27 de noviembre de 2019

José Antonio Primo de Rivera, patrimonio de todos los españoles





Artículo publicado en La Razón el 24 de noviembre de 2019, atribuido por error en la edición impresa a mi hermano César. 

Fue Enrique de Aguinaga, Decano de los cronistas madrileños quien acertadamente definió a José Antonio como arquetipo. Y al contemplar su figura y trayectoria cuando se cumplen 83 años de su asesinato “legal” por el gobierno del Frente Popular, su condición de modelo se agiganta con la simple comparación con la clase política que padecemos en la que la mediocridad es la regla.

La vida política de José Antonio es lo menos parecido a la historia de una ambición. Muy al contrario, es la nobleza la verdadera fuerza motriz que impulsa todo su itinerario político y frustra sus planes de dedicarse por entero al ejercicio del Derecho. Porque la verdadera vocación de José Antonio fue la de abogado, profesión que jamás abandonó del todo y en la que brilló con luz propia desde sus primeras actuaciones profesionales hasta la extraordinariamente lúcida y rigurosa defensa que de sus hermanos, su cuñada y de él mismo realiza ante el Tribunal Popular de Alicante que le condenaría a muerte, no en función de un criterio jurídico sino en el cumplimiento de las órdenes políticas del gobierno de la República.

Esa nobleza es la que le lleva a asumir desde muy temprano la defensa de su apellido frente a los despiadados e injustos ataques de los que está siendo objeto la obra de su padre, con una elegancia y un estilo que serán siempre su seña de identidad. Sirva como muestra su impecable réplica al Decano del Colegio de Abogados de Madrid, Sr. Bergamín, ante una velada insinuación a su apellido en la Sala del Tribunal Supremo:

“En cuanto a mí, señor Bergamín, que nunca olvido ni olvidaré mi apellido y cuanto debo de cariño y respeto a quien me lo ha dado, lo sé perder en cuanto visto esta toga. Si alguna antipatía, recelo o rencor tiene con él Su Señoría, debió también haberlo olvidado, pues aquí no somos más que dos letrados que vienen a cumplir su misión sagrada de pedir justicia para el que la ha menester y hemos dejado—yo por lo menos lo hago siempre—con el sombrero y el gabán en la Sala de Togas, cuanto sea ajeno a nuestra misión—la más divina entre las humanas—para revestirnos, con este ropaje simbólico, de la máxima serenidad, la máxima cordura, la máxima pureza.”

Es esa noble causa y no una ambición de poder –que podía ser legítima- la que le lleva poco a poco a entrar en política para defender, primero, la memoria y la obra de su padre, para formular después con enorme brío y patriótica emoción, la síntesis de un movimiento político que superase la secular hemiplejia de los partidos políticos al uso; es ese impulso cabal el que lleva al joven Marqués de Estella a granjearse la antipatía de rancios caciques y ociosos señoritos para defender con pasión una justicia social superadora de la lucha de clases, para defender en definitiva, frente a la insolidaridad de una derecha con resabios caciquiles, el sueño de la patria el pan y la justicia, pero especialmente para los que no tenían pan, pues carecían de patria y de justicia.

Con apenas 30 años, el joven José Antonio inaugura un lenguaje nuevo. En la atmósfera turbia y espesa de la república se abre paso el ímpetu juvenil de su movimiento por su frescura y sobre todo, por su estilo, que comienza a granjear la antipatía de tirios y troyanos. Al recelo y antipatía de la derecha, pronto se le une el odio frontal de una izquierda violenta, sectaria y marxista que no tarda en causar las primeras bajas entre sus jóvenes falangistas. José Antonio, el hombre de fe, se resiste hasta la contumacia frente a quienes lo empujan a la venganza porque adivina en el horizonte los negros presagios de la espiral de violencia que comenzaba a sembrar de sangre los pueblos de España. Era perfectamente consciente de su responsabilidad sobre unos jóvenes que estaban dispuestos a seguirle hasta la muerte.

Es entonces, en respuesta a voces amigas que le aconsejan retirarse y volver a cultivar con sosiego su vocación primera, cuando la nobleza de espíritu aparece de nuevo como resorte para contestarles: “me sujetan los muertos”. Y es que su vida estaba ya irremisiblemente ligada al sacrificio de los que cayeron por una bandera que él mismo había llamado a defender alegre y poéticamente.

Todavía tendría tiempo de dejar en el mundo de los vivos un testimonio estremecedor de su nobleza de espíritu. Fueron tal vez sus últimas horas las que encumbran definitivamente en el olimpo de la historia a un hombre cuya memoria debería ser patrimonio común de todos los españoles. Desde la sinceridad con la que se despide de su amigo Rafael Sánchez Mazas: “Te confieso que me horripila morir fulminado por el trallazo de las balas, bajo el sol triste de los fusilamientos, frente a caras desconocidas y describiendo una macabra pirueta (…) Quisiera haber muerto despacio, en casa y cama propias, rodeado de caras familiares y respirando un aroma religioso de sacramentos y recomendaciones de alma, es decir, con todo el rito y la ternura de la muerte tradicional…” , a la profesión de fe hacia su tía Ma: “Dos letras para confirmarte la buena noticia, la agradable noticia, de que estoy preparado para morir bien, si Dios quiere que muera, y para vivir mejor que hasta ahora, si Dios dispone que viva. (…) Dentro de pocos momentos ya estaré ante el Divino Juez, que me ha de mirar con ojos sonrientes”. Y, finalmente la sublime declaración de su excepcional y emocionante testamento que debería hacer sonrojar a los sectarios funcionarios del Ministerio de la Verdad que ahora tienen su tumba en el punto de mira: “Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas cualidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia”.

A José Antonio no le han hecho justicia los unos ni los otros. Ni los que quisieron mitificarlo olvidando que era un hombre y orillando parte sustancial de su doctrina, ni los que decidieron petrificar su doctrina condenando cualquier desviación, ni los que siguen odiando su nombre porque jamás quisieron entender su mensaje. José Antonio era la negación del sectarismo, la perfecta síntesis de la revolución y la tradición, epítome de la elegancia y del estilo y, en definitiva, de la nobleza en lo político y en lo personal.  Pero sobre todo, un ejemplo de un español orgulloso de serlo y sentirlo hasta el final, del que todo español cabal debiera sentirse orgulloso, porque por encima de sus ideales, José Antonio es patrimonio común de todos los españoles.

Luis Felipe Utrera-Molina


7 de noviembre de 2019

Franco y los judíos. Por Pedro Schwarz


Corría el año de 1943. Mi padre era el cónsul de España en la Viena ocupada por los nazis y vivíamos encima de la cancillería, en el palacio que ahora alberga nuestra embajada. Acudía yo a un colegio de lengua alemana del que era el único alumno español. No puedo borrar de la memoria algunos de los horrores que ese niño de pocos años veía al ir y venir de sus clases: ancianas mujeres judías, con la estrella de David al pecho, barriendo las calles nevadas; en el parque, los bancos del parque para judíos señalados con la estrella infamante en el respaldo; los famélicos israelitas pidiéndome comida a hurtadillas. Todo ello me parecía obra de los mismos hitlerianos sin Dios que, presos de fervor neopagano, interrumpían la misa con blasfemias.
  Menos que nada olvidaré nunca las colas de judíos, fuera y dentro del edificio, a la espera del pasaporte y el visado que les permitiría huir a España. Algunas mujeres angustiadas me entregaban sus joyas para que se las diera a mi padre, con la esperanza de incitarle a que les concediera el documento salvador: él se las devolvía con el mensaje tranquilizador de que España les acogía. Siempre me ha sorprendido la ayuda que Franco prestó a los judíos perseguidos por el nazismo. No se le caían de la boca las condenas de la conspiración judeo -masónica que, estaba convencido, hacía peligrar el ser de España. Sin embargo, ya durante la Guerra civil, Franco y sus ministros dieron instrucciones a los representantes consulares de España para que protegieran de la discriminación y la expropiación a los sefardíes de los territorios que iban cayendo bajo el control de los alemanes. Tras la caída de Francia en 1940, el falangista Serrano Suñer concedió visados a numerosos judíos asquenazíes, que así salvaron la vida; y a los que conseguían atravesar la frontera, les daba salvoconducto para que pudieran pasar a Portugal y América.
 Cuando Hitler, a partir de 1943, puso en marcha la llamada "solución final", la entrega de pasaportes españoles a los judíos de habla castellana en los consulados de la Europa ocupada se tomó sistemática. De resultas de esta política humanitaria salvaron la vida de 46.000 a 63.000 judíos o quizá más. ¿Quién decidió que los sefardíes eran españoles? ¿Cómo cuadraba la poca simpatía por los judíos en la España oficial de aquellos tiempos con una política tan discorde de la del amigo alemán?
Don Luis Suárez Fernández, en su obra sobre Franco y la segunda Guerra Mundial, aclara el origen de la providencial disposición que hizo de todos los sefardíes súbditos españoles en potencia: suprimido en 1923 el régimen especial que protegía a los cristianos y judíos en territorio turco, el general Primo de Rivera sometió a la firma del rey Alfonso XIII en 1924 un decreto ley que permitía a los sefardíes que lo quisieran inscribirse como españoles en cualquier consulado o embajada, sin más condiciones o limitaciones. Publicadas las leyes anti-israelíes de Nuremberg por los nazis, los representantes españoles en Alemania, y luego en Austria, los Balcanes y Grecia ocupados, hicieron gestiones para que los sefardíes que tuvieran pasaporte español se libraran de llevar visible la estrella y de pagar los impuestos confiscatorios asignados a los judíos por las autoridades alemanas.
La creciente dureza de la persecución hizo evidente que ya no bastaba con insistir en la posición legalista de que España no admitía que se conculcaran los derechos de sus súbditos. A partir de 1942, sobre todo tras el relevo de Serrano Suñer, comenzó una política sistemática de concesión de pasaportes y visados para permitir la huida de los perseguidos. Además, todos los comentaristas e historiadores subrayan que nunca fue devuelto a las autoridades alemanas ningún judío de los que conseguían entrar en España, incluso los que lo hacían clandestinamente.
 Para que una actitud de mera defensa de la soberanía exterior de España se convirtiera en la política humanitaria aplicada por cónsules como mi padre en Viena o los residentes en Budapest o en París, era condición necesaria que el Gobierno de Madrid no quisiera poner en obra una decidida política antisemita. Ayuda a entender la posición española el discurso que la jefa de la sección Femenina de la Falange, Pilar Primo de Rivera, pronunció en Viena en diciembre de 1942, con mi padre entre el público: “Queremos dejar bien sentado -dijo la hermana de Jose Antonio- que nuestra oposición al judaísmo envolvería, en todo caso, un sentido estrictamente político, económico y social, y no una oposición por razones de raza o religión”. 
Un día mi padre, monárquico afecto al régimen de Franco, me relató con horror que el gauleiter de Austria le había anunciado la solución del problema judío en Viena: todos los israelíes iban a ser deportados de inmediato. Así fui aprendiendo la detestación de todo lo que signifique persecución en nombre del idioma, la religión, la raza, la nación o la historia.
 Relata Luis Suárez que, dos días después de la muerte de Franco y ante el arca de la sinagoga de Nueva York, el rabino hizo ofrenda por el alma del general, “porque ayudó a los judíos durante la Gran Guerra”.

 Pedro SCHWARTZ 
«La vanguardia Digital» ( España ), 4 de mayo de 1.999

30 de octubre de 2019

Traidores. Por José Antonio Primo de RIvera


("Arriba", núm. 12, 6 de junio de 1935) Sólo tenéis que cambiar unos nombres por otros.....nada ha cambiado

TRAIDORES

Companys y varios de sus codelincuentes han ocupado el banquillo ante el Tribunal de Garantías Constitucionales. Pérez Farrás y otros sujetos han comparecido también, como testigos. La vista se ha celebrado en Madrid, capital de lo que todavía se llama España. Companys y los suyos se alzaron en memorable fecha contra la unidad de España: trataron de romper en pedazos a España, usando los mismos instrumentos que otros llamados españoles pusieron en sus manos. Aún está bien reciente en nuestra memoria el sonido escalofriante de la "radio" en aquella noche del 6 al 7 de octubre, los gritos de ¡Catalans, a les armes, a les armes!, y las proclamas de los jefes separatistas. Era de prever que el juicio se hubiera celebrado bajo la amenaza suficiente de la cólera popular, que los acusados no hubiesen apenas encontrado defensa sino en un último llamamiento al deber inexcusable de defensa que a todos los abogados toca y que los acusados hubiesen asumido un papel respetuoso de delincuentes sometidos a la Justicia.
Pero no: el juicio oral se ha convertido en una especie de apoteosis. Los procesados se han jactado, sin disimulo, de lo que hicieron; sus defensores –no nombrados de oficio, sino surgidos gustosamente de entre las más hinchadas figuras–, se han comportado, más que como defensores, como apologistas, y ni a la puerta del Tribunal, ni en los corros habituales, ni en parte alguna de Madrid, se ha notado el más mínimo movimiento de repulsión.
Para algunos esto será indicio de que vivimos en un pueblo civilizado, tolerante y respetuoso con la justicia. Para nosotros es indicio de que vivimos en un pueblo sometido a una larga educación de conformismo enfermizo y cobarde. Si el 2 de mayo de 1808 hubiera llegado precedido de la inmunda preparación espiritual de nuestros tiempos, el pueblo, en lugar de echarse a la calle, hubiera soportado con resignación bovina la presencia de los soldados de Napoleón. Así estamos soportando ahora la afrentosa presencia del repugnante Ossorio y el indigno espectáculo de la Prensa de izquierdas, cantora, bajo burdos pretextos, de los traidores a la Patria.
Digámoslo claro: mejor que esta actitud de maridos de vaudeville francés, que va adoptando ante todo este espectáculo nuestro refinamiento, es la ferocidad impetuosa y auténtica de los pueblos que aún saben ajusticiar a sus traidores.
NUBES A LA VISTA
Sólo a los ciegos puede ocultarse la cargazón revolucionaria que otra vez va aborrascando el horizonte. La rebelión de octubre, tan desastrosamente sustanciada desde todos los puntos de vista, no ha servido tampoco a los Gobiernos para intentar una política inteligente que impida las reincidencias. La Falange, por voz autorizada, dijo que el ensayo revolucionario reciente exigía dos cosas: una liquidación rápida y neta, un análisis de las justificaciones que hubiera podido tener la rebelión, para removerlas de raíz. Se ha venido a hacer cabalmente lo contrario: no se ha intentado, de una parte, ni pensado intentar a fondo, un reajuste de la estructura social y económica, menos intolerable para los millones de españoles que viven sin comer; y de otra parte, lo que debió ser final limpio, ejemplar y escueto de los sucesos revolucionarios, se ha diluido en inacabables dilaciones y aun macabros regateos con la vida de los condenados a la última pena.
Lo que pudo ser claro punto de arranque para una política fuerte y fecunda se ha quedado en turbia confusión de política estancada. Y los revolucionarios de octubre, que no pierden una, ya empiezan a recuperar posiciones descaradamente y a iniciar las escaramuzas preliminares de otra intentona.
No hay más que verlo: cada día nos trae una nueva insolencia y una nueva muestra de la tolerancia gubernamental. Separatismo y socialismo ya lanzan sus consignas al aire como si no hubiera pasado nada. Renacen las agresiones, que no se detienen ni ante la fuerza pública. Cada mitin de un mandarín de las fuerzas aliadas es como un recuento de reclutas en preparación para el choque y como una antología, más o menos encubierta, de amenazas. Los centros donde se preparó lo de octubre reanudan su vida normal. Y así todo.
Ahora hay quien dice que el señor Portela Valladares va a reintegrarse a su puesto de Barcelona y que al Ministerio de la Gobernación va a volver el señor Salazar Alonso. Es lo único que faltaba Pero ¿es que deliramos al recordar que el señor Salazar Alonso fue ministro de la Gobernación durante el verano de 1934, mientras se preparaba todo lo de octubre? El señor Salazar empleó el estío en dos actividades igualmente útiles: en mortificar a la Falange con cierres y registros y en escribir un librito precioso (Tarea) de cartas a una señora sobre política. En tan honestos pasatiempos le sorprendió la marimorena que por poco se le mete en el mismísimo Ministerio de la Gobernación. A que eso y otras cosas no pasaran contribuyó abnegadamente la mortificada Falange, cinco de cuyos mejores dieron la vida durante los sucesos de octubre.
¿Se pretende acaso, para que la reprise sea completa, colocar también al señor Salazar en Gobernación durante el verano de 1935? Sea; compondrá otra piececita literaria; se mostrará tan pizpireta como siempre en declaraciones periodísticas y al final le cogerá la tronada. Dicen que el señor Salazar Alonso es para Gobernación el favorito de la C.E.D.A. Dios conserve la vida a los populares agrarios.
NUEVAS LINDEZAS DE LA J.A.P.
El mejor número cómico de la semana pasada ha sido otro manifiesto de la J.A.P., publicado con puntos y comas en ABC y sabiamente pasado en silencio por El Debate. Firmaban ese manifiesto el diputado a Cortes señor Calzada y otro señor, cuyo nombre sentimos mucho no recordar.
Todo lo que se pueda decir en cuanto a plagios, ya, a fuerza de descarados, divertidos, se había dado cita en el documento; cuanto conocen desde hace dos años los que nos observan – invocaciones al Imperio, unidad o comunidad de destino, hasta "yugo y flechas", así, sin embozo– ha sido embutido llanamente por el señor Calzada y su colaborador en un bloque de prosa que era un verdadero regalo del espíritu; ver nuestras frases, al pie de la letra, incrustadas sin asimilación posible entre la maraña de un estilo totalmente diverso, nos ha deparado de veras una de las más sanas alegrías experimentadas en los últimos tiempos.
Hemos conocido colaboradores espontáneos de periódicos que enviaban, firmadas por ellos, no trozos literarios apenas conocidos, sino composiciones aureoladas por la más campechana popularidad. A un diario de provincias mandó cierto espontáneo aquello de
Oigo, patria, tu aflicción,
y escucho el triste concierto...
La redacción se sintió tan refrescada por el buen humor que hasta organizó un homenaje público al plagiario. Este lo aceptó con toda seriedad, convencido de que nadie había reparado en el hurto. ¿Por qué no organizamos un homenaje al señor Calzada, "autor" del manifiesto de la J.A.P.?


28 de octubre de 2019

Un día muy triste


Ayer fue un día muy triste para muchísimos españoles. Ayer fue el día en que profanaron la tumba de aquel al que pocos le reconocen haber reconstruido España con éxito, en el momento en que más lo necesitó, tras una de las guerras más sangrientas que ha vivido nuestro país. Pocos reconocen que de no ser por él y por su incondicional amor a la Patria, no viviríamos en la España en la que vivimos hoy que, tristemente, ha caído en manos de aquellos que pretenden destruirla.

Hoy recuerdo con orgullo al hombre tan fuerte y valiente del que me habló mi abuelo, que fue Francisco Franco. Quien trabajó a su lado en vida y fue el último en defenderle, con su último aliento.  
Él ha transmitido la memoria del Caudillo en mi familia por lo que me enorgullezco de que sea su hijo, mi tío Luis Felipe, el que ha defendido a la familia Franco en esta exasperante batalla contra el Gobierno y ha defendido, hasta el final, lo que verdaderamente significa la España que protegió y engrandeció Francisco Franco.

Jaime Alcolea Utrera
25/10/2019


2 de octubre de 2019

A UNA MUJER QUE SABE DECIR SÍ. Por César Utrera-Molina Gómez



Hoy, mi madre, Margarita Gómez Blanco, cumple 86 años. Nacida en los años 30 recuerda con viveza los tiempos duros que le tocó vivir siendo niña. Sin embargo, nunca ha tenido un miedo excesivo ni al presente ni al futuro. Esa ausencia de miedo o más bien su confianza en la realidad de cuyo origen divino nunca dudó, pese a sus durezas, explica muchas cosas: entre ellas, que su esposo, José Utrera Molina, permaneciera siempre fiel a sus ideas, estilo y trayectoria; también la unión de toda la familia en torno a su casa familiar; y la propia existencia del que hoy escribe. Ser el octavo hijo de una familia, resulta, visto con perspectiva, el fruto de una actitud inmune a la mentalidad corriente, tanto entonces como ahora.

Me he preguntado, a menudo, de dónde procede esa valiente confianza de mi madre. Pertenece a la primera generación de una estirpe que volvió al catolicismo en una familia malagueña de raigambre protestante. Una rareza dentro de una singularidad histórica. Mi madre y sus hermanas tuvieron estudios superiores cuando eso en España no era lo común para las mujeres. De hecho, ella ha sido: madre, profesora, administradora, chófer, cocinera, enfermera, Depósitum Fidei, abuela por décadas, bisabuela reciente, y especialmente para mi padre: mástil en la tormenta, asilo tras el combate, esperanza tras la derrota. Me aventuro a pensar que la fe y la Gracia han sido sus compañeras, el lugar de su reposo, la fuente secreta de su fuerza. Algunos podrían pensar que la fe de mi madre es estricta, pues es cierto que nunca ha cedido un milímetro en aquello que su Iglesia le enseñó. El tiempo ha desvelado que su firmeza ha sido la gruta donde se ha incubado la fe de sus hijos, que su fidelidad es la marca de verdades que no caducan, que su ausencia de temor es obediencia a un destino del que no ha desconfiado.

Ojalá que los de tu estirpe sepamos inspirarnos en tu vida. Ojalá que seamos tan fieles a lo verdaderamente importante como tú lo has sido. Ojalá que en nuestros corazones habite la ternura y la firmeza, el amor y la confianza de una mujer como tú. Fuerte como las mujeres de Israel, luminosa como la bahía de Málaga que te vio crecer, humilde y hermosa como los jazmines que habitan tu jardín.

La mirada de los niños, a veces, desvela con dulzura y lucidez las realidades que conocen y aman. Vega, la menor de sus nietas, de 7 años, en el último desayuno de este verano le dijo espontáneamente: “Abuela cuando tú estás, todos están bien” y su abuela sonrío complacida. A lo que su nieta apostilló: “…porque siempre dices sí”. En ese momento, en la penumbra del porche contiguo al comedor donde tenía lugar esta conversación dio la impresión de que asentía la efigie de piedra de la Virgen del Carmen, que custodia, silenciosa, el jardín de Margarita.

César Utrera-Molina Gómez
Otoño 2019.



18 de septiembre de 2019

Cartas a mi padre (II)


Querido papá:

            En pocos días conoceremos la sentencia del Tribunal Supremo sobre el recurso interpuesto contra los acuerdos del gobierno socialista ordenando la exhumación de los restos de tu viejo capitán e imponiendo a su familia el lugar de enterramiento.

            Durante el último año hemos denunciado con toda la fuerza de la razón y la ley la arbitrariedad de un gobierno que se ha situado por encima de la ley y ha retorcido los cimientos del Estado de derecho para revestir de legalidad una decisión que nace del resentimiento y, como tú bien sabes, de la mentira. Una decisión que ha contado con el silencio cómplice de una oposición indiferente ante la estrategia de manipulación histórica iniciada hace décadas y con la actitud poco ejemplar de una jerarquía eclesiástica que, con contadísimas excepciones, no ha sabido defender, no ya la memoria y dignidad de quien la defendió y salvó de un brutal exterminio que ahora se olvida, sino el respeto debido a la propia dignidad e inviolabilidad de los lugares sagrados. Tal vez por el contraste con tanta tibieza, cobra mayor relieve y genera más admiración la postura digna y gallarda de la Comunidad Benedictina encargada de la custodia de su cadáver.

            Acudimos al Tribunal Supremo cargados de razón y de derecho. Denunciamos la escandalosa y espuria utilización de un Decreto Ley en contra de lo previsto en la Constitución; denunciamos la violación de los derechos a la intimidad personal y familiar, a la libertad religiosa y a la igualdad ante la ley, ante una verdadera ley de caso único torpemente disfrazada para la ocasión. Cualquier estudiante de primero de derecho se escandalizaría ante el torrente de ilegalidades cometidas por el gobierno en su propósito de humillar póstumamente la memoria de quien libro a España del comunismo, avasallando de forma injusta a sus descendientes.

            Todos me preguntan lo mismo: qué espero de la sentencia. Y quizás porque conservo aún los restos de aquella ingenuidad juvenil de la que me hablabas, sólo puedo decir que espero que se ajuste a derecho. Que la justicia sea esa dama ciega, ajena a las presiones ambientales que figura en el frontispicio de nuestro más alto tribunal.  Si es así, no tengo duda de que nuestra postura prevalecerá.

Porque, como tú bien sabes, no se ha podido hacer más. Jamás en mis veintisiete años como abogado tuve que hacer frente a un adversario tan poderoso y arrogante dispuesto a utilizar todos los resortes a su alcance, que son abrumadores. Pocas veces he tenido tan claro que estaba situado en el lado correcto de la mesa, no ya como abogado, sino como ser humano y como cristiano. Hemos defendido a una familia que luchaba por su dignidad. Lo hemos tenido todo en contra, menos la razón, el derecho y el aliento de muchos miles buenos españoles. Tenemos, al menos, la íntima satisfacción del deber cumplido y la esperanza en que la luz prevalezca sobre la tiniebla.

 Prefiero pensar aún que el Estado de derecho, en el que firmemente creo, no se ha convertido en un nombre vacío en el que reine la componenda y el compromiso utilitario. Y quizás también, porque creo en la Divina Providencia, vienen a mi memoria en esta hora aquellos versos del gran Juan Ramón Jiménez que con su sonora e inconfundible voz recitaba tu amigo Rafael de Penagos: “Si queréis que, entre los cardos sangre, hacia las insondables sombras de la noche eterna: sea lo que Vos queráis”.  Pase lo que pase, no dudes que seguiremos al pie del cañón, inasequibles al desaliento, porque pocas veces tiene uno la ocasión de defender como abogado una causa tan justa, tan noble y tan llena de dignidad.            
             
Desde tu lucero, ruega por nosotros.

             Tu hijo

27 de junio de 2019

¿Franco fascista?

"Fascista" es uno de los calificativos preferidos del matrix progre para nombrar a Francisco Franco.

Cualquiera que se acerque con un mínimo de objetividad a la biografía de Franco sabe que no hay calificativo que más se aparte de la realidad. 

Pero como en este bendito país ya sólo leemos cuatro gatos, nada mejor que un testimonio gráfico para desmentir a la progresía oficial. El General Charles De Gaulle, el "héroe" de la resistencia contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial y presidente de la V República francesa, quiso dedicarle así su libro de memorias a "Su Excelencia el General Francisco Franco".  Dudo mucho que De Gaulle -como antes hizo Eisenhower-  fuera a visitar a un líder fascista, dejarse fotografiar con él y menos aún dedicarle tan afectuosamente sus memorias.



Pues aquí lo dejo, para la posteridad

LFU

18 de junio de 2019

Otra memoria. Por Gonzalo Cerezo Barredo



La memoria, persistente, se aferra al subsuelo de la vida, hunde en ella tan profundamente sus asideros que no es fácil desarraigarla. Los recuerdos claman por su objeto de deseo. Nada satisfará el incumplido anhelo de recuperarlos, excepto su contemplación.

Una reciente estancia en Alicante me ha permitido recobrar el deseo largamente demorado de visitar la tumba de José Antonio en el cementerio de la ciudad mediterránea. Tan solo de paso en ella un par de ocasiones, no tuve la oportunidad de acercarme al memorial de José Antonio que a ella nos vincula a tantos de los suyos: la prisión donde fue juzgado y ejecutado, y la fosa marcada con su huella, donde reposaron sus restos. Esta vez sí. Me llegué a ellos con una mezcla de variados sentimientos:

Íntimo reconocimiento por lo que su magisterio y persona han significado para nosotros, y por la contribución a dignificar el hombre que ahora somos; melancólica sensación de pérdida del tiempo desvanecido; ominosa reserva por lo que podría encontrar, o no; satisfacción del deseo postergado... 

De todo esto hubo un poco en realidad. La prisión donde José Antonio fue juzgado y ejecutado, ya no existe. En su solar se edificó un Colegio Menor del Frente de Juventudes que ha sido redenominado ahora Residencia Juvenil La Florida. Se conserva, sí, el patio donde fue fusilado, cubierto por una cúpula visible desde el exterior. Acoge también una capilla. Ignoro si con culto o sin él.

El cementerio está situado en las afueras de la ciudad. En un apartado rincón se encuentra, discreto, el lugar destinado a las fosas comunes. Un espacio cubierto de césped no demasiado cuidado. Lo rodean cipreses y otros árboles funerarios que dan solemnidad al conjunto.

Salpican aquí y allá el recuadro de césped, pequeños estelas, a modo de lápidas verticales, con inscripciones rememorando a víctimas de la guerra civil. De ambos lados. Corresponden unas al período de dominio republicano. Otras al posterior. Me llaman especialmente la atención las que se atribuyen a los nacionales, probablemente las más recientes, y, con casi total seguridad, posteriores a la llamada memoria histórica. Una recuerda el bombardeo de la ciudad y otra a las víctimas de Callosa del  Segura, no lejos de donde estuviera José Antonio. Inevitablemente se viene a la otra memoria el fallido intento de rescatar al encarcelado fundador de Falange por parte de un puñado de camaradas de esa localidad. Sorprendidos en una emboscada, muertos en la acción o ejecutados sumariamente después.

Algo más allá, al extremo del recuadro que contiene las fosas -no mayor que un par de canchas de baloncesto- se sitúa la tumba que buscaba. De unos dos por tres metros, destaca por estar pintada de rojo y negro, los colores de la bandera falangista. Es el único signo externo llamativo. Al acercarse a ella, se ve a sus pies una marchita corona de laurel. En las cuatro esquinas, modestas flores de plástico… (no son las únicas; adornan prácticamente todas las tumbas). En la cabecera de la lápida una mirilla de cristal se supone debería permitir ver la oquedad de la huella,  preservada por un vaciado,  de los restos de José Antonio. No es posible. El tiempo lo ha empañado de tal modo que apenas se vislumbra la bandera que la cubre. 

Nada excesivo. Todo sobrio y sencillo. Del gusto de José Antonio si mostrara cierta elegante estética , nada incompatible con su simple geometría . En cualquier caso, no tiene nada que ver con el monumentalismo de la época.

El conjunto se resiente de las flores de plástico -esa maldición de nuestro tiempo- que me habría complacido ver sustituidas por nuestras cinco rosas, depositadas acaso por alguna piadosa mano anónima… Es verdad que tampoco se veían flores naturales en los otras estelas. Triste consuelo.

Coloqué junto a la reseca corona de laurel una ramita de ciprés con su fúnebre fruto. Y una de aquellas patéticas flores de plástico, caída de su ramillete.

Antes de abandonar el cementerio musité una oración por cuantos descansaba allí de uno y otro lado. No estaría mal que algún día pudiera llamarse a este lugar que acoge lo que sobremuere de aquella contienda “pradera de los caídos”. Si eso sucediera alguna vez, sería el triunfo de la “otra memoria”. La que representan todos estos restos que cayeron del lado “equivocado” -según creía cada uno del “otro”- reconciliados, al fin, en el territorio sin fronteras ni exclusiones que les ofrece un más allá de la muerte.

No sería ninguna novedad. En la década de los 40 del pasado siglo, así lo creíamos ya muchos. Yo mismo publiqué en aquellos años juveniles un poema titulado Elegía por un muerto que cayó del otro lado. Era la revista Alcalá, del SEU, que dirigía Jaime Suárez. Pero entonces nadie había inventado aún la memoria histórica. La nuestra era, simplemente, otra memoria.

Madrid, 15 de junio de 2019

Gonzalo Cerezo Barredo

17 de junio de 2019

"Sumisión" de Michel Houllebecq


Título: Sumisión
Autor: 
Editorial: Anagrama
Año: 2015

El protagonista de la novela ejerce de modesto profesor en la universidad francesa y es el vehículo para el retrato descarnado de una cierta clase intelectual y excusa para lanzar un vaticinio sobre el futuro de Francia y en cierto modo, de gran parte de Europa.

El mensaje nada complaciente de Houllebecq se vale de la descripción sin velos, ni edulcoraciones de la intrahistoria del profesor cuya brillantez intelectual parece simétrica a su sórdida condición personal. A este retrato se anuda un texto implícito en el que se perfila el sexo, más allá de un contacto de cuerpos, de una mera adicción como un artículo de justificado consumo, falso calmante y estéril esperanza para el sujeto común.

Sin embargo, nada más lejos que acusar de esquemática a esta novela, pues el nihilismo presente no está exento de una pujante y bien descrita tentación de dejarlo atrás, de superarlo con una mirada hacia el origen profundo de Francia que resulta conmovedora y resuelta de una manera cruel, pesimista y, sin embargo, perfectamente trabada en la narración.

No se trata de una novela distópica más. El autor no amaga con un supuesto tono profético más bien parece una autopsia anticipada de una sociedad que se dirige a la desaparición, hipótesis que resulta más verosímil de lo que nadie quiere admitir.

Sin duda este libro pesimista y perturbador tiene muchas lecturas, pero, indudablemente, una de ellas, constante en otras obras del autor, es el durísimo y despiadado ajuste de cuentas personal con la generación del 68, con sus modos de educar, con la cultura que generó y las consecuencias producidas en las relaciones personales.

Uno se pregunta de dónde procede la lucidez del juicio de muchas de las opiniones de este autodidacta, del enorme acierto con el que culmina los tres últimos capítulos y no parece difícil adivinar que el enorme dolor personal, infligido por sus padres que se desentendieron de él, puede ser la fuente que alimenta su juicio, el origen de una sensibilidad extraordinaria para percibir la realidad y sus direcciones, que explica la visión nada complaciente de sus textos.

En la novela encontramos al mismo tiempo que una fría distancia con lo verdaderamente humano y un materialismo envolvente, juicios estéticos afinados, análisis políticos reveladores junto con un depurado retrato de las tentaciones del alma del hombre contemporáneo. Casi ningún juicio deja de tener un poso amargo cuando no directamente vitriólico y a pesar de todo, resulta difícil no tomarlos en consideración. Es una novela notable pero también una advertencia y, por qué no, un pronóstico.  

César Utrera-Molina Gómez
Mayo 2019


13 de junio de 2019

La condición humana. Por Gonzalo Cerezo Barredo


Es difícil ver los noticiarios de televisión o abrir un periódico sin que nos asalte la noticia de algún hecho violento. Ya sea la cotidiana violencia llamada de género, el ataque terrorista en cualquier lugar del mundo, el enfrentamiento étnico, territorial o de poder enmascarado de confrontación religiosa o el secular odio tribal. La muerte que no cesa recorre el mapa del mundo, sin fronteras. Las últimas sacudidas, Nueva Zelanda y Sri Lanka. Más de 50 muertos en la primera y entre 300 o 400 víctimas, según algunas fuentes en la segunda. Casi en los mismos días, EE. UU. llora en el aniversario del ataque al Instituto de Columbine.

El Viernes Santo, quizá para mostrar su rechazo al acuerdo de paz de ese mismo día (1998), disidentes del IRA dieron muerte a una periodista. Domingo de Resurrección, en Veracruz, de nuevo la muerte -ese fantasma tan amado y tan temido de los mexicanos- ataca de nuevo. Duelo y gloria en toda la Cristiandad por la muerte y resurrección de Cristo. Es fácil preguntarse a qué viene esta violencia que nada soluciona; estas muertes sin sentido.

¿Sin sentido? No. No sin sentido.

La respuesta, absurda, ininteligible, sólo puede encontrarse en el hombre mismo. Homo hominis lupus… Inaugura la Historia con un crimen  y así sigue. Mito o realidad, Caín y Abel, simbolizan para siempre la primera guerra entre hermanos. La trágica conclusión del relato es que el inocente muere y el culpable sobrevive. Según toda lógica humana, esto debiera conducirnos al más radical pesimismo antropológico...

Tremenda paradoja. “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de Él?” (Salmos, 8:4). Queja o lamento, la cuestión recorre los textos bíblicos. Podemos preguntarnos, todavía hoy, qué es el hombre, ese ser misterioso,  única criatura que dispone de la facultad de elegir su destino. Y decidir sobre el de sus iguales. El hombre, capaz de lo mejor y de lo peor. Capaz de entregar su vida para salvar la de otros o someterlos a muerte o esclavitud.

Cuesta comprender que San Francisco y Stalin pertenezcan a la misma especie. Parece claro que si la libertad y la mente humana vienen dadas de origen con su equipamiento genético, la primera es un privilegio (“la verdad os hará libres”), y la segunda nos induce al error.

Los campos de la muerte nazis y comunistas sembraron el horror y el exterminio en toda Europa. Cierto. ¿Qué llevó al padre Maximiliano Kolbe a ofrecer su vida a cambio de salvar la de un anónimo padre de familia entre el millón de muertos de Auschwitz? Esto también tiene sentido.

No hace mucho, España entera se movilizó por la tragedia de Totalán. Más de 300 personas, (mineros asturianos, expertos de todas partes, gentes de los alrededores),   se concentraron para salvar a Julen. Esfuerzos y oraciones de nada sirvieron: Julen murió. Sí. Pero algo grande y hermoso nació. Nada de todo aquello fue una “pasión inútil”.

¿Se puede, -demandaba Adorno- escribir poesía después del Holocausto? Alguien se preguntará también dónde estaba Dios en esos momentos. La respuesta la dio el Papa Ratzinger cuándo visitó (2006) Auschwitz: AQUÍ.  Aquí, con las víctimas. Cuesta comprenderlo. Es necesario todo el talento y la fe de Chesterton para entender las relampagueantes paradojas del cristianismo. Ninguna como esta contraposición del bien y el mal en esta criatura  creada según la fe, a imagen y semejanza de su creador.

Hoy sabemos también, por testimonio de los propios combatientes enfrentados, que nada como la guerra para sacar a la superficie lo mejor y lo peor del hombre.
Mientras los campos de destierro, tortura y exterminio se extendían por Europa, la URSS, Filipinas y el sureste asiático, en las trincheras de todas las fuerzas enfrentadas, el heroísmo (y la cobardía), el sacrificio ( y el egoísmo), la   compasión ( y la crueldad), la lealtad (y la vileza), ponían a prueba esa inextinguible condición humana frente al dolor y la muerte: una vez más, hay que elegir entre el bien y el mal. La vida, o la  muerte.

     El   Mediterráneo, cuna de la civilización occidental, es hoy una inmensa sepultura de sueños. Miles de personas huyen de la tragedia buscando una vida mejor y solo encuentran en él la muerte. Miembros de ONG’s  y servidores públicos, arriesgan su vida para  rescatar a las víctimas de esta sangría ininterrumpida… En Madrid y otras grandes ciudades, asociaciones civiles o religiosas -nutridas en su mayor parte por jóvenes, hay que proclamarlo- reparten cada noche sonrisas, abrigo y bebidas calientes,  a los “sin techo”, los marginados de la “sociedad opulenta”. Los imprevistos proletarios del siglo XXI...

     En cada tragedia la angustia oprime nuestros corazones y naufragamos en el  abismo insondable de la conciencia. Humanamente, no hay respuestas. Solo para los afortunados que  poseemos Fe, tiene esto algún sentido. San Agustín gastó casi la mitad de su vida buscando en el maniqueísmo la respuesta equivocada. El mal no es la contrafigura de Dios, el otro principio creador del mal. Sólo después reconocería en  sus Confesiones : “Tarde te he hallado. Hermosura nueva y antigua”… Y es que la esperanza es de las tres grandes virtudes, la más pequeña, la más humilde. También el más firme asidero del hombre. La  Fe la Caridad “se nos dan por los siglos de los siglos”, dice Péguy (1873-1914),  “pero la esperanza se levanta cada mañana”.  Amén.

Madrid. Abril, 2019

26 de abril de 2019

El transexualismo y la Ley Natural. Por Beatriz Silva de Lapuerta


El 5 y 6 de abril tuve la oportunidad de asistir en la Universidad Franciscana de Steubenville, Ohio, a una Conferencia bajo el título: “Los tiempos del transexualismo. La ley natural como respuesta a la cultura contemporánea de identidad de género.”

Un grupo destacado de profesionales presentaron el tema enfocándolo cada uno en el ámbito de su especialización. Así tuvimos el panel de expertos en medicina, en ética y asistencia pastoral, en el campo legal, y aquellos expertos en el tema cultural de la teoría del género; del mismo modo oímos el testimonio de Walt Heyer, autor y conferenciante que vivió la vida del transexualismo durante ocho años hasta que decidió proceder a un proceso de reversión y ahora su pasión es tratar de ayudar a todos aquellos que su vida ha sido destrozada por innecesarias mutilaciones, cirugías y tratamientos hormonales para “reasignación” de género.

El acto concluyó con la presentación de Ryan Anderson, famoso autor del libro “Cuando Harry se convirtió en Sally. Respondiendo al momento transexual” (When Harry became Sally: responding to the transgender moment), título que evoca la película “Cuando Harry encontró a Sally” (When Harry met Sally), producida en 1989.  Anderson forma parte del equipo directivo de “The Heritage Foundation”, fundación conservadora estadounidense, y es un destacado y prolífico autor y promotor del derecho natural en el ámbito del matrimonio, bioética, libertad religiosa y filosofía política.

La asistencia fue de capacidad máxima dada la peculiar presentación de este tema desde la perspectiva de la ley natural y no de lo “políticamente correcto” que se nos quiere imponer en la cultura en que vivimos.

El acto tuvo un gran éxito y nos abrió los ojos en diferentes aspectos. En primer lugar en el ámbito médico, destacando que el camino impuesto actualmente de cirugía, amputación y cambio hormonal no encuentra justificación desde el punto de vista científico y no existen datos ni estadísticas que demuestren que este proceso es el adecuado, sino todo lo contrario; por otro lado pudimos entender que existen determinadas acciones que se pueden tomar, a mí en concreto me hizo ver con claridad que se está mandando a personas -incluyendo a menores- obligatoriamente y sin ofrecer otras alternativas, a cambios biológicos de sexo que no les corresponden, en vez de tratar los auténticos problemas que sufren que son de carácter “psicológico”, y de esta manera se les está lanzando en un camino en que nunca encontraran la paz y felicidad, por lo que un porcentaje muy alto que se estima en un 44%, acaba en suicidio.

El lobby LGTB, con respaldo de los medios de comunicación, denigración pública de personas y leyes de imposiciones y multas, intimida de tal forma a todos aquellos que cuestionamos sus planteamientos, que un facultativo o un sacerdote que atienda a una de estas personas puede temer razonablemente el perder su trabajo o pagar una gran multa, si le orienta en dirección distinta a la “dogmatizada” por la ideología de género; así coaccionando al individuo y privándole de la libertad de elegir aquel camino que el estime más oportuno en el caso de que desee acompañamiento pastoral o tratamiento psicológico.

Teniendo conocimiento de testimonios como el de Walt Heyer y muchos otros recogidos en el libro “Cuando Harry se convirtió en Sally” de Ryan Anderson, que reprochan la pasividad de sus médicos y relatan su frustración genuina hacia estos y sus terapeutas que les mintieron y les impusieron un proceso de operaciones de mutilación o tratamientos hormonales para “reasignación” de sexo como solución y sin ofrecer ningún otro tipo de alternativas, y posteriormente decidieron seguir un proceso hacia la reversión -aunque estas jamás tiene un carácter total-, esperamos que podamos hacer presión para que a la gente que sufre este tipo de desorden se le pueda ofrecer un tratamiento de tipo psicológico y pastoral si lo desean, sin que los médicos, psicólogos, terapeutas o sacerdotes sean acosados “legalmente”.

Hay que admitir que el transexualismo es un “contagio social” como dice una de las personas del libro de Anderson, y hemos visto estos contagios sociales con anterioridad. Hubo una época en que la histeria llego a quemar a las mujeres porque se pensaba que eran brujas; y hubo un tiempo, no hace mucho, en que la histeria llevo a acusar a trabajadoras sociales por falsos recuerdos de abusos sexuales implantados en los cerebros de niños por psiquiatras ideologizados.

Espero que estemos vislumbrando el inicio de un cambio en que las víctimas de “la histeria del cambio de sexo” puedan acusar a los terapeutas y médicos –así como los encargados de medios de comunicación abusiva y legislación impositiva- que, en palabras de las propias víctimas, destrozaron sus vidas sin ofrecerles una ayuda real a sus problemas y esto nos abra un camino hacia reencontrar nuestra auténtica naturaleza.



                                                                                 Beatriz Silva de Lapuerta

28 A: el votante católico mira hacia el futuro. Por César Utrera-Molina


España se encuentra en una encrucijada histórica por muchos motivos, con problemas de una dimensión y gravedad que hacen más relevantes estas elecciones.



Resulta difícil de negar que el cambio de época del que muchos hablan tiene una traducción política evidente que está produciendo una renovación inesperada del panorama político occidental, otrora estable y predecible. En EE.UU. la irrupción del Presidente Trump ha cambiado las dinámicas de décadas de la política estadounidense. Brasil pasó de la izquierda filochavista de Rousseff a una derecha sin complejos con Bolsonaro. En Francia desapareció el partido socialista en un sólo sexenio y un presidente con partido propio y sin historia ha pasado a dirigir el Elíseo. Italia abandonó abruptamente el consenso socialdemócrata y Hungría y Polonia plantean la reivindicación de sus raíces nacionales frente a una política europea, en exceso uniforme, una de las causas del Brexit.

España se encuentra en una encrucijada histórica por muchos motivos, con problemas de una dimensión y gravedad que hacen más relevantes estas elecciones. Sólo aquellos con un conocimiento limitado o una visión sectaria del Catolicismo pueden sorprenderse de que prelados y fieles se pronuncien sobre la conveniencia de votar una u otra opción política. De forma llamativa, el cambio de época plantea una alternativa radical y excluyente de conceptos que se hallan en el centro de la civilización occidental gracias al Cristianismo: los verdaderos derechos humanos, la idea de la igualdad de todos los hombres ante la ley, la conciencia de la inviolabilidad de la dignidad humana de cada persona y el reconocimiento de la responsabilidad de los hombres por su conducta.

Ante la magnitud del reto que viene sorprende que el análisis de una parte de la ¿inteligencia católica? ante el 28 A se posicione con las fuerzas políticas responsables de muchos de los problemas actuales. Estos juicios que parten de rancios prejuicios ideológicos coinciden en avisar de los posibles riesgos que puede suponer Vox, sin crítica apenas a las otras opciones, y ello cuando Vox claramente hace suya la defensa de los principios básicos de la civilización occidental. Así, el nítido patriotismo de Vox se moteja de nacionalismo; la defensa decidida del Estado de Derecho, base de la paz social, se crítica como opción excluyente al diálogo; la recuperación de las mejores tradiciones se confunde con la construcción de muros; y la posición firme sobre la inmigración ilegal se descalifica sin ofrecer una alternativa razonable más allá de un buenismo abstracto ajeno a la dolorosa experiencia de otros países en esta cuestión.

          Pese a todo el ruido anterior, el católico español no se distingue del votante medio en España que recibe con ilusión y esperanza, la irrupción de Vox y hace caso omiso de “pastorales” ancladas tristemente en los 70. ¿Porqué? Vox reivindica, sin complejos, el valioso patrimonio que el resto del arco político, comenzando por el PP, no sólo no ha protegido, sino que ha atacado con saña digna de mejor causa. Del PP a Podemos con los nacionalistas siempre detrás, se ha atacado o dejado atacar, una y otra vez, a la familia, a la propiedad privada a través de la presión fiscal, a la dignidad humana indefensa ante la investigación científica o la voluntad individual, se ha relegado el principio de igualdad ante la ley para beneficiar a poderosas minorías y la unidad de España ha quedado expuesta a la rapiña interesada del juego político.

Muchos hemos entendido que los protagonistas políticos de ayer caducaron, que la venta de sus productos dejó de tener interés desde que fuimos testigos de que cuando España ha estado a punto de romperse, sólo el Rey, aislado, defendió con claridad España. Nuestra paz social de los últimos 80 años tiene que ver con seguir viviendo juntos, con no destruir los mínimos de convivencia que se habían asentado gracias a una sociedad civil adulta más que a los políticos y preservar esas líneas rojas fundantes de nuestra civilización. Vox ha entendido todo esto y ha conectado con esta profunda preocupación generando una ilusión que es visible en cada aparición pública, entre otras cosas, porque no ha venido (dicen) a conservar su parcela sino a defender a España, en su integridad y sin hipotecas, como muchísimos españoles, católicos o no, desean. Puede que fracasen en su intento, no sería raro, pero muchos como yo, ya nos decidimos por ellos y esperamos que estén a la altura de lo que defienden, de que prolonguen la lucha por España y si fracasan sepan sucumbir con honor como otros españoles ya hicieron. No tengan duda de que así lo demandaremos, los que, ahora, confiamos en ellos.

César Utrera-Molina Gómez
Abogado.



Publicado en LA RAZÓN: 
https://www.larazon.es/espana/el-votante-catolico-mira-hacia-el-futuro-GC23032613