"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

26 de octubre de 2007

Francisco Franco y la persecución de los judíos

Esta mañana, escuchando la entrevista que en Radio Nacional de España hacían a uno de los supervivientes de la persecución nazi a los judíos, salvado por obra de la embajada española en Hungría, no pude por menos que estremecerme al escuchar de los labios del pobre anciano una frase que dijo, al final y sin venir a cuento, como introducida con calzador por indicación de alguien: “Quiero aclarar que todo esto lo hizo Sanz Briz sin tener ninguna orden del Gobierno español”. De esta manera y con esta clamorosa mentira, se enervaba la posible repercusión positiva que la salvación de miles de judíos en Hungría pudiera tener en el régimen de Franco, que para el pensamiento único que nos oprime, era el mayor exponente de la “maldad humana”.

Al margen de que resulta cuando menos extraño pensar que en 1940, cuando Hitler era el dueño de Europa, las legaciones diplomáticas de los países neutrales fueran por libre en sus actuaciones –máxime con las presiones de Alemania para que España entrase en la guerra con el Eje- existe abundantísima documentación y múltiples testimonios que demuestran la implicación directa del Gobierno de Franco en la salvación de millares de judíos, en un número que alcanza los 60.000. Y que, por cierto contrasta con la actitud de Suiza, que cerró sus fronteras a millares de judíos, haciendo una interpretación estricta e inhumana de su neutralidad.

Así, en una entrevista que mantuvo Ángel Sanz Briz -siendo Cónsul General de España en Nueva York- con el historiador judío Isaac Molho, aquél le manifestó que todo el mérito de sus acciones se debía al Generalísimo Franco, de quien había recibido instrucciones para dar protección a los judíos perseguidos. En la misma línea, la revista digital "Sefarad", reconoce que el diplomático español “actuó siguiendo órdenes de su gobierno”. Y es que, sin restarle méritos al joven diplomático, su actuación hubiera sido del todo imposible si el Gobierno español no hubiera concedido la nacionalidad española a esas 200 familias judías alegando su origen sefardita y hubiera concedido el pasaporte a otros miles de judíos bajo diversas excusas.

A finales de 1943, cuando la “solución final” estaba en marcha, el Ministerio de Asuntos Exteriores español ordenó a los diferentes consulados españoles que volvieran a conceder pasaporte o tarjeta de nacionalidad a los sefarditas que estuvieran o hubieran estado inscritos como tales en nuestras representaciones, aunque la hubieran perdido por falta de uso. En la primavera de 1944 se ordenó que se aceptara como sefardita a cuanto judío solicitara nuestra protección, haciéndolo de manera que la documentación proporcionada contuviera una contraseña capaz de permitir su anulación cuando fuera necesario, una vez terminada la guerra. Fueron estas instrucciones las que motivaron o permitieron la actuación de Ángel Sanz Briz en Budapest, quien las interpreto y amplió con generosidad y suma eficacia.

Resulta revelador, en este sentido, el testimonio directo del diplomático Pedro Schwartz, que en 1943 vivía en el consulado español en Viena por ser su padre Cónsul en dicha capital, y que, en un artículo publicado en el año 1999 en “La Vanguardia Digital” afirmaba lo siguiente:

Siempre me ha sorprendido la ayuda que Franco prestó a los judíos perseguidos por el nazismo.(…) durante la Guerra Civil, Franco y sus ministros dieron instrucciones a los representantes consulares de España para que protegieran de la discriminación y la expropiación a los sefardíes de los territorios que iban cayendo bajo el control de los alemanes. Tras la caída de Francia en 1940, el falangista Serrano Suñer concedió visados a numerosos judíos askenases, que así salvaron la vida; y a los que conseguían atravesar la frontera, les daba salvoconducto para que pudieran pasar a Portugal y América. Cuando Hitler, a partir de 1943, puso en marcha la solución final, la entrega de pasaportes españoles a los judíos de habla castellana en los consulados de la Europa ocupada se tornó sistemática. De resultas de esta política humanitaria salvaron la vida de 46.000 a 63.000 judíos o quizá más. ¿Quién decidió que los sefardíes eran españoles? ¿Cómo cuadraba la poca simpatía por los judíos en la España oficial de aquellos tiempos con una política tan discorde de la del amigo alemán?

(…) La creciente dureza de la persecución hizo evidente que ya no bastaba con insistir en la posición legalista de que España no admitía que se conculcaran los derechos de sus súbditos. A partir de 1942, sobre todo tras el relevo de Serrano Suñer, comenzó una política sistemática de concesión de pasaportes y visados para permitir la huida de los perseguidos. Además, todos los comentaristas e historiadores subrayan que nunca fue devuelto a las autoridades alemanas ningún judío de los que conseguían entrar en España incluso clandestinamente.”

Lo cierto es que, salvo muy contadas excepciones, el pueblo judío ha sabido reconocer estos hechos. Merece destacarse el testimonio del rabino Chaim Lipschitz, del seminario hebreo Torah Vodaath and Mesivta, de Brooklyn, publicado en la revista Newsweek en febrero de 1970:

“Tengo pruebas de que el jefe del Estado español, Francisco Franco, salvó a más de sesenta mil judíos durante la II Guerra Mundial. Ya va a ser hora de que alguien dé las gracias a Franco por ello”.

En el libro "La banalidad del bien", de Enrico Deaglio. (Editorial Feltrinelli. Milán. y publicada en España por Herder), en uno de sus párrafos, dice:

“Si bien el papel de la España franquista en las operaciones de salvamento de los judíos europeos ha sido silenciado casi del todo, fue decididamente superior al de las democracias antihitlerianas. Las cifras varían entre 30.000 y 60.000 judíos liberados del holocausto.”

El filósofo e historiador alemán Patrik von zur Mühlen en su libro Huída a través de España y Portugal. (J.H.W. Dieta Nachf. Bonn), afirma que:

“España hizo posible que más de 50.000 disidentes y judíos escaparan de los nazis.”

En The American Sephardi, con motivo del aniversario del fallecimiento de Franco, publicó el siguiente artículo:

“El Generalísimo Francisco Franco, Jefe del Estado español, falleció el 20 de noviembre de 1975. Al margen de cómo le juzgará la Historia, lo que sí es seguro que en la historia judía ocupará un puesto especial. En contraste con Inglaterra, que cerró las fronteras de Palestina a los judíos que huían del nazismo y la destrucción, y en contraste con la democrática Suiza que devolvió al terror nazi a los judíos que llegaron llamando a sus puertas buscando ayuda, España abrió su frontera con la Francia ocupada, admitiendo a todos los refugiados, sin distinción de religión o raza. El profesor Haim Avni, de la Universidad Hebrea, que ha dedicado años a estudiar el tema, ha llegado a la conclusión de que se lograron salvar un total de por lo menos 40.000 judíos, vidas que se salvaron de ir a las cámaras de gas alemanas, bien directamente a través de intervenciones españolas de sus representantes diplomáticos, o gracias a haber abierto España sus fronteras”.

Como señala el historiador Eduardo Palomar Baró -de cuyo completísimo estudio sobre el particular he obtenido parte de la información que aquí se recoge- , desde el rey Nimrod hasta nuestros días, a través de cinco milenios, según las leyendas hebreas, quedan escritos los nombres de los tiranos y de los enemigos de Israel en el Libro de la Muerte. Y el de sus protectores y amigos en el de la Vida. Pues bien, Francisco Franco tiene su nombre en el Libro de la Vida. Y con letras de oro. En las sinagogas de EE.UU. todos los 20 de noviembre se pronuncia un responso o “kadish” en memoria del hombre que libró a tantos hebreos del holocausto.

Los judíos honran y bendicen el recuerdo de este gran benefactor del pueblo hebreo... que ni buscó ni obtuvo ningún beneficio de lo que hizo.
Pero muchos españoles, siguen sin enterarse...

LFU

23 de octubre de 2007

Varios lustros...


"Aproximadamente 600.000 españoles habían muerto durante el conflicto, y otros dos millones habían quedado mutilados o heridos. Medio millón de hogares habían sido destruidos o gravemente damnificados. Ciento ochenta y tres pueblos habían sido arrasados; dos mil iglesias habían sido pasto de las llamas; una tercera parte de las cabezas de ganado de la nación habían sido sacrificadas y casi la mitad del equipo ferroviario había quedado destruido. Pero era todavía peor el daño moral y espiritual inferido a España por los tres años de guerra. Tendrían que pasar varios lustros para borrar los odios encendidos en el alma española por el conflicto y para eliminar la herencia psicológica de una guerra fraticida cuya ferocidad superó la de la mayoría de las luchas internacionales."

"O llevarás luto por mí".
Larry Collins y Dominique Lapierre, 1967. (pág.155)

Esto fue escrito hace ya cuarenta años por dos extranjeros que se impregnaron del alma y del ser español. La sociedad española había olvidado la guerra, miraba al futuro con esperanza y estaba lejos de pensar que un niño que entonces tenía siete años iba, cuarenta años después, a remover de nuevo los odios de la guerra. El odio es el arma favorita de los pusilánimes y Zapatero lo es. Por eso estoy seguro de que tarde o temprano acabará probando su propia medicina.


LFU

17 de octubre de 2007

Mayor Oreja y el sentido común

Reproduzco literalmente las declaraciones, llenas de sentido común, de D. Jaime Mayor Oreja a “La Voz de Galicia”, que le han valido todo tipo de insultos e improperios - entre ellos, cómo no, el consabido de “fascista”- procedentes de las filas de la izquierda “tolerante y democrática”. “Es un auténtico escándalo”, dicen, “es el portavoz de la extrema derecha”. Sólo una reflexión: Si todos los españoles que piensan igual que Mayor Oreja son unos fascistas, yo que ellos me empezaba a preocupar….

-¿Por qué le cuesta tanto al PP condenar el franquismo?

-Porque eso forma parte de la historia de España. Yo no lo he condenado, yo elogio y alabo la transición democrática. ¿Cómo voy a condenar lo que, sin duda, representaba a un sector muy amplio de españoles?

-Por esa misma lógica, tampoco condenará el nazismo o el estalinismo, porque muchos alemanes y soviéticos los apoyaron.

-En la guerra hubo dos bandos y en el nazismo solo uno.

-En el franquismo solo hubo un bando que reprimía.

-También hubo dos, porque el franquismo fue la consecuencia de una Guerra Civil en la que hubo dos bandos. No es lo mismo que el régimen nazi, donde había un solo verdugo.

-Entonces, dejando al margen la Ley de la Memoria Histórica, ¿no considera pertinente condenar el franquismo?

-No, por muchas razones. ¿Por qué voy a tener que condenar yo el franquismo si hubo muchas familias que lo vivieron con naturalidad y normalidad? En mi tierra vasca hubo unos mitos infinitos. Fue mucho peor la guerra que el franquismo. Algunos dicen que las persecuciones en los pueblos vascos fueron terribles, pero no debieron serlo tanto cuando todos los guardias civiles gallegos pedían ir al País Vasco. Era una situación de extraordinaria placidez. Dejemos las disquisiciones sobre el franquismo a los historiadores.

¡Dios mío cómo les escuece la verdad!. ¿Alguien vió anoche cómo se amilanaba la hidra de María Antonia Iglesias cuando Juan Manuel de Prada le recordaba las más de 40 personas que las milicias socialistas echaron como comida a los leones de la Casa de Fieras de Madrid, cuyos cadáveres no han podido, ni podrán ser nunca recuperados y enterrados?. Memoria histórica.

LFU

15 de octubre de 2007

Una memoria que envilece


Para los que no leyeron el ABC del sábado 13 de octubre, reproduzco a continuación el magnífico artículo de mi padre, que sigue resistiéndose a la carcoma del silencio, ese mal que afecta a tantos españoles:


Vivimos un tiempo en el que la estupefacción, el asombro y la sorpresa indignada reinan por doquier. Nuestra existencia, normalmente tranquilizada por los muchos años que ha vivido sin mortales sobresaltos, contempla ahora sin dar crédito a lo que ve el perfil resignado de la actual situación española, donde todo nuestro ser físico y moral se revela con la amarga angustia de la impotencia. ¿Es posible que un solo hombre, me refiero claro está, al presidente Zapatero, albergue tal caudal de odio en su alma para ser capaz de reconducir la historia de España a una situación de conflicto, de confrontación y de reverdecimiento de antiguos rencores? Por haber ejercido función política durante muchos años, me he abstenido siempre de realizar una crítica ligera y apresurada referida a los que ostentaban responsabilidades políticas, pero en esta ocasión no tengo más remedio que lanzar mi «yo acuso» a quien increíblemente, por una incomprensible nostalgia del pasado, está dispuesto a abrir de nuevo las zanjas que los años habían cubierto de hierba apacible.

La principal tarea del gobernante es tratar, sin duda, de obedecer el código de sus convicciones sin producir detrimentos insoslayables en aquellos que se sitúan en una posición adversa. La prudencia es una virtud superior a la astucia; la serenidad, la clave de cualquier género de comportamiento responsable. La demagogia temeraria deja de ser un error para convertirse en un mal incalculable. Insisto en que volver otra vez a recordar lo que el tiempo ha cubierto con su peso y con su valor es un disparate de tremendas e insospechadas consecuencias. El ejercicio de la reconciliación nacional lo llevamos a cabo hace mucho tiempo. En las filas del Frente de Juventudes, donde yo me honré en pertenecer, jamás se habló de rojos ni se lanzaron vituperios contra los que considerábamos adversarios. Yo pertenezco a una generación que no hizo la guerra, pero fui testigo con nueve años de la tragedia que asoló a nuestra tierra. En mi propia familia sentí el desgarrón que suponía esta lucha fratricida. Un hermano de mi madre, comandante de la Guardia Civil en Albacete, fue fusilado y rematado horas después a bayonetazos en el Hospital Naval de Cartagena. Mientras tanto, en otro lugar de nuestra misma tierra, un hermano suyo pertenecía al ejército republicano. Moriría después en el exilio. Nadie puede, pues, acusarme y como a mí, a centenares y a miles de españoles, de haber fomentado una moral cainita. Mejor que memoria histórica, cabría decir olvido histórico, porque aunque creemos que la situación originada por la República española demandaba una solución quirúrgica, y la verdad no puede estar en modo alguno en dos sitios, los que servimos unos ideales de justicia y de amor no nos podemos resignar ahora a refugiarnos en un silencio cómplice, ante lo que acontece actualmente en la vida española, es decir, con la ruptura de su unidad, con la suicida disgregación que esta ley supone, con la sumisa aceptación de culpabilidades no existentes y con el olvido de hechos reales que muchos de nosotros contemplamos en nuestra primera juventud atónitos y prematuramente desesperados. Esta demagogia social nos puede conducir de nuevo a un enfrentamiento que no existe, a una lucha apagada en el tiempo y, en la razón, a un conflicto señalado tan sólo por una memoria que pretendió la integración y que no suscitó nunca el ánimo de contienda entre los españoles. La responsabilidad histórica del actual presidente tiene caracteres de enormidad, es un salto mortal, una daga venenosamente afilada para que se introduzca de nuevo en el corazón de los españoles y que también produce un hecho que quizás no hayan tenido en cuenta los legisladores. Que el actual Rey de España, que lo es de todos los españoles, aceptó en su día la legitimidad histórica del 18 de julio. La condena total al Régimen no admite excepciones e incorpora a la figura del Rey a esta condenación.

De todo lo escrito, me gustaría señalar un ejemplo claro de cómo actuamos la mayoría de los hombres que ostentamos responsabilidades políticas en el Régimen anterior. En cierta ocasión, un gobernador civil de una provincia española, cuyo nombre no hace al caso recibió una carta desgarrada y patética de un miembro del Partido Comunista condenado a muerte en la prisión de Burgos. En aquella carta se dirigía al gobernador del que había tenido noticias y sabía que actuaba en su misión con generosidad y con justicia. Al recibir la carta el hombre que ostentaba la responsabilidad en de Gobierno en la provincia, se trasladó a la capital de España para lograr cumplir el deseo de quien rogaba poder asistir a su madre, gravísimamente enferma, en los últimos días de su vida. Aquel gobernador consiguió el traslado del recluso a la provincia de Ciudad Real y éste permaneció junto a su madre hasta que recibió las últimas paletadas de tierra. Este militante del Partido Comunista vive aún, se llama Benito Ruiz, y habita en la calle Ciudad Real de Miguelturra.

Él dio siempre muestras -porque quedó indultado años después- de una gratitud fervorosa y conmovida dirigiendo cartas significativas a quien había realizado aquellas gestiones por su nobleza y generosidad. No bastaría con conocer esta anécdota, a la que podríamos sumar centenares de actos que evidenciaban por parte de los vencedores o de los hijos de los vencedores un ánimo de reconciliación definitiva. Es posible que la fuerza mediática desatada a favor de la corriente que ha originado el presidente del Gobierno crean lo contrario, pero yo afirmo en este artículo que el tiempo pasará factura de este colosal error y que los españoles veremos claramente que en la angelical sonrisa del presidente Zapatero no había nada más que la turbia mirada de un rencor inabatible.

JOSÉ UTRERA MOLINA

10 de octubre de 2007

La embriaguez de la equidistancia

Anoche, una voluminosa periodista de apellido teutón, contraria a la Ley de Memoria Histórica, dulcificaba su posición -algo incorrecta políticamente hablando- situándose en una casposa equidistancia entre los dos bandos que lucharon en la guerra civil, a los que identificó como defensores del totalitarismo marxista y defensores del totalitarismos fascista y, en consecuencia, adjudicando a ambos la misma perversidad.

Mire usted, señora: Una cosa es predicar la reconciliación, hacer homenaje de los españoles que cayeron en unas y otras trincheras y tratar de dejar el pasado a los historiadores y otra muy distinta insultar la inteligencia de los espectadores. Afirmar que el bando llamado "nacional" defendía el totalitarismo fascista es, simple y llanamente, mentir. Y mentir es pecado, y de los gordos (si no, pregúnteselo a sus jefes). La España "nacional", formada por monárquicos, tradicionalistas, conservadores, falangistas y católicos perseguidos no se levantó en armas para imponer el fascismo en España. Se levantó precisamente para evitar que España se convirtiera en un satélite de la Unión Soviética. Se rebeló contra una revolución impulsada desde el poder de un Frente Popular cuyo respeto por la democracia era igual a cero y cuyo afan por perseguir y aniquilar a sus adversarios era verdaderamente terrible. ¿Quién dio un golpe de Estado en el año 1934 contra el gobierno de la CEDA? ¿Quién amanezó y ordenó el asesinato del lider de la derecha, José Calvo Sotelo en el año 1936? ¿Quién inició y consumó una persecución religiosa sin precedentes en la Historia con más de 7.000 religiosos asesinados?.

Mientras un bando asumió como propia la denominación de "ejército rojo" adoptando como símbolo la estrella roja de cinco puntas -tan "tradicional" en España-, el otro recuperó la enseña bicolor y reivindicó el nombre de España. Mientras en la Puerta de Alcalá se colocaban los retratos de Stalin, de Lenin y de Vorochilov, la Gran Vía se convertía en Avenida de Rusia y se quemaban y destruían iglesias y conventos, en Burgos no se tiene noticia de que el retrato de Hitler o Mussolini presidieran el Cuartel General del Generalísimo, ni se adoptó la Cruz gamada, ni se persiguió a los judíos. Y es que, mientras la Unión Soviética envió a España más de 1.000 comisarios políticos que se integraron en las filas del ejercito republicano, Alemania e Italia se limitaron a ofrecer ayuda material y humana al bando nacional, por sus concomitancias anti comunistas, sin enviar comisarios a las filas de su ejército.

Con esto no quiero negar que en los dos bandos se cometieran injusticias, ni pretendo establecer ningún tipo de jerarquía moral entre los españoles que cayeron en diferentes trincheras. Pero me niego a situarme en la equidistancia entre los dos bandos contendientes. Yo tengo muy claro a cual de los dos me alistaría si España tuviera la desgracia de repetir su historia, y no me cabe duda de que la mencionada periodista tampoco se lo pensaría mucho, aunque ahora no se atreva a reconocerlo.

LFU

8 de octubre de 2007

¿Sabíais que....?


Mi hermana Reyes, la única que en casa trocó las leyes por la Historia, me ilustra con unos datos históricos verdaderamente interesantes sobre la Batalla de Lepanto cuyo aniversario celebramos ayer en plena era de la alianza de civilizaciones...

La festividad de Nuestra Señora del Rosario que ayer 7 de Octubre celebramos, es una ocasión de oro para recordar uno de los acontecimientos históricos más importantes de la Historia de España, gracias a la cual hoy honramos a esta preciosa advocación mariana. Y es que en el amanecer de tal día como ayer del año 1571, la Liga Cristiana dirigida por el joven generalísimo de los ejércitos, Don Juan de Austria (con tan solo 26 años), se enfrentaba a la flota turca anclada en el Golfo de Lepanto. Ante el decisivo encuentro bélico para toda la Cristiandad, el Papa Pio V, miembro de la orden de Santo Domingo, pidió encarecidamente el rezo del Santo Rosario, suplicando a la Virgen su auxilio ante el peligro infiel. A la vez Don Juan daba la señal de batalla enarbolando la bandera enviada por el Papa con la imagen de la Santa Cruz y el Santo Rosario. Conviene recordar que entonces los turcos poseían la flota mas poderosa del mundo, y que frente a los 300 galeones turcos, la flota cristiana luchaba con solo 101 naves, aunque magistralmente conducidas por los mejores hombres de la armada española e italiana Tanto Cataluña como Castilla brillaron con la actuación de los generales Requesens, Cardona, Gil de Andrade y Alvaro de Bazán entre otros.

Tras la Victoria militar de Lepanto, el Papa Pío V, agradecido con Nuestra Madre, instituyó la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias y agregó a las Letanías de la Santísima Virgen el título de "Auxilio de los Cristianos". Más adelante, el Papa Gregorio III cambió la fiesta a la de Nuestra Señora del Rosario.

Pero aparte de recordar la victoria militar de Lepanto con motivo de la festividad de la Virgen que la hizo posible, viene al caso recordar a algunos y dar a conocer a otros pocos, la milagrosa historia de la talla del Crucificado, donada por la ciudad de Barcelona, y que Don Juan de Austria fijó en el palo mayor de su nao. Pues según un relato piadoso, una bala de cañón llevaba dirección de impactar sobre él pero la figura, con milagro extraordinario, se ladeó ligeramente esquivando el proyectil, quedando la santa imagen con el escorzo que puede observarse en la imagen. Don Juan de Austria la devolvió a la Ciudad Condal, y desde entonces se venera en la Catedral de Barcelona como el Santo Cristo de Lepanto. Esta imagen es la de mayor devoción del templo y su capilla donde se realiza el culto ordinario. Así desde esta pequeña tribuna os invito a los que estéis o paséis por Barcelona para que no dejéis de visitarla y rezar ante ella uno de los misterios del Santo Rosario que hoy celebramos, para que Cataluña, que es España, resista y venza también bajo su amparo el envite del azote nacionalista.