"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

9 de marzo de 2011

Diez años de la supresión del servicio militar. Reflexiones sobre un error.


Hoy hace diez años, una gran parte de la sociedad española, haciendo gala de una insolidaridad y cortoplacismo colosales, aplaudía pazguata uno de los mayores errores del Gobierno de José María Aznar: la supresión del servicio militar obligatorio, utilizado como moneda de cambio para obtener el apoyo del nacionalismo catalán.

La “mili” que los jóvenes de hoy no han tenido ocasión de conocer, era un elemento fundamental en la vertebración de la nación española, pues además de igualar durante unos meses a los que provenían de distintas cunas y diversos territorios en un servicio común y bajo una misma bandera, en ella se aprehendían una serie de valores como el sacrificio y la superación personal, el esfuerzo, la puntualidad, la disciplina, el honor y la lealtad, hoy totalmente en decadencia.

Sin duda el sistema era obsoleto y muy perfectible, pero la solución, lejos de su eliminación, era la modernización del sistema de reemplazos reduciendo el tiempo de servicio y compatibilizándolo con una necesaria profesionalización de las fuerzas armadas, siguiendo la estela de modelos como el alemán, que sigue ofreciendo magníficos resultados. Pero se escogió el camino más fácil y Trillo se encargó de certificar la defunción del servicio militar con una procaz alusión a la “puta mili” que produjo indignación y tristeza en muchos españoles que habíamos servido con orgullo a España durante un año de nuestra vida vistiendo el glorioso uniforme del mejor ejército del mundo.

Creo sinceramente que España no podía permitirse el lujo de prescindir de un antídoto tan eficaz contra el veneno de la disgregación inoculado por el nacionalismo separatista y de un elemento de vertebración social que permitía que los más afortunados ayudaran a los menos en una labor de alfabetización y aprendizaje de la que fui testigo privilegiado. Aún recuerdo la expresión de entusiasmo de un soldado apellidado Franca que redimía pena de cárcel en el servicio militar, al mostrarme –como hoy lo hace mi hija de seis años- que ya sabía escribir el nombre de su madre, que alguien le había grabado antes en su brazo, otrora perforado por los efectos de una droga mortal.

No hay duda de que el tiempo dulcifica los recuerdos, pero también de que los libera de lo contingente. Recuerdo como un gran honor el día de mi jura de bandera y sigo manteniendo gran amistad con algunos de los mandos, ciertamente ejemplares, que tuve en mi destino y entrañable con algunos de los que fueron mis compañeros de fatigas y superaciones. Hace unos días, un gran amigo que por razones profesionales ha estado mucho tiempo fuera de España, me confesaba que una de las razones del cierto desarraigo personal que sentía era no haber prestado el servicio militar y no tener “amigos de la mili”, ni recuerdos que evocar en momentos de exaltación nostálgica.

Desgraciadamente, no es de esperar que ningún político se arriesgue a proponer la restitución del servicio militar, pues sería excesivo el coste electoral de una sociedad poco acostumbrada al servicio y al sacrificio. Pero España merece un gran pacto nacional para recuperar uno de las mejores armas con las que cuenta la patria para neutralizar las fuerzas centrífugas que amenazan con su desaparición.
LFU

8 de marzo de 2011

Historia de las formas de Estado


Historia de las formas de Estado
Dalmacio Negro Pavón
Precio: 23,50€
Páginas: 424
ISBN: 978-84-93-77891-0
Fecha: Abril de 2010

Si existe una realidad política que suponga a la vez una realidad extendida en todo Occidente y, por contagio febril, en todo el mundo; y también un problema crítico y esencial de la vida política y social actual, éste es el Estado.

Dalmacio Negro aborda el primer tratamiento integral de esta realidad política, partiendo de la descripción de sus orígenes históricos y sus presupuestos filosóficos, seguido de un cuidadoso análisis de su evolución concreta en la historia, haciendo para ello un exhaustivo inventario de sus distintas manifestaciones, hasta su rostro actual: el Estado Minotauro.

Éste es un libro de hallazgos continuos, pues explica y muestra con una visión integradora el porqué profundo del estado actual del mundo occidental. Especial mención merece su síntesis de la Monarquía Hispánica y de su proceso de estatalización, así como la tratamiento de la relación entre Estado e Iglesia. En definitiva, el Profesor Dalmacio Negro plantea como el Estado, de ser una forma política más ha pasado a ser «la categoría occidental», el marco de toda actuación política anulando no sólo la riqueza de la tradición política que le precedía sino también las energías, iniciativa y creatividad de una sociedad asfixiada, que a cambio de seguridad se ha dejado debilitar de forma inversamente proporcional al fortalecimiento progresivo y siempre creciente del Estado.

Lejos de ser un mero ejercicio académico, este libro aporta las claves necesarias para toda tarea política, de cualquier tendencia, que tenga a la libertad política como un prius, única receta verdaderamente alternativa al forzado ocaso, ya anunciado por el autor, de este modo asfixiante de hacer política que nos ha tocado a los hombres del mundo Occidental.

Dalmacio Negro es un representante de lo mejor de la Universidad española pues su erudición muestra la existencia de una sabiduría que parecía reservada a tiempos pasados. Sin duda es un pensador original y profundamente independiente y por ello, rara avis, libre.
César Utrera-Molina Gómez

4 de marzo de 2011

"...o se lo inventan"



Han pasado algunos días y sigo impactado por las palabras del rey en el ridículo acto de conmemoración (¿?) del 30 aniversario del fallido golpe de Estado del 23 de febrero. “Sí, se sabe todo (del 23F)….y si no se lo inventan, ja, ja, ja.” No encuentro calificativo suave para el descaro, la ligereza y la carcajada final de Su Majestad delante de los periodistas. ¿Por quien nos toma Su Majestad?.

Nadie con un mínimo de luces puede creerse que “se sabe todo” o casi todo sobre el triste y lamentable episodio del 23-F. Sin duda que hay algunas personas que lo saben, pero no desde luego el común de los mortales. Pero sí es verdad que cada vez se sabe más. Desde luego, para mí, que algo he leído sobre los hechos, la versión más plausible es la de la provocación del Supuesto Anticonstitucional Máximo (SAM), es decir, el secuestro simultáneo del ejecutivo y el legislativo mediante el asalto en las cortes, impulsado desde altas instancias y con la colaboración activa del CESID, para presentar seguidamente la solución mediante un gobierno de concentración presidido por Armada, que sería votado por el Congreso, con el objeto de dar un golpe de timón a la desastrosa política de Adolfo Suárez. Para ello era preciso engañar a unos cuantos militares que se prestasen a ponerlo todo patas arriba para luego llegar con la solución en forma de gobierno de salvación nacional. ¿Recuerdan las palabras de la Reina Sofía en la biografía autorizada de Pilar Urbano?: Decía algo así como “El Rey engañó a los militares haciéndoles creer que estaba con ellos”. Con lo único que parece que no contaba nadie es con que un insignificante Teniente Coronel frustrase la operación impidiendo a Armada entrar en el Congreso.

Sin duda, de todo lo que he leído, es la hipótesis más verosímil que he podido extraer, pero seguro que me dejo muchas cosas en el tintero y no descarto tampoco equivocarme de cabo a rabo. Hay demasiados flecos sin explicar, Majestad. Las reuniones en la calle General Cabrera y en Baqueira Beret; el nombramiento de Armada como Segundo JEME; la demora en la emisión del mensaje del rey hasta que Armada sale del Congeso tras el rechazo de Tejero a su gobierno de concentración; el contenido de sus telegramas a Milans con la coletilla “y después de este mensaje ya no puedo volverme atrás”, el acuartelamiento de las tropas en toda España desde las 12.00 horas del mediodía del 23 de febrero, es decir, 6 horas antes de que Tejero llegase al Congreso; el inmediato acatamiento por Milans y el resto de las órdenes del rey; La increíble absolución del Comandante Cortina en el proceso……

Desde luego, se puede decir cualquier cosa sobre el 23 F menos que todo está claro. Un poquito de seriedad.


LFU

2 de marzo de 2011

Un ejemplo de entrega


Hace unos días, a punto de cumplir 105 años, falleció la última de mis tías abuelas (la pequeña de la fotografía), cerrando así la historia viva de la generación de mis abuelos. Una generación que no lo tuvo fácil, pues tuvo que vivir nada menos que dos guerras mundiales y una terrible guerra civil, en la que, como muchas otras muchachas de entonces, mi tía Ida perdió a su novio un mes antes de casarse, permaneciendo soltera el resto de su larguísima existencia.

No es mi propósito sin embargo, escribir hoy la necrológica de mi tía abuela Ida, tan reacia por otro lado a los convencionalismos sociales. Pero no creo equivocarme al afirmar que a ella le gustaría saber que su muerte me ha llevado a detenerme en la persona que, hasta el último día de su vida, ha cargado sobre sus hombros la responsabilidad de su cuidado, cariño y atención, pues constituye un ejemplo edificante de vida que imitar y mostrar a las generaciones futuras.

Frente a una sociedad individualista que proclama la búsqueda del placer como fin supremo de la vida y que invita a huir de cualquier tipo de responsabilidad o de sacrificio, ejemplos de entrega y renuncia discreta como el de mi tía Alicia no merecen quedar reducidos al arcano de la memoria familiar, sino ser presentados abiertamente a nuestros hijos y a los demás como un modelo de vida a imitar.

Frente a una sociedad ingrata que aparca a sus mayores en función de criterios egoístas de bienestar y conveniencia, el ejemplo de una persona que, renunciando a su propia vida ha consumido su existencia a cuidar, primero de un padre enfermo hasta su muerte, después de una madre durante su ancianidad y, por fin, de una tía que ha superado con creces el siglo de vida, nos debe llenar de orgullo y gratitud, pero sobre todo, nos muestra un camino de santidad lleno de espinas que todos estamos llamados a recorrer.

Si además, como es el caso, el sacrificio se acompaña de silente y humilde discreción y alergia al reconocimiento, la admiración es total. Aún recuerdo el arranque de cólera bíblica de mi tía Alicia al descubrir que sus hermanos y sobrinos le habían organizado una gran fiesta sorpresa por su reciente cumpleaños. Y es que bien barruntaba que no se trataba de festejar nada, sino de ofrecerle un testimonio de gratitud por una existencia volcada en los demás, cuando ella siempre ha huido de las lisonjas y reconocimientos. Nos mandó a todos con viento fresco con la misma fuerza con la que luego nos dio las gracias.

Aunque ha cumplido ya algunos años, yo la sigo viendo joven, por su carácter alegre e inconformista y por su amor a la vida que le ha llevado a superar no pocas dificultades personales. Su ejemplo me llena de orgullo y me abruma por igual, al tiempo que me sirve de acicate al recordar las primeras palabras de Madre Teresa de Calcuta en su célebre discurso en el desayuno de Oración Nacional en Washington en 1994: «En el último día, Jesús dirá a los que están a su derecha, "Vengan, entren al Reino. Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve enfermo y me visitaste"».

Con mi agradecimiento y mi admiración, que sé compartida por tantos, aquí va mi modesto homenaje.

LFU

22 de febrero de 2011

23 de febrero, 30 años después


Vivimos estos días una auténtica marea de verdades a medias y proclamas unitarias de fervor democrático en la conmemoración (¿) del treinta aniversario del lamentable intento frustrado de Golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, cuyo corolario será el absurdo acto promovido por Bono en el Congreso, que estoy seguro que le hace gran ilusión al rey.

Mucho se ha escrito y dicho sobre aquella jornada, pero sigue habiendo muchos -demasiados- puntos oscuros. Uno de ellos, aún sin respuesta, por qué no se emitió el mensaje real hasta la 1.15 de la madrugada –cinco minutos después de que Armada saliese del Congreso tras el rechazo de Tejero a dejarle presentar su singular lista de Gobierno- si el mensaje estaba grabado desde las 8 de la noche.

Ojalá algún día puedan aclararse todos los interrogantes, que son muchos, quizá demasiados. Mientras tanto, he decidido traer a estás páginas, una vez más, una emotiva carta que publicó ABC hace ya dos años. Es la carta que Ramón, el hijo sacerdote de Antonio Tejero Molina le escribe a su padre con todo el amor y el dolor y la admiración que cabe en su corazón.

Aunque desde hace años se le quiera presentar como el epítome de la más oscura y grotesca caverna de los tiempos, Tejero fue la fácil y dócil cabeza de turco de un triste episodio de la historia de España, que aún hoy dista mucho de estar aclarado.

Tras un largo, intenso y dolorosísimo destino en la Comandancia de San Sebastián, en el que tuvo que enterrar a muchos de sus guardias y amigos por la noche y a escondidas, ante la indiferencia del resto de España, se ofreció voluntariamente para realizar una misión, que él sabía le podría costar la vida y la carrera, creyendo que de esa forma se pondría fin al terrorismo etarra y a la fractura creciente de la unidad de España. Cumplió con eficacia y sin violencia gratuita las órdenes recibidas de sus superiores, convencido de que así prestaba su mejor servicio a la patria, pero consciente de las consecuencias que un fracaso podría acarrearle. Su comportamiento personal dentro del Congreso sólo tuvo –para mí- el borrón de la zancadilla y cuando comprendió que había sido utilizado y engañado, supo afrontar con dignidad y silencio, el castigo y la difamación. Rechazó el avión y los 200 millones que le ofrecieron por rendirse y sólo pidió para sí toda la responsabilidad para librar a sus oficiales y guardias de una inevitable represalia. Después, supo cumplir su condena en silencio y con humildad, aunque con la decepción de saberse utilizado por unos y otros y la zozobra de no poder saber qué o quien estaba detrás de aquél episodio.

Algún día se demostrará que no sólo fue quien le puso cara a la ejecución del golpe sino también muy probablemente -aunque otros se pongan las medallas- quien lo frustró definitivamente al negar la entrada al General Armada al Congreso tras conocer la colorida y sorprendente composición del gobierno de concentración que aquél pensaba presidir y del que nunca había oído hablar.

Pero eso queda ya para la Historia y los historiadores. Hoy, cuando vuelve de nuevo a ser el blanco de todos los escarnios, quiero recordar el regalo que hace dos años recibió este hombre y que toda España pudo leer. El amor de uno de sus hijos impregnado en cada una de las palabras de una carta verdaderamente emocionante:

LFU

"Aquel 23 de febrero de 1981, muy temprano, salimos de casa... Yo sabía lo que ocurriría... Sin embargo, el silencio era la expresión más simbólica del cariño que se puede dar a un padre que en esos momentos atravesaba unos de los momentos mas difíciles de su vida. Había vivido momentos de angustia, de terror. Noches en vela, acompañadas de desconcertados en una España que los españoles desconocían. Noches de zozobra que acompañaban a un hombre al cargo de las tierras vascas y con el encargo de acabar con el terrorismo... Muertes sin compasión de manos de ETA, traiciones de ideales, injusticias, quejas de viudas, órdenes para quemar una bandera que, después, fue legalizada y que causó tantos y tantos muertos...

Todo era incomprensible para un joven que creció con el dolor, la inquietud, el temor y el deseo irrefrenable de una España coherente... Ese joven era yo, ahora sacerdote de Jesucristo, pero sin dejar de ser hijo de mi padre, del cual me enorgullezco plenamente. Aquella mañana del 23 de febrero acompañé a mi padre a la celebración de la Eucaristía en la capilla que hay frente a la Dirección General de la Guardia Civil. Momentos de silencio, de oración profunda, de contemplación sincera de un hombre creyente que sabía cuál era su deber, que conocía las órdenes recibidas y que no quería por nada del mundo manchar sus manos de sangre (como así fue). Un hombre de uniforme, de rodillas ante el Sagrario y el altar del sacrificio: mi padre.

Suponía para mí un ejemplo de gallardía que nadie me hará olvidar, el testimonio fiel de un creyente coherente con el juramento que había hecho años atrás... No había palabras, sólo silencio, recogimiento y oración sincera. Al salir de la capilla, con una mirada penetrante -y me atrevería a decir que trascendente-, contempló la Bandera Nacional y, con voz serena, tranquila y gallarda, me dijo: «Hijo, por Dios y por Ella hago lo que tengo que hacer...». Y, con un beso en la mejilla, se despidió de mí. Un beso tierno de padre, pero que también sonaba a despedida: la despedida de un hombre que teme que no volverá a la vida... y eso pensé yo también.

Y, con el gozo de amar a mi padre con locura, volví a mi casa para acompañar a aquella que simbolizaba -en aquel momento y siempre- los valores de la mujer fuerte de la Biblia: mi madre. Esa gran mujer que ha sabido hacer, de su existencia, una entrega victimal y heroica a Dios, a España y a su familia -valores en los que fue educada a lo largo de todo su vida y que sigue mostrando, en el otoño se su existir, con una entrega amorosa a todos nosotros-.

Pasamos la mañana con serenidad... El silencio era la elocuencia de nuestro pesar, mientras que el tiempo se convertía, segundo tras segundo, en el traicionero «reloj» que nos hacía pensar en aquel momento. No sabíamos más ni menos. Realmente, nos dolía España, mi padre y el momento en sí; aunque nos tranquilizaba la certeza, según nos habían dicho, de que el Rey apoyaba y ordenaba tales hechos. Era un acto de servicio más, en un momento crítico, por el cual atravesaba nuestra Patria. Y pasó lo que toda España conoce y lo que los medios transmiten (aunque no con toda la veracidad que debieran). No voy a entrar en polémica... ni quiero, ni debo. Pero sí deseo aclarar algunos puntos que conozco, que siento míos y que viví con intensidad aquella noche. Y deseo hacerlo desde el sosiego, desde la paz que, cada día, me regala Cristo y desde la serena sabiduría de los años que te hacen asentar pasiones y discernir la verdad como realidad de la vida.

No voy a revelar nada del 23F, el silencio de mi padre me obliga a callar. Sin embargo, no puedo dejar en el olvido las grandezas de un gran hombre.

Es por ello que, ante las distintas informaciones y publicaciones de estos días en distintos medios de comunicación, quiero y deseo expresar lo siguiente: mi padre es un hombre de honor, fiel a sus principios religiosos y patrióticos; es coherente y sincero. Es un militar de los pies a la cabeza, consciente de sus responsabilidades, entregado a sus hombres. Es un hombre cumplidor, trabajador hasta el extremo, leal ante el significado de la palabra juramento y fiel al mismo. Es un hombre sereno, sencillo, disciplinado y amante de la verdad. No es violento, ni agresivo. Es templado, sensato, sereno, inteligente y capaz de discernir con coherencia una realidad aparentemente absurda e incoherente como parece que fue el 23F. Es un marido ejemplar. Un padre extraordinario. Un hombre excepcional. Un amigo fiel. Un español honorable y un cristiano sincero y veraz. Mi padre es mi padre. Me duele la falta de información y coherencia. Me duele ver cómo todos aprovechan el «silencio» de un hombre para intentar destruirle... quizá por miedo a su palabra... Me duelen tantos programas y tan poca veracidad...

Quiero a mi padre con locura. Es por ello que ruego y aliento a todos aquellos que creen en la libertad de expresión, para que sean tan audaces y coherentes como para publicar estas pobres palabras que tan sólo manifiestan los sentimientos de un hijo por su padre.

Un hijo que se siente orgulloso de su padre y de que éste se llame: Antonio Tejero Molina.

Ramón Tejero Díez "

17 de febrero de 2011

En el centenario de Ronald Reagan



En este mes de febrero se celebra el centenario del nacimiento de uno de los grandes del siglo XX: Ronald Reagan, quizás el presidente con más carisma y empuje de los Estados Unidos de América y uno de los tres líderes mundiales -junto con Juan Pablo II y Margaret Thatcher- que contribuyó decisivamente al derrumbe del Comunismo en Europa.



Tras el desastre de Vietnam, la sociedad norteamericana quedó sumida en el desánimo y la desesperanza, perdiendo la fe en su futuro, abandonando todo afán liderazgo mundial y hundiéndose en el fango de la mediocridad con personajes tan nefastos como Carter. Reagan, un hombre decidido y sin complejos, le echó un pulso al futuro y a la Historia haciendo que los Estados Unidos resucitasen de su letargo y recobrasen su orgullo como Nación.

La Historia de la humanidad le debe mucho a este hombre, al que el mundo progre nunca podrá perdonar que les dejase sin su principal referente.

La fotografía es poco conocida y se corresponde con una audiencia al entonces Gobernador de California por parte del gobernante pionero en derrotar al Comunismo. El vídeo es corto y directo y merece mucho la pena.

LFU

14 de febrero de 2011

Esperar lo inesperado


"Heráclito, que era un tipo muy simpático, extraño como pocos, un filósofo de hace veinte siglos, de mote «el Oscuro», se retiró a la montaña para contemplar el «logos», cediendo a su primo sus títulos de nobleza. El filósofo dice en una de sus frases, que a mí me gusta mucho, que «el que no espera lo inesperado, no lo encontrará». De´sgraciadamente, nosotros esperamos ´solo lo que esperamos, esperamos lo esperable.

Eso es lo que nos pasa cuando atravesamos una situación difícil y decimos: «Vamos a rezar». Pero en el fondo no estamos convencidos. ¿Por qué no esperamos lo inesperado? ¿Por qué no aumentan los milagros? Es como cuando alguien le comenta a otro: «¿Sabes?, este ha abandonado a su mujer y se ha ido de casa, vamos a rezar». Y el otro dice: «¡Bah, es imposible...!».

Hay que esperar lo inesperado, porque si no esperamos lo inesperado, no lo encontramos. Y eso pasa entre nosotros, que a veces pactamos con la mediocridad o pensamos que las cosas no puyeden cambiar, porque eso parece totalmente inesperado. Pues eso es lo que hay que esperar: lo inesperado.

Y eso pasa también en nuestra vida interior, porque el que no espera lo inesperado, no lo encuentra."


«Hasta la cumbre»
Pablo Dominguez Prieto (Testamento espiritual)
Ed. San Pablo, 2009

(Transcripción de los Ejercicios espirituales que dirigió el Sacerdote Pablo Dominguez a las monjas cistercienses de Tulebras, Navarra el día antes de morir en el descenso del Moncayo.)

Pensé en hacer una crítica del libro -es una delicia que se lee en dos horas- pero qué mejor que dejaros un aperitivo como éste pasaje, tan actual, tan palpable, tan prodigiosamente humano, en el que uno ve reflejado el tamaño de una fe que ya nos gustaría que fuera del tamaño de un grano de mostaza.

LFU