"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

25 de enero de 2012

Caso Garzón: Grave ataque al Estado de Derecho


No cabe duda de que Garzón es un astuto propagandista de sí mismo. Está consiguiendo con notable éxito darle la vuelta a sus procesos a base de denigrar gravemente al Estado de Derecho español, que parece no tener quien le defienda, salvo, curiosamente, sus acusadores, que ya han recibido lo suyo porque en este país no sólo parece que Garzón es inviolable, sino que la acusación particular debe reunir unos determinados requisitos ideológicos a gusto del matrix progre.

Repugna a cualquier jurista la imagen que del sistema judicial español está dando la izquierda mediática –tve incluida- empeñada en la perversión semántica de calificar el proceso como el de los “crímenes del franquismo”, cuando lo que se está dilucidando es la colosal, manifiesta y desvergonzada actitud de quien decidió prescindir absolutamente de la legislación procesal y sustantiva vigente, utilizando la justicia a su antojo para alimentar su ego, incrementar su caché y, de paso, procurarse el apoyo mediático de una izquierda que no ha sido capaz de salir del insondable pozo guerracivilista en el que la introdujo Zapatero. Se echa en falta que el Gobierno de España salga en defensa de su sistema judicial y del Tribunal Supremo poniendo los puntos sobre las íes.

La causa de prevaricación a la que se enfrenta Garzón estos días es, junto con la de las escuchas ilegales, la más claramente apreciable desde el punto de vista jurídico, puesto que la actitud del Juez fue contumaz, desafiante y orgullosa. Menos clara, por oculta, es la de los pagos del Santander, aunque es moralmente la que más daño puede hacerle, al cuestionar directamente su honorabilidad personal ante el olor del dinero.

Hasta el propio Garzón y sus defensores son conscientes de su culpabilidad, pues no hay más que ver cual ha sido la estrategia de la defensa en esta causa tanto por su defensa como por la fiscalía (¿): la célebre y lamentable doctrina Botín, que el propio Supremo ya se encargó de revisar con el caso Atucha, gracias, por cierto a la labor de Manos Limpias. El peso de la defensa se basa en argumentar la nulidad del proceso alegando que la acusación particular no puede por sí sola sustentar la acusación.

Las resoluciones de Garzón en este caso –recomiendo vivamente su lectura- son de aurora boreal. Por eso no se entendería su absolución, si no es en una indeseable clave política de evitar una tormenta mediática contra el Tribunal Supremo, que trataría de condenarlo por el primero escurriendo el bulto en el segundo. Esto no sólo sería muy lamentable para la salud de nuestro estado de derecho, sino que crearía un precedente peligrosísimo para el futuro.

Es hora de que el Tribunal Supremo esté a la altura de las circunstancias y resuelva en derecho y también de que el Gobierno salga en defensa de las instituciones judiciales ante el escarnio internacional al que están siendo sometidas por quienes tan escaso respeto demuestran por el imperio de la ley.

LFU

24 de enero de 2012

Legionario en España, de Peter Kemp


Titulo original: Mine were of trouble
(traducido como "Legionario en España".
Autor: Peter Kemp.
Año 1ª edición: 1957

Peter Kemp, inglés y estudiante universitario de la universidad de Cambridge durante los años 30 del siglo pasado, decide alistarse en el ejercito nacional en nuestra guerra civil en el convencimiento de que en España se estaba dirimiendo algo más que un incivil y sangriento enfrentamiento interno. De nuevo España, volvía a ser frontera para las amenazas de Europa. Una civilización y un modo de vida, el occidental y cristiano, volvían a ponerse en peligro en España, llevaron a este joven recién licenciado inglés a cruzar el estrecho, atravesar Francia y presentarse voluntario en los primeros tercios formados del Requeté al inicio de la contienda y terminar como teniente en la Legión. Todo esto sin saber una palabra de español.


Documento extraordinario sobre nuestra guerra civil, fecundo homenaje a la Legión Española, es también una suerte de retrato de algo intemporal. De la mejor juventud, la más idealista y valiente, la que deja los libros o las expectativas de una vida confortable y se va a combatir lejos por algo hermoso pero ajeno: en este caso, por la mejor España.

Mi mayor admiración y respeto por este Peter Kemp que enlazó sin solución de continuidad, dos guerras formidables y al que la Providencia salvó la vida, que generosamente derrochó en combate, para poder contarnos sus avatares. Sirva esta recensión como homenaje y agradecimiento a este ilustre hijo de la nación inglesa.



César Utrera-Molina

20 de enero de 2012

La Bandera



Un buen amigo me envía el vínculo a la película La Bandera, película francesa de 1935 sobre la Legión Española protagonizada por al galán del cine francés Jean Gabin. La película es soberbia y el final épico y emocionante.

Se ve la Barcelona de los años treinta, en plena II República, la Rambla y parte del barrio del Raval y los acuartelamientos de la Legión del protectorado español.

La película está basada en el libro "La Bandera" del famoso novelista francés Pierre MacOrlan (de su verdadero nombre Pierre Dumarchais) (Ed. Gallimard, París, 1931) que presentaba a través de la historia del héroe, un parisiense llamado Pierre Gilieth, la manera de vivir y de servir de los legionarios del Tercio en sus luchas contra las cabilas de Abd El Krim y otros cabecillas rifenses.

Sorprende además la existencia de algunas escenas algo subidas de tono para la época.

Imprescindible documento que le hace a uno lamentarse de que con la historia tan heróica que tenemos, nuestro cine no haya sido capaz de hacer películas como ésta cuando los medios económicos y técnicos lo han permitido.

LFU

18 de enero de 2012

Garzón, inviolable


Si patética resulta la estampa de mamá Bardem, Llamazares y Cayo imprecando al Tribunal Supremo por "fascista" por juzgar al inefable Garzón -y no menos lamentable el saludo sonriente de éste a tan patibularia claque- es de aurora boreal la manifestación de la ex-ministra de Defensa del Gobierno de España y aspirante al liderazgo del PSOE Carmen Chacón acusando sin ambajes al Tribunal Supremo de prevaricar.

Esto es un verdadero escándalo. Lo que se nos pretende decir por parte de la izquierda ultramontana -que ya no sé si lo es casi toda ella- es que la persona de Baltasar Garzón debe ser inviolable e irresponsable, es decir, como dice la Constitución que es el Rey y que, por tanto no es que no pueda ser condenado, sino que ni tan siquiera puede abrirse un proceso judicial contra el insigne, por muchos indicios de delito que haya, que, por cierto, los hay a borbotones en los tres casos.

Cierto es que Garzón siempre se ha considerado por encima de la ley, a la que ha estrujado y utilizado torticeramente ad maiorem gloriam suam pero resulta absolutamente bochornoso e intolerable que el sólo hecho de sentarle en el banquillo pueda generar un debate más propio de una república bananera -que es lo que sería España de ser gobernada por sus amiguitos- que de un Estado de Derecho serio.

Dicho ésto, confieso que he sentido especial satisfacción al verle sentado en el banquillo despojado de su toga y escuchar al Presidente espetarle -con algo de retintín- ese "¿Se llama Usted?" que venía a ser algo así como un monumento al principio de igualdad ante la ley. Confío en que tenga un juicio justo con todas las garantías y también que caiga sobre Garzón todo el peso de la ley, pues como jurista considero inaceptable su actuación, tanto en este como en la pretendida causa general contra el "franquismo", lamentando que, sobre todo en el caso de las escuchas, el Decano de mi Colegio haya quedado como Cagancho en Almagro dejando a la interperie a unos profesionales que han sido gravemente violados en el ejercicio de su actuación profesional.

LFU

14 de enero de 2012

Un hombre ejemplar. Por Jose Utrera Molina

En homenaje a Pío Moa, podéis leerlo aquí

Desde mi soledad, desde mi forzado aislamiento, parece lógico que acudan a mi mente vivencias, recuerdos, gozos y amarguras. A veces esa máquina que Dios nos ha dado para pensar se detiene en algún punto especial. Se trata de una imagen, de un recuerdo, del tono de una voz, de la señal solitaria de alguien que quiere despegarse de un mundo repleto de mediocridades y de envidias. No conozco personalmente a Pío Moa, le sigo por sus escritos, le admiro por su valor, le reconozco su importancia en la contribución –realmente notable– de aclarar la historia de nuestro tiempo, tan injustamente falseada por los que no piensan nada más que en sí mismos, encerrados en las cárceles de las más maltrechas ideologías.

Admiro en Pío Moa la ruptura de una etapa anterior que no sólo le sirvió para realizar una parte de su proyecto en acciones concretas, sino para adiestrarse en la vorágine de la historia que representaba y tener el atrevimiento de mirar a lo lejos para contemplar cómo una luz en principio debilitada le abrió paso a unos espacios más luminosos y clarificadores. Que Pío Moa procediera de un radicalismo político exacerbado en esa primera etapa da todavía más valor a una serena conversión, a juicios y valores que tenían necesariamente que tener un lugar preferente en el mundo. Serenamente, con el alma templada, sin mirar intereses propios sino oteando en el horizonte que le había abierto su corazón, Pío hace un diagnóstico de situaciones como muy pocos de los que hoy se llaman historiadores españoles. Resulta muy complejo y muy difícil abrirse paso con una espléndida verdad entre el tejido rencoroso que aprisiona hoy a una gran parte de la vida española. Con el alma limpia, mirando hacia el porvenir, denunciando injusticias, poniendo de manifiesto hechos que se han manifestado como estafas para captar y aprisionar a una gran parte de la juventud de nuestro mundo, al hombre al que estoy aludiendo no le han importado ni los improperios ni los insultos ni las amenazas de aquellos de los que no pueden perdonarle la denuncia de las estafas a las que claramente han estado sometidos.

Pío Moa tiene una imagen de España robusta y consolidada. Realiza un severo análisis de lo que ha sido nuestro reciente pasado, se conduele de las injusticias a que hemos estado sometidos por un frente mediático, diabólico, con fuerza penetrante y con poder casi infinito.
Pío Moa es un atrevido. Alguien puede preguntarse si puede haber valor en el atrevimiento. Yo lo confirmo plenamente. Hay muy pocas voces que sepan expresarse con la claridad conceptual, con la valentía y con la convicción con la que lo hace este autor veraz de nuestro tiempo, que además es testigo y no renuncia a lo que sus ojos han contemplado. No hay nada más perverso en este mundo que un testigo comprado, un testigo que abomina de la verdad y que, sin embargo, presume de conocer lo desconocido. He tenido en mis manos el libro de Pío sobre la Historia de España. De él se deducen muchas cosas, se aclaran muchas mentiras, se renuncia a toda clase de triunfalismo y gotean las lágrimas de su amargura sobre las páginas ya amarillentas de la historia que contempla. ¿Podremos caer –se pregunta el autor– en los mismos errores que han bandeado la superficie de nuestra tierra, arrasado sus campos, convirtiendo en cadáveres personalidades activas, creando milicias del mal, cuando la verdad es que había que haber ajustado la vida española a modos de integración y en ocasiones de misericordia?

Yo me atrevo a escribir este artículo –repito– desde mi soledad. A este estado de ánimo acuden a veces con vertiginosa energía los recuerdos que han formado parte de nuestra vida. En ocasiones golpean las dudas el frontal de nuestro corazón. En ocasiones estas incertidumbres se desvanecen y triunfan aquellos pensamientos sólidos que dieron fuerza y motivo a nuestra existencia moral. Frente a la desesperanza general que sacude hoy a nuestra sociedad, yo apuesto por la esperanza y contemplo cómo un hombre solo, sin apoyos, sin sociedades adineradas que le acompañen, sin protecciones de poderosos pueda estar tejiendo día a día la verdad de la historia de nuestra nación. Valen muy poco los juicios que yo pudiera expresar en este artículo, puesto que soy ya un referente lejano de un país que conoció, o al menos se aproximó, a la claridad de la justicia y de la razón. No pienso congraciarme con él, quiero simplemente defender su obra, su claridad, su serenidad, su temple. No hay en la literatura que él refiere hechos importantes o lagunas que enturbien o arrasen el conjunto de lo que analiza dando fe de ello. Hay, por el contrario, una apasionada exaltación, sencilla y sin ampulosidades, de verdades que se han ocultado o han quedado maniatadas por el sectarismo o por el odio. Yo le he seguido en alguna de sus conferencias y mientras algunos al final le increpaban, le he visto tranquilo sin que se alterara un solo músculo de su rostro, sin evidencia de crispación alguna. Le he contemplado con alegría, tranquilo y sonriente como si una verdad metafísica atravesara su alma y le llevara la sangre a su corazón. Soy, lo repito ya, tan sólo un octogenario que conserva una parte de fe y quisiera que este artículo terminara con una frase del poeta: “Ayer se fue, mañana no ha llegado;/ hoy se está yendo sin parar un punto:/ soy un fue, y un será, y un es cansado”.

José Utrera Molina