"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

11 de febrero de 2022

Mi adiós a José Manuel Sánchez del Águila

Hay personas que se mueren y otras que se nos mueren. A mí se me ha muerto José Manuel Sánchez del Águila, con quien he mantenido una amistad breve pero intensa y al que me unía una fervorosa comunión de ideales.

Los dos nos conocíamos sin conocernos. Nuestros padres fueron amigos y camaradas e integrantes de una cuaterna armónica que sólo la muerte ha podido quebrar. Quiso la Providencia que el regalo de nuestra amistad naciese de un acto mezquino, pues hasta en lo más oscuro el hombre puede descubrir la belleza. Cuando la Diputación de Sevilla aprobó la moción para revocar -de forma ilegal- la Medalla de Oro de Sevilla concedida a mi padre por su labor al frente del Gobierno Civil de Sevilla, a José Manuel fino jurista y duro litigador, le faltó tiempo para asumir de forma altruista la quijotesca defensa en los tribunales de un hombre que había hecho de la voluntad de servir el credo de su vida. Aún recuerdo la conversación que mi padre y él mantuvieron una tarde de primavera tras leer mi padre su escrito de alegaciones y cómo José Manuel le recordaba que aún lucía con orgullo las flechas de oro que este le regaló hacía muchos años en cuyo reverso aparecía grabada el nombre de la Centuria Cardenal Cisneros. Los Tribunales le dieron la razón y consiguió con sus armas de abogado restituir el honor intacto de su viejo defendido.
José Manuel, rodilla en tierra en el centro de la imagen, junto a su padre y el mío y otros flechas de la Cardenal Cisneros en el Palacio de El Pardo 

Lector y escritor impenitente y apasionado de los libros, tenía alma de poeta y soñaba en voz alta con primaveras y luceros. Era alérgico al sectarismo, pero valiente hasta la extenuación. Jamás dejó de proclamar su filiación falangista pese a que ello le condenara al exilio interior. Era, cómo no, un romántico empedernido que se enamoraba de las cosas, de los paisajes, de los libros y de la vida. José Manuel era de esos hombres con una capacidad infinita de entusiasmarse.  

Hablaba con indisimulado orgullo de sus padres, de su mujer y de sus hijos, de su viejo dos caballos y de sus veranos en Sotogrande. Sólo quien busca el bien, la verdad y la belleza puede decir que está buscando a Dios y doy fe que José Manuel lo buscaba -y lo encontraba- en cada esquina de esa Sevilla a la que tenía entregado el corazón. Tenía en su cuerpo y en su corazón la huella de duros zarpazos de la vida, pero era -y no es un tópico- inasequible al desaliento. 

Hace tan sólo unos meses recibí un mensaje suyo en el que, con inmenso orgullo me decía :“he sido abuelo de una niña preciosa”. Esa niña a la que dedicó un precioso poema: 

El mundo de mi nieta. 
Me enamoró la luz de su mirada, 
el dulce acento de su llanto tibio,
y ese amago de pena, mientras sonríe. 
Y ese sol que lleva a cada lado, 
Y es Lucía, y su alegría. 

 Me atrevo a decir que este mundo lleno de odios, mezquindades y mentiras no era digno de un hombre cabal como José Manuel, pero su apostura, su dignidad de hombre y su coraje eran una nota discordante que desafiaba como un limpio destello a esta atmósfera turbia, ya cansada, como de taberna al final de una noche crapulosa. Era un joseantoniano puro: coraje, elegancia, estilo y caballerosidad; en palabras de Foxá, era, como los viejos caballeros, "un lirio en un vaso de hierro". 

 Conservo como un tesoro el pergamino que me regaló de aquel soneto de Angel María Pascual, “Envío”, y la carta en la que me decía que era el soneto de los falangistas en el exilio interior”. José Manuel siempre lució con orgullo su lucero azul, ese lucero en el que desde ayer hace guardia con su padre, con el mío y con todos aquellos que con emoción entonaron esa limpia canción de rosas, de amor y primavera que anuncia un nuevo amanecer. 

Hoy, José Manuel, que el cielo parece más limpio y se anuncia la primavera, quiero darte las gracias, enviarte mi dolor y poner en tu pecho las cinco rosas que, como pocos, has merecido. Me hubiera gustado que la vida nos hubiera regalado unos años más contigo, pero tengo la seguridad de que ahora nos mirarás con ojos indulgentes desde el lugar de privilegio que Dios tiene reservado para quienes pasan por la vida haciendo el bien, sin proclamarlo. 

José Manuel Sánchez del Águila

¡PRESENTE!

Luis Felipe Utrera-Molina

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