvidable que se encargó de borrar de un plumazo décadas de amargura en las que sólo el cariño de los que nada tenían que agradecer se encargaba de llenar el vacío de un olvido mecido en el viento de la indiferencia. Una noche en la que los que llevamos con orgullo su apellido sentimos de nuevo palpitar el corazón al ritmo de las olas que rompen "en el pecho del viejo acantilado".




Fue un derroche de amor, de lealtades y de lágrimas. Lágrimas de emoción y de alegría por un reencuentro durante tanto tiempo esperado. Y no fue una noche de reproches. Para nadie. A los que quisieron herirle nada les habría gustado más que recibir otro tanto en estériles improperios. Pero su odio sólo ha generado un torrente de cariño arrebatado que se desbordó en una noche mágica, que quedará para siempre en lo mejor nuestro recuerdo.



No quisiera citar a nadie porque sería injusto olvidar a otros. Mis hermanos y yo tenemos desde el viernes una deuda eterna de gratitud con la tierra de nuestros padres, con una Málaga que ayer dejó de ser madrastra para convertirse en una madre amparadora y agradecida. Pero para madres, la mía, que como malagueña ha sufrido más que nadie las espinas de su tierra y que ha vuelto a sentir de nuevo la alegría de sentirse otra vez acorde con su propia sangre.



Nada más. Sólo me queda recoger aquí, para los que no tuvieron la fortuna de estar allí, las palabras de agradecimiento (al menos las que preparó, para servir de base a su discurso) de nuestro padre, y anunciar que espero poder colgar también en breve la película de una noche tan especial.

Un abrazo y mi eterna gratitud para quienes hicieron posible una noche para el recuerdo.


LFU


Intervención de José Utrera Molina

Para dar vida a la vida, Dios ha creado la palabra. Y la palabra es siempre el sostén y la sangre del recuerdo. La palabra se corta en el fuego, se construye en el aire y se edifica en el cristal. Es todo y es nada, pero la palabra hoy a mí, me ha ofrecido el regreso a mi antigua alegría, que empieza concretamente a borrar con fuerza los restos de las penas antiguas.

Las palabras, unas veces te estallan en el corazón de la melancolía y te ayudan a vivir entre otras cosas el trozo lejano y tembloroso de la niñez; otras veces, son el único refugio del sentimiento, cuando la dictadura del silencio termina y en ocasiones constituyen la modesta acción humana que hace marchar las ruedas de nuestra propia historia e impulsar las rutas del camino y pienso que sin ellas no podría liberar mi conciencia que aún se vería atrapada por la pereza, por el vacío o por la nada.

Debo confesar que hablar esta noche supone para mí un penoso sacrificio. Creo recordar que afirmé con motivo de la presentación de la reedición de mi último libro, que yo soy ya un octogenario superviviente con canas y arrugas que comprende que la vejez tiene connotaciones poco gratas o tal vez demasiado tristes que exigen contra nuestra voluntad poner lágrimas donde ayer sólo había palabras, situar temblores donde en el pasado sólo existía la firmeza, cantar la nostalgia desalojando de las estancias del ayer cualquier nube oscura y a veces, sin pretenderlo en modo alguno, certificar la penosa derrota de la esperanza. En definitiva, me acomete sin embargo el temor de que la emoción acabe por ahogar mis palabras y me haga naufragar en el silencio.

No obstante, creo que tengo la obligación de aceptar este riesgo y que comprendo que la palabra, esta especie de aire estremecido, es el único medio adecuado de expresar mi gratitud.

Recuerdo ahora también lo que un filósofo francés escribió en cierta ocasión. Manifestó que había padecido desde edad muy temprana la odiosa esclavitud del agradecimiento.

Yo afirmo por supuesto a una abismal distancia de aquél genio literario lo contrario, es decir, que yo considero la gratitud como la gracia de una intimidad satisfecha, como la refrescante oxigenación de la memoria y el orgullo consolador de un sentimiento. En definitiva, un aire de paz tranquilizante en cuyo seno llegan a desvanecerse los dolores viejos, las amarguras antiguas, los recuerdos ingratos quitándole el lugar a la tentación de la venganza y de la ira.

Y he de empezar por mostrar mi reconocimiento a todos los que habéis acudido a esta cena de hermandad, celebrada en torno a un escrito profundo, definitivo y conmovedor que Manolo Alcántara, -mi gran amigo y mejor poeta- me ha dedicado recientemente con escandalosa y valiente generosidad. Le dije, cuando conocí el contenido de su artículo mágico, sonoro y doliente, que por primera vez me faltaban palabras para demostrarle todo lo que sentía – y era cierto - porque en el extenso diccionario de nuestra Lengua, no llegaba a encontrar aunque mi empeño era muy fuerte, frases y acentos que pudieran mostrar de forma inequívoca cual era la verdadera temperatura de mi sentimiento y el misterioso volumen de todo lo que en su presencia se estremecía en mi interior.

Gratitud a Julián Sesmero, a quien conozco y admiro desde hace muchos años, sobre todo en aquella época en que yo creía en el mar, en las rosas, en la rectitud de los caminos y cuando mi corazón tenía tantos sueños que me parecía imposible que salieran venciendo tantos párpados cerrados y aún no me cercaba la huella miserable de los días ennegrecidos por la maldad entre otras cosas, porque la aurora tenía demasiada claridad y su luz lo abarcaba todo.

Gratitud a tantos amigos y camaradas cuya enumeración haría interminable este acto, pero cuyo recuerdo aún saltan en mi memoria a veces a cada instante, rompiendo mi soledad, con la seguridad de que su aliento con su recuerdo encendido, habrán de acompañarme hasta el último día de mi vida.

Y por último, he de manifestar que la intención de mis palabras que sólo son ya un encuentro con mi sombra, no contienen acusación alguna, no son la expresión de argumentos defensivos, ni tan siquiera el producto de una queja, ni tampoco la señal de un justo rencor y ni mucho menos la expresión tardía liberadora de un oscuro resentimiento o la huella de una agravio contenido -son en primer término, la afirmación de mi identidad-. Soy el que fui y espero que Dios me ayude a no cambiar en el corto espacio que le resta a mi vida. Mi credo es muy sencillo y no me avergüenzo de haberlo ejercido, creo como ayer que la Patria es un destino, que la Nación es una forma de integración histórica y que la política no puede ser jamás objeto de tráfico o juego de mercadería y mucho menos, de oportunismo disfrazado de sonriente y falsa bondad. En definitiva, siempre he pensado que la desgracia de los decadentes es la pérdida de la fe en su propio pasado.

Hubo un tiempo, en que la provincia de Málaga creyó oportuno y generosamente que yo era acreedor de ser hijo predilecto suyo. Las palabras que resonaron aquél día en el Teatro Cervantes pronunciadas por el Presidente de la Diputación, estaban llenas de un afecto exagerado, posiblemente de una gratitud excesiva o de una ponderación de méritos sin apoyos suficientes o lo que es peor, eran el producto de una lisonja acomodaticia. Hoy aquellas palabras, constituyen sin duda el recuerdo de una claridad abandonada. Declaro por tanto que mis palabras -las mías-, no van a descalificar a nadie, puesto que más bien tendría que agradecer que el despojo de que he sido objeto ha producido milagrosamente un efecto contrario.

Las voces que yo creía muertas, han resucitado; las amistades que yo creía perdidas han recobrado una nueva fuerza; las miradas que yo estimaba eran ya indiferentes, han cobrado un fulgor extraño, animado y vibrante; las luces que yo creía apagadas, arden todavía aquí, y Málaga, que estaba alejada del espacio de mis más elevados sentimientos, retorna y su imagen vuelve a mí con sus plazas, sus rincones y sus calles como agarrándose a mi garganta, haciendo imposible incluso, que pueda decir todo lo que ahora siento e impidiendo por tanto, que me estalle el peso del alma en la sangre.

Y es que están aquí en Málaga y sería un grave pecado olvidarlo, las cenizas de mis padres, de mis hermanos, de mis amigos más entrañables y hoy siento que todos ellos me gritan desde sus tumbas y que parecen que se asoman a una balconada irreal y misteriosa, que me reconocen y que me miran y que me ofrecen desde el más allá sus manos invisibles y cordiales con las que me abrazaron tantas veces poniendo en vilo mi emoción y mi entereza. Siento pues, que tantos muertos no han desaparecido del todo y que el mar que en alguna ocasión yo creía que había perdido su color, de verlo y sentirlo tan lejano y oscuro, se vuelve hoy azul y transparente, cuando el viento en la copa de los pinos hace oír de nuevo el ruido de las olas. El aroma del aire que yo creí desvanecido, invade mi alma y llena de gozo todo mi ser completando y resumiendo el perfil de toda una vida. Los montes, que cercan el espacio del acontecer de esta tierra y que yo en mi infancia, recorrí tantas veces, se alzan sobre sus sombras, mientras que sus viejas piedras me saludan reconociéndome otra vez y llamándome familiarmente por mi nombre.

Creo pues, que amo profundamente a mis raíces y a mi tierra, con las que hoy me reconcilio. Confesar un amor, es siempre una ventura del alma porque a veces el hombre cree que ama y luego advierte entristecido, que sólo se quedó en la promesa de hacerlo. Yo aquí, ante vosotros, proclamo mi amor por Málaga, que ayer tal vez fuese maltratado y hoy lo hago en viva comunión con mi mujer, junto a ella, que siempre supo hacer el milagro de convertir mi desesperación en esperanza, mis muchas sombras en luces iluminadoras, mi paso cansado por la edad, por la fatiga y por el desengaño, por un vigor nuevo. Ella ha contribuido a que yo pudiera subir los caminos empinados de lo imposible, sin mirar hacia atrás, sin apoyarme en bastón alguno recogiendo el eco de las voces que parecían perdidas en el mañana.

En esta noche malagueña que sin duda marca un hito en la azarosa historia de mi vida, próximo ya a conocer otras fronteras y menos años, os doy las gracias a todos, singularmente a mis hijos, a mis nietos como no podía ser de otro modo y singularmente a mi yerno Alberto que me ha ofrecido con generosidad su abrazo, su entendimiento y su paz y como en tantas ocasiones se ha mostrado como un admirable ejemplo de caballerosidad y de dignidad inigualable y esto lo ha hecho aquí, junto a mí, en Málaga, en la Málaga que pobláis todos vosotros y que se alza esta noche ante mis ojos como fuente de su viento, como encendida realidad de mis sueños recobrados y que representa una cuerda mágicamente anudada entre el amor de ayer y la dicha de hoy y que resuena fuertemente en mi corazón junto al eco de las viejas campanas, cuyo sonido no se ha extinguido aún, aquellas que yo personalmente hice sonar con mis manos en la antigua iglesia de la Victoria, mi vieja parroquia, en los días limpios y lejanos de mi infancia primera.

15 comentarios:

  1. Precioso el discurso. Enhorabuena por tan merecido homenaje.

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  2. Despues de haber leido el discurso, todavia me da mas pena por no haber estado allí. Si se conociese en general su ejemplar actuacion con todos en el entorno familiar despues de su jubilación, y la forma en que asume el sufrimiento por la incompetencia de los que nos gobiernan se quedaría pequeña la Plaza de Toros de Malaga para rendirle otro homenaje.
    Alejandro.

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  3. Dejando aparte el fondo, subrayo la forma literaria del discurso.
    Me alegro por este merecido homenaje. Saludos.

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  4. Gracias Alejandro, y graias Enrique. Por cierto, Enrique, espero que recibieses mi correo del jueves

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  5. Sí,Luis Felipe, y te acusé recibo. ¿no lo has recibido? Lo revisaré, a ver si ha habido algún fallo.

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  6. Gracias tocayo por compartir el hermoso discurso de tu padre. Me ha emocionado y lo he leido a mis hijos algunos parrafos.
    Ha merecido la pena leerlo y pensarlo
    Gracias.
    Abu

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  7. Mi más sincera enhorabuena por el homenaje recibido por tu padre el viernes pasado, que sin duda se lo merece.

    Quien le conozca no puede negar su coherencia, honradez y generosidad. Valores que por cierto no sólo ha compartido con Málaga, sino que ha transmitido a quienes le han querido escuchar y cómo no a su familia(especialmente a ti LF).

    Un fuerte abrazo.

    Nacho.

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  8. Asolutamente vibrante el discurso de D.José. El párrafo dedicado a sus muertos es impresionante. Un abrazo J. M.-M.

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  9. Un homenaje que hace justicia y un bellísimo discurso. Gracias por compartirlo.

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  10. Ha sido muy bonito, ya me gustaría a mí algún día ser como él. José Mi

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  11. En estos tiempos miserables de deserciones y silencios canallas es admirable ver la lealtad de un hombre.
    Gracias, Don José, por su fidelidad y su ejemplo. Que Dios se lo recompense. Viva Cristo Rey Arriba España

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  12. Don José era de estos hombres que marcan épocas. Y lo hacen viviendo no con palabras, sino con los hechos.

    Hombres así son los que necesita España. ¡Guardad fiel memoria de Don José y procurad que su trabajo y su legado no se pierdan!

    Saludos

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  13. Un abrazo a ti y a tu padre.
    Alberto Pertejo-Barrena

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  14. Merecidísimo homenaje al Excmo Sr. D. José Utrera Molina, símbolo y esencia de lealtades profundas y conmovedoras. Un fortísimo abazo, Avelino García Echevarría

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  15. Un discurso para recordar. Gracias, una vez más, por mantener vivo nuestro compromiso ante la vida. Te suplico que no desfallezcas en el empeño. Un fuerte abrazo

    CURRI

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