31 de enero de 2019

El matrimonio y la Familia: roca y fundamento de la Sociedad. Por Beatriz Silva de Lapuerta


El Catecismo de la Iglesia Católica, párrafos 2002 y 2007, establece que un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con sus hijos una familia; ésta institución es anterior a todo reconocimiento por la autoridad pública, que tiene obligación de reconocerla, y debe considerarse el punto de referencia normal en función de la cual deben ser apreciadas las diversas formas de parentesco. La familia es la célula original de la vida social y es la sociedad natural en que el hombre y la mujer son llamados al don de sí en el amor y en el don de la vida. La autoridad, la estabilidad, y la vida de relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de la libertad, de la seguridad y de la fraternidad en el seno de la sociedad. La familia es la comunidad en la que, desde la infancia, se pueden aprender los valores morales, se comienza a honrar a Dios y a usar bien de la libertad. La vida de familia es iniciación a la vida social.

De acuerdo con estos párrafos, la familia es la célula original de la sociedad, es donde naturalmente aprendemos a ser miembros responsables y fecundos de la sociedad; Como se menciona, existen principios que todos debemos admitir que son necesarios para el adecuado funcionamiento de cualquier sociedad: el respeto a la autoridad, seguridad, el buen uso de la libertad y la fraternidad entre sus miembros.

Teniendo en cuenta nuestra natural tendencia tras el pecado original, nos es muy difícil adquirir estos valores, incluso de un modo imperfecto, sin ningún tipo de ayuda. Pero como miembros de una familia, estos valores se aprenden de un modo natural, y en algunos casos sin gran esfuerzo.

Yo crecí con un padre y una madre, que sin ser perfectos, nos transmitieron a mis ocho hermanos y a mí, un ejemplo de fe vivida de palabra y obra, en un entorno de cariño y comprensión pero donde también supieron establecer con claridad límites y expectativas en beneficio de todos y consecuencias cuando estos no se cumplían.

De este modo aprendí, con todas mis imperfecciones, a ser responsable, a compartir con generosidad, a querer incondicionalmente, a perdonar y a ser perdonada, y principalmente, aprendí que esta vida es un peregrinaje hacia nuestra “Casa Celestial” y nuestra Esperanza y Confianza total no se haya en nosotros mismos o en nuestro Estado, sino en nuestro Señor Jesucristo.

Tengo que clarificar, que en contra de lo que algunos quieren ahora hacernos creer, mis creencias jamás han sido motivo para no preocuparme de mis hermanos, mi país o el mundo y sus necesidades, sino por el contrario, mis creencias, tal como aprendí de mis padres, han sido siempre el fundamento para actuar y participar y tratar de hacer un mundo mejor y ayudar a aquellos más necesitados.

Me casé en 1990 y el Señor nos bendijo con seis hijos. Mirando retrospectivamente, ahora que la menor tiene 19 años y el mayor 27, veo como dentro de la nueva familia que creamos, con facilidad y sin gran esfuerzo, empecé a hacerme algo más responsable, algo menos egoísta y más comprensiva, simplemente por amor a mi marido y a mis hijos.

Ahora, sin casi habernos dado cuenta, nuestros dos hijos mayores están ya casados y hace un año me encontraba en el hospital esperando el nacimiento de nuestro primer nieto. Aunque al nacer nuestros propios hijos experimenté el milagro que es la Vida, al estar tan ocupada no tuve tanto tiempo para meditar. Ahora que soy abuela y puedo contemplar todo con más tranquilidad, me puedo permitir el lujo de meditar. Así al nacer Michael, nos llamaron a su habitación para que pudiéramos conocerle  y al llegar vi a mi hijo Patrick de 26 años con su hijo en brazos. A continuación escuché a Hannah, su mujer, que acababa de tener una cesárea, pedir ayuda para reajustar la posición de su almohada y la oí decir: “Creo que Michael tiene frio, ¿Podrías  envolverle en la manta?”

Instantáneamente, vi a mi hijo Patrick apresurarse a colocarle la almohada a su mujer y a  envolver a su hijo con la manta. Naturalmente, sin grandes esfuerzos, de la noche a la mañana, le vi actuar como un marido y padre cariñoso y responsable, como su padre, de un modo que sería imposible aprender en unas clases de “Educación Cívica”, de un modo que solo se puede aprender en la Familia.

Entonces, mientras me puse a meditar de nuevo, me di cuenta de que este es el motivo por el que, siempre que sea posible, el entorno natural para crecer es con un padre, una madre y en una familia.

Mientras en la familia aprendemos a compartir, querer, perdonar y ser perdonados, a ser más responsables y a pensar en los demás, también estamos aprendiendo y nos estamos preparando para ser mejores y más fecundos miembros de la Sociedad, Nuestro País y del Mundo.

Nos enfrentamos a una paradoja. Por una parte, este es el motivo por el que debemos luchar por el Matrimonio y la Familia (el matrimonio entendido desde el principio de la civilización como la unión de un hombre y una mujer para mutuo amor y procreación) porque es el lugar donde aprendemos a ser miembros responsables de la sociedad y padres y madres de la próxima generación; pero este es también el motivo por el que quieren destruir el auténtico significado del Matrimonio y la Familia. Saben que con su destrucción y confusión en cuanto a su intrínseco significado, destruyen la Roca y Fundamento de la Sociedad y pueden crear un nuevo mundo donde nuestros derechos inalienables y libertades desaparecen bajo la idea falsa de una sociedad inclusiva donde todo es permitido y todo tiene un significado subjetivo y relativo y por lo tanto irrelevante; un mundo donde el Estado autoritario y déspota usurpa el lugar que le corresponde a la Familia.

El párrafo 2008 del CIC establece que la familia debe vivir de manera que sus miembros aprendan el cuidado y la responsabilidad respecto de los pequeños y mayores, de los enfermos o disminuidos, y de los pobres; cuando las familias no se hallen en condiciones de prestar esta ayuda,  entonces corresponde esta obligación a otras personas y subsidiariamente a la sociedad.

Al crecer, vi como mis padres se ocuparon de nuestras abuelas que vinieron a vivir con nosotros cuando murieron mis abuelos. Aprendí, siendo la tercera de nueve hermanos, a ocuparme de mis hermanos menores. También aprendí desde pequeña que toda vida merece la pena, la del nacido y la del no nacido, y a ocuparme de aquellos más necesitados ya que una de nuestras hermanas nació mentalmente incapacitada.

Incluso hoy en día en que nuestros padres ya han fallecido, nuestra hermana ocupa el lugar central de nuestra familia, es en parte el pegamento que nos mantiene a todos mas unidos ya que nos turnamos para ocuparnos de ella (algunos como yo, por las distancias, menos que otros) y de ella aprendemos lecciones valiosísimas de auténtica entrega, alegría y pureza de corazón que no podríamos adquirir en ningún colegio o universidad, y que nos ayuda a todos a preocuparnos no solo de ella sino también de aquellos más necesitados en la sociedad.

Los párrafos 2009 y 2010 del CIC afirman que dada la importancia de la familia para la vida y el bienestar de la sociedad, existe particular responsabilidad de apoyarla y defenderla y cuando las familias no pueden cumplir sus responsabilidades, aplicando el principio de subsidiaridad, otras entidades sociales deben ayudar al cumplimiento de sus obligaciones.

En estos dos párrafos observamos con claridad la importancia de defender el auténtico significado del Matrimonio y la Familia como se ha entendido desde el principio de los tiempos en todas las civilizaciones, y como debemos aceptar el principio de “subsidiaridad” solo en aquellos casos en que las familias no pueden cumplir sus responsabilidades; asegurándonos de que entidades más grandes no usurpan las prerrogativas de la familia o interfieren en su vida.

¿Cómo hemos llegado a la situación en que nos encontramos hoy en día? Me 
gustaría mencionar lo que el Arzobispo de Filadelfia Charles J. Chaput especifica en su libro “Strangers in a Strange Land” (Extraños en Tierra extraña): “Durante mi vida, he conocido a muchos hombres y mujeres que han contribuído a hacer un mundo mejor, con una vida de entrega a los demás, pero el mayor fracaso…. ha sido el fracaso en transmitir la fe de un modo auténtico a la siguiente generación. El motivo por el que la fe cristiana es irrelevante para muchos de nuestros jóvenes es porque con frecuencia ya la habíamos hecho irrelevante en nuestras propias vidas. Al menos no suficientemente importante como para marcar nuestra conducta. No suficientemente como para estar dispuestos a sufrir por ella. . .nos sentimos como extraños en nuestro propio país –“extraños en tierra extraña”- . . . pero el mayor problema en América (y podríamos decir también en España) no es el que los creyentes nos sintamos “extraños”, es el que nuestros hijos y nietos no lo son”.

Como cristianos tenemos todo motivo para tener Esperanza, porque la Victoria ya es nuestra. Debemos actuar con confianza. A lo mejor tenemos que pasar por la Cruz, pero esta siempre nos llevará a la Victoria. Como cristianos debemos trabajar como podemos para plantar semillas de renovación para devolver el auténtico significado al Matrimonio y la Familia y para ello debemos volver a los puntos básicos del Evangelio.

¿Cómo lo hacemos? Viviendo fielmente y con amor nuestra vocación de padres, madres, solteros, sacerdotes o religiosos, dando ejemplo en nuestras familias; tal como nos invita el Evangelio, ocupándonos de las viudas y huérfanos, los necesitados, los ancianos, los incapacitados y ¡los concebidos y no nacidos!

Es importante la fidelidad con que vivimos nuestra vocación como discípulos de Jesucristo y como actuamos, en aquellas cosas pequeñas y cotidianas y en aquellas de mayor importancia, todas tienen inmensas consecuencias para nuestra propia salvación y la de aquellos a nuestro alrededor. Fuimos creados por Dios a su imagen y semejanza para amar y ser amados y para tratarnos como hermanos, y es en la familia, de nuestro padre, madre y hermanos, donde naturalmente y más fácilmente aprendemos a ser realmente humanos y verdaderos miembros de la sociedad.

Si vivimos de acuerdo con las leyes de Dios y nuestra naturaleza y como discípulos de Jesucristo, seremos capaces de contribuir a la renovación y transformación de nuestra sociedad y si conocemos la historia sabemos con certeza que no seríamos la primera generación que lo consiguiera.

Debemos actuar con valentía y defender sin miedo, de palabra y obra, el verdadero significado del Matrimonio y la Familia dándonos cuenta de que si no lo hacemos las consecuencias son gravísimas para nuestras propias Familias, nuestro País y el Mundo entero.


Beatriz Silva De Lapuerta





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