"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

23 de diciembre de 2015

Feliz Navidad

A menudo, el hombre descubre lo mejor de sí mismo en medio de la más absoluta oscuridad. Son muchas las capas de suciedad que vamos acumulando con nuestro egoísmo y sólo cuando somos capaces de arrancar la ponzoña de nuestro corazón descubrimos a Dios.

Ayer, un gran amigo moscovita me envió esta fotografía desde Moscú. Una mano anónima, empeñada en quitar la porquería de la trasera de un camión, había descubierto un precioso retrato de nuestra Madre inmaculada. La fotografía me impresionó y me dio que pensar.

Jesús no nació entre sedas ni oropeles. Eligió venir al mundo entre los más humildes, pues sólo desde la humildad podemos hablar con Dios. Allí donde hay más miseria, allí donde hay más odio es donde tenemos los cristianos que llevar la cruz. Esa cruz que limpia, que nos salva a todos, y que a veces llevamos sólo de adorno.

Por eso, en contraste con el bonito nacimiento de mi casa, que esta vez pongo en segundo lugar, he querido hoy felicitaros a todos los que os asomáis con paciencia y generosidad a este humilde ventana con esta fotografía que tanto nos dice sobre cómo descubrir al Señor dentro de cada uno.

Feliz y santa Navidad para todos y que el niño Dios os bendiga a todos y a cada uno y a nuestra querida patria, que está pidiendo a gritos, como ese camión moscovita, una limpieza integral. 

LFU 







14 de diciembre de 2015

José Antonio: el amigo. Por Agustín de Foxá



José Antonio solía decirnos: “A mí lo que me gustaría verdaderamente sería estudiar Derecho Civil e ir a la caída de la tarde a un café o a Puerta de Hierro a charlar con unos amigos.”
Toda su vida -heroica, abnegada, llena de fantasía y de ímpetu- estaba impregnada de esta nostalgia un poco entre burguesa y literaria, del trabajo metódico y de la charla íntima. Se daba cuenta, sin embargo, de que estaba marcado ya por el destino, de que ya no era posible retroceder, de que tenía que renunciar a todo. Y esta pesadumbre amarga de su responsabilidad, era la que ponía melancolía en su mirada.
¡Tragedias de las vidas hermosas y arriesgadas! El hombre vulgar, que lee estas vidas al amor de la chimenea encendida, rodeado de sus hijos, o degustando el coñac con los buenos amigos, ignora, seguramente, que el gran hombre a quien envidia hubiera sido también feliz con esa vida sencilla y que si quedó solo, en la intemperie de la noche y de los combates, fue rasgándose el corazón.
Porque hay que escoger entre la obra y la felicidad. Y José Antonio optó por la primera. A todos nos gustaría conquistar el Perú, pero a condición de poderlo contar aquella misma noche a los amigos. Porque José Antonio era un amigo magnífico, lleno de humor, de imaginación, de ironía, de frases; cogía una conversación a ras del suelo y la elevaba, sin pedantería, hasta las nubes.
A veces era algo arbitrario y un poco cruel, pero razonaba enseguida con desbordante generosidad. ¡Lo he conocido en tantos sitios y en el mismo lugar a horas tan diferentes!
“Nunca hemos estado aquí -me decía una vez en la tasca-, porque ayer estuvimos de noche y hoy entramos por la mañana. El tiempo debe tener la misma categoría que el espacio. Se está en otro sitio, aunque sea el mismo, cuando en él se penetra a la hora diferente.”
Le gustaban mucho estas sutilezas y juegos de espíritu.

Yo lo recuerdo en ” La ballena Alegre “, debajo de los cetáceos azules, en caricatura, con su copa de anís en la mano, hablando del tamaño de la luna, de literaturas exóticas, de Florencia, de cacerías. Y en las medievales cenas de Carlomagno, mundano, de smoking, entre las velas encendidas del Hotel de París, redactando un telegrama de invitación al alcalde de Aquisgram, paladeando con citas de Plinio una sopa de tortuga.
Frecuentaba los salones; lo recuerdo bajo las pantallas verdes y el óleo de la duquesa Leticia. Allí leíamos comedias, versos. José Antonio hablaba agudamente de política. Aunque no eran aquellos sus temas preferidos. Describía los partidos centristas. “Quieren hacer en frío lo que nosotros hacemos en caliente. Son como la leche esterilizada, no tienen microbios, pero tampoco vitaminas.”
Tenía una gran vocación literaria y se ufanaba de los cinco capítulos de una novela suya que no terminaría nunca.
A veces, en el seno de la confianza, nos leía sus trabajos. No olvido su alegría cuando nos leyó la carta que dirigió a Ortega Gasset, ecuánime, noble, lleno de admiración hacia el viejo Maestro. “Cuando vea el desfile de nuestras Falanges, don José tendrá que exclamar: ¡Esto es, esto es!” 
Y luego las excursiones, tenía un auto pequeño que él mismo conducía y huíamos del Madrid plebeyo, dominguero, lleno de humos, de nieblas, de cigarros, de cines, de grises muchedumbres vomitadas por el metro, de cafés, de arrastres de pies, de ciegos con bandurrias, de vendedores de loterías o piedras para los mecheros.

El no amaba el tipismo cochambroso, galdosiano, de la vieja España. 
José Antonio con sus amigos se iba  los domingos al campo y a las viejas ciudades.
¡Lluvia triste del canalón de la Catedral de Sigüenza, hecha espuma sucia, en la boca diabólica de Gárgola! El coche José Antonio corre por los fríos descampados de la meseta de Barahona, donde el vuelo aviador de las avutardas, da origen a leyendas de brujas, atisbadas desde las campanas de la Catedral.

Allí hay un viento marinero que nace de las salinas y penetra en las iglesias. Altares de Puerto de Mar como los de la Catedral de Palma.
En el hotel comemos con José Antonio unas codornices de trigal y surco, engrasadas por un tocino de rubia corteza. A José Antonio le gustaban los buenos platos, el vino de la tierra y las conversaciones. Él no quería una España triste y aburrida. Decía en broma: “Queremos una España faldi-corta.”
Al fin de la comida se acercó a nuestra mesa el camarero. Nos dice que unos muchachos quieren saludar al jefe. Son muy pocos. Quince o veinte. Los únicos falangistas de Sigüenza. José Antonio se frota infantilmente las manos; exclama dándonos palmadas en los hombros: “Ya empezamos a ser conocidos.”

Luego paseamos bajo la lluvia. Un camarada mantiene el paraguas abierto sobre su cabeza. Son los días de la guerra de Etiopía. Le decimos en broma. “Pareces el Negus.” Se ríe.
Entramos en la Catedral. Rafael ha inventado una teoría con el sepulcral doncel de alabastro, que lee su  libro de piedra a la luz de las vidrieras. José Antonio la amplifica. “El doncel fue un falangista del siglo XV. Un señorito que dejó de jugar a la pelota en las paredes del palacio de su pariente el Obispo para irse a la guerra de Granada y morir ahogado entre las huertas.” Rafael añade: “Se fue con los hombres del pueblo, con los toscos y sencillos guerreros que bajaban de Soria, todavía vestidos de lana.”
Y José Antonio propone que la Falange de Sigüenza lleve la imagen del doncel sobre su bandera. Yo, desde estas líneas, suplico a nuestro Jefe Nacional y a Raimundo Fernández-Cuesta, que sea realidad aquel deseo.  
Volvemos en un vagón de tercera. Nos despiden, brazo en alto -¿Qué fue de ellos durante los meses del dominio marxista?”, los Falangistas de Sigüenza.
Otro día vamos a Toledo. Ya hemos visitado las acartonadas momias de Illescas, y hemos contemplado los amarillos de tormenta de los apóstoles del Greco. Bajamos a comer unas perdices a la venta del aire. En la sobremesa hablamos del valor. 
“Mi hermano Fernando -nos dice- es el más valiente de la familia.”
Le interrumpo: “Tú también lo eres.”
Nos responde, con amistosa timidez: “¡BAH!; es cuestión de la adrenalina; yo tengo una reacción lenta.”Así, él tan espiritualista, disfrazaba elegantemente con pura fisiología, su impresionante valentía.
Llegó un crepúsculo frío y rosa, sobre el oro fúnebre de los girasoles de la vega, donde está el Cristo del brazo desclavado.
Arriba, puntiagudo, El Alcázar; abajo, José Antonio. No imaginábamos sus amigos que estábamos contemplando a las dos víctimas más altas de futura guerra civil. Que las consignas y los sueños de aquella cabeza endurecían, aquellas viejas piedras, hasta hacerlas invencibles.

Otra tarde fuimos a La Granja. Leímos versos en un bello jardín, bajo unas velas encristaladas, que daban cita todas las mariposas de los pinares; allí recitó un joven poeta entonces desconocido.
En auto marchamos bajo la luna a contemplar el Alcázar. Se le caló el motor. Le dijimos en broma.
Cuando triunfes no te podremos llamar “Duce” o “Conductor”, porque lo haces bastante mal.”
“En efecto; no es mi fuerte.”

Daba la luna en las torres de pizarra; a nuestros pies el río y el fresco frutal de los árboles. Parecía el Alcázar un dibujo de Gustavo Doré.
José Antonio, ganado por el ambiente, traicionó sus tendencias clásicas.
“En el fondo, esto es lo nuestro; el Partenón está demasiado lejos; es simplemente arqueología.” A la vuelta a Madrid se iba durmiendo sobre el volante. Se golpeaba la frente. Fue un verdadero suplicio. Al llegar a Rosales, me dijo:
Por nada del mundo volvería ahora a la Granja.”
Le respondí:
“¿Ni por un millón de pesetas? ¿Ni por un gran amor?”
“Ni por eso.”
“¿Por el triunfo de la Falange?”

Afirmó rotundo:
“Por eso sí; ahora mismo.”
Y así, bajo las encinas monásticas del Pardo, y otra tarde junto a la piscina en piedra labrada de don Álvaro de Luna, en Cadalso de los Vidrios, y en el atardecer, con olor a césped regado, del polo de Puerta de Hierro y en la barra de Bakanik antes de cenar. Algunos le criticaban esto último y él protestaba: “Un obrero después del trabajo puede irse con sus amigos a una taberna, y a mí me critican porque voy con los míos a un bar.”
No es posible encerrar en un artículo todas las sugerencias, las frases certeras, las metáforas, con que José Antonio nos regalaba en la intimidad.
Yo sólo sé que los conceptos más fundamentales de mi vida sobre la Patria, la Religión, el amor, la literatura o el matrimonio, a él se los debo. Que mejoró mi espíritu, lo maduró y me salvó del peligro de las tertulias derrotistas y sovietizantes, que nos acechaban. Por ello mi agradecimiento entrañable.

José Antonio, sin proponérselo, convertía a sus amigos en discípulos suyos. Yo, antes que falangista, fui amigo de José Antonio; y ya sé que para los teóricos puros, para los que ponen a la razón y la doctrina por encima de todo, esto constituirá un reproche.

Pero no es mal camino para llegar a la verdad, este de la amistad y afecto; yo lo prefiero.
José Antonio no olvidó nunca a sus amigos. En la soledad de su celda de Alicante, rodeado por un mar de odio, tuvo el pulso sereno para escribir las cartas llenas de serena conformidad y aliento.
Nosotros no lo olvidaremos nunca. Pasarán los años; cambiarán las ideas, es posible que haya nuevas fórmulas políticas. Pero yo guardo avaramente, para mi vejez, estas palabras que me llenan de orgullo y que nadie podrá arrebatarme: “Yo fui amigo de José Antonio.”
POR AGUSTÍN DE FOXÁ
De “DOLOR Y MEMORIA DE ESPAÑA” Ediciones Jerarquía, 1939. Págs. 217 a 220.
Obras Completas de Agustín de Foxá- Editor: Editorial Prensa Española, 1972, Madrid.

11 de diciembre de 2015

EL FRENTE DE JUVENTUDES. Por José Utrera Molina



Enrique Sotomayor que fue sin duda un prototipo de rigor falangista y por tanto, amante con delirio y rigor de una España que a él no le gustaba, lanzó a los vientos la denominación de Frente de Juventudes, que allá por los años 40 ocupó calles y plazas con canciones que aún perduran en nuestros oídos y en nuestras almas.

Creo sinceramente que esta organización que surge de las nobles ideas de este falangista que he nombrado, tuvo una enorme repercusión en la vida española. El Frente de Juventudes fue una llamada a la unidad de la juventud española, sin distinción de ideologías ni de clases. Todos los valores hispánicos resucitaron al compás de las canciones que poblaban el aire de España. La exaltación de la patria como factor esencial, el sentido del honor, la verdad del sacrificio, el ajuste anti retórico que su organización tenía, dieron a España un nuevo mensaje de juventud decidida y vibrante. Todos los pueblos de nuestra geografía conocieron la  bravura de aquellas gentes que componían el Frente de Juventudes. Bravura y dignidad en sus gestos, seria profundidad en sus objetivos, sueños prometedores en sus múltiples horizontes, poesía y amor en su entrega fervorosa a una España que todavía no nos gustaba.

Franco, Caudillo de España fue exaltado y alzado en el aire por las canciones que hablaban de él. Recuerdo una frase de una de las canciones: “Franco a ti te juramos seguir hasta la victoria o morir”. Estas expresiones verbales estaban encarnadas en la memoria y en la acción de aquella juventud inolvidable. Cuando muchos seguían anclados en el rencor y volvían la cabeza a la historia, el Frente de Juventudes levantó banderas de emoción, de esperanza y de fe donde había depresión y cansancio, el Frente de Juventudes elaboró y sirvió una doctrina que agrupaba al común de todos los españoles. Yo recuerdo haber mandado y fundado la primera centuria de Andalucía, que llevó el título de Cardenal Cisneros y fue la primera en inaugurar una actividad sugestiva y alentadora como eran las llamadas “marchas volantes”. Al son de las canciones, con la vista puesta en el futuro, levantando un ánimo fraterno frente a los que todavía propiciaban la dejadez y el desentendimiento, el Frente de Juventudes cubrió una etapa inolvidable y fecunda de la vida española. Hoy cuando están tan lejos aquellos primeros tiempos vuelven a nuestra memoria y encogen nuestro corazón aquellas canciones y aquellos gestos. El principio de la camaradería servido con un aire de hermandad y casi de delirio fraterno, agruparon con la camisa azul las tierras de España. Sin odio al enemigo, sin rencor al adversario, llevando nada más en los macutos almacenados la voluntad de servicio de una nueva gente.

Estos recuerdos están tan vivos en mi corazón que a veces perturban la tranquilidad de mi presente, pero lo alteran con gozo y libertad, con poesía y voluntad de servicio. El Frente de Juventudes fue un bloque de sueños apretados y apasionadoramente servidos. Ahora ya tan lejanos aquellos tiempos, todavía se conservan sus guiones, sus recuerdos y sus banderas. Ahí están todavía tensos y no arrugados los uniformes azules de los montañeros de Madrid, que aún se reúnen rindiendo culto a la amistad antigua. No con el estímulo de la nostalgia sino con una determinación que llega hasta la muerte de servir pensando en una Patria unida en un afán común. ¿Cuánto debe a España aquel esfuerzo por muchos incomprendido de lo que fue el Frente de Juventudes?

A veces pienso que estoy viviendo una alucinación perturbadora.  En otras ocasiones siento el escalofrío que me proporcionan los recuerdos de las altas montañas, de los largos ríos, de las playas inmensas, del calor y el frío, la cara de muchos campesinos asombrados, el tono de aquellas canciones que nos daban la vida y nos trasladaban a tierras ideales de comprensión y de fe. Aquellos que servimos hace ya tantísimos años en el Frente de Juventudes, estamos ya de retirada, camino de los luceros, pero aquella doctrina de amor y de esperanza sigue floreciendo cada día en el corazón de sus miembros y hoy como un mensaje a nuestros nietos y a nuestros hijos se alza de nuevo en nuestro corazón la bandera roja y negra que servimos y el ímpetu que llenó nuestras vidas de servicio y de verdad.

JOSÉ UTRERA MOLINA

Antiguo Jefe de la Centuria Santa María, Cardenal Cisneros y Garra Hispánica del Frente de Juventudes.



2 de diciembre de 2015

Una nueva campaña, más de lo mismo

Asistimos nuevamente a una impúdica subasta de promesas electorales que de antemano sabemos -los que ya peinamos canas- que no se cumplirán. El desprestigio y la falta de formalidad de la clase política española es generalizado. La memoria es el mejor antídoto contra la ingenuidad.

¿Se acuerdan del aborto libre de Aido? ¿la alianza de civilizaciones?, ¿la memoria histórica? ¿Educación para ciudadanía?. Todos los "logros” del proyecto sectario de zp han sido consolidados por el Pp.  En otros países alguno no podría volver a presentarse por engañar y mentir de forma descarada.

Pero si lo del Partido popular es obsceno, lo del resto es aún peor. Ayer me desayuno con la intención de Ciudadanos de regular los vientres de alquiler y apoyar el cambio de sexo en menores de edad. Un verdadero asco. Y qué decir del Psoe, que sigue anclado en un antifranquismo retrospectivo, sin un discurso que ofrecer a la izquierda.

Y si nos vamos a los partidos que más se aproximan a lo que uno defiende, nos encontramos con que con tal de salir en los medios, son capaces de fichar a toda la carcundia de los realitis de Telecinco.

El panorama es desolador. Lo peor de todo es que, cada día que pasa, uno se siente más bicho raro en esta sociedad en la que cualquier disparate se convierte en verosímil.

Es evidente que no podemos confiar en los partidos para cambiar la sociedad, ya que éstos tienden a adaptarse como un guante a las tendencias de cada momento. Nuestra es la misión de cambiar a la sociedad, influir en ella, dar testimonio para que ésta haga cambiar a los partidos. Cada cual en su puesto, con la palabra y con la acción y, sobre todo con el ejemplo. De los partidos, nada bueno se puede esperar si no somos capaces de levantar conciencias adormiladas y reivindicar los valores de la familia, la vida, la patria y la verdadera libertad.


LFU

24 de noviembre de 2015

Franco, ejemplo de gobernante católico

(Publicado en "Adelante la fe")

Quizás suene a destiempo histórico la nominación de un Jefe del Estado con la calificación de cristiano. Nadie parece tener en cuenta que Europa no se explica a sí misma sin la religión católica, aunque desde hace décadas esté empeñada en renegar de su propia identidad.  Por eso hoy parece disonante encontrar una titulación que vinculara a un poder público con la religión católica.

Franco fue un católico ferviente, nada amanerado, nunca se perdió en ninguna clase de rutina al uso, mantuvo la dignidad de su imagen vinculada por esencia y por fe a lo que constituía para él la verdad esencial del cristianismo.
Su régimen no fue en modo alguno el nacional baluarte de una iglesia asediada, pero como creyente proyectó su actividad pública en beneficio de la Iglesia. Templos, ciudades, universidades, centros de enseñanza y todo aquello que era medularmente importante en la vida de España, tuvo la impronta del catolicismo, que fue siempre lo que respaldó todos sus actos humanos, atento siempre a un fin de misericordia, no a una voluntad de agresividad, ni a una actitud de hiriente combate.
Nadie en su sano juicio puede negar la inmensa aportación de Franco a la reconstrucción de una Iglesia dañada por el odio. Los signos de todas las realizaciones del régimen no desecharon nunca la significación de la cruz en el proyecto de la historia.
Tuve con él por imperativo de las responsabilidades de mi cargo, conversaciones que han quedado para siempre grabadas en mi alma. Hubo algunas en las que actuaba más como confesor que como poseedor de cualquier clase de radical autoritarismo. Franco sabía siempre perdonar, nadie debería juzgarle como gobernante frío y desconectado de los dolores del pueblo. Siempre demostró un interés apasionado por aquellas personas en situación de deficiencia laboral, por un imperativo y exigencia de justicia social.
Su obra ha de ser imperecedera, sus frases finales contenidas en su testamento dan asiento de verdad a lo que fue su vida.

José Utrera Molina
Madrid, 22 de noviembre de 2015

23 de noviembre de 2015

La búsqueda del Padre


Es muy infrecuente escuchar en la televisión declaraciones que resuenen más allá de la inmediatez del asunto, testimonios que producen ecos que no se silencian con facilidad. Lo cierto es que Manuel Díaz, el Cordobés, en una entrevista emitida el pasado 18 de noviembre, testimonió con sencillez y claridad, cómo un hombre no puede renunciar a saber de su origen, a conocer y a tratar a quién es su padre, siendo esta ausencia algo imposible de aceptar. Resultó especialmente emocionante cómo explicó que, precisamente, esa ausencia y la confianza y defensa de la palabra y recuerdo de su madre, fueron el acicate, estímulo y esperanza para hacerse hombre en la difícil profesión de matador de toros y buscar la plenitud personal fundando una familia, donde no faltara el padre.

El momento en que se emitieron esas palabras amplifican su importancia. Manuel Díaz estaba contando su historia, su verdad, como dijo con énfasis y empeño, pero es imposible no pensar que la ausencia del padre, no sólo le ha ocurrido a él. Sucede de continuo a muchos otros hombres como él, les sucede a muchos inocentes cuyos padres se desentienden y no sólo a ellos. Los sucesos de París han puesto, de nuevo, de manifiesto que hay un continente entero, una civilización milenaria que hace siglos que comenzó a dejar de mirar al Padre y que renuncia vergonzosamente a su origen. Es Occidente que pese a toda su opulencia y fuerza camina sin rumbo. Un rumbo perdido porque no se puede caminar sin saber quién se es, sin asumir la historia que nos precede y aprender de la herencia que se recibe como hijo.

No sería justo decir que esas palabras surgieron espontáneamente. La amistad y la confianza de un matrimonio, Bertín y Fabiola, le dieron la oportunidad al Maestro, Manuel Díaz y éste, con coraje y autenticidad, no la dejó pasar. Gracias, Maestro, por tu verdad. Gracias, Bertín y Fabiola, por hacerla posible. Digo una cosa más, tu confesión, que es una verdad y también una oración implícita, Maestro, no se pierde, Dios no lo quiere.


César Utrera-Molina Gómez
Abogado, alumno Máster Juan Pablo II de Familia.    

11 de noviembre de 2015

Arriba España

No ha tardado mucho la dirigente del Pp andaluz en pedir disculpas por haber dicho que el proyecto de su partido, único para toda la nación no era otro que "Arriba España". Imagino la angustia y la tribulación que habrán asaltado a esta pobre criatura tras ser asaeteada por propios y extraños (seguro que no faltó la llamada de la merdellona Villalobos) por pronunciar una expresión tan políticamente inconveniente.  

Y es que, al fin y al cabo, comprendo perfectamente la reacción de la dirección de su propio partido. No hay más que recordar las bellas palabras con las que José María Pemán explicaba la síntesis de un grito hoy tan denostado:   

“No servimos para cosas bajas, pequeñas o menudas. No servimos más que para las cosas altas y grandes. Por eso cuando decimos ‘Arriba España’, en esas dos palabras, a un tiempo, resumimos nuestra Historia y ciframos nuestra esperanza. Porque lo que queremos es que España vuelva a ‘su sitio’: al sitio que la Historia le señala. Y el sitio es ese: ‘Arriba’. Es decir, cerca del espíritu, del ideal, de la fe… Cerca, sobre todo, de Dios“.

Ese no es el proyecto del Pp, un partido que ha renunciado a defender y reivindicar lo mejor de nuestra historia y, sobre todo, a situarla cerca de Dios. La llamada derecha vive aún secuestrada por el mundo ideológico construido hace decenios por la  izquierda española más sectaria, que al no poder derribar a Francisco Franco en vida, terminó identificando a España con el franquismo por puro resentimiento. De ahí la alergia de buena parte de la izquierda hacia los colores nacionales, de ahí la proliferación de tricolores y los eufemismos de "país" o "estado" para evitar pronunciar la palabra España. Una alergia tan contagiosa que ha llevado a una representante de la derecha a pedir perdón por decir Arriba España. 

Por esa misma razón, sin complejos ni disculpas que valgan hoy grito muy alto, para que me oigan: ¡Arriba España!

LFU

9 de noviembre de 2015

Rajoy y las siete plagas

Impávido. Así se muestra el presidente mientras un parlamento autonómico desafía descaradamente a toda la nación saltándose la propia legalidad que lo ampara. El pueblo español está harto de la tomadura de pelo de unos golfos apandadores que han secuestrado una parte de nuestro territorio para robar a manos llenas y llevarse calentito lo que hemos pagado todos.

España clama por una actuación contundente del gobierno y la respuesta que se encuentra es que van a recurrir, una vez más al propio Tribunal Constitucional al que el parlamento catalán ha decidido por votación que le va a hacer una peineta como una catedral.

Me recuerda la imagen de aquél Ramses II que, tras cada plaga, reunía a sus notables para encontrar una solución plaga, sin decidirse nunca a hacer lo que tenía que hacer para que cesase el tormento divino.

Rajoy es así. No tiene redaños ni personalidad para tripular la nave de España en medio de una de sus peores tormentas. El tiempo, otrora su aliado para dejar las cosas como están, ahora corre en su contra. O se decide de una vez a aplicar la ley de una vez por todas en Cataluña caiga quien caiga, o quien acabará cayendo, con deshonor y vergüenza, será él mismo, a quien todos pediremos responsabilidad por la ruptura de España.

LFU

29 de octubre de 2015

Mi princesa roja

Ayer, junto a mi mujer y mis padres, acudí al estreno del musical "Mi princesa roja", sobre el amor y la muerte en José Antonio. 

Sólo por ver la primera escena ya merece la pena haber ido. Como los buenos aficionados que después de ver una buena verónica se levantan del tendido y se van a casa porque lo demás no puede superarlo. 

El musical, con sus licencias históricas, que las hay, es un canto a la verdad y al amor en la vida de un José Antonio desconocido por la España de hoy. 

Me quito el sombrero ante quienes han puesto su afán, su dinero y su vida por dignificar a uno de los mejores políticos que han nacido en España. Sólo por eso ya tendrían mi apoyo. Pero además, el musical contiene sorpresas y temas de altura. Merece mucho la pena, de verdad.

LFU

28 de octubre de 2015

No es provocación, es sedición

Confieso que, en mi ardorosa ingenuidad, llegué a pensar ayer que Mariano Rajoy iba, por fin, a tomar una decisión sobre el problema catalán. Que, por fin, el imperio de la ley y el Estado de derecho iban a ser respetados en Cataluña. 

La percha que le dieron los independentistas con la resolución presentada en el Parlamento de Cataluña no podía ser mejor. En negro sobre blanco se hace público un acuerdo para cometer un delito de rebelión o, cuando menos, de sedición, de los regulados en los artículos 472 y 544 del Código penal, lo que implica ya la comisión del delito en grado de conspiración.

Rajoy tenía y tiene elementos suficientes para incitar al Fiscal General para que cumpla con su deber, es decir, garantice el cumplimiento de la legalidad en Cataluña y tiene elementos más que suficientes para aplicar el artículo 155 de la Constitución, asumir las competencias de la Generalidad y nombrar un delegado del Gobierno en Cataluña para que garantice el orden y el cumplimiento de la legalidad.

Pues no. se limitó a llamar provocación lo que no es sino sedición. Se limitó a repetir solemnemente lo que constituye su obligación más básica, cumplir y hacer cumplir la ley. Pero esto no es lo que espera ni necesita España. Los españoles que cumplimos con la ley cada día exigimos un respeto y que, de una vez por todas se pasen de las palabras a los hechos. 

La hora ha llegado y ya está tardando el gobierno en asumir su responsabilidad.

LFU  

15 de octubre de 2015

Independencia con acento en la “a"

Resulta sintomático que la canalla cateto-nacionalista-catalana haya adoptado en sus eslóganes la tradicional fonética abertzale-etarra consistente en acentuar la última sílaba de las palabras, sean éstas esdrújulas o llanas.

¡In!-¡dé!-¡indé-pendén-siá!

braman los catetos en cada ocasión que tienen con gesto desafiante y desafiando todas las reglas de la gramática catalana. Se produce así una curiosa mimetización con el cateto nacionalista vasco –ahora en estado durmiente- adoptando sus gritos de rebelión.

Ya sólo nos falta ver a Arturo Mas con un pendiente y una coleta teñida a un lado de la cabeza para  completar el esperpento.


LFU

8 de octubre de 2015

¿Muerte digna?


Durante los últimos días ha sido incesante y unidireccional el mensaje que los medios de comunicación han venido ofreciendo con ocasión de la petición de unos padres de procurar una “muerte digna” a su hija Andrea de 13 años, aquejada de una enfermedad degenerativa irreversible, y que, según acabo de conocer, ya descansa en paz.

Debo decir que me impresionó escuchar a la madre de esta niña decir que no querían ver cómo sufría inútilmente, cuando al parecer y según el testimonio de los médicos que la trataban, la niña tan sólo estaba siendo alimentada mediante una sonda nasogástrica ya que sus órganos vitales funcionan por sí solos.

Lejos de mi intención el juzgar el comportamiento de unos padres atribulados por el sufrimiento, y que hoy velarán con inmenso dolor el cuerpo sin vida de su hija. Pero su caso, convenientemente aderezado, está siendo arteramente aprovechado y difundido por los defensores de la eutanasia, para lanzar un mensaje tan claro como perverso: resulta incompatible la dignidad con el sufrimiento, lo cual implica despojar a un ser humano de un rasgo inherente a su propia naturaleza.

La dignidad de un ser humano no puede contraponerse a su naturaleza. Sufrir, envejecer –que no es sino degenerarse progresivamente- y morir no son fenómenos que degraden la dignidad de un ser humano sino que son consustanciales a su propia condición humana. Es muy diferente aplicar métodos terapéuticos para ahorrar sufrimientos innecesarios ante el inevitable final de la vida que provocar voluntariamente la muerte de un ser humano negándole la alimentación para evitar ver cómo se degrada lentamente hasta la muerte.

No se trata de impedir la muerte por medios artificiales extraordinarios -lo que merece análogo reproche- sino de dejar que la naturaleza siga su curso, paliando sufrimientos innecesarios con métodos terapéuticos.

El veneno que se inocula con la falacia de la mal llamada “muerte digna” no es sino una variante de la narcotización de una sociedad nihilista que sólo encuentra su razón de ser en el placer. Una sociedad egoísta que trata de despojar de dignidad a los moribundos, a los más débiles, a los que, a la luz de la ciencia no tienen esperanza de recuperación, a los que tan sólo suponen una carga para la sociedad. Una sociedad que se ha acostumbrado tanto a mirarse a sí misma que es incapaz de abrir los ojos a la realidad y defender la vida de los seres humanos más indefensos.

Pienso hoy en los miles de ancianos  aquejados del mal de alzheimer a los que sus familiares se afanan cada día en cuidar con amorosa ternura, sabiendo la condición irreversible de dicha enfermedad degenerativa. No creo que ninguno de ellos se lleve a engaño ni espere una mejoría. Saben que si dejaran de alimentarlos, si dejaran de cuidarlos, de limpiarlos, provocarían su final. Pero no les imagino diciendo que no quieren seguir viendo cómo se apagan.  Cada sonrisa, cada día que amanece en los ojos de esos enfermos, es una oportunidad para los que le rodean de crecer como personas, aprendiendo el verdadero sentido del amor.

Ojalá algún día podamos vivir en una sociedad en la que, frente a la cultura de la muerte, podamos proclamar sin complejos la cultura del amor, la cultura de la vida. Como gritó  Santa Teresa de Calcuta en la sede de Naciones Unidas “No los matéis, dádmelos a mí”. Se refería a los más débiles indefensos, a los no nacidos y a los ancianos, a los abandonados, a todos los que suponen una pesada losa para una sociedad anestesiada y egoísta que sólo piensa en su propio bienestar.  Ella fue la pública encarnación del mensaje de amor y entrega de Cristo: “Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.” (Mt. 25. 31-46) y seguro que con ese mismo amor habrá abrazado esta mañana el alma de Andrea.


Publicado de ABC el 10 de octubre de 2015.


Luis Felipe Utrera-Molina Gómez
Abogado

29 de septiembre de 2015

¿Por qué hubo un 18 de julio de 1936?. Por José Javier Esparza

Por su gran claridad e interés, reproduzco a continuación el artículo de J.J. Esparza en La Gaceta

Sin el alzamiento de 1936, la consecutiva guerra civil y su victoria, Franco habría pasado a la Historia simplemente como un sobresaliente militar de la guerra de África. Pero hubo un 18 de julio. Hubo una guerra. La ganó él. De esa guerra salió un régimen que modificó para siempre la Historia de España. Por eso es imprescindible empezar este repaso del franquismo, cerca ya del cuadragésimo aniversario de la muerte del dictador, por el principio: por qué hubo un 18 de julio de 1936.

Primer acto: Octubre de 1934

Hay que repasar detalladamente los acontecimientos para entender qué pasó. En octubre de 1934, la izquierda –fundamentalmente el Partido Socialista- y el separatismo catalán habían intentado un levantamiento revolucionario contra el gobierno de la República. La excusa fue la entrada en el Gobierno de la CEDA, el partido de las derechas, que era, por cierto, el que había ganado las anteriores elecciones, pero al que la presión de la izquierda había vetado hasta entonces las carteras ministeriales. Los socialistas, mayoritariamente bolchevizados bajo el liderazgo de Largo Caballero, querían instaurar la dictadura del proletariado, y los separatistas catalanes, por su parte, aspiraban a proclamar su independencia. El golpe de la izquierda fracasó, aunque en lugares como Asturias dio lugar a una pre-guerra civil.

Las represalias políticas sobre los dirigentes de la intentona fueron mínimas: el propio Largo Caballero, principal líder del complot, sólo cumplió un año de cárcel y, juzgado, resultó asombrosamente absuelto. Sin embargo, la propaganda de la izquierda, que exageró hasta el infinito la represión gubernamental sobre los insurrectos (y, enseguida, el nimio caso de corrupción conocido como “estraperlo”), creó una atmósfera de revanchismo absolutamente insoportable. La inestabilidad de los sucesivos gobiernos de centro-derecha, acosados por la hostilidad del presidente de la República, Alcalá Zamora, hizo el resto. En noviembre de 1935 Alcalá Zamora fuerza un cambio de gobierno, desaloja del poder a la CEDA, entrega el gabinete a un hombre de su confianza, Portela Valladares, y firma el decreto de disolución de las cámaras con la consiguiente convocatoria automática de elecciones legislativas. Una de las primeras decisiones de Portela fue alejar de Madrid a los militares que consideraba poco afectos. Franco, por ejemplo, fue enviado a las Canarias.

Alcalá Zamora tenía, sin duda, sus razones. Persuadido de que la derecha no compartía su proyecto republicano original, y convencido igualmente de que la izquierda volvería a echarse al monte si la derecha ganaba de nuevo, se veía a sí mismo como única garantía de estabilidad. Su objetivo era crear una gran fuerza de centro que templara a unos y a otros. Sin duda Alcalá Zamora sobreestimó sus propias capacidades, porque aquel “centro” nunca fue una “gran fuerza”. De hecho, se hundiría en la más absoluta irrelevancia. Las elecciones de febrero de 1936 fueron su tumba.

Urnas sucias

Las elecciones de febrero de 1936 fueron cualquier cosa menos un ejemplo de limpieza democrática. El clima general, para empezar, era de una crispación irreversible. La izquierda comparecía en un amplio bloque, el Frente Popular, que abarcaba desde los republicanos de Azaña hasta el entonces pequeño Partido Comunista, pasando, por supuesto, por el Partido Socialista Obrero Español, que era el gran partido de masas de la izquierda. La coalición contaba además con el respaldo expreso de los anarquistas de la CNT. Azaña veía este bloque como una “conjunción republicana” que permitiría mantener a la derecha alejada del poder y llevar a cabo el proyecto reformista radical por el que venía clamando desde 1930: una suerte de revolución francesa a la española. ¿Y la izquierda revolucionaria consentiría en quedarse al margen? Azaña parecía persuadido de que su mera persona bastaba para conjurar cualquier peligro. Además, contaba con la proximidad de socialistas notables como Indalecio Prieto, partidarios de una “revolución gradual”. 

Pero las cosas se veían de forma muy distinta en el ala mayoritaria del PSOE, la de Largo Caballero, para quien la victoria electoral no era sino un paso necesario para instaurar la dictadura del proletariado. Hay que leer los textos del propio Largo Caballero y de su periódico, “Claridad”: el PSOE de entonces soñaba abiertamente con una España soviética.

La derecha, por su parte, comparecía a las elecciones entre la exasperación, la decepción y el miedo: alejada alevosamente del poder –legítimamente ganado- por maniobras de palacio, enfrentada a la áspera constatación de que sus votos habían servido para bien poca cosa y, para colmo, aterrada por la inequívoca voluntad revolucionaria de la izquierda, las candidaturas de la derecha aspiraban cada vez mas a soluciones “de orden” y creían cada vez menos en la propia República. No había, ciertamente, un proyecto de derechas para la II República: si alguna vez lo hubo, la amarga experiencia de gobierno lo había disuelto para siempre.

Las elecciones las ganó el Frente Popular. Lo que nadie puede decir es que las ganó limpiamente. Nunca se proclamaron los resultados –en votos- de la primera vuelta. De hecho, el primer cálculo relativamente documentado del escrutinio real fue el que publicó Tusell en los años 70 (un empate con leve ventaja de la izquierda), y aun este resulta discutible. El recuento de los votos y la consecuente atribución de actas fue una merienda de negros por la presión violenta de los piquetes de la izquierda, que adulteraron escrutinios y atribuyeron actas de diputado a su antojo. No hay nada más ilustrativo que leer las memorias de los propios interesados, desde Azaña hasta Prieto, que no ocultan los sucesos. La derecha denunció el robo de papeletas, pero sus quejas no fueron atendidas por “falta de pruebas”. En plena vorágine, el gobierno de Portela, aterrado, resuelve resignar el poder en Azaña, o sea, en los vencedores de la primera vuelta, de manera que la segunda ronda de las elecciones –porque era un sistema de dos vueltas- se verifica bajo el control de los mismos que habían adulterado la primera. La propaganda de la izquierda ha mitificado mucho la victoria electoral del Frente Popular en 1936, pero la verdad es que aquello fue, propiamente hablando, un “pucherazo”.

¿Qué hacía Franco hasta ese momento? Mirar. Moverse aquí y allá. Aparecer en la vida pública, pero sin estridencias. En 1936 Franco era un joven general de 44 años –llevaba el fajín desde los 33- que levantaba las mayores suspicacias en el Frente Popular. Había sido gentilhombre de cámara de Alfonso XIII, que incluso apadrinó su boda, lo cual le convertía en un monárquico aun sin serlo de forma militante. Primer director de la Academia Militar de Zaragoza –hasta que Azaña la cerró-, relegado luego al mando de una brigada en La Coruña y compensado más tarde con un destino en las Baleares, Franco volvió a entrar en la cúpula militar cuando el gobierno de Gil Robles le ascendió a general de división y, aún más, se le encomendó la misión de sofocar la revuelta de octubre de 1934, cosa que hizo bajo el mando nominal de un militar republicano y masón: el general López Ochoa. Al año siguiente Franco fue designado jefe del Estado Mayor del Ejército, un nombramiento que situaba al general inequívocamente en el ámbito de la derecha republicana. Por eso se le alejó a las Canarias en cuanto Alcalá Zamora privó a la derecha del poder.

El gobierno del Frente Popular enseguida dio muestras de su debilidad. Azaña formó un gabinete exclusivamente republicano, sin socialistas, pues éstos, pese a su mayoría parlamentaria, prefirieron mantenerse al margen de los ministerios. ¿Por generosidad? En realidad, no: más bien para llevar a cabo en las calles lo que no hubieran podido hacer desde el poder ejecutivo. Si Alcalá Zamora esperaba poder controlar a la izquierda republicana, los hechos demostraron que erró gravemente. Y no menor fue el error de Azaña al pensar que podía controlar a su vez a los socialistas. Sólo un dato: el estado de alarma, proclamado formalmente por el gobierno Portela Valladares el 17 de febrero de 1936, fue prorrogado después, mes tras mes, por el gobierno de Azaña contra lo que el propio Frente Popular prometía en su programa.

Primavera trágica

¿Había razones para la alarma? Sí. La violencia ya se había adueñado de las calles. Entre febrero y junio de 1936 va a haber más de trescientos asesinatos políticos. La mecha la habían prendido los anarquistas años atrás, durante el primer mandato de Azaña. Ahora los socialistas se sumaban a la orgía de pistolas e incendios. En el otro lado, los falangistas contestaban. Y no sólo ellos, porque el clima político se deterioró muy rápidamente. El gobierno, ante semejante paisaje, se vio desbordado por los acontecimientos. Podía reprimir a las derechas, pero lo tenía mucho más difícil con las izquierdas porque, al fin y al cabo, su mayoría parlamentaria dependía de ellas.

Para conjurar el clima de guerra civil y asentar su propio poder, Azaña y el socialista Indalecio Prieto urdieron una maniobra más o menos legal que pasaba por derribar a Alcalá Zamora de la presidencia de la República, pues no se fiaban de éste. Ocurría que la ley limitaba a sólo dos las posibilidades del presidente de disolver las cortes, y la segunda debía ser enjuiciada por la cámara. Alcalá Zamora, en efecto, había disuelto las cortes dos veces: una, para formar las constituyentes, y la segunda para convocar las elecciones de 1936 (es decir, para llevar a la izquierda al poder). A esto se agarraron Prieto y Azaña para acusar al presidente de haber disuelto las cortes injustificadamente. En realidad se trataba de un golpe de estado legal. El objetivo era que Azaña quedara como presidente de la República e Indalecio Prieto fuera nombrado presidente del Gobierno, pero algo torció sus planes: la oposición del ala socialista mayoritaria, la de Largo Caballero, que no quería ver en modo alguno a Prieto en el gobierno. ¿Por qué? Tanto por ambición de Largo, alérgico a cualquier liderazgo que no fuera el suyo, como por temor a que Prieto paralizara el proceso revolucionario. Las facciones de Prieto y Largo habían llegado a enfrentarse a tiros en la campaña electoral. Ahora no iban a hacer las paces. Prieto se quedó sin regalo. Era abril de 1936.

La jefatura del gobierno acabó recayendo en un hombre de Azaña, Casares Quiroga, sin energía para controlar a las izquierdas desbocadas. Al contrario, toda su voluntad parecía puesta en ganarse la aquiescencia de los revolucionarios. El resultado fue una política absolutamente arbitraria. Un buen ejemplo de esta política hemipléjica lo sufrió Franco en sus propias carnes cuando concurrió como candidato en las elecciones parciales de Cuenca. En esta provincia, la jarana electoral de febrero había dejado a la circunscripción sin representantes. Hubo que repetir los comicios y las derechas presentaron una lista “preventiva”: la componían José Antonio Primo de Rivera, para librarle de la cárcel, Goicoechea, que era el jefe más notorio de los monárquicos de Renovación Española, y el propio Franco, al parecer porque Gil Robles, entonces en la oposición, quería traerle a Madrid y exhibir su presencia en las Cortes a modo de advertencia. El Gobierno vetó la candidatura de Franco y el resultado final de las elecciones fue tan fraudulento como el de las generales.

A estas alturas las conspiraciones dentro de la derecha ya eran imparables. ¿Y Franco? Franco se reúne con unos y con otros, participa junto a Mola en una discreta asamblea con generales retirados, mantiene también contacto con la CEDA, incluso se entrevista con José Antonio Primo de Rivera (y no se entendieron en absoluto). Pero si algo caracteriza a Franco en este periodo es su extrema prudencia. Muchos le reprocharán entonces indecisión y falta de arrojo, pero no era eso: durante su etapa de jefe del Estado Mayor –Payne y Palacios han documentado muy bien este episodio-, Franco había creado un servicio de contravigilancia para conocer el ambiente en los cuarteles, y gracias a ese instrumento supo que el porcentaje de revolucionarios dentro de las fuerzas armadas era elevadísimo. Franco sabe que cualquier intento de apartar al Frente Popular del poder derramará inevitablemente mucha sangre. Y sabe también que la pasividad del Gobierno está llevando las cosas a una situación sin retorno. El 23 de junio Franco escribe al entonces presidente del Gobierno, Casares Quiroga, manifestándole su inquietud por la situación política y la preocupación en ámbitos militares. Era un último cartucho. Casares ni siquiera contestó.
Mola tuvo listo su plan al final de la primavera. No era un pronunciamiento al estilo decimonónico, ni tampoco un golpe “técnico” con ocupación de centros de poder, sino más bien una especie de marcha militar sobre Madrid a partir de los centros que se esperaba controlar en la periferia: Barcelona, Pamplona, Galicia, Andalucía… Franco seguía sin verlo claro, pero la efervescencia en las calles y la impotencia del gobierno empujaban a un desenlace inevitable. El 13 de julio, policías de obediencia socialista salen del cuartel de Pontejos, en Madrid, para matar a los líderes de la oposición. A Gil Robles alguien le avisa antes y puede poner pies en polvorosa, pero a Calvo Sotelo le localizan en su casa, le hacen subir a un furgón y allí le descerrajan dos tiros en la cabeza. “Ese atentado es la guerra”, dijo el líder socialista Zugazagoitia cuando los propios autores del crimen le contaron lo que había hecho.

Era verdad. Ese día, Franco dejó de dudar. El levantamiento empezó en la tarde del 17 de julio en Melilla. El golpe propiamente dicho fracasó, pero como aquello no era una simple conspiración militar, sino una rebelión de media España, se convirtió en guerra civil. Así comenzó todo.

26 de septiembre de 2015

Cataluña nunca dejara de ser española. Por José Utrera Molina

Artículo publicado en Abc el 26 de septiembre de 2015

Hace ya muchos años en el calendario alborotado de España, se registraba un acontecimiento para muchos españoles extremadamente doloroso. El presidente de la Generalitat de entonces, había culminado su siembra y declarado el Estado Catalán. Yo entonces, tenía 9 años y por tanto no podía comprender la profundidad del acontecimiento que las radios transmitían. Pero hubo algo referido en algún que otro artículo mío, que me llamópoderosamente la atención. Las lágrimas de mi abuelo que se encontraba encorvado junto a un aparato de radio telefunkenCreo que ahí nació el dolor de mi patriotismo. No presumo de él. Lo ostento y creo que me acompañaráen los últimos momentos de mi vida.
Cataluña es una parte fundamental y esencialísima de España. Yo he recorrido sus ciudades, sus pueblos. He convivido con una gente verdaderamente extraordinaria. Jamás se planteó en mi presencia la posibilidad de una separación de aquellas tierras entrañables. Pero lo fataltiene siempre una vertiente de ocurrencia y hoy nos arrebata el corazón las vísperas de un episodio trascendente.
Si repasamos la historia de España, nos encontramos con infinidad de episodios que otorgan al pueblo catalán la hegemonía del patriotismo español. En la guerra de la Independencia, brillaron a gran altura, no solamente figuras excepcionales sino el furor contenido de los catalanes que no podían admitir que nos pisaran las botas el ejército francés comandado por Bonaparte. Nos preguntamos atónitos y turbados pero ¿es posible que se plantee un problema de estas dimensiones, de este significado y de esta importancia?. ¿Es posible que sobre el silencio de los españoles se pueda perpetuar un crimen histórico que abandera y eleva a nuevos altares  al espíritu de Cataluña?. Cataluña es española, lo repito una y otra vez. Un hijo mío ha permanecido sirviendo los intereses españoles más de 18 años en Barcelona. Ha vivido las notas increíbles de una sinfonía sin instrumentos. Me refirió en varias ocasiones la úlcera agrandada por insolventes y malhechores y que tarde o temprano esa herida tendría que abrirse ante la perplejidad dolorosa de todos los españoles. Pues bien, esa hora ha llegado. Estamos en las vísperas de un acontecimiento inigualable, de una traición que pone los vellos de punta, de un disparate que no tiene límites ni explicaciones. España no puede permitir que una parte de sus entrañas quede desgajada de su valor central, corrompiendo lo que los siglos han compuesto como una irrevocable unidad de todos aquellos que nos sentimos españoles. ¿Qué vamos a hacer? Todo menos callarnos. Denunciamos en alta voz la trágica desmesura del SeñoMas y nos sorprende dolorosamente que haya gente que le acompañe en su camino infernal y traidor. Yo acuso al Señor Más de traidor y lo hago con toda la fuerza de mi espíritu, con todos los resortes que aún me quedan de mi empobrecido corazón. Le pido a Dios morir antes que contemplar la ruptura de la sagrada unidad de España. 
Alguien dirá que tengo el alma encendida. Es cierto. Y me duele y me destroza este fuego interior pero España no puede morir en brazos de gente sin escrúpulos que tienen por emblema la cobardía y por cobijo la mayor de las desvergüenzas.