"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

10 de abril de 2015

Cameron, la Pascua y los complejos

«La Pascua es la ocasión para los cristianos de celebrar el triunfo definitivo del amor sobre la muerte, con ocasión de la resurrección de Jesús. Y para todos nosotros es un ocasión de reflexionar sobre el papel del cristianismo en la vida de nuestra nación»

Con estas palabras comenzaba el primer Ministro británico David Cameron su discurso con motivo de la festividad del Domingo de Pascua.  

Confieso que, tras escuchar las palabras del primer Ministro felicitando la Pascua y denunciando la cristianofobia, he sentido una enorme envidia. No imagino a nuestro Presidente pronunciando un discurso para felicitar la Pascua de Resurrección, la festividad más importante del mundo cristiano, y aún menos denunciar públicamente la trágica situación de tantos cristianos perseguidos en Oriente y África.  En cambio, le falto tiempo para desplazarse a París y asistir a una manifestación denunciando el ataque yihadista contra el semanario satírico francés Charlie Hebdo. Desgraciadamente, han brillado por su ausencia palabras de denuncia de nuestros representantes políticos tras el asesinato de los cristianos coptos ejecutados al poco tiempo, o los 148 cristianos masacrados hace unos días en Kenia entre otras víctimas de la sinrazón.

Y en esta semana, después de oír a Cameron, también echo en falta la presencia en nuestro panorama político de estadistas que no se avergüencen de nuestro pasado y traición común y sean capaces de defender la civilización cristiana, base de nuestra cultura y de todo futuro en paz y prosperidad.  

Feliz Pascua de Resurrección


Reyes Utrera

9 de abril de 2015

La empatía

Sin duda, una de las virtudes más difíciles de ejercitar es la capacidad para ponerse en el lugar  del otro.

Hace unos días, en lugar y momento inadecuados, mantuve una agria e insospechada conversación con una persona a la que yo me había acercado a saludar por vez primera de forma cortés, absolutamente desprevenido de lo que iba a tener que aguantar, por exigencias de la buena educación, de la boca de aquél.

Confieso que me afectó, pues no termino de acostumbrarme a la mala educación y mucho menos cuando el maleducado ha tenido tantas oportunidades en la vida para no serlo. Con estos rozo la intolerancia.

Metido entre las escenas de la pasión de Cristo, decidí rezar el mal sabor de boca. Me puse a hablar con Dios sobre el susodicho, pues al fin y al cabo Él también murió por los maleducados. Le interrogué en silencio sobre la causa próxima o remota de sus desatinos, las respuestas me fueron dadas y finalmente le perdoné, tras intentar ponerme en su lugar (lo cual, es ciertamente difícil).

Finalmente me di cuenta que la fe tiene mucho que ver con la empatía o, cuando menos, con la voluntad de conseguirla.


LFU 

2 de abril de 2015

José Antonio. El fervoroso afán de España



Aquella España de los años republicanos puso en la historia una actitud patriótica que superaba los esquemas inútiles del nacionalismo. La enfermedad que asoló el continente europeo en los años de entreguerras se presentó en las mejores plumas y en los mejores ejemplos vitales de nuestro país como un supremo esfuerzo por devolver España a un destino abatido bajo los escombros de la decadencia política y el desarme moral.
Recuperar una nación que había sido la comunidad más precoz del Occidente moderno no era un ejercicio de vana melancolía ni de turbios manejos reaccionarios. Aunque estos no dejaran de asomar en el egoísmo social de algunos y en la parálisis ideológica de otros, aquel afán de regeneración procedió del desprendimiento, de una extrema sensibilidad por la justicia, de un respeto por la persona, y de un apego a la tradición en la que no descansaba el pasado inmóvil. En ella se encontraban valores permanentes, indicadores culturales de nuestro significado, material indispensable para hacer frente a la inmensa crisis que asoló la civilización desde la Gran Guerra.

Teatro de la Comedia

El 29 de octubre de 1933, José Antonio Primo de Rivera se dirigió a un público curioso y atento en el Teatro de la Comedia de Madrid. Aquel «acto de afirmación españolista» permitió descubrir a un hombre de poderosa honradez, de brío expositivo, de elegancia clásica y voluntad regeneradora. En la literatura política de aquella crisis nacional, es difícil encontrar, en un estilo poético que escapó siempre a la impostación y la cursilería, una posibilidad tan clara de lograr la síntesis entre tradición y futuro, entre repudio al resentimiento de clase y exigencia de justicia social, entre crítica a la corrupción del liberalismo y propuesta de una auténtica representación popular.
Aquella no era la voz del conformismo ni la del títere sin alma de los privilegiados. Aquella era la voz de un hombre entero, de un español que acababa de entrar en la madurez y que afrontaba sin falsa modestia y sin jactancia la responsabilidad de una movilización nacional. Sus reproches a la insensibilidad social de las clases dirigentes fueron atroces, y no lo fueron menos sus ataques a la falta de sensibilidad patriótica de quienes con su egoísmo estaban conduciendo a la disolución de España. No era, desde luego, el heraldo del inmovilismo quien hablaba aquella tarde de otoño en Madrid, pero tampoco de los que pensaban que la historia era un pasado al que podía renunciarse. 
La violencia extrema de una época y las tentaciones totalitarias que envilecieron la ruta de Occidente en aquellos años fueron anulando el inmenso potencial de aquella postura. José Antonio fue gestor y víctima de una radicalización que empezó por negarle a él mismo la calidad de su conducta personal y el vigor popular de sus propuestas. Por fortuna, sus palabras siguen ahí, aunque fueran manoseadas y desvirtuadas por quienes se rieron de él desde el principio, para convertirlo después en un mito cuya ejemplaridad se empeñaron en desactivar.
Y ese mensaje de denuncia, de echar en cara a sus compatriotas su carencia de sentido de servicio y el desdén ante la misión universal de los más profundos valores de España, conmueve aún a quien lo lea sin prejuicio, lamentando que tan alta visión fuera cautiva de la pugna estéril y el conflicto inútil que tendió el cuerpo de nuestra nación en la mesa de operaciones de una trágica guerra civil. Cuando llegó el momento de afrontar su responsabilidad ante el drama de 1936, aquel hombre que iba a morir suplicó a Dios que su sangre fuera la última en verterse en querellas de este tipo. Ante el tribunal popular dijo que habría sido posible encontrar las vías de entendimiento para la convivencia de los ciudadanos de una gran nación. No había ingenuidad ni oportunismo en aquel testimonio, sino la conciencia de un fracaso personal, de un fin de ciclo colectivo, que echaba por tierra las ilusiones de toda una generación. 

Cuando quedaba esperanza

Pero, tres años antes de esa noche de angustia en la cárcel de Alicante, tres años antes de esa víspera de espanto, de amargura por el sacrificio en masa de los españoles, José Antonio estaba lleno de esperanza: «queremos menos palabrería liberal y más respeto a los derechos del hombre. Porque solo se respeta la libertad del hombre cuando se le estima, como nosotros lo estimamos, portador de valores eternos». Estaba lleno de impaciencia: «Cuando nosotros, los hombres de nuestra generación, abrimos los ojos, nos encontramos con un mundo en ruina moral». Estaba lleno de protesta ante la injusticia: «Hemos tenido que llorar en el fondo de nuestra alma cuando recorríamos los pueblos de esta España maravillosa».
Estaba lleno de orgullo por la dignidad última de los humildes y explotados: «Teníamos que pensar de todo este pueblo lo que él mismo cantaba del Cid al verle errar por los campos de Castilla, desterrado de Burgos: ¡Dios, qué buen vasallo si oviera buen señor!». Estaba, sobre todo, lleno de ilusión ante la posibilidad de rectificación que se invocaba, ante el llamamiento a la unidad de los españoles honestos, de la nación capaz de restaurarse, de la patria con fuerza para incorporarse a un futuro de convivencia y de progreso: «Yo creo que está alzada la bandera. Que sigan los demás con sus festines. Nosotros, fuera, en la vigilancia tensa, fervorosa y segura, ya presentimos el amanecer en la alegría de nuestras entrañas».
No iba a ser la suya la última sangre que se derramara en una contienda civil. Pero sí iban a ser sus palabras, rescatadas del sumidero del oportunismo y de la lacra de la deformación, las que podemos leer como un ejemplo más de aquel «fervoroso afán de España». Una voz entre tantas, que alzaron la que debía haber sido una sola bandera: la de la justicia, la libertad, la afirmación nacional, el impulso por construir un destino común.
Fernando García de Cortázar 

27 de marzo de 2015

Memoria de agravios

Confieso que, entre las escasas virtudes que me adornan, no se encuentra la muy femenina habilidad de recordar con precisión los agravios recibidos, alojada en lo más recóndito del hipotálamo de la mujer.

Una y otra vez me propongo dejar constancia escrita de los agravios para poder utilizarlos como arma defensiva, y siempre sin excepción acabo olvidando también tan artero propósito desechando armas tan eficaces que acaban disueltas en el mar infinito del perdón.

Pero si perdonar a quien nos ofende es virtud y mandato evangélico, no lo es dejarse engañar como chinos una y otra vez por los partidos políticos a los que en alguna ocasión hemos dado nuestro voto. 

En mi caso, confieso no sin cierto remordimiento, que fui vilmente engañado en las últimas elecciones generales por el Partido popular, a quien presté mi voto tras ocho años horribles de zapaterismo y confiando en que haría honor a sus compromisos. Y como no quisiera quedarme in albis cuando alguien me pregunte por qué no pienso volver a dejarme engañar, he decidido hacer breve recuento de promesas incumplidas y agravios recibidos por el partido en el gobierno.
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  1. Porque mintió descaradamente prometiendo bajar los impuestos y los subió a la clase media más que ningún otro gobierno en la historia de España. Rajoy era perfecto conocedor del déficit antes d ganar las elecciones y sabía que había dos formas de reducirlo: subir los impuestos o reducir los gastos. Eligió la primera, que era, claro, lo más fácil y mintió al decir que “no había otro remedio”.
  2. Porque todos hemos podido ver el recorte en gastos sociales, pero no hemos conseguido ver el recorte en las administraciones públicas, que continúan igual de ineficientes e igual de caras.
  3. Porque Rajoy llamó sectario a ZP por aprobar la ley de Memoria histórica, que tachó de auténtico disparate, y la ha mantenido intacta durante sus cuatro años de gobierno para que cuando llegue otro iluminado, vuelva a reabrir las heridas cerradas hacía ya muchos años.
  4. Porque Rajoy clamó contra ZP por la aberrante ley del aborto de Bibiana Aido, que convertía en derecho el aborto y desprotegía totalmente al nasciturus en contra de la ley natural y de la doctrina del Tribunal Constitucional. Prometió derogar la ley cuando llegase al gobierno. Aprobó un anteproyecto de ley que encargó a uno de sus ministros y acabó arrugándose ante supuestas encuestas que le enseñó Arriola, dejando aquella “barbaridad” de ley -contra la que presentó un recurso de inconstitucionalidad- absolutamente intacta durante sus cuatro años de mayoría absoluta. ¿La razón? “Que era lo más shenshato, ya que total, cuando lleguen los otros al gobierno la iban a cambiar (sic)”.
  5. Porque cuando en febrero de 2012 la Generalidad de Cataluña estaba al borde de la quiebra, en lugar de utilizar dicha situación para intervenir la Comunidad Autónoma y atajar el problema, Rajoy les entregó 37.000 millones de euros para financiar su estrategia de sedición.
  6. Porque el 9 de noviembre de 2014, Rajoy y su gobierno hicieron una colosal dejación de sus funciones, permitió que se burlase el Estado de Derecho y cometió a mi juicio un clarísimo delito de omisión al no prohibir la celebración de un referéndum que había sido prohibido por el Tribunal Constitucional.
  7. Porque prometió ilegalizar todas las franquicias de ETA y no solo no lo hizo, sino que continuó una línea soterrada de diálogo con el entorno etarra que explica casos como el de Bolinaga y la extremada e inusitada rapidez y eficacia en aplicar la Sentencia del Tribunal de Estrasburgo sobre la doctrina Parot, a pesar de ser contraria a la jurisprudencia del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional. 

Y no me explayo más, aunque podría. Los motivos antedichos son más que suficientes y quedan aquí escritos para servirme de recordatorio cuando dentro de unos meses alguien o yo mismo me pregunte por qué no puedo votar al Partido popular.


LFU

25 de marzo de 2015

Sabía que lo iban a matar

Reproduzco a continuación el artículo publicado ayer en El Correo y en ABC, firmado por Carlos Aresti Llorente. 

«Treinta y cinco años después del asesinato de mi padre me decido a contar la verdad para desnudar la mentira de terroristas, cómplices y políticos oportunistas»

El 25 de marzo de 1980 ETA asesinó a Enrique Aresti Urien, conde de Aresti, con un tiro en la nuca. Dos fueron las razones para su «ajusticiamiento» según un comunicado de la banda asesina: tratarse de un «representante cualificado del gran capital» y «haberse negado a contribuir económicamente a modo de impuesto revolucionario».

Treinta y cinco años después me decido a contar la verdad para desnudar la mentira de terroristas, cómplices y políticos oportunistas. Tenemos la obligación moral de desenmascararlos a todos. Mi padre (Q.E.P.D.) trabajaba como agente de seguros. El entorno de ETA había descubierto que si creaba una agencia de seguros podía conseguir grandes comisiones, en base, como siempre, a amenazas y coacciones. Y él tuvo la valentía de denunciar públicamente la argucia en el Colegio de Agentes de Seguros de Vizcaya. Al terminar su intervención, un compañero y amigo que estaba sentado a su lado le dijo: «Enrique, acabas de firmar tu sentencia de muerte».

Meses más tarde, recibió una carta exigiéndole el pago del mal llamado impuesto revolucionario. Después de leerla me dijo: «No van a conseguir echarme de mi tierra porque si me matan me enterrarán en Gordejuela». Para quienes no están familiarizados con la zona, Gordejuela es un entrañable pueblo de Vizcaya. Sabía que lo iban a matar y no quería protección para evitar más muertes inocentes. Redactó un acta ante un notario de Bilbao que transcribo:

«En Bilbao a 7 de febrero de 1979, yo, notario del Ilustre Colegio de Burgos con residencia en esta Villa, por la presente, hago constar:
Que comparece ante mí, don Enrique Aresti Urien, conde de Aresti, mayor de edad, viudo, abogado, vecino de Bilbao, con domicilio en Gran Vía, número 26, tercero y con DNI número X.

El señor (…) conde de Aresti manifiesta: Que nació en Gordejuela (Vizcaya) el 7 de octubre de 1917 y declara su condición de católico, vasco y español. Como católico, apostólico y romano, pide a Dios perdón por el mal que haya podido hacer y sobre todo por el bien que haya dejado de hacer. No admite discusión en su condición de vasco y de español con cualquier advenedizo que pudiera discutir estas realidades.

Manifiesta que, habiendo sido requerido para satisfacer un impuesto revolucionario y amenazado de muerte en caso de no satisfacerlo, no está dispuesto a entregar un solo céntimo en tal concepto porque el hacerlo supondría una traición a su condición antes declarada de católico, vasco y español.

Lógicamente de dicha oposición pueden derivarse dos consecuencias: a) La muerte. b) La retención para obtener, bajo amenazas, lo que voluntariamente no está dispuesto a dar. En el supuesto a) que, antes o después a todos llega, no se necesitan instrucciones especiales. En el supuesto b) ordena a todos sus familiares que se atengan a su deseo expreso y terminante de no entregar cantidad ninguna por su liberación a pesar del mucho cariño que le puedan tener y precisamente en aras de ese cariño. Esta orden la hace extensiva a todos los que a través de cualquier relación económica pudieran sentirse obligados a hacerlo y manifiesta que no reconocerá como válida ninguna deuda que en su nombre ni en el de sus familiares se pudiera contraer con ninguna entidad bancaria en orden a su liberación.

Al agradecer a Dios el regalo de la Fe, le pide que le ayude, en cualquier circunstancia que surja, a cumplir con su deber. Se despide de sus hijos agradeciéndoles el cariño que siempre le han tenido y lo mucho que le han acompañado y les anima a que, con alegría, sigan el camino que haga posible que un día se vuelvan a encontrar con su madre bajo el amor de Dios (…)».

El 25 de marzo de 1980 lo mataron, obviamente por la espalda. Con el alma desgarrada lo velamos en casa junto con los innumerables amigos de verdad, que afortunadamente eran muchos, y a quienes desde aquí repito nuestro más profundo agradecimiento.

En aquella fecha el Consejo General Vasco tenía su sede en la Gran Vía de Bilbao, justo enfrente de nuestra casa. Su presidente era Carlos Garaicoechea (uno de los políticos oportunistas) que no consideró oportuno ni siquiera cruzar de acera para manifestar su pesar. Él sabrá los motivos. Al día siguiente, después del funeral, lo enterramos rotos de dolor en su querida tierra de Gordejuela.

Tres años más tarde, el Ayuntamiento de Bilbao presidido por el alcalde José Luis Robles (otro político oportunista) decidió cambiar el nombre de la plaza del Conde de Aresti (abuelo de mi padre y diputado general de Vizcaya entre 1898 y 1902), aumentando gratuitamente nuestro dolor e intentando borrar parte de la historia de Vizcaya.

Mi padre nos enseñó, entre otras muchas cosas, a no odiar a nadie. Siempre nos decía: «Breve o larga, la vida sólo vale algo si en el momento de entregarla no tenemos que sonrojarnos de ella». Nosotros estamos orgullosos de tu ejemplo y eso no nos lo puede quitar nadie.

Los asesinos no encontrarán nunca la paz interior y vivirán atormentados. Muchas veces esa vida es peor que morir.


CARLOS ARESTI LLORENTE, 

24 de marzo de 2015

De otras corrupciones. Por Fernando Suárez González

Reproduzco a continuación, por su extraordinaria calidad, la tercera de ABC del sábado 21 de marzo de 2015, firmada por el ex-ministro de trabajo D. Fernándo Suárez González, que incide en que la transformación de la representación popular en séquito y comparsa de los líderes de los partidos está en la raíz de otras corrupciones.


La siempre ilustrativa consulta al Diccionario de la lengua española que su Real Academia nos ofrece periódicamente actualizado permite sostener que reducir la corrupción a su vertiente económica equivale a ignorar la amplitud del concepto. Corromper es sobornar con dádivas o utilizar funciones públicas en provecho económico privado, pero lo es también alterar y trastocar la forma de algo, echar a perder, depravar, dañar, pudrir, estragar, viciar y resulta inquietante que se dedique tanto espacio y tanto tiempo a la dimensión económica de la corrupción y se dé tan poca importancia a otros vicios y daños que pueden incluso estar en la raíz de la que tanta y tan generalizada preocupación suscita.

Se dice con frecuencia que la corrupción económica, denunciada casi a diario por los periódicos y los jueces, puede llegar a poner en riesgo la democracia. Pienso, por el contrario, que nada más eficaz que la democracia para la acusación, el enjuiciamiento y la sanción de los corruptos debidamente comprobados, y me preocupa mucho más la naturalidad con que la opinión pública española acepta que se distorsionen, se ignoren y se manipulen los preceptos de la Constitución que configuran la estructura de la democracia misma. Eso sí que, en mi opinión, la corrompe y la pone seriamente en peligro, en la medida en que puede provocar el desdén, la decepción o la desconfianza de los ciudadanos, aunque cause gran satisfacción a los políticos que se benefician de prácticas bien poco democráticas.

Por poner un ejemplo de la máxima actualidad, el artículo 140 de la Constitución Española dispone que “los concejales serán elegidos por los vecinos del municipio mediante sufragio universal, igual, libre, directo y secreto, en la forma establecida por la ley”, añadiendo inmediatamente que los “alcaldes serán elegidos por los concejales”. Mas he aquí que la aplicación de estos preceptos por los partidos políticos -por todos los partidos políticos- ha llevado a la situación precisamente inversa: todos sabemos ya quienes están propuestos como candidatos a alcaldes, pero ignoramos absolutamente los nombres de los candidatos a concejales que, una vez elegidos, deben a su vez elegir al alcalde.

Como es de suponer, los candidatos a alcalde -elegidos en primarias del todo peculiares o designados por uno de esos dedos todopoderosos que han fabricado nuestras organizaciones políticas- no consentirán impasibles que sus partidos respectivos les elaboren la completa lista electoral y concentrarán todos sus esfuerzos en incluir en ella el mayor número posible de gente de confianza. De donde es lícito deducir que, concluido el proceso, no habrán sido los concejales los que han elegido al alcalde, sino precisamente el alcalde el que ha elegido a la mayoría de los concejales que le ha permitido el acceso a la vara. El mecanismo refuerza el poderío de la primera autoridad municipal y priva de cualquier posibilidad de control a los concejales de su mayoría, mientras los de la minoría protestan, gritan y denuncian, pero no controlan. En cualquier Ayuntamiento que se quiera examinar, se puede comprobar que si el alcalde ha cometido algún exceso endeudando al municipio, bautizando calles con nombres polémicos o contratando personal laboral para regatear información a los funcionarios o para colocar amigos y parientes, la protesta surge de los opositores, pero nunca de los partidarios, únicos que podrían evitar abusos y desmesuras.

Como de las candidaturas a las Comunidades Autónomas se puede predicar exactamente lo mismo, la calidad democrática de las próximas elecciones municipales y autonómicas resulta manifiestamente mejorable, pero no se aprecia en los partidos dominantes la menor voluntad de atribuir a los ciudadanos las competencias que les han venido sustrayendo durante ya demasiado tiempo.

Esa es la situación que tenemos delante aquí y ahora, a pesar de que las primeras figuras designadas para los puestos de principal relieve -y, muy en concreto, para los de Madrid- se desgañitan proclamando su espíritu democrático y, en algún caso concreto, su prosapia liberal. Si los demócratas y liberales proceden de tal guisa, no debieran escandalizarse tanto de que haya quienes pretendan cuestionar el entero sistema y a quienes se viene atribuyendo el equívoco nombre de “populistas”. Su amenaza puede prorrogar durante algún tiempo la insatisfactoria situación actual, pero los partidos hasta ahora mayoritarios deben aceptar que, o se ponen de acuerdo para hacer más auténtica la democracia española, o crecerá exponencialmente el número de los que no tienen el menor interés en defenderla.

Porque, además, lo dicho sobre las próximas elecciones municipales vale desgraciadamente también para las elecciones generales. El número uno de la lista de Madrid invita a participar a quienes tenga a bien y estos ya saben que por el mero hecho de haber sido incluidos en la lista del partido en cualquier provincia española renuncian al fundamental derecho que les otorga el artículo 99.3 de la Constitución, porque no serán ellos quienes otorguen su confianza al presidente, sino que han debido obtener la confianza previa del presidente para ocupar su escaño. No conozco a nadie que sostenga que eso es precisamente lo que se consagró en la Constitución.

De ahí resulta la corrupción -quiero decir el trastueque, la desfiguración- del Parlamento, convertido en cámara de resonancia de los debates partidistas, con lectura de discursos redactados en otros ámbitos, imposibilidad de convencer a nadie que no esté previamente convencido y resultados de las votaciones previsibles desde el día primero de la legislatura. Quienes debieran controlar al gobierno deben el cargo a su presidente y tienen que comportarse con mansedumbre, votando incluso contra lo que piensan o contra lo que anunciaron en sus campañas. Las minorías, como en el ayuntamiento, protestan, gritan y denuncian, pero no controlan.

Esta conversión de la representación popular en séquito, comparsa y acompañamiento de los reforzadísimos poderes de los líderes de los partidos que parecen incapaces de presidir a hombres y mujeres libres y prefieren tenerlos bajo control, porque eso les facilita mucho las cosas, está en la raíz de otras corrupciones. Nadie se puede creer que ni un solo concejal, diputado autonómico, diputado nacional o senador tuviera conocimiento de los desmanes de los colegas que están en la cárcel y si la disciplina de partido les mantuvo en silencio es forzoso concluir que han preferido conservar su situación que representar a ciudadanos decentes.

Hablando de los que están en la cárcel, es obligado recordar que no fueron los electores, sino los seleccionadores, quienes se equivocaron radicalmente al incluirlos en las listas, sin que uno solo de tales seleccionadores haya aceptado la menor responsabilidad, políticamente tan exigible. El velo de los aparentes “comités electorales” permite cubrir las arbitrariedades del dedo.

Si no se afrontan estos graves defectos de nuestra democracia por quienes todavía pueden hacerlo, que no se sorprenda nadie de su degeneración y de la creciente incomparecencia de quienes tienen su vida resuelta al margen de los escaños.

Fernando Suárez González

19 de marzo de 2015

Cuando era niño

Cuando era niño ponía todo mi afán en seguir tus pasos, largos, rápidos y marciales. Hoy lo pongo en acompasar los míos a tu lento caminar.

Cuando era niño me ayudabas a caminar. Hoy tengo la suerte de poder ayudarte yo a ti.

Cuando era niño me decías que fuera siempre erguido, alta la mirada. Y a pesar de los años que has vivido, a pesar de tus limitaciones, sigues altivo y en pie.

Cuando era niño me enseñaste el valor de la esperanza. Y sigues sin miedo a la oscuridad, porque sabes que no hay noche sin aurora.

Cuando era niño soñaba que algún día sería un hombre como tú. Hoy sigo soñando lo mismo.

Cuando era niño y no sabía lo que era ser un hombre, te admiraba. Hoy, que sé lo mucho que cuesta serlo, te admiro mucho más.

Y le doy gracias a Dios por haber tenido un padre como tú.


LFU