"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO
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20 de diciembre de 2012

Carrero Blanco; la honradez al servicio de España.


«El palacete de Castellana 3 albergaba la Presidencia del Gobierno. Era el Día de la cuestación en beneficio de la ayuda contra el cáncer. Presidía la mesa petitoria instalada ahí la esposa del entonces Presidente del Gobierno, el Almirante Carrero Blanco. La mujer de Carrero, Carmen Pichot, para agradecer a sus compañeras de mesa la colaboración prestada, encargó en el inmediato restaurante «Jockey», templo sagrado de la gastronomía madrileña, unas bandejas de canapés y unas bebidas. Llegó el Almirante y reconoció, por el inconfundible cuello verde de los camareros de «Jockey», a quien servía los canapés y las bebidas. Y amablemente le preguntó por el motivo de su presencia. «La señora de Carrero Blanco nos ha encargado este servicio». «Pues servicio cancelado», dijo Carrero. Y dirigiéndose al camarero, que era el célebre Torres, por quien supe del sucedido: «Muchas gracias. No tenemos dinero para pagar un restaurante tan caro. Dígale al señor Cortés de mi parte que considero sus canapés como su aportación a la lucha contra el cáncer». Cortés, enterado del asunto, se presentó en la mesa y depositó un generosísimo donativo.» (Del artículo de Alfonso Ussia en La Razón  “Eso, la decencia”)

Cuenta mi padre en sus memorias que en una ocasión, despachando con el Almirante Carrero en su despacho de Castellana 3, y tras comentarle a Carrero lo que le llamaba la atención que siempre agotase los bolígrafos bic hasta dejarlos sin tinta, remendándolos incluso con celofán en caso de rotura, éste le contestó: “No lo olvide nunca, Utrera: cada duro del Estado es sagrado”.

Y refiere  Manuel Campo Vidal en su interesante libro sobre el asesinato de Carrero escrito allá por principios de la década de los 80, cómo el Almirante, hombre metódico en sus hábitos, pedía todos los días al llegar al despacho, de la cafetería del otro lado de la Castellana, un café y un paquete de ducados que invariablemente pagaba de su propio bolsillo al camarero que se lo llevaba -lo que nos da una idea de la seguridad del Presidente- y con frecuencia le alargaba el duro de rigor al mendigo que había en la puerta de la Iglesia de los Jesuitas de Serrano que, por cierto, se quejaba de que Carrero no le actualizase la propina según el  coste de la vida.

Tres pinceladas que nos ponen sobre la pista de un hombre honesto a carta cabal, austero y escrupuloso cual cabo furriel, en el manejo de los fondos públicos. Carrero era el epítome del espíritu de servicio que caracterizó a una clase política que nada tiene que ver con la que padecemos en la actualidad. Carrero era militar. Como tal, amaba a España por encima de todo y a su servicio sacrificó su verdadera y apasionada vocación de marino en una constante y abierta muestra de fidelidad a Francisco Franco. Pero Carrero era mucho más. Cuando hace unos días escuchaba a un periodista calificarle de “mediocre” me preguntaba si alguna vez este sujeto habría leído los libros que Carrero escribía con el seudónimo de Juan de la Cosa o habría leído el brillante informe de Carrero sobre la situación de las fuerzas contendientes en la Segunda Guerra Mundial de 11 de noviembre de 1940, que pesó considerablemente en Franco para evitar la entrada de España en el conflicto.

Hacer cábalas sobre lo que hubiera sido la Historia de España con Carrero vivo a la muerte de Franco carece de sentido aunque la clave siempre habría que buscarla en su condición de militar. Los terroristas y sus cómplices asesinaron a un hombre bueno y honrado por encima de todo. A uno de los mejores servidores públicos que ha tenido España. Nada más. Y en el aniversario de su vil asesinato, que tanto celebraron sus adversarios, elevo una plegaria por su alma al tiempo que lanzo al aire, evocando el viejo ritual castrense en desuso:

Almirante Luis Carrero Blanco ¡Presente!

LFU  

4 de diciembre de 2012

Memoria de Francisco Franco

Conocí a Francisco Franco cuando tan sólo tenía seis años.  Estaba muy lejos de pensar entonces que, con el paso de los años, yo sería de los pocos españoles que, acaso de forma temeraria, pero con pertinaz convicción seguimos empeñados en defender su nombre y la verdad de un tiempo que muchos españoles se han dejado arrebatar indiferentes ante la manipulación y la mentira de los muñidores del «pensamiento único». Y es que, si entonces eran legión quienes le adulaban, comenzando por quien hoy es –por que así lo quiso él- Rey de España, ahora resulta poco menos que temeraria la sola mención de su nombre si no es para arrojar cobardes lanzadas a su memoria.

Fue mi padre quien, consciente de lo irrepetible de la ocasión, quiso darme la oportunidad de conocer a su único Capitán; al hombre al que había empeñado su lealtad hacía casi cuarenta años en un juramento de fidelidad al que hoy sigue haciendo honor como el primer día. El recuerdo de aquella tarde es una deuda más que se une a la infinita cuenta de gratitud que tengo con él.

De aquél 19 de diciembre de 1974 en el Pardo se entremezclan en el recuerdo imágenes grabadas en mi retina de niño con otras adquiridas con el tiempo. Pero junto a la patética visión de las manos temblorosas del hombre que aún regía los destinos de España, aún resuenan en mi memoria unas palabras que ya nunca habría de olvidar. Poniéndome la mano en la cara, Franco me dijo: «sólo te pido una cosa: que seas tan bueno como tu padre». Ignoro qué extraño mecanismo haría que una frase tan sencilla en apariencia quedase para un niño como recuerdo imborrable de aquella fecha. Sólo después de muchos años he podido entender, al fin, que aquellas palabras –pronunciadas meses antes de su muerte- eran la muestra de gratitud de quien comenzaba a sentir el dolor de la soledad y el frío de la traición, hacia quien le había demostrado el calor de una lealtad sin fisuras.

Mi lealtad a la memoria de Francisco Franco está pues, en mis venas, pero nunca se ha sentido incómoda en mi cabeza. Cuanto más me he acercado después a su figura, a su trayectoria vital y a su obra, mejor he comprendido la fidelidad que le demostraron tantos españoles, aún cuando la muerte convirtió su nombre en blanco del odio y la mentira, y tan provechosa fue la traición, el olvido y el silencio de los que tanto le debían.

Ahora, cuando el gobierno de la derecha se pliega cobarde a las más sectarias exigencias de la izquierda radical y nos prohíbe celebrar un homenaje a su memoria en un Palacio de Congresos que el mismo inauguró; cuando  una mayoría de los españoles asiste indiferente a un colosal espectáculo de manipulación histórica que llena de ignominia retrospectiva a varias generaciones que hicieron posible con su esfuerzo el bienestar del que disfrutamos, es cuando siento un mayor orgullo en proclamar mi gratitud como español a Francisco Franco y a todos cuantos, bajo su larga jefatura, hicieron posible el resurgir de una nación reducida a cenizas por el odio desatado por el marxismo que probó por primera vez en España el sabor amargo de la derrota.

Lealtad y gratitud que no deben confundirse con «franquismo», pues valorar con justicia los logros de un régimen fruto de una coyuntura histórica irrepetible es cosa muy diferente que pretender el absurdo de su proyección en el futuro de España. Así que no soy franquista. Tan sólo exijo que se respete la verdad de una época y que, con la misma intensidad con la que se resaltan sus errores, se valoren sus indudables aciertos.

Winston C. Churchill llegó a afirmar “el pasado de la URSS es impredecible”, en alusión a los rectificados oficiales de la historia rusa en la Enciclopedia Soviética, que de una edición a otra convertía a héroes en traidores; o que restauraba como líderes modélicos a quienes ya habían sido condenados y ejecutados por las nomenklaturas del momento. Lo mismo cabe decir del nuestro, merced a la irresponsabilidad de una clase política acomodada entre la mentira y el complejo. 

Por eso, hoy, al cumplirse 120 años de su nacimiento, he vuelto a recordar las palabras con las que termina Laurent del Ardeche su célebre Historia del Emperador Napoleón Bonaparte: “El inmenso drama de su maravilloso destino terminará con el cerramiento de las puertas de su fúnebre tumba; pero esta tumba esclarecida subsistirá para lección eterna e inexorable de la humanidad entera: allí estará para recordar perennemente a los mortales que, a pesar de las contiendas y pasajeros triunfos de los partidos, el tiempo trae consigo la justicia, deja pasar la tormenta y ve crecer los laureles”.

LFU

19 de septiembre de 2012

¿Comunista hasta el final?

En dos ocasiones he escrito en esta tribuna sobre Santiago Carrillo, un hombre al que la longevidad  le ha jugado una mala pasada. Carrilllo debió haber desaparecido en la década de los 80, lo que le hubiera consagrado para muchos como gran artícife de la entonces idealizada transición, enorme icono del "antifranquismo" y hubiera difuminado para siempre su directa responsabilidad en las matanzas de noviembre de 1936.

Se hubiera evitado contemplar, primero el declive del PCE, después su expulsión del partido y finalmente, contemplar como en un par de días se derrumbaba para siempre el muro de la infamia con el que el comunismo sometió y masacró a cientos de millones de personas de todo el mundo. Pero, sobre todo, hubiera evitado convertirse en un pelele del revanchismo garzo-zapaterista, que logró rescatar lo más siniestro de su personalidad, para terminar abjurando de su supuesto afan reconciliador en la transición, y levantar la putrefacta bandera de la más mezquina revancha disfrazada de memoria histórica.


Hubiera llegado tarde para ver cómo la apertura de los archivos del KGB y la antigua NKVD sacaban a la luz nuevas pruebas incriminatorias de su eficacia desmedida en la eliminación física de miles de adversarios en las sacas de noviembre de 1936, en las purgas y limpiezas del POUM y, posteriormente, en la creación y eliminación de maquis, una criatura que le encargaron crear y posteriormente le ordenaron descabezar y dejar a merced de la Guardia Civil.


La primera vez que hablé de él, lo hice en relación con una profesión de fe comunista proclamada en el homenaje que se le tributó al cumplir 90 años, con estatua de Franco como regalo de cumpleaños  «Siento un orgullo inmenso por haber defendido y militado en el Partido Comunista. Me sigo sintiendo comunista y moriré siendo comunista», recordando con estremecimiento las siniestras palabras que le dirigió a su padre 70 años atrás ante su traición al comunismo: "Cada día es mayor mi amor a la Unión Soviética y al gran Stalin."


La segunda, titulada "Carrillo y el Infierno" a raíz de que el viejo espectro estalinista mandara al infierno a Luis del Olmo tras preguntarle el locutor por su responsabilidad en los crímenes de Paracuellos del Jarama. 


Me pregunto si los Reyes de España habrían tenido la deferencia de acudir al domicilio de un político de la transición que hubiera hecho públicamente una profesión de fe nacionalsocialista; si los medios de comunicación le habrían dedicado sus portadas y especiales a alguien que hubiera dicho algo como "Me siento nazi y moriré siendo nazi." o "Cada día es mayor mi amor a Hitler y al III Reich". 


Dos conclusiones quiero extraer: Que a Carrillo le ha venido muy mal vivir tantos años y que sigue habiendo un distinto rasero para medir a las dos ideologías más infernales de la historia. Presumimos que ha muerto siendo comunista y nunca sabremos si ante la presencia de Dios se habrá acogido benigno a su presencia compareciendo ante su inapelable juicio con toda la humildad del arrepentimiento, o habrá preferido buscar orgulloso y comunista hasta el fin ese infierno al que quería enviar a todo el que osaba recordarle lo más siniestro de su pasado. 


Dios se apiade de su alma.


LFU


12 de septiembre de 2012

11 de septiembre de 2012

Cataluña, esclava de la mentira.


Cataluña conmemora hoy la derrota de los partidarios del archiduque Carlos de Habsburgo contra los de Felipe V en la Guerra de Sucesión a la Corona de España. Los nacionalistas, sin embargo, han convertido tal efemérides en una suerte de holocausto del sentimiento catalán por parte de España como potencia opresora.  Bien pensado, podían haber elegido algún otro acontecimiento histórico, como la toma de Granada por los Reyes Católicos, la Batalla de las Termópilas o el diluvio universal como justificación histórica de su aldeano afán.

Josep Pla se preguntaba con clamorosa ingenuidad: “¿Tendremos algún día en Cataluña una auténtica y objetiva historia? ¿Cuándo tendremos una Historia que no contenga las memeces de las historias puramente románticas que van saliendo?”.

Pero en lugar de seguir a Pla, el nacionalismo catalán, desde el inicio de la transición, decidió emular a Joseph Goebbels, ministro encargado de la propaganda de Hitler, quien solía decir que “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”.  Desde hace más de 30 años, todo el aparato del Estado en Cataluña, servido en bandeja a los nacionalistas por los padres de la Constitución y los sucesivos gobernantes, ha venido adoctrinando a la juventud en la colosal mentira de que Cataluña es una nación secularmente oprimida por España. La obsesión  de Stalin –denunciada por Orwell en 1984- por manipular la historia a su antojo, siendo el precursor del borrado de personajes de las fotografías, ha servido de hoja de ruta para los genios de la disgregación, que han contado en su empeño con el entusiasmo catalanista de la izquierda y con la displicencia, cuando no complicidad interesada, de la derecha.

La última y más reciente mentira goebbelsiana utilizada por el independentismo catalán es que la grave crisis económica que padecen es consecuencia de que Cataluña está siendo exprimida por el resto de España que está de fiesta perpetua a su costa. No, por supuesto, del coste de sus embajaditas, de sus innumerables canales de televisión, y de sus innumerables fuegos de artificio identitarios. Y es que fue Zapatero quien tras ganar las elecciones en 2004 levantó el techo de gasto público a todas las Comunidades Autonómicas, y el triparto empezó a derrochar sin medida abriendo embajadas por doquier para colocar a hermanos y familiares y un largo etc., dejando al término de la legislatura la deuda más grande de toda la historia de la Generalidad.

No me gustó que el nuevo embite independentista se despachase ayer por el Presidente del Gobierno con un “no toca” y “estamos para otras cosas”. Frente a la mentira, que esclaviza, la verdad nos hace libres y Cataluña necesita de forma urgente un baño de verdades que la rescate de la roña nacionalista que amenaza con dejar en la postración más absoluta a una de las partes esenciales de España.

LFU

18 de julio de 2012

Razón del 18 de julio. Por José Utrera Molina



Yo nací en los albores del 18 de julio, tenía en aquella fecha tan sólo diez años, pero tengo que confesar que aquel acontecimiento tan históricamente importante rompió mi infancia y me incorporó ya al riesgo de la madurez.

Había sufrido en Málaga todo lo que había supuesto de ruptura el triunfo del Frente Popular en la ciudad. Nada de transigencia sonriente, nada de belicosidad caballeresca, nada que pudiera presumir un noble fondo de humana consideración. Quieran o no los que ahora han olvidado o, mejor dicho, han perdido la memoria de aquel día, al menos muchos hombres en cuya existencia estuvo grabado el sentido del deber nos revelamos contra la sectaria y vil manipulación de la Historia. Mi edad no consiguió de momento penetrar en el fondo de aquella terrible contienda, pero había tenido la suerte con muy poca edad, de tratar hombres jóvenes que anunciaban con sus palabras la posible proximidad de una nueva primavera. El 18 de julio fue para unos la posibilidad de enterrar a España y destruir sus cimientos milenarios y para otros la erección de un nuevo monumento a la esperanza y a la reconciliación.

He vivido durante toda mi ya larga vida el espíritu que se desprendió de aquel lejano 18 de julio. He negado hasta la saciedad los torpes argumentos que querían convertir esa fecha en una militarada al estilo de siglos anteriores. Sufrí en mi propia carne la desgarradura dramática de una familia que perdía a uno de sus miembros defendiendo hasta la muerte las ideas del 18 de julio, mientras que su hermano era Gobernador Militar de una provincia cercana bajo el dominio rojo. Viví intensamente todo lo que aquél proceso histórico significaba. Ahora lo considero alejado de la cólera dialéctica que acompañó algunos de mis pasos en mi ya lejana juventud. Declaro aquí que el 18 de julio fue un acto necesario. Franco recogió el inmenso clamor de una España dolorida y rota, para convertirla años después, en una nación en marcha que trataba de recuperar su destino.

Hoy estoy imposibilitado para hablar personalmente ante vosotros por una circunstancia fortuita que reduce mi movilidad pero que no ha nublado mi cabeza. Lo hace en mi nombre - y estoy orgulloso de ello-, uno de mis hijos, que comparte la firmeza de mi ideal y la disciplina de mi propia conducta. A él le debo la certidumbre de que aquel espíritu lejano, creador y luminoso del 18 de julio no muera en los caminos de la sangre de mi gente más próxima.

Hoy, alejado ya en el tiempo de aquella coyuntura, me siento delirantemente identificado con aquel grito, con aquel clamor, con aquella encendida esperanza que al menos en mí no ha muerto. Cuando Franco me llamó para indicarme mi nombramiento de Ministro de la Vivienda, le dije, - quizás con un tono de excusa- que no era merecedor de una responsabilidad tan importante, pero que cumpliría con mi deber poniendo mi alma en la tarea que se me encomendaba y añadí: “Soy falangista y como tal sirvo al Movimiento Nacional, pero no quisiera perder nunca la identidad a las ideas que he proclamado siempre. Franco me miró, como era su costumbre, profundamente y me  dijo: “Hace Vd. muy bien”.

De aquellas horas me distancian muchos años. Aquel que fue Caudillo de todos los españoles ha sido vil y cobardemente atacado incluso por muchos de los que fueron sus correligionarios. Pero yo he conservado, como mi mejor blasón, la lealtad al hombre que hizo posible el recobrar la dignidad a una España desesperada. Esta lealtad me consume y alimenta y esta noche quisiera trasladarla a todos vosotros, porque es cierto que con ella se vive en plenitud. La cobardía, no solo mata la fe, sino que destruye el resto de dignidad que un hombre pueda tener.

Lamento no estar esta noche entre vosotros, pero en la distancia os recuerdo y me alineo con vosotros con el mismo grito que amaneció mi infancia dolorida: ¡¡¡Arriba España!!!




José Utrera Molina


(Mensaje destinado a los asistentes a la cena conmemorativa de la Fundación Nacional Francisco Franco) 


17 de julio de 2012

18 de julio y Estado del Bienestar



La gratificación extraordinaria del 18 de julio comenzó a pagarse principios de los años 40 de forma espontánea por algunas empresas que de esta forma se aseguraban una oportuna mención en el recuadro que los diferentes diarios dedicaban a aquellos empresarios que mostraban esa liberalidad para con sus empleados con ocasión de la Fiesta de Exaltación del Trabajo que oficialmente se celebraba cada 18 de julio.

No fue hasta el 18 de julio de 1947 cuando el gobierno de Franco estableció con carácter obligatorio para las actividades no reglamentadas, la paga extraordinaria del 18 de julio, como lo haría también con la paga extraordinaria de Navidad, recientemente suprimida por el gobierno para los funcionarios, que vivirán junto con la mayoría de los españoles, las Navidades mas austeras de los últimos tiempos.

El pasado sábado, uno de los mejores ministros de Trabajo que ha tenido España, Licinio de la Fuente, recordaba oportunamente como el llamado Estado del bienestar no es una creacion socialdemócrata, sino que fue creado por Francisco Franco y su régimen durante los 40 años de mayores avances sociales de la historia de España.


Y es que todavía en plena guerra, el 9 de marzo de 1938, Franco dicta la Ley del Fuero del Trabajo, en beneficio de los trabajadores. En desarrollo de dicha ley fundamental, se aprueban, entre otras, las siguientes disposiciones:



1 de septiembre de 1939 Ley del Subsidio familiar.
 23 de septiembre de 1939 Ley del Subsidio de Vejez.
 13 de julio de 1940 Ley de Descanso dominical y días festivos.
 25 de noviembre de 1942 Ley de Patrimonios familiares.
 14 de diciembre de 1942 Seguro Obligatorio de enfermedad. Para dar cobertura a la Ley del Seguro Obligatorio de enfermedad, se construyo una red hospitalaria, dependiente de la Seguridad Social: Residencias hospitalarias 292 Ambulatorios 500 Consultorios 425 Residencias concertadas 96
26 de enero de 1944 Contrato de Trabajo, vacaciones retribuidas, maternidad para las mujeres trabajadoras y garantías sindicales.
19 de noviembre de 1944 Paga extraordinaria de Navidad.
18 de julio de 1947 Paga extraordinaria del 18 de julio.
14 de junio de 1950 Reforma del I.N.P. para una mejor cobertura en la acción protectora.
22 de junio de 1956 Accidentes de Trabajo
24 de abril de 1958 Convenios colectivos
23 de abril de 1959 Mutualidad agraria. En esta ley se encuadraron 2.300.000 trabajadores del campo, por cuenta ajena y propia.
 2 de abril de 1961 Seguro de Desempleo.
14 de junio de 1962 Ayuda a la Ancianidad.
28 de diciembre de 1963 Ley de Bases de la Seguridad Social.
31 de mayo de 1966 Régimen Especial Agrario.
2 de octubre de 1969 Ordenanza General del Campo, donde se establece la jornada laboral de 8 horas.
20 de agosto de 1970 Mutualidad de Autónomos Agrícolas.
23 de diciembre de 1970 Ley de Empleo Comunitario.

Así que en 1976, todos los trabajadores españoles tenían cubiertas todas las contingencias por el Estado que había nacido el 18 de julio de 1936:
-Seguro de Desempleo.
-Subsidio de Vejez.
-Invalidez permanente total.
-Invalidez absoluta.
-Gran invalidez.
-Discapacitados y Disminuidos.
-Subsidio de Ancianidad.
-Enfermedad Común no laboral.
-Accidente Común no laboral.
-Subsidio familiar.
-Protección familias numerosas.
-Asistencia farmacéutica.
-Asistencia médica.
-Asistencia hospitalaria.
-Vacaciones retribuidas.
-Descanso Dominical y días festivos.
-Paga extraordinaria de Navidad.
-Paga extraordinaria del 18 de julio.
-Pagas sobre beneficios.
-Convenios Colectivos.
-Representantes sindicales (liberados).
-Jurados de empresa.
-Representación Consejos de la administración de las empresas.

Hoy, gracias a la prodigalidad derivada de la Constitución de 1978, los españoles ven cómo mientras se mantiene incólume la estúpida e ineficiente estructura territorial, se mantiene inalterable la financiación a partidos y sindicatos, se tapan continuamente agujeros millonarios de más 17 canales de televisión autonómicos y  subsiste una cámara inútil como el Senado con 350 senadores, España comienza a pasos de gigante a deconstruir el Estado del Bienestar nacido el 18 de julio.

Es lícito exigir sacrificios a los ciudadanos cuando al mismo tiempo se predica con el ejemplo. El gobierno no lo está haciendo, y presta oídos sordos a lo que es un verdadero clamor en la calle para una reforma en profundidad del Estado que nos permita resurgir de nuestras cenizas con un coste social razonable.

Este es el verdadero espíritu del 18 de julio que debemos defender en esta hora difícil de España.


LFU

5 de julio de 2012

Juicio a Franco. De J.J. Esparza


Título: Juicio a Franco
Autor: José Javier Esparza.
Editorial: Libros Libres
Año: 2011

Los últimos 8 años del socialismo español capitaneados por la figura de Rodríguez Zapatero han estado preñados de polémicas iniciativas, hijas en su mayoría de diversas y, probablemente, de las peores influencias ideológicas que anidan en la izquierda española. Sin duda, la denominada “Memoria Histórica”, ha sido una de las herramientas más significadas de la lucha política del extinto ya, último periodo socialista, que desembocó -¿casualmente?- en la crisis política y económica más aguda de la democracia española.

Lo curioso de esta desdichada iniciativa política es que ha brindado una oportunidad extraordinaria a través del libro de Esparza para entender no sólo este fenómeno en sí, sino también determinadas claves esenciales y ocultas pero tremendamente vivas del escenario político español. El breve, pero muy fecundo, ensayo de Esparza aporta una serena y rigurosa reflexión, no exenta de amenidad, imprescindible para explicar la realidad española de los últimos 70 años.

El Juicio a Franco de Esparza se vale de diversas y muy variadas aportaciones intelectuales: desde la teoría freudiana de la muerte del padre a la teología política de Carl Schmitt; desde las categorías filosófico-políticas jüngerianas a las contribuciones intelectuales de Gonzalo Fernández de la Mora y con ellas proporciona una razonada explicación a la insólita vigencia del debate político sobre Franco a casi 40 años de su desaparición, a su incómoda y compleja pervivencia en sus detractores y herederos; y no sólo eso, sino que aporta una muy cumplida e inédita explicación al decurso y sentido no sólo de la Era de Franco sino también del propio personaje.

Se trata de una obra rara por lo original y sintética pese abordar una realidad compleja, pero en todo caso resultará indispensable para todo aquél que sin complejos ni filtros ideológicos previos quiera enfrentarse a nuestra historia y por ello a las claves que explican el presente de nuestra amada y doliente España.

César Utrera-Molina Gómez

24 de abril de 2012

José Antonio



Nació para morir el 24 de abril de 1903. Murió para vivir siempre el 20 de noviembre de 1936.

Su corta pero intensa vida, su inigualable estilo, su coraje, su dolorido patriotismo y su sentido de la justicia social está condensado en la que para mí es su obra cumbre: su testamento, redactado con increíble serenidad y pulcritud literaria, pocas horas antes de caer fulminado por las balas de un pelotón de fusilamiento.

Siempre Presente.

LFU

22 de diciembre de 2011

La maleta de José Antonio






75 años después de su muerte, impresiona y emociona acercarse por vez primera a lo último y más íntimo de su persona. La pluma con la que escribió su testamento y sus últimas cartas antes de que le rompieran el pecho las balas de la sinrazón y el odio; el mono azul con el que le retrató en el patio de la Modelo su amigo Antonio Lucena, ya entre los luceros, sus gafas -rotas-, sus escapularios y la pelota con la que jugaba con su hermano al frontón, sus camisas con la corona y la E de Estella, una cinta con los colores de la pólvora y la sangre...La maleta con sus papeles más íntimos que estuvo secuestrada durante tantos años fuera de España y que hoy custodia con unción su ahijado Miguel.

Se han rellenado tantas líneas sobre su corta vida que estas imágenes, que ven la luz ahora por vez primera gracias a mi amigo que lleva con orgullo y dignidad su mismo nombre y apellido, nos permiten hacer volar nuestra imaginación a las últimas horas de un español joven y valiente, noble e irrepetible, que amó a España hasta el último suspiro y cuya sangre deberá servir siempre de semilla de reconciliación para todos los españoles.

José Antonio, una vez más, ¡PRESENTE!

LFU

23 de noviembre de 2011

José Antonio, presente, 75 años después.

Su cuerpo -visualizaba Arboleya- se erguía como queriendo zafar sus brazos de los grilletes que aferraban sus manos por la espalda.

Gritó tan fuerte «¡Arriba España!», que el sonido se confundió con la descarga de sus verdugos.

Se quebró su cuerpo, cayendo doblado, empapadas en sangre sus rodillas. La chusma allí reunida grito obscenidades; ni un grito, ni un «ay» del mártir...La orden de ejecución preveía esa primera etapa de deleite, a los triunfadores del momento....

José Antonio recibió la descarga en las piernas; no le tiraron al corazón ni a la cabeza; lo querían primero en el suelo, revolcándose de dolor. No lo lograron. El héroe cayó en silencio, con los ojos serenamente abiertos. Desde su asombrado dolor, miraba a todos sin lanzar un quejido, pero cuando el miliciano que mandaba el pelotón avanzó lentamente, pistola amartillada en mano y encañonándolo en la sien izquierda, el ordenó que gritase «¡Viva la República!» -en cuyo nombre cometía el crimen-, recibió por respuesta otro ¡Arriba España!

Volvió entonces a rugir la chusma, azuzando a la muerte. Rodeó el miliciano el cuerpo del caído y apoyando el cañón de la pistola en la nuca de su indefensa víctima, disparó el tiro de gracia.

Entre los papeles de la víctima se halló una cuartilla autógrafa del 14 de agosto anterior, en la que repetía incansable: «¡Arriba España! ¡Arriba España! ¡Arriba España!»

Testimonio inédito de Joaquín Martínez Alboleya, testigo presencial de la ejecución de José Antonio Primo de Rivera contenido en el Libro «Pasión de José Antonio» de José María Zavala. Edit. Plaza y Janés. Noviembre de 2011 (págs. 374-375).

El libro, cuya lectura recomiendo, se presentará el martes 29 a las 19,30 en el Circulo de Lectores O’Donell-10.

A los 75 años de su muerte, José Antonio, aquél irrepetible capitán de una juventud heróica que amaba a España porque no le gustaba, alérgico a la componenda y ejemplar en el sacrificio, sigue presente en el corazón de muchos españoles que no nos avergonzamos de gritar ¡Arriba España!.

LFU

30 de septiembre de 2011

Alcázar de Toledo. Amnesia nacional



Hace dos días se cumplió el 75 aniversario de la liberación del Alcázar de Toledo, uno de los episodios de heroísmo más notables de la historia de España, mundialmente conocido y que, por supuesto, la España oficial ha ocultado en el baúl donde duerme el sueño de los justos cualquier gesta que nos enorgullezca como Nación. A diferencia de la noble actitud que tuvieron con el heróico Capitán Cortés los soldados republicanos vencedores en el asedio del Santuario de Santa María de la Cabeza, el gobierno de Rodríguez Zapatero ha condenado al olvido la epopeya del Alcázar, tras la tramoya modernista de un museo del ejército cruelmente jibarizado. Pero hoy prefiero ceder mi espacio a mi buen amigo Kiko Méndez-Monasterio, cuya pluma siempre alerta, nos ha dejado en el Semanario Alba, unas líneas llenas de justicia y verdad:

LFU



"Sólo los idiotas pueden pensar que el homenaje que la historia le debe al Alcazár de Toledo tiene algo que ver con la política. Existen en todos los siglos y en todas las naciones episodios dignos de ser recordados y ensalzados, como muestras de que el hombre no es necesariamente esa criatura despreciable que encontramos retratada en los periódicos, y que nuestra naturaleza también es capaz de lo sublime, incluso en mitad del horror colectivo.

Este septiembre se cumplen 75 años de la entrada de los legionarios en Toledo, consumando la ansiada liberación de los sitiados. Tres cuartos de siglo de aquella frase con vocación de bronce: “Sin novedad en el Alcázar, mi general”, que es como saludó Moscardó a Varela. No fueron las únicas palabras para el micrófono de la historia, que también se recuerda la conversación de teléfono que tuvo con las tropas sitiadoras, y con su propio hijo.

Era julio de 1936. El coronel Moscardó se había unido al alzamiento militar, atrincherándose con poco más de un millar de combatientes en la fortaleza toledana. El gobierno de la república ordena acabar de inmediato con ese núcleo rebelde, y se envían varias columnas desde Madrid. Fracasados los intentos de tomar la plaza al asalto, el Jefe de Milicias llama por teléfono a Moscardó: “Le doy un plazo de diez minutos para que rinda el Alcázar, y de no hacerlo fusilaré a su hijo Luis que lo tengo aquí a mi lado. Para que vea que es verdad, ahora se pone al aparato”. Llegó entonces la voz de Luis Moscardó: “Nada, que dicen que me van a fusilar si no te rindes, pero no te preocupes por mí”. “Si es cierto -contesta el padre- encomienda tu alma a Dios, da un viva a España y serás un héroe que muere por ella.” Y después se dirige al jefe de milicias. “Puede ahorrarse el plazo que me ha dado y fusilar a mi hijo, el Alcázar no se rendirá jamás.”



La conversación resulta tan incómoda que la han censurado en el nuevo museo, porque hoy el heroísmo se contempla como hace cincuenta años se veía el desnudo: como una falta de pudor.

En los setenta días que duró el asedio, la artillería republicana disparó sobre el edificio más de 3.500 proyectiles de gran calibre, a los que hay que añadir las bombas que lanzaba la aviación, que visitaba a los sitiados prácticamente a diario. Como toda esa lluvia de plomo y fuego no terminaba de rendir a los sitiados, los soldados de Largo Caballero empezaron a escarbar la tierra, construyendo dos minas con las que pretendían que saltara por los aires toda la fortaleza. Casi lo consiguen. La explosión de la primera derribó gran parte de la construcción, y la polvareda tardó veinte minutos en disiparse. Los milicianos avanzaron entonces convencidos de la victoria, pero entre el humo y los cascotes, cubiertos de sangre y yeso, surgieron una especie de cadáveres vivientes que no tardaron en recuperar el terreno perdido. Estos son sólo algunos detalles del asedio, reuniendo todos sería difícil hacer una película y que no quedase exagerada, porque si en los combates se registraron setenta días de heroísmo militar, en el interior de la Academia se escribía toda una novela de robinsones, imaginación e ingenio al servicio de la
supervivencia: se comieron hasta los caballos, construyeron un molino con una motocicleta, y con cuatro médicos que había allí, ninguno cirujano, montaron un hospital en los sótanos, donde se operaba con la luz de candiles alimentados con grasa de caballo. Si hasta editaron un periódico.

Toda una epopeya, en fin, que se comenta todavía con la boca pequeña, porque la Memoria dirigida parece haber prohibido detenerse en el Alcázar de Toledo y maravillarse con una gesta que maravilló al mundo, y por la que aquí todavía estamos pidiendo perdón.


Kiko Méndez-Monasterio"

17 de julio de 2011

17 de julio de 1936. Último Manifiesto de José Antonio


Hoy hace cuatro años que comenzó la nueva andadura de Arriba bajo mi modesta pluma. Y en este LXXV aniversario, en vísperas de que, una vez más, el Congreso de los Diputados vaya a perpetrar otra estúpida condena del 18 de julio bajo la excusa mendaz de atribuirle un carácter de golpe militar fascista -que jamás tuvo salvo en la mente de los esbirros de Stalin-, no veo por qué no voy a reproducir lo que entonces dije y hoy ratifico:

Si algo bueno tiene este gobierno presidido por el más dañino Presidente de los que en España han sido, es que, al socaire de la mal llamada "memoria histórica" -plato de postre que nos tiene preparado ZP para finalizar su nefasta legislatura- nos permite recuperar la memoria de acontecimientos que, sin la ayuda de ZP hubieran quedado en el olvido.

El texto que sigue es el último manifiesto de José Antonio Primo de Rivera fechado el 17 de julio de 1936 en la carcel de Alicante, de donde nunca saldría sino para recibir cristiana sepultura tras su fusilamiento el 20 de noviembre de 1936. Es todo un prodigio de claridad y de síntesis -resultan escalofriantes algunos paralelismos con la realidad actual de España- y constituye un valiente mensaje lleno de la esperanza que hoy hace setenta y un años llenó los corazones de la mejor juventud de España.


LFU

Un grupo de españoles, soldados unos y otros hombres civiles, no quieren asistir a la total disolución de la Patria. Se alza hoy contra el Gobierno traidor, inepto, cruel e injusto que la conduce a la ruina.

Llevamos soportando cinco meses de oprobio. Una especie de banda facciosa se ha adueñado del Poder. Desde su advenimiento no hay una hora tranquila, ni hogar respetable, ni trabajo seguro, ni vida resguardada. Mientras una colección de energúmenos vocifera –incapaz de trabajar– en el Congreso, las casas son profanadas por la Policía (cuando no incendiadas por las turbas), las iglesias entregadas al saqueo, las gentes de bien encarceladas a capricho por tiempo ilimitado; la ley usa dos pesos desiguales: uno para los del Frente Popular, otro para quienes no militan en él; el Ejército, la Armada, la Policía, son minados por agentes de Moscú, enemigos jurados de la civilización española; una Prensa indigna envenena la conciencia popular y cultiva todas las peores pasiones, desde el odio hasta el impudor; no hay pueblo ni casa que no se hallen convertidos en un infierno de rencores: se estimulan los movimientos separatistas; aumenta el hambre, y, por si algo faltara para que el espectáculo alcanzase su última calidad tenebrosa, unos agentes del Gobierno han asesinado en Madrid a un ilustre español, confiado al honor y a la función pública de quienes lo conducían. La canallesco ferocidad de esta última hazaña no halla par en la Europa moderna y admite el cotejo con las más negras páginas de la Checa rusa.

Este es el espectáculo de nuestra Patria en la hora justa en que las circunstancias del mundo la llaman a cumplir otra vez un gran destino. Los valores fundamentales de la civilización española recobran, tras siglos de eclipses, su autoridad antigua, mientras otros pueblos que pusieron su fe en un ficticio progreso material ven por minutos declinar su estrella; ante nuestra vieja España misionera y militar, labradora y marinera, se abren caminos esplendorosos. De nosotros, los españoles, depende que los recorramos. De que estemos unidos y en paz, con nuestras almas y nuestros cuerpos tensos en el esfuerzo común de hacer una gran Patria, Una gran Patria para todos, no para un grupo de privilegiados. Una Patria grande, unida, libre, respetada y próspera. Para luchar por ella rompemos hoy abiertamente contra las fuerzas enemigas que la tienen secuestrada. Nuestra rebeldía es un acto de servicio a la causa española.

Si aspirásemos a reemplazar un partido por otro, una tiranía por otra, nos faltaría el valor –prenda de almas limpias– para lanzarnos al riesgo de esta decisión suprema. No habría tampoco entre nosotros hombres que visten uniformes gloriosos del Ejército, de la Marina, de la Aviación, de la Guardia Civil. Ellos saben que sus armas no pueden emplearse al servicio de un bando, sino al de la permanencia de España, que es lo que está en peligro. Nuestro triunfo no será el de un grupo reaccionario, ni representará para el pueblo la pérdida de ninguna ventaja. Al contrario: nuestra obra será una obra nacional, que sabrá elevar las condiciones de vida del pueblo –verdaderamente espantosas en algunas regiones– y le hará participar en el orgullo de un gran destino recobrado.

¡Trabajadores, labradores, intelectuales, soldados, marinos. guardianes de nuestra Patria: sacudid la resignación ante el cuadro de su hundimiento y venid con nosotros por España una, grande y libre. Que Dios nos ayude! ¡Arriba España!
Alicante, 17 de julio de 1936.

JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA

14 de julio de 2011

En Rusia están...


Me perdonará mi amigo y paisano Gonzalo García, que apostille el emocionado y justo recordatorio que bajo el título "Con mi canción la gloria va. 70 años" dedicó a los jóvenes que ayer hace 70 años partieron de diferentes puntos de España para luchar contra el comunismo. Lo suscribo de la cruz a la fecha.

Es triste contemplar el olvido y desprecio que la España oficial hace de aquellos 45.000 jóvenes llenos de vida y pletóricos de ideal, 5.000 de los cuales quedaron en Rusia para siempre honrando con el tributo de sus vidas la bandera de la patria. Recuerdo que en el Alcázar de Toledo que yo conocí, había una placa dedicada por la Academia Turca que decía: "Un estandarte no es una bandera si no se ha derramado sangre por ella. Una tierra no es una patria si no se ha muerto por ella". Los falangistas y soldados de la División 250 - que no fueron a luchar contra los rusos sino contra el comunismo- ofrecieron al mundo un ejemplo de heroísmo, caballerosidad, abnegación y humanidad, que no debe caer jamás en el olvido. Un pueblo que olvida y reniega de sus héroes es un pueblo sin alma y me niego a alistarme en la cofradía del silencio tan nutrida de cobardes y pusilánimes.

Por eso me honro en traer hoy a esta página el recuerdo de tantos españoles cuya sangre no merece el olvido, la esterilidad ni la traición.


LFU


13 de julio de 2011

José Calvo Sotelo. In memoriam

«Hicieron falta siglos para que España estuviera en lo mas alto y sin embargo bastan sólo dos años en manos de un monstruo para arruinarla»

El "monstruo" del que hablaba era Azaña. Cabe preguntarse qué habría dicho D. José de haber conocido a Zapatero, pero los pistoleros del Psoe le ahorraron el disgusto.

En el LXXV aniversario del asesinato de uno de los mejores políticos que alumbró nuestra patria,

José Calvo Sotelo ¡PRESENTE!

LFU

7 de julio de 2011

Presentación del Documental sobre el asesinato de Calvo Sotelo



El próximo lunes 11 de julio, a las 19.30 horas en el Aula Magna de la Universidad CEU San Pablo de Madrid (calle Julián Romea, nº 23) tendrá lugar el acto de presentación y proyección del nuevo documental elaborado por el Centro de Estudios Históricos del CEU, sobre la detención y asesinato de José Calvo Sotelo el 13 de julio de 1936, cuando se cumple el LXXV aniversario de la muerte del protomártir, con la asistencia, entre otros, de su única hija viva.


Asimismo, el martes 12 de julio a las 22.00 horas, el espacio de Telemadrid "Madrid Opina" proyectará el documental en abierto.








Con este motivo, quiero felicitar al CEU y muy particularmente a mis queridos amigos los profesores D. Alfonso Bullón de Mendoza y Luis Eugenio Togores, a quienes desde aquí envío un abrazo fraternal, por su celo en la defensa y recuperación de la verdad histórica de España.





LFU

30 de junio de 2011

Dictaduras y dictaduras




«La damnatio memoriae es inevitable, sobre todo cuando los enanos suceden a los gigantes, aunque el gigante sea en el caso presente un señor bajito y gordito a quienes los chistosos de la época llamaban “el Enano de El Pardo”.»


Por Aquilino Duque

Hasta que se hizo realidad en el siglo XX gracias a soviéticos y nazis, el concepto de Estado totalitario gozó de un gran prestigio, como puede comprobar quien tenga la curiosidad de leer por ejemplo a Antonio Gramsci. Tanto era así que el proyecto de los regímenes instaurados en Italia en 1922 y en España en 1939 no era otro que el de implantar el Estado totalitario. “Todo en el Estado, nada fuera del Estado”, decía Mussolini en la línea del Hegel que consideraba al Estado la encarnación de Dios sobre la tierra. En Italia esa meta, si llegó a alcanzarse, fue en la efímera República de Salò, la Elba de Mussolini. En los años de euforia y de bonanza, el “Estado ético” del Duce no tuvo más remedio que convivir con la Monarquía y con el Vaticano y de paso dejar espacios más o menos libres a la sociedad civil. La actividad académica, intelectual y editorial de Benedetto Croce es el ejemplo más llamativo. Si en España se soñó con ese ideal totalitario, la marcha de la guerra mundial se encargó de disipar el sueño, y a pesar de las apariencias – partido único, sindicatos verticales, autarquía económica, etc. – el régimen que quería ser totalitario tuvo que quedarse en simplemente autoritario. A pesar de sus analogías con el régimen autoritario que lo precedió, el nuevo Estado no aceptó la etiqueta de “Dictadura”, por la sencilla razón de que, técnicamente, una dictadura tiene una duración limitada, mientras que la magistratura del nuevo Jefe del Estado anunció desde el primer momento su carácter vitalicio. Una dictadura es un régimen de excepción que deja en suspenso la legalidad vigente hasta que cesan las circunstancias excepcionales que impusieron esa suspensión y el dictador deja paso al statu quo ante. No fue ése ciertamente el caso de España, como no lo había sido el de Portugal, que nos precedió en el propósito de fundar un “Estado nuevo”. El de ellos conservaría el formato republicano, mientras que el nuestro acabaría decantándose por el monárquico con todas sus consecuencias, independientes éstas ya de la voluntad del “anterior Jefe del Estado”.

La demonización de que éste sería objeto, no ya por los vencidos en la guerra civil, hasta cierto punto normal, sino por muchos de los que medraron al socaire de la victoria y mientras vivió le profesaron una “adhesión inquebrantable”, hizo que conceptos de teoría del Estado se convirtieran en simples armas arrojadizas. Uno de esos conceptos era el de “dictadura”, como radicalmente opuesto al de “democracia”. No creo que nadie niegue a estas alturas que al concluir la guerra mundial y dividirse el mundo en bloques distintos, uno de los conceptos por los que se regía uno de ellos, el de las redundantes “democracias populares” del llamado “socialismo real”, era el de la “dictadura del proletariado”, una dictadura que no tenía nada de transitoria como la heredada del Derecho Romano, sino que iba para milenaria como la “nacionalsocialista” del III Reich. Fue precisamente uno de los juristas de esta “dictadura”, Carl Schmitt, teórico incluso del Führerprinzip, el que vio y señaló la diferencia entre lo totalitario y lo autoritario. Ya con anterioridad había trazado la diferencia en la Roma clásica entre la dictadura de carácter transitorio y excepcional que él llamaría “comisarial” y la dictadura por así decir constituyente y vitalicia, que llamaba “soberana”, y cuyos ejemplos más notables fueron la de Sila y la de Julio César. Ese matiz se borró con la Revolución Francesa, que por dictadura sólo entendía la transitoria, mientras que la otra, la fundacional y constituyente, se consideraba despotismo o tiranía. Schmitt había asesorado a los Presidentes de la República de Weimar, Von Schleicher y Von Papen, y en vista de la parálisis parlamentaria y de la amenaza de las dos fuerzas antisistema: el KPD y el NSDAP, o sea, comunistas y nazis, le propuso a Von Schleicher una “dictadura comisarial”, prevista en el artículo 48 de la Constitución de Weimar, que dejara a estas fuerzas fuera del juego político. Fueron los antisistema los que se saldrían con la suya y fue entonces cuando Schmitt, aconsejado por Heidegger, se convirtió en Kronjurist de los vencedores. Esto ocurrió entre 1933 y 1934, pero ya en 1936 empezó a verle las orejas al lobo, y en el ensayo Staat, Bewegung, Volk procuró siguiendo a Hobbes poner unos cauces de estado de derecho y de seguridad jurídica a la “dictadura soberana” que se acababa de implantar. La primacía que en ese escrito se daba al Estado sobre el partido y el jefe no dejó de percibirse como una crítica velada, y el órgano de las S.S. Das schwarze Korps le dedicó un par de artículos de los que ya entonces allanaban el camino, como dijo alguien, “al exilio o al campo de concentración”. Hermann Goering salió en su abono, pero el Kronjurist hubo de dejar la corona y retirarse a la vida privada. Algo parecido le ocurriría años después a su amigo Ernst Jünger cuando publicó Los acantilados de mármol, sino que esta vez fue el propio “Kniébolo” de la novela el que lo puso bajo su alta protección.

Nadie pondrá en duda el carácter totalitario del régimen nacionalsocialista, favorecido desde luego por la guerra y la consiguiente “movilización total” de que ya hablara Ludendorff durante la guerra precedente. La guerra es el estado de excepción por excelencia y si en España cabe hablar de “dictadura” en la segunda mitad del siglo XX , esa “dictadura” se reduce a los años de guerra y de inmediata trasguerra en que la “unidad de mando” era esencial para ganarla y para aguantar el acoso de los vencedores en la guerra mundial. Fue entonces cuando Javier Conde elaboró su teoría del Caudillaje, en la línea del Führerprinzip de Schmitt, y cuando el Caudillo, al menos de boquillas, tuvo alguna veleidad totalitaria. Esas veleidades no pasaron de retóricas, con gran desengaño de los intelectuales del Partido Único, al comprobar que Franco, al erigirse en secretario general de ese Partido, ahora denominado Movimiento, no hacía más que supeditarlo al Estado. Ese y no otro es el origen inconfesable del antifranquismo de aquellos intelectuales entre los que tuve grandes amigos. De esta suerte, la “dictadura soberana” de Franco daría en parecerse más a la “dictadura comisarial” de Primo de Rivera que a la nazi o la soviética, a la vez que le daba la razón al Donoso Cortés que prefería la dictadura del sable a la del puñal. Franco fue aun más allá y al lado del sable puso el hisopo, otro agravio para los del punyalet al cinto.

De estos dos conceptos del Estado es el autoritario el que es realmente incompatible con la democracia a secas, como pudo verse en Italia durante el Ventennio y en la Península Ibérica durante bastantes años más. En cambio la idea totalitaria se lleva muy bien con la democracia, hasta el punto de que si ésta se lleva a sus últimos extremos, desemboca en lo que el liberal Tocqueville llamó “despotismo democrático”. De ahí que las democracias occidentales hayan tenido que recurrir a adjetivos como “parlamentaria” o “constitucional” para no verse confundidas con las otrora llamadas “democracias reales”.

Cada régimen político tiene sus reglas de juego, es decir, su ordenamiento jurídico, incluso en las democracias totalitarias o dictaduras del proletariado, sus constituciones o leyes fundamentales y sus mecanismos para dejarlas en suspenso. En el último tercio del “régimen anterior” funcionó un Tribunal de Orden Público como en el actual funciona un Tribunal Constitucional. Cada régimen tiene también sus especies protegidas, y desde que impera en Occidente la inversión de valores del “espíritu inmundo” del 68, no hace falta decir cuáles son las del “régimen actual”. Estas “especies protegidas” de la democracia totalitaria no se limitan a darle la vuelta al lenguaje sino que exigen que todos hablen ese lenguaje por obligación. Esa inversión de los significantes impone una inversión de los significados, de suerte que meros tecnicismos se convierten en armas arrojadizas. No digo nada nuevo. Ya en este sentido dijeron cosas muy cuerdas Angel Ganivet o Antonio Machado. Eso y no otra cosa es lo que ocurre con la palabra “dictadura”, que los demócratas de todos los pelajes emplean a tontas y a locas y que llegan a imponer en el ejercicio de una censura propia de las democracias populares o dictaduras del proletariado. En tiempos del “régimen anterior”, había una censura peor que la oficial, de la que fue víctima por ejemplo el novelista Manuel Halcón, en cuya defensa escribió Paulina Crusat aquello de que “la peor censura no es la que manda callar, sino la que obliga a decir”. La que entonces mandaba callar le hizo a Carlos Fuentes el mismo favor que le hizo la censura estadounidense a James Joyce cuando impidió el acceso al Ulysses de las masas progresistas del país, y a mí el de quitarle a un poema mío un postizo puesto con el fin de complacer a la otra censura, la que obligaba a decir. Esta en cambio era la que llevaba la voz cantante y dominaba un cotarro literario en el que no eras nadie si no eras poeta “social”, dramaturgo “comprometido” o novelista “testimonial”. Huelga decir que la meta a que aspiraba este personal no era la democracia formal o parlamentaria, sino la democracia real o popular. Su indignación no tuvo límites cuando Solyenitsin vino a la televisión española a confirmar la doctrina jurídica de Carl Schmitt explicando con ejemplos al canto, o “a la luz de la praxis” como entonces se decía, la diferencia abismal existente entre un régimen totalitario como el soviético y uno simplemente autoritario como el español.

Alguna vez creo haber dicho, no recuerdo dónde ni a santo de qué, que la Historia contemporánea que yo estudié en el Bachillerato no pasaba del Desastre del 98, ya que todo lo escrito después no era historia, sino prensa y propaganda. Lo mismo cabe decir de toda la historiografía oficial desde la implantación del régimen actual. Puede pasar si se la toma por crónica pura y simple, y desde luego no escapa a la damnatio memoriae de los que detentan el poder. La damnatio memoriae es inevitable, sobre todo cuando los enanos suceden a los gigantes, aunque el gigante sea en el caso presente un señor bajito y gordito a quienes los chistosos de la época llamaban “el Enano de El Pardo”.

28 de junio de 2011

Paul Johnson en El País


A veces, a "El País" se le cuelan entrevistas interesantísimas como ésta a Paul Johnson, realizada por Arcadi Espada, que no tiene desperdicio. Extracto ésto pero merece la pena leerla entera:


P. ¿Dónde le pilló el 89?

R. En mi casa, escribiendo libros. Cuando era pequeño, todos los domingos rezábamos tres avemarías para la salvación de Rusia. Fueron muchas avemarías. Y no pasaba nada. A Dios no se le puede meter prisa. Hay un viejo refrán inglés: "Los molinos de Dios se mueven muy despacio, pero muelen muy fino". El día de Navidad, después de la caída de Ceaucescu, escuché en la radio las campanas de todas las iglesias de Bucarest. Era la primera vez en 50 años que sonaban esas campanas. Las campanas tienen uno de los sonidos más hermosos de la civilización.

P. ¿El sistema cayó o hubo que empujarlo?

R. A Reagan y a Thatcher hay que añadir Wojtyla. Los tres ayudaron, junto con Gorbachov. Aunque Gorbachov falló porque pensaba que el comunismo podía reformarse. No se puede. El comunismo es hasta tal punto una totalidad que cualquier intento de reforma lo destruye. Hubo revolución en Polonia, porque los polacos son muy buenos revolucionarios. Pero no puede decirse que el 1989 haya sido una revolución en el sentido al que estamos acostumbrados. Tampoco hubo una revolución en España. Aunque eso fue gracias a Franco, que preparó con mucha inteligencia la sucesión, a partir de la creación de una clase media muy sólida. Franco fue un hombre extraodinario.
P. Sí, eso dicen.

P. Uno de los hombres más inteligentes del siglo XX. Algún día la población española colocará a Franco en el lugar que merece.