"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

28 de mayo de 2020

Nuevos escolios hispanos (VII). Ser padre


         
Ser padre es una ventana abierta al abismo. Abismo de amor y dolor sin fecha de caducidad en la tierra. Cada hijo permite abrirla o cerrarla en todo momento. Es la oportunidad de continuar la senda sin límite del afecto. Atreverse a recorrerla no es otra cosa que imitar al Primer Padre. Cuando pienso en cualquier padre, pero especialmente en los de 6, 8 o 13 hijos… me recorre el escalofrío de la admiración, de temor y la sana envidia, pues es muy poco probable que alguien así no se lance a ese abismo y resulta aún más improbable que no encuentren, tarde o temprano, la red de seguridad de Aquél a quien han imitado. He conocido algunos. No se les ahorró pruebas y sinsabores y pese a ello, no creo que ninguno negara que ya participaron de manera misteriosa, aquí en la tierra, en la preciada recompensa del ciento por uno.

                                                                                                                                 FUEYO

20 de abril de 2020

El silencio de los corderos

Hace algunos días, el ex magistrado del Tribunal Constitucional Manuel Aragón, advertía en un artículo en El País que el gobierno estaba vulnerando la Constitución. Basta leerse el artículo 55 de la Carta Magna para darse cuenta de que la libertad de circulación de los españoles solo puede restringirse en los estados de excepción o de sitio, y no estamos en ninguno de esos escenarios.  Pero, salvo al ilustre magistrado, poco sospechoso de reaccionario, no he escuchado a ningún líder político advertir que se estaba vulnerando la Constitución y, hasta donde sé, nadie ha acudido al Tribunal Constitucional para denunciarlo, aunque, para qué decirlo, confiar en que dicho Tribunal, tristemente politizado, actúe conforme a derecho, conduce a la melancolía

En la peor crisis desde la guerra civil, España está en manos de un gobierno absolutamente inútil, irresponsable, sobrepasado por los acontecimientos y que ha antepuesto su sectarismo a una empresa de salvación nacional que demandaba la crítica coyuntura. En los momentos difícileses cuando se mide la talla de los gobernantes y Pedro Sánchez no sólo carece de credibilidad, sino que balbucea noqueado sobre el rumbo que debe imponer a la nave del Estado.  Sin la más mínima autocrítica por la falta de previsión, por la falta de categoría de sus ministros, por los errores cometidos y la absoluta descoordinación con los gobiernos regionales, aparece cada semana a sacar pecho y continuar en una gigantesca operación de marketing, pagada por todos los españoles, consistente en esparcir las culpas al adversario y amenazar a la oposición con la Fiscalía General del Estado en manos de una sectaria enciclopédica.

Ya llevamos más de 20.000 muertos oficiales y todos sabemos que son muchos más. Los españoles de a pie no podemos hacernos test y nos contentamos con una llamada semanal del centro de salud y aplicaciones informáticas que no sirven para nada, hasta que te falta el aire y te tienes que ir al hospital. Es difícil comprar guantes, faltanmascarillas, faltan equipos de protección y la culpa de todo la tienen “los recortes”, palabra mágica con la que el Rasputín de la Moncloa pretende alejar de su amado líder cualquier responsabilidad por la catastrófica gestión de la pandemia.

Un gobernante serio, que pensase en servir a España en lugar de servirse de ella, habría hecho una crisis de gobierno a principios de marzo y habría llamado a la oposición para nombrar un gobierno de salvación nacional con personalidades independientes en todos los órdenes. No sólo habría sido aplaudido por toda España, sino que también habría conseguido diluir su posible responsabilidad en el retraso en actuar. Pero lejos de hacer lo que aconsejaba la prudencia y el bien común, ha mantenido un gobierno de ineptos revolucionarios que un día reivindican la república, otro día reciben de madrugada a la Vicepresidenta delincuente de Venezuelaotro se bajan los pantalones ante los que quieren destruir la nación española otro releen las tesis revolucionarias del admirado Lenin desde sus amplias dachas del extrarradiopara saber cómo emular su toma del poder en medio de una desgracia, mientras España ocupa el triste podio de los países con mayor mortandad de todo el mundo.

Para ello cuenta con la entusiasta colaboración de unos medios de comunicación genuflexos ante la lluvia de millones que les llega antes que la renta mínima universaly que se pasan el día detectando bulos fascistas por doquier sin reparar en las mentiras que se vierten a diario desde el Palacio de la Moncloa. Y con el silencio cada día más indignado de millones españoles encerrados en sus casas atemorizados por el virus y más aún con un futuro sombrío de paro y carencias que asolará nuestra nación.

No puede pedirse a los españoles sacrificios como los que están haciendo, encerrados en sus casas, sin poder ganarse la vida, viendo cómo se mueren sus seres queridos en soledad, sin poder despedirse de sus padres, de sus hijos, de sus mujeres y al mismo tiempo gastar bromitas en el parlamento, e insultar los sentimientos y los símbolos de la mayoría de los españoles amenazando con enviarte a la fiscalía si osas desafiar la verdad oficial. Me avergüenza especialmente la nula sensibilidad de unos gobernantes que ni siquiera han tenido la decencia de decretar luto oficial cuando los españoles se mueren a chorros como nunca antes desde la guerra civil.

Estamos en una situación límite en la que se están pisoteando los derechos fundamentales de los españoles por un Estado que zozobra sin rumbo ni timonel, empeñado sólo en saber cada mañana qué le aconseja su Rasputín de cabecera para mantener la integridad de su mullido colchón.  Ante esta situación de una gravedad extraordinaria, no cabe la componenda ni la comprensión. La oposición en bloque debe dar una respuesta constitucional seria y rotunda y exigir la formación de un gobierno de salvación nacional que tome el mando del Estado sin hacer política partidista, que afronte la crisis sanitaria y económica con determinación y amplios poderes. Los españoles estamos dispuestos a sacrificar nuestra libertad para salvar a España, para salvar vidas y puestos de trabajo, pero nunca para ver cómo queda inerme y moribunda, a merced de los que quieren acabar definitivamente con ella.

Luis Felipe Utrera-Molina
Abogado  

15 de abril de 2020

Escolios (VI)


Uno de los frutos amargos de la opulencia suele ser la esterilidad, fraterna hermana del egoísmo. En el siglo pasado en Occidente, en un momento de crecimiento y optimismo, la mentalidad anticonceptiva se abrió paso a partir de 1968. Un Papa, ese mismo año, advirtió, profético, de todas sus consecuencias al mundo entero. Demasiados dentro de su Iglesia desoyeron y desoyen, aún, con soberbia, sus enseñanzas. 52 años después, tanto las sociedades opulentas de todo el mundo como la Iglesia Católica junto con muchas otras iglesias cristianas, fueron transformadas por esa mentalidad. Los resultados: se enfrentan mal a su inevitable envejecimiento; asisten debilitadas a una pandemia que afecta más a sus ancianos; sus mensajes de apoyo espiritual de las Iglesias se diluyen en un maremágnum de mensajes bienintencionados. Es preciso recordar, ahora, que fruto indirecto y cuasi simultáneo de la píldora y la mentalidad anticonceptiva son las innumerables víctimas del aborto, siendo imposible deslindar este horror de esa mentalidad cuya tristeza casi nunca ha sido contada y cuya imposición blanda o imperativa casi nadie combate y que sigue perfilando una pendiente inclinada por la que transitan todas las sociedades opulentas sin excepción hasta su colapso o catársis.

                                                                                                                                       FUEYO


2 de abril de 2020

Honrar a nuestros mayores




“Quisiera haber muerto despacio, en casa y cama propias, rodeado de caras familiares y respirando un aroma religioso de Sacramentos y recomendaciones del alma: es decir, con todo el rito y la ternura de la muerte tradicional. Pero esto no se elige (…)”. Estas palabras, escritas hace 83 años por un joven de 33 años condenado a muerte la noche antes de su fusilamiento, nos estremecen y apelan estos días viendo como tantos de nuestros mayores cierran los ojos sin el consuelo de una mano, de un beso, del cariño de sus familiares, quienes al mismo tiempo sufren el desgarro emocional de no haber podido dárselo.

Yo tuve la fortuna y el privilegio de poder cuidar de mi padre en sus últimos días. Un privilegio que compartí con mis siete hermanos y con mi madre. Nunca le faltó la mano, el beso ni el te quiero de cada día. No le faltaron los sacramentos, ni el cariño de sus amigos. Y aunque estaba en paz con todos y esperaba la muerte con enorme serenidad, sé que su marchito corazón era sensible a tanta ternura. Y también sé que, después de su partida, los que nos quedamos sentimos el consuelo de no habernos dejado ningún beso, ningún abrazo, ninguna oración, ningún te quiero por decir.

Hoy, cuando se cuentan por millones los besos que nunca llegarán a su destino y tantos te quiero han quedado para siempre amordazados, la impuesta soledad de nuestros mayores en la hora del sufrimiento parece interpelar a una sociedad que los aparta y parece más empeñada en buscar fórmulas que faciliten su tránsito que en atender a su dignidad como personas y proporcionarles el consuelo y compañía que merecen en el ocaso de sus vidas. Fiel reflejo de lo que escribo es la escandalosa, por indecente, reacción de las autoridades holandesas, paladines de la eutanasia, por la excesiva presencia de ancianos en las unidades de cuidados intensivos ocupando el lugar de personas jóvenes.

Esos mayores fueron los que levantaron una España rota y en ruinas con su trabajo y su ilusión; los que soñaron con la bicicleta que no tuvieron y fueron felices al poder comprársela a sus hijos, los que hicieron posible que sus hijos vivieran en una España mejor que la que les había tocado vivir; los que estaban dispuestos a abrazarse con los que habían combatido en distinta trinchera, o con los que mataron a su padre, porque creían en el futuro de España. Son los mismos que han cuidado de nuestros hijos para que nosotros pudiéramos trabajar o irnos de viaje, los que les han enseñado a rezar; los que hoy mueren en soledad para que podamos vivir los demás.

Quisiera pensar que esta maldita catarsis, además de llevarse tantos abrazos perdidos, pueda barrer todo lo vacuo y egoísta que infecta esta sociedad desde hace décadas. Quisiera creer que la cultura de la muerte (aborto, eugenesia y eutanasia) ceda frente a la cultura de la vida, de la esperanza, del amor; y que el espíritu de unión y socorro que nos hace fuertes aplaste el gregarismo aldeano de una nación que parecía abocada a su desaparición. No podemos rendir mejor homenaje a nuestros mayores que enderezar el rumbo de una nave que dejaron en nuestras manos y se encuentra a la deriva.

Cuando todo esto termine, cuando volvamos a llenar las calles, cuando sonriamos en medio de un atasco, cuando nos apretemos en el tendido de la plaza y nos demos codazos ante un natural interminable, cuando nos abracemos jubilosos por un gol en el descuento, cuando recuperemos nuestras vidas, no estaría de más que nos acordásemos de los que lo dieron todo ayer y están dándolo todo hoy y les rindamos el enorme tributo de admiración que se merecen.

Mientras tanto, los que aún podáis, besad y abrazad a vuestros padres y a vuestros abuelos. Saboread cada minuto de su compañía, decidles mil veces te quiero y pedidles que os repitan otras mil esa historia que ya os sabéis de memoria pero que les gusta contar, porque mañana puede ser muy tarde.

Dicen los hombres de la mar que el momento más oscuro de la noche es el que precede a la aurora. Aún desde esta ardiente oscuridad no debemos perder la esperanza en una nueva amanecida. Detenernos, volver la vista atrás y repetir nuestros errores, sería traicionar el mandato de nuestros mayores, desoir su exigencia, hacer inútil su sacrificio e incapacitar la posibilidad de conquistar con su ejemplo la dignidad de un nuevo mañana fraterno y solidario, que haga que nuestros hijos se sientan orgullosos de esa empresa, grande y apasionante que se llama España.


Luis Felipe Utrera-Molina
Abogado

7 de febrero de 2020

La mirada de los niños de Ryan. José Utrera Molina


 El 6 de febrero de 1981 apareció el cadáver del Ingeniero José María Ryan en un camino forestal entre Zarátamo y Arcocha con un disparo en la cabeza.​ Atado atado y amordazado, fue asesinado cobardemente por la ETA tras siete días de tortura y secuestro. Ryan tenía 39 años y dejaba 5 niños huérfanos. El 8 de febrero de 1981, el Diario "El Alcázar" publicaba este artículo de José Utrera Molina.




20 de enero de 2020

El silencio culpable

Artículo publicado en La Razón el 6 de enero de 2020


El 22 de junio de 1978, ABC publicaba un artículo firmado por mi padre, José Utrera Molina, titulado “El silencio culpable”. Comenzaban a conocerse detalles preocupantes de las negociaciones para la redacción del título VIII de la Constitución y merece la pena extraer un párrafo que, leído hoy, cuatro décadas después, resulta verdaderamente premonitorio. «El que afirma que el problema de aceptar o no la voz nacionalidades se reduce a una cuestión terminológica, o no tiene sentido de la política, ni de la Historia, o no obra de buena fe. En política no hay palabras inocuas cuando se pretende con ellas movilizar sentimientos. El término nacionalidad, remite a nación o Estado. Cuando alguien dice que “Cataluña es la nación europea sin Estado que ha sabido mantener mejor su identidad”, resulta muy difícil no ve que se está denunciando una «privación del ser», que tiende «a ser colmado para alcanzar su perfección», y preparando una sutil concienciación para reclamar un día ese estado independiente a que la imparable dinámica del concepto de nacionalidad habrá de conducir hábilmente manejada.»

Aquel profético artículo le granjeó entonces el desprecio e insulto de una clase política que, afanada en encontrar acomodo en las mullidas alfombras del consenso, le alistó para siempre en la caverna del inmovilismo, apartándole de la vida pública. Hoy podemos decir sin ambages, a la vista de la situación que vivimos, que algunos obraban de mala fe, y la mayoría con una carencia absoluta de sentido de la política y de la historia, abriendo un melón -el de las nacionalidades- que lejos de neutralizar al separatismo, no hizo sino darle unas alas que no tenía, fomentando el aldeanismo y la insolidaridad entre las distintas regiones de España.

La explosiva combinación entre un título VIII jamás armonizado y una ley electoral hecha a medida de los nacionalistas, ha acelerado un proceso de centrifugación que amenaza seriamente la existencia de la nación más antigua de Europa. Las últimas cuatro décadas han sido escenario de una constante cesión al separatismo por parte de los partidos tradicionales que se han alternado en el poder, PP y PSOE, cada vez que han necesitado los votos de las minorías nacionalistas para una investidura.

Felipe González cedió en 1993 la corresponsabilidad fiscal (15% del IRPF) y dio paso a las primeras transferencias. Mucho mayor fue el precio que pagó el PP de Aznar en 1996: supresión de los gobiernos civiles (sustituidos por Delegados del gobierno con muchas menos competencias), cesión de competencias de tráfico a los Mossos d'Esquadra, transferencias en justicia, educación, agricultura, cultura, farmacias, sanidad, empleo, puertos, medio ambiente, política lingüística y vivienda, además de la sustitución de los topónimos oficiales españoles de las ciudades vascas, catalanas y gallegas por los de sus lenguas vernáculas. En 2004 un irresponsable Zapatero llegó al poder de la mano de los independentistas catalanes prometiendo aceptar el Estatuto que aprobase el Parlament cuyo texto adolecía de una palmaria inconstitucionalidad, parte de la cual se tragó el Tribunal Constitucional en una sentencia salomónica que no contentó a nadie.

La abierta rebeldía que vive Cataluña no es sino el resultado de cuatro décadas de adoctrinamiento en la mentira más abyecta y en el odio a todo lo español por parte de una clase política, no ya mediocre, sino también instalada en una corrupción sistémica. Decía Camús que había una estrecha simbiosis entre el odio y la mentira y ya hace décadas el catalán universal Josep Plase preguntaba si algún día tendrían en Cataluña “una auténtica y objetiva historia, que no contenga las memeces de las historias puramente románticas que van saliendo”. El resultado es que hay toda una generación de catalanes instalados en un aldeanismo cerril que ya no atiende a los tradicionales estímulos económicos que otrora caracterizasen a sus paisanos.

Sin embargo, en los albores de 2020, lejos de tratar de combatir al separatismo con la fuerza de la ley, asistimos atónitos al dramático espectáculo de un presidente errático, mitómano y debilitado dispuesto a dilapidar el Estado de derecho y reconocer naciones por doquier y otorgar mercedes imposibles con tal de mendigar el apoyo en la investidura de quienes están en abierta rebeldía contra España. Con no menos sorpresa nos contemplan el resto de las naciones, viendo cómo el gobierno de España negocia con quienes quieren destruirla como nación.  

Ante esta coyuntura hay que afirmar una y mil veces, en alta voz, que la nación española es una e indivisible. España creó hace más de cinco siglos una nueva fórmula de comunidad humana, basada en una innegable realidad geográfica, cultural e histórica que hemos heredado de nuestros mayores y que debemos legar a nuestros hijos. Hay que armonizar la unidad y la diversidad, pero nadie tiene derecho a romper la unidad nacional porque eso sería una traición a nuestra historia y a nuestra libertad. Cataluña no es posible sin España y España dejaría de serlo sin Cataluña.

 Callar cuando la unidad de España está en peligro es la peor de las cobardías. Yo, al menos -como hiciera mi padre hace ahora 42 años- no quiero dejar de sumar mi voz a las que ya se levantan frente al riesgo clarísimo de perderla. Quiero que se sepa que no todos los españoles estuvimos de acuerdo en quedarnos sin Patria.

Luis Felipe Utrera-Molina

27 de noviembre de 2019

José Antonio Primo de Rivera, patrimonio de todos los españoles





Artículo publicado en La Razón el 24 de noviembre de 2019, atribuido por error en la edición impresa a mi hermano César. 

Fue Enrique de Aguinaga, Decano de los cronistas madrileños quien acertadamente definió a José Antonio como arquetipo. Y al contemplar su figura y trayectoria cuando se cumplen 83 años de su asesinato “legal” por el gobierno del Frente Popular, su condición de modelo se agiganta con la simple comparación con la clase política que padecemos en la que la mediocridad es la regla.

La vida política de José Antonio es lo menos parecido a la historia de una ambición. Muy al contrario, es la nobleza la verdadera fuerza motriz que impulsa todo su itinerario político y frustra sus planes de dedicarse por entero al ejercicio del Derecho. Porque la verdadera vocación de José Antonio fue la de abogado, profesión que jamás abandonó del todo y en la que brilló con luz propia desde sus primeras actuaciones profesionales hasta la extraordinariamente lúcida y rigurosa defensa que de sus hermanos, su cuñada y de él mismo realiza ante el Tribunal Popular de Alicante que le condenaría a muerte, no en función de un criterio jurídico sino en el cumplimiento de las órdenes políticas del gobierno de la República.

Esa nobleza es la que le lleva a asumir desde muy temprano la defensa de su apellido frente a los despiadados e injustos ataques de los que está siendo objeto la obra de su padre, con una elegancia y un estilo que serán siempre su seña de identidad. Sirva como muestra su impecable réplica al Decano del Colegio de Abogados de Madrid, Sr. Bergamín, ante una velada insinuación a su apellido en la Sala del Tribunal Supremo:

“En cuanto a mí, señor Bergamín, que nunca olvido ni olvidaré mi apellido y cuanto debo de cariño y respeto a quien me lo ha dado, lo sé perder en cuanto visto esta toga. Si alguna antipatía, recelo o rencor tiene con él Su Señoría, debió también haberlo olvidado, pues aquí no somos más que dos letrados que vienen a cumplir su misión sagrada de pedir justicia para el que la ha menester y hemos dejado—yo por lo menos lo hago siempre—con el sombrero y el gabán en la Sala de Togas, cuanto sea ajeno a nuestra misión—la más divina entre las humanas—para revestirnos, con este ropaje simbólico, de la máxima serenidad, la máxima cordura, la máxima pureza.”

Es esa noble causa y no una ambición de poder –que podía ser legítima- la que le lleva poco a poco a entrar en política para defender, primero, la memoria y la obra de su padre, para formular después con enorme brío y patriótica emoción, la síntesis de un movimiento político que superase la secular hemiplejia de los partidos políticos al uso; es ese impulso cabal el que lleva al joven Marqués de Estella a granjearse la antipatía de rancios caciques y ociosos señoritos para defender con pasión una justicia social superadora de la lucha de clases, para defender en definitiva, frente a la insolidaridad de una derecha con resabios caciquiles, el sueño de la patria el pan y la justicia, pero especialmente para los que no tenían pan, pues carecían de patria y de justicia.

Con apenas 30 años, el joven José Antonio inaugura un lenguaje nuevo. En la atmósfera turbia y espesa de la república se abre paso el ímpetu juvenil de su movimiento por su frescura y sobre todo, por su estilo, que comienza a granjear la antipatía de tirios y troyanos. Al recelo y antipatía de la derecha, pronto se le une el odio frontal de una izquierda violenta, sectaria y marxista que no tarda en causar las primeras bajas entre sus jóvenes falangistas. José Antonio, el hombre de fe, se resiste hasta la contumacia frente a quienes lo empujan a la venganza porque adivina en el horizonte los negros presagios de la espiral de violencia que comenzaba a sembrar de sangre los pueblos de España. Era perfectamente consciente de su responsabilidad sobre unos jóvenes que estaban dispuestos a seguirle hasta la muerte.

Es entonces, en respuesta a voces amigas que le aconsejan retirarse y volver a cultivar con sosiego su vocación primera, cuando la nobleza de espíritu aparece de nuevo como resorte para contestarles: “me sujetan los muertos”. Y es que su vida estaba ya irremisiblemente ligada al sacrificio de los que cayeron por una bandera que él mismo había llamado a defender alegre y poéticamente.

Todavía tendría tiempo de dejar en el mundo de los vivos un testimonio estremecedor de su nobleza de espíritu. Fueron tal vez sus últimas horas las que encumbran definitivamente en el olimpo de la historia a un hombre cuya memoria debería ser patrimonio común de todos los españoles. Desde la sinceridad con la que se despide de su amigo Rafael Sánchez Mazas: “Te confieso que me horripila morir fulminado por el trallazo de las balas, bajo el sol triste de los fusilamientos, frente a caras desconocidas y describiendo una macabra pirueta (…) Quisiera haber muerto despacio, en casa y cama propias, rodeado de caras familiares y respirando un aroma religioso de sacramentos y recomendaciones de alma, es decir, con todo el rito y la ternura de la muerte tradicional…” , a la profesión de fe hacia su tía Ma: “Dos letras para confirmarte la buena noticia, la agradable noticia, de que estoy preparado para morir bien, si Dios quiere que muera, y para vivir mejor que hasta ahora, si Dios dispone que viva. (…) Dentro de pocos momentos ya estaré ante el Divino Juez, que me ha de mirar con ojos sonrientes”. Y, finalmente la sublime declaración de su excepcional y emocionante testamento que debería hacer sonrojar a los sectarios funcionarios del Ministerio de la Verdad que ahora tienen su tumba en el punto de mira: “Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas cualidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia”.

A José Antonio no le han hecho justicia los unos ni los otros. Ni los que quisieron mitificarlo olvidando que era un hombre y orillando parte sustancial de su doctrina, ni los que decidieron petrificar su doctrina condenando cualquier desviación, ni los que siguen odiando su nombre porque jamás quisieron entender su mensaje. José Antonio era la negación del sectarismo, la perfecta síntesis de la revolución y la tradición, epítome de la elegancia y del estilo y, en definitiva, de la nobleza en lo político y en lo personal.  Pero sobre todo, un ejemplo de un español orgulloso de serlo y sentirlo hasta el final, del que todo español cabal debiera sentirse orgulloso, porque por encima de sus ideales, José Antonio es patrimonio común de todos los españoles.

Luis Felipe Utrera-Molina