5 de septiembre de 2013

El Señor de las Almendras

Nunca supimos su nombre. Para nosotros fue siempre -y lo seguirá siendo en nuestro recuerdo- “El Señor de las Almendras”. ¿Quién quería más almendraaas? ¡Qué almendras más bueenaaas! ¡Están tostaitas, muy ricas las almendras! ¡Almendraaas! ¡Qué almendras más bueenaas!. Este repertorio y su grave tono de voz, forma ya parte indeleble del arcano de la memoria de los veraneantes asiduos a la playa de Nerja.

Tan sólo en una ocasión hablé con él de cuestiones ajenas a su negociado, tras haber echado de menos mis hijas su exquisita mercancía durante varios días.  Me contó entonces que venía cada mañana de Almuñecar, donde vivía, que su mujer y su hija pelaban y tostaban las almendras en casa y él se hacía los veintitantos kilómetros en una modesta mobilette para recorrerse la playa de punta a punta para ganarse la vida. Vestido siempre con decoro, sombrero de paja, pantalón largo y camisa de algodón.  Ninguna concesión a la moda o a la comodidad. Armado con su cesta repleta de exquisitas almendras, del bolsillo de su camisa asomaban las cuartillas que con gran destreza convertía en un segundo en cucuruchos que servían de recipiente a las tostadas, saladas y deliciosas almendras, hacía cada mañana las delicias de grandes y pequeños y causaba no pocos trastornos a la hora de las comidas cuando nunca faltaba una madre reprochando a su hijo inapetente las almendras que se había zampado en la playa.

Yo, al igual que el resto de mi familia, era uno de sus clientes fijos. Él lo sabía y nos buscaba con disimulo ralentizando el paso cuando llegaba a nuestra altura. Parece que estoy viendo a mi hija mayor sentada en la arena, cucurucho en mano, ojos cerrados y comiéndose las almendras al arrullo de las olas. Hace dos años, el Señor de las almendras comenzó a espaciar sus visitas y fui consciente de que los años se le estaban echando encima. Decidí entonces inmortalizarle con mi cámara, quizás pensando que algún día mis hijas querrían recordar su entrañable figura y yo escribiría algo sobre él.  

A principios de agosto, paseando por la calle del Príncipe en Vigo me topé con una estatua de tamaño real dedicada a un viejo vendedor de periódicos que voceaba la prensa diaria en aquél mismo lugar que ahora ocupa en bronce. Ha pasado el primer mes de agosto en muchos años sin haber visto pasar al señor de las almendras por la playa de Burriana. Ignoro cuál ha sido su suerte, pero mucho me temo que su voz y sus almendras, sus paseos por la playa con esa indumentaria desafiando al sofocante calor ya forman parte de nuestro recuerdo.  Y pienso en que la inconfundible figura el Señor de las Almendras merecería figurar en bronce en el paseo marítimo de la playa de Nerja, como recuerdo perenne de una estampa antigua que forma ya parte integrante de su pequeña historia.

Mientras tanto, aquí va mi humilde homenaje al entrañable Señor de las Almendras.


LFU




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