"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO
Mostrando entradas con la etiqueta Mis amigos muertos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Mis amigos muertos. Mostrar todas las entradas

2 de mayo de 2015

Réquiem por una sonrisa.

Como suele decir mi padre, hay personas que se mueren y otras que se nos mueren. Anoche, con la misma rapidez con la que tantas veces levantó al toque de campana el varal de su Virgen de la Esperanza,  subió al cielo mi primo Laure.

Sin aspavientos, sin dolor, sin anuncios ni despedidas, pero con la sonrisa bondadosa que siempre le acompañaba.

En este mundo descreído del que acaba de volar Laure, pocos comprenden que en la suprema jerarquía de los valores de un hombre no está su sabiduría,  sus títulos,  su fama o su dinero, sino su bondad, el tamaño de su corazón. 

Es difícil hablar de Laure sin pensar en su sonrisa y en las que con tanto arte arrancaba a los demás. Dicen que el mal entra en las personas a través de la tristeza, del desánimo. Con Laure lo tenia difícil, pues aún en la adversidad sabia levantar los corazones más abatidos con una sonrisa. 

Es tanto lo que ha dado a su madre, a sus hermanos, a Maru y a sus hijos, y a todos los que le hemos conocido, que le sobraban avales para entrar por la puerta grande del cielo.

Dicen que el corazón que no se da, que no se ofrece, que no sufre, no se deteriora. El de Laure se ha roto de tanto usarlo. Por eso, cuando pase el inmenso dolor de la separación, quedará siempre el recuerdo de su sonrisa, y el agradecimiento por el privilegio de haber disfrutado del tamaño enorme de su corazón.  

 Hasta siempre, querido primo. Recibe por fin la sonrisa maternal de tu Virgen de la Esperanza a la que tantas veces llevaste y que hoy te abre con amor las puertas del cielo. 


 Luis Felipe Utrera-Molina

25 de octubre de 2013

Profecías constitucionales


Hace 35 años que mi padre publicó este artículo en ABC. En plena vorágine de discusión sobre el texto constitucional, su voz -tachada entonces de inmovilista y cavernícola- clamaba ante el chalaneo del título VIII, por el grave riesgo que implicaba para la unidad de España. Lamentablemente, el articulo ha resultado profético e incluso la realidad ha superado los más negros pronósticos. Hoy, aquellos que le apartaban como apestado, invocan la Constitución como remedio de todos los males, cuando precisamente es la propia Constitución el mal primigenio que nos ha conducido al siniestro escenario que estamos viviendo. La Gaceta lo publica hoy en sus páginas, para recuerdo de desmemoriados.

LFU

   


8 de septiembre de 2012

Mi adiós a Pepe Aranda



Le conocí hace dieciocho años, en Santa Margarita, cuando él era un joven de 82 y yo aun cursaba primero de realidades. Desde el primer dia admire en Pepe Aranda su fortaleza y extraordinaria vitalidad, la alegría que desprendía y el hecho de que siempre esperaba un porvenir que ayer, pocos días después  de cumplir el siglo -como el decía- se convirtió para siempre en gozosa eternidad. 


Caballero andaluz, apuesto y elegante hasta el final, se mostraba siempre orgulloso de su estirpe y agradecido a Dios por una vida que tan bien le había tratado. Creo que desde el principio establecí con el una especial conexión pues compartíamos un mismo ideal de azul y rosas y un inmenso amor dolorido por España. Era un verdadero privilegio hablarle de tu a un viejo falangista que pudiendo ponerse de perfil por familia y posición, eligió entregar su juventud a España cuando esta se lo demando. Me hablaba del extraordinario magnetismo de Jose Antonio y de los enfrentamientos en Las calles de Madrid con militantes de la izquierda. Alférez provisional y teniente de infantería, dos veces mutilado por la patria me hablaba de la dureza de Teruel y de la batalla del Ebro, pero lo hacia siempre como los buenos soldados, con orgullo pero sin odio y con el desgarro de haber tenido que vivir una terrible confrontación entre españoles.

Yo, que no tuve la fortuna de conocer la figura de un abuelo, he sentido siempre sana envidia de mi amigo Juan por la entrañable relación que les unía y al despedirme de el esta tarde en Córdoba he sentido una aguda punzada de dolor endulzada por saber que, de la mano de su añorada Lolita, habrá buscado ya su puesto en los luceros para hacer guardia con sus viejos camaradas. 

Hace tan solo unos días, frente al mar abierto, consciente de que le veía por ultima vez, pues adivinaba en su mirada una señal de metafísico agotamiento, quise que en mi teléfono sonaran vibrantes en su presencia, las notas del Cara al Sol. Me emociono verle erguirse, levantar el brazo y recitar de nuevo, sonriente, sus estrofas de amor y de esperanza. 

Querido amigo Juan, querido hermano. Siento tu dolor, pues se que Pepe Aranda era para ti mucho mas que un abuelo como para él eras mucho mas que un nieto. Y quiero unirlo esta noche al mio por la perdida de un viejo amigo, centenario y especial. Hubiera querido poner sobre su pecho las cinco rosas que tantas veces he visto poner a mi padre al pie de sus viejos camaradas. Pero estoy seguro de que a tu abuelo le gustara saber que esta noche no he querido cerrar los ojos sin cumplir el rito de despedida que tantas veces pronunciara él con los que le precedieron:

José Aranda Romero ¡PRESENTE!


LFU

22 de septiembre de 2011

Teresa Lafuente. Mi adiós a una mujer fuerte


Era guapa, resuelta y elegante. Derrochaba clase y estilo y estaba enemistada con la vulgaridad. Siempre me impresionó su sentido práctico de la vida y es que detrás de su célebre flequillo se escondía una admirable capacidad organizativa que ofrecía, siempre desprendida, a cualquiera que lo necesitara.

La conocí hace más de veinte años y ahora, cuando tengo que acudir al arcano de mi memoria para volver a ver su rostro, aparece siempre un flequillo y una sonrisa adornada por la verde luminosidad de sus ojos.

Su espíritu alegre, su entrega y generosidad con cuantos la necesitaban y querían, ocupaban un espacio imposible de llenar para los que hoy, atribulados, no acaban de acostumbrarse a la pesada carga de vivir una vida sin ella. Y es que, Teresa, te necesitaban porque te querían y no al revés.

Pero si tuviera que escoger algún rasgo de su vida que me ha dejado huella, me quedo con la sublime lección de entereza y serenidad que nos dio a todos en su mano a mano con la muerte que, si no pudo ganar, lo perdió con admirable coraje y dignidad. Como los buenos toreros que ella admiraba, conocía bien el terreno que pisaba y tenía los pies bien asentados en la tierra. Sabía que la muerte jugaba con las cartas marcadas y aún así jamás cayó en la desesperanza. Decidió salirle al encuentro, mirándola de frente y con esa sonrisa que dedicaba siempre al último que llegaba, acompañada de una palabra amable.

Jamás escuché de su boca lamento ni reproche alguno por la suerte adversa que iba robándole apresuradamente las hojas del calendario. Poco antes de partir hacia valles tranquilos, seguía diciéndonos que se encontraba bien, alargando divertida la “e” del final, como queriendo arrancarle importancia al destino que adivinaba tan cercano.

Ordenada hasta el final, se despidió de todos y quiso prepararse a conciencia para recibir el abrazo amoroso del Padre que le esperaba al otro lado para invitarla a decorar a su gusto y poner en orden la estancia que le tenía preparada. Desde allí, seguro que se habrá puesto de inmediato a echarle una mano –o las dos- a propios y ajenos, de este lado y del otro de la vida, con su inconfundible sonrisa.

Agradezco a Dios el privilegio de haber conocido a personas que, como Teresa, son toda una lección de fortaleza y generosidad. Descanse en la paz del Señor quien hizo de su vida terrena una permanente ofrenda a los demás.

LFU

20 de marzo de 2011

En la muerte de Félix Morales. Réquiem por un español excepcional


Querido Félix:

Acaban de llamarme para decirme que nos has dejado, sin tiempo apenas para despedirte, pero con el suficiente para recibir a Dios por última vez antes de fundirte con él en un abrazo eterno.

Estremecido por la noticia y con la punzada en el pecho que precede al vacío, he rezado por ti, que es lo que podemos y debemos hacer los cristianos cuando alguien querido se nos va. No voy a escribir tu necrológica, porque no puedo competir con mi padre, ni en el arte de la palabra ni en el cariño que te tenía. Tan sólo unas líneas de despedida y agradecimiento a quien tanto nos ha enseñado a muchos sobre la lealtad, la honradez y el amor a España.

Dicen que no tenías familia, pero se equivocan porque sé que son muchos los que hoy lloran tu muerte pues te consideraban como algo suyo. Y es que la familia de un hombre son también sus amigos, los que han elegido quererte sin que nada ni nadie les obligue.

Ha tenido que ser cuando empezaba a reir otra vez la primavera, cuando te han llamado a hacer guardia sobre los luceros y has obedecido, discretamente y en silencio. No podía ser de otra forma. “Vale quien sirve” decía el viejo lema, y tu vida ha sido un ejemplo enorme de servicio a España desde tu corazón azul y tu pluma insobornable de periodista honrado; en las trincheras y en las rotativas y, sobre todo, en esa última casa, tu Fundación y la nuestra, la "Francisco Franco" que tanto te debe, en la que lo has sido todo y que hoy llora tu muerte como una hija atribulada por la desolación de la orfandad.

Es muy posible que tu nombre no aparezca mañana en los periódicos. Lo fuiste todo en el periodismo, desde la prensa local de tu amada tierra zamorana hasta Director de "Arriba", "Información" de Alicante, "La Voz de España" en San Sebastián o "Fe" de Sevilla; maestro de tantos que prefirieron mirar para otro lado cuando tú mirabas de frente. Pero te has marchado con lo puesto, porque preferiste seguir a tu conciencia y no a la conveniencia. Por eso no hablarán de ti, sino los que tuvieron el inmenso honor de contar con tu amistad y tu cariño.

Descansa en paz, querido Félix, que bien merecido lo tienes. Los que nos quedamos tenemos una enorme deuda de gratitud para con tu ejemplo y un grandísimo acicate para no caer en la desesperanza.

Recibe por última vez, con mi eterna gratitud, mi emocionado abrazo y un enorme ¡Arriba España!

Félix Morales Pérez
¡PRESENTE!

LFU

25 de febrero de 2010

Rafael de Penagos. Requiem por un poeta universal




Hace tan sólo unas horas, exactamente a las ocho y media de la mañana, se nos ha muerto el gran Rafael de Penagos, uno de los mejores poetas del siglo XX español, premio nacional de literatura. Su obra queda para la posteridad en sus numerosos libros y su vibrante y melodiosa voz quedará para siempre en nuestra memoria cada vez que oigamos la de Miguel de Cervantes en la serie El Quijote, la del Cardenal Richelieu en «Dartacán y los Tres Mosqueperros», la del Sr. Roper, la de Stan Laurel en «el Gordo y el flaco» o la del Capitán Renault en «Casablanca».

Ayer por la tarde fui a visitarle a la habitación del hospital donde parecía recuperarse de haber estado al borde del abismo, para llevarle el aliento y el abrazo de su gran amigo, mi padre, y el de todos mis hermanos que le querían como si fuera alguien de la familia. Se alegró mucho al verme y no quiso que me fuese sin sentir su gratitud. Pude ver en sus ojos el brillo del optimismo y la esperanza y salí reconfortado por haberle arrancado varias sonrisas y la promesa de que, tan pronto estuviese repuesto, le escribiría un soneto a mi hija Paloma de la que siempre –y ayer también, por última vez- me decía que su belleza renacentista parecía sacada de un cuadro de Boticelli.

Confieso que he llorado al conocer su muerte y saber que debo decirle a mis hijas que ya nunca volverán a tomar el aperitivo con el Cardenal Richelieu y que tendrán que esperar a mejor ocasión para tener su soneto.

Para siempre nos quedará el limpio y precioso soneto que dedicó a la casa de mis padres, que da la bienvenida a todos desde su entrada:



Sólo me queda el consuelo de haberle podido llevar, pocas horas antes de partir, una muestra del gran cariño que todos le profesábamos. Estoy seguro de que nuestras oraciones de estas noches últimas, le habrán servido para ver con mayor claridad el rostro divino del buen Pastor que a buen seguro le habrá recibido con el mejor de sus abrazos.

Descansa en paz, querido Rafael y que Dios te premie tu bondad.

LFU


24 de junio de 2009

En la muerte de Luis Teigell




Luis Teigell, otro de los bravos combatientes de aquella heróica división del ejército español que causó admiración y respeto en las estepas de Rusia, monta ya guardia junto a los luceros. Un buen amigo me envía las palabras que pronunció su hijo ante el panteón que rinde homenaje a los caídos de la División y junto al que aparece su padre en la fotografía de cabecera:

Familiares, amigos, camaradas, hijos de camaradas: en nombre de mi familia, os doy las gracias, de corazón por vuestra presencia hoy aquí.

Quiero expresar unas breves palabras de recuerdo, emocionado, a vuestro camarada Luis, mi padre, en esta mañana tan hermosa.

He dicho breves, aunque de él podría pasar horas y horas hablando, de sus vivencias, de sus amigos, de sus anécdotas, de sus proezas, de sus poesías, de su entrega a sus pacientes. Pero todo eso ya lo sabéis los que le conocísteis, y es mejor que quede entre vuestros recuerdos.

¡Tantos años habéis escuchado a mi padre, aquí, frente a este monumento dedicado a una gesta juvenil que no por olvidada deja de ser la más fabulosa empresa, como a mi padre le gustaba decir, del heroísmo español más allá de nuestras fronteras desde los Tercios de Flandes!

Quiero sacaros de un error: os equivocáis los que pensáis que mi padre ya no está aquí; he de corregiros, hoy está entre nosotros, presente, como decimos en ese lenguaje joseantoniano que todos los que me escucháis habláis y comprendéis.

Y además seguirá estando presente: sus restos en este monumento, y su espíritu y su ejemplo en todos nosotros, y espero que en los que nos sucedan.

Y es que también estáis equivocados cuando lloráis y estáis tristes: Camaradas, hoy es un día alegre, mi padre ahora tendrá el privilegio de poder abrazar, por fin, a tantos y tantos camaradas con los que compartió ilusiones y rudezas en la mítica estepa rusa, y también tendrá la ocasión, vedada para nosotros, de montar la guardia en los luceros, en ese paraíso difícil, erecto e implacable que ya comparte con sus ángeles con espadas.

A mi padre, a vuestro camarada hacía tiempo que sus piernas ya le fallaban; seguramente estaban ahora doliéndose de los miles de kilómetros recorridos a pié por los campos de Polonia, por las llanuras y bosques de Rusia; y también se dolían de las largas caminatas por los montes de su querida tierra manchega, que tantas veces recorrió en sus alegres días de caza, en pos de las huidizas perdices; y también se dolían de la dureza de las selvas de la otrora Guinea española que como médico conoció, y que hoy uno de mis hermanos vuelve como médico a recorrer, dando lo mejor de sí a quien más lo necesita; y se dolían también por los tantos y tantos caminos de España que como educador de juventudes holló, con alegría en el corazón y con himnos y canciones en su pecho, campamentos juveniles, montañas nevadas, rutas imperiales, ecos de un tiempo tristemente ya olvidado.

¡Cómo no iban, años después, a flaquear sus piernas!

Ni él mismo, que tanto presumía de su fortaleza, y que seguramente se quedaba corto en ello, os lo puedo asegurar, nunca sospechó que llegaría a andar tantos caminos y llegar tan lejos y tan alto.

Sus piernas le fallaron, sí, pero, camaradas, como hijo suyo, me llena de orgullo comprobar que a mi padre nunca le flaqueó el corazón. La llama que en su pecho inflamó ese joven y prometedor abogado, enamorado del pan y la justicia, que fue José Antonio Primo de Rivera, fue tan intensa y cegadora que continuó ardiendo en su vida, con tal fuerza que, además de quemar y arrastrarnos con ella a más de uno, hicieron falta nada más y nada menos que 88 años para poder apagarla.

Y nuestro orgullo por mi padre se debe a que, al contrario que tantos otros, que bien pronto cambiaron esa noble y sencilla llama por el calor de cómodas y burguesas estufas eléctricas, que camaleónicamente adaptaron sus colores a los tiempos que corrían, a la par que sus ganancias aumentaban, al contrario de ellos mi padre se mantuvo fiel a sus creencias e ideales, contra todo y frente a todos, heroísmo que sin duda es más difícil de alcanzar (y por ello a menudo menos reconocido) que el de quien ve repentinamente segada su vida en el combate por una bala enemiga.

Mi padre murió como había vivido, de modo humilde y cristiano, rodeado de quienes le querían y rebosando por los cuatro costados de los mismos amores e ilusiones que tan temprano llenaron su vida, como estas cinco rosas, frescas y sin marchitar.

¿Acaso hay mayor ejemplo para un hijo? "

Ricardo Teigell Guerrero-Strachan

Panteón de la División Azul. Cementerio de La Almudena


Y, por último su testimonio. Descanse en paz.

Luis Teigell ¡Presente!

28 de mayo de 2008

General Miguel Altura Martínez. Ha muerto el último héroe de Krasni Bor



En el día de hoy, 28 de mayo de 2008, ha regresado a la casa del Padre el General de Brigada de Infantería, Medalla Militar Individual, D. Miguel Altura Martínez. Alistado con el empleo de Teniente de Infantería en la División de Infantería nº 250"División Azul" luchó heróicamente durante un año por las estepas rusas contra el ejército rojo hasta caer prisionero en las inmediaciones de Krasni Bor (Kolpino) el 16 de febrero de 1943. Junto con los Capitanes Palacios y Oroquieta, el Teniente Rosaleni y otros oficiales sufrió cautiverio durante 11 años en distintos campos de concentración rusos en los que estuvo a punto de dejar la vida por mantener la dignidad de su úniforme, por defender su fe y su bandera que es la mía. Fue brutalmente apaleado y condenado a trabajos forzados por negarse a trabajar y promover una huelga de hambre. Regresó finalmente a España en el buque Semíramis junto con los demás compañeros de cautiverio 2 de abril de 1954, manteniendo hasta el último día de su vida su amor a España y su fidelidad a la Falange.


Tengo el honor de tener entre mis pertenencias una breve narración de su cautiverio dedicada de su puño y letra, de la que extraigo nada más que el principio:



"Al ser hecho prisionero fui conducido a las líneas rusas pasando por varios puestos de mando donde se me interrogó y registró, desposeyéndome de todo lo que llevaba. En uno de los puestos de mando, un capitán ruso me vió la medalla de la Virgen del Pilar (me la entregó mi madre al salir para Rusia) que pendía mi cuello, me la arrancó de un tirón y la arrojó a la nieve, pero al caer vio que la cadena y medalla relucían, la cogió y al ver que eran de oro se la metió en el bolsillo, me dio una bofetada y en ruso me dijo "cerdo fascista".




Mi General: Ahora que por fín estarás haciendo guardia junto a los luceros con tus camaradas caídos en Rusia, estoy seguro de que la Virgen del Pilar te habrá dado su maternal bienvenida. Ruega por España.


Camarada Miguel Altura Martínez: ¡Presente!

LFU

16 de mayo de 2008

Al hijo del Guardia Civil D. Juan Manuel Piñuel Villalón



Hace sólo dos días que unas alimañas destruyeron tus sueños de niño. Te han quitado en un minuto lo que más querías. Sientes la herida de su ausencia en tu corazón aunque no puedes entender lo que ha pasado. Tu mente virgen desconoce el odio que ha terminado con una vida de ilusión, de trabajo y de esperanza; un odio que ha decidido que crezcas sin el ejemplo, el apoyo y el cariño de un padre que vivía y respiraba por ti.

Yo, que sé lo que es tener la suerte de crecer a la sombra de un padre, de beber de su ejemplo, admirarle, quererle y sentir la seguridad de su presencia, maldigo a quienes te han privado de ese regalo. Maldigo a quienes han derramado la sangre de tu padre y a los que con su palabra y con su silencio, con su cobardía y su complicidad, han hecho posible que unos cientos, unos miles de niños como tú hayan crecido en una parte de España alimentándose con el odio a lo que tu padre representa. Porque a tu padre -como gritó uno de sus compañeros en su funeral- lo han matado por ser español.

Lo han matado por representar a la Nación más antigua del mundo que tan rápidamente algunos quieren romper. Lo han matado porque su uniforme representa el honor, la gloria y la historia de España, una historia que ellos han estudiado mutilada, manipulada y cercenada, con el silencio cómplice de una clase política alicorta incapaz de ver más allá que el miserable valor de la aritmética de unos cuantos escaños para tener el poder.

A tu padre lo ha matado el odio, pero ese odio ha sido alimentado desde los despachos hasta la escuela, de la televisión a los cuentos gracias a una palabra maldita que hace treinta años abrió la puerta a que ese odio se extendiese libremente: consenso. Por la indigna utilización que los políticos de entonces hicieron de tan noble palabra, España hizo dejación de su responsabilidad más crucial, la de velar por su unidad, dejando que otros, como tu padre, murieran por ella. Permitió que muchos niños como tú, en una parte de esta nación, se hayan educado durante decenios en el odio a España y a todo lo que representa y creciesen odiando el uniforme, hoy vacío, que alimentará tus sueños de niño. Esos niños de ayer, son los que hoy han matado a tu padre y también los que no sienten su muerte, porque son incapaces de sentir a España.

Hoy lloro y rezo por ti. Porque te han robado una niñez que nadie puede devolverte. Porque España, tu Patria y la mía, se ha roto un poco más con la sangre derramada de otro Guardia Civil.

LFU

8 de febrero de 2008

María Centenera

Se llamaba María y era mi amiga. Cuando murió, hace ahora un año, me prometí a mí mismo escribir sobre ella, pero no fui capaz entonces de enhebrar algo digno de su memoria. Tenía por tanto una deuda pendiente conmigo mismo, que me he propuesto saldar ya, de forma definitiva.

La conocí hace dieciséis años, cuando iniciaba yo mi andadura profesional como abogado. Entonces yo lo tenía todo por aprender y ella fue la destinataria de mis más peregrinas preguntas, propias de un bisoño pasante en el despacho. Muy pronto se estableció entre nosotros un clima de confianza y de confidencia, que sólo la muerte pudo interrumpir.

Siempre admiré en ella su fuerte personalidad, su claridad de ideas y su buen humor. Atesoraba un sentido común fuera de lo habitual y siempre estaba disponible para escuchar. En ella encontré consuelo y comprensión en momentos de zozobra y buenos consejos en mis inquietudes. Pero fue su enorme fortaleza ante el descubrimiento de su fatal enfermedad y la increíble entereza con la que afrontó su penosa evolución lo que hizo que mi admiración por María se elevase a lo infinito.

María nos dio a todos los que la conocimos una enorme e impagable lección de fe y de esperanza ante la adversidad. Durante los tres años que duró su calvario, jamás se borró la sonrisa de su rostro y no hubo asomo de tristeza en su mirada. Recuerdo que sonreía irónica ante su mala fortuna, pero jamás la escuché quejarse, a pesar de los muchos sufrimientos y frustraciones que tuvo que padecer. Nunca pudimos tratarla ni verla como a una enferma, tal vez porque nos parecía imposible que su enorme vitalidad no fuese capaz de vencer a la enfermedad.

Cuando fue consciente de lo inevitable –y me consta que lo fue muy pronto-, puso su corazón y su fuerza en vivir intensamente cada día que Dios le pudiera conceder, como un precioso regalo que sabía que no podía desperdiciar en lamentos inútiles. Estoy seguro de que Dios le dio Su divino aliento para llenar de amor y alegría a Antxón, a Maite, a Luis y a Iñaki, a su familia y a todos los que la sentíamos como algo nuestro, hasta el día en que quiso llevarla con Él.

Recuerdo que un día me dijo que su enfermedad le había enseñado a comprender la absurda esterilidad de las discusiones domésticas y la importancia y fecundidad de vivir cada día como si fuese el último. Conservo como un tesoro un correo electrónico que, según me dijo, había recibido de esos muchos que circulan por la red, y que viene a resumir de forma certera, en sus tres últimos párrafos, toda una lección de vida que ella supo hacer suya con los demás:

Si supiera que hoy fuera la última vez que te voy a ver dormir, te abrazaría fuertemente y rezaría al Señor para poder ser el guardián de tu alma. Si supiera que esta fuera la última vez que te vea salir por la puerta, te daría un abrazo, un beso y te llamaría de nuevo para darte más. Si supiera que esta fuera la última vez que voy a oír tu voz, grabaría cada una de tus palabras para poder oírlas una y otra vez indefinidamente. Si supiera que estos son los últimos minutos que te veo diría "te quiero" y no asumiría, tontamente, que ya lo sabes.

Siempre hay un mañana y la vida nos da otra oportunidad para hacer las cosas bien, pero por si me equivoco y hoy es todo lo que nos queda, me gustaría decirte cuanto te quiero, que nunca te olvidaré.

El mañana no le está asegurado a nadie, joven o viejo. Hoy puede ser la última vez que veas a los que amas.”

Estoy seguro que, desde el cielo, María sabrá perdonarme la escasa calidad literaria de unas líneas escritas, con algo de retraso, desde lo más profundo del corazón.

LFU