"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

30 de diciembre de 2016

Nota de prensa de José Utrera Molina sobre la revocación de la medalla de oro de la provincia de Sevilla.

Nota de prensa de José Utrera Molina en relación con el acuerdo de revocación de la medalla de oro de Sevilla por el pleno de la Diputación de Sevilla celebrado el 29 de diciembre de 2016.


Ante la publicación de la noticia relativa a la aprobación por el pleno de la Diputación de Sevilla celebrado ayer, día 29 de diciembre, del segundo acuerdo de revocación de la medalla de oro de la provincia que me fue concedida por esa misma institución en el año 1969, quiero manifestar lo siguiente: 

1º.-        El acuerdo de revocación se fundamenta única y exclusivamente en motivos ideológicos como lo son mi condición de falangista y mi lealtad al que fue Jefe del Estado Español D. Francisco Franco Bahamonde, circunstancias éstas que concurrían en mi persona al tiempo de recibir tal distinción y permanecen incólumes, por lo que el acuerdo vulnera frontalmente la prohibición de discriminación por motivos ideológicos consagrada en el artículo 14 de la Constitución Española.

2º.-        En el expediente del que se me dio traslado por la Diputación para efectuar las  alegaciones que estimara pertinentes  en defensa de mi derecho, no constaba la existencia de testimonio alguno de personas o familiares de personas supuestamente represaliadas durante mi mandato como gobernador, ni de prueba alguna referida a tales extremos, por lo que cualquier referencia a tales testimonios es mendaz y vicia de nulidad el referido acuerdo en cuanto se refiera a los mismos, creando indefensión, pues no existe ni puede existir prueba alguna de tan graves e injustas acusaciones. 

3º.-        Toda vez que la actual Diputación de Sevilla se ha erigido en sanedrín de la historia reciente de la provincia, personalizando en mí la reprobación de cualquier persona que tuviera responsabilidades durante el régimen nacido el 18 de julio de 1936, me veo en la obligación moral de defender mi honor y el de tantos alcaldes, gobernadores y cargos públicos que sirvieron a Sevilla y a España con honestidad y con el único propósito de mejorar las condiciones de vida de los españoles.

4º           Por todos los motivos anteriores, anuncio mi intención de recurrir, nuevamente, el acuerdo de revocación ante la jurisdicción contencioso-administrativa.



Madrid, a 30 de diciembre de 2016

28 de diciembre de 2016

Los inocentes

Reproduzco por su calidad e interés el artículo de Enrique García-Máiquez en el Diario de Cádiz
Monumento al niño no nacido

Si las Navidades le parecen demasiado empalagosas, es que está usted abusando del turrón y las tortas pardas. Estos días mantienen un equilibrio extremo entre la ternura y la entrega, entre la misericordia y el sacrificio. Los poetas del Siglo de Oro lo tenían claro, y en sus villancicos contemplaban también el llanto del Niño, el frío del invierno, la pobreza del pesebre, el puñal que atravesaría el pecho de la Virgen y la futura cruz. Véase Lope de Vega: "Dormid entre pajas/ que, aunque frías las veis,/ hoy son flores y rosas,/ mañana serán hiel"; o Luis de Góngora: "Cuando el silencio tenía/ todas las cosas del suelo,/ y coronada del yelo,/ reinaba la noche fría,/ en medio la monarquía/ de tiniebla tan crüel,/ caído se le ha un clavel/ hoy a la Aurora del seno..."
Además, entre la gran fiesta de la Navidad y el festejo total de fin de año, se sitúa la festividad de los Santos Inocentes, con su recuerdo de horror y muerte. La historia es conocida, pero, por si la tradición tontaina de las inocentadas la está relegando, la recuento. Herodes, temeroso de las profecías que hablaban del nacimiento de un Rey en Belén, ordena que pasen a cuchillo a los niños de la comarca menores de dos años. El cristianismo los consideró como sus primeros mártires, santos por su bautismo de sangre.
Hoy es fácil (y en cierto aspecto consolador) ver en ellos a los patronos de tantas víctimas del aborto. Entonces y ahora, la actuación del poder político es desalmada y plantea en toda su crudeza las contradicciones entre la legalidad establecida y la justicia por establecer. Otra similitud tremenda es la completa inocencia de las víctimas.
Me escandaliza -y al reconocerlo me meto en camisa de once varas- que a Sarah Palin, por ejemplo, le critiquen la supuesta incoherencia de estar a favor de la pena de muerte y en contra del aborto. Los que usan ese argumento demuestran la envergadura de su desorientación moral. Pena capital y aborto son radicalmente distintos, y su diferencia estriba, fíjense, en el concepto de culpa, que nuestra sociedad está perdiendo a pasos agigantados de una manera suicida. La pena de muerte -que yo, cuidado, no considero imprescindible ni, por tanto, conveniente- sólo se aplica a los autores de crímenes muy graves, y después de haber sido juzgados con las máximas garantías. En el aborto, por el contrario, se mata al feto sin juicio previo, lo cual no es de extrañar porque sería declarado inocente en todos los casos. A menudo, lo único que el feto hizo fue tener una discapacidad psíquica o física. El aborto, como sabe todo el mundo, se ha convertido en un instrumento eugenésico masivo que habría hecho las delicias de Hitler. Sobre esto, que socava profundamente la legitimidad de nuestro sistema político, tendríamos que reflexionar cada día. Pero ninguno más apropiado que hoy para recordar cómo el aborto se ceba con los inocentes."

Enrique García Máiquez

23 de diciembre de 2016

Feliz Navidad


"Lo emocionante de la Navidad reside (...) en una paradoja vieja y muy sabida. Descansa en la gran paradoja de que el poder y el centro del universo entero pueden hallarse en un pedacito de materia al parecer diminuto, y que el curso de las estrellas puede hacer ronda a un portal destartalado. Y resulta extraordinario constatar cómo esa sensación de la paradoja del pesebre ha escapado por completo a los teólogos más brillantes e ingeniosos, mientras que se conserva en los villancicos. En ellos, por lo menos, nunca se ha olvidado que el asunto central de la historia que había que contar era que alguna vez el absoluto rigió el universo desde un establo.” 

Gilbert K Chesterton

Con la impresionante imagen de una Puerta de Alcalá en la que, gracias al gobierno comunista municipal, el niño Dios está más presente que nunca por deseo y voluntad de los que aquí vivimos, os deseo a todos los que tenéis la gentileza de leer y divulgar esta humilde página, y también a quienes os habéis asomado a ella para insultar y ofender, una feliz Navidad.

Dios nace para todos y es de todos, especialmente de quienes más lo necesitan porque, o no conocen su Amor o han venido rechazándolo hasta ahora. Que nazca de nuevo para todos vosotros en vuestro corazón.


LFU

21 de diciembre de 2016

La chispa que puede romper el PP

No hay peor ciego que el que no quiere ver. El sorprendente artículo del vocero de Soraya del pasado domingo defendiendo abiertamente la necesidad de una consulta no vinculante y pactada sobre la independencia en Cataluña es una señal más de la deriva que nos espera en relación con la culminación de un proceso criminal de secesión iniciado hace décadas y que ha sido alimentado por la dejación, cuando no la connivencia, de quienes han detentado la Presidencia del gobierno.  Si a eso le unimos las declaraciones de Soraya en un medio de comunicación reconociendo el error del Partido Popular al recurrir el Estatuto de Cataluña al Tribunal Constitucional, resulta evidente que el Gobierno está dispuesto a seguir siendo amable con los separatistas, con tal de conseguir un nuevo aplazamiento de sus envites.

Rajoy juega con fuego, pero como tiene la sangre de horchata, todo le da igual. Lo importante es el corto plazo y en su irresponsable miopía no es capaz de vislumbrar las nefastas consecuencias de sus acciones o inacciones. Su partido se ha convertido en un aparato de poder ajeno a cualquier principio o referencia ideológica, que se mueve a golpe de lo que le dictan las encuestas. Su consigna es aguantar a toda costa y seguir arrebatandole el discurso al PSOE sin dejar de alimentar al monstruo de Podemos, para que no baje el diapasón del miedo que tanto rédito le ha dado a don Tancredo. Nadie podrá decir que Arriola se haya equivocado en su estrategia, aunque ésta sea, a la larga, nefasta para el futuro de nuestra nación. 

Igual que renunció a defender la vida abrazando la ley Aído, igual que ha mantenido la ley de memoria histórica para dar de comer a la extrema izquierda, me temo que Rajoy seguirá consintiendo el desafío separatista, alimentando a la bestia para que explote, si acaso, cuando él se vaya, o no. Pero la única posibilidad cierta de que se rompa de una vez el Partido popular y emerja de una vez un partido conservador en España es que se pase de rosca con el tema catalán y se advierta un serio peligro para la unidad de España. El resto de los problemas no hará temblar los cimientos de Génova, pero ese sí. La renuncia de Aznar a la presidencia de honor es el primer aviso de que algo se está gestando en el mundo de la derecha y es un secreto a voces quiénes están detrás de ese proyecto y cuál es la única chispa que puede hacer que salga a la luz y rompa en pedazos el partido socialdemócrata en el poder. Personalmente, dudo mucho que Rajoy y España aguanten otro nueve de noviembre en el que se vuelva a pisotear el estado de derecho ante la pasividad de la autoridad.


LFU     

20 de diciembre de 2016

D. Luis Carrero Blanco, la honradez al servicio de España

Luis Carrero Blanco y José Utrera Molina en Castellana 3
Hoy, cuando se cumplen 43 años de su asesinato a manos de la ETA y con la complicidad del Partido Comunista y la distancia nos permite comprobar con serenidad cómo ha evolucionado negativamente el espíritu de servicio en nuestros gobernantes, rescato un artículo que publiqué hace cuatro años con motivo de la efeméride. 

«El palacete de Castellana 3 albergaba la Presidencia del Gobierno. Era el Día de la cuestación en beneficio de la ayuda contra el cáncer. Presidía la mesa petitoria instalada ahí la esposa del entonces Presidente del Gobierno, el Almirante Carrero Blanco. La mujer de Carrero, Carmen Pichot, para agradecer a sus compañeras de mesa la colaboración prestada, encargó en el inmediato restaurante «Jockey», templo sagrado de la gastronomía madrileña, unas bandejas de canapés y unas bebidas. Llegó el Almirante y reconoció, por el inconfundible cuello verde de los camareros de «Jockey», a quien servía los canapés y las bebidas. Y amablemente le preguntó por el motivo de su presencia. «La señora de Carrero Blanco nos ha encargado este servicio». «Pues servicio cancelado», dijo Carrero. Y dirigiéndose al camarero, que era el célebre Torres, por quien supe del sucedido: «Muchas gracias. No tenemos dinero para pagar un restaurante tan caro. Dígale al señor Cortés de mi parte que considero sus canapés como su aportación a la lucha contra el cáncer». Cortés, enterado del asunto, se presentó en la mesa y depositó un generosísimo donativo.» (Del artículo de Alfonso Ussia en La Razón  “Eso, la decencia”)

Cuenta mi padre en sus memorias que en una ocasión, despachando con el Almirante Carrero en su despacho de Castellana 3, y tras comentarle a Carrero lo que le llamaba la atención que siempre agotase los bolígrafos bic hasta dejarlos sin tinta, remendándolos incluso con celofán en caso de rotura, éste le contestó: “No lo olvide nunca, Utrera: cada duro del Estado es sagrado”.

Y refiere  Manuel Campo Vidal en su interesante libro sobre el asesinato de Carrero escrito allá por principios de la década de los 80, cómo el Almirante, hombre metódico en sus hábitos, pedía todos los días al llegar al despacho, de la cafetería del otro lado de la Castellana, un café y un paquete de ducados que invariablemente pagaba de su propio bolsillo al camarero que se lo llevaba -lo que nos da una idea de la seguridad del Presidente- y con frecuencia le alargaba el duro de rigor al mendigo que había en la puerta de la Iglesia de los Jesuitas de Serrano que, por cierto, se quejaba de que Carrero no le actualizase la propina según el  coste de la vida.

Tres pinceladas que nos ponen sobre la pista de un hombre honesto a carta cabal, austero y escrupuloso cual cabo furriel, en el manejo de los fondos públicos. Carrero era el epítome del espíritu de servicio que caracterizó a una clase política que nada tiene que ver con la que padecemos en la actualidad. Carrero era militar. Como tal, amaba a España por encima de todo y a su servicio sacrificó su verdadera y apasionada vocación de marino en una constante y abierta muestra de fidelidad a Francisco Franco. Pero Carrero era mucho más. Cuando hace unos días escuchaba a un periodista calificarle de “mediocre” me preguntaba si alguna vez este sujeto habría leído los libros que Carrero escribía con el seudónimo de Juan de la Cosa o habría leído el brillante informe de Carrero sobre la situación de las fuerzas contendientes en la Segunda Guerra Mundial de 11 de noviembre de 1940, que pesó considerablemente en Franco para evitar la entrada de España en el conflicto.

Hacer cábalas sobre lo que hubiera sido la Historia de España con Carrero vivo a la muerte de Franco carece de sentido aunque la clave siempre habría que buscarla en su condición de militar. Los terroristas y sus cómplices asesinaron a un hombre bueno y honrado por encima de todo. A uno de los mejores servidores públicos que ha tenido España. Nada más. Y en el aniversario de su vil asesinato, que tanto celebraron sus adversarios, elevo una plegaria por su alma al tiempo que lanzo al aire, evocando el viejo ritual castrense en desuso:

Almirante Luis Carrero Blanco ¡Presente!

LFU  

12 de diciembre de 2016

Error e infamia. Por José Utrera Molina


Hoy en mi recorrido habitual por la prensa mañanera tropiezo de nuevo con una serie de desinformaciones con las que ABC nos viene obsequiando desde hace algunos días con gran relieve tipográfico,  a cuenta de unos documentos inéditos que dicen todo lo contrario de lo que sugieren los titulares. Se aprovecha el “hallazgo documental” para denigrar hasta la náusea -recurriendo a fuentes absolutamente miserables- a quien fuera Jefe del Estado Español durante 40 años, al mismo  al que la familia Luca de Tena debería agradecer siempre haber recuperado su patrimonio incautado y la dinastía Borbón una corona perdida, en buena parte, por sus propios errores.

Como yo sí tengo memoria, se estremece mi corazón al ver cómo la figura de Francisco Franco es azotada sin misericordia alguna por el diario en cuyas páginas se incluyeron los más altos elogios que recibió en su vida el que fue Jefe del Estado español.   Presiento que asistimos a una estrategia que pretende legitimar la corona al margen de quien, a la postre, fue su principal valedor, con el objeto de evitar ser objeto de la deslegitimación que va implícita en la maldita Ley de Memoria Histórica, que el Partido popular ha querido conservar con grave irresponsabilidad.

Los ataques del diario monárquico contrastan con el enorme respeto con el que el rey Juan Carlos habla de su predecesor, a quien se refiere a menudo como “el Caudillo”  con un afecto y cariño personal que creo sinceros.  Él es plenamente consciente de que sin el impulso y voluntad de Franco, no hubiera vuelto la monarquía a España. Así lo ha reconocido en múltiples ocasiones, haciendo honor a la verdad, puesto que la inmensa mayoría del pueblo español, terminada la contienda, estaba centrada en la tarea de reconstruir España y no precisamente comprometida en conspiraciones de salón para decidir entre la monarquía o cualquier otra forma de gobierno, algo que quedaba reducido a minorías diletantes bien acomodadas.  Me atrevo a aventurar que esta andanada de ataques –algunos de ellos de un ínfimo nivel periodístico- terminarán por volverse como un bumerang contra ABC, pues lo que quedan son los documentos y de ellos lo que se desprende es el enorme sentido común de Francisco Franco y la prudencia con la que manejó los tiempos para evitar nuevas convulsiones.

Evidentemente, se trata también de denigrar a la Falange, como depositaria de todos los males. Y yo afirmo también que no hubo una tropa más leal que la constituida por aquellas gentes que mantenían en el alma el fuego de un incendio apagado, cuyas brasas alimentaban sin embargo la ilusión de muchos hombres. Siempre recuerdo que en las conmemoraciones del fusilamiento de José Antonio en Sevilla, veía siempre a un camisa azul desaliñado, cargado de años y sin apenas brillo en los ojos. Un día decidí acercarme a él. Le dije que siempre me había llamado la atención y le agradecía su perseverancia, pues nunca faltaba a la cita.  Él me contestó  -Y aquí estaré hasta el fin de mi vida-.  -No le debo nada a nadie-, y, mirándome retadoramente me dijo: -yo vendo globos-. Podría poner muchos ejemplos de lo que constituía el núcleo mayoritario del pueblo español, que desde luego no andaba preocupado por el destino de la corona.

Por eso me rebelo cuando se ataca tan injustamente a quienes sintiendo de verdad la falange y no sirviéndose de ella –que también los hubo y demasiados- ofrecieron un sacrificio de lealtad a España que algún día los que tengan el alma limpia y el recuerdo claro habrán de anotar agradecidos.

Soy de los que creen que el olvido y la ingratitud forman parte de nuestra  historia y abona el terreno para la mentira y la manipulación. El recuerdo de tantos hombres que sirvieron a España bajo una bandera con enorme generosidad no puede ser enterrado despachándolos como vulgares lacayos de una dictadura.  Lo hicieron bajo la estructura de un Estado nacional que mereció unánimes alabanzas en las páginas de ABC y que hizo posible que ese periódico sea lo que es hoy en día y no quedara para la historia como el recuerdo estatalizado de un “Diario republicano de izquierdas”.  Todavía quedamos algunos, con muchos años, a los que nos duele el alma y nos lastima la memoria el manejo frívolo e injusto que se hace no solo de la figura de Franco, sino de toda una generación de españoles  que hizo posible una España mucho mejor de la que se encontró, entre la insolidaridad de unos y el odio de otros. Mis oídos no han padecido la sordera de la traición y del olvido y sé bien que el rey Juan Carlos no aprobaría la crueldad con la que ABC se despacha estos días con quien hizo posible el regreso de la corona a nuestra nación.  Por eso pido respeto, no solo a los muertos, sino a los que de buena fe sirvieron a España bajo la ejemplar magistratura de un hombre al que algún día la historia habrá de hacer justicia: Francisco Franco.



JOSÉ UTRERA MOLINA

29 de noviembre de 2016

Fidel Castro en mi memoria. Por José Utrera Molina

Ahora que la actualidad mundial está centrada en la polémica figura de Fidel Castro, quisiera recordar algunos apuntes para la historia.  En los años 60, durante mi etapa como gobernador civil en Sevilla, tuve una frecuente y cordial comunicación con el cónsul de Cuba en Sevilla, gran amigo de Fidel.  Se llamaba Ramón Ara, y estaba empeñado en convencerme de la verdad revolucionaria de su líder y amigo.  Yo le combatía limpiamente y le envié las obras completas de José Antonio para que las hiciese llegar al líder de la Revolución.  El propio Fidel me contestó, aprobándolas efusivamente y prometiéndome que formarían parte de su biblioteca personal.  Pasó el tiempo y a medida que las horas de la historia cambiaban su rumbo, conocí el radicalismo absoluto en que se vio envuelto Fidel Castro. Fueron muchas las causas de su cambio que yo no voy a analizar ahora pero sí quiero escribir que en principio, el clamor revolucionario de Fidel tuvo un ajuste preciso y noble.

Sí quisiera recordar una anécdota significativa que presencié como testigo directo.  Era el mes de enero de 1959 y en mi condición de Gobernador civil de Ciudad Real  estaba junto al Generalísimo Franco en la Encomienda de Mudela con ocasión de una cacería de perdices. La noticia que se comentaba en los corrillos era la reciente entrada de Castro en la Habana y la opinión generalizada entre las ilustres y altisonantes personalidades que rodeaban al jefe del Estado era que se trataba de una asonada más y que Castro duraría cuatro días.  Como era habitual en él,  Franco dejó a hablar a todos, escuchando con atención sus comentarios. Y finalmente, sorprendiendo a todos, dijo: “Se equivocan, señores. La revolución de Castro no es una asonada más, tiene un arraigo popular innegable y mucho me temo que tenemos Castro para los próximos 40 años”. Recuerdo también su predicción: “hay que esperar un tiempo, pero muy pronto podremos ver sus verdaderas intenciones, que probablemente pasarán por establecer una férrea dictadura”.  

Todo esto me conduce a afirmar las mismas convicciones que yo tenía y tuve acerca de Fidel Castro.  Cayó en manos de un grupo de fanáticos que alteró sus primitivas convicciones, surgidas de la injusticia social y del deseo de afirmar la soberanía de una patria que se había convertido en el prostíbulo y el casino de América.  El líder de la revolución se convirtió en un tirano que repartió el poder entre su familia y unos pocos amigos, atribuyendo al ejército un poder económico relevante, mientras arruinaba literalmente a la población.  Poco a poco fue intensificando su personalismo a veces irracional y se convirtió más que en un político en un soporte revolucionario de la demagogia existente en muchos países de Hispanoamérica. Hubo una etapa de tranquila suficiencia e inmediatamente cayó en manos de la Unión Soviética que constituyó el baluarte más fuerte que tuvo el régimen fidelista. Rusia se convirtió en apasionado apoyo del régimen imperante hasta llegar a que el mismo Castro confesara que era marxista y leninista cuando las cortinas de casi toda Europa se cerraban para ocultar la barbarie que representaba el comunismo y llenar de muertos lo que hubiera querido ser en principio un triunfo de la revolución y de la paz.

No niego que desde el primer día fueron otras las aspiraciones de Fidel pero las circunstancias del mundo y el poderío indiscutible de la Unión Soviética constituido en protector del régimen frente a los Estados Unidos, fue radicalizando irracionalmente lo que pudo haber sido una limpia obra revolucionaria y que desgraciadamente acabó siendo un régimen de terror, muerte y miseria al más puro estilo del resto de las tiranías comunistas del mundo.  

Ahora, cuando tantos se ceban en el elogio o le maldicen por su actuación política, yo sigo pidiendo en este tiempo litúrgico de la misericordia que la querida tierra de Cuba,  donde vivieron mis antepasados, encuentre por fin una senda civilizadora y que el amor que algún día alumbró sus entrañas en relación con España, reverdezca ahora en un mundo distinto y eterno. Yo lo pido, lo suplico al Creador que conoce bien el sufrimiento de un pueblo hermano que ha vivido durante tantos años las amargas consecuencias de la mentira, la miseria y la tiranía.


JOSÉ UTRERA MOLINA

24 de noviembre de 2016

A la Diputación de Sevilla

Reproduzco a continuación el escrito de Alegaciones presentado por D. José Utrera Molina ante la nueva proposición aprobada por la Diputación de Sevilla de retirarle la medalla de oro de la provincia.

 A LA DIPUTACIÓN DE SEVILLA

José Utrera Molina, mayor de edad, con domicilio a efectos de notificaciones en Madrid, ante la Diputación Provincial de Sevilla comparezco y como mejor proceda en Derecho DIGO:

Que con fecha 15 de noviembre de 2016 se me ha notificado el acuerdo plenario de esa Corporación en sesión ordinaria de 29 de septiembre referida a la proposición conjunta de los Grupos IU-LV-CA y Participa Sevilla de 26 de septiembre de 2016, sobre el inicio del expediente para la retirada de la medalla de Oro de la Provincia a mi persona, confiriéndome el traslado por quince días para que, de considerarlo oportuno efectúe las alegaciones que estime pertinentes, por lo que mediante el presente escrito paso a evacuar el traslado conferido en tiempo y forma de conformidad con las siguientes


ALEGACIONES

Primera y única.- Resulta casi imposible el empeño de tratar de rebatir una proposición como la que se me comunica y atañe, que lejos de ser el resultado de una reflexión serena y cabal, basada en argumentos jurídicos, rezuma un odio visceral hacia mi persona, hacia mi trayectoria política y hacia mis propias creencias ideológicas.  Me atrevo incluso a aventurar que muchos de los que han votado a favor de esa proposición no pueden compartir el torrente de odio y de intolerancia que destila.  Y debo confesar que me duele profundamente que ni uno solo de los miembros de esa diputación haya tenido el coraje y la dignidad de denunciar con su voto discrepante  lo que constituye una actuación sectaria por motivos estrictamente políticos. Allá cada cual con su propia conciencia.

Pero tengo una deuda moral, en primer lugar con los miembros de la Diputación Provincial que tuvieron a bien concederme esta entrañable distinción en el año 1969 y con los que fueron mis colaboradores en el Gobierno civil, que ya no están aquí para poder defenderse; en segundo lugar, con los miles de sevillanos que aún hoy siguen ofreciéndome innumerables y emocionantes muestras de gratitud que compensan con creces los ataques de los que soy objeto y, finalmente, con mi propia familia, que no merece que quede sin respuesta un ataque tan brutal, injusto y sectario, ni que mi silencio reste un ápice de aprecio a una de las distinciones que he ostentado con mayor orgullo en toda mi vida.

Quiero comenzar proclamando que el mayor honor que Sevilla me ha dado es el afecto y cariño  probado de muchos sevillanos de bien, del pasado y del presente, pobres y pudientes, de izquierda y de derecha, que fueron testigos de mi labor al frente de la provincia. No creo que pueda haber mayor recompensa para una labor de servicio y espero que algún día alguien reivindique lo que fue una etapa limpia y esforzada, con aciertos y errores, pero siempre llena de un amor inconmensurable a todo lo que Sevilla representa.

A mi edad sería ridícula vanidad aferrarme a mundanas distinciones, pues como decía San Juan de la Cruz, al atardecer de la vida tan sólo nos examinarán de amor. Por ello, jamás habría expuesto estas alegaciones si esta propuesta viniese motivada por una censura objetiva de mi labor como gobernador civil de la provincia durante los años 1962 a 1969 o de mi conducta posterior que de alguna manera pudiera desacreditar o desmerecer el honor concedido.  Pero a la vista está que, siendo estrictamente políticos los argumentos que se vierten en la citada proposición,  lo único que se pretende con esta medida es denigrar y borrar de la historia de Sevilla cuatro décadas de su historia dictando una verdadera damnatio memoriae sobre todo aquél que tuvo responsabilidades en el régimen nacido el 18 de julio de 1936, a quienes se insulta, calumnia y ofende de forma gratuita y con pavorosa impunidad.

Acaso Dios ha querido que yo permanezca aún en el mundo de los vivos, para defender la memoria de quienes ya no pueden hacerlo de los injustos ataques de quienes, diciendo representar al pueblo, han decidido erigirse en sanedrín de la historia de su tierra repartiendo credenciales de buenos y malos a cuantos les han precedido, sin legitimidad alguna para ello.

Resulta paradójico que quienes se erigen en defensores de derechos y libertades fundamentales y reparten credenciales de demócrata, se manifiesten ante el pueblo calumniando, como lo hacen de forma grave en la proposición aprobada por esa Diputación.  Albert Camus afirmó con lucidez que “la libertad consiste en primer lugar, en no mentir”. Y mal se defienden la libertad y los derechos si bajo su invocación se miente clamorosamente.

Miente quien afirme que durante mi etapa como gobernador civil de la provincia se torturase, denigrase o detuviese impunemente a ningún sevillano por el hecho de ser demócrata o por motivos políticos o ideológicos. No puedo responder de lo que sucediese antes o después, pero puedo asegurar que jamás ordené o toleré tal cosa y resultaría bien fácil a los proponentes, de haberse producido, poner nombres y apellidos, fechas y circunstancias a cada caso. Dicha acusación, por consiguiente, no es más que una afirmación calumniosa sin base o evidencia alguna.  Por el contrario, sí recuerdo que con motivo de una visita del entonces Jefe del Estado a la provincia, el jefe de policía me preguntó si debían proceder a la detención temporal de determinados individuos que, habiendo cumplido graves condenas de cárcel se habían destacado por su oposición al régimen. Debo confesar que me sorprendió  la propuesta, que rechacé de plano por cuanto todos ellos eran personas que habían cumplido con sus responsabilidades penales, ordenando que en lo sucesivo no se molestase a esas personas. Días después, uno de aquellos ex convictos, el célebre militante socialista Urbano Orad de la Torre –aquél que repartió por primera vez las armas a las milicias el 19 de julio de 1936 en Madrid y dirigió el asalto al cuartel de la montaña- solicitó audiencia en el Gobierno civil para agradecerme personalmente dicho gesto.  Jamás olvidaré aquella entrevista que fue el germen de una entrañable amistad que sólo la muerte pudo romper. Podría poner muchos ejemplos parecidos, y no me dejarán mentir quienes desde el mundo sindical en la clandestinidad fueron mis oponentes más tenaces a quienes recibí en mi despacho en diversas ocasiones sin que nadie les pusiese una mano encima.

Desde el 14 de agosto de 1962 en que tomé posesión del Gobierno civil de Sevilla hasta el 29 de octubre de 1969 en el que se publicó mi cese, tuve el  honor de servir a los sevillanos con mayor o menor acierto, pero siempre con absoluta entrega. Y en vista de que en el alegato que se me ha notificado se realizan gruesas acusaciones con carácter genérico y de forma gratuita, sin aportar prueba alguna que las sustente, me veo en la obligación de aportar a esa Diputación algunos datos que sin duda sí debieron ser considerados por quienes en el año 1969 ocupaban los mismos sillones desde los que ahora se me insulta.

Permítanme, por tanto, que me remonte a mi memoria para que quede para la posteridad este pliego de descargos que no es sólo mío, sino de todos aquellos que conmigo sirvieron a la provincia de Sevilla durante una etapa ciertamente fructífera.

Confieso que no fue fácil para un malagueño penetrar en el alma de Sevilla y ser aceptado por los sevillanos. Pero puedo decir con legítimo orgullo que, a pesar de todos mis miedos, Sevilla me acogió primero y me hizo sentir después parte inseparable de esta tierra. Aquí hicimos posible durante ocho años la transformación de una ciudad que adolecía aún de muchas y graves diferencias sociales.  Eran años en los que había tanto por hacer, que le faltaban horas al día y a la noche para lograrlo, pero todo reto puede alcanzarse con entrega e ilusión.  Se crearon barriadas enteras y en los años que duró mi etapa en el gobierno civil se entregaron 10.491 viviendas sociales a gentes necesitadas.  Conseguimos que miles de familias que vivían en infraviviendas o en corrales de vecindad en situaciones lamentables, pudieran tener por fin un hogar digno.  Construimos más de 400 nuevas escuelas en toda la provincia y se erradicaron un total de 34 núcleos chabolistas.  Mientras tanto, en los pueblos de la provincia y a través del Patronato para la Vivienda Rural, conseguimos erradicar multitud de insalubres chabolas y se construyeron modestos hogares luminosos. Durante este mismo mandato, se construyeron más de 2.000 unidades escolares (incluyendo 52 unidades de dedicación especial y 70 escuelas hogar), con más de 80.000 puestos escolares (cuarenta alumnos por unidad escolar). Todo esto exigió un inmenso esfuerzo personal por la dificultad de encontrar medios materiales para cumplir estos objetivos que parecían casi inalcanzables. Pero mis colaboradores y yo estábamos muy lejos de dejarnos ganar por el desencanto y, afortunadamente, siempre mantuvimos como meta la verdadera justicia social.

Todos estos datos sí son fácilmente contrastables para cualquier miembro de esa Diputación que tenga interés en conocer la verdad por encima de manipulaciones y calumnias alentadas por motivaciones políticas escasamente ilustres. Ahí está la hemeroteca y los archivos de la propia Diputación, que no me dejarán mentir.

Recuerdo con especial cariño y satisfacción cómo conseguimos salvar in extremis los puestos de trabajo de la empresa Los Certales, consiguiendo del Director General de Renfe los pedidos necesarios para asegurar la continuidad de una empresa en trance de cerrar. Presumo también que los señores diputados desconocen la repercusión que tuvo la primera sanción que conseguí imponer a un rancio aristócrata sevillano que mantenía sus tierras incultas en el mismo Aljarafe, con el daño social que ello suponía. Y seguro que si bucean en las hemerotecas, podrán conocer la sanción que impuse a un conocido empresario sevillano (250.000 pesetas de entonces) que se permitía el lujo o el capricho de no pagar a sus trabajadores con el grave conflicto social que ello creaba. Pero tampoco puedo olvidarme de aquellas noches que mis colaboradores y yo pasamos a la intemperie junto a familias que se habían quedado sin hogar tras las inundaciones de 1962 hasta que conseguimos del Ministerio de la Vivienda su realojo en viviendas de nueva construcción.  Esta era la clase de “represión” que ejercíamos sobre los sevillanos los que teníamos entonces la responsabilidad de su gobierno.

Se me acusa también de “totalitario” durante el desempeño de mis funciones, acusación que no se compadece en modo alguno con la realidad. Sobre esto, también voy a contarles algo. Durante mi etapa como gobernador civil mantuve frecuentes contactos con los líderes sindicales que representaban la oposición al régimen. Dichos contactos solían prolongarse durante muchas horas. Intenté afanosamente concretar acuerdos y fomentar conciliaciones, pero las posibilidades de entendimiento eran sistemáticamente abortadas por quienes, más allá de sus aspiraciones laborales, no estaban dispuestos a conceder nada a quienes representábamos al sistema. Soporté con decepción y no poca amargura reacciones que mostraban un ímpetu de rencor y de revancha de quienes inequívocamente delataban una voluntad decidida de derribar el régimen político, pero jamás interrumpí la vía del diálogo, a pesar de que con frecuencia me encontré con posturas maximalistas que no respondían a la defensa de los intereses de los trabajadores, sino a una motivación fundamentalmente política.

He de reconocer que muchos de los líderes de Comisiones Obreras actuaron a cara descubierta, con coraje y plena convicción. Recuerdo entre ellos a Eduardo Saborido Galán, a Fernando Soto Martín y a Francisco Acosta Orge. Nunca los vi arredrarse ante las dificultades de sus empeños ni abatidos ante los riesgos que soportaban. A ellos podía asistirles el derecho a combatir aquél sistema, pero yo tenía el deber ineludible de defenderlo.

Existió también otra oposición, de carácter minoritario, pero la que protagonizaron  los comunistas fue la que acudió a la calle más activamente para proclamar sus objetivos y reivindicaciones. Siempre he creído que los hombres capaces de luchar con valor por una idea, aunque yo la conceptuara equivocada, merecen el mayor respeto y yo jamás se lo regateé.

Se me acusa también de falangista, como si el hecho de serlo me desacreditara públicamente. Pero en este caso no puedo ni voy a defenderme porque quiero afirmar con orgullo y la cabeza bien alta, que he sido, soy y seré mientras viva, falangista. No creo que haya existido un ejemplo más limpio de nobleza en la política que la de José Antonio Primo de Rivera, que hizo de la justicia social una bandera superadora de las hemiplejias de una derecha montaraz e insolidaria y de una izquierda marxista y revolucionaria. Debo proclamar en este momento que quien más ha agradecido el empeño de mi vida política no han sido los poderosos de mi tiempo, sino gentes sencillas: banderilleros, vendedores en puestos de la calle, presos de origen político o no a los que tuve la fortuna de poder ayudar. Capataces de fincas, hombres de campo, gentes sencillas que testimonian sin alharacas que el ideal joseantoniano de justicia social y reconciliación nacional por el que ahora se me trata de condenar, fue nuestro verdadero afán.

Y finalmente se me acusa con especial crudeza de ser leal a la memoria del anterior Jefe del Estado, Francisco Franco Bahamonde, a quien se le dirigen toda clase de insultos, pese a que ya está desde hace más de 41 años sometido al juicio de Dios y de la historia. Que la lealtad y la coherencia política sean consideradas un descrédito, dice mucho del talante democrático de quien formula la acusación. Pero no me arrepiento ni me arrepentiré jamás de haber servido a España y en este caso, al pueblo de Sevilla, bajo el mandato de un hombre excepcional al que algún día, cuando el tiempo deje pasar la tormenta de las pasiones y la objetividad se abra paso entre las nubes del odio y del rencor, se reconocerá como uno de los mejores gobernantes que ha tenido España, dejando a su muerte una nación mucho mejor, más fuerte, justa y cohesionada que la España rota de la que tuvo que hacerse cargo en una de las horas más trágicas de su historia.

Finalmente se hace referencia a un supuesto proceso contra mí instruido por una juez argentina del que hasta la fecha no he tenido conocimiento alguno salvo por la prensa, pues es inmensamente mayor el empeño publicitario que han puesto sus promotores que su rigor jurídico - que es ninguno-, urdiendo una iniciativa política dirigida en la sombra por quienes en España no pudieron llevar a término su inicua y prevaricadora instrucción penal, por carecer a todas luces de fundamento legal alguno. Pero por no rehuir ninguno de los aspectos que tan apasionadamente se vierten en esa proposición, reitero en este momento que entre mis responsabilidades públicas en el gobierno de la nación jamás estuvo la de dictar sentencias o condenas de ninguna clase, ni siquiera la de su validación o consentimiento, pues tales competencias estaban claramente delimitadas por la legalidad vigente.

En definitiva, la proposición aprobada, lejos de ofrecer argumentos relativos a cualquier circunstancia de mi persona que pudiera desacreditar el honor o distinción concedida, se basa en mi propia biografía política, en las responsabilidades que ostenté y fundamentalmente, en el hecho de haberme mantenido fiel a mis principios, es decir, que no he renegado de mis ideas, ni de mis lealtades, pese a que éstas se encuentren hoy a años luz de lo políticamente correcto.

El acuerdo de la Diputación no discute en modo alguno los méritos que pudieron tenerse en cuenta por la Diputación al tiempo de concederme la medalla. Ni siquiera se molesta en tomarlos en consideración, sino que parte de la premisa absolutamente mendaz y aberrante de que ni yo ni ninguna de las personas que sirvieron a España desde cualquier cargo público entre el 18 de julio de 1936 y el 20 de noviembre de 1975 pudo realizar labor positiva alguna por su pueblo, ciudad o su nación ya que todos ellos participaban de la supuesta maldad de aquél sistema, salvo claro está, aquellos que decidieran posteriormente abjurar de sus principios y creencias. Es tal el desafuero, es tan grande la injusticia que ello supone para muchos de aquellos alcaldes y cargos públicos de aquella época, muchos de los cuales no querían serlo por las cargas que implicaba su servicio, que no podría yo dormir tranquilo si permaneciese en silencio mientras se ofende de esta forma tan cruel e injusta su memoria y el recuerdo de su buen hacer.

Si los miembros de la Diputación deciden con la fuerza de sus votos –que no de la ley- retirarme la medalla que hace más de 40 años tuve el honor de recibir, lo harán por odio, ignorancia y animadversión política a las ideas que represento y a la España en la que tuve el honor de servir, en un ejercicio sublime de sectarismo histórico, pero no podrán decir jamás que con mis palabras o mis hechos haya podido yo desacreditar jamás el honor que me concedieron sus predecesores. Podrán decir que no he cambiado de bandera y tendrán razón, pero yo siempre podré mirar atrás con la íntima satisfacción del deber cumplido, sobre todo, con aquellos sevillanos que más lo necesitaban.

Hasta el último aliento de mi vida, con medalla o sin ella, llevaré a Sevilla en mi corazón y pido a Dios que derrame su bendición sobre esta tierra a la que entregué los mejores años de mi vida y sobre todos y cada uno de los miembros de esa Diputación, especialmente a los que me odian sin conocerme, a quienes de todo corazón perdono.

Termino invocando de nuevo a Camus y haciendo mía su afirmación de que “existe una filiación biológica entre el odio y la mentira” y advirtiendo con él a todos y cada uno de ustedes que “allí donde prolifere la mentira, se anuncia la tiranía.” Con esta advertencia y el ferviente deseo de concordia para todos, me despido con este soneto que es expresión viva de mi más profundo sentimiento hacia esa tierra.

SEVILLA

Toda la luz del mundo derramada
en la bóveda azul de tu ancho cielo.
Sevilla es lumbre, manantial y suelo
de una esperanza en el dolor labrada.

Yo te llevo por dentro de mis venas
en brazos de mi afán enamorado.
Mi corazón en vilo, alborotado,
palpitando en el borde de tus penas.

Parece que fue ayer y ya es mañana.
Mi tiempo en las orillas de tu río
se ha dormido detrás de mi ventana.

Empañada con gotas de rocío,
tu imagen entre estrellas se desgrana
con ramos de azahar en mi albedrío.



16 de noviembre de 2016

José Antonio, modelo de nobleza

Artículo publicado en Historia en Libertad
Fue Enrique de Aguinaga quien acertadamente ha definido a José Antonio como arquetipo. Y si contemplamos su figura y su trayectoria cuando se cumplen 80 años de su asesinato “legal” por el gobierno de la II República, su condición de modelo se agiganta con la simple comparación con los políticos que padecemos en la España de la segunda restauración.
La vida política de José Antonio es lo menos parecido a la historia de una ambición. Muy al contrario, es la nobleza la verdadera fuerza motriz que impulsa todo su itinerario político y frustra sus planes de dedicarse por entero al ejercicio del derecho. Porque la verdadera vocación de José Antonio era la de abogado, profesión que jamás abandonó del todo y en la que brilló con luz propia desde sus primeras actuaciones profesionales hasta la extraordinariamente lúcida y rigurosa defensa que de sus hermanos, su cuñada y de él mismo realiza ante el Tribunal Popular de Alicante que le condenaría a muerte, no en función de un criterio jurídico sino en el cumplimiento de las órdenes políticas del gobierno de la República.
Esa nobleza es la que le lleva a asumir desde muy temprano la defensa de su apellido frente a los despiadados e injustos ataques de los que está siendo objeto la obra de su padre, con una elegancia y un estilo que serán siempre su seña de identidad. Sirva como muestra su impecable réplica al Decano del Colegio de Abogados de Madrid, Sr. Bergamín, ante una velada insinuación a su apellido en la Sala del Tribunal Supremo:
“En cuanto a mí, señor Bergamín, que nunca olvido ni olvidaré mi apellido y cuanto debo de cariño y respeto a quien me lo ha dado, lo sé perder en cuanto visto esta toga. Si alguna antipatía, recelo o rencor tiene con él Su Señoría, debió también haberlo olvidado, pues aquí no somos más que dos letrados que vienen a cumplir su misión sagrada de pedir justicia para el que la ha menester y hemos dejado—yo por lo menos lo hago siempre—con el sombrero y el gabán en la Sala de Togas, cuanto sea ajeno a nuestra misión—la más divina entre las humanas—para revestirnos, con este ropaje simbólico, de la máxima serenidad, la máxima cordura, la máxima pureza.”
Es esa noble causa y no ninguna ambición de poder –que podía ser legítima- la que le lleva poco a poco a entrar en política para defender, primero, la memoria y la obra de su padre, para formular después con enorme brío y patriótica emoción, la síntesis de un movimiento político que superase la secular hemiplejia de los partidos políticos al uso; es ese impulso cabal el que lleva al joven Marqués de Estella a granjearse la antipatía de rancios caciques y ociosos señoritos para defender con pasión una justicia social superadora de la lucha de clases, para defender en definitiva, frente a la insolidaridad de una derecha con resabios caciquiles, el sueño de la patria el pan y la justicia, pero especialmente para los que no tenían pan, pues carecían de patria y de justicia.
Con apenas 30 años, el joven José Antonio inaugura un lenguaje nuevo. En la atmósfera turbia y espesa de la república se abre paso el ímpetu de su movimiento por su frescura y sobre todo, por su estilo, que comienza a granjear la antipatía de tirios y troyanos. Al recelo y antipatía de la derecha, pronto se le une el odio frontal de una izquierda violenta, sectaria y marxista que no tarda en causar las primeras bajas entre sus jóvenes falangistas. José Antonio, el hombre de fe, se resiste hasta la contumacia frente a quienes lo empujan a la venganza porque adivina en el horizonte los negros presagios de la espiral de violencia que comenzaba a sembrar de sangre los pueblos de España. Era perfectamente consciente de su responsabilidad sobre unos jóvenes que estaban dispuestos a seguirle hasta la muerte.
Es entonces, en respuesta a voces amigas que le aconsejan retirarse y volver a cultivar con sosiego su vocación primera, cuando la nobleza de espíritu aparece de nuevo como resorte para contestarles: “me sujetan los muertos”. Y es que su vida estaba ya irremisiblemente ligada al sacrificio de los que cayeron por una bandera que él mismo había llamado a defender alegre y poéticamente.
Todavía tendría tiempo de dejar en el mundo de los vivos un testimonio estremecedor de su nobleza de espíritu. Fueron tal vez sus últimas horas las que encumbran definitivamente en el olimpo de la historia a un hombre cuya memoria debería ser patrimonio común de todos los españoles. Desde la sinceridad con la que se despide de su amigo Rafael Sánchez Mazas: “Te confieso que me horripila morir fulminado por el trallazo de las balas, bajo el sol triste de los fusilamientos, frente a caras desconocidas y describiendo una macabra pirueta (…) Quisiera haber muerto despacio, en casa y cama propias, rodeado de caras familiares y respirando un aroma religioso de sacramentos y recomendaciones de alma, es decir, con todo el rito y la ternura de la muerte tradicional…” , a la profesión de fe hacia su tía Ma: “Dos letras para confirmarte la buena noticia, la agradable noticia, de que estoy preparado para morir bien, si Dios quiere que muera, y para vivir mejor que hasta ahora, si Dios dispone que viva. (…) Dentro de pocos momentos ya estaré ante el Divino Juez, que me ha de mirar con ojos sonrientes”. Y, finalmente la sublime declaración de su testamento: “Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas cualidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia”.
A José Antonio no le han hecho justicia los unos ni los otros. Ni los que quisieron mitificarlo olvidando que era un hombre y orillando parte sustancial de su doctrina, ni los que siguen odiando su nombre porque jamás quisieron entender su mensaje. José Antonio era la negación del sectarismo, la perfecta síntesis de la revolución y la tradición, epítome de la elegancia y el estilo y en definitiva, de la nobleza en lo político y en lo personal. Pero sobre todo, un ejemplo de un español orgulloso de serlo y sentirlo hasta el final, del que todo español cabal debiera sentirse orgulloso, porque por encima de sus ideales, José Antonio es patrimonio común de todos los españoles.

Luis Felipe Utrera-Molina

27 de octubre de 2016

El odio cabalga sin bridas. Por José Utrera Molina


No hay calificativo suficiente para valorar el daño histórico y moral que todavía se sigue produciendo en España en virtud de la ley de memoria histórica, alumbrada por Rodríguez Zapatero y mantenida por Rajoy.  La lógica de esa ley –si es que alguna tiene- está visceralmente quebrantada. Ya hace años que aquél nefasto gobernante ofreció en bandeja de plata a Santiago Carrillo el derribo ilegal de la última estatua de Franco que había en Madrid, como regalo de cumpleaños. Posteriormente, han ido cayendo uno tras otro cientos de monumentos o placas que hagan relación a cualquier personaje que tuviera alguna relación con la media España que no se resignó a ser pisoteada por el comunismo en 1936.  En Barcelona, se expone para público aquelarre la figura de un Franco decapitado para alborozo de unos pocos cobardes que dan rienda suelta a sus más bajas pasiones. En otros lugares se amenaza expresamente a Ayuntamientos con la retirada de subvenciones haciendo oídos sordos a la voluntad de los vecinos de mantener su identidad y su historia.

Mientras todo esto tiene lugar ante la indiferencia de la mayoría, se mantiene afrentosamente el público homenaje a los verdaderos causantes de la guerra civil, Prieto y Largo Caballero,  golpistas en el 34 y revolucionarios en el 36, quienes pisoteando el derecho, por cobardía o convicción quisieron entregar España a la Internacional comunista. Y el Ayuntamiento de Madrid, no contento con eliminar de su callejero todo nombre que pudiera recordar al régimen anterior o a los que lucharon en el bando nacional, va a dedicar un espacio público al siniestro Teniente Castillo, instructor de las milicias del Frente Popular y mito del ejército rojo. En definitiva, los que buscamos y quisimos la reconciliación, hemos terminado recibiendo la revancha de mano de los que no están dispuestos a olvidar su derrota.


 Pero nadie dice nada. No existe una pública denuncia de tan  burdo sectarismo.  ¿Cómo es posible que no haya un clamor para denunciar tamaña felonía?  ¿Es que los españoles hemos perdido, ya no el instinto sino la mínima razón, que endereza la figura del ser humano?.  

Hoy vuelven a estar de moda las corrientes más criminales y canallescas de nuestra historia. Vuelven orgullosos y desafiantes los puños en alto y las banderas rojas se despliegan ufanas, ante la cómoda indiferencia de una mayoría silenciosa.  Mientras tanto, los hijos y los nietos de tantos miles de españoles que dieron su vida por Dios y por España, permanecen agazapados, silentes, consintiendo que se injurie públicamente la memoria de sus antepasados, que profanen sus tumbas y borren su recuerdo de la memoria colectiva.

Yo tengo ya demasiada edad para luchar sólo contra esta tremenda injusticia. Pero  mientras el pozo de odio está completo y vierte sus excrementos sobre la Historia, los que guardamos todavía el recuerdo de una España grande y limpia, preferimos morir a contemplar con indiferencia y cobardía la victoria de la mentira y la escandalosa manipulación de nuestro pasado más reciente.

Yo me declaro en pública rebeldía contra esta ley sectaria que levanta muros entre hermanos y aventa de nuevo las arenas ensangrentadas de otro tiempo y de otra época.  Pocos escucharán mi clamor, pero quisiera morir con la certidumbre de que hasta el último momento de mi vida, he respetado la verdad y he rechazado el odio. Un odio que se ha convertido en torrente sin que se levante una mínima pared, un endeble muro que contenga el atroz mensaje de indignidad que representa la Ley de la Memoria Histórica.


JOSÉ UTRERA MOLINA

20 de octubre de 2016

"COMUNISTAS"·


Hay que reconocer que Josif Stalin sabía lo que hacía cuando apostó por el agit prop sabiendo que así aseguraba la victoria a largo plazo del comunismo en la batalla del lenguaje, una de las trincheras clave para lograr el poder.

Más de 60 años después de la desaparición física del mayor genocida que han conocido los tiempos, cualquier actuación violenta es calificada sistemáticamente de fascismo aunque provenga claramente de las filas del comunismo o sus aledaños.  A pesar de que el fascismo se ha convertido en un fantasma residual con tintes xenófobos que poco tiene que ver con las teorías de Marinetti y D’Anunzio, se crea así una íntima asociación entre violencia y fascismo y entre intolerancia y fascismo, dejando a salvo al comunismo que, pese a ser el movimiento político que más terror, muerte y opresión ha sembrado sobre la faz de la tierra, sigue apareciendo socialmente como una ideología más, equiparable a la socialdemocracia, el liberalismo o el conservadurismo y por consiguiente, merecedora de general respeto.  Nadie en su sano juicio se atreve a definirse públicamente como “fascista”, mientras proliferan en España las demostraciones públicas en las que se enarbolan alegremente banderas rojas con la hoz y el martillo y los diputados de Podemos no disimulan a la hora de levantar el puño izquierdo en el Congreso de los Diputados. 

La última muestra la tenemos en los recientes sucesos de la Universidad Autónoma de Madrid, en la que unos encapuchados, de tinte claramente comunista impidieron violentamente una conferencia de Felipe González. Pues a pesar de que todos ellos no ocultaban provenir de los aledaños del mundo comunista, la prensa de forma unánime los califica de “fascistas”, insulto que ha desplazado a cualquier otro en nuestro panorama político y que sirve tanto para calificar –o descalificar- a los violentos o intolerantes como para que éstos lo utilicen como sambenito de cualquiera que no comulgue con sus ideales revolucionarios.  Así podemos ver cómo mientras los alborotadores llamaban fascista a González, los medios les llaman fascistas a ellos. A ver quién lo es más.

Pero nadie les califica como lo que son: COMUNISTAS. A estas alturas de la historia, el comunismo no ha pagado el precio político e histórico que corresponde a sus horrendos crímenes y aún hoy, a periodistas y políticos les produce pudor o temor reverencial utilizar el término como insulto o mera calificación.  Produce estupor escuchar a comunistas como Pablo Iglesias hablar en nombre de “la gente”, del “pueblo” o de los “trabajadores”, con el bagaje criminal que el comunismo lleva a sus espaldas.  No eran precisamente aristócratas ni capitalistas los 6 millones de campesinos ucranianos ni los 2 millones de las cuencas del Kubán, Don y   Volga y de Kazajstán que murieron literalmente de hambre con terribles episodios de canibalismo en el Holodomor mientras la Unión Soviética exportaba grano y cereales a manos llenas. No hacían otra cosa que seguir fielmente la enseñanza de Lenin, quien no dudó en afirmar que “para destruir la desfasada economía campesina, el hambre será el preludio del socialismo y destruirá la fe, no sólo en el zar, sino también en Dios.”. Y no en vano fue el hambre, junto con el terror y la esclavitud una de las señas de identidad del comunismo.

El comunismo se ganó a pulso, a lo largo de todo el siglo XX, el principal puesto de horror en la historia del exterminio de seres humanos. En el “Libro negro del comunismo: crímenes, terror y represión (1997)”, escrito por profesores universitarios e investigadores europeos y editado por el director de investigaciones del equivalente al CSIC en Francia, se cifra en cerca de cien millones de seres humanos las víctimas del comunismo contando las de la Unión Soviética, República Popular China, Vietnam, Corea del Norte, Camboya, África, etc. ,  afirmando que «puso en funcionamiento una represión sistemática, hasta llegar a erigir el terror como forma de gobierno»
Con sus 20 millones de víctimas, el padrecito Stalin, al que dedicaron laudatorios poemas Neruda y Alberti, superó ampliamente a Adolfo Hitler en el ranking del terror y la barbarie, pero a tenor de la reverencia y predicamento que sigue teniendo el genocida georgiano entre los comunistas irreductibles, podría decirse que eligió mejor a sus víctimas, entre los más miserables e indefensos de la tierra.

Ya va siendo hora de llamar a las cosas por su nombre y de que, al igual que sucede con el nazismo, nadie pueda enarbolar con impunidad y sin vergüenza una bandera comunista en ningún país del mundo, que representa sin lugar a dudas, el símbolo supremo de la mentira, la opresión, el terror y la barbarie. 


LFU

22 de septiembre de 2016

Un error histórico: la supresión del Servicio Militar Obligatorio. Por José Utrera Molina



Soy un veterano defensor de las virtudes verdaderamente excepcionales que constituyen el núcleo central del Ejército español. Yo fui en época lejana, oficial de la Milicia Universitaria, pero tengo en mi modestísima historia ejemplos de militares realmente ilustres que murieron heroicamente en nuestra contienda africana y que después en uno y otro bando mostraron la generosidad de su valor y el empeño en servir el color de unas banderas. Yo viví intensamente mi etapa militar en Granada. Si alguien me preguntara qué parte de mi vida me gustaría revivir, yo afirmaría que las horas que pasé sirviendo al Ejército español. Supe entonces de las deficiencias de las estructuras que entonces conformaban el Ejército en general y me esforcé junto a otros compañeros en limar aquellos aspectos que podían ennegrecer el sentido de la milicia. Yo la viví intensamente junto a mis soldados, a los que todavía recuerdo y me ofrecen en una lejanía misteriosa, el homenaje de sus recuerdos y la referencia a tareas ejemplares.

Mi propia experiencia, la vivida a través de mis hijos y mi relación con muchos altos jefes del Ejército español me hicieron ver la necesidad de modernizar sus estructuras y realizar transformaciones estructurales que evitasen que el servicio militar obligatorio quedase como un tiempo perdido en la vida de los jóvenes.  Pero nunca pensé que todo un ministro de España pudiese despacharse llamando “puta mili” al servicio militar obligatorio al tiempo de liquidar una de las conquistas más razonables de la revolución francesa como precio para obtener el apoyo puntual del separatismo catalán y corrupto.

Discrepo fundamentalmente con los elogios que el Sr. Rupérez hace en su tribuna de hoy en ABC a la liquidación del Servicio Militar Obligatorio, precisamente cuando otros países de nuestro entorno, como Francia y Alemania, vuelve a poner sobre el tapete la conveniencia de recuperarlo como elemento vertebrador de la nación ante la crisis de identidad que padecen.  Lo que el Gobierno Aznar vendió como una liberación para los jóvenes no era sino la claudicación del Estado renunciando a uno de los instrumentos más relevantes para la formación de los jóvenes en la conciencia de pertenecer a una nación y su compromiso con su defensa.

Traté con soldados que cambiaron totalmente su vida después de permanecer en los cuerpos de los diferentes ejércitos. Algunos eran analfabetos y salieron de las filas del Ejército siendo caballeros bien templados. Otros, oriundos de pueblos remotos que salieron por primera vez de sus terruños descubriendo la rica variedad de nuestra patria. Todos aprendían por primera vez el valor del servicio y del sacrificio, las virtudes y servidumbres de la disciplina y la importancia del juramento a la bandera, convertido en un verdadero sacramento laico que marcaba la vida de cada joven español.  Los que reclamaban su liquidación sabían muy bien lo que hacían y los que la aceptaron pagaron un altísimo precio por el apoyo que recibieron con el patrimonio de todos los españoles.  Aquellos apóstoles de la modernidad dilapidaron en un juego de naipes lo que había representado de ejemplaridad y de educación el Servicio Militar Obligatorio y la trascendencia del mismo como elemento vertebrador de la nación.

Que el alistamiento a la milicia tenía indudables defectos era evidente. Debieron reducirse y concentrarse los tiempos de permanencia y dotar de una mayor operatividad al período de servicio, intensificando la formación profesional y técnica de cara a su utilidad profesional al término del servicio.  

Soy lo suficientemente generoso para calificar de error muy grave y de funestas consecuencias aquella decisión dictada por la irritante frivolidad del Sr. Trillo y la irresponsabilidad histórica del Sr. Aznar, al que faltó perspectiva y sobró soberbia. Desde luego que no fue una medida ejemplar, sino populista. Ejemplar hubiera sido remangarse y reformar a fondo el servicio militar para conjugar las necesidades de modernización del ejército con la necesaria vertebración territorial de nuestra patria y la nueva realidad social de la juventud. Pero era fácil vender como circo lo que no fue sino una vergonzante claudicación ante quienes pretendían socavar la unidad de España.

Respeto por supuesto la opinión del Sr. Rupérez expuesta en esa tribuna, pero no la comparto y alzo nuevamente mi voz para evitar que se silencie el clamor de quienes creemos que España debería recuperar, convenientemente actualizado, el servicio militar de todos los jóvenes españoles, corrigiendo así un error histórico que no ha servido sino para poner en cuestión la integridad futura de España. El derecho y el deber de defender a España sigue siendo un mandato constitucional que obliga a todos los españoles, pero que el Estado ha renunciado a garantizar. Y los resultados de su eliminación lejos de ser motivo de alabanza han de ser razón suficiente para comprender el alcance de errores irreparables.

Jose Utrera Molina

Alférez de la Milicia Universitaria y Cabo Honorario de la Legión

13 de septiembre de 2016

El imperio de la mentira

No hay duda de que el nuevo estalinismo del siglo XXI es la imposición de una determinada visión de la historia o de un proyecto social por decreto ley o por imposición de las mayorías parlamentarias. Los legisladores no buscan ya el bienestar y el progreso de los ciudadanos sino su aleccionamiento y uniformidad, para asegurarse la permanencia en el poder.

Buena prueba de ello son, por un lado, la ley de memoria histórica, que impone una visión maniquea y sectaria de la segunda república, guerra civil, posguerra y del régimen de Franco y las leyes LGTBI que pretenden imponer a niños y mayores un modelo de familia y sociedad al gusto del lobby homosexualista.

Decía Albert Camus que la mentira es el mayor enemigo de la libertad y precisamente de eso se trata, de amordazar voces y conciencias libres para así poder moldear a la sociedad a su antojo. Llueven las querellas contra cualquier prelado o sacerdote que se limite a predicar la doctrina católica sobre el amor y la familia, crece la agresividad contra la Iglesia católica y ya se están viendo alguno de sus frutos, como la quema de dos iglesias e imágenes sagradas. Por otro lado, no faltan las voces que pretenden acallar a cualquiera que ose decir que el alzamiento de 1936 no fue contra la república sino contra un proceso revolucionario marxista que había sepultado a la república desde 1934 y se propone la tipificación del delito de negacionismo en relación con el régimen de Franco, tratando de equipararlo al nazismo y no, por supuesto, al comunismo, que todos sabemos que era una arcadia feliz en la que murieron 100 millones de seres humanos por sus propias culpas.

“Me nefrego” era un lema del fascismo italiano de los años 20 para aglutinar el descontento de un pueblo en claro divorcio con su clase política. Me importa un bledo, su traducción más fidedigna y es que hay que perder el miedo ante la apisonadora progre que arrasa tranquilamente por donde pasa ante la inexistencia de obstáculos relevantes en una sociedad eminentemente cobarde y acomodaticia. Que nos llevan las querellas, que nos persigan por decir lo que pensamos, pero no podemos callarnos ni permanecer impasibles ante la destrucción deliberada y sistemática de todo un orden moral de principios.

Tenemos que decir en voz alta que el aborto es un crimen horrendo del que algún día se avergonzará la humanidad entera; que la única familia merecedora de protección es la formada por el matrimonio de un hombre y una mujer, que no sólo es el único acorde con la ley natural, sino que además asegura la continuidad de la especie; que no existe el derecho a tener un hijo sino el derecho de un hijo a tener un padre y una madre porque es la única forma en la que puede desarrollarse plenamente como persona, y que todo esto no entra en colisión con el debido respeto y consideración que cualquier homosexual se merece por su condición de persona y para nosotros, de hijo de Dios.

Tenemos que proclamar en voz alta que nuestros padres y abuelos no eran criminales al servicio de una tiranía; que se levantaron contra la imposición de una tiranía marxista que desencadenó la mayor persecución religiosa que recuerdan los siglos, con más de 8.000 religiosos asesinados y miles de templos arrasados; que ir a misa, tener un crucifijo o un rosario en casa era causa suficiente para ser condenado a muerte por un tribunal popular; que levantaron con esfuerzo e ilusión una España rota y miserable convirtiéndola en la novena potencia industrial del mundo, con un nivel de convergencia en términos de renta per cápita con el resto de Europa superior al 80%  y con la deuda pública en el 7,3 % del PIB; que en 1975 los españoles –salvo unos pocos radicales- ya estaban reconciliados y habíamos conseguido olvidar la guerra civil y que gracias a Zapatero y a sus secuaces se han vuelto a abrir unas heridas que habían dejado de sangrar hace décadas.

En esta lucha por la libertad no encontraremos amparo en ningún partido político, alineados todos en lo políticamente correcto y con pocas ganas de pisar callos incómodos. Los partidos de la derecha sociológica sólo se mueven por los sondeos por lo que, salvo que seamos legión, harán oídos sordos a nuestras inquietudes. Es la sociedad la que puede cambiar a estos partidos, ya que éstos han renunciado a cambiar la sociedad, dejando todo el proyecto social en manos de la izquierda, menos comodona y más comprometida.

Me importan una higa las prohibiciones estalinistas y la asfixiante imposición de los lobbies minoritarios. Pienso seguir siendo libre y proclamando lo que pienso. Cueste lo que cueste.


LFU