14 de febrero de 2014

¿La libertad de la mujer?

La libertad, es decir, la capacidad del hombre para actuar según su propia voluntad, jamás se ha considerado un valor absoluto ya que ninguna comunidad civilizada protege y garantiza la libertad para hacer el mal. Hasta ahora.

La constante apelación a la “libertad de la mujer” para defender el supuesto derecho de la mujer a causar deliberadamente la muerte de su hijo no nacido no es más que una aberración propia de una sociedad decadente y desalmada a la que sólo se puede llegar a partir de la negación al concebido no nacido de su condición de ser humano. 

Esto, por desgracia, no es nuevo en la historia del hombre. El antecedente más próximo lo encontramos en el nazismo, cuya exacerbación de la teoría de la supremacía de la raza aria y el antisemitismo proverbial del pueblo alemán le llevó a justificar la eliminación de millones de seres humanos –nacidos y no nacidos- a quienes previamente se había negado tal condición.

No hay que irse muy lejos para recordar que en fecha no muy lejana una ministra del gobierno de España afirmó que el concebido no nacido era un ser vivo pero no un ser humano. En la actualidad, se extiende hasta en sectores de la derecha la especie de que “No se puede obligar a una mujer a ser madre”, perversión  que podría completarse con  la de “no se puede obligar a nadie a sacrificar su vida por sus familiares ancianos o enfermos”, para justificar la eutanasia o incluso -¿por qúe no?,  la de que “no se puede obligar a nadie a ser padre, hermano, o a ser hijo” para justificar el parricidio. Una consecuencia lógica de dicha negación de la evidencia es la resistencia numantina del lobby proabortista a aceptar que se obligue a los facultativos a enseñar una ecografía a la mujer antes de abortar. Se trata de “cosificar” al feto, negando su condición humana para justificar “moralmente” su muerte provocada.

Las mismas voces que claman por la supuesta libertad de la mujer, olvidan deliberadamente las miles de mujeres que recurren al aborto presionadas por su entorno: por sus padres, por sus parejas, por su entorno laboral, por las circunstancias económicas o, en muchas ocasiones, por sus proxenetas.  Esta es una verdadera esclavitud que provoca un trauma duradero en la mujer mientras libera a su entorno del “problema” del embarazo.

La respuesta que esperan esas mujeres de la sociedad no es la de fomentar su esclavitud haciendo más fácil el aborto. Sólo puede garantizarse su verdadera libertad si se le ofrece ayuda para poder seguir adelante con su embarazo.  La mujer traumatizada por un embarazo necesita ver una salida distinta a la de la muerte. Si a la mujer en trance de abortar se le ofreciera protección social y ayudas económicas para tener a su hijo y, para la que no quiera ser madre en el sentido verdadero del término, garantizarle que su hijo será dado en adopción -cuya demanda crece día a día- se disminuiría drásticamente el número de abortos. Para que la sociedad cambie su percepción sobre el aborto, tan sólo es necesario no ocultar la verdad y es que, tras cada aborto provocado, no sólo hay un trauma de la mujer sino también, y antes de nada, la muerte de un ser humano. 

Para salvar vidas hay que ofrecer más vida. La muerte no es, nunca, la solución. 


LFU

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