"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

27 de agosto de 2017

José Utrera Molina, Una promesa cumplida.

(artículo publicado en Razón Española en el número correspondiente a julio-agosto 2017)


“No estoy dispuesto a olvidar lo que fui, ni me arrepiento por tanto de lo que soy. El ayer, el hoy y el mañana enlazan mi irrevocable filiación falangista. Me reconforta la seguridad de que mi vida no ha sido una promesa incumplida o un destino traicionado y que todavía no tengo que poner en mi esperanza ninguna negra colgadura. No podría, pues, hacer cuenta nueva porque las cifras serían las mismas y, fatal o felizmente, el resultado habría de ser también invariable; morir sin cambiar de bandera es el sueño que acaricio día tras días y hora tras hora. Ante la realidad actual de la vida política española, que frecuente contemplo con ojos atónitos, donde toda gallardía es inexorablemente condenada y toda lealtad a lo que fue nuestro pasado maldecida y proscrita, Dios quiera que este último sueño al menos se cumpla con honor y, si es posible, también con ventura.”

Con este párrafo, tan auténtico como el espíritu de su vida, concluía el autor de mis días el prólogo de su libro de memorias “Sin cambiar de bandera” en el año 1989, cuando aún le restaban 27 años más de vida para hacer honor a su promesa, con más gallardía si cabe, en una España en la que la mezquindad, la vileza y la cobardía se han institucionalizado hasta límites difícilmente imaginables en aquel momento.

Mi padre es –me resisto a hablar de él en pasado, pues su presencia llena mi vida en cada momento- un monumento a la lealtad. Pero no a una lealtad ciega, servil  o romántica, sino a una lealtad que es pura coherencia con su propia trayectoria vital.  Mi padre fue uno de tantos niños a los que la guerra arrebató la niñez. Contempló con asombro el odio desatado contra todo lo que rodeaba su existencia y a menudo recordaba el olor a quemado que desprendían los templos quemados de su Málaga natal.  Jamás pudo olvidar las macabras romerías que cada mañana subían hasta el lugar de los fusilamientos para profanar con odio los cadáveres aún calientes de los fusilados al amanecer y vio como caían algunos de los jóvenes que le habían hablado por primera vez de una bandera nueva, de primaveras, de amaneceres y de rosas.  Pero aquella guerra fratricida también rompió su familia en dos, por lo que sus afectos también estuvieron en el bando perdedor. Ésta circunstancia marcó su carácter abierto, siempre alérgico al sectarismo y su capacidad para empatizar con los adversarios políticos.  Buena muestra de ello fue su empeño en acoger en su centuria del Frente de Juventudes a los hijos de los que mataron con los hijos de los que murieron, en superar la contienda y dedicar todos sus esfuerzos a levantar una España necesitada de patria, pan y justicia para todos.

Sus dotes de mando, su autoridad moral y su vibrante oratoria pronto llamaron la atención de un Gobernador civil de Málaga, Luis Julve, que fue quien comenzó a promocionarle para tareas de más alto calado.  Con apenas 30 años se convirtió en el Gobernador civil más joven de España. Ciudad Real, Burgos y Sevilla fueron testigos de la pasión arrebatada y la firme decisión con la que asumió unas tareas de gobierno que para él no eran sino la oportunidad de servir a los demás transformando una realidad que no le gustaba para lograr el bienestar de los más humildes. Abrió su despacho de par en par y pronto se formaron colas para hablar con el gobernador, para exponerle las preocupaciones más primarias. Se convirtió en visita incómoda de Ministros y Directores Generales a quienes acababa desarmando con la autenticidad de sus argumentos y la pasión que ponía en todas sus actuaciones. 

               Pero de todos esos destinos, Sevilla sería finalmente, como él solía decir, el paisaje que mejor le sonrió, “el lugar –escribió- que más he querido y donde siempre tuve el depósito de mi más noble nostalgia”. Una Sevilla a la que llegó con el vértigo de su origen malagueño y que le abrió su corazón de par en par cuando vio cómo se desvivía por aquella tierra y se identificaba con su manera de ser. Durante sus ocho años de gobierno se crearon barriadas enteras, entregándose 10.491 viviendas sociales a familias necesitadas que vivían en infraviviendas o en corrales de vecindad en situaciones lamentables y podían tener por fin un hogar digno. Mi madre siempre recuerda que, cuando llovía torrencialmente por las noches, mi padre se desvelaba y le decía “hoy habrá mucha gente que se va a quedar sin techo”, y se iba a su despacho para pedir el parte de incidencias de bomberos y policía.  Se erradicaron más de 34 núcleos chabolistas y se crearon más de 80.000 puestos escolares en toda la provincia.  Todo esto se consiguió pese a la precariedad de medios, por el entusiasmo de un hombre para el que la justicia social era la base sobre la que debía sustentarse cualquier acción de gobierno. Y Sevilla le correspondió con una entrega y agradecimiento que aún perdura, siendo innumerables los testimonios de personas sencillas que durante estos días hemos recibido sus hijos, en los que nos muestran la flor de la gratitud a quien lo dio todo por las gentes de aquella tierra, en la que siempre tuvo el depósito de su más noble nostalgia. 

               Su fecunda labor en los gobiernos civiles hizo que Franco quisiera tenerlo cerca. Su nombramiento como ministro se debió directamente al Generalísimo quien había sido testigo de su eficacia, de su lealtad y de su autenticidad, de la que pudo hacer gala en la Subsecretaría del Ministerio de Trabajo, posteriormente en su efímero paso por el Ministerio de la Vivienda y, sobre todo, desde la Secretaría General del Movimiento, empeñándose en nadar vigorosamente contra una corriente espesa de lodo decidida a sepultar para siempre las huellas de una era de la historia de España que algún día se reconocerá como la más próspera y fecunda de cuantas ha conocido nuestra convulsa y amada patria.  Fue esta última responsabilidad la más ilusionante por cuanto suponía para un miembro del Frente de Juventudes llegar al más alto escalón del Movimiento, y al mismo tiempo la más dolorosa pues fue testigo doliente del aluvión de deserciones y traiciones que se anunciaban soterradamente a la espera de colocarse bien en la casilla de salida de una nueva era que debía romper con el pasado.

               Y es precisamente en el momento en que las ratas se apresuraban para abandonar el barco, cuando mi padre nos ofrece una lección magistral de lealtad que no puedo calificar sino de heroica. Con apenas 50 años y 8 hijos pequeños a sus espaldas, sin una oposición ni patrimonio alguno que le respaldara, decidió rechazar los treinta denarios con el que pusieron precio a su silencio y su mudanza. Muchos –casi todos- habrían entendido una elección más sensata y prudente. Pero, como a menudo me decía, quería seguir mirándonos a los ojos sin tener que bajar la mirada de vergüenza. Era consciente de que durante décadas había guiado a miles de personas con la autenticidad de unos ideales que no merecían acabar apolillados en el baúl de la comodidad, con tal de poder descansar cómodamente desde las mullidas alfombras de los Consejos de Administración sin preocuparse del futuro de sus hijos. Y en ese difícil trance, en el que tantos encontraron tan diversas justificaciones, decidió seguir los dictados de su noble corazón, manteniéndose fiel a su propia trayectoria y a la bandera que siempre había servido, sabedor de que ello le granjearía el silencio, el desdén y el desprecio de quienes no tenían un porqué para vivir, sino tan sólo un cómo.

Fue entonces, con ese acto indudablemente heroico donde José Utrera Molina alcanzó para mí la cima de su grandeza. Desde aquella difícil decisión, que no hubiera sido posible sin el aliento de una mujer abnegada y leal como mi madre, asumió el papel de paladín solitario de un régimen cuya historia comenzaba a desfigurarse por la mentira, el odio y la manipulación, pero sobre todo por la cobardía, el silencio y la indiferencia de quienes todo le debían.

Fue Albert Camus quien afirmó que “existe una filiación biológica entre el odio y la mentira” y ya Orwell anunciaba que «quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro».  Mi padre fue consciente desde un principio de que tendría que luchar contra fuerzas titánicas para tratar de mantener vivo el testimonio de una verdad cada vez más desdibujada, pero que seguía viva en su corazón y en su memoria. Le dolían profundamente los silencios de tantos ante la falsificación sistemática de nuestra historia reciente, ante la criminalización de toda una generación de políticos y servidores públicos que acometieron con ilusión la ingente tarea de la reconstrucción nacional. Pero jamás le ganó el desaliento. Se cuentan por cientos los artículos que escribió hasta los últimos días de su vida para contestar ésta o aquella mentira, para condenar los ataques injustos que día tras día recibía la figura de Francisco Franco, para reivindicar la memoria de quienes ya no tenían voz para poder defenderse del ataque cobarde y cruel de la mentira.  Jamás rechazó una entrevista, jamás cerró las puertas de su casa a quien quisiera conocerle y he de decir que se cuentan con los dedos de una mano –y sobran- quienes se aprovecharon de su generosidad y gentileza para zaherirle.

Los que quisieron herirle en sus últimos años tan sólo consiguieron emponzoñar su propio corazón de vileza y mezquindad. Mi padre estaba muy por encima de las miserias humanas y tan sólo sentía lástima de que una pasión tan aniquiladora como el odio se hubiese vuelto a instalar en la vida española. Le dolió, sí, lo de Sevilla, porque allí lo había dado todo y por todos y esperaba que al menos hubiera habido un solitario gesto de nobleza, de dignidad. Pero ni la vileza de unos ni la cobardía de otros pudieron arrebatarle jamás la alegría, porque hasta el último día recibió a raudales con una dulce sonrisa el torrente de amor que siempre repartió.

Cada noche recitaba los nombres de sus amigos muertos encomendándoles en su plegaria. “Más de 500” -me decía-. Aprendí de él que nunca era tarde para abrir el corazón a nuevas amistades, pues la amistad era para él una fuente nutricia esencial para el crecimiento de la persona. Tenía alma de poeta y nos dejó escritos versos maravillosos encerrados en esa cárcel  del alma que es el soneto, como estos con los que se refiere a su ideal:

Estoy de pie con mi ideal, y sigo
sin cansarme, llevándolo conmigo,
vivo el sueño, mas roto mi estandarte.

Si me pides que luche todavía
Sobre el pecho te juro que lo haría.
Me iré muriendo, sin dejar de amarte. 

Fue un hombre esencialmente bueno en el que la humildad y la generosidad brillaron siempre con luz propia. Amó arrebatadamente a su mujer, mi madre, «que alentó mis sueños, que compartió valerosamente mi esperanza y compartió con amor mi empeño imposible»; a sus hijos y a sus nietos, en los que se sentía «venturosamente continuado» y siempre, siempre, tenía una palabra amable y gentil para todo el que se le acercaba.  Su enorme corazón ha resistido hasta el final los más duros y amargos ataques, porque por encima de todo, mi padre ha sido un luchador que jamás estuvo dispuesto a arriar su bandera.  Leyendo todo lo que durante estos días se ha escrito de él, escuchando lo que dicen gentes ilustres y sencillas, sintiendo la admiración de tantos y el amor de su gran familia, no cabe duda de que mi padre ha sido un triunfador, porque sólo los hombres grandes dejan tan profunda huella de gratitud en los demás.

Termino con algunas frases de la carta con las que quiso despedirse de nosotros:

“Quiero ser enterrado con mi camisa azul. No es un gesto romántico sino la postrera confirmación de que muero fiel al ideal que ha llenado mi vida. (…) “Quiero pedir perdón a cuantos ofendí en mi vida y reiterar mi creencia en Cristo y mi fe en España, cuya bandera ha de ser mi sudario”. 

Tú ya has cumplido tu promesa, con honor y con ventura. Te has ido con el honor intacto, por la puerta grande y sin cambiar de bandera.  A nosotros nos queda ahora la difícil tarea de llevar con orgullo tu apellido hasta el final de nuestros días, con la esperanza de poder mirar atrás con la satisfacción de haber sido dignos de tu ejemplo.

Descansa en paz querido padre, camarada y amigo. Guíanos siempre desde tu lucero y ruega siempre por tu querida España.

Tu hijo que te quiere y admira,


Luis Felipe 

23 de agosto de 2017

"CANCIÓN PARA DESPUÉS". Soneto inédito de José Utrera Molina

Transcribo a continuación el soneto encontrado entre los papeles de mi padre, a los cuatro meses de subir a la casa del Padre. Sus versos, absolutamente visionarios, cobran ahora su verdadero significado.



Cantadme el cara al sol cuando yo muera
si es que queda una voz para entonarlo,
si perdura el arrojo de gritarlo
con el alma y en alto la bandera.

Cantadme el cara al sol cuando yo muera,
acaso yo lo escuche todavía,
está en el cielo azul su melodía
como el grito del alba en primavera.

Cantadme el cara al sol en la esperanza
de arrebatar su sitio a la amargura.
Con tristeza el mañana no se alcanza.

Que la rosa en el puño aprisionada
recobrará mañana su tersura
del rencor y del odio liberada.


José Utrera Molina



2 de agosto de 2017

Así despidió Ciudad Real al gobernador Utrera Molina

No cabe duda de que la política, entendida como un noble ejercicio del servicio a los demás, hace décadas que cayó en desuso.  Vivimos tiempos recios, en los que la actividad pública está tristemente desacreditada por el abandono absoluto de principios y valores y por el efecto nocivo de una oligarquía partitocrática que, lejos de premiar la excelencia, adjudica destinos y cargos en función de la componenda y el servilismo. Tal vez por ello, se manipula y borra con más ahínco la historia reciente de España para evitar comparaciones que resultan especialmente odiosas a quienes no ofrecen a los demás más que los desechos de su rencor y de su mediocridad. Pero al olvido y la mentira no podemos oponer la indiferencia o la resignación. Estamos obligados a rescatar la verdad y a airearla aunque ello implique ser desterrados a la caverna y sufrir el acoso de los miserables. 

Por eso las imágenes que hoy rescato del archivo de mi padre cobran especial significado.  Hace ahora 55 años, el pueblo de Ciudad Real se echó literalmente a la calle para despedir a un Gobernador de 36 años que abandonaba la capital manchega. Las imágenes no mienten. El día 2 de marzo de 1962 amaneció frío y lluvioso, pero eso no evitó que miles de manchegos llenasen la Plaza de Cervantes para dar su adiós a un joven gobernador que había entregado su juventud a aquella tierra con verdadera pasión  y eficacia.  

Hoy día, resulta imposible imaginar una despedida semejante a un político español y eso debería servirnos de reflexión. Reproduzco a continuación, algunas palabras de la despedida que le tributaron: 

"Aquí nos tienes a todos los trabajadores desde el más potente empresario hasta el más modesto productor, para decirte con emoción y sencillez adiós. Un adiós profundo y sentido que nos entristece cuando con tus actos y servicios tan hondo has calado en el corazón de la Mancha; de esta Mancha que escuchó de los labios de este caballero andaluz, las frases más bellas y los cantos más sonoros (...)como un nuevo Don Quijote, Utrera Molina paseó nuestros pueblos, recogió sus inquietudes y por todos y cada uno de ellos, esparció con sus cálidas palabras y consejos, esperanzas y alientos que cuajaron en nuevas escuelas, viviendas, teléfonos, abastecimientos de aguas, electrificaciones, et..,. fruto todo ello de sus constantes desvelos."

Para terminar, voy a dar ese grito que tantas veces he oído de personas vistiendo ropa de pana y abarcas, cuando te hemos acompañado en tu caminar por las rutas polvorientas de nuestra tierra: ¿Viva nuestro Gobernador Civil!"

Y también, de su discurso de despedida: 

"Os puedo decir que he amado esta tierra con delirio. Mis hijos han crecido aquí. Y he estado abierto a todos porque nuestra causa es una causa abierta a todos los españoles, y por ellos, sin discriminaciones sobre el color de cada cual, el despacho de un hombre de la Falange ha estado abierto a todos los que a el acudieron. 

Lo importante no es vivir, sino llegar al alma de los demás. M
e llevo el recuerdo de las piedras viejas de Calatrava, del azul intenso de las Lagunas de Ruidera, de los pueblos pequeños, de las iglesias, de los escudos de las casas...todo lo llevo dentro de mi corazón en visión perpetua e irrevocable. 

He conocido de vuestra lealtad castellana y manchega y sobre todo he aprendido mucho de vuestra humildad y sencillez, humildad que es precisa para que los hombres se entiendan.

Siento que mis hijos no tengan más edad para poder decirles: "Hijo levanta tus ojos y besa esta tierra que tiene un fondo milagroso de esperanza y eternidad."

40 años después de aquella despedida, un grupo de manchegos se trasladó a Madrid para entregarle la medalla de oro de la Ciudad que nunca se le había llegado a entregar. Mi padre sintió hasta el final un especial amor por aquella tierra manchega en la que lo dio todo siendo el gobernador más joven de España. 

Mi gratitud y homenaje a los muchos ciudadrealeños que aún le recuerdan con cariño.

Luis Felipe Utrera-Molina

18 de julio de 2017

"Agresión al 18 de julio" por José Utrera Molina

(Rescato de la hemeroteca este artículo, publicado hace 36 años, por su indudable calidad y su rabiosa actualidad. Lo único que ha quedado superado por los acontecimientos es el título, puesto que el 18 de julio se ha convertido en una fecha no agredida, sino anatemizada, salvo para cobrar la paga extraordinaria, claro)

AGRESIÓN AL 18 DE JULIO
(publicado en El Alcázar, 18 de julio de 1981)



El destierro a la memoria de que hablaba don Miguel de Unamuno es sin duda el riesgo temerario del recuerdo. Por eso tuve desde siempre un radical desacuerdo con los que hacían de los aniversarios plataformas habituales de proclamación política, convirtiéndolos en territorios de recreación retórica, en refugio de nostalgias o en amparo de añoranzas  y de melancolías.

Pero hay ocasiones en que es preciso y necesario recordar, hay circunstancias en que el recuerdo se convierte en exigencia ética, en deber de conciencia, en compromiso moral,  en demanda inesquivable, en urgente requerimiento.  Ocurre esto cuando  peligra la verdad  que un día honestamente  defendimos, cuando secuestra  un hecho y se manipula con su intención, cuando se desnaturaliza la historia y se falsifica y corrompe la naturaleza  de la realidad,  alterando sensiblemente su nominación  y su espíritu, cuando  se descalifica y se injuria, cuando se menosprecia  y no se respeta un caudal de sacrificio y de heroísmo.

Pienso que cuando esto ocurre, conmemorar  no es tan sólo volver a pasar por la memoria sino también volver a recorrer el corazón, dar testimonio de fidelidad, levantar justamente la voz para responder serenamente a los agravios y ofrecer claramente nuestra voluntad para combatir sin miedo la deformación y la injusticia.

En estos días presenciamos  una ofensiva de determinados medios de comunicación  social –convertidos en habituales vehículos de la difamación,  de la calumnia y del resentimiento –con el propósito de alterar la significación histórica y política del 18  de julio de 1936.  Lo que fue el inicio de un afanoso y fecundo proceso  de  reconstrucción   nacional,  se presenta como  una fecha sombría, como un hecho vergonzoso,  como un acto indigno, como  una  traición a la llamada representación democrática.  No se hace mención de la podredumbre de un sistema que cayó derribado  por sus propias culpas, por la falsificación de su esencia,  por la esterilidad de su representación social y política y por el atentado  que supuso  su radical empeño de desmembración y de sometimiento a poderes extraños que operaron  a extramuros  de los intereses nacionales.

Ante esta siniestra manipulación,  ante  este vil y despiadado ataque no podemos permanecer en silencio. Callar no sería otra cosa que replegarse cobardemente, con dimisión humillante de nuestro  propio honor  y dignidad.  Dejo a un lado la repugnancia  que siento ante  los que  fueron  durante  muchos años fervorosos apologistas  del Movimiento Nacional del 18 de julio y que hoy permanecen mudos, con sus plumas, y sus palabras clausuradas, por el miedo a perder beneficios, a abandonar  privilegios, a cesar en los consejos de administración  o a comprometer su seguridad  personal.

 Para nosotros, el 18 de julio no fue la voluntad de perpetuar un enfrentamiento, sino el comienzo de una  nueva era en la que pudieran  integrarse las razones dolientes del alma partida de España, en un común impulso de superación de pasadas  y amargas diferencias, fue un emocionante  proyecto popular que sin duda en parte se frustró después  por egoísmos  inconfesables,  por mercaderes  y por arribistas de toda especie.

El 18 de julio no fue un movimiento de clase, ni el triunfo de una tendencia partidista, sino el reencuentro con nuestro destino  nacional  en tantas  ocasiones malogrado,  el levantamiento de un pueblo que  no quiso morir estrangulado  por la tiranía del marxismo, la heroica y ejemplar decisión de un Ejército que quiso impedir la desmembración de España, y la voluntad joven, ardiente y revolucionaria de emprender todos juntos un nuevo camino  de sincera y auténtica  participación  popular, una vez probada  de forma evidente la esterilidad partitocrática.

Las razones de 18 de julio fueron lícitas; no se combatió una legalidad,  la legalidad se había  derrumbado ella misma. De aquella fecha arrancó una etapa histórica que tuvo, como toda obra  humana,  errores,  defectos  y equivocaciones, pero  que ofrece sin embargo en su conjunto un balance colosalmente positivo. Los españoles sintieron la alegría del reencuentro con una incitante tarea colectiva, donde se armonizó la libertad con la autoridad  para preparar  una vida democrática sin artificios y una convivencia civilizada en un marco sereno  de diálogo y no en un plano de beligerancia y de disputa.  El orden social mejoró con el desarrollo económico y el impulso industrial fue uno de los más vigorosos y espectaculares que ha conocido el mundo occidental. España recuperó su impulso vital, su memoria  su ambición histórica, de ser mediatizados por Europa, pasamos a tener  prestigio, independencia y dignidad, sobre todo respeto, en extensos ámbitos internacionales.

Resulta paradójico, pues, que desde determinadas posiciones del régimen actual se ejerza la crítica demoledora  del sistema anterior, cuando el vigente no puede ofrecer nada más que  un panorama desolador,  donde,  podrida  la libertad, sólo prospera la injusticia, la zafiedad, el mal gusto, el desbarajuste social, la disgregación y el desencanto.

Desde muy calificados y penetrantes medios  de comunicación social se aniquilan los fundamentos de la sociedad,  se caricaturizan nuestras tradiciones, se hace burla y escarnio de nuestras creencias religiosas, se atenta descaradamente contra la institución familiar, se presentan  como lógicas, normales y deseables  las mayores  aberraciones sexuales,  se fomenta  la prostitución y se destruye con un sarcasmo  que estremece  la misma esencia del amor. Lo cierto es, y acaso lo más penoso, que  nos encontramos indefensos ante esta invasión negadora de todo principio moral.

Evito también  referirme a los que, hoy enemigos y adversarios, pero correligionarios  ayer, situados  en  puestos oficiales de preminencia,  no sólo callan sus antiguos fervores, sino que contribuyen con sus conductas y con sus actuaciones  a la desmembración de España y, por lo tanto, a abatir la razón integradora de aquella fecha, porque creo que tarde o temprano serán juzgados implacablemente por el rotundo juicio de la Historia. En estas circunstancias yo sólo me limito, porque no estoy habituado  a mudar de creencias, a dar testimonio de mi lealtad y a no renunciar, aunque  las circunstancias sean adversas, al compromiso  histórico que suscribí ante mismo y al juramento que  un día presté de defender unos principios poniendo a Dios por testigo.

Yo no escribo hoy del 18 de julio de 1936 con memoria de protagonista. Por razones de edad no participé en aquella contienda y, por lo tanto, no me refiero a ella a través de vivencias de luchador y de combatiente. No tengo, pues, recuerdos de riscos conquistados o de trincheras defendidas, escribo tan sólo con la memoria de la paz y de la concordia, con entera fidelidad  a un propósito  de entendimiento y de solidaridad  entre todos los españoles.

Muchos de los hombres de mi generación entendimos con generosidad  la significación de aquella fecha. No hubo jamás en nosotros descalificación de los hombres que se enfrentaron en trincheras distintas ni el menos asomo de agresividad a los que resultaron vencidos en aquel conflicto fraterno, ni por supuesto la más ligera condena  dialéctica a los que defendieron con valor y nobleza sus propios ideales. Hubo, por el contrario, un enorme respeto por el caudal de decisión y de brío que los combatientes de una y otra parte demostraron.

Cabe preguntarse, ¿qué oscuro, tenebroso e inconfesable proyecto se esconde detrás de estas campañas? Sólo cabe una respuesta coherente: se intenta la destrucción de todo un orden moral, la mutilación de toda vertiente espiritualista, la siembra del rencor y del odio, la negación, en definitiva, del respeto a la dignidad y a la libertad del hombre.

Estamos en presencia de una profunda crisis económica, de una escandalosa elevación del gasto público,  la unidad  de España  se resquebraja,  se grita la independencia  en el Nou Camp de Barcelona, en Vizcaya se suceden  las demandas de autodeterminación y en Navarra, puño  en alto en la plaza de toros, se insulta al Ejército y se canta  la canción del soldado  vasco. La representación social baja,  mientras se eleva a la más alta cota el terrorismo, que es, sin duda, el más grave de Europa. Se falsea la democracia y paso a paso perdemos el pudor histórico y ganamos en indignidad colectiva. Se desconocen  las reglas morales, se rompe sistemáticamente nuestro destino comunitario, no hay el menor respeto a los grupos divergentes, los grandes valores de nuestra historia se ridiculizan, España se desvertebra, prospera el enfrentamiento sobre el diálogo responsable, se acentúan los conflictos entre el poder central y las autonomías, progresan las diferencias entre el ejecutivo y el legislativo, se señalan diferencias entre políticos y Fuerzas Armadas, entre Policía y Poder Judicial. Todo es provisional, indeciso e inseguro, y la vida política está llena de peligrosas incongruencias.

Y yo me pregunto, ¿desde este miserable haber histórico, desde esta evidente realidad, se puede denostar una época que fue fecunda en realizaciones y envilecer su sustancia ideológica propiciadora de fraterna solidaridad, con falsedades y calumnias?

Desde esta confortable perspectiva, ¿se tiene legitimidad moral para mancillar el honor del 18 de julio?


José Utrera Molina