"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

2 de agosto de 2017

Así despidió Ciudad Real al gobernador Utrera Molina

No cabe duda de que la política, entendida como un noble ejercicio del servicio a los demás, hace décadas que cayó en desuso.  Vivimos tiempos recios, en los que la actividad pública está tristemente desacreditada por el abandono absoluto de principios y valores y por el efecto nocivo de una oligarquía partitocrática que, lejos de premiar la excelencia, adjudica destinos y cargos en función de la componenda y el servilismo. Tal vez por ello, se manipula y borra con más ahínco la historia reciente de España para evitar comparaciones que resultan especialmente odiosas a quienes no ofrecen a los demás más que los desechos de su rencor y de su mediocridad. Pero al olvido y la mentira no podemos oponer la indiferencia o la resignación. Estamos obligados a rescatar la verdad y a airearla aunque ello implique ser desterrados a la caverna y sufrir el acoso de los miserables. 

Por eso las imágenes que hoy rescato del archivo de mi padre cobran especial significado.  Hace ahora 55 años, el pueblo de Ciudad Real se echó literalmente a la calle para despedir a un Gobernador de 36 años que abandonaba la capital manchega. Las imágenes no mienten. El día 2 de marzo de 1962 amaneció frío y lluvioso, pero eso no evitó que miles de manchegos llenasen la Plaza de Cervantes para dar su adiós a un joven gobernador que había entregado su juventud a aquella tierra con verdadera pasión  y eficacia.  

Hoy día, resulta imposible imaginar una despedida semejante a un político español y eso debería servirnos de reflexión. Reproduzco a continuación, algunas palabras de la despedida que le tributaron: 

"Aquí nos tienes a todos los trabajadores desde el más potente empresario hasta el más modesto productor, para decirte con emoción y sencillez adiós. Un adiós profundo y sentido que nos entristece cuando con tus actos y servicios tan hondo has calado en el corazón de la Mancha; de esta Mancha que escuchó de los labios de este caballero andaluz, las frases más bellas y los cantos más sonoros (...)como un nuevo Don Quijote, Utrera Molina paseó nuestros pueblos, recogió sus inquietudes y por todos y cada uno de ellos, esparció con sus cálidas palabras y consejos, esperanzas y alientos que cuajaron en nuevas escuelas, viviendas, teléfonos, abastecimientos de aguas, electrificaciones, et..,. fruto todo ello de sus constantes desvelos."

Para terminar, voy a dar ese grito que tantas veces he oído de personas vistiendo ropa de pana y abarcas, cuando te hemos acompañado en tu caminar por las rutas polvorientas de nuestra tierra: ¿Viva nuestro Gobernador Civil!"

Y también, de su discurso de despedida: 

"Os puedo decir que he amado esta tierra con delirio. Mis hijos han crecido aquí. Y he estado abierto a todos porque nuestra causa es una causa abierta a todos los españoles, y por ellos, sin discriminaciones sobre el color de cada cual, el despacho de un hombre de la Falange ha estado abierto a todos los que a el acudieron. 

Lo importante no es vivir, sino llegar al alma de los demás. M
e llevo el recuerdo de las piedras viejas de Calatrava, del azul intenso de las Lagunas de Ruidera, de los pueblos pequeños, de las iglesias, de los escudos de las casas...todo lo llevo dentro de mi corazón en visión perpetua e irrevocable. 

He conocido de vuestra lealtad castellana y manchega y sobre todo he aprendido mucho de vuestra humildad y sencillez, humildad que es precisa para que los hombres se entiendan.

Siento que mis hijos no tengan más edad para poder decirles: "Hijo levanta tus ojos y besa esta tierra que tiene un fondo milagroso de esperanza y eternidad."

40 años después de aquella despedida, un grupo de manchegos se trasladó a Madrid para entregarle la medalla de oro de la Ciudad que nunca se le había llegado a entregar. Mi padre sintió hasta el final un especial amor por aquella tierra manchega en la que lo dio todo siendo el gobernador más joven de España. 

Mi gratitud y homenaje a los muchos ciudadrealeños que aún le recuerdan con cariño.

Luis Felipe Utrera-Molina

18 de julio de 2017

"Agresión al 18 de julio" por José Utrera Molina

(Rescato de la hemeroteca este artículo, publicado hace 36 años, por su indudable calidad y su rabiosa actualidad. Lo único que ha quedado superado por los acontecimientos es el título, puesto que el 18 de julio se ha convertido en una fecha no agredida, sino anatemizada, salvo para cobrar la paga extraordinaria, claro)

AGRESIÓN AL 18 DE JULIO
(publicado en El Alcázar, 18 de julio de 1981)



El destierro a la memoria de que hablaba don Miguel de Unamuno es sin duda el riesgo temerario del recuerdo. Por eso tuve desde siempre un radical desacuerdo con los que hacían de los aniversarios plataformas habituales de proclamación política, convirtiéndolos en territorios de recreación retórica, en refugio de nostalgias o en amparo de añoranzas  y de melancolías.

Pero hay ocasiones en que es preciso y necesario recordar, hay circunstancias en que el recuerdo se convierte en exigencia ética, en deber de conciencia, en compromiso moral,  en demanda inesquivable, en urgente requerimiento.  Ocurre esto cuando  peligra la verdad  que un día honestamente  defendimos, cuando secuestra  un hecho y se manipula con su intención, cuando se desnaturaliza la historia y se falsifica y corrompe la naturaleza  de la realidad,  alterando sensiblemente su nominación  y su espíritu, cuando  se descalifica y se injuria, cuando se menosprecia  y no se respeta un caudal de sacrificio y de heroísmo.

Pienso que cuando esto ocurre, conmemorar  no es tan sólo volver a pasar por la memoria sino también volver a recorrer el corazón, dar testimonio de fidelidad, levantar justamente la voz para responder serenamente a los agravios y ofrecer claramente nuestra voluntad para combatir sin miedo la deformación y la injusticia.

En estos días presenciamos  una ofensiva de determinados medios de comunicación  social –convertidos en habituales vehículos de la difamación,  de la calumnia y del resentimiento –con el propósito de alterar la significación histórica y política del 18  de julio de 1936.  Lo que fue el inicio de un afanoso y fecundo proceso  de  reconstrucción   nacional,  se presenta como  una fecha sombría, como un hecho vergonzoso,  como un acto indigno, como  una  traición a la llamada representación democrática.  No se hace mención de la podredumbre de un sistema que cayó derribado  por sus propias culpas, por la falsificación de su esencia,  por la esterilidad de su representación social y política y por el atentado  que supuso  su radical empeño de desmembración y de sometimiento a poderes extraños que operaron  a extramuros  de los intereses nacionales.

Ante esta siniestra manipulación,  ante  este vil y despiadado ataque no podemos permanecer en silencio. Callar no sería otra cosa que replegarse cobardemente, con dimisión humillante de nuestro  propio honor  y dignidad.  Dejo a un lado la repugnancia  que siento ante  los que  fueron  durante  muchos años fervorosos apologistas  del Movimiento Nacional del 18 de julio y que hoy permanecen mudos, con sus plumas, y sus palabras clausuradas, por el miedo a perder beneficios, a abandonar  privilegios, a cesar en los consejos de administración  o a comprometer su seguridad  personal.

 Para nosotros, el 18 de julio no fue la voluntad de perpetuar un enfrentamiento, sino el comienzo de una  nueva era en la que pudieran  integrarse las razones dolientes del alma partida de España, en un común impulso de superación de pasadas  y amargas diferencias, fue un emocionante  proyecto popular que sin duda en parte se frustró después  por egoísmos  inconfesables,  por mercaderes  y por arribistas de toda especie.

El 18 de julio no fue un movimiento de clase, ni el triunfo de una tendencia partidista, sino el reencuentro con nuestro destino  nacional  en tantas  ocasiones malogrado,  el levantamiento de un pueblo que  no quiso morir estrangulado  por la tiranía del marxismo, la heroica y ejemplar decisión de un Ejército que quiso impedir la desmembración de España, y la voluntad joven, ardiente y revolucionaria de emprender todos juntos un nuevo camino  de sincera y auténtica  participación  popular, una vez probada  de forma evidente la esterilidad partitocrática.

Las razones de 18 de julio fueron lícitas; no se combatió una legalidad,  la legalidad se había  derrumbado ella misma. De aquella fecha arrancó una etapa histórica que tuvo, como toda obra  humana,  errores,  defectos  y equivocaciones, pero  que ofrece sin embargo en su conjunto un balance colosalmente positivo. Los españoles sintieron la alegría del reencuentro con una incitante tarea colectiva, donde se armonizó la libertad con la autoridad  para preparar  una vida democrática sin artificios y una convivencia civilizada en un marco sereno  de diálogo y no en un plano de beligerancia y de disputa.  El orden social mejoró con el desarrollo económico y el impulso industrial fue uno de los más vigorosos y espectaculares que ha conocido el mundo occidental. España recuperó su impulso vital, su memoria  su ambición histórica, de ser mediatizados por Europa, pasamos a tener  prestigio, independencia y dignidad, sobre todo respeto, en extensos ámbitos internacionales.

Resulta paradójico, pues, que desde determinadas posiciones del régimen actual se ejerza la crítica demoledora  del sistema anterior, cuando el vigente no puede ofrecer nada más que  un panorama desolador,  donde,  podrida  la libertad, sólo prospera la injusticia, la zafiedad, el mal gusto, el desbarajuste social, la disgregación y el desencanto.

Desde muy calificados y penetrantes medios  de comunicación social se aniquilan los fundamentos de la sociedad,  se caricaturizan nuestras tradiciones, se hace burla y escarnio de nuestras creencias religiosas, se atenta descaradamente contra la institución familiar, se presentan  como lógicas, normales y deseables  las mayores  aberraciones sexuales,  se fomenta  la prostitución y se destruye con un sarcasmo  que estremece  la misma esencia del amor. Lo cierto es, y acaso lo más penoso, que  nos encontramos indefensos ante esta invasión negadora de todo principio moral.

Evito también  referirme a los que, hoy enemigos y adversarios, pero correligionarios  ayer, situados  en  puestos oficiales de preminencia,  no sólo callan sus antiguos fervores, sino que contribuyen con sus conductas y con sus actuaciones  a la desmembración de España y, por lo tanto, a abatir la razón integradora de aquella fecha, porque creo que tarde o temprano serán juzgados implacablemente por el rotundo juicio de la Historia. En estas circunstancias yo sólo me limito, porque no estoy habituado  a mudar de creencias, a dar testimonio de mi lealtad y a no renunciar, aunque  las circunstancias sean adversas, al compromiso  histórico que suscribí ante mismo y al juramento que  un día presté de defender unos principios poniendo a Dios por testigo.

Yo no escribo hoy del 18 de julio de 1936 con memoria de protagonista. Por razones de edad no participé en aquella contienda y, por lo tanto, no me refiero a ella a través de vivencias de luchador y de combatiente. No tengo, pues, recuerdos de riscos conquistados o de trincheras defendidas, escribo tan sólo con la memoria de la paz y de la concordia, con entera fidelidad  a un propósito  de entendimiento y de solidaridad  entre todos los españoles.

Muchos de los hombres de mi generación entendimos con generosidad  la significación de aquella fecha. No hubo jamás en nosotros descalificación de los hombres que se enfrentaron en trincheras distintas ni el menos asomo de agresividad a los que resultaron vencidos en aquel conflicto fraterno, ni por supuesto la más ligera condena  dialéctica a los que defendieron con valor y nobleza sus propios ideales. Hubo, por el contrario, un enorme respeto por el caudal de decisión y de brío que los combatientes de una y otra parte demostraron.

Cabe preguntarse, ¿qué oscuro, tenebroso e inconfesable proyecto se esconde detrás de estas campañas? Sólo cabe una respuesta coherente: se intenta la destrucción de todo un orden moral, la mutilación de toda vertiente espiritualista, la siembra del rencor y del odio, la negación, en definitiva, del respeto a la dignidad y a la libertad del hombre.

Estamos en presencia de una profunda crisis económica, de una escandalosa elevación del gasto público,  la unidad  de España  se resquebraja,  se grita la independencia  en el Nou Camp de Barcelona, en Vizcaya se suceden  las demandas de autodeterminación y en Navarra, puño  en alto en la plaza de toros, se insulta al Ejército y se canta  la canción del soldado  vasco. La representación social baja,  mientras se eleva a la más alta cota el terrorismo, que es, sin duda, el más grave de Europa. Se falsea la democracia y paso a paso perdemos el pudor histórico y ganamos en indignidad colectiva. Se desconocen  las reglas morales, se rompe sistemáticamente nuestro destino comunitario, no hay el menor respeto a los grupos divergentes, los grandes valores de nuestra historia se ridiculizan, España se desvertebra, prospera el enfrentamiento sobre el diálogo responsable, se acentúan los conflictos entre el poder central y las autonomías, progresan las diferencias entre el ejecutivo y el legislativo, se señalan diferencias entre políticos y Fuerzas Armadas, entre Policía y Poder Judicial. Todo es provisional, indeciso e inseguro, y la vida política está llena de peligrosas incongruencias.

Y yo me pregunto, ¿desde este miserable haber histórico, desde esta evidente realidad, se puede denostar una época que fue fecunda en realizaciones y envilecer su sustancia ideológica propiciadora de fraterna solidaridad, con falsedades y calumnias?

Desde esta confortable perspectiva, ¿se tiene legitimidad moral para mancillar el honor del 18 de julio?


José Utrera Molina