19 de mayo de 2009

Sevilla, otra vez

Como cada primavera, he regresado a Sevilla. El azahar ha cedido el protagonismo a la jacarandá, que yo sigo pronunciando sin acento. Sevilla no está limpia, ni cuidada y hay demasiado edificio apuntalado. Pero entiendo que lo primero es lo primero y en lo que estamos es en el cambio de nombre de las calles, que es lo que más preocupa al vulgo.

Es un lujo pasear por una avenida sin coches y en silencio, aunque un lujo peligroso, pues el tranvía -¿qué nombre le habrán puesto en Sevilla a tan costoso e inútil proyecto?- y las bicicletas se han apoderado del espacio y hay que andar con mil ojos para no sufrir un percance.

A pesar de todo, Sevilla sigue estando donde tiene que estar y –los años no perdonan- cada vez me emociono más al volver a la tierra cuya luz iluminó mis ojos el primer día. Allí, entre la Giralda y la Torre del Oro -que eso es un “skyline” y lo demás son tonterías-, tiene un precioso enclave mi querido hermano mayor, donde tienen hospedaje su nobleza y su enorme generosidad, y cuya terraza de albero está presidida por este limpio y precioso soneto, que nos dice mucho sobre nuestra sangre.

Hace días, escribía un amigo sobre la importancia del arraigo, de las raíces. Pongo mi empeño en que mis hijas se sientan pronto ramas de un tronco viejo pero erguido, orgullosas –como decía el poeta- de la fuente de su claro nacimiento. Y parte de mi vida y de mis raíces -y de las suyas- está para siempre en Sevilla. Empecé con poesía y termino tembién con ella, esta vez en las medidas palabras de Miguel D’Ors:

ANTEPASADOS

Pudieron ser herreros, mercaderes, pastores, sastres...

Memoria abajo fueron desvaneciéndose
y yo nada sé de ellos, como el brote más alto
del roble nada sabe de sus viejas raíces.

Pero por ellos vino hasta mí la vida
ésta sangre --callado y largo río
que ante los pies de Dios tuvo su nacimiento
y en mi pecho se queda remansado--
y a veces, en el aula,
me sorprendo en las manos un gesto de alfarero /
o miro al horizonte con ojos de marino
o camino con pasos de leñador.
Entonces
me reconozco de ellos.


LFU

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