"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO
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11 de mayo de 2013

Sevilla, esencia española. Por José Utrera Molina

(Artículo publicado en el ABC del 11 de mayo de 2013)


SEVILLA, ESENCIA ESPAÑOLA


Frecuento, porque hay una especie de fuerza mayor que me lo exige, el repaso de mi larga memoria sevillana y he de escribir aquí, libre de toda perniciosa nostalgia yalejado de mi apasionada devoción por ella, que lejos de desvanecerse en el tiempo,recorre el corazón alumbrado por una luz amorosa y nueva.

Entiendo que un pueblo no es en modo algunoel entorno amurallado por el tiempo que encierra unos hechos históricos determinados, que en el caso y la referencia que hoy hago al referirme a Sevilla, cobra un fulgor que ilumina la existencia completa de la vida española.

Yo tuve la ocasión de servir a Sevilla durante más de ocho años. De todo mi quehacer político recuerdo con especial relieve esta etapa en la que sin duda -con más o menos éxito-, puse siempre mis entrañas, mis esperanzas y mi corazón adivinando las glorias de su futuro. En la vida política, la palabra recuerdo cobra una inusitada valoración. Nos concede la gracia de ser millonarios de todos los rincones de nuestraalma que aún palpitan frente a la vejez y que no se desvanecen con el peso atosigante de las horas. A veces, este recuerdo es lacerante y duro; en otras ocasiones,  aliviador yreconfortante y constituye trozos de nuestra vida que no se pierden en las tinieblas del olvido.

Si algo ocurre notable en mi propia vida, es la gracia de mantener el recuerdo de mi etapa sevillana, tal vez la más fértil y apasionada de todas las que he vivido en distintos puestos de servicio. Sevilla me reconforta enciende mis recuerdos. No son sus calles, sus avenidas, sus edificios y la histórica envergadura que se refleja enmuchos rincones de la ciudad. No son pues las estrechas calles o la visión completa de una ciudad enlazada por un río que constituye sin duda su alma. Pero hay algo que se antepone al paisaje urbano, que incluso nos hace olvidar puentes, calles estrechas, iglesias incomparables y lugares de indescriptible bellezaLa realidad a que me refiero,es la más importante de todas, el hombre.

Creo firmemente que el hombre sevillano ofrece una profundidad de vida que da consistencia a los valores de la ciudad. He escuchado sus palabras, y en ocasiones hecreído penetrar en sus secretos, en la justificación de su entorno, en la significación desu gloria, pero una conversación con gentes que han vivido el dolor y la esperanza de sus propias existencias, apoyando sus pies sobre esa tierra, constituye una notable  excepción, que al menos a , me ha ayudado muchísimo a entender el fondo y la categoría de lo que Sevilla supone y significa.

Pues bien, hace unos días tuve la suerte de mantener, de nuevo, una conversación con Pepe Luis Vázquez. Estoy seguro de que España entera le recordará como uno de los toreros de mayor clase y estilo. Está actualmente ciego, pero conserva una memoria excepcional, mantiene en su cabeza fechas, sucedidos y palabras que engloba en el inmenso espacio de lo que fue su vida profesional.  Confieso que en algún momento de nuestra entrevista brotaron las lágrimas en mis ojos, porque contemplar su figura con los ojos perdidos, pero con el alma abierta confesando nuestra ya larga amistad, era un privilegio que recordaré toda mi vida. Presente estaba su mujer de siempre, Mercedesque le ha cuidado con la sensibilidad excepcional con la que los sevillanos hacen las cosas, en el triunfo, en la gloria y al fin, en la retirada. Pepe Luis no ha perdido nada de su ayer y lo que los ojos le niegan, el corazón lo suple. Tiene fechas y referencias a contenidos que es muy difícil que se mantengan claros en el tiempo. Le pregunté cuál había sido la fecha de su debut en Málaga, que yo lejanamente recordaba puesto que solo era un niño. Rápidamente me contestó. «Fue una corrida mixta; dos matadores y dos novilleros; matadores, Marcial Lalanda y Cagancho y el hijo de nchez Mejías y yo.»

Continuamos hablando de todo lo que Sevilla había significado para mí. Los golpes de afectos continuados, los apoyos que evidenciaban un gran alto grado de sensibilidad, degenerosidad y sobre todo de aliento. En ese momento de la conversación intervino Mercedes, su mujer y me dijo: “Le pido a José Luis que recite los versos que yo le digotodas las noches. Yo me quedé estupefacto y le dije que no sabía que le tenían que recitar para que se durmiera. Él, entonces me contestó: para que me que duerma nopara seguir soñando. Pepe Luis me contesto con voz propia, sin ninguna quebradura,algo que todavía conservo en mi memoria. Entonces se produjo una situación patética,porque haciendo un supremo esfuerzo Pepe Luis me relató estas palabras

“Dime dónde va a llegar 
este querer tuyo y mío. 
Dime dónde va a llegar,
estoy perdiendo el sentío,
cada día te quiero más”.

Al escuchar estas últimas palabras confieso que quedé aprisionado por la emoción cuando el tono de su voz apenas se quebraba.

Refiero esta anécdota como compensación de las muchas que retengo y que hacen referencia a la actitud llena de caballerosidad, generosidad y hondura de cómo se comporta el pueblo sevillano.

En estos momentos en que España sufre la amenaza de una desintegración, estoy seguro que Sevilla puesta en pié, reclamará lo que no es tan sólo su legado histórico, sino su heroica aportación a una España unida por encima de las diferencias y de los enfrentamientos.

Cuando me despedí de él me dijo tan solo: Gracias José, me has traído la paz que siempre necesito. Yo le contesté: “La paz me la has traído tú y la memoria de nuestra amistad perdurará para siempre.

Creo que al referir esta anécdota, completo no un suspiro de admiración sino un golpe que recibo en el pecho al recordar todo lo que Sevilla ha significado para mí y que ofrezco a mis lectores como una muestra de un sentimiento inextinguible que me compensa, que me eleva y que adquiere en el tiempo la fortaleza de lo verdadero. A esto añado siempre mi recuerdo agradecido a Dios, que me permitió, a través del conocimiento de los hombres, vivir parte de su historia, tener vivamente en pié la memoria sevillana confundida junto al olor del azahar y la visión esbelta de sus viejas y enhiestas palmeras.

JOSÉ UTRERA MOLINA

31 de enero de 2013

Con el alma maltrecha y dolorida. Por José Utrera Molina


(Artículo publicado hoy en ABC)

«Desde la contemplación de mis muchos años le pido a Dios que ayude a Cataluña, que no está representada por sus actuales dirigentes sino por la voz de la historia, que reclamará algún día el precio de la fractura que se pretende consumar»


HACE unos días leí en las páginas de ABC, diario que asiduamente leo, un gran artículo de Jaime González titulado «El claudicante». Hace una oportuna referencia a las palabras que escribió en su día el poeta Neruda que decían lo siguiente: «Mirad mi casa muerta, mirad España rota…». Estas frases traen a mi memoria el recuerdo de algo que el tiempo no ha podido borrar de mi corazón. Tenía yo ocho años y contemplé a mi abuelo que era un hombre alto, fuerte y con un vigor extraordinario, doblado ante un aparato Telefunken que transmitían las noticas del recién proclamado estado catalán. Mi abuelo lloraba. Le pregunté sorprendido qué ocurría para que él manifestara en sus sollozos su desazón y su dolor. Me contestó: «Tú no lo comprendes, pero España se está rompiendo y yo estoy muy triste».

Cito estas palabras y esta anécdota porque fueron el inicio de mi sentimiento patriótico. Me preguntaba entonces, cómo un hombre tan recio podía llorar y comprendí que su llanto debía estar motivado por una causa grande.

Quién nos iba a decir a tantos españoles que íbamos a contemplar de nuevo una circunstancia tan desastrosa en el orden histórico y tan perversa en el orden moral; que transcurridos nada menos que setenta y nueve años, España iba a volver a sufrir con tanta alevosía, con tanta desvergüenza, con tanto rencor y con tanta malicia un atentado contra su ser esencial y su unidad irrevocable.

No voy a entrar a referir aquí todo lo que Cataluña ha sido para España. Las épocas más gloriosas de nuestro acontecer histórico han estado llenas de la entusiasta y a veces incluso delirante colaboración de Cataluña. Yo he vivido muchos de sus latidos y he entonado muchas de sus canciones y, sobre todo, he conocido y respirado en su aire la atmósfera distinta y maravillosa que representaba el más sólido pilar de la Nación española. Me duele ahora, después de tantos años, la criminal actitud de los actuales gobernantes catalanes, que posiblemente no podrán recordar a tantas gentes como yo personalmente conocí, que con sus raíces catalanas habían defendido hasta la muerte el sentido de España, habían nutrido con numerosos efectivos la gloriosa División Azul y habían mantenido un clamor de lealtad cuando existían por entonces algunos silencios precursores de una dolorosa negación.

Hoy es para mí un día de luto, un día triste, sobre todo al no escuchar la palabra justa que defina una actitud firme de gobierno frente a este dislate separatista. Me duele, me sobresalta este silencio gubernamental que no llego a comprender y que me produce sorpresa, indignación y estupor. A mi juicio es el gobierno de la nación el que tiene una irrevocable obligación de salir al paso de tanta inadmisible bravuconería, que tiene justicia y resortes suficientes para mantener la energía intocable de la independencia nacional.

Día tras día verbalmente se atacan los cimientos de nuestra Constitución, se provoca el ánimo no solo de los catalanes sino con sentido contrario el de muchísimos españoles. Se juega a una increíble división, se alistan en la tribu de los que desconocen por completo el valor histórico y español de los catalanes. ¿Cuánto va a durar esta situación? ¿Cuánto tiempo va a soportar el Gobierno tan sucesivas agresiones? Yo creo que la mayoría de los españoles somos contrarios a ese disparate promovido por la ambición y el descaro personalista de unos profesionales de la política que carecen de valor y de dignidad.

Desde la contemplación de mis muchos años le pido a Dios que ayude a Cataluña, que no está representada por sus actuales dirigentes sino por la voz de la historia, que reclamará algún día el precio de la fractura que se pretende consumar. Escribo esto sin rencor y sin furia, pero declaro que me gustaría agotar mi senectud ya avanzada con mis ojos cerrados para siempre sin contemplar el espectáculo vergonzoso de una clamorosa traición. España debe permanecer unida y en paz, y debe librar su futuro de falsos encantamientos, de miserables oportunismos y de equivocaciones tan solemnes como históricamente impropias.

JOSÉ UTRERA MOLINA

16 de octubre de 2012

"El silencio culpable". Por José Utrera Molina

Al hilo de los acontecimientos que se suceden cada día en Cataluña, merece la pena rescatar del olvido un artículo de mi padre publicado el 22 de junio de 1978 en ABC. Se estaba elaborando la Constitución, concretamente el Título VIII y el artículo -que fue tachado de alarmista y dio origen al primer pie de artículo de ABC desvinculándose del contenido del artículo- resulta leído hoy estremecedoramente profético: 

"No se pretende la exaltación de la diversidad, sino el puzle. No se busca la necesaria descentralización, sino el mosaico gratuito." (...) " Tal es el caso del término nacionalidades, auténtica bomba de relojería, situada consciente o inconscientemente, por los muñidores del consenso, bajo la línea de flotación de la unidad nacional" 

"El propuesto cantonalismo generará la hostilidad entre vecinos, la rencilla aldeana y el despilfarro del común patrimonio. Se está haciendo la artificial desunión de España, y, además, sin explicarle al pueblo lo que le van a costar las taifas" (...)

 Callar cuando la unidad de España está en peligro sería la peor de las cobardías. Yo, al menos no quiero dejar de sumar mi voz a las que, con escándalo y alarma, se levantan frente al riesgo clarísimo de perderla. Quuiero que se sepa que no todos los españoles estuvimos de acuerdo en quedarnos sin Patria"



LFU

3 de octubre de 2012

Mi mejor camarada. Santiago Souvirón in memoriam. Por José Utrera Molina



Hace unos días he perdido a uno de mis más fieles y entrañables camaradas. Rectifico, no lo he podido perder, porque está no solamente en el corazón de mi memoria sino en el mejor de los mundos conquistados con su dignidad y su valor. Todo lo que yo pueda decir de Santiago Souvirón Utrera quedaría dolorosamente sorprendido por la falta de espacio en el que yo podría poner las excepcionales virtudes que le adornaron. 

Muy joven, con 16 años, -eso apenas lo comprenderán los jóvenes de hoy- marchó a la División Azul a combatir en Rusia por los ideales a los que había consagrado su vida. Lo hizo sin alardes, sin proclamaciones, con la sencillez suprema con que los soldados se enfrentan a la vida y después a la muerte. Marchó en el tren con miles de expedicionarios y allí se distinguió en las heladas estepas de Rusia por su valor y su coraje. Ya en Málaga, cuando me fueron concedidas ciertas responsabilidades en el gobierno falangista de Málaga le elegí a él como mi más directo y entrañable colaborador. Santiago tenía la infinita sabiduría de la discreción, el sentido de la humildad que conquistaba con su sensatez y su sencillez a cuantos le conocían. Jamás le vi entristecido por el rencor, nunca supe de su odio al enemigo, caminamos juntos muchas veces para conquistar la confianza de los que todo habían perdido y alzar sobre el pavés de nuestra bandera nuestro instinto de reconciliación y de verdad. 

Todo cuanto escriba de Santiago se quedará corto. No he conocido en Málaga a nadie que pudiera igualarse a él en caballerosidad en hombría de bien. Tenía eso que no todos comprenden pero que constituye un valor sustancial que se llama estilo. El suyo era inimitable, el espacio donde lo ejerció tan infinito como fue su misericordia para los que no pensaban como él. Era alegre y jovial, se entusiasmaba con las cosas bellas que crecían alrededor nuestro, no le daba importancia a su sacrificio personal, a su entrega y al gozo de su lealtad. Su ambición se reducía a poder contemplar alguna vez con sus ojos una patria unida en el amor, en la justicia y en la fe de su destino. Recuerdo que hablaba con él con mucha frecuencia. Siempre tenía la sonrisa a flor del labio. Nunca le vi descontento o malhumorado y mucho menos belicoso y agresivo. Era toda una bondad en ejercicio. Una nobleza realizada en cada acto de su vida. Puedo decir que soñamos juntos en una patria que al final se nos ha caído de las manos, pero él hasta los últimos momentos de su vida no ha perdido la fe. Escuché sus últimas palabras, estaban rotas por su enfermedad, pero su eco trascendía y yo podía darme cuenta del tesoro de su limpieza moral que se encerraba en su infinito corazón.

Málaga constituyó siempre un gran amor para Santiago y también se sintió hasta el final periodista, agudo, reflexivo, abarcaba muchos campos, yo le conocí en sus afanes deportivos, en su inteligencia para narrar acontecimientos en el mundo del deporte en el cual también estuvo generosamente implicado.

Cada día que pasa me encuentro con más nubes de soledad que rayos de sol estimulantes. Llamo y no me contestan, pregunto y no me responden, pero yo sé en el fondo de mi corazón que los que fueron mis amigos, mis camaradas entre los cuales en primacía absoluta destaco a Santiago, recogerán al menos el eco de mi voz dolorida. Tere, su mujer, con la que compartimos amistad y esperanza, sabe hasta qué punto era mi amigo y mi hermano Santiago Souvirón Utrera. También lo sabrán los siete hijos que harán escolta a su ejemplo y a su dignidad. Descanse en Paz el que fue soldado, amigo y claro confidente. Estoy seguro que allá en lo alto habrá un nuevo lucero para él.

JOSÉ UTRERA MOLINA
EX SUBJEFE PROVINCIAL DEL MOVIMIENTO DE MÁLAGA Y EX MINISTRO

6 de septiembre de 2012

"Un ejemplo conmovedor". Por José Utrera Molina

A continuación transcribo el artículo publicado por ABC en el día de hoy



UN EJEMPLO CONMOVEDOR

Vivimos un tiempo en el que el apresuramiento de los juicios es moneda común.

La protesta, la incomprensión y a veces incluso la ira, nublan no solamente el territorio de nuestro presente sino lo que es peor, enturbian y a veces hacen cenagosos y difíciles los caminos y las rutas del futuro. Nos atrevemos a vaticinar, a veces con aire insolente y dogmatico, determinadas cuestiones que requieren un análisis profundo. Creo que era Cicerón el que decía que el tesoro de un hombre no debía estar en la riqueza de los bienes sino lleno del sentimiento de la lealtad. He pensado en muchas ocasiones en el profundo significado de estas palabras y creo que tenemos el deber de preguntarnos hasta donde llega la audacia de nuestras opiniones y donde termina la sin razón de nuestros sentimientos. 

Se trata de hacer un retrato de la imagen de la actual juventud española. Hace ya muchos años tuve la inmensa fortuna de intentar educar en principios básicos e inmutables a una gran parte de jóvenes españoles. Afirmo que finalmente les contemplé convencidos. Que me miraron con gratitud y que pasados los años, bastantes recuerdan todavía la arisca verdad que a veces- según ellos me decían- lograban ponerles los vellos de punta. Quise cultivar la verdad en todas sus vertientes y no hubo para mí mayor ventura que encontrar en los ojos de mis oyentes un signo de venturosa gratitud. Puedo afirmar que una opinión mía sobre este trozo caliente de España que es la juventud, apenas si puede ser relevante y digno de reflexión para muchos. Para mí sí. Estimo que frente al bullicio de tanta insensatez como vemos en las calles, de tanta dejación de reglas elementales de convivencia, de tanta profanación insensata, existe por el contrario una minoría de jóvenes que poseen una fortaleza tan ejemplar que a los que ya peinamos demasiadas canas nos estremece de gozo y de alegría. No encuentro en las páginas de mi ayer intensamente vividas unos ejemplos tan escandalosos de abnegación, de virtud, de solidaridad y de entrega como los contemplo hoy con el gozo póstumo del que ya no va a ver o no va escuchar el eco de los pasos de las nuevas generaciones. No hablo de memoria sino de la contemplación de situaciones que en la época que viví junto a mis jóvenes camaradas no pude ni siquiera atisbar que hubieran de producirse. Cuando veo de cerca parejas de hombres y mujeres que sacrifican las horas alegres de verano para compartir la angustia dolorosa de los que menos tienen, cuando con un estremecimiento de emoción contemplo a quiénes cercanos a mí, huyen de la comodidad y de la ligereza y marchan a otros países para cuidar enfermos terminales, para acercarse a niños desvalidos, para alertar la proximidad de la muerte en enfermedades incurables y pasan sed, hambre y a veces un humano y natural desasosiego. Entonces, yo alzo el grito de mi alegría al saber que no todo se ha perdido. Afirmaba hace poco que no hablaba de memoria. Tengo dos nietos que han marchado hace muy poco al Camerún. Allí han permanecido durante cerca de un mes. Han conocido el hambre, la miseria y han contemplado con indignación la pasión y la frívola pasividad de una parte de la vida española que quieren cerrar los ojos ante situaciones tan dramáticas como éstas. 

He hablado de mis nietos y creo que he cometido un error. Ha sido un nieto mío, que se llama Ignacio, enriquecido por sus estudios, alabado por su constancia que acompañado por su novia Elisa que es una mujer fuera de serie, modelo de estudiante, llena de estilo y de elegancia han protagonizado esta etapa de vida juvenil marcada por los signos más patéticos del sacrificio. Cuando han regresado de aquel infierno les he preguntado con palpitante admiración lo que habían aprendido y me han contestado solo estas palabras: conocer el dolor muy de cerca y también la alegría con clamorosa proximidad a pesar de que estos últimos a penas ni tenían posibilidad de completar sus vidas con alimentos esenciales. Venían sin triunfalismo de apóstoles, sin orgullo ni pretensión alguna de ser ejemplares, pero en sus ojos, que eran parte de los míos, había un brillo infinito que llenaba los últimos resortes de mi alma clamando en medio de una esperanza rejuvenecida.

No toda la juventud española se ha afiliado al hedonismo, no toda ha perdido los resortes de la solidaridad sino que entregando sus vidas, sus voluntades, el tesón y el valor en ocasiones también han dado testimonio de su fe con el aliento de su ilusión no derrotada. Me he permitido romper la intimidad de mis alabanzas porque creo que son muchos los jóvenes que pueden acomodar sus vidas a ejemplos tan bellos y luminosos como hoy se producen a lo largo y a lo ancho del continente africano. Yo confieso haberme sentido orgulloso. Haber tenido en mis ojos a punto lágrimas antiguas, pero al final era tan resplandeciente la fe que contemplaba en ellos, la alegre disposición de sus jóvenes responsabilidades que sólo me ha quedado tiempo para bendecir a Dios y defender a los jóvenes que tienen el derecho de escribir nuevas páginas en la historia.  

JOSE UTRERA MOLINA

18 de julio de 2012

Razón del 18 de julio. Por José Utrera Molina



Yo nací en los albores del 18 de julio, tenía en aquella fecha tan sólo diez años, pero tengo que confesar que aquel acontecimiento tan históricamente importante rompió mi infancia y me incorporó ya al riesgo de la madurez.

Había sufrido en Málaga todo lo que había supuesto de ruptura el triunfo del Frente Popular en la ciudad. Nada de transigencia sonriente, nada de belicosidad caballeresca, nada que pudiera presumir un noble fondo de humana consideración. Quieran o no los que ahora han olvidado o, mejor dicho, han perdido la memoria de aquel día, al menos muchos hombres en cuya existencia estuvo grabado el sentido del deber nos revelamos contra la sectaria y vil manipulación de la Historia. Mi edad no consiguió de momento penetrar en el fondo de aquella terrible contienda, pero había tenido la suerte con muy poca edad, de tratar hombres jóvenes que anunciaban con sus palabras la posible proximidad de una nueva primavera. El 18 de julio fue para unos la posibilidad de enterrar a España y destruir sus cimientos milenarios y para otros la erección de un nuevo monumento a la esperanza y a la reconciliación.

He vivido durante toda mi ya larga vida el espíritu que se desprendió de aquel lejano 18 de julio. He negado hasta la saciedad los torpes argumentos que querían convertir esa fecha en una militarada al estilo de siglos anteriores. Sufrí en mi propia carne la desgarradura dramática de una familia que perdía a uno de sus miembros defendiendo hasta la muerte las ideas del 18 de julio, mientras que su hermano era Gobernador Militar de una provincia cercana bajo el dominio rojo. Viví intensamente todo lo que aquél proceso histórico significaba. Ahora lo considero alejado de la cólera dialéctica que acompañó algunos de mis pasos en mi ya lejana juventud. Declaro aquí que el 18 de julio fue un acto necesario. Franco recogió el inmenso clamor de una España dolorida y rota, para convertirla años después, en una nación en marcha que trataba de recuperar su destino.

Hoy estoy imposibilitado para hablar personalmente ante vosotros por una circunstancia fortuita que reduce mi movilidad pero que no ha nublado mi cabeza. Lo hace en mi nombre - y estoy orgulloso de ello-, uno de mis hijos, que comparte la firmeza de mi ideal y la disciplina de mi propia conducta. A él le debo la certidumbre de que aquel espíritu lejano, creador y luminoso del 18 de julio no muera en los caminos de la sangre de mi gente más próxima.

Hoy, alejado ya en el tiempo de aquella coyuntura, me siento delirantemente identificado con aquel grito, con aquel clamor, con aquella encendida esperanza que al menos en mí no ha muerto. Cuando Franco me llamó para indicarme mi nombramiento de Ministro de la Vivienda, le dije, - quizás con un tono de excusa- que no era merecedor de una responsabilidad tan importante, pero que cumpliría con mi deber poniendo mi alma en la tarea que se me encomendaba y añadí: “Soy falangista y como tal sirvo al Movimiento Nacional, pero no quisiera perder nunca la identidad a las ideas que he proclamado siempre. Franco me miró, como era su costumbre, profundamente y me  dijo: “Hace Vd. muy bien”.

De aquellas horas me distancian muchos años. Aquel que fue Caudillo de todos los españoles ha sido vil y cobardemente atacado incluso por muchos de los que fueron sus correligionarios. Pero yo he conservado, como mi mejor blasón, la lealtad al hombre que hizo posible el recobrar la dignidad a una España desesperada. Esta lealtad me consume y alimenta y esta noche quisiera trasladarla a todos vosotros, porque es cierto que con ella se vive en plenitud. La cobardía, no solo mata la fe, sino que destruye el resto de dignidad que un hombre pueda tener.

Lamento no estar esta noche entre vosotros, pero en la distancia os recuerdo y me alineo con vosotros con el mismo grito que amaneció mi infancia dolorida: ¡¡¡Arriba España!!!




José Utrera Molina


(Mensaje destinado a los asistentes a la cena conmemorativa de la Fundación Nacional Francisco Franco) 


14 de enero de 2012

Un hombre ejemplar. Por Jose Utrera Molina

En homenaje a Pío Moa, podéis leerlo aquí

Desde mi soledad, desde mi forzado aislamiento, parece lógico que acudan a mi mente vivencias, recuerdos, gozos y amarguras. A veces esa máquina que Dios nos ha dado para pensar se detiene en algún punto especial. Se trata de una imagen, de un recuerdo, del tono de una voz, de la señal solitaria de alguien que quiere despegarse de un mundo repleto de mediocridades y de envidias. No conozco personalmente a Pío Moa, le sigo por sus escritos, le admiro por su valor, le reconozco su importancia en la contribución –realmente notable– de aclarar la historia de nuestro tiempo, tan injustamente falseada por los que no piensan nada más que en sí mismos, encerrados en las cárceles de las más maltrechas ideologías.

Admiro en Pío Moa la ruptura de una etapa anterior que no sólo le sirvió para realizar una parte de su proyecto en acciones concretas, sino para adiestrarse en la vorágine de la historia que representaba y tener el atrevimiento de mirar a lo lejos para contemplar cómo una luz en principio debilitada le abrió paso a unos espacios más luminosos y clarificadores. Que Pío Moa procediera de un radicalismo político exacerbado en esa primera etapa da todavía más valor a una serena conversión, a juicios y valores que tenían necesariamente que tener un lugar preferente en el mundo. Serenamente, con el alma templada, sin mirar intereses propios sino oteando en el horizonte que le había abierto su corazón, Pío hace un diagnóstico de situaciones como muy pocos de los que hoy se llaman historiadores españoles. Resulta muy complejo y muy difícil abrirse paso con una espléndida verdad entre el tejido rencoroso que aprisiona hoy a una gran parte de la vida española. Con el alma limpia, mirando hacia el porvenir, denunciando injusticias, poniendo de manifiesto hechos que se han manifestado como estafas para captar y aprisionar a una gran parte de la juventud de nuestro mundo, al hombre al que estoy aludiendo no le han importado ni los improperios ni los insultos ni las amenazas de aquellos de los que no pueden perdonarle la denuncia de las estafas a las que claramente han estado sometidos.

Pío Moa tiene una imagen de España robusta y consolidada. Realiza un severo análisis de lo que ha sido nuestro reciente pasado, se conduele de las injusticias a que hemos estado sometidos por un frente mediático, diabólico, con fuerza penetrante y con poder casi infinito.
Pío Moa es un atrevido. Alguien puede preguntarse si puede haber valor en el atrevimiento. Yo lo confirmo plenamente. Hay muy pocas voces que sepan expresarse con la claridad conceptual, con la valentía y con la convicción con la que lo hace este autor veraz de nuestro tiempo, que además es testigo y no renuncia a lo que sus ojos han contemplado. No hay nada más perverso en este mundo que un testigo comprado, un testigo que abomina de la verdad y que, sin embargo, presume de conocer lo desconocido. He tenido en mis manos el libro de Pío sobre la Historia de España. De él se deducen muchas cosas, se aclaran muchas mentiras, se renuncia a toda clase de triunfalismo y gotean las lágrimas de su amargura sobre las páginas ya amarillentas de la historia que contempla. ¿Podremos caer –se pregunta el autor– en los mismos errores que han bandeado la superficie de nuestra tierra, arrasado sus campos, convirtiendo en cadáveres personalidades activas, creando milicias del mal, cuando la verdad es que había que haber ajustado la vida española a modos de integración y en ocasiones de misericordia?

Yo me atrevo a escribir este artículo –repito– desde mi soledad. A este estado de ánimo acuden a veces con vertiginosa energía los recuerdos que han formado parte de nuestra vida. En ocasiones golpean las dudas el frontal de nuestro corazón. En ocasiones estas incertidumbres se desvanecen y triunfan aquellos pensamientos sólidos que dieron fuerza y motivo a nuestra existencia moral. Frente a la desesperanza general que sacude hoy a nuestra sociedad, yo apuesto por la esperanza y contemplo cómo un hombre solo, sin apoyos, sin sociedades adineradas que le acompañen, sin protecciones de poderosos pueda estar tejiendo día a día la verdad de la historia de nuestra nación. Valen muy poco los juicios que yo pudiera expresar en este artículo, puesto que soy ya un referente lejano de un país que conoció, o al menos se aproximó, a la claridad de la justicia y de la razón. No pienso congraciarme con él, quiero simplemente defender su obra, su claridad, su serenidad, su temple. No hay en la literatura que él refiere hechos importantes o lagunas que enturbien o arrasen el conjunto de lo que analiza dando fe de ello. Hay, por el contrario, una apasionada exaltación, sencilla y sin ampulosidades, de verdades que se han ocultado o han quedado maniatadas por el sectarismo o por el odio. Yo le he seguido en alguna de sus conferencias y mientras algunos al final le increpaban, le he visto tranquilo sin que se alterara un solo músculo de su rostro, sin evidencia de crispación alguna. Le he contemplado con alegría, tranquilo y sonriente como si una verdad metafísica atravesara su alma y le llevara la sangre a su corazón. Soy, lo repito ya, tan sólo un octogenario que conserva una parte de fe y quisiera que este artículo terminara con una frase del poeta: “Ayer se fue, mañana no ha llegado;/ hoy se está yendo sin parar un punto:/ soy un fue, y un será, y un es cansado”.

José Utrera Molina

11 de noviembre de 2011

José Antonio, ahora. Por José Utrera Molina

Reproduzco a continuación el artículo publicado hoy por mi padre en la página web de la Fundación Nacional Francisco Franco en la que también aparece la entrevista que podéis leer pinchando aquí

por José Utrera Molina

Utilizo esta expresión adverbial porque me consta que late en los corazones de muchos de los que nos sentimos falangistas y que también su urgencia reside en una honesta reflexión de nuestras mentes. En primer término tenemos la obligación de derramar nuestra vista ya cansada por el panorama nacional. Reconocemos que la tecnología ha cambiado sustancialmente muchas cosas, pero ese cambio desprovisto de motivaciones, hondas y profundas, mirando a lo trascendente no se ha producido y así contemplamos unos con pena, otros con indignación, algunos con rabia y muchos con desesperanza, a nuestro solar invadido por una gangrena insoportable. Las nuevas generaciones no pueden estremecerse ante la emoción de la patria porque no la conocen y al no conocerla no la sienten y hay que tener en cuenta que en el principio de la Falange, campeaba siempre el dolor por la insatisfacción que sentíamos al contemplar la desdicha de España. Este recorrido por valles, por regiones, por tierras que antaño tuvieron un lazo apretado de unidad nos provoca no sólo angustia sino también incertidumbre. España es una entidad con una sustantividad unitaria indiscutible. No han sido agregados ocasionales los que se han producido a lo largo de la historia sino un proceso muy profundo de integración que ha resistido cambios y vaivenes. Urge en estos momentos la recuperación de un nuevo sentido del patriotismo. José Antonio seguiría pensando que España no le gustaba y ese patriotismo suyo de perfección, que le llevó a la muerte es la única tabla salvadora que nos puede revivir de esta catástrofe. El orgullo sin jactancia de ser español, la conciencia de nuestro viejo y hermoso destino, la sangre que se derramó en aras de estos ideales no puede quedar esterilizada.

Por eso José Antonio no está tan lejos en el tiempo, esa dimensión trituradora que a veces borra los acentos más importantes de la vida.

José Antonio es ahora la única y yo creo que la más fecunda de las fórmulas políticas que muy pronto tendrán que escogerse para hacer valedero un futuro mejor, un horizonte de mayor dignidad y grandeza comenzando claro está por una activa mutación en los valores hoy imperantes.

Pero José Antonio, al que yo sitúo ahora en el centro de mi esperanza, no sólo vivió para alumbrar unos criterios nuevos, un estilo diferente sino para darnos definitivamente una lección ante la muerte. Muchas veces en mi soledad he reflexionado sobre las horas que precedieron a su fusilamiento y al saber que no hubo temblor en su pulso, ni vacilación en sus convicciones, me invade un optimismo trascendente. La muerte ante José Antonio no apareció enlutada o siniestra sino como un aura de gratificación heroica de todo a lo que había servido con honestidad y también con orgullo legítimo. Nadie ha reparado suficientemente en que un hombre que va a hacer frente a la muerte, que tiene cercano a sus enemigos y que estos bien o mal componen una parte del pueblo español, sea capaz de decir que ojalá no vuelvan a existir discordias civiles mientras hace un elogio de las virtudes de sus gentes. Pudo sentir indignación y pena, pero sintió dolor y en último término solicitó la bendición del Dios en el que creía.

Ahora que todas las referencias trascendentes son sistemáticamente asfixiadas, que el reino de lo espiritual está más situado en la magia que en la verdad de los corazones, ahora que se insulta a todo lo que ha sido la esencialidad política de la nación española con la contemplación de brazos cruzados de aquellos que tenían el deber de proclamar en alta voz lo que significa como patrimonio común, la vida de España, nosotros tenemos la obligación de alzar en nuestro pensamiento la figura de José Antonio. Proclamamos en alta voz que José Antonio no ha muerto, que vive en cada uno de nosotros, que no es una referencia pálida que pueda olvidarse sino un estímulo impetuoso que se resiste a morir en el olvido.

José Antonio ahora, nos es necesario Su pensamiento sigue estando lejos de esa derecha amarillenta de la cual algunos se sienten orgullosos porque fue precisamente esa tropa sin uniforme la que propició su muerte y su calvario y eso no lo vamos a olvidar nunca. José Antonio murió porque la derecha española le había condenado previamente. Esto hizo que quedara desasistido de argumentaciones jurídicas convenientes que pudieran haber paliado la gravedad de su situación personal. Luego, esa misma derecha le aclamó para confundirlo, le ensalzó para mitificarlo, le defendió para hundirlo en un panorama de confusión. Nosotros hoy tenemos que traerlo ahora junto a las brasas de nuestro corazón no resignado y decirle a los españoles y al mundo entero que aquí hubo un hombre que se puede y se debe pronunciar con emocionada unción en el tiempo de hoy.


16 de junio de 2011

"La carta de mi nieto". por José Utrera Molina


Reproduzco a continuación el artículo publicado hoy en la página 4 del diario La Gaceta

Ayer, concretamente en el periódico El País, se publicaba una carta de mi nieto Rodrigo en relación con los insultos y agresiones que había sufrido su padre recientemente. He de comenzar escribiendo que el protagonista de esta carta, Rodrigo Ruiz-Gallardón Utrera, goza por mi parte de una estimación fuera de lo común. Le conozco, sé que acumula en su joven personalidad una serie de virtudes poco frecuentes, pero sobre todo tengo que señalar su admirable claridad mental, su objetividad, su falta de prejuicios y su incontaminación de cualquier género de sectarismo político. Es todo un hombre, que es la mejor definición que se puede hacer de una persona. Me ha conmovido su carta porque en ella afirma rotundamente un concepto que fue muy habitual en la prosa política de Ortega y Gasset, quien decía: “Hay que pensar con arquitectura”, es decir, con perspectiva. Añade Rodrigo que vivimos en un gravísimo momento histórico y alude también al final a una descomposición de valores que todos sufrimos. Suscribo esta angustiosa preocupación y esta reflexión serena de mi nieto.

Hace unas noches, cuando eran aproximadamente las dos menos cuarto de la madrugada, un griterío infernal me despertó de mi sueño; según pude comprobar después, era el clamor de los indignados en las calles más céntricas de Madrid. La verdad era que mi despertar con sobresalto no lo había sufrido desde hacía muchísimos años cuando las calles de Málaga eran recorridas por gentes que gritaban: “Hijos sí, maridos no”. Yo pregunté por aquellas fechas, con tan sólo 10 años, qué significaba aquello y mis padres respondieron: “No saben lo que dicen”.

A ese pozo insondable de la memoria han venido en estos días múltiples recuerdos, algunos clavados como punzadas en los primeros latidos de mi joven corazón. Creía tal vez ingenuamente que esas etapas de crispación histórica habían terminado. Recordaba las frases de Aristóteles cuando escribía que el cobarde y el valiente no podían ser igualmente estimados. Ahora compruebo que no es así y que quizá, en el final de este túnel oscuro por el que transitamos, se pueden adivinar situaciones por cuya liquidación hemos trabajado y yo diría que rezado muchos españoles. Hoy al leer la prensa me informo del criterio sublime de Ramón Jáuregui de desenterrar el cuerpo de Franco del Valle de los Caídos. Me parece un soberano disparate y, sobre todo, la traducción a nivel muy concreto del insaciable odio que llena el corazón del presidente del Gobierno, que en definitiva quiere prorrogar su legislatura para culminar los objetivos sectarios y antinacionales que tiene en su sagrada agenda. Es muy posible que la queja y el grito de muchos españoles no pueda impedir tamaña injusticia histórica. Que nuestras palabras se ahoguen en el silencio, que nuestras quejas se ignoren por completo, que nuestro dolor no sea atendido, que nuestra indignación no sea estimada. Pero tenemos muchos españoles la obligación al menos de escribir con letra firme la verdad entera de lo que ha sido la historia de España, hoy manipulada y aniquilada, por los que representan el Gobierno de la Nación. Que sepa Zapatero que un pueblo no puede vivir esclavo de los caprichos de un demagogo, de un enfermo de ira y de rencor. Que queremos por todos los medios que desaparezca de la escena española y que nos libere de esa atroz pesadilla que estamos sufriendo día tras día con su presencia.

¿Es posible –me pregunto– que un torrente de odio semejante pueda acercarse a las venas calientes de España? ¿Es posible que una capacidad impresionante de rencor, pretenda ahogarnos sepultándonos en la mentira de lo que ha sido con sus errores y con sus defectos, con sus fallos y con sus éxitos la torturada historia de España? ¿Es posible centrar en la vida de un hombre, como fue la de Francisco Franco, el cúmulo de condenas que sin rigor y sin justicia se están representando sobre su nombre? Parece que sí, sin embargo, aunque mi voz sea ingenua y solitaria, incapaz de movilizar el sentimiento de nadie con el corazón en alto y el alma en vilo, proclamo y declaro que es insoportable la falta de ecuanimidad y de dignidad histórica del presidente del Gobierno y también la de sus acólitos que, por miedo o por otras causas similares, permanecen en silencio contemplando todo este desastre. Dios quiera mandarnos en algún momento un rayo de luz para que se rompan las tinieblas que soportamos con impotencia y amargura. Dios quiera que la ventura de una nueva esperanza nos sitúe con el alma tranquila y que la sombra nefasta del presidente del Gobierno aparezca disuelta en el desprecio y en la señalización de su poderosa ignorancia.

Es verdad que vivimos unas horas gravísimas pero es también muy cierto que la energía histórica de España no puede sucumbir ante tanto cieno y tanta vileza. Hay que creer en el milagro y yo, octogenario superviviente, creo en él y espero que algún día, aunque yo no pueda verlo, España quede liberada de la ruindad de tantos enanos y malandrines como los que nos gobiernan en la actualidad. Hoy estoy orgulloso de romper mi silencio. Quizá mis palabras aparezcan como salidas de un horno hirviente, pero no podría nunca soportar que alguien me señalara por la indignidad de mi silencio.

José Utrera Molina.

14 de abril de 2011

Semana Santa




El dolor de la liturgia se aminora porque consuela la alegría de saber que, a pesar de su muerte cercana, Cristo se quedará para siempre entre nosotros.

Avanza y se aproxima el Jueves Santo, día solemne lleno de la majestad del dolor, reencuentro de la humanidad entera con Jesucristo. Málaga se enfrenta sublimada, encendida, con el misterio de la Redención desbordando para ello el genio de su arte y su belleza. Málaga se pone en pie y contempla con el alma estremecida el drama del calvario, sintiendo como suyo el dolor religioso de estas tristes jornadas evocadoras.

No hay lírica mentirosa y barroca en la exaltación del fervor de nuestro pueblo. Hay una viva emoción teológica ante la presencia en las calles de las imágenes, ante el realismo dramático de los Cristos, ante el dolor y la amargura de las Vírgenes sollozantes. Anochecido, sale de su templo el Cristo de los legionarios y sentimos al verlo el sudor de sus sienes, viendo en sus ojos, en su boca, en sus pómulos febriles el ansia y el esfuerzo por fijarse en todos los infortunios.

Entre las sombras de la noche todos miran a Cristo, rezan ante la dramática expresión de su agonía. Agonía de hombre que padece la angustia de todas las muertes, todos al mirarle sufren con él, adivinando la fiebre que le hunde en el cuerpo las uñas de la fe, el vibrante escozor de la garra ardiente de las manos, el dolor de las arterias que ayer llevaban las dulzuras de la vida y hoy se convierten en dogales aprisionantes, ante trance supremo se pasar la soledad humana de la muerte. Al contemplarlo parece que nos habla queriéndonos decir que sólo saber vivir quien bien se muere.

Entre una larga fila de enlutados penitentes, altos capirotes, hachones encendidos en la noche, el Cristo de la Buena Muerte camina, doblada la cabeza, lleno el rostro de paz, la desazón partida, vencedor por amor de la muerte, dulce muerte que ya no tiene el signo trágico de una guadaña ensangrentada por emblema, sino expresión de paz y reposo infinito. Todas las miradas se concentran en el negro clavel de sus heridas, marchan atrás los soldados del Tercio legionario, lento y firme andar tras de su himno que es, sin duda, la marcha nupcial del legionario cuando quiere desposarse con la muerte. Avanzan con los rostros erguidos, alta la frente, dura la mirada, embriagados de banderas y de gloria.


Ya entra la procesión por la calle de Larios y un escalofrío de emoción traspasa el alma, dulcemente mecido camina el Cristo ente banderas, guiones y estandartes, entre hombres rudos amigos del amor y de la muerte, entre un estruendo de tambores se escucha la romántica canción del legionario y entre músicas, plegarias y silencios, parece como si la muerte, por el borde de Dios fuera cantando.


Pregón de la Semana Santa de Málaga. José Utrera Molina (1957

24 de marzo de 2011

Félix Morales. Un español apasionado y fiel. Por José Utrera Molina


Reproduzco a continuación el artículo publicado hoy en ABC

«Conocí a Félix Morales hace ya una treintena de años y puedo afirmar con rotundidad y creo que también con solvencia, que a pesar de mi larga trayectoria política, nunca encontré un tipo humano más digno de admiración como él. Ha muerto pobre y solitario, su única compañía era el apasionado servicio que prestaba sin contrapartida material alguna a la Fundación Nacional Francisco Franco, cuando otros, con mayores obligaciones que él, permanecían silenciosos y mudos. Todas las mañanas, sin faltar jamás, aparecía por la sede de la Fundación siempre con inquietudes nuevas y respondiendo con una gallarda valentía a los insultos, a las imprecaciones e injusticias con que trataban la obra, que él con tanto arrojo defendía. Qué cantidad de nobleza castellana había en su corazón, qué dignidad la suya, qué constancia en sus fidelidades esenciales. Cuenta de ello podría dar el Abad actual del Valle de los Caídos, que también ha conocido a fondo la singular personalidad de Félix Morales.

Hemos tenido situaciones de dificultad extrema, nunca le vi cabizbajo, cariacontecido o desfondado. Por el contrario un optimismo hijo de su fe palpitante y brava, nos contagiaba a todos y mirábamos conmovidos al héroe rebelde y solitario que al atardecer se permitía la licencia de descansar, recorriendo con su perro, los rincones de su viejo barrio. ¡Qué humildad la suya para encarar sin un gesto hostil los ataques más alevosos!. Jamás descompuso su figura, en ningún momento pidió ánimos a nadie, pues él los tenía de sobra.

Era un español viejo, capaz de untar al arado el resplandor de una lejana estrella. Entendió con profundidad el mensaje de José Antonio Primo de Rivera, cuya doctrina abierta a la reconciliación, exigió siempre respeto a los adversarios y ninguna animadversión a los que se constituían frente a nosotros como enemigos. Fue no solamente joseantoniano, sino falangista íntegro y pleno. Defendió a José Antonio de las injustas calificaciones que en alguna ocasión se publicaban en libros y revistas. Fue también leal a Francisco Franco y al Estado del 18 de julio, cuyo servicio prestó inmaculadamente y del que jamás se avergonzó. Era un gran creyente por eso estoy seguro que tiene un lugar de preferencia en el Valle de las aguas tranquilas. Estoy seguro que desde allí nos mirará, en ocasiones admirablemente agradecido a nuestro recuerdo. Estará con nosotros alentándonos para que venzamos como él las dificultades y los asaltos, las injusticias y las descalificaciones. Creyó en España, en su eterna metafísica, quizá porque no le gustaba y aspiraba a que en alguna ocasión pudiera producirse el milagro de una nueva y alegre primavera.

El ha muerto precisamente hoy, cuando se proclama una nueva y palpitante estación, envuelta en los viejos aromas y mecida por los vientos eternos, pero sin su presencia. Sin duda vivimos un tiempo distinto, con expectativas mínimas y con esperanzas a veces próximas a ser derrotadas. No me hago a la idea de no hablar con él como habitualmente lo hacía todas las mañanas. Llegaba a mí su voz en ocasiones entrecortada y soportaba la radioterapia final con un valor de antiguo legionario. Jamás conoció ninguna suerte de retirada, nunca se arrodilló ante los poderosos y sólo no mostró ningún género de complacencia ante la frecuencia de las versatilidades. Jamás arrugó su semblante, nunca concedió espacio a las lágrimas, las absorbió todas en un cántico que era un rezo penitencial por la patria a la que había entregado su honra y su vida. Nos faltará su presencia física pero el ejemplo de su abnegación, de su generosidad y de su entrega permanecerá para siempre en nuestra memoria. Su imagen no podrá estar jamás derrotada por los de siempre y él como un gigante limpio, afanoso y aguerrido, permanecerá firme y revocablemente fiel, sin cambiar de credo y de bandera aunque se encuentre en un lejano e infinito firmamento donde esperamos encontrarnos con él algún día. Hoy voy a poner las cinco rosas rojas sobre su corazón ya sin latido, y estoy seguro que comprenderá desde su lejanía, la cercana emoción de mi lastimado sentimiento.

José Utrera Molina
Abogado»

13 de diciembre de 2010

"Me imagino que el mar no habrá cambiado" Jósé Utrera Molina


Reproduzco a continuación, el articulo de Antonio D. Olano en "El Imparcial" sobre el libro recopilatorio de sonetos de José Utrera Molina, recientemente editado en edición no venal.



Un poeta surge de repente. Y, tras una pausa y un después resurge. Aun que, de pronto, crea que se le rompió la poesía. Y, supitañamente se encuentre con “el verso roto”. Más que réquiem es un canto de amor el que dedica a otro poeta, Rafael de Penagos, del que tiene presente su bonhomía, su poesía, su fidelidad al padre “sobre todo la música de su voz que resonará para siempre en mi ya lastimada memoria”.

No siempre, César, la memoria veranea dentro de sí mismo. El poeta grande, inmenso al que me refiero nunca cambió de bandera, ni de fidelidades. Es constante como el mar que “me imagino que el mar no habrá cambiado, que como siempre, romperá su espuma, en el pecho del viejo acantilado”, Así recorre, que viajera es la poesía, Málaga natal. Su amada Sevilla:


Parece que fue ayer y ya es mañana.
Mi tiempo en las orillas de tu rio
se ha dormido detrás de mi ventana
.

Canta y bautiza al torero de Ecija y le llama:

Corazón de león. Sobre la arena,
¡Qué difícil lección de Geometría!
¡Qué importante lección de gallardía
Tiene el hondo sabor de tu faena!

En su recuerdo confiesa:

Me quedo con el mar y mi memoria,
arca de mis recuerdos olvidados
que aparecen de pronto iluminados
alumbrando la noche de mí historia.

Abre Penagos el pórtico a sus 14 sonetos, fastuosos, con mando en plaza de su dominio y doma de los catorce versos. Recuerda a Pepe Hierro que apuntaba que el soneto no es una composición en desuso sino algo dichosamente habitable dentro de su geométrica y mágica tersura.

Recuerda los sonetos memorables de Lope, Góngora, Quevedo, Juan Ramón, Gerardo Diego, los Machado, Miguel Hernández…Y, de aquella manera, de su presencia solemne que lidia al alimón con su amigo Manolo Alcántara, así el poeta , navega líricamente por el mar, por la mar que hace volar las olas sobre el puerto.

Y se adentra mar adentro. ¿Se puede encontrar, tallar mejor el mascarón de proa que él lo hace con sus versos?. No es el marinero en tierra de su paisano Alberti, sino el marinero en mar, que es lo que vale:


Pero tengo mi barca marinera.
Tiene sus velas rotas. Su madera
maltrecha me sostiene todavía.

Navego aún. Me alejo de la orilla.
Dejo la tierra atrás. ¡Qué maravilla
perder de vista al mundo por un día!.


El poeta que repara la poesía rota reedita, y añade valiosísimas opiniones —me quedo con todas y elijo la de su nieto Rodrigo Ruiz- Gallardón- ese poeta con el verso que sale de sus entrañas se llama José Utrera Molina.

Todavía, y espero que para siempre, nos quede la Poesía .Gracia y gracias.

Antonio D. Olano

5 de julio de 2010

"Ladrones de la Historia". Por José Utrera Molina

«Nos quieren robar este prodigio de entrega y sacrificio que representó la tropa de la División Azul pero somos muchos los que todavía recordamos aquella gesta, honramos su heroísmo y no olvidamos la epopeya de su sacrificio»

Transcribo a continuación el artículo publicado en el ABC de ayer 4 de julio de 2010:



«El recuerdo es, tal vez, la punción vital más fuerte de nuestra existencia. Hay recuerdos que se desvanecen, otros se pierden en el horizonte oscuro de nuestra propia historia, pero hay memorias que aparecen como si estuviesen adscritas a nuestro cuerpo, pegadas a nuestra alma, introducidas para siempre en nuestro propio corazón.

Hoy ha regresado a mí uno de los recuerdos que posiblemente han conformado mi propia vida. Lo que voy a relatar aconteció hace ya muchos años, unos años que quieren ahora falsear y manipular vilmente. Era la tarde del 18 de julio de 1936, yo tenía entonces 10 años y estaba acompañado de un amigo mío que pasaba de los 14. Él se erigía en mí maestro, él me enseñó la insignia de las flechas falangistas que escribíamos en las paredes de nuestro barrio. Mediada la tarde se escucharon unas detonaciones. Mi amigo afirmó que eran fuegos artificiales; yo, que era más pequeño, le dije que me parecían tiros. Ante la perplejidad que aquél hecho nos produjo decidimos volver cada uno a su casa. Cinco días después, el padre de mi amigo era arrojado por el balcón de su casa por unos milicianos marxistas cargados de rencor y de odio. Pasó el tiempo, hubo una convocatoria que atraía fundamentalmente a la juventud para combatir al comunismo en Rusia, a la que entonces las altas esferas oficiales calificaban de culpable de nuestra íntima tragedia.

Mi amigo, que se llamaba Enrique Morante Villegas, acudió presuroso a la llamada de la recién constituida División Azul. Tenía prácticamente 16 años. Permaneció en las tierras de Rusia como combatiente durante dos años. Se comportó con una dignidad extraordinaria, y sintió en lo más profundo de su ser el orgullo de pertenecer a aquella generación española que lo daba todo sin pedir nada. Pasado el tiempo, tuve con él alguna que otra conversación, porque se enroló en la marina mercante española y, como contramaestre, hacía el viaje periódico desde Algeciras a Ceuta en un trasbordador. No hacía alarde de su historia, no se detenía en los episodios bélicos en los que él sin duda participó, fue simplemente un recio soldado, un idealista que había puesto en aquella empresa su granito de arena. Pasó mucho tiempo y una tarde hace dos años me visitó en mi casa de Nerja. Sentí una enorme alegría al volver a verlo. Me traía una copia del diario de la División Azul donde refería los acontecimientos que se habían producido desde el primer día de lucha a las horas de nuestro abandono. “Te traigo esto, afirmó, que apenas si tiene valor para que me recuerdes siempre”. Le conteste: “No es necesario, lo hago con mucha frecuencia”. Pero él mirándome fijamente me dijo: “Es que también vengo a despedirme de ti porque me voy a morir muy pronto”. Aquello me conmovió. Efectivamente a los 15 días Enrique Morante falleció y yo me quedé aliado como nunca a su recuerdo.

Él me había enseñado el Cara al Sol y, sobre todo, me había ofrecido siempre una lección de bravura, de coraje y de dignidad. Pienso que donde quiera que Enrique esté, habrá de sorprenderle la decisión oficial de este régimen de eliminar por completo todo símbolo o toda huella de aquella División que combatió con heroísmo por España. Para los nuevos apóstoles de la democracia, los 5.000 muertos y los 17.000 heridos de aquella unidad militar, calificada por historiadores extranjeros como la fuerza más brillante que participó en la II Guerra Mundial, no han existido. Dice el Presidente del Gobierno que no hay tierra de nadie, solo viento. Pues bien, el viento que en él se convierte en una maldición, nos ha traído la noticia de esta voluntad de exterminio de una de las páginas, más heroicas y más excepcionales de la vida de España. Conocí a muchos integrantes de la División Azul aunque yo era muy pequeño. Recuerdo también a Salvador Tomasetti Gironés que con 18 años murió besando una fotografía de su madre en el quicio de la Posición Intermedia. Tengo en mi despacho un banderín que recuerda su gesta. Podría referir miles de anécdotas encerradas en una rotunda realidad, la bravura y el valor de unos españoles que alejados físicamente de España no perdieron el calor de su Patria en el corazón. Hoy nos quieren negar esta realidad, nos quieren robar este prodigio de entrega y sacrificio que representó la tropa de la División Azul pero somos muchos los que todavía recordamos aquella gesta, honramos su heroísmo y no olvidamos la epopeya de su sacrificio. Que descansen en su siniestro manejo de la historia los que nos quieren robar esta parte de España. Otros permanecemos de pié hasta el ultimo día y rendiremos el tributo de nuestra admiración a los que lo dieron todo por la Patria. »


JOSE UTRERA MOLINA

14 de junio de 2010

La Historia desustanciada. Por José Utrera Molina




Reproduzco a continuación el artículo publicado en «La Gaceta» el pasado sábado 12 de junio:


«La Historia, que es en ocasiones una señora vapuleada, extorsionada y vertebrada por la mentira, tiene algunos acentos interesantes que conviene recordar. Uno de ellos me viene a la memoria ahora que se pretende obviar la participación legionaria en los actos del Cristo de la Buena Muerte, que fue siempre estandarte, insignia y amor para todos los que pertenecieron a tan gloriosa Institución. Y lo hago precisamente ahora cuando recuerdo una información aparecida en el diario El Mundo en el cual se lucían temas de apoyo al señor Rubianes en la Diada, celebrada en Cataluña. Este señor, que ya ha fallecido –y por lo tanto no pretendo atacar su memoria–, fue secundado cuando mandaba a la mierda a España por la plana mayor de las juventudes del PSC.


Hay una foto muy expresiva en la que se advierte la presencia de la ministra de Defensa, Carmen Chacón. No me extrañan los furibundos ataques al sentido católico español que se están recibiendo por doquier. No hay iglesias incendiadas ni cenizas aventadas. Hay una crispación repleta de odio a todo lo que representan los valores de la religión católica, que ha sido en el decir de múltiples historiadores, plenamente categorizados, la clave de los mejores arcos de nuestra Historia.


Escribo este artículo después de haber contemplado atónito el comportamiento de las Fuerzas Armadas en la procesión del Corpus de Toledo. Resultaba un escarnio a la tradición militar y una ofensa innecesaria al no presentar armas a la custodia que contenía la Eucaristía. Afirmo que este comentario mío lo hago sin que pueda acercarme al odio que esta ministra profesa a las raíces espirituales de España. Y es también un simple recordatorio de las manos en que hoy se encuentra la Institución Militar. El señor que hoy es el jefe del Estado Mayor de la Defensa dice que las Fuerzas Armadas españolas están hoy mejor dotadas que nunca. A mí particularmente me gustaría que así fuera, aunque tengo la convicción de que la dotación espiritual que se suministra a esta Institución es bien escasa. Alguien podrá reprocharme el que escriba este artículo sin que yo pertenezca al Ejército. Esto es una crasa equivocación, porque los que hemos tenido el honor y el orgullo de pertenecer a su oficialidad en un tiempo bien lejano consideramos que estamos en activo a lo que se refiere a devoción, fidelidad y amor a esta Institución. Por tanto, nos duele todo aquello que pudiera rozar el honor y el prestigio de nuestras Fuerzas Armadas. Ciertamente, amarillean ya las tarjetas que nos vinculaban con nuestro documento de identidad a las filas del Ejército. Pero no hemos roto el compromiso moral que suscribimos un día jurando con emoción los colores de la bandera de España. De toda mi vida, ya demasiado larga, he podido tener momentos cuya relevancia era digna de mi mejor recuerdo. He sido gobernador, subsecretario, ministro... Pero lo que mejor recuerdo y más firmemente está alojado en mi corazón son los meses que permanecí en activo en la Milicia Universitaria. Todavía escribo a los que fueron mis jefes. El último, un bravo capitán que se llamaba Aníbal Sotelo, ha muerto hace unos días.


Sin duda alguna, me faltan ya comunicaciones personales, pero lanzo al viento y al aire de España mi queja rebelde, rompo mi pasividad, niego mi lejanía de todo lo que pueda representar el sentido castrense de la vida, puesto que una tradición familiar me obliga a no permanecer en silencio, y contemplo con nostalgia y con amargura los signos que me acreditan todavía como viejo alférez. Pues bien, este viejo y apergaminado oficial no está conforme con el proceder verdaderamente injusto y yo diría que indigno de la ministra del Ejército. Poco se puede esperar de ella y lo que provenga de su mandato tendrá el signo de una destrucción sistemática de sus valores tradicionales. Declaro mi rebeldía, que confirma mi indignación, y vivo todavía con el recuerdo de los que me dieron las lecciones más altas de amor y dignidad que pude recibir en mi vida.»

JOSÉ UTRERA MOLINA

26 de marzo de 2010

Semana Santa



A la belleza de estas imágenes del traslado del Cristo de la Buena Muerte a hombros de sus legionarios -que Dios quiera no tengamos que añorar dentro de poco tiempo- quiero acompañar las palabras que allá por el año 1957 pronunciase el autor de mis días en un vibrante pregón de la Semana Santa malagueña (que quien quiera puede escuchar en esta página de la Cofradía de Mena):

Pregón de José Utrera Molina (1957)

«El dolor de la liturgia se aminora porque consuela la alegría de saber que, a pesar de su muerte cercana, Cristo se quedará para siempre entre nosotros. Avanza y se aproxima el Jueves Santo, día solemne lleno de la majestad del dolor, reencuentro de la humanidad entera con Jesucristo.

Málaga se enfrenta sublimada, encendida, con el misterio de la Redención desbordando para ello el genio de su arte y su belleza. Málaga se pone en pie y contempla con el alma estremecida el drama del calvario, sintiendo como suyo el dolor religioso de estas tristes jornadas evocadoras.

No hay lírica mentirosa y barroca en la exaltación del fervor de nuestro pueblo. Hay una viva emoción teológica ante la presencia en las calles de las imágenes, ante el realismo dramático de los Cristos, ante el dolor y la amargura de las Vírgenes sollozantes.

Anochecido, sale de su templo el Cristo de los legionarios y sentimos al verlo el sudor de sus sienes, viendo en sus ojos, en su boca, en sus pómulos febriles el ansia y el esfuerzo por fijarse en todos los infortunios. Entre las sombras de la noche todos miran a Cristo, rezan ante la dramática expresión de su agonía. Agonía de hombre que padece la angustia de todas las muertes, todos al mirarle sufren con él, adivinando la fiebre que le hunde en el cuerpo las uñas de la fe, el vibrante escozor de la garra ardiente de las manos, el dolor de las arterias que ayer llevaban las dulzuras de la vida y hoy se convierten en dogales aprisionantes, ante trance supremo se pasar la soledad humana de la muerte. Al contemplarlo parece que nos habla queriéndonos decir que sólo saber vivir quien bien se muere. Entre una larga fila de enlutados penitentes, altos capirotes, hachones encendidos en la noche, el Cristo de la Buena Muerte camina, doblada la cabeza, lleno el rostro de paz, la desazón partida, vencedor por amor de la muerte, dulce muerte que ya no tiene el signo trágico de una guadaña ensangrentada por emblema, sino expresión de paz y reposo infinito.

Todas las miradas se concentran en el negro clavel de sus heridas, marchan atrás los soldados del Tercio legionario, lento y firme andar tras de su himno que es, sin duda, la marcha nupcial del legionario cuando quiere desposarse con la muerte. Avanzan con los rostros erguidos, alta la frente, dura la mirada, embriagados de banderas y de gloria. Ya entra la procesión por la calle de Larios y un escalofrío de emoción traspasa el alma, dulcemente mecido camina el Cristo ente banderas, guiones y estandartes, entre hombres rudos amigos del amor y de la muerte, entre un estruendo de tambores se escucha la romántica canción del legionario y entre músicas, plegarias y silencios, parece como si la muerte, por el borde de Dios fuera cantando.» JOSÉ UTRERA MOLINA

Que paséis todos una feliz Semana Santa y feliz Pascua de Resurrección.

LFU

28 de febrero de 2010

"El verso roto. Réquiem por un poeta español". (Homenaje a Rafael de Penagos) Por José Utrera Molina


Reproduzco a continuación el artículo publicado hoy en ABC. Es el sentido y dolorido homenaje de un amigo a quien, desde que le fuera presentado hace veinte años por Manuel Alcántara, ha profesado una verdadera y entrañable amistad.


«La muerte, esa eterna y helada compañera del hombre, ha quebrado la voz poética y sonora de Rafael de Penagos. Jamás había escuchado un tono de voz tan sugerente, tan preciso y armónico como el que se desprendía de sus palabras siempre hilvanadas por la autenticidad y por el rigor. A edad avanzada, su memoria conservaba una sorprendente frescura y lo atestiguaba jugando a recitar ante sus amigos sus viejos e inigualables sonetos. Rafael era una bondad que sonreía, una sonrisa elegante que disculpaba, una ironía incompatible con el sarcasmo, una sensibilidad que aturdía, en suma, una sabiduría que ocultaba el delirio de su amor por la verdad. Espero que en mi memoria no se desvanezca jamás el acento con que pronunciaba sus versos inigualables. Yo era su amigo, y él era uno de los últimos amigos que me quedaban de pie sobre la tierra. Hablábamos mucho y en nuestras largas conversaciones siempre había temas trascendentes. Rafael había vivido con intensidad su propia vida. Conocía pueblos distantes, continentes lejanos, gentes variopintas. Había mirado cielos diferentes, algunos azules y sin celajes, otros grises y con aspecto plomizo y triste, pero él llevaba la alegría en el alma y recogía de Dios palabras y acentos que él convertía en estrofas inigualables. Yo le rogaba «Rafael recítame el poema que hiciste a tu padre» y él se concentraba y me lo recitaba con un pálpito de emoción no exento de entereza. En otras ocasiones, me hablaba de sus distintos amores y él se detenía en uno que abría en un verso original el talante de su fino sentimiento: «Ya no me sabe a pan el pan que como, si no lo comes tú y estas conmigo...» ¿Cuántas veces me recitó este último soneto?. Me sonaba a gloria. Yo admiré siempre su fuerza vital, su lucha esforzada frente a la enfermedad que le iba poco a poco venciendo. Jamás le vi entristecido o pesimista, la vida que palpitaba en sus palabras, tenía un poder de contagio inconmensurable. No era demasiado creyente pero yo luchaba para convencerle de que Dios entraba en él y en mí y que nos escuchaba mientras hablábamos. El último día que le vi al despedirme de él le dije: «Rafael voy a pedir por ti al Dios en que parece que tú no crees». El me miró con una profundidad conmovedora. No me dijo nada, pero sabía que en aquél momento su mente estaba descubriendo nuevos caminos. Cuando pensamos en la tremenda mediocridad con que la vida actualmente nos envuelve y escuchamos las palabras de un hombre como Rafael, tenemos que bendecir al sol, a la luna, a las estrellas y sobre todo a la tierra que nos da por encima de todo amor y cobijo. Ya no se como voy a llenar su vacío. La vida reparte a través de los recuerdos esquinas y lugares que de pronto se quedan sin lugar y sin sitio con el doloroso desapego de pensar que nadie los ocupará en el futuro.


Rafael era un poeta excepcional. Su libro dedicado a Consuelo, la mujer que perdió muy joven, es una maravilla que no nos cansamos de leer una y otra vez porque el dolor aflora con intensidad y con fuerza y la sensibilidad se convierte en una razón de vida y de conciencia. Mi amigo creía en España. La amaba profundamente y tal vez por eso asoció hacia mí – que no cesaba de admirarlo- su respeto y cariño. No existía la trivialidad y la ligereza en el tono de nuestras conversaciones. Siempre había un más allá, un noble intento de desvelar misterios, de desentrañar incógnitas dolorosas. Nunca dejaré de olvidar su mirada tierna, noble y acariciante, su compañía alentadora e inigualable y sobre todo la música de su voz que resonará para siempre en mi ya lastimada memoria. Yo le decía a Rafael «¿Pero cómo es posible que no pienses en Dios con la cantidad de poeta que hay en tu alma? Si lo que dices en la rima de tus sonetos está dictada por Él; El te las confía, te las entrega, te envuelve con ellas el amor a todos los que vivimos el castigo y la esperanza de la vida.» No, no puedo conformarme, me indigno, me sublevo, me rompo por dentro. ¿Es posible que aquella voz armoniosa, llena de ventura ya no resuene en mis oídos?. Quiero pensar que la larga memoria tendrá siempre un sitio para cobijarle y tenerle presente y vivo. Hace tan solo unos días, desde la Unidad de Cuidados Intensivos donde estaba hospitalizado quiso llamarme. Su voz había enronquecido, pero conservaba el hábito emocionante de su profunda amistad. Yo no pude contestarle; mis palabras se ahogaban en mi garganta y al final le dije: «Rafael vuelvo a rezar por ti». Estoy seguro de que Dios le va a ayudar y vamos a continuar hablando de todas las cosas que la vida nos ha ofrecido durante todo este tiempo. Ahora que escribo con dolor estas líneas, destaco que fue un príncipe de las letras españolas, Premio Nacional de Literatura, pero sobre todo, un insigne poeta. Vibraba en él todo lo limpio y hermoso que había en la naturaleza. Si veía llover decía que el cielo estaba llorando, si contemplaba el sol, que la vida se enriquecía con la emoción que proporcionaba sus rayos.

No se como terminar este artículo, pero quisiera rendir mi homenaje a quien consideré desde el primer día como un amigo verdadero e increíble, como una voz que acompañaba mis silencios, como una mirada que rompía mi desazón y devolvía mi corazón a la esperanza.

Nunca conocí un testimonio de vitalidad humana como la que Rafael me proporcionó a menudo. Cuando parecía que el declinar de su existencia estaba próximo, se erguía y de pié parecía desafiarlo todo. Rafael, que era mi amigo, nunca padeció el peso de una sofocante ortodoxia religiosa, pero en el fondo de su corazón latía un ansia de inmortalidad. Su vida interior era rica y estaba llena de experiencias. Jamás hirió a nadie con el dardo de su rencor imposible, jamás le conocí una crispación que denotara su ira o su impaciencia. Era sosegado y tranquilo, paciente y amable. Tenía dentro de sí un mundo tan rico en imaginación que a veces sus palabras me confundían. Repito que pasé con él horas y horas inolvidables. Es difícil encontrar a alguien con el que puedas dialogar sin cansancio. Semana tras semana, aguardaba la hora de nuestro encuentro. Siempre le vi igual, con una amabilidad sonriente, como si quisiera prolongar siempre un abrazo que en el pecho le latía de forma continua y constante. Rafael tenía un nervio místico que traducía el poder de su alma que en muchas ocasiones había caminado sola. Nunca hubo en sus expresiones el menor atisbo de causticidad, desconoció el odio, amó sin límites, creyó sin la imposición de ninguna barrera. Insisto no me resisto a padecer el dolor de su ausencia. No soy yo, es España la que pierde con su muerte no sólo una voz jamás maltrecha aunque siempre dolorida y afanosa, sino un mensaje tan lleno de generosidad que hoy cubre tantos espacios vacíos. He puesto sobre su cuerpo rígido y frío la frescura de unas rosas rojas y con ellas le ofrezco el homenaje de mi devoción, tan unido a la amargura de su pérdida.

Hablar de presente cuando todo es pasado, es una torpe y estéril utopía. Pienso en mañana y en que mis hijos podrán leer sus estrofas y recordar que su padre tuvo en Rafael nada más y nada menos que un amigo fiel y verdadero que acaso aceptara la exigencia del Libro de los Proverbios «dame hijo mío tu corazón y pon tus ojos en mis caminos». Ojalá en esa senda, ancha y abierta, luminosa y clara, me encuentre contigo algún día.»

JOSÉ UTRERA MOLINA