28 de mayo de 2015

Indignidad y derrota. Por Fco. José Soler

A continuación, me hago eco, con su autorización, de la magnífica reflexión de Francisco José Soler en Infocatólica, que hago mía sin ningún tipo de matices. Tras darle muchas vueltas al resultado de las elecciones del domingo, con esto queda dicho todo. El que tenga oídos para oír que oiga.

Nunca, en la historia de la democracia española, había comenzado un gobierno con tanto respaldo en el parlamento, en las comunidades autónomas y en los ayuntamientos como lo tuvo el gobierno de Mariano Rajoy al iniciar su andadura tras las elecciones de noviembre de 2011.
Ciertamente, ese respaldo era necesario, puesto que el nuevo ejecutivo se hallaba ante una tarea ingente: la de recuperar el equilibrio y la sensatez en todos los asuntos desequilibrados insensatamente por el gobierno de Rodríguez Zapatero.
Entre ellos se encontraba, sin duda, como uno de los asuntos prioritarios, la economía. Pero no era la economía lo único sacado de quicio por las ocurrencias y los delirios de ingeniería social del anterior presidente. En el legado de éste se encontraba también una ley que convierte en derecho la muerte de seres humanos en sus primeras semanas de vida. Una ley que, con toda razón, había sido recurrida por el Partido Popular ante el Tribunal Constitucional (… por cierto, ¿existe el Tribunal Constitucional?...) En el legado de Zapatero se encontraba también una ley que priva a los niños de su derecho a tener un padre y una madre. Y también esta había sido recurrida, con toda razón, por el Partido Popular ante el Tribunal Constitucional (… por cierto, ¿existe el Tribunal Constitucional?...). Y otra ley que decide por vía parlamentaria quiénes fueron los buenos y los malos en nuestra contienda civil. Y obliga a todos a aceptar ese decreto de damnatio memoriae, sin el menor respeto a la libertad de pensamiento de cada uno.
El ejecutivo de Mariano Rajoy tenía ante sí, qué duda cabe, una importante y difícil misión: Por una parte, estabilizar y reconducir la economía, y por otra parte recuperar los derechos y libertades perdidas como consecuencia del talante despótico del anterior presidente de gobierno. Ésta era su doble misión, y este era también el compromiso que los populares habían adquirido con sus votantes al recurrir las leyes zapateristas más inicuas ante el (¿inexistente?) Tribunal Constitucional.
Sin embargo, dar marcha atrás en el experimento de ingeniería social de Rodríguez Zapatero conllevaba un riesgo. Pues ello significaba oponerse a la máxima, aceptada en nuestro país como un dogma de fe, de que es la izquierda la que dictamina el bien y el mal, lo justo y lo injusto, lo políticamente correcto y lo incorrecto. Significaba, por tanto, hacer frente a la izquierda en una batalla cultural, una batalla de argumentos sobre los derechos de los más débiles: el derecho a la vida, los derechos de los niños. Y también sobre el derecho de todos a la libertad de pensamiento.
Esa batalla se podía ganar, o se podía perder, y con ella el gobierno. Pero había también una tercera posibilidad: La de olvidarse de todo esto, y no arriesgar el poder por cuestiones de tan poca monta. A fin de cuentas, lo importante es la economía, y no unas abstrusas e intrincadas cuestiones morales y teóricas, que no interesan ni a veinticinco. Esta tercera alternativa tenía un nombre: indignidad.
De manera que el gobierno más respaldado en la historia de la democracia española, debía decidirse. Sus miembros y su presidente, Mariano Rajoy, debían decidir qué harían con la confortable mayoría en las dos cámaras del parlamento, en los parlamentos regionales y en los ayuntamientos de las ciudades más importantes. Hacia qué la encaminarían.
Y las alternativas eran, en el fondo, estas dos: Tenían que escoger entre la indignidad y una batalla cultural con posibilidad de derrota. Escogieron la indignidad, y con ellos queda. Y ahora van a tener también la derrota.

Francisco José Soler
Doctor en filosofía de la física por la Universidad de Bremen

26 de mayo de 2015

"Coptos. Viaje al encuentro de los mártires coptos."

Autor: Fernando de Haro
Encuadernación: Tapa blanda
Editorial: ENCUENTRO
ISBN: 9788490550878

Un documental, dirigido y producido por el periodista Fernando de Haro, sobre los coptos, la comunidad cristiana más numerosa presente en Egipto, parece el detonante para escribir este libro. Walking next to the Wall, es el título del documental que ha contado con el patrocinio y la asistencia de la Fundación Ignacio de Larramendi y el Instituto de Estudios Históricos de la Universidad San Pablo CEU y que ha permitido profundizar en la situación de los cristianos perseguidos con un segundo documental, esta vez relativo a los cristianos sirios.

El libro que comentamos discurre a caballo entre el libro de viajes, el reportaje largo y una crónica introspectiva. El tono personal, sobrio y descriptivo que Fernando de Haro utiliza resulta un recurso eficaz para acercarnos a la realidad de estos cristianos insertos en un país milenario. En definitiva, se ofrece no sólo un atinado reflejo de los coptos como minoría en la compleja sociedad egipcia sino un curso acelerado de historia política y social del Egipto contemporáneo. Ampliando algo más el foco, también el libro aborda cómo la modernidad tecnológica y digital de nuestro presente influye sobre cualquier realidad que existe, moldeamiento del que no se libra ni la sociedad egipcia, ni esta minoría cristiana. Sin duda, la obra es una buena fuente para comenzar a conocer a los coptos, para ser consciente de su tenso y esforzado existir en la sociedad egipcia y reconocer y admirar los elementos de su identidad, irreductible al Islam, pero perfectamente compatible con la identidad nacional egipcia.

Quizás lo más interesante de la lectura de estas páginas es la subrepticia y natural invitación a meditar sobre la dificultad de mantener y vivir una identidad distinta y ajena –la cristiana– a la que la mayoría profesa en un cuerpo social. El ejemplo de fidelidad hasta el martirio que los coptos ofrecen supone un acicate para la vivencia de nuestro cristianismo en nuestra sociedad secularizada. ¿Estamos dispuestos a reconocernos cristianos del modo que estos hermanos lo hacen? ¿Aceptamos las consecuencias para nuestra vida que la confesión de cristianismo supone?


César Utrera-Molina Gómez

19 de mayo de 2015

No me resigno

No señor, no me resigno.

No me resigno a seguir apoyando el mal, aunque sea menor.

No me resigno a contemplar impávido cómo quienes han incumplido una tras otra la mayor parte de las promesas por las que deposité mi voto hace cuatro años me abofeteen públicamente diciendo que tiramos el voto si no les volvemos a apoyar. La mentira y el miedo son instrumentos del mal, no del bien.

No me resigno a votar a ningún partido para el que lo más sensato es negar el derecho a la vida a los niños en el vientre de su madre. No me resigno a votar a quienes consienten que los niños con Síndrome de Down  puedan ser eliminados impunemente. A quienes públicamente afirman que en su partido no cabe nadie que diga “no” al aborto. Y mucho menos a quienes presionan, sancionan y someten a escarnio vergonzante a sus propios diputados por defender una postura con la que dicho partido acudió a las elecciones.

No me resigno a apoyar a quienes han aceptado la pretendida e inexistente superioridad moral de la izquierda y han hecho suya la versión sectaria de la historia, de la familia y de la vida que la izquierda ha decidido imponer.

No me resigno a taparme la nariz para dar mi voto a quienes no han sabido defender la unidad de España haciendo pública dejación de sus obligaciones como gobernantes.

Sé que muchos lo harán por motivos crematísticos. Pero no me resigno a darle la razón a Carlos Marx en su interpretación marxista de la historia.  

Es posible que me quede solo, pero más solo estuvo San Pedro cuando llegó a la Roma de las orgías, de los prostíbulos y los templos paganos. No se resignó a pactar con el mal aunque fuera menor.  Fue crucificado, pero hoy en Roma repican las campanas de las más de 900 iglesias erigidas en los últimos dos mil años.


Por primera vez en muchos años, no me remorderá la conciencia este domingo. Ya no me resigno. 

LFU

18 de mayo de 2015

"La aventura de vivir". Alfonso de Zunzunegui

Título: Alfonso de Zunzunegui. La aventura de vivir.
Autor: Iñigo Ybarra Mencos.
Editorial: de buena tinta.
Año 2013.

En un tiempo tan cambiante como el que vivimos no es fácil encontrar ejemplos rotundos e indiscutibles que iluminen los caminos de la vida.  

“La aventura de vivir” es un acercamiento ameno, cercano, quizás demasiado breve, a la vida de este español notable, monárquico convencido y católico sin fisuras: Don Alfonso de Zunzunegui Redonet. Subrayo el don, pues se me hace difícil encontrar a alguien con una hidalguía tan bien ganada, acreedora de los más altos títulos, como la de Don Alfonso.

El centenar largo de páginas que tiene el volumen nos acerca a un tiempo y a un lugar, la España que hubo que reconstruir y en la que todo estaba por hacer y levanta acta, sobre todo, de la peripecia vital un hombre. Un hombre en cuyas venas latía el mejor espíritu emprendedor de la tierra vasca de sus ancestros, que impulsado por una mente lúcida y un corazón arrojado y generoso, supo desde muy joven aceptar el riesgo de dirigir, crear y gestionar con éxito empresas, liderar con responsabilidad hombres y formar una familia superlativa, de la que quien esto escribe se precia en conocer y admirar.

Sirvan estas modestas palabras de homenaje a un representante aventajado de la generación de los que fueron niños en nuestra guerra civil, que sin duda, fue un ejemplo indiscutible de empresario, módelico Pater Familias y un monárquico leal y comprometido al servicio de España cuando serlo y demostrarlo no daba ventajas. Todo lo anterior, parte de una clave esencial que completa el retrato del biografiado: su fe cristiana, probada en la adversidad y vivida en cada escenario de su vida explica la solidez de su trayectoria, la seriedad de sus compromisos sociales y políticos y, sobre todo, la alegría inconfundible que regalaba a quien tuvo la fortuna de tratarlo o conocerlo.


César Utrera-Molina Gómez.
Mayo 2015.

2 de mayo de 2015

Réquiem por una sonrisa.

Como suele decir mi padre, hay personas que se mueren y otras que se nos mueren. Anoche, con la misma rapidez con la que tantas veces levantó al toque de campana el varal de su Virgen de la Esperanza,  subió al cielo mi primo Laure.

Sin aspavientos, sin dolor, sin anuncios ni despedidas, pero con la sonrisa bondadosa que siempre le acompañaba.

En este mundo descreído del que acaba de volar Laure, pocos comprenden que en la suprema jerarquía de los valores de un hombre no está su sabiduría,  sus títulos,  su fama o su dinero, sino su bondad, el tamaño de su corazón. 

Es difícil hablar de Laure sin pensar en su sonrisa y en las que con tanto arte arrancaba a los demás. Dicen que el mal entra en las personas a través de la tristeza, del desánimo. Con Laure lo tenia difícil, pues aún en la adversidad sabia levantar los corazones más abatidos con una sonrisa. 

Es tanto lo que ha dado a su madre, a sus hermanos, a Maru y a sus hijos, y a todos los que le hemos conocido, que le sobraban avales para entrar por la puerta grande del cielo.

Dicen que el corazón que no se da, que no se ofrece, que no sufre, no se deteriora. El de Laure se ha roto de tanto usarlo. Por eso, cuando pase el inmenso dolor de la separación, quedará siempre el recuerdo de su sonrisa, y el agradecimiento por el privilegio de haber disfrutado del tamaño enorme de su corazón.  

 Hasta siempre, querido primo. Recibe por fin la sonrisa maternal de tu Virgen de la Esperanza a la que tantas veces llevaste y que hoy te abre con amor las puertas del cielo. 


 Luis Felipe Utrera-Molina