"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

28 de octubre de 2019

Un día muy triste


Ayer fue un día muy triste para muchísimos españoles. Ayer fue el día en que profanaron la tumba de aquel al que pocos le reconocen haber reconstruido España con éxito, en el momento en que más lo necesitó, tras una de las guerras más sangrientas que ha vivido nuestro país. Pocos reconocen que de no ser por él y por su incondicional amor a la Patria, no viviríamos en la España en la que vivimos hoy que, tristemente, ha caído en manos de aquellos que pretenden destruirla.

Hoy recuerdo con orgullo al hombre tan fuerte y valiente del que me habló mi abuelo, que fue Francisco Franco. Quien trabajó a su lado en vida y fue el último en defenderle, con su último aliento.  
Él ha transmitido la memoria del Caudillo en mi familia por lo que me enorgullezco de que sea su hijo, mi tío Luis Felipe, el que ha defendido a la familia Franco en esta exasperante batalla contra el Gobierno y ha defendido, hasta el final, lo que verdaderamente significa la España que protegió y engrandeció Francisco Franco.

Jaime Alcolea Utrera
25/10/2019


2 de octubre de 2019

A UNA MUJER QUE SABE DECIR SÍ. Por César Utrera-Molina Gómez



Hoy, mi madre, Margarita Gómez Blanco, cumple 86 años. Nacida en los años 30 recuerda con viveza los tiempos duros que le tocó vivir siendo niña. Sin embargo, nunca ha tenido un miedo excesivo ni al presente ni al futuro. Esa ausencia de miedo o más bien su confianza en la realidad de cuyo origen divino nunca dudó, pese a sus durezas, explica muchas cosas: entre ellas, que su esposo, José Utrera Molina, permaneciera siempre fiel a sus ideas, estilo y trayectoria; también la unión de toda la familia en torno a su casa familiar; y la propia existencia del que hoy escribe. Ser el octavo hijo de una familia, resulta, visto con perspectiva, el fruto de una actitud inmune a la mentalidad corriente, tanto entonces como ahora.

Me he preguntado, a menudo, de dónde procede esa valiente confianza de mi madre. Pertenece a la primera generación de una estirpe que volvió al catolicismo en una familia malagueña de raigambre protestante. Una rareza dentro de una singularidad histórica. Mi madre y sus hermanas tuvieron estudios superiores cuando eso en España no era lo común para las mujeres. De hecho, ella ha sido: madre, profesora, administradora, chófer, cocinera, enfermera, Depósitum Fidei, abuela por décadas, bisabuela reciente, y especialmente para mi padre: mástil en la tormenta, asilo tras el combate, esperanza tras la derrota. Me aventuro a pensar que la fe y la Gracia han sido sus compañeras, el lugar de su reposo, la fuente secreta de su fuerza. Algunos podrían pensar que la fe de mi madre es estricta, pues es cierto que nunca ha cedido un milímetro en aquello que su Iglesia le enseñó. El tiempo ha desvelado que su firmeza ha sido la gruta donde se ha incubado la fe de sus hijos, que su fidelidad es la marca de verdades que no caducan, que su ausencia de temor es obediencia a un destino del que no ha desconfiado.

Ojalá que los de tu estirpe sepamos inspirarnos en tu vida. Ojalá que seamos tan fieles a lo verdaderamente importante como tú lo has sido. Ojalá que en nuestros corazones habite la ternura y la firmeza, el amor y la confianza de una mujer como tú. Fuerte como las mujeres de Israel, luminosa como la bahía de Málaga que te vio crecer, humilde y hermosa como los jazmines que habitan tu jardín.

La mirada de los niños, a veces, desvela con dulzura y lucidez las realidades que conocen y aman. Vega, la menor de sus nietas, de 7 años, en el último desayuno de este verano le dijo espontáneamente: “Abuela cuando tú estás, todos están bien” y su abuela sonrío complacida. A lo que su nieta apostilló: “…porque siempre dices sí”. En ese momento, en la penumbra del porche contiguo al comedor donde tenía lugar esta conversación dio la impresión de que asentía la efigie de piedra de la Virgen del Carmen, que custodia, silenciosa, el jardín de Margarita.

César Utrera-Molina Gómez
Otoño 2019.



18 de septiembre de 2019

Cartas a mi padre (II)


Querido papá:

            En pocos días conoceremos la sentencia del Tribunal Supremo sobre el recurso interpuesto contra los acuerdos del gobierno socialista ordenando la exhumación de los restos de tu viejo capitán e imponiendo a su familia el lugar de enterramiento.

            Durante el último año hemos denunciado con toda la fuerza de la razón y la ley la arbitrariedad de un gobierno que se ha situado por encima de la ley y ha retorcido los cimientos del Estado de derecho para revestir de legalidad una decisión que nace del resentimiento y, como tú bien sabes, de la mentira. Una decisión que ha contado con el silencio cómplice de una oposición indiferente ante la estrategia de manipulación histórica iniciada hace décadas y con la actitud poco ejemplar de una jerarquía eclesiástica que, con contadísimas excepciones, no ha sabido defender, no ya la memoria y dignidad de quien la defendió y salvó de un brutal exterminio que ahora se olvida, sino el respeto debido a la propia dignidad e inviolabilidad de los lugares sagrados. Tal vez por el contraste con tanta tibieza, cobra mayor relieve y genera más admiración la postura digna y gallarda de la Comunidad Benedictina encargada de la custodia de su cadáver.

            Acudimos al Tribunal Supremo cargados de razón y de derecho. Denunciamos la escandalosa y espuria utilización de un Decreto Ley en contra de lo previsto en la Constitución; denunciamos la violación de los derechos a la intimidad personal y familiar, a la libertad religiosa y a la igualdad ante la ley, ante una verdadera ley de caso único torpemente disfrazada para la ocasión. Cualquier estudiante de primero de derecho se escandalizaría ante el torrente de ilegalidades cometidas por el gobierno en su propósito de humillar póstumamente la memoria de quien libro a España del comunismo, avasallando de forma injusta a sus descendientes.

            Todos me preguntan lo mismo: qué espero de la sentencia. Y quizás porque conservo aún los restos de aquella ingenuidad juvenil de la que me hablabas, sólo puedo decir que espero que se ajuste a derecho. Que la justicia sea esa dama ciega, ajena a las presiones ambientales que figura en el frontispicio de nuestro más alto tribunal.  Si es así, no tengo duda de que nuestra postura prevalecerá.

Porque, como tú bien sabes, no se ha podido hacer más. Jamás en mis veintisiete años como abogado tuve que hacer frente a un adversario tan poderoso y arrogante dispuesto a utilizar todos los resortes a su alcance, que son abrumadores. Pocas veces he tenido tan claro que estaba situado en el lado correcto de la mesa, no ya como abogado, sino como ser humano y como cristiano. Hemos defendido a una familia que luchaba por su dignidad. Lo hemos tenido todo en contra, menos la razón, el derecho y el aliento de muchos miles buenos españoles. Tenemos, al menos, la íntima satisfacción del deber cumplido y la esperanza en que la luz prevalezca sobre la tiniebla.

 Prefiero pensar aún que el Estado de derecho, en el que firmemente creo, no se ha convertido en un nombre vacío en el que reine la componenda y el compromiso utilitario. Y quizás también, porque creo en la Divina Providencia, vienen a mi memoria en esta hora aquellos versos del gran Juan Ramón Jiménez que con su sonora e inconfundible voz recitaba tu amigo Rafael de Penagos: “Si queréis que, entre los cardos sangre, hacia las insondables sombras de la noche eterna: sea lo que Vos queráis”.  Pase lo que pase, no dudes que seguiremos al pie del cañón, inasequibles al desaliento, porque pocas veces tiene uno la ocasión de defender como abogado una causa tan justa, tan noble y tan llena de dignidad.            
             
Desde tu lucero, ruega por nosotros.

             Tu hijo

27 de junio de 2019

¿Franco fascista?

"Fascista" es uno de los calificativos preferidos del matrix progre para nombrar a Francisco Franco.

Cualquiera que se acerque con un mínimo de objetividad a la biografía de Franco sabe que no hay calificativo que más se aparte de la realidad. 

Pero como en este bendito país ya sólo leemos cuatro gatos, nada mejor que un testimonio gráfico para desmentir a la progresía oficial. El General Charles De Gaulle, el "héroe" de la resistencia contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial y presidente de la V República francesa, quiso dedicarle así su libro de memorias a "Su Excelencia el General Francisco Franco".  Dudo mucho que De Gaulle -como antes hizo Eisenhower-  fuera a visitar a un líder fascista, dejarse fotografiar con él y menos aún dedicarle tan afectuosamente sus memorias.



Pues aquí lo dejo, para la posteridad

LFU

18 de junio de 2019

Otra memoria. Por Gonzalo Cerezo Barredo



La memoria, persistente, se aferra al subsuelo de la vida, hunde en ella tan profundamente sus asideros que no es fácil desarraigarla. Los recuerdos claman por su objeto de deseo. Nada satisfará el incumplido anhelo de recuperarlos, excepto su contemplación.

Una reciente estancia en Alicante me ha permitido recobrar el deseo largamente demorado de visitar la tumba de José Antonio en el cementerio de la ciudad mediterránea. Tan solo de paso en ella un par de ocasiones, no tuve la oportunidad de acercarme al memorial de José Antonio que a ella nos vincula a tantos de los suyos: la prisión donde fue juzgado y ejecutado, y la fosa marcada con su huella, donde reposaron sus restos. Esta vez sí. Me llegué a ellos con una mezcla de variados sentimientos:

Íntimo reconocimiento por lo que su magisterio y persona han significado para nosotros, y por la contribución a dignificar el hombre que ahora somos; melancólica sensación de pérdida del tiempo desvanecido; ominosa reserva por lo que podría encontrar, o no; satisfacción del deseo postergado... 

De todo esto hubo un poco en realidad. La prisión donde José Antonio fue juzgado y ejecutado, ya no existe. En su solar se edificó un Colegio Menor del Frente de Juventudes que ha sido redenominado ahora Residencia Juvenil La Florida. Se conserva, sí, el patio donde fue fusilado, cubierto por una cúpula visible desde el exterior. Acoge también una capilla. Ignoro si con culto o sin él.

El cementerio está situado en las afueras de la ciudad. En un apartado rincón se encuentra, discreto, el lugar destinado a las fosas comunes. Un espacio cubierto de césped no demasiado cuidado. Lo rodean cipreses y otros árboles funerarios que dan solemnidad al conjunto.

Salpican aquí y allá el recuadro de césped, pequeños estelas, a modo de lápidas verticales, con inscripciones rememorando a víctimas de la guerra civil. De ambos lados. Corresponden unas al período de dominio republicano. Otras al posterior. Me llaman especialmente la atención las que se atribuyen a los nacionales, probablemente las más recientes, y, con casi total seguridad, posteriores a la llamada memoria histórica. Una recuerda el bombardeo de la ciudad y otra a las víctimas de Callosa del  Segura, no lejos de donde estuviera José Antonio. Inevitablemente se viene a la otra memoria el fallido intento de rescatar al encarcelado fundador de Falange por parte de un puñado de camaradas de esa localidad. Sorprendidos en una emboscada, muertos en la acción o ejecutados sumariamente después.

Algo más allá, al extremo del recuadro que contiene las fosas -no mayor que un par de canchas de baloncesto- se sitúa la tumba que buscaba. De unos dos por tres metros, destaca por estar pintada de rojo y negro, los colores de la bandera falangista. Es el único signo externo llamativo. Al acercarse a ella, se ve a sus pies una marchita corona de laurel. En las cuatro esquinas, modestas flores de plástico… (no son las únicas; adornan prácticamente todas las tumbas). En la cabecera de la lápida una mirilla de cristal se supone debería permitir ver la oquedad de la huella,  preservada por un vaciado,  de los restos de José Antonio. No es posible. El tiempo lo ha empañado de tal modo que apenas se vislumbra la bandera que la cubre. 

Nada excesivo. Todo sobrio y sencillo. Del gusto de José Antonio si mostrara cierta elegante estética , nada incompatible con su simple geometría . En cualquier caso, no tiene nada que ver con el monumentalismo de la época.

El conjunto se resiente de las flores de plástico -esa maldición de nuestro tiempo- que me habría complacido ver sustituidas por nuestras cinco rosas, depositadas acaso por alguna piadosa mano anónima… Es verdad que tampoco se veían flores naturales en los otras estelas. Triste consuelo.

Coloqué junto a la reseca corona de laurel una ramita de ciprés con su fúnebre fruto. Y una de aquellas patéticas flores de plástico, caída de su ramillete.

Antes de abandonar el cementerio musité una oración por cuantos descansaba allí de uno y otro lado. No estaría mal que algún día pudiera llamarse a este lugar que acoge lo que sobremuere de aquella contienda “pradera de los caídos”. Si eso sucediera alguna vez, sería el triunfo de la “otra memoria”. La que representan todos estos restos que cayeron del lado “equivocado” -según creía cada uno del “otro”- reconciliados, al fin, en el territorio sin fronteras ni exclusiones que les ofrece un más allá de la muerte.

No sería ninguna novedad. En la década de los 40 del pasado siglo, así lo creíamos ya muchos. Yo mismo publiqué en aquellos años juveniles un poema titulado Elegía por un muerto que cayó del otro lado. Era la revista Alcalá, del SEU, que dirigía Jaime Suárez. Pero entonces nadie había inventado aún la memoria histórica. La nuestra era, simplemente, otra memoria.

Madrid, 15 de junio de 2019

Gonzalo Cerezo Barredo

17 de junio de 2019

"Sumisión" de Michel Houllebecq


Título: Sumisión
Autor: 
Editorial: Anagrama
Año: 2015

El protagonista de la novela ejerce de modesto profesor en la universidad francesa y es el vehículo para el retrato descarnado de una cierta clase intelectual y excusa para lanzar un vaticinio sobre el futuro de Francia y en cierto modo, de gran parte de Europa.

El mensaje nada complaciente de Houllebecq se vale de la descripción sin velos, ni edulcoraciones de la intrahistoria del profesor cuya brillantez intelectual parece simétrica a su sórdida condición personal. A este retrato se anuda un texto implícito en el que se perfila el sexo, más allá de un contacto de cuerpos, de una mera adicción como un artículo de justificado consumo, falso calmante y estéril esperanza para el sujeto común.

Sin embargo, nada más lejos que acusar de esquemática a esta novela, pues el nihilismo presente no está exento de una pujante y bien descrita tentación de dejarlo atrás, de superarlo con una mirada hacia el origen profundo de Francia que resulta conmovedora y resuelta de una manera cruel, pesimista y, sin embargo, perfectamente trabada en la narración.

No se trata de una novela distópica más. El autor no amaga con un supuesto tono profético más bien parece una autopsia anticipada de una sociedad que se dirige a la desaparición, hipótesis que resulta más verosímil de lo que nadie quiere admitir.

Sin duda este libro pesimista y perturbador tiene muchas lecturas, pero, indudablemente, una de ellas, constante en otras obras del autor, es el durísimo y despiadado ajuste de cuentas personal con la generación del 68, con sus modos de educar, con la cultura que generó y las consecuencias producidas en las relaciones personales.

Uno se pregunta de dónde procede la lucidez del juicio de muchas de las opiniones de este autodidacta, del enorme acierto con el que culmina los tres últimos capítulos y no parece difícil adivinar que el enorme dolor personal, infligido por sus padres que se desentendieron de él, puede ser la fuente que alimenta su juicio, el origen de una sensibilidad extraordinaria para percibir la realidad y sus direcciones, que explica la visión nada complaciente de sus textos.

En la novela encontramos al mismo tiempo que una fría distancia con lo verdaderamente humano y un materialismo envolvente, juicios estéticos afinados, análisis políticos reveladores junto con un depurado retrato de las tentaciones del alma del hombre contemporáneo. Casi ningún juicio deja de tener un poso amargo cuando no directamente vitriólico y a pesar de todo, resulta difícil no tomarlos en consideración. Es una novela notable pero también una advertencia y, por qué no, un pronóstico.  

César Utrera-Molina Gómez
Mayo 2019


13 de junio de 2019

La condición humana. Por Gonzalo Cerezo Barredo


Es difícil ver los noticiarios de televisión o abrir un periódico sin que nos asalte la noticia de algún hecho violento. Ya sea la cotidiana violencia llamada de género, el ataque terrorista en cualquier lugar del mundo, el enfrentamiento étnico, territorial o de poder enmascarado de confrontación religiosa o el secular odio tribal. La muerte que no cesa recorre el mapa del mundo, sin fronteras. Las últimas sacudidas, Nueva Zelanda y Sri Lanka. Más de 50 muertos en la primera y entre 300 o 400 víctimas, según algunas fuentes en la segunda. Casi en los mismos días, EE. UU. llora en el aniversario del ataque al Instituto de Columbine.

El Viernes Santo, quizá para mostrar su rechazo al acuerdo de paz de ese mismo día (1998), disidentes del IRA dieron muerte a una periodista. Domingo de Resurrección, en Veracruz, de nuevo la muerte -ese fantasma tan amado y tan temido de los mexicanos- ataca de nuevo. Duelo y gloria en toda la Cristiandad por la muerte y resurrección de Cristo. Es fácil preguntarse a qué viene esta violencia que nada soluciona; estas muertes sin sentido.

¿Sin sentido? No. No sin sentido.

La respuesta, absurda, ininteligible, sólo puede encontrarse en el hombre mismo. Homo hominis lupus… Inaugura la Historia con un crimen  y así sigue. Mito o realidad, Caín y Abel, simbolizan para siempre la primera guerra entre hermanos. La trágica conclusión del relato es que el inocente muere y el culpable sobrevive. Según toda lógica humana, esto debiera conducirnos al más radical pesimismo antropológico...

Tremenda paradoja. “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de Él?” (Salmos, 8:4). Queja o lamento, la cuestión recorre los textos bíblicos. Podemos preguntarnos, todavía hoy, qué es el hombre, ese ser misterioso,  única criatura que dispone de la facultad de elegir su destino. Y decidir sobre el de sus iguales. El hombre, capaz de lo mejor y de lo peor. Capaz de entregar su vida para salvar la de otros o someterlos a muerte o esclavitud.

Cuesta comprender que San Francisco y Stalin pertenezcan a la misma especie. Parece claro que si la libertad y la mente humana vienen dadas de origen con su equipamiento genético, la primera es un privilegio (“la verdad os hará libres”), y la segunda nos induce al error.

Los campos de la muerte nazis y comunistas sembraron el horror y el exterminio en toda Europa. Cierto. ¿Qué llevó al padre Maximiliano Kolbe a ofrecer su vida a cambio de salvar la de un anónimo padre de familia entre el millón de muertos de Auschwitz? Esto también tiene sentido.

No hace mucho, España entera se movilizó por la tragedia de Totalán. Más de 300 personas, (mineros asturianos, expertos de todas partes, gentes de los alrededores),   se concentraron para salvar a Julen. Esfuerzos y oraciones de nada sirvieron: Julen murió. Sí. Pero algo grande y hermoso nació. Nada de todo aquello fue una “pasión inútil”.

¿Se puede, -demandaba Adorno- escribir poesía después del Holocausto? Alguien se preguntará también dónde estaba Dios en esos momentos. La respuesta la dio el Papa Ratzinger cuándo visitó (2006) Auschwitz: AQUÍ.  Aquí, con las víctimas. Cuesta comprenderlo. Es necesario todo el talento y la fe de Chesterton para entender las relampagueantes paradojas del cristianismo. Ninguna como esta contraposición del bien y el mal en esta criatura  creada según la fe, a imagen y semejanza de su creador.

Hoy sabemos también, por testimonio de los propios combatientes enfrentados, que nada como la guerra para sacar a la superficie lo mejor y lo peor del hombre.
Mientras los campos de destierro, tortura y exterminio se extendían por Europa, la URSS, Filipinas y el sureste asiático, en las trincheras de todas las fuerzas enfrentadas, el heroísmo (y la cobardía), el sacrificio ( y el egoísmo), la   compasión ( y la crueldad), la lealtad (y la vileza), ponían a prueba esa inextinguible condición humana frente al dolor y la muerte: una vez más, hay que elegir entre el bien y el mal. La vida, o la  muerte.

     El   Mediterráneo, cuna de la civilización occidental, es hoy una inmensa sepultura de sueños. Miles de personas huyen de la tragedia buscando una vida mejor y solo encuentran en él la muerte. Miembros de ONG’s  y servidores públicos, arriesgan su vida para  rescatar a las víctimas de esta sangría ininterrumpida… En Madrid y otras grandes ciudades, asociaciones civiles o religiosas -nutridas en su mayor parte por jóvenes, hay que proclamarlo- reparten cada noche sonrisas, abrigo y bebidas calientes,  a los “sin techo”, los marginados de la “sociedad opulenta”. Los imprevistos proletarios del siglo XXI...

     En cada tragedia la angustia oprime nuestros corazones y naufragamos en el  abismo insondable de la conciencia. Humanamente, no hay respuestas. Solo para los afortunados que  poseemos Fe, tiene esto algún sentido. San Agustín gastó casi la mitad de su vida buscando en el maniqueísmo la respuesta equivocada. El mal no es la contrafigura de Dios, el otro principio creador del mal. Sólo después reconocería en  sus Confesiones : “Tarde te he hallado. Hermosura nueva y antigua”… Y es que la esperanza es de las tres grandes virtudes, la más pequeña, la más humilde. También el más firme asidero del hombre. La  Fe la Caridad “se nos dan por los siglos de los siglos”, dice Péguy (1873-1914),  “pero la esperanza se levanta cada mañana”.  Amén.

Madrid. Abril, 2019