"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

25 de enero de 2008

Recortes (I). La Vegetación del Páramo

Mi nada despreciable colección de recortes de prensa me permite salvar la falta de tiempo para cumplir mi propósito de escribir al menos, dos entradas semanales. En esta ocasión, he escogido dos magníficos artículos de Julián Marías, por cierto, nada sospechoso de tener apego alguno al régimen anterior.

El primero "¿Por qué mienten?" publicado en ABC el 16 de enero de 1997 es tan sólo un recordatorio del segundo "La Vegetación del Páramo" publicado en "La Vanguardia Española" (actualmente "La Vanguardia" a secas) el 19 de noviembre de 1976, cuando ya apuntaban maneras los muñidores de la falsificación de la historia, pretendiendo borrar de la memoria de los españoles unos años de gran fecundidad en el mundo cultural.

LFU

¿POR QUÉ MIENTEN?

Reconozco que tengo una aguda sensibilidad para la mentira. La verdad me importa hasta tal grado, que la mentira me deprime y entristece. Por desgracia, su frecuencia es inquietante, y en personas individuales o grupos ha adquirido un carácter que se podría llamar "profesional": se puede contar con la mentira con la seguridad de que no falte.

La historia es objeto preferente de esa operación, lo que resulta fatigoso y encierra quizá los peligros más graves que nos amenazan. Todo lo que se haga para establecer –o restablecer– la verdad histórica me parece tan precioso como necesario. Pero, aunque existen, se cuentan con los dedos los que se entregan a fondo a esa urgente tarea.

La voluntad de mentir se concentra especialmente en la presentación del pasado cercano y del presente, sobre todo en sus dimensiones intelectuales, culturales en general. Casi todo el mundo considera necesario decir que España, durante cerca de medio siglo –o más– ha sido un desierto, y se ha acuñado la expresión "páramo cultural".

Hace veinte años escribí un largo artículo titulado "La vegetación del páramo" (recogido luego en mi libro "La devolución de España", 1977). En él consideraba la actividad cultural en España entre 1941, fecha en que se reanudó tras la guerra Civil, y 1955, en que murió Ortega. Era un recuento fragmentario, sin rebuscas ni propósito exhaustivo, de lo que se había hecho, en medio de grandes dificultades, en esos quince años. Resultaba una larguísima lista, impresionante, de "libros libres", fruto de vocaciones admirables; se veía la continuidad, no interrumpida, de los autores existentes antes del feroz corte de la guerra, y la aparición de promociones nuevas, de sorprendente fecundidad, y en la mayoría de los casos, capaces de innovación e independencia. La vegetación del páramo, concluía yo, es bastante frondosa.

Baroja decía con humor que los españoles discuten sobre cuestiones de hecho. Muchos hacen ahora algo mejor: ni siquiera discuten, sino que hacen caso omiso de los hechos. Al cabo de tantos años, casi nadie ha leído el artículo, ni siquiera en el libro, agotado hace mucho tiempo. Y el hecho es que, con raras excepciones, cada vez que se habla de lo que ha sido la realidad cultural de España después de la guerra civil, se acumulan las mentiras más evidentes, más contrarias a la irrefragable realidad.

Lo más curioso es que a veces las cometen los que dieron frondosidad a la vegetación del páramo, los que con su propia obra desmienten lo que dicen. Hay gran número de autores que surgieron precisamente en aquel tiempo, que florecieron y alcanzaron fama, que contribuyeron a que, a pesar de tantos pesares, España fuese habitable, esperanzadora, interesante, en muy alta proporción creadora.
¿Por qué lo hacen? Tengo una irrefrenable propensión a intentar entender. Hay que distinguir de edades o generaciones. Los jóvenes –y en esta categoría, para estos efectos, son los que no han llegado a los cincuenta años– mienten, diríamos, en nombre de otros. Su motivo principal es la ignorancia: no saben nada, aceptan pasivamente lo que les han dicho y lo repiten como cosa propia.
Hay un curioso grupo, formado por los que empezaron a actuar hacia 1956 –fecha muy significativa–. Tuvieron, ya desde entonces, la voluntad de dar por nulo todo lo que se había hecho antes –es decir, todo lo que se enumeraba en el artículo de que hablo–, para dar la impresión de que con ellos, y sólo con ellos, se iniciaba una resistencia a las presiones oficiales y un intento de independencia.

Finalmente, los decididamente mayores, los que vivieron y escribieron en ese ya lejano periodo, con frecuencia se pliegan a las presiones dominantes, temen ser acusados de complacencia con ellas si afirman y valoran lo que muchos hicieron precisamente para no aceptarlas, pagando por ello el precio necesario. Algunos tuvieron en efecto esa complacencia para buscar una vida más fácil, lo que al fin y al cabo es humano; otros no. Todos contribuyeron a que no se rompiera la continuidad de una cultura que data ya de un siglo largo –y me refiero a la que es "actual", no a la dilatadísima que constituye el patrimonio milenario de todos los que hablan español a ambos lados del Atlántico–.

En España, desde hace veinte años, han sucedido muchas cosas, buenas y malas, con evidente predominio de las buenas. Sobre todo, el incremento de la libertad, cuyos retrocesos no han sido tan profundos que hayan impedido su posible recuperación. Lo que sigue faltando, y me preocupa extraordinariamente, es el triunfo de la veracidad. La verdad fue, como en todas las guerras, la primera víctima en 1936. Una crisis previa de la veracidad fue la causa últimamente decisiva de la discordia que llevó a la guerra civil; se buscan las causas de su origen, y rarísima vez se piensa en esta.

La verdad fue evitada, perseguida durante los decenios siguientes, por el partidismo, la obsesiva politización de los que mantenían su versión interesada de las cosas y los que aspiraban a sustituirla por otra opuesta pero igualmente tendenciosa y deformadora.

Esto es comprensible, pero ¿lo es la perduración de tales actitudes cuando se ha cancelado lo que de siniestro ha tenido una larga época, cuando se puede decir la verdad? Es gravísimo que no se haga, que no se quiera usar la libertad para lo que debe ser su finalidad primaria.

No se abrirá de verdad el horizonte de España mientras no haya una decisión de establecer el imperio de la veracidad, la exclusión de la mentira. Esto, claro es, en todos los órdenes; me estoy refiriendo particularmente a la vida intelectual, porque es lo que conozco mejor y porque es algo "notorio", controlable, que consta y en buena media queda.

Creo que mentir descalifica al que lo hace, y debe tener la consecuencia inmediata de su desprestigio. Cuando alguien lo hace, los que lo saben deben tomar nota y obrar en consecuencia. Hay que tener en claro a quién se puede estimar, en quién se puede confiar. No es infrecuente el caso de quienes, en cierto momento de su vida, han cedido a las tentaciones dominantes y han renunciado a decir la verdad; ese día han perdido su condición de intelectuales y se han convertido en "militantes" de lo que sea. La proporción es variable según las edades y las regiones españolas, pero el peligro es muy amplio.

Con diversos pretextos, hay gentes dedicadas a lo que llamo la "calumnia de España". Ningún pretexto me parece aceptable para ello; no sólo en nombre de España, sino, todavía antes, en nombre de la verdad.

Julián Marías



LA VEGETACIÓN DEL PÁRAMO

«Se trata –no hay que decirlo- del famoso “páramo cultural” español de los últimos decenios. La imagen ha sido moneda corriente desde poco después de la guerra civil. Primero circuló fuera de España; se suponía que en ella no quedaban más que “curas y militares”, y ni rastro de vida intelectual, refugiada en la emigración. La propaganda oficial, mientras tanto, afirmaba que se había eliminado –hacia el cementerio, la emigración, la prisión o el silencio- la escoria “demoliberal”, y se había restablecido el esplendor “imperial” de España, ejemplificado en nombres de los que hace mucho tiempo nadie se acuerda, y que no es piadoso recordar.

Hace mucho tiempo que quedaron atrás, desmentidas por los hechos, las dos versiones, si se quiere, las dos caras de la moneda falsa, de curso “legal” cada una de ellas en campos acotados y para propósitos muy definidos. Sin embargo, ahora reverdece la primera, destinada primariamente al consumo de los jóvenes nacidos a la vida histórica hace poco tiempo, un decenio o dos a lo sumo, que tienen más presente la imagen de los últimos años y confunden los tiempos que no han vivido.

¿Cómo es posible que pueda usarse –y prosperar- la imagen del “páramo”? Los jóvenes tienen ante los ojos, sobre todo, las instituciones en las cuales estudian, a las cuales tienen acceso; y se podría hablar, en efecto, de un páramo institucional desde que la guerra arrasó las Universidades, el Centro de Estudios Históricos, la Institución Libre de Enseñanza, la Residencia de Estudiantes y la de Señoritas, y en muy buena medida las Academias. Se les ha dicho además, incansablemente, que no han tenido maestros -lo cual ha contribuido tanto a que no los tengan aunque los haya, a que renuncien a ellos y no los hagan suyos-. Se ha tratado de inculcar en sus mentes la idea de que sólo en los últimos años –a lo sumo desde 1956- ha habido intentos de resistencia a la falta de libertad, de afirmación de las opiniones discrepantes, de ejercicio de la inteligencia. Es decir, hasta que han empezado a hacer algo los interesados en difundir esa imagen. Todo lo anterior –y, en definitiva, todo durante cuarenta años- ha sido el páramo intelectual de España.

La verdad ha sido muy distinta. En La España real he escrito: “La libertad empezó a germinar y brotar, como brota la hierba en los tejados y en las junturas de las losas de piedra. Sería apasionante y conmovedor una historia fina y veraz del tímido, vacilante, inseguro renacimiento de la libertad en España”. No puedo hacerlo aquí –lo he hecho parcialmente, en otros lugares, desde hace un cuarto de siglo, por ejemplo en El intelectual y su mundo, 1956, publicado en Buenos Aires, prohibido muchos años en España: en Los Españoles; en El oficio del pensamiento; en Innovación y arcaísmo-; voy a limitarme a recordar algunos hechos, algunos datos, todos ellos anteriores a la muerte de Ortega a fines de 1955, es decir, en el apogeo del supuesto “páramo”.

La guerra civil –en ambas zonas- significó la ruptura de la continuidad, la casi total extinción de la vida intelectual, el dominio de la propaganda, la persecución de la verdad, el triunfo del partidismo. Sin embargo, en la zona republicana, en Valencia y luego en Barcelona, se publicó la revista mensual Hora de España, que mantuvo un decoro intelectual y literario, sorprendente en medio de una feroz discordia civil. La noble pluma de Antonio Machado honraba todos los números de la revista, y a su sombra colaboramos muchos que no hemos tenido nunca que avergonzarnos ni arrepentirnos de lo que allí escribimos. No sé si en la otra zona hubo algo comparable –no ha llegado a mí la noticia-, pero hay que hacer constar que, terminada la guerra, desde 1940 y durante los dos años de dirección de Dionisio Ridruejo y Pedro Laín Entralgo, Escorial significó un esfuerzo de reanudación de la convivencia intelectual y de los derechos de su ejercicio. Y, en forma ya más independiente, no se olvide lo que fue Leonardo en Barcelona, y desde 1946 Ínsula en Madrid (puede repasarse el índice de esta revista que hace unos veinte años compuso Consuelo Berges, y que no puedo ver sin admiración y una nostálgica melancolía).

Tres son los elementos que pueden distinguirse en los años posteriores a la guerra:

1) La exclusión de los disidentes por el Estado y las fuerzas políticas que lo respaldaban, su recuperación por el resto de la sociedad.
2) La reanudación de la continuidad intelectual por parte de los grandes escritores.
3) La aparición de otros nuevos, de las generaciones posteriores a la guerra.

Tan pronto como fue posible, quiero decir desde el término de la Guerra Mundial, que había impuesto un casi absoluto aislamiento, se empezó a hablar de los escritores emigrados. Mientras la censura proscribía sus obras y hasta se tachaba con indeleble tinta negra su nombre al frente de la edición de un clásico, Ínsula fue el órgano principal de su difusión y comentario. En el Diccionario de Literatura Española de la Revista de Occidente (1949) hablé de Alberti, García Lorca, Salinas, Guillén, Antonio Machado, Azaña, Gómez de la Serna, Casona, José Gaos, y allí aparecían igualmente otros muchos, sin otro criterio que la calidad y la información disponible.

Los grandes autores de la generación del 98, de las dos siguientes, empezaron muy pronto a escribir, y una parte esencial de su obra corresponde a los años que estoy recordando. Menéndez Pidal publica Los españoles en la Historia y Los españoles en la literatura –tan independientes, tan contracorriente, que tanto rencor oficial provocaron-: Reliquias de la poesía épica española, Romancero hispánico, El Imperio Español y los cinco reinos, innumerables estudios lingüísticos, literarios e históricos. Azorín, Españoles en París, Pensando en España, los dos prodigiosos libros Valencia y Madrid, novelas como El enfermo, La isla sin aurora, María Fontán, Salvadora de Olbena; cuentos como Cavilar y contar, ensayos y memorias como París, Memorias inmemoriales, Con permiso de los cervantistas, Con Cervantes, El cine y el momento. Baroja en los mismos años publica sus memorias, Desde la última vuelta del camino, Canciones del suburbio, El cantor vagabundo... Los títulos de Ortega se suceden: Historia como sistema, Ideas y creencias, Teoría de Andalucía, Estudios sobre el amor, los prólogos a Bréhier y Ybes, a Alonso de Contreras y El collar de la Paloma, Papeles sobre Velázquez y Goya... Zubiri publica Naturaleza, Historia, Dios; Morente, Lecciones preliminares de filosofía y Ensayos; Dámaso Alonso, La poesía de San Juan de la Cruz, Ensayos sobre poesía española, Vida y obra de Medrano, Poesía española, y nada menos que los libros de poesía original Oscura noticia, Hijos de la ira y Hombre y Dios. García Gómez, después de las Qasidas de Andalucía, Silla del Moro y Nuevas escenas andaluzas, la traducción de El collar de la paloma.Vicente Aleixandre, nada menos que Sombra del Paraíso; y por si fuera poco, Mundo a solas, Poemas paradisiacos, Nacimiento último, Historia del corazón. Miguel Mihura estrena en colaboración Ni pobre ni rico sino todo lo contrario y El caso de la mujer asesinadita, y solo Tres sombreros de copa, El caso de la señora estupenda, Una mujer cualquiera, ¡Sublime decisión!, etc. José López Rubio, Alberto, Celos del aire, La venda en los ojos, La otra orilla. Fernando Vela publica El grano de pimienta, Circunstancias, Los Estados Unidos entran en la historia. Marañón da una larga serie de libros admirables: Ensayos liberales, Crítica de la medicina dogmática, Luis Vives, Españoles fuera de España, Antonio Pérez, Elogio y nostalgia de Toledo. ¿Quién ha podido romper la continuidad de la cultura española del siglo XX, más fuerte que el partidismo, la violencia y el espíritu de negación?

¿Y los nuevos? Quiero decir los escritores apenas conocidos o desconocidos enteramente, que hacen la mayor parte de su obra después de la guerra civil. Aparte de algunos libros promovidos por la guerra misma, poesía o narraciones de Miguel Hernández, Herrera Petere, Rafael Alberti, Agustín de Foxá, Dionisio Ridruejo y otros a ambos lados de las trincheras, hasta 1941 no empieza ese nuevo brote de pensamiento, narración o poesía.

Casi toda la obra poética de Gabriel Celaya es de ese período: Tentativas, Movimientos elementales, Objetos poéticos, Las cosas como son, Las cartas boca arriba, Paz y concierto, Vía muerta, Cantos iberos. Casi lo mismo podría decirse de Luis Rosales: después de Abril, anterior a la guerra, Retablo sacro del Nacimiento del Señor, La casa encendida, Rimas. De Dionisio Ridruejo son Primer libro de amor, Fábula de la doncella y el río, Sonetos a la piedra, Poesía en armas, En la soledad del tiempo. La obra de Leopoldo Panero, José Luis Hidalgo, Carlos Bousoño, Eugenio de Nora, Blas de Otero, se condensa o al menos se inicia y madura en estos años.
Zunzunegui, anterior a la guerra, publica con fecundidad tras ella: ¡Ay..., estos hijos!, La quiebra, La úlcera, Las ratas del barco, Esta oscura desbandada. Pero es Camilo José Cela el que inicia la novela de su generación, a fines de 1942: La familia de Pascual Duarte; y luego, Pabellón de reposo, Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes, La colmena, Viaje a la Alcarria y tantas invenciones más. Y tras él Ignacio Agustí con Mariona Rebull y El viudo Rius, Carmen Laforet con Nada, Gironella con La marea y Los cipreses creen en Dios, Miguel Delibes con La sombra del ciprés es alargada, Aún es de día, El camino, Mi idolatrado hijo Sisí, Diario de un cazador. Todavía en ese plazo empiezan a aparecer cuentos de Ignacio Aldecoa y su novela El fulgor y la sangre y Congreso en Estocolmo, del economista y novelista José Luis Sampedro, y Gonzalo Torrente, y el comienzo de la obra teatral de Buero Vallejo, desde Historia de una escalera hasta Irene o el tesoro.

¿Cómo olvidar la obra ingente de Pedro Laín Entralgo, autor caudaloso y profundo a un tiempo? Medicina e historia, Menéndez Pelayo, Las generaciones en la historia, La generación del 98, España como problema, La historia clínica, Palabras menores, La espera y la esperanza, son sólo unos cuantos de sus libros de quince años. Y, aunque con obra iniciada unos años antes, Enrique Lafuente Ferrari da en éstos mismos lustros obras capitales: Velázquez, Vázquez Díaz, Zuloaga, la expansión y maduración de su Breve historia de la pintura española, el libro esencial sobre el tema. ¿Y los innumerables libros de Camón, Juan Antonio Gaya Nuño, Sánchez Cantón, Angulo, María Luisa Caturla, María Elena Gómez Moreno? Añádase la obra de Fernando Chueca, desde Invariantes castizos de la arquitectura española hasta Nueva York: forma y sociedad, El semblante de Madrid o La arquitectura del siglo XVI, los estudios de geografía social de Manuel de Terán, los ensayos de patología psicosomática y psicología de Juan Rof Carballo, y tantas obras originales. Los libros de historia de las ideas de Antonio Tovar, Luis Díez del Corral, José A. Maravall, Enrique Gómez Arboleya, Lapesa, Blema, Díaz-Plaja...

Y no puedo omitir mi nombre, porque, si no me equivoco, mi Historia de la Filosofía (enero de 1941), fue el primer libro nuevo de autor nuevo, que invocaba la tradición filosófica española anterior a la guerra para seguir adelante con otros libros: La filosofía del P. Gratry, Miguel de Unamuno, El tema del hombre, Introducción de la Filosofía, Filosofía española actual, El método histórico de las generaciones, Biografía de la Filosofía, Ensayos de teoría, Idea de la Metafísica, La estructura social...

Repare el lector en que esto es una fracción de lo que se ha publicado en España después de la guerra civil y hasta 1955. Y que me he fiado de mis recuerdos más vivos, sin disponer de tiempo ni de espacio para tratar adecuadamente el tema. Pero pienso que no son buenos botánicos los que hablan del “páramo” y se les pasa esta frondosa, esperanzadora vegetación, que pudo brotar en el clima más inhóspito, sin abono, sin cultivo, mientras tantos intentaban simplemente descastarla».

JULIAN MARIAS

22 de enero de 2008

Divorcio express. La familia a la interperie.

“Divorcio Express” Todo incluido. Su convenio en 24 h. Divorcios con hijos o bienes 490 €”. Es el primer vínculo que aparece en Google si tecleamos las dos palabritas mágicas.

Ya sabemos que el PP no piensa modificar la actual legislación del divorcio, modificada por el PSOE con la introducción del “divorcio Express”. Así lo ha confirmado Rajoy en una entrevista radiofónica. Nada nuevo bajo el sol, pues el PP en el Congreso no se atrevió a votar en contra de esta ley, pese a constituir una legislación sin parangón en los países de nuestro entorno, que no en vano el Consejo General del Poder Judicial, calificó como inspirada en el repudio islámico al alcance tanto del hombre como de la mujer.

El alarmante y exponencial incremento del número de divorcios en España desde la aprobación de la citada ley es un dato que debería preocupar, y mucho, a alguien que tiene la intención de gobernar esta nación. La institución de la familia ha quedado a la intemperie con una legislación que promueve e incentiva la falta de compromiso y seriedad que deben exigirse a los que contraen matrimonio, lo cual por otro lado, está en consonancia con el espíritu nihilista y hedonista y la ausencia total de valores que imperan en España.

Las estadísticas nos ofrecen datos para la reflexión y para la preocupación. No era ni mucho menos marginal el número de matrimonios que durante el año que debía mediar entre la separación y el divorcio, alcanzaban la reconciliación desistiendo de la demanda. Hoy, por el contrario, la irresponsable facilidad y rapidez con la que se obtiene el divorcio, priva a los matrimonios con problemas de dicho período de reflexión, que reconducía muchas veces situaciones nacidas en un momento de tensión y ofuscamiento de la razón.

Los más perjudicados, los niños, que contemplan impotentes como en sólo unos días se derrumba el castillo de su seguridad y da comienzo de una nueva vida no querida ni buscada, en la que deberán repartir su cariño al albur de un convenio regulador. Resultado: los índices de fracaso escolar se disparan en los niños de familias desestructuradas. Su felicidad es la principal víctima del egoísmo y la falta de espíritu de sacrificio de unos padres educados bajo la ley del mínimo esfuerzo y el engañoso canto de la libertad. ¿Sólo 490 €?

Consideraciones religiosas aparte, la crisis de la familia debería hacer reflexionar a quienes aspiran a gobernar España. Una educación en valores como el sacrificio, la fidelidad, el perdón, la entrega y la generosidad es más que nunca necesaria en nuestra sociedad.

Pero el PP está tan interesado en captar votos por donde sea, que no duda, con tal de molestar lo menos posible, en dejarse arrastrar por la miseria moral de una sociedad sin rumbo y abocada a su definitiva decadencia.

LFU


15 de enero de 2008

Un grave error

Hacían falta todos los esfuerzos y todos los sacrificios. Los cuatro años de crispación, sectarismo, mentira e ineptitud que ha sufrido España con el gobierno de Rodríguez Zapatero nos convocaban a todos los que amamos a esta gran Nación a un esfuerzo colectivo por decir "basta ya" apoyando la única alternativa política capaz de derrotarle, aún sabiendo que tampoco de ahí saldría nuestra España.

Cualquiera con algo de sentido común y ecuanimidad sabe que Alberto Ruiz-Gallardón ha demostrado su enorme capacidad de concitar un importante apoyo popular incluso fuera de su propio partido. Ha demostrado con creces una capacidad de gestión sobresaliente y ha evitado caer en la tentación del sectarismo que siempre se ha criticado a la izquierda, lo que le ha valido no pocos desprecios en su propio partido.

Ha cometido también no pocos errores, como todo el que tiene la ambición y la responsabilidad de tomar decisiones. Son muchas las discrepancias que en el plano ideológico me separan de Alberto Ruiz Gallardón y no ha sido infrecuente mi decepción ante algunas de sus actitudes, pues creo que ha pecado, como otros muchos en su partido, de no pocos complejos ante una izquierda pletórica de orgullo por su oscura historia y ávida de revancha, cuyo espíritu jacobino no soporta la lejanía del poder. Pero por conocerle bien desde hace ya muchos años, puedo asegurar que su amor a España no obedece a ningún género de impostura, y trasciende a cualquier clase de "patriotismo constitucional" recientemente formulado. Me consta que su intención, quizás torpemente formulada, era limpia porque es consciente del peligro que para España representa una nueva legislatura socialista.

Creo sinceramente que su presencia en las listas del Partido Popular en las próximas elecciones generales hubiera sumado mucho más de lo que dicen que habría restado. El Partido popular no anda sobrado de apoyos y no puede permitirse el lujo de prescindir de uno de sus principales activos. Pero, una vez más, el aparato del partido ha preferido mirarse al ombligo en lugar de tomar el pulso de la sociedad. No ha primado el interés de España, sino el del partido y, muy concretamente, el de una Esperanza Aguirre que debería explicar algún día las verdaderas razones de sus oscuras maniobras para evitar que el Alcalde figurase en las listas, poniendo en bandeja al Partido Socialista a un sector del electorado de centro que nunca se verá arrastrado por lo que representa la Presidenta.

Aguirre estará a estas horas saboreando las mieles de "su" victoria. Rajoy, que ha demostrado una vez más su debilidad, se habrá quitado un peso de encima demasiado alegremente. Pero mucho me temo que España terminará por pasarles algún día a los dos la factura de su colosal miopía, que muy probablemente, terminaremos pagando todos los demás.

LFU

14 de enero de 2008

Magnífica propuesta

Al hilo de la terrible letra que algunos proponen para el himno nacional, quiero hacerme eco de la que, desde las páginas de Codalíes, nos sugiere un buen amigo:


1¡Viva España,
Patria de Malasaña
Y de Hernán Cortés,
Que el orbe vio a sus pies!
Todos a coroGritad:
¡Leña al moro,
Caiga el luterano
Y húndase el francés!

2Tiemble el mundo:
Ya Felipe Segundo
Desde el Escorial
Nos manda la señal:
¡Guerra incesante
Contra el protestante
Y colleja y media
Para Portugal!

3Sin empacho
Linchemos al gabacho Q
ue la Patria holló:
Au français pas de l'eau
Y que disfrutes
Colgando franchutes
De Despeñaperros
Hasta Mataró.

4Ruge altivo
Desde el solar nativo
Con resolución,
Ibérico león:
Cunda ya el pánico
En el pecho británico.
¡Nuestras son las monas,
Nuestro es el Peñón!

5En Lepanto
Del Turco fue el espanto
Nuestro pabellón.
Démosle otra lección:
Abre tu surco
Y entierra allí al Turco
Antes de que vuelva
A armar el follón.

6En Otumba,
Donde cavó su tumba
El azteca atroz,
Propínale otra coz.
Zúmbale al Inca
Porque no la hinca
Y que el filipino
Te sirva el arroz.

7No refrenes
Tu afán de armar belenes
Allí donde estés,
Combate así el estrés.
¡Gloria a tu cepa
Y viva la Pepa
Y que viva España,
Qué bonita es!

La letra es buena, aunque dudo que pase el tamiz del consenso. En todo caso, aquella que lo consiga pasar, seguro que no podrá gustarme.

LFU

11 de enero de 2008

La letra del himno. Se cumplió mi profecía

El 18 de julio pasado abordaba el asunto de la letra del himno nacional con las siguientes palabras, que la realidad ha convertido en proféticas:

"Yo quiero pronunciarme desde aquí, de forma clara, en contra de ponerle una letra a nuestro himno. De hecho, Franco se negó siempre a oficializar letra alguna porque, conociendo el temperamento español, era consciente de lo contingente de cualquier texto y del riesgo que correría cualquier letra aprobada bajo su mando cuando los vientos cambiaran. Y es que, con la que está cayendo, sólo falta que el Gobierno se dedique a estos menesteres, designando una comisión de expertos, encabezada por Saramago, Sabina, Cebrián, Pradera, Zerolo y demás ilustres (perdón, me olvidaba de Mayor Zaragoza que siempre da reumbrón). Podéis imaginar la letra. Un batiburrillo de solidaridad, libertad, igualdad, progreso, democracia y paz. ¡Qué pereza!.

Que lo dejen como está. A mí me emociona oirlo porque lo siento mío y es de las pocas cosas que nos unen a todos, por encima de credos e ideologías. No quiero tener que aguantar a la progresía desafinando una letra plagada de blandenguería con la que estoy seguro no me identificaré y que, desde luego, me negaré a cantar."

Hoy la letra ya está en todos sitios. Una letra que parece recién salida del mandil del Gran Maestre de la Gran Logia de España: libertad, hermandad, democracia y paz. ¡Qué emoción! Sólo les ha faltado -como diría el gran Foxá- una referencia al Sistema Metrico Decimal para que todos podamos sentirnos identificados.

Lo digo ahora y lo cumpliré. Si esa es finalmente la letra que se oficializa, prometo sellar mis labios cada vez que suene el himno nacional para no ser cómplice de una colosal horterada. ¡Inmenso mar!

LFU

8 de enero de 2008

Bono

Confieso que llevaba tiempo queriendo escribir sobre José Bono y últimamente no para de regalarnos perchas que resulta dificil desaprovechar.

Sus amigos lo califican como entrañable; algunos de sus subordinados -en la última cartera ministerial- de despótico y maleducado; por lo general es sobradamente conocido por su vertiente populista y demagógica. Dejando al margen toda consideración sobre su faceta personal y humana -en la que no soy quien para entrar-, tengo que confesar que, si durante algún tiempo me ha tenido engañado, ha terminado por decepcionarme profundamente al descubrir en su trayectoria política, no ya una escandalosa falta de coherencia política sino también una colosal indignidad.

No puede calificarse de otro modo a quien repite hasta la saciedad -para demostrar su abierto talante- que su padre era falangista y no era menos honrado que todos los socialistas, y al mismo tiempo participa, promueve y defiende una Ley como la de Memoria Histórica que trata de desterrar a las mazmorras de la historiaaa la media España en la que se alistó su padre.

No puede defenderse al mismo tiempo en alta voz y con luces y taquígrafos la unidad de España y a España como nación, y mostrar una abierta complicidad y apoyo al gobernante que más y mejor ha hecho por destruir la unidad de una nación que para él no era más que un concepto discutido y discutible. Es más, me atrevo a decir que su ominoso silencio durante la negociación del Estatuto catalán, las negociaciones del gobierno-ETA, las concesiones a Batasuna, la humillante retirada de los cargos por el Ministerio fiscal a Otegui, los vergonzantes privilegios a De Juana Chaos no eran prueba de su desagrado sino una muestra de cobardía escondiendo la cabeza en el gabinete mientras otros ponían la cara en las ruedas de prensa.

Se fue del gobierno al final, y muchos quisimos pensar que lo hacía porque no se sentía identificado con Zapatero, porque se sentía engañado por él. No pocos quisimos ver en la extraña pirueta previa a la designación de candidatos a la alcaldía de Madrid, un regalo envenenado para su Presidente. Pero tampoco. Tengo para mí que si no se presentó, sólo fue porque no está acostumbrado a perder y la victoria se vendía demasiado cara.

Ahora, parece que piensa que España no tiene bastante con cuatro años de ignominia zapateril y ha decidido volver a la política activa arrumbando el National Geografic y dejando otra vez huérfanos a sus hijos. Llegué a confiar en su buena fe, pero su vuelta a la política para apoyar a Zapatero ha terminado por abrirme los ojos a su verdadera condición.

Últimamente y como monaguillo de Pepiño Blanco, no ha podido callarse y ha decidido entrar de lleno en los ataques a la Iglesia, acusándola de defender dogmas (?) que hacen infelices a la gente y de promover una familia basada en "la mujer en la cocina y la pata quebrada". No cabe mayor dosis de demagogia, pero también de ignorancia. No se le ha escuchado, empero, palabra alguna en relación con el escándalo de los abortorios, pese a definirse como católico y presumir de dicha condición. Como siempre, saldrá diciendo que él no es quien para condenar a una pobre mujer que se ve obligada a abortar. Pero sí lo es para guardar silencio ante el holocausto de miles de vidas humanas que diariamente van a parar a la trituradora.

He sido el primero en agradecer algunos de sus gestos, como aquél de invitar a miembros de la División Azul y de ambos ejércitos contendientes en nuestra Guerra al primer desfile del 12 de octubre como ministro. En ocasiones, le he defendido ante lo que consideraba ataques injustificados y sectáreos, a los que soy alérgico. Por eso me duele comprobar que su imagen se parece, cada vez más, a la de un sepulcro blanqueado.

LFU

Herodes, en huelga

Nunca me había parado a pensar si algún día celebraría una huelga. Pues ese día ha llegado. Los abortorios, o clínicas privadas en las que se practican diariamente miles de asesinatos de fetos humanos, han decidido ir a la huelga en protesta por las presiones de quienes no están de acuerdo con su macabro negocio -puesto al descubierto gracias a diversos medios de comunicación- y para reivindicar de las autoridades mayor seguridad para seguir matando más y mejor. Es como si los SS de Mathausen se hubiesen puesto en huelga por las protestas de la comunidad judía por la puesta en práctica de la solución final.

Confiemos en que las autoridades competentes (en gran medida las Comunidades Autónomas) hagan oidos sordos a las peticiones y la huelga se convierta, primero en indefinida y finalmente concluya en cierre patronal. Así, es posible que muchas vidas se salven, que algunos niños tengan otra oportunidad de vivir, aunque se registre un aumento del paro en el sector de los matarifes.

LFU