"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

17 de junio de 2023

Mi hermano César





Hoy cumple 50 años mi hermano pequeño, el menor de los 8 y no podía quebrar mi tradición de dedicarle unas palabras en este humilde cuaderno. 


César nació justo cuando mi padre juraba el cargo de Ministro del primer y único gobierno de Carrero Blanco. 


Venía, como se dice, con un pan debajo del brazo y a fe que eso ha marcado su vida, en la que la afición al buen pan y a la buena cocina es ya una seña de su identidad. Pero apenas pudo disfrutar de los días de vino y rosas, porque la historia es la que fue y nuestro padre tuvo que pagar un alto precio por su lealtad. 


César tenia -y tiene- genio, o carácter -que es más eufémico- y es normal porque tenia siete hermanos encima educándole, lo que definitivamente forjó su carácter. Pero tras ese genio se esconde un corazón de dimensiones inabarcables.


César es, sin duda, el mejor y más fino escritor de una familia de lectores en la que él tomó la delantera como lector empedernido. Nadie ha escrito nada más profundo ni más bonito sobre nuestros padres que él, cuando su corazón se lo ha dictado. Nadie ha escrito versos tan certeros y sentidos, recogiendo así el testigo poético de nuestro padre. 


Es un hombre tranquilo, no por irresponsabilidad sino porque tiene una fe como he conocido pocas. Su vida adulta no ha estado exenta de sobresaltos y espinas, pero siempre ha afrontado los problemas sin desmoronarse, aceptando que todo tiene un porqué y un para qué, con paciencia infinita y confianza en Dios. 


César es un amigo modelo, de esos que sólo se cuentan con los dedos de una mano a lo largo de la vida. Leal, noble, dedicado, y generoso como pocos, jamás ha dejado a un amigo desamparado en la tribulación. 


Su matrimonio es un límpido espejo de su vida. Tuvo la inmensa fortuna de encontrarse con la dulzura de Carmen, para emprender juntos, desde muy temprano, la aventura apasionante de una vida fecunda. Sus cuatro hijos, de los que presume con legítimo orgullo, le quieren, le admiran y le cuidan. Y son un testimonio vibrante de amor filial. 


Su casa, como lo fue la nuestra, es casa de puerta abierta, de reuniones alegres, cuidados caldos y picantes viandas. Es una casa feliz, porque por mucha gente que haya, sabe hacer que todo el que llega se sienta principal. 


Es, ademas de fino jurista, un ejemplo de amor filial, de hermano, de tío y de padre de familia. Es, sin lugar a dudas, el mejor apoyo que nadie pueda soñar. 


Como es el pequeño, no sé si le he dicho alguna vez que le admiro y que le quiero. Debí hacerlo aquella noche en la que llevamos juntos, hombro a hombro, al Cristo de la Buena muerte por las calles de Madrid. Y ya iba siendo hora de hacerlo.


 


Dios te guarde, querido hermano. 


Tu hermano que tanto te quiere. 


Luis Felipe.










 

9 de mayo de 2023

EL MEJOR REGALO. (Mi tributo al Mater Salvatoris)

 

EL MEJOR REGALO

(Mi tributo al Colegio Mater Salvatoris)

 

Tenía que llegar. El próximo viernes, mi hija Victoria se despedirá oficialmente del Colegio Mater Salvatoris cerrando para mí un ciclo -mejor dicho, un camino- que ha durado 18 años y que hubiera querido que durase para siempre. Porque resulta imposible reflejar, en unas pocas líneas, el torrente de gratitud que mi corazón siente hacia la Compañía del Salvador en la hora de un adiós que me resisto a que sea definitivo.

Hace 18 años, mi mujer y yo llevamos por vez primera a nuestra hija mayor al edificio de Infantil. Sentí aquel día el desgarro de dejarla allí, mientras sus ojos llorosos me imploraban su rescate. Pero entonces recordé aquella frase escrito en los muros de mi viejo colegio de Chamartín: “Bajo Tu manto sagrado, mi madre aquí me dejó”.  Y aquél mar de lágrimas de sus ojos azules, pronto habría de tornarse en un mar de sonrisas, en un mar de flores a María, de bailes regionales y marchas militares, de procesiones en la Virgen Niña y Rosarios de colores en la Virgen de Fátima. Aquellas lágrimas de niña atribulada contagiaron para siempre mis ojos de padre para brotar con fuerza cada día del mes de mayo, cada “¡Buenos días!” de la oración de la mañana en los porches de primaria, en aquellas inolvidables primeras comuniones, en los festivales bajo un sol de justicia y en las emocionantes confirmaciones, primorosamente organizadas por unas religiosas que llevan por hábito una sonrisa revestida de ternura.

Una noche, hace apenas un año, nuestra hija Paloma nos dijo: “el Mater Salvatoris es el mejor regalo que habéis podido hacerme jamás”. Fue una frase que se quedó grabada a fuego en mi corazón, porque nacía de lo más profundo del suyo. Y porque, bien mirado, jamás regalo alguno nos podía había generado un rédito mayor.  

El Mater había sido el Colegio de mi mujer, pero ha terminado siendo también el mío. Comenzamos nuestra andadura en el Colegio de la mano de la inolvidable Madre Madurga, para quien cualquier problema se convertía en un reto y jamás abandonaba a una niña, porque decía que el fracaso de una sola niña era un fracaso colectivo. Su sonrisa y su cordialidad eran tan limpias como su mirada y su sola presencia llenaba de autoridad, respeto y cariño cualquier espacio del colegio. Bajo su tierna mirada ha transcurrido la mayor parte de la vida de mis hijas, convirtiéndose en un referente para nosotros.

En el Mater, mis hijas han adquirido innumerables saberes, pero sobre todo unas raíces profundas en la Fe, que les ayudarán a resistir cualquier temporal que la vida les depare. El colegio, verdadero oasis en medio de un mundo que vive al margen de Dios, ha templado y fortalecido las finas cuerdas de su espíritu preparándolas para dar un testimonio valiente de vida cristiana en la universidad, en la familia y en la vida.

Me decía ayer mi hija Victoria que siente una mezcla de tristeza y alegría al afrontar su marcha del Colegio. Porque su mirada joven e inquieta vuela lejos, pero sé que una parte de su corazón quedará para siempre atrapada entre los jardines del colegio en el que ha sido tan feliz.

Siempre me ha sorprendido qué lentas pasan las horas tristes y qué fugaces las felices. Recuerdo cuando, bajo los soportales del porche de primaria, me entristecía pensar que pronto dejaría de compartir el ofrecimiento de obras con mis hijas. Y ahora, cuando se acerca inexorable el día en que habré de dejar de recorrer el camino al Mater, quisiera que el tiempo se detuviera, pues confieso que me asalta una profunda sensación de orfandad.

Estoy seguro de que la Madre Clara, síntesis armónica de ternura y autoridad, me permitirá que, de cuando en vez, me acerque de nuevo a esa recogida capilla para dar rienda suelta a mi legítima nostalgia y dar gracias a la Madre del Salvador por el inmenso regalo  de haber podido disfrutar de tantos años de felicidad en la vida de mis hijas cuyo lema, hasta el final de sus días será el de “Madre, que quien me mire Te vea”.

 

Luis Felipe Utrera-Molina