"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO
Mostrando entradas con la etiqueta Cataluña. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Cataluña. Mostrar todas las entradas

30 de octubre de 2019

Traidores. Por José Antonio Primo de RIvera


("Arriba", núm. 12, 6 de junio de 1935) Sólo tenéis que cambiar unos nombres por otros.....nada ha cambiado

TRAIDORES

Companys y varios de sus codelincuentes han ocupado el banquillo ante el Tribunal de Garantías Constitucionales. Pérez Farrás y otros sujetos han comparecido también, como testigos. La vista se ha celebrado en Madrid, capital de lo que todavía se llama España. Companys y los suyos se alzaron en memorable fecha contra la unidad de España: trataron de romper en pedazos a España, usando los mismos instrumentos que otros llamados españoles pusieron en sus manos. Aún está bien reciente en nuestra memoria el sonido escalofriante de la "radio" en aquella noche del 6 al 7 de octubre, los gritos de ¡Catalans, a les armes, a les armes!, y las proclamas de los jefes separatistas. Era de prever que el juicio se hubiera celebrado bajo la amenaza suficiente de la cólera popular, que los acusados no hubiesen apenas encontrado defensa sino en un último llamamiento al deber inexcusable de defensa que a todos los abogados toca y que los acusados hubiesen asumido un papel respetuoso de delincuentes sometidos a la Justicia.
Pero no: el juicio oral se ha convertido en una especie de apoteosis. Los procesados se han jactado, sin disimulo, de lo que hicieron; sus defensores –no nombrados de oficio, sino surgidos gustosamente de entre las más hinchadas figuras–, se han comportado, más que como defensores, como apologistas, y ni a la puerta del Tribunal, ni en los corros habituales, ni en parte alguna de Madrid, se ha notado el más mínimo movimiento de repulsión.
Para algunos esto será indicio de que vivimos en un pueblo civilizado, tolerante y respetuoso con la justicia. Para nosotros es indicio de que vivimos en un pueblo sometido a una larga educación de conformismo enfermizo y cobarde. Si el 2 de mayo de 1808 hubiera llegado precedido de la inmunda preparación espiritual de nuestros tiempos, el pueblo, en lugar de echarse a la calle, hubiera soportado con resignación bovina la presencia de los soldados de Napoleón. Así estamos soportando ahora la afrentosa presencia del repugnante Ossorio y el indigno espectáculo de la Prensa de izquierdas, cantora, bajo burdos pretextos, de los traidores a la Patria.
Digámoslo claro: mejor que esta actitud de maridos de vaudeville francés, que va adoptando ante todo este espectáculo nuestro refinamiento, es la ferocidad impetuosa y auténtica de los pueblos que aún saben ajusticiar a sus traidores.
NUBES A LA VISTA
Sólo a los ciegos puede ocultarse la cargazón revolucionaria que otra vez va aborrascando el horizonte. La rebelión de octubre, tan desastrosamente sustanciada desde todos los puntos de vista, no ha servido tampoco a los Gobiernos para intentar una política inteligente que impida las reincidencias. La Falange, por voz autorizada, dijo que el ensayo revolucionario reciente exigía dos cosas: una liquidación rápida y neta, un análisis de las justificaciones que hubiera podido tener la rebelión, para removerlas de raíz. Se ha venido a hacer cabalmente lo contrario: no se ha intentado, de una parte, ni pensado intentar a fondo, un reajuste de la estructura social y económica, menos intolerable para los millones de españoles que viven sin comer; y de otra parte, lo que debió ser final limpio, ejemplar y escueto de los sucesos revolucionarios, se ha diluido en inacabables dilaciones y aun macabros regateos con la vida de los condenados a la última pena.
Lo que pudo ser claro punto de arranque para una política fuerte y fecunda se ha quedado en turbia confusión de política estancada. Y los revolucionarios de octubre, que no pierden una, ya empiezan a recuperar posiciones descaradamente y a iniciar las escaramuzas preliminares de otra intentona.
No hay más que verlo: cada día nos trae una nueva insolencia y una nueva muestra de la tolerancia gubernamental. Separatismo y socialismo ya lanzan sus consignas al aire como si no hubiera pasado nada. Renacen las agresiones, que no se detienen ni ante la fuerza pública. Cada mitin de un mandarín de las fuerzas aliadas es como un recuento de reclutas en preparación para el choque y como una antología, más o menos encubierta, de amenazas. Los centros donde se preparó lo de octubre reanudan su vida normal. Y así todo.
Ahora hay quien dice que el señor Portela Valladares va a reintegrarse a su puesto de Barcelona y que al Ministerio de la Gobernación va a volver el señor Salazar Alonso. Es lo único que faltaba Pero ¿es que deliramos al recordar que el señor Salazar Alonso fue ministro de la Gobernación durante el verano de 1934, mientras se preparaba todo lo de octubre? El señor Salazar empleó el estío en dos actividades igualmente útiles: en mortificar a la Falange con cierres y registros y en escribir un librito precioso (Tarea) de cartas a una señora sobre política. En tan honestos pasatiempos le sorprendió la marimorena que por poco se le mete en el mismísimo Ministerio de la Gobernación. A que eso y otras cosas no pasaran contribuyó abnegadamente la mortificada Falange, cinco de cuyos mejores dieron la vida durante los sucesos de octubre.
¿Se pretende acaso, para que la reprise sea completa, colocar también al señor Salazar en Gobernación durante el verano de 1935? Sea; compondrá otra piececita literaria; se mostrará tan pizpireta como siempre en declaraciones periodísticas y al final le cogerá la tronada. Dicen que el señor Salazar Alonso es para Gobernación el favorito de la C.E.D.A. Dios conserve la vida a los populares agrarios.
NUEVAS LINDEZAS DE LA J.A.P.
El mejor número cómico de la semana pasada ha sido otro manifiesto de la J.A.P., publicado con puntos y comas en ABC y sabiamente pasado en silencio por El Debate. Firmaban ese manifiesto el diputado a Cortes señor Calzada y otro señor, cuyo nombre sentimos mucho no recordar.
Todo lo que se pueda decir en cuanto a plagios, ya, a fuerza de descarados, divertidos, se había dado cita en el documento; cuanto conocen desde hace dos años los que nos observan – invocaciones al Imperio, unidad o comunidad de destino, hasta "yugo y flechas", así, sin embozo– ha sido embutido llanamente por el señor Calzada y su colaborador en un bloque de prosa que era un verdadero regalo del espíritu; ver nuestras frases, al pie de la letra, incrustadas sin asimilación posible entre la maraña de un estilo totalmente diverso, nos ha deparado de veras una de las más sanas alegrías experimentadas en los últimos tiempos.
Hemos conocido colaboradores espontáneos de periódicos que enviaban, firmadas por ellos, no trozos literarios apenas conocidos, sino composiciones aureoladas por la más campechana popularidad. A un diario de provincias mandó cierto espontáneo aquello de
Oigo, patria, tu aflicción,
y escucho el triste concierto...
La redacción se sintió tan refrescada por el buen humor que hasta organizó un homenaje público al plagiario. Este lo aceptó con toda seriedad, convencido de que nadie había reparado en el hurto. ¿Por qué no organizamos un homenaje al señor Calzada, "autor" del manifiesto de la J.A.P.?


27 de diciembre de 2017

España no tiene quien la defienda


Con frecuencia, los comentarios a vuelapluma sobre la actualidad política y social adolecen de una aplastante falta de perspectiva. Nos fijamos en el análisis de lo sucedido y en la predicción del inmediato porvenir sin pararnos a pensar con serenidad en las causas y los efectos de cada situación, sin ir al fondo de las cosas, ejercicio que requiere una dosis de belmontismo: parar, templar y mandar, y llevar el toro a nuestro terreno.

Durante la esperpéntica crisis catalana, los españoles hemos contemplado atónitos cómo cada día la realidad superaba a la ficción y el Gobierno español renunciaba a tomar cualquier iniciativa toreando siempre en los terrenos del nacionalismo separatista en una estrategia de acción-reacción sujeta por las bridas del cálculo electoral y la corrección política que convertía a nuestra nación en una nave a la deriva, sin rumbo definido ni capitán al mando, al socaire de la última ocurrencia de unos trileros arropados en la bandera suprema de la mentira.  

Muchos españoles sufrimos el 1 de octubre una nueva humillación al constatar la impotencia del gobierno ante un deja vú del 9 de noviembre de 2014. La improvisación de las fuerzas de seguridad y el aparato de propaganda de los separatistas convirtieron aquella jornada en un triunfo mediático del disparate y la chulería nacionalista, mientras el gobierno seguía balbuceando que nada había pasado.  

La sensación de vacío de poder y el pánico por un desenlace rupturista se apoderó de los españoles hasta que en la noche del 3 de octubre Su Majestad el Rey Felipe VI decidió con su mensaje dar un golpe de autoridad moral hablando con la claridad que había faltado, no sólo en el gobierno, sino en la clase política en general.  El mensaje real llevó el alivio a millones de hogares en los que cundía la zozobra y la desesperanza, y fue un verdadero aldabonazo que acabó con los complejos de un gobierno que se resistía balbuceante a asumir su responsabilidad y aplicar el mecanismo previsto en la Constitución para afrontar tamaño desafío.

El gobierno debió aplicar el artículo 155 el día en que se convocó el referéndum ilegal y ni un minuto más tarde. En mi opinión, se aplicó tarde y mal porque el limitadísimo alcance que el gobierno ha querido dar a este precepto lo convierte en un instrumento insuficiente para atacar el verdadero origen del desafío separatista que no es otro que la dejación por parte del Estado español en orden a la exigencia del cumplimiento de la ley y las sentencias judiciales en Cataluña durante los últimos 35 años. No es posible que, con lo que ha sucedido, se siga mirando para otro lado ante el bochornoso adoctrinamiento separatista de los niños en escuelas y colegios, se mantenga inalterado el actual sistema de inmersión lingüística en la enseñanza catalana que hace prácticamente imposible escolarizar a los niños en español; que se vulnere sistemáticamente el derecho de los administrados a utilizar la lengua española en sus relaciones con la administración y se vulnere impunemente la libertad de los comerciantes para utilizar una u otra lengua co-oficial en sus relaciones con los clientes.

Hay una generación de catalanes que no se siente española porque ha crecido bajo un bombardeo sistemático de mentiras sobre la historia de España y Cataluña que haría sonrojar a cualquiera; que ha vivido de espaldas a la realidad española porque los distintos gobiernos centrales han permitido que así fuera; que ha asumido con normalidad que se persiga a quien rotulaba en español en sus comercios; que en las cartas de los restaurantes el español haya sido relegado por el inglés y el francés; que personas que siempre se han llamado José tengan que cambiar su nombre de pila por el equivalente catalán Josep miedo a ser señalados; que en la ópera se subtitule en catalán y no en español, una generación que siente la lengua vernácula, no como un elemento enriquecedor sino como un instrumento separador al servicio de la xenofobia del supremacismo separatista.

Nada impedía al gobierno mantener la aplicación del artículo 155 durante un año o incluso durante el resto de la legislatura catalana.  Claro que había que elegir entre la comodidad del consenso con el PSOE y la incomodidad de asumir sin dicho consenso una decisión que hubiera sido mucho mejor para España y para Cataluña y, quién sabe si también mejor para un Partido popular a la deriva por sus complejos y su falta absoluta de rumbo.

El panorama que deja el resultado de las elecciones es ciertamente desolador y nos lleva a pensar que si hoy no lo han conseguido, nada impedirá, si nada cambia, que lo consigan dentro de 10 años, con una generación más de catalanes víctimas de la inmersión en la mentira separatista ante la perplejidad de un pueblo español que sabe reaccionar ante la adversidad, que no se resiste a perecer, pero carece de un líder que la dirija. Como en el Mío Cid, no podemos sino decir, una vez más: ¡Dios que buen vassallo si oviesse buen señor!


LFU

26 de septiembre de 2015

Cataluña nunca dejara de ser española. Por José Utrera Molina

Artículo publicado en Abc el 26 de septiembre de 2015

Hace ya muchos años en el calendario alborotado de España, se registraba un acontecimiento para muchos españoles extremadamente doloroso. El presidente de la Generalitat de entonces, había culminado su siembra y declarado el Estado Catalán. Yo entonces, tenía 9 años y por tanto no podía comprender la profundidad del acontecimiento que las radios transmitían. Pero hubo algo referido en algún que otro artículo mío, que me llamópoderosamente la atención. Las lágrimas de mi abuelo que se encontraba encorvado junto a un aparato de radio telefunkenCreo que ahí nació el dolor de mi patriotismo. No presumo de él. Lo ostento y creo que me acompañaráen los últimos momentos de mi vida.
Cataluña es una parte fundamental y esencialísima de España. Yo he recorrido sus ciudades, sus pueblos. He convivido con una gente verdaderamente extraordinaria. Jamás se planteó en mi presencia la posibilidad de una separación de aquellas tierras entrañables. Pero lo fataltiene siempre una vertiente de ocurrencia y hoy nos arrebata el corazón las vísperas de un episodio trascendente.
Si repasamos la historia de España, nos encontramos con infinidad de episodios que otorgan al pueblo catalán la hegemonía del patriotismo español. En la guerra de la Independencia, brillaron a gran altura, no solamente figuras excepcionales sino el furor contenido de los catalanes que no podían admitir que nos pisaran las botas el ejército francés comandado por Bonaparte. Nos preguntamos atónitos y turbados pero ¿es posible que se plantee un problema de estas dimensiones, de este significado y de esta importancia?. ¿Es posible que sobre el silencio de los españoles se pueda perpetuar un crimen histórico que abandera y eleva a nuevos altares  al espíritu de Cataluña?. Cataluña es española, lo repito una y otra vez. Un hijo mío ha permanecido sirviendo los intereses españoles más de 18 años en Barcelona. Ha vivido las notas increíbles de una sinfonía sin instrumentos. Me refirió en varias ocasiones la úlcera agrandada por insolventes y malhechores y que tarde o temprano esa herida tendría que abrirse ante la perplejidad dolorosa de todos los españoles. Pues bien, esa hora ha llegado. Estamos en las vísperas de un acontecimiento inigualable, de una traición que pone los vellos de punta, de un disparate que no tiene límites ni explicaciones. España no puede permitir que una parte de sus entrañas quede desgajada de su valor central, corrompiendo lo que los siglos han compuesto como una irrevocable unidad de todos aquellos que nos sentimos españoles. ¿Qué vamos a hacer? Todo menos callarnos. Denunciamos en alta voz la trágica desmesura del SeñoMas y nos sorprende dolorosamente que haya gente que le acompañe en su camino infernal y traidor. Yo acuso al Señor Más de traidor y lo hago con toda la fuerza de mi espíritu, con todos los resortes que aún me quedan de mi empobrecido corazón. Le pido a Dios morir antes que contemplar la ruptura de la sagrada unidad de España. 
Alguien dirá que tengo el alma encendida. Es cierto. Y me duele y me destroza este fuego interior pero España no puede morir en brazos de gente sin escrúpulos que tienen por emblema la cobardía y por cobijo la mayor de las desvergüenzas.

24 de septiembre de 2015

¿Catalanizar España?

Dejo al margen la para mí disparatada decisión de que un ministro del gobierno de España se preste a debatir con el número 5 de una candidatura al parlamento autonómico que propugna la secesión de una parte de España. Si se sostiene que son unas elecciones autonómicas y que en ellas no se decide la soberanía, ¿a qué viene darle esta relevancia? ¿no se está entrando en el juego de los separatistas?

No vi el debate, pero sí alguno de sus cortes. Y una vez más Margallo nos regaló con una de sus píldoras de complejistina con las que trata de hacerse el simpático a quienes quieren robarnos la cartera a todos los españoles: “Hay que catalanizar a España”.

Cuando hablo con mi hija adolescente y tengo que decirle que no, no acostumbro a decirle después que pese a todo, su madre y yo debemos adolescentizarnos. Si lo hiciera, mi hija, que de tonta no tiene un pelo, captaría perfectamente el mensaje: ella lleva toda la razón, pero las cosas son como son. Una victoria moral.

Pues bien, la errática y suicida trayectoria del pueblo catalán en los últimos cuarenta años no es ni mucho menos como para alabar su sentido común. Teniendo la clase política catalana una evidente responsabilidad, no podemos olvidar que esa clase política ha sido elegida por sus conciudadanos, que han convivido sin inmutarse en una ciénaga de corrupción institucionalizada y con una estrategia creciente de discriminación étnica y lingüística –sí, lo que leen- propia de la Alemania de los años 30. 
Hace tan sólo unos días, un buen amigo catalán de más de 17 apellidos catalanes y sin embargo –o quizás por ello- español hasta la médula me decía con resignación “ya sólo falta, querido amigo, que nos pongan la estrella”.

Así pues, aquél seny que era señal de identidad de un pueblo próspero, abierto, emprendedor y cosmopolita como lo fue en un tiempo el pueblo catalán, ha sido arrumbado y sustituido por un aldeanismo excluyente y xenófobo que ha triunfado en la actual sociedad catalana, que avanza a marchas forzadas hacia el abismo frente a la cobardía y el silencio culpable de la mayoría.  Y los pocos que aún conservan aquél señero sentido común y se atreven a alzar su voz, son una minoría señalada y apestada que está a punto de ser desahuciada por española.

Nada de dorar la píldora a los canallas. El pueblo catalán de hoy –salvo muy contadas y honrosas excepciones- no tiene nada que enseñar al resto de los españoles. Más bien necesita -y merece- una buena cura de humildad que le redima de unos errores que ya nos están costando mucho a todos.


LFU

21 de septiembre de 2015

Cataluña no es una nación

Esto, que tantos españoles y catalanes tenemos claro y que se publicaba sin ambajes en el año 1932 (magnífico libro, por cierto), no hay un solo político español actual que se atreva a decirlo. Es más, cada vez menos españoles de a pie se atreven a decirlo por miedo a molestar o ser tachado de extremista, radical o intolerante.  Por cobardía.

Nadie puede negar la singularidad del pueblo catalán, como tampoco la del gallego, vasco, andaluz, asturiano, murciano y extremeño, cuya riqueza y variedad convierten a la nación española en la nación culturalmente más rica de Europa. Cataluña tiene una lengua propia y una cultura propia, enriquecida durante siglos por su pertenencia al Reino de Aragón y después al reino de España. Una tradición que no es posible separar de su condición, primero aragonesa y luego  española, y de las aportaciones que la emigración del resto de España ha dejado en aquella tierra de emprendedores y comerciantes, sin incurrir en una falsificación histórica escandalosa.

El nacionalismo catalán, surgido en el turbulento siglo XIX y fermentado durante los últimos cuarenta años gracias primero a la irresponsabilidad de los padres de la constitución y después a los intereses electorales de los sucesivos gobiernos de uno y otro signo, está basado en una sucesión interminable de mentiras colosales y burdas, que a fuerza de repetirse ad nauseam por los diferentes medios de comunicación públicos y privados –todos vasallos de la Generalidad- y por los libros de texto en los colegios ha adquirido consistencia en la mente de dos generaciones de catalanes que ya no se sienten españoles.

Cataluña jamás fue un reino, jamás fue independiente de Aragón o de España y nunca ha sido reconocida como nación  por estado o nación alguna. Pero es que tampoco lo pretendió hasta ahora. El referente histórico de los separatistas resulta ser un edil que luchaba porque la casa de Austria mantuviese la corona de España en la guerra de sucesión. Luchaba en nombre de España, perdió y murió jubilado como Notario en Barcelona y recientemente sus descendientes reivindicaban su condición de patriota español.    Y los que pretenden pasar a la historia como los próceres del nuevo estado independiente son el ejemplo más escandaloso de corrupción política de la historia de España, que sin embargo ha gozado hasta ahora de una vergonzosa impunidad.

El separatismo catalán es fruto de la expansión impune de una serie de mentiras consentida en los últimos cuarenta años  por los gobiernos de España según su conveniencia electoral. La mentira está en su origen, la mentira, el engaño, la corrupción y el latrocinio ensucia a sus promotores y la mentira ampara su último envite, prometiendo un estado próspero y europeo en lugar de una sima profunda de miseria y división que es lo que sería una Cataluña separada.  

La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero. La mentira, su difusión indiscriminada y la ausencia de una clara contradicción suele acabar en una frustración colectiva. Si no, que se lo digan a Goebbels.


LFU 

28 de julio de 2015

Conspiración y Estado de derecho*

La seguridad jurídica es una de las notas consustanciales a todo Estado de derecho. Los ciudadanos necesitan disfrutar de un grado razonable de certeza y confianza en las normas jurídicas que regulan su convivencia y en la estabilidad del ordenamiento y disponer de un grado admisible de previsibilidad de las consecuencias del incumplimiento de las leyes, como elemento disuasorio de su violación.

En los últimas tiempos, los españoles –y con mayor conocimiento de causa los juristas- asistimos atónitos a una perversión de la seguridad jurídica en función de razones de oportunidad o conveniencia política establecidas por el gobierno de turno, encargado de cumplir y hacer cumplir la legalidad vigente.

El recién anunciado pacto entre Convergencia Democrática de Cataluña y Esquerra Republicana para una candidatura única -cuya letra pequeña no se ha hecho pública- incluye la secesión de una parte del territorio nacional en un plazo de seis meses según declaración pública del propio Presidente de la Comunidad Autónoma catalana. Es decir, con luz y taquígrafos se hace público un insólito pacto para cometer un delito de rebelión o, cuando menos, de sedición, de los regulados en los artículos 472 y 544 del Código penal, lo que implica ya la comisión del delito en grado de conspiración.

No se requiere ningún análisis sesudo de los hechos para llegar a esa conclusión, que obtendría  cualquier estudiante de primero de derecho.  Cierto es que el tipo penal del delito de rebelión exige que la declaración de independencia de una parte del territorio nacional venga precedida de un alzamiento «violento y público», y es la nota de la violencia lo que dificulta el correcto encaje de los hechos en ese tipo penal. Ello nos lleva a considerar como tipo penal más plausible el de sedición «Son reos de sedición los que, sin estar comprendidos en el delito de rebelión, se alcen pública y tumultuariamente para impedir, por la fuerza o fuera de las vías legales, la aplicación de las Leyes o a cualquier autoridad, corporación oficial o funcionario público, el legítimo ejercicio de sus funciones o el cumplimiento de sus acuerdos, o de las resoluciones administrativas o judiciales.». Y en cuanto al grado de conspiración resulta palmario, a tenor de lo dispuesto en el artículo 17 del Código penal «La conspiración existe cuando dos o más personas se conciertan para la ejecución de un delito y resuelven ejecutarlo.»

Sorprendentemente –o no, ya que la sorpresa requiere una previa expectativa de lo contrario- la noticia no ha excitado suficientemente el celo de la Fiscalía General del Estado, ni del Ministerio de Justicia, imbuidos todos ellos por el dontancredismo impuesto por el Presidente.

Es legítimo preguntarse cuál sería la respuesta del Estado si en lugar de tratarse del Presidente de una comunidad autónoma, se hiciese pública una conspiración de café para subvertir el Estado de Derecho por parte de un grupo de militares y civiles. La respuesta a tan retórica pregunta nos da la medida de que el Estado de derecho no funciona en España, o peor aún, lo hace o no en función de las conveniencias electorales de cada momento y lo que es casi peor, en función de la identidad de quien lo desafía.

Reza el dicho proverbial que «vale más prevenir que curar». El Estado de derecho no funcionó el 9 de noviembre de 2014 como funciona cuando un contribuyente comete un error en su declaración de la renta o sobrepasa el límite de velocidad.  No hubo nadie en la trinchera de la ley y los que retaron al Estado de derecho cosecharon una lamentable victoria moral. 

Ahora hay razones de sobra para temer que seguirá en fase durmiente a ver si el tiempo o la ventura le arreglan las cosas a un Presidente que parece no ser consciente de que puede que haya dejado de serlo cuando otros quieran consumar un delito para el que ya están públicamente conspirando. Para entonces, puede ser demasiado tarde, no para el Presidente, sino para España.


* (El artículo, escrito sobre la base de la entrada anterior, fue enviado a ABC pero finalmente no se ha considerado su publicación por la dirección) 


Luis Felipe Utrera-Molina Gómez.                          

16 de julio de 2015

El Pacto Mas-Junqueras y la conspiración para delinquir

El recientemente anunciado pacto entre Convergencia Democrática de Cataluña y Esquerra Republicana, cuyo texto aún no se ha hecho público aunque se publicita en la página web de CDC, constituye de por sí un flagrante delito de rebelión en grado de conspiración.
No se requiere ningún análisis sesudo de los hechos para llegar a esa conclusión. Basta con leer los siguientes artículos del Código penal:
Artículo 17.
1. La conspiración existe cuando dos o más personas se conciertan para la ejecución de un delito y resuelven ejecutarlo.
3. La conspiración y la proposición para delinquir sólo se castigarán en los casos especialmente previstos en la Ley.
Artículo 472.
Son reos del delito de rebelión los que se alzaren violenta y públicamente para cualquiera de los fines siguientes: (…)
5.º Declarar la independencia de una parte del territorio nacional.
Artículo 477.
La provocación, la conspiración y la proposición para cometer rebelión serán castigadas, además de con la inhabilitación prevista en los artículos anteriores, con la pena de prisión inferior en uno o dos grados a la del delito correspondiente.

Del texto de los mencionados artículos se deduce sin especial esfuerzo hermenéutico que

(i) la declaración de independencia de Cataluña constituye delito de rebelión o, como poco, si se entendiese que no existe violencia, de sedición del artículo 544 del Código penal.
(ii) el pacto por el que se compromete la secesión de Cataluña del Estado español constituye una conspiración para cometer un delito de rebelión; y
(iii) que el delito de rebelión es de aquellos castigados en grado de conspiración.
  
Sorprendentemente –o no, ya que la sorpresa requiere una previa expectativa de lo contrario- la noticia no ha excitado el celo de la Fiscalía General del Estado, ni del Ministerio de Justicia, imbuidos todos ellos por el dontancredismo impuesto por Rajoy.

¿Actuarían de la misma forma dichas instituciones si se descubriera una conspiración similar en una conversación de dos tenientes coroneles en una cafetería?

La respuesta a tan retórica pregunta nos da la medida de que el Estado de derecho no funciona en España, o peor aún, lo hace o no en función de las conveniencias electorales de cada momento.

No en vano reza el dicho proverbial que “vale más prevenir que curar”. El Estado de derecho ya hizo dejación de funciones el 9 de noviembre de 2014 y mucho me temo que seguirá en fase durmiente a ver si el tiempo le arregla las cosas a Rajoy, que parece no darse cuenta de que, presumiblemente, ya no presidirá el  gobierno de España cuando otros quieran consumar un delito para el que ya están públicamente conspirando. Para entonces, puede ser demasiado tarde.


LFU

29 de julio de 2014

Pujol, Game over

El reciente destape de una mínima parte sus vergüenzas pecuniarias por el patriarca nacionalista Pujol ha hecho emerger de las profundidades enormes dosis de impostura en no pocos políticos y comentaristas que parecen recién caídos del guindo tras décadas mirando para otro lado mientras la familia hacía caja con las pingües comisiones que formaban parte de la normalidad empresarial en medio del paisaje putrefacto de un oasis mantenido durante lustros por tirios y troyanos gracias a una ley electoral hecha a la medida de las fuerzas centrífugas.

No creo demasiado en las casualidades. Que precisamente en el año clave para la ofensiva separatista y pocos días antes de que el presidente de la Generalidad visite la Moncloa se destape el escándalo conocido y tapado por tantos durante tanto tiempo, tiene un tufillo a seria advertencia más que a descubrimiento policial, y me provoca un asco inmenso por el desprecio y agravio que supone al resto de los españoles que procuramos cumplir con nuestras obligaciones y no tenemos nada que ofrecer para la “estabilidad” institucional de la nación.

Es precisamente la quiebra del Estado de derecho que durante tantos años ha estado ausente de forma selectiva en Cataluña y que tuvo quizás su faceta más turbia en la Sentencia del caso Banca Catalana, la que me hace dudar que, una vez más, al final de esta historia, y a cambio de frenar el proceso secesionista, hayamos de tragarnos los demás el inmenso sapo de que las millonarias comisiones del 3% se hayan convertido para la historia en una romántica y añeja masa hereditaria tardíamente regularizada.

Parece claro que a Pujol y a su familia se les ha acabado su rentabilísimo juego. Pero no apostaría a que sufrirán como cualquier otro ciudadano el rigor de la justicia. Las cloacas del Estado aprietan, pero no parece que ahoguen.


LFU

15 de julio de 2014

Mariano Rajoy y el peligro Chamberlain

“Bien está, sí, el diálogo, como primer instrumento de comunicación (…)” pero quienes elevan el diálogo a categoría absoluta corren el riesgo de ser derrotados por los que presionan con la fuerza de los hechos consumados.

Daladier y Chamberlain creyeron que debían dialogar con Adolfo Hitler tras la anexión por el Reich de los Sudetes y el Anschluss y el resultado fue la invasión de Polonia, y de la mayor parte de Europa, la guerra mundial y el caos. “Renunciasteis al honor para tener paz y ahora no tendréis ni paz ni honor” les reprochaba Sir Winston Churchill a aquellos ingenuos enamorados del diálogo.

Ante la ofensiva separatista de los nacionalistas catalanes, Mariano Rajoy parece más inclinado a emular a Chamberlain que a Churchill. Sólo así puede entenderse que ante el constante y abierto desafío a la legalidad vigente, ante la descarada desobediencia de las sentencias judiciales, ante la bravuconería y chulería del Gobierno de la Generalidad y ante la quiebra del Estado de derecho en una parte querida de España, el Presidente del Gobierno reaccione con una nueva invitación al diálogo con el agresor.

No hay nada de qué hablar con quien amenaza abiertamente con romper la convivencia y atentar contra la soberanía de la nación española. Con los que chantajean al Estado y se burlan de la ley no se dialoga, se aplica la ley, con todas sus consecuencias. Hacer lo contrario constituye un síntoma de debilidad alarmante y un precedente extremadamente peligroso, además de una colosal injusticia y agravio comparativo con el resto de los españoles que cumplimos la ley.


LFU

16 de septiembre de 2013

Firmeza o cobarde aceptación del desafío. Por José Utrera Molina

(Artículo publicado el pasado sábado 14 de septiembre de 2013 en ABC)

«Todos los españoles amamos a Cataluña. Sólo un grupo enaltecido por el egoísmo ha decidido traicionar sus raíces, despreciar su historia, desafiar la legalidad y lanzarse hacia la nada»

No quisiera remontarme a un hecho que tuvo en mi vida una importancia esencial. Se trata de recordar una circunstancia que dio origen a mi inconmovible patriotismo. Es un recuerdo puntual, pero válido en circunstancias como las que atravesamos. Contemplo a mi abuelo –que tenía por cierto, cuatro años menos de los que yo cuento hoy– llorando, abrazado a un aparato Telefunken que difundía a las ondas la noticia increíble para algunos de la Declaración del Estado Catalán. Era el 6 de octubre de 1934.

Ahora contemplando el fervor a la tribu de una considerable minoría de catalanes, palpita mi corazón y siento un escalofrío imparable. Estamos en una circunstancia aún más grave que la que atravesó España en 1934 pero ahora con menos recursos dialécticos, con infiltraciones inverosímiles de otras posiciones históricas y con la valoración exagerada que se hace de grupos minoritarios contrarios a la esencia de España. ¿Es posible que en el tiempo en que vivimos, en el que los grandes espacios tienden a la globalización y en el que se tratan de igualar las enormes diferencias que separan a los pueblos, puedan existir los que, insensatamente, apoyan la ruptura de un baluarte que durante siglos tuvo su independencia y su unidad y se inclinó siempre ante las banderas del honor y de la libertad?

La tercera de García de Cortázar «Reaccionarios en Cadena» con el que tantas veces modestamente he disentido, da fuerza a mi queja, a mi amargura y a mis palabras dolientes. Se trata de un artículo admirable y extraordinario, profundo y ejemplar y merece tener consecuencias en estos espacios pálidos y vacíos donde los españoles se preocupan más de las modas, de los modos y de los caprichos deportivos que de la propia existencia de España. Yo quiero unirme desde aquí a García de Cortázar en la defensa de esas ideas esenciales y así lo proclamo sin limitación alguna.

Vargas Llosa también ha afirmado con rotundidad que el independentismo no es otra cosa que un regreso a la tribu. He escuchado la opinión de muchos venerables supervivientes de otro tiempo. Se horrorizan y hasta llegan a pedir la cercanía de la muerte. Les duele tanto España que si ya que no pueden combatir, pretender trasladar sus últimas quejas al Dios Omnipotente sirviéndose incluso de la cercanía de su última hora.

Nadie niega la personalidad de una tierra a la que yo he amado siempre, que ofrece un haz de virtudes ciudadanas que posiblemente no conozcan otras regiones. Un sentido elegante de la medida, del respeto mutuo, una gran sensibilidad hacia lo bello, un respeto a una tradición y a un profundo sentido estético que también ahora pretenden conculcarse. Poco puedo hacer yo para combatir este desastre, pero quedaría en mi corazón un amargo hueco si no clamara en mi independencia para advertir que nos encontramos en una situación límite y que el gobierno tiene la obligación histórica y moral de poner diques definitivos a esta penosa algarada situacional. He hablado, precisamente hoy, con un grupo de amigos catalanes que están escandalizados. Yo diría que nunca como hoy sienten ardiendo la sangre de sus corazones. Querrían morir por la unidad de España y no son palabras convencionales, ni actitudes de emergencia, ni miedos colectivos, ni refugios dialécticos. La muerte y la gloria campean sobre unas gentes siniestramente doloridas, atacadas en su raíz, vapuleadas en sus creencias, insultadas en sus costumbres, negadoras de la verdadera realidad de esta magnífica tierra que se llama Cataluña.

Yo he amado siempre a esta tierra española, lo hice desde que escuché a José Antonio Primo de Rivera la mejor de las alabanzas en la que ponderaba el equilibrio, el sentido de la historia y la verdadera personalidad de Cataluña. ¿Es posible que ésta voz de arrebato, unida a tantas como las que hoy se producen en el espacio español, no sirva para detener este inmenso desastre? ¡Cataluña es España!

Todos los españoles amamos a Cataluña. Sólo un grupo enaltecido por el egoísmo, por la pasión sectaria y por una animadversión patológica ha decidido traicionar sus raíces, despreciar su historia, desafiar la legalidad y lanzarse hacia la nada. Yo alivio mi conciencia uniéndome, ya muy lejos, a las lágrimas de mi abuelo que posiblemente contemplará consternado el abismo histórico que quieren abrir los que tiene el corazón corrompido, la voluntad maniatada y el alma aprisionada por el egoísmo y la cobardía. No quiero pronunciar el antiguo grito que recuerda mi corazón juvenil: «Ahora o nunca», pero confieso que me siento inclinado a aceptar, ante el radicalismo desafiante, otras soluciones de emergencia.

¡Por España, por su unidad y por su vida!

13 de septiembre de 2013

Rajoy y el error Chamberlain

Entre tanto ruido mediático provocado por el nacionalismo separatista catalán, llama la atención el permanente silencio en el que se mantiene el Presidente del Gobierno español. Sabemos que Rajoy es partidario de exponerse lo justo, consciente de que el hombre es dueño de sus silencios y esclavo de palabras y de que, en no pocas ocasiones, el mero transcurso del tiempo acaba resolviendo muchos problemas que, a corto plazo, se antojan irresolubles. Pero mucho me temo que, en este caso, tal exceso de prudencia puede salirnos muy caro a los españoles.

No faltan precedentes en la Historia de gobernantes que prefirieron adoptar un perfil bajo ante la agresión del nacionalismo antes que mostrar una actitud de firmeza. Fue el silencio y la prudencia mal entendida de Francia e Inglaterra los que permitieron a Hitler convertirse en el amo de una Europa castrada por la debilidad del pacifismo británico y francés. El silencio ante la anexión de Austria y la invasión de Checoslovaquia en 1938, y el vergonzoso pacto de Munich de septiembre de ese mismo año entre Chamberlain, Daladier y Hitler para solucionar la crisis de los Sudetes, no fueron otra cosa que la antesala del infierno.

Cierto es que los silencios de Rajoy ante la chulería nacionalista evitan que se eleve el clima de tensión a corto plazo, pero no lo es menos que, como sucediera en la Europa de los años 30, el nacionalismo se crece ante la debilidad de su oponente –nada menos que el Gobierno de España- que parece hacer dejación de sus responsabilidades.  El espectáculo de ver unos encapuchados quemando impunemente una bandera nacional sin que la fuerza pública intervenga, la descarada y abierta chulería del independentismo reivindicando un Estado propio, la intoxicación masiva y constante de la población con una mitología histórica perfectamente comparable al mito de la superioridad de la raza aria y la clamorosa impunidad con la que el gobierno catalán incumple abiertamente las resoluciones de los Tribunales y desafía la legalidad vigente, tan sólo han merecido el silencio del Presidente cuando no la estúpida declaración de algún ministro hablando de encajes, comprensiones y comodidades, de la misma forma que el padre le compra al niño mimado lo que quiere para que no le dé la tabarra. Estoy seguro de que Chamberlain también quería que Hitler se encontrase a gusto y encajase en Europa, pero todos sabemos el precio que Europa tuvo que pagar por sus silencios.

Rajoy corre el riesgo de repetir el error Chamberlain. Mientras los separatistas siguen al pie de la letra un plan perfectamente urdido cuyo horizonte es la ruptura de la unidad de España, y no reparan en utilizar los fondos públicos en el desafío a la legalidad, los miles de catalanes que aún se sienten españoles no sienten cercano el aliento de España. Saben que el Estado de Derecho en Cataluña se ha convertido en una ficción y que proclamar abiertamente la españolidad de aquella tierra requiere dosis importantes de heroísmo. La incertidumbre con la que miran el futuro no encuentra eco alguno en el Gobierno de España, cuyo único plan ante el desafío de  los buitres es ponerse de perfil y aguardar a que escampe.

Me temo que ya es tarde para poner parches, pero es imperativo y urgente el diseño de un plan de choque contra la marea secesionista que haga sentir la presencia de España en Cataluña y permita que los miles de catalanes ahora agazapados alcen la cabeza para pronunciar con orgullo el nombre de España. Los españoles queremos que nuestro dinero se utilice para defender lo que es nuestro y Cataluña es España. No hacer nada y hacer de don Tancredo ante esta gravísima embestida no es táctica ni estrategia. Es una gran cobardía que todos los españoles pagaremos muy caro.

LFU