17 de junio de 2015

Un rosario de migas de pan. Mi encuentro con Ortega Lara

La oración, para no dejarse vencer por la desesperanza;  
el cuidado y aseo personal para no perder la dignidad,
y la familia, la imaginaria conversación con sus seres queridos, para no dejarse arrastrar por el fantasma de la soledad.

Fueron esos tres factores los que ayudaron a José Antonio Ortega Lara a sobrevivir a 532 días de horrible cautiverio en un agujero inmundo que rezumaba humedad en el que tan solo disfrutaba de la iluminación de una mustia bombilla durante siete horas diarias, cuando sus perros guardianes no le castigaban prolongando su oscuridad durante días.

El relato de su secuestro estremece y te adentra en la historia de una fortaleza admirable de la que sin duda Dios no fue ajeno. En aquel agujero de 2.40 por 1.70 que recorría a oscuras sin tropezarse rezando ocho rosarios diarios se notaba la presencia de Dios, que nunca le abandonó, pero también de la tentación que se infiltraba cada mañana por las pequeñas rendijas de la ventilación.

Carecía de espejo, pero afilando el arco metálico de unos auriculares consiguió mantener un aspecto de cierta dignidad, cortándose el cabello con frecuencia. Se fabricó su propio rosario -su mejor arma contra la tristeza- insertando unas migas de pan en los hilos de los quesitos que le daban de vez en cuando sus captores.

Consiguió salir con vida cuando sus captores habían decidido dejarle morir y lo primero que le preguntó al Guardia civil que asomó la cabeza por el agujero fue: ¿Estamos a 1 de julio?.  Entonces se dio cuenta de que había triunfado. Había conseguido no convertirse en un guiñapo desorientado. Había ganado la batalla a quienes querían despojarlo de su dignidad y utilizarlo como un pelele. En 532 días no le arrancaron ninguna declaración deshonrosa, no consiguieron doblegarle ni derrotarle. Hablaba con ellos, discutía con sus mentes cerradas y adoctrinadas y pese a su fragilidad, a veces pavorosa, era capaz de exasperarlos obteniendo castigo tras castigo, música durante 48 horas, oscuridad prolongada, etc.

Tuvo momentos de terrible tribulación y a punto de estuvo en dos ocasiones de dejarse vencer por la desesperanza. Pero Dios quiso que una breve anotación en una libreta llevase a la pista que le devolvería la luz del sol.

Hoy vive para contarlo y aunque nunca desaparecerán algunas cicatrices de aquella gesta, ha podido encontrar la paz tras haber podido perdonar.

Cuando volvía a casa, aún conmocionado por todo lo que había escuchado, caí en la cuenta de que los tres factores que permitieron sobrevivir a Ortega Lara en aquél terrible agujero (oración, dignidad y familia) son precisamente los que  pueden hacer feliz a cualquier persona.

Que Dios te bendiga, José Antonio.


LFU

1 comentario:

  1. Sin palabras me quedo cuando intento visualizar lo que este héroe consiguió...
    Me ha recordado tu comentario Luis, unos pasajes antiguos que creo encajan a la perfección. Un personaje, también atribulado, quizá algo más joven, escribió hace ya más de dos milenios unas palabras muy bonitas. Aun gobernaba un decreto persa, y el pueblo en que vivía estaba aun intentado volver a ser lo que era, regresando de un largo (y merecido) exilio. Muy jovencito, quizá con veinte años, habló de alguien que vendría a dar luz: "por la entrañable misericordia de nuestro Dios, con que la Aurora nos visitará desde lo alto, PARA DAR LUZ A LOS QUE HABITAN EN TINIEBLAS Y EN SOMBRA DE MUERTE, para guiar nuestros pies en el camino de paz". Este hombre se llamaba Zacarías. No pasaron tantos años, solo unas centurias, y ahora un adulto, de profesión médico, respondiendo al nombre de Lucas, que bien pudiera haber sido un intelectual de su época, repitió la frase en un libro que llevaba su nombre, en su primer capítulo, demostrando que esa frase sería una realidad. PARA DAR LUZ A LOS QUE HABITAN EN TINIEBLAS...y como no hay dos...sin tres...un antiguo alumno de Gamaliel, instruido en una de las mejores Escuelas de su época y con unos conocimientos de leyes abismales, que "estuvo al otro lado", con sobrenombre Pablo, escribió una carta a sus amigos de una ciudad llamada Filipos, y les dijo algo muy similar, allá por los años 50 de esta era, agradeciendo unos cuidados y ofrendas que le hicieron "la paz de Dios que supera todo pensamiento guardará sus corazones".

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