"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

10 de diciembre de 2008

Málaga y Utrera Molina (IV) Rafael González Rojas

Reproduzco a continuación el artículo aparecido esta misma tarde en El Semanal Digital firmado por el que fuera Director del Diario Ya, el periodista Rafael González:


Utrera Molina


A don José Utrera Molina hace tiempo que le vienen zahiriendo, ora desde el odio de las izquierdas antidemocráticas, ora desde la villanía del progresismo eccematoso. Hace unos días, Juan Manuel de Prada, publicaba en ABC un artículo titulado "Utrera Molina", elogiando su bonhomía y méritos frente a "unos politiquillos miserables que han acordado despojar a Utrera Molina del título de Hijo Predilecto de la ciudad de Málaga, amparándose en la aplicación de la Ley de (Des)Memoria Histórica con el voto favorable de los profesionales del odio y la inhibición de los representantes de la derecha, que una vez más vuelven a demostrar que son un hatajo de pusilánimes".

Pues bien, hace unos años, justamente el 4 de febrero de 1996, publiqué en el diario YA, de feliz recuerdo, siendo yo su director, un artículo también titulado "Utrera Molina", respondiendo a otros agravios que ya entonces le inferían algunos bribones al que fuera uno de los más leales, honrados y eficaces gobernadores civiles y ministros de los Gobiernos de Franco. La generosidad del director de El Semanal Digital, don Antonio Martín Beaumont, ha permitido la reproducción de aquel artículo. Dice así:

"He leído en ABC una carta firmada por los hijos de don José Utrera Molina. Son ocho, chicos y chicas. José Antonio, Margarita, María del Mar, Rocío, Reyes, Victoria, Luis Felipe y César. Estoy seguro de que cuando don José leyó esa carta tuvo que llorar de emoción y de alegría. ¡Cuántos no le envidiarían! Sólo los que han recibido la bendición de tener hijos así, que guardan el cuarto mandamiento y con naturalidad hacen protesta pública de ello, están capacitados para valorar semejante tesoro. Ése es el mejor antídoto y la mejor armadura contra cualquier veneno o contra cualquier puñalada que uno pueda recibir. Y don José Utrera Molina, sin comerlo ni beberlo, ha sido víctima, en su discreto retiro de la vida pública, de algunos ataques injustos derivados de los que, con razón o sin ella –que en eso no meto-, iban dirigidos contra su yerno, el presidente del Gobierno de la Comunidad de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón.

"¿Y por qué entonces me meto en los que ha recibido don José Utrera Molina?, me preguntará el lector. Pues porque me considero deudor de él y deseo pagarle. Bien dice el refrán que "no hay cosa más pesada que una deuda recordada". Y yo me acuerdo de mi deuda cada vez que surge por algún motivo el nombre de Utrera Molina."

Conocí a don José Utrera cuando fui a Sevilla a dirigir El Correo de Andalucía. Él era el gobernador civil. Un gobernador civil de 1967 y jefe Provincial del Movimiento. ¡Casi nada! Y yo acaba de salir de las "trincheras" del semanario Signo. Éramos jóvenes, ambos muy convencidos y firmes en nuestras creencias, así que tanteábamos con cautela el terreno cada vez que nos hablábamos. Pero nunca nos miramos con odio, sino con muchísimo respeto e incluso con mutua admiración. Yo, desde luego, le admiraba a él. Y le admiraba por su tajante claridad. Era un español valiente, como extraído del siglo XVI, una copia de los que hicieron grande a España por todos los continentes. Pero mucho más admiraba el amor y el ahínco con que se afanaba en su tarea, siempre pensando en los trabajadores, en los más débiles, en los más necesitados.

Sevilla se caía. Se caía literalmente. Y el gobernador se dedicó a apuntalarla. Pero con nuevas viviendas, miles y miles de viviendas. No viviendas "dignas", que ya sabemos lo que eso significa, sino hermosas viviendas, barrios enteros de espléndidas viviendas. Estaba convencido de que la mejor manera de dignificar a las personas era dándoles un hogar. Y convenció a sus mejores colaboradores con esta teoría: "La mejor universidad es una vivienda". Se entregó a ello con tal entusiasmo que ahí está la Sevilla actual, que ya se ha olvidado de aquella Sevilla cochambrosa de los años sesentas. Por eso Sevilla le hizo hijo adoptivo y le entregó la medalla de oro.

Pero Utrera Molina no solamente hizo viviendas. La desbordante actividad de aquel incansable gobernador hacía frente a todos los problemas. Cierto que era fiel a una ideología sin futuro en la España que, utilizando su propia terminología, empezaba a amanecer. Pero por Levante, como tenía que ser, no por Poniente. Algunos, los más nobles (incluso líderes obreros, comunistas o socialistas, que ya emergían), supieron distinguir la ideología de la caballerosidad; y si detestaban su servicio a un régimen político que les privaba de las libertades, valoraban en cambio su honradez y le admiraban por su entrega entusiástica al servicio público.

De mi experiencia sevillana, que tantas heridas me produjo, no tengo conciencia de que recibiera ninguna de Utrera Molina. Al menos que me doliera. Él estaba en su papel y yo en el mío. Así que muchos años más tarde, en mayo de 1992, después de que él en la política y yo en el periodismo recorriéramos muy procelosas singladuras, me acordé de él y la llamé. Hacíamos entonces en YA una sección titulada ¿Dónde está?, dedicada a personalidades de cualquier actividad que hubieran sido muy notables y que ya no se hablara de ellas. Me interesé por él y le anuncié que remembraríamos su nombre en la mencionada sección. Lo que escribí de don José Utrera, sin firma, porque era una sección anónima, fue lo siguiente:

[Fiel hasta el último momento a su ideal político, viviendo con intenso romanticismo, sentido poético y gran preocupación social, tal día como hoy de 1974, proclamaba ante el Consejo Nacional del Movimiento, del que era vicepresidente: ´El Movimiento históricamente está justificado, pero su justificación tiene que ganarse todos los días sin desfiguraciones de ningún tipo´. Dieciocho años después, muchos jóvenes, pero mayores que él cuando se inició en política, no saben que "movida" era aquel Movimiento."

[Utrera Molina fue el primer ministro de Franco que no había hecho la guerra. Nacido en 1926 en Málaga, en marzo de 1937 ingresó en las Falanges Juveniles de Franco. A los 24 años ya era subjefe provincial del Movimiento, a los 28 gobernador civil de Ciudad Real, a continuación de Burgos y de Sevilla; subsecretario de Trabajo con Licinio de la Fuente, ministro de la Vivienda y, a la muerte de Franco, ministro secretario general del Movimiento. Un año después, en noviembre de 1976, Utrera Molina votó "no" a la Ley de Reforma Política, lo que no le impidió encabezar la lista de AP al Senado por la provincia de Málaga en las primeras elecciones democráticas, en junio de 1977. Pero no resultó elegido. Planeta le editó un libro de memorias, Sin cambiar de bandera, y en la actualidad se dedica al ejercicio de la abogacía".]

"Lo que se publicó en YA (24 de mayo de 1992) no fue esto. Pero no porque los enanos y duendes de la imprenta gastaran una de sus sarcásticas bromas, sino porque otros, con poderes para ello, introdujeron estúpidos cambios hirientes. Cuando yo leí aquella mañana de domingo el periódico no sufrí un infarto porque hace años que me mantengo permanentemente digitalizado. Preocupación de mi cardiólogo. Pero mi mujer notó que me cambiaba la color. Telefoneé rápidamente. Don José no estaba en casa. Había ido a bautizar a un nieto, hijo de María del Mar y de Alberto Ruiz-Gallardón. Acudí a un amigo común, para que fuera testigo e intermediario y diera fe de la indignación que yo sentía por el agravio que se había perpetrado, del que yo no sólo era ajeno, sino víctima. Fue valiosísima esa mediación para dejar las cosas claras, aunque ya Utrera Molina me había enderezado postalmente su opinión por aquel comportamiento, que tenía toda la razón del mundo para calificar de vileza. Me telefoneó y me pidió que rompiera sin leer su misiva cuando la recibiera. Quedamos a tomar café. Lo tomamos plácidamente un mediodía primaveral en La Castellana madrileña. Hablamos de muchas cosas. Seguía siendo el Utrera Molina que había conocido en Sevilla. El mismo que una vez, sin abandonar nuestras posiciones de "combate", después de reprocharme en su despacho que había sido informado de que yo recibí en el mío, la tarde anterior, a una comisión del rojerío sevillano, presidida por Eduardo Saborido, se le iluminaron los ojos cuando le repliqué:

-¿Y para eso necesita usted la Policía? Son los mismos que usted recibió por la mañana. Ahí vienen sus nombres, en su periódico (el del Movimiento), en la sección Visitar al gobernador civil. Son los mismos que recibió el cardenal Bueno Monreal al mediodía, los mismos que visitaron a los directores de los periódicos por la tarde. Son trabajadores que luchan por sus derechos y desean hacerse oír y que sus problemas sean conocidos por la sociedad. Nada más legítimo.

Un hombre tan cabal no podía ser insensible a semejante evidencia. Aquella mañana Utrera Molina tuvo un gesto que no olvidaré. Seguramente él no lo recordará, pero yo sí. El gobernador me leyó un soneto, un hermoso soneto que había compuesto la noche anterior. Descubrí en aquel momento al poeta. No necesité leer, muchos años después, este juicio de Manuel Alcántara: "No en vano es Utrera un poeta algo vergonzante que quizá por un exceso de pudor mantiene inéditos poemas admirables".

En aquel café de La Castellana quedamos otra vez amigos. Y me dedicó su libro Sin cambiar de bandera. La dedicatoria dice así: "Para mi amigo Rafael González Rodríguez(-Rojas), que con nobleza y dignidad fue espuela crítica de mi gestión en el Gobierno Civil de Sevilla, a quien dedico con afecto estas páginas escritas con dolor y que explican el porqué de no haber cambiado de bandera. Con un abrazo, mi admiración y mi amistad. José Utrera. En Madrid, mayo de 1992.

Tenía esa deuda con don José. No la contraje yo, ciertamente; pero me vi involucrado en el agravio. Aquellas descalificaciones e injustas líneas quedaron sin rectificar. Los meridionales no olvidamos fácilmente ni para lo bueno ni para lo malo, y yo necesitaba librarme de esa espina. Ahora que puedo pagar la deuda que contrajo YA lo hago con júbilo. La hermosa carta de los ocho hijos de don José Utrera Molina en ABC -José Antonio, Margarita, María del Mar, Rocío, Reyes, Victoria, Luis Felipe y César- ha sido, periodísticamente hablando, una excelente percha que yo debía aprovechar. La ocasión la estaba pacientemente esperando.

Rafael González Rojas

9 de diciembre de 2008

Málaga y Utrera Molina (III) Juan Manuel de Prada

Hay artículos que valen más que mil medallas. El de Juan Manuel de Prada del pasado sábado en ABC es una buena muestra de ello, que jamás podremos olvidar quienes llevamos con orgullo nuestro apellido.

"Utrera Molina"

JUAN MANUEL DE PRADA Sábado, 06-12-08

"HACE algunos años, Manuel Alcántara me presentó a don José Utrera Molina, con quien le unía una entrañable amistad desde la juventud. De Manuel Alcántara, que a sus ochenta años sigue amarrado a su Olivetti, regalando a manos llenas su genio irónico en la tribuna volandera de los periódicos, uno ha recibido muchos tesoros de magisterio vital y literario; y entre esos tesoros ocupa un lugar preponderante el conocimiento de Utrera Molina, que es el epítome del hombre bueno en el sentido esencial de la palabra: honrado a machamartillo, de una gallardía estoica y una bondad aquietada por la sabiduría. Caballero humanísimo, compasivo ante la desgracia ajena, dotado de una fina sensibilidad, hondamente religioso y leal a sus convicciones, Utrera Molina es un hombre que puede sentirse orgulloso de muchas cosas, pero de ninguna hace ostentación; porque es rasgo de nobleza no encumbrarse ante los dones que recibimos, como lo es no enfangarse en el rencor cuando la adversidad nos lanza su zarpazo.

Utrera Molina fue ministro de Franco. Antes fue gobernador civil en varias provincias españolas, y siendo aún muy joven ostentó la subjefatura provincial del Movimiento en Málaga, la ciudad que lo alumbró y a la que siempre ha encomendado sus desvelos. Los malagueños no excesivamente perjudicados por la «amnesia histórica» que los apóstoles del odio están propagando recordarán que fruto de esos desvelos es el impulso de la Seguridad Social en su provincia, la fundación de residencias de ancianos, la lucha contra el chabolismo, la institución de una Universidad Laboral. Durante décadas, muchos malagueños desfilaron por los despachos que Utrera Molina ocupó; y a todos los atendió con diligencia, la misma que empleó en el desempeño de sus funciones. Porque Utrera Molina entendió siempre sus responsabilidades políticas como una vocación de servicio; y en años difíciles, cuando España tenía que alzarse sobre los escombros de una guerra crudelísima, sirvió al Estado y a los españoles abnegadamente, sin otro afán que mejorarles la vida. Desde la atalaya de sus ochenta y dos años, desgastados en el servicio de sus compatriotas, Utrera Molina puede contemplar con legítimo orgullo su existencia. Porque lo que define el sentido de una vida, lo que define una vida con sentido, es la lealtad a lo que uno ha sido.

Hace unos días, unos politiquillos miserables acordaron despojar a Utrera Molina del título de Hijo Predilecto de la ciudad de Málaga, amparándose en la aplicación de la Ley de (Des)Memoria Histórica. Ocurrió este episodio abyecto en el pleno de la Diputación Provincial de Málaga, con el voto favorable de los profesionales del odio y la inhibición de los representantes de la derecha, que una vez más vuelven a demostrar que son un hatajo de pusilánimes. Naturalmente, el aspaviento de unos politiquillos miserables en nada ultraja el honor de Utrera Molina, de quien podemos decir, como en aquel poema de Cernuda, que nunca buscó la consideración mundana, sino la ocasión de ser fiel consigo y unos pocos, aunque el desvío «siempre es razón mejor ante la grey». Y aun me atrevería a añadir que, del mismo modo que Cernuda nos aconsejaba interpretar como «formas amargas del elogio» los sarcasmos que los miserables nos arrojan, Utrera Molina debe interpretar este episodio de vileza como un timbre de gloria; porque el odio y la pusilanimidad de los viles no hacen sino enaltecernos.

En la reedición reciente de las memorias de Utrera Molina, Sin cambiar de bandera, se incluye una carta de su nieto Rodrigo, en la que podemos leer: «Tú guiabas cuando otros sólo seguían, por eso intentaron marginarte en el pretérito, exiliarte en el presente y desahuciarte del futuro. Tu lealtad te supuso conocer el sabor de la traición, pero fue exactamente eso lo que dio tanta importancia a tu fidelidad... Es el motivo por el que en mi voz, cuando hablo de ti con mis amigos, se puede denotar orgullo de ser tu nieto. Orgullo y gratitud...». En la lectura de estas líneas preñadas de verdad y emoción hallará consuelo don José Utrera Molina en este trance, mientras los apóstoles del odio y los pusilánimes se refocilan en sus mezquindades. Pero las mezquindades de los miserables no logran sino aquilatar el honor de los hombres buenos. "

Muchas gracias, Juan Manuel. Que Dios te lo pague.

LFU

3 de diciembre de 2008

La doctrina "Pendón"

Escribí una vez que Salvador Pendón no pasaría a la Historia y tal vez me excedí. Bien mirado, es posible que la Historia de Málaga le reserve un lugar destacado por dos motivos: ser el primer delincuente confeso y convicto que ostenta la Presidencia de la Diputación de Málaga y por ser, además, el autor de una doctrina -que de ahora en adelante merece llevar su nombre-, por la cual "la democracia debe servir para ver que los honores y distinciones otorgados durante un régimen dictatorial no deben seguir siendo válidos ahora".

Ignoro si los méritos del Sr. Pendón anteriores al año 1976 le hicieron acreedor de alguna distinción, título o mención, pero estoy seguro de que ya se habrá apresurado a solicitar su anulación ex tunc por parte de los organismos correspondientes.

Igual suerte deben correr todos los premios nacionales de literatura concedidos antes de 1976 ¿o de 1978?.

Azorín, Baroja, Menéndez Pidal, Zubiri, Morente, Dámaso Alonso, García Gómez, Vicente Aleixandre, Miguel Mihura, José López Rubio, Agustín de Foxá, Dionisio Ridruejo, Gabriel Celaya. Luis Rosales, Leopoldo Panero, José Luis Hidalgo, Carlos Bousoño, Eugenio de Nora, Blas de Otero, Zunzunegui, Camilo José Cela, Ignacio Agustí, Carmen Laforet, Gironella, Miguel Delibes, Ana María Matute, José Luis Sampedro, Gonzalo Torrente Ballester, Buero Vallejo, Pedro Laín Entralgo, Marías, y tantos otros deben ser despojados de todos los premios, menciones y honores recibidos por sus méritos, por haber sido concedidos por una administración que no cumple los requisitos de la Doctrina Pendón.

Y qué decir de los honores y menciones concedidas al actual Jefe del Estado, D. Juan Carlos de Borbón y Borbón, siendo Príncipe de España y sucesor del Generalísimo a título de Rey. También deben ser borradas de la faz de la tierra, por ser contrarios a la Doctrina Pendón.

Y ya puestos, la Diputación de Málaga debería tratar de eliminar, por ejemplo, la residencia Sanitaria Carlos Haya, la Universidad laboral y tantas otras obras realizadas en Málaga durante la ominosa época franquista.

Ay casi se me olvida. Hay un tercer motivo por el que Pendón puede ocupar un sitio en la historia. Es el primer alcalde de la democracia que ha sido depuesto con los votos de la Falange. ¡Cómo estarían las cosas en Ardales para que Izquierda Unida y la Falange se pusiesen de acuerdo para enviar a Pendón a su casa!

En definitiva, como decía un primo mío el otro día, que un organismo como la Diputación de Málaga, presidida por un insolvente como Pendón, te retire los honores concedidos por propios méritos cuando aún residía el honor y la dignidad en esa Institución, es un timbre de honor. Y si además, esto se hace con el público lavatorio de manos del partido de la oposición, incapaz de votar en contra de semejante felonía, mucho mejor.

LFU

2 de diciembre de 2008

¿Fouchè o Martin Villa?



El Presidente de Sogecable (en la imagen, junto a Juan Antonio Samaranch) ha hecho unas declaraciones desde la atalaya de su eterna equidistancia. Yo creo que a quien habría que darle un título es a él: el de Duque de Otranto.

1 de diciembre de 2008

Si no Hijo Predilecto, al menos Tío Predilecto.

De los muchísimos testimonios de afecto, cariño y lealtad que mi padre está recibiendo estos días, de palabra y por escrito (algunos realmente emocionantes), me quedo con esta carta que un primo hermano mío ha enviado a un diario nacional, por el valor que tiene como testimonio de un hombre honesto de izquierdas, sin complejos y alérgico a la alienación del pensamiento único:

Como se sabe por diferentes comunicados de prensa de los últimos días, el grupo socialista de la Diputación Provincial de Málaga, que gobierna en la actualidad con el apoyo de Izquierda Unida, presentará en el próximo Pleno una moción para anular los títulos concedidos por el propio ente supraprovincial entre 1937 y 1975. En particular, se le quiere le quiere retirar el nombramiento de Hijo Predilecto y Medalla de Oro a D. José Utrera Molina.

El que una persona piense de forma distinta a otra, no debe privarle de reconocer los méritos del otro. Es lo que se llama ser objetivo. Y en éste caso no se está siendo objetivo. Dicho grupo socialista, basa su propuesta en la llamada Ley de Memoria Histórica (que a mí me parece un título redundante: no hay historia sin memoria), y justamente con esta mala interpretación de la misma, se quiere "desmemoriar" el país.

En particular, a pesar de que yo siempre haya optado por opciones de izquierda (como toda mi enorme familia sabe), eso no es óbice para que siempre haya tenido una gran admiración por la integridad y coherencia de mi tío Pepe. Por supuesto, doy fe que él hace otro tanto con los que no piensan igual que él. Tampoco es óbice para que me parezca un completo desatino la iniciativa. Seguro que no representa el sentir, ni de su opción política, y mucho menos de toda una ciudad como Málaga.

Por tanto, y como ha quedado refrendado en distintos artículos en prensa, me parece, el querer retirarle (sólo oficialmente, de otra forma no se puede) el reconocimiento a toda una vida de trabajo bien hecho y con una gran trascendencia social, no ya una injusticia como se ha dicho, sino una pamplina. Todas las personas tenemos nuestros aciertos y nuestros desaciertos en nuestras vidas, y hay que recordar que el reconocimiento se le concedió por sus aciertos!

Sin paliativos, una pamplina que en nada beneficia a nadie. Málaga no va ser más bonita, ni más rica, ni nos va a sacar de la crisis, ni va a ser más habitable, ni nada por el estilo. Los políticos deben gestionar para que la gente viva mejor, y ahí también entra el apartado convivencia. Los ciudadanos queremos que los políticos resuelvan los problemas reales, y no que los creen. Y tenemos que convivir todas las formas de pensar.

Ahora que estamos reivindicando nuestro pasado árabe, y que tenemos estatuas de Averroes, Avicena, y se reconoce el legado cultural y social de esa época, a nadie se le ocurre pensar que con ello se esté enalteciendo y queriendo volver al gobierno de los reinos de Taifas, ni al Reino de Granada. Simplemente, se distingue entre el tocino y la velocidad.

No sé si al final esa propuesta saldrá adelante o no, pero de lo que estoy seguro que cuando haya más perspectiva histórica se hará también igual con la historia reciente de este país. Cuando así sea, evidentemente será más difícil que se comentan desaciertos como éste.

Mientras tanto, va a ser "Mi tío predilecto".

GUSTAVO SÁNCHEZ GÓMEZ


Gracias, querido primo y que Dios te lo pague.

LFU

27 de noviembre de 2008

Málaga y Utrera Molina (II). Manuel Alcántara


La sinrazón del espíritu cainita de algunos y la injusticia produce en ocasiones reacciones de dignidad y coraje como la del gran poeta y escritor Manuel Alcántara quien en su artículo publicado el sábado en los 28 diarios provinciales del grupo Vocento, rindió un precioso homenaje a la amistad y al honor:

"Pepe Utrera"


HABLO del Excelentísimo señor don José Utrera Molina, con la excusa de que nos conocimos casi en el Antiguo Testamento, cuando yo tenía diez años y él doce, calle de la Victoria, arriba. Le llamo Pepe. Somos amigos de eso que se llama de «toda la vida», aunque ninguna de las dos haya llegado a su final y puedo decir algo de cómo era, o sea, de cómo sigue siendo. Ahora leo que la Diputación de su bien amada tierra de Málaga, que es la misma mía, quiere retirarle los honores que se ganó, luchando precisamente por ella.

Resulta que Pepe Utrera es el único personaje de toda la lista de represaliados retrospectivos que puede sufrir la absurda venganza. A los otros desposeídos les traerá sin cuidado, ya que lo han dejado «entre la azucenas olvidado» o entre las trincheras o los hospitales. No combatió él contra nadie. Todo lo contrario: ayudó a construir algo en lo que creía. Le vi por tierras de Ciudad Real y Burgos, en jornadas maratonianas. Y luego en Sevilla, donde literalmente era adorado. Lo he visto siempre, ya que en mí no ha tenido un camarada, sino un amigo, que es categoría algo más definitiva. Hace falta ser brutos para intentar restarle a un hombre cabal lo que ha venido sumando a lo largo de los años. También hace falta ser ladrón para robarle a alguien los honores acumulados. Ser excelente es mucho más difícil que ser excelentísimo y me duele que este rencoroso propósito haya nacido en nuestra tierra. ¡Qué razón tenía don Gregorio Marañón cuando me dijo que «las guerras civiles duran un siglo»! Hace falta que se liquiden tres generaciones para que la llamada «memoria histórica» no chorree sangre. Pero él no es culpable de nada, porque le bombardearon la infancia. Mira, Pepe: te podrán quitar los honores, pero no el honor.

MANUEL ALCÁNTARA


No se puede decir más ni mejor.

LFU

21 de noviembre de 2008

Málaga y Utrera Molina. No te cambio tu olvido por mi pena.


La Diputación Provincial de Málaga, a propuesta del grupo socialista, se dispone a retirar los honores concedidos en 1975 al malagueño José Utrera Molina, mi padre. La única razón: su credo, su insobornable lealtad a un ideal que ha mantenido limpiamente a lo largo de su vida, sobre todo en un tiempo en el que tantos otros, que habían estado a su lado, se alistaron a las filas de la amnesia, el silencio y la deserción, para evitar el oprobio que esperaba a los que no estaban dispuestos a abjurar de sus principios.

Los abrazos se tornaron en olvidos, cuando no en desprecios. Solo quedaron los que rinden culto verdadero a la amistad, por encima de conveniencias. Los amigos del alma.

Su amor por Málaga, su eterna nostalgia del mar, se vio sólo correspondido por el testimonio de la sencilla gente a la que ayudó de forma entusiasta y desinteresada. Los ojos de agradecimiento de quienes lograron un empleo o cambiaron una existencia miserable en las chabolas de la playa de San Andrés por una vivienda digna, eran premio suficiente para quien siempre se rebeló contra la injusticia y utilizó el poder para transformar la realidad y mejorar la vida de sus paisanos.

Hoy, treinta y dos años después, el olvido ha dado paso a la sinrazón del odio. Podrán retirarle los honores y oropeles del ayer. Pero no podrán contagiar su noble corazón con la mugrienta grasa de su resentimiento. Y hay algo más que nunca podrán quitarle: el arrebatado y amoroso orgullo de quienes llevamos su apellido con la cabeza muy alta.

Dios ha querido que viva para contemplar la miseria de tantos enanos que se revuelcan en el fango de su propia iniquidad, pero también para ver que allí donde se ofenda a su limpio nombre habrá siempre, al menos, ocho voces que, como la mía, clamarán como una sola en defensa de su honor, de su vida y de su ejemplo.

Termino con ese soneto, dedicado a Málaga, que sus nietos más pequeños ya recitan, balbuceantes, bajo la mirada amorosa de un hombre esencialmente bueno.

MÁLAGA

No te cambio tu olvido por mi pena.
Vale más mi dolor; cuenta saldada.
Se lo digo en la noche a mi almohada
Y está mi corazón de enhorabuena.

Alguna que otra vez, un tenue velo
enternece el recuerdo. Aquella esquina
que ayer doblé impaciente, se ilumina
con las mismas estrellas en el cielo.

Me imagino que el mar no habrá cambiado,
que como siempre, romperá su espuma
en el pecho del viejo acantilado.

Mecido por las olas se ha dormido
mi ayer: la oscura desazón se esfuma.
¡Ya no queda recuerdo de tu olvido!

José Utrera Molina


Un fuerte abrazo, papá, desde el fondo de mi alma.

LFU