"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

5 de junio de 2018

José Utrera Molina, la unidad que hace posible una vida

Transcurrido más de un año tras el fallecimiento de mi padre, quisiera aportar un retrato más nítido de la persona, porque a través del recuerdo íntimo y familiar es posible arrojar una luz más completa no sólo del personaje público, si no del tiempo y de la España que hizo posible su peripecia vital. Una recurrente mentira del tiempo presente es la pretendida separación entre la vida privada y la pública como si se tratara de ámbitos independientes e incomunicados. Por el contrario, las claves para entender un personaje público nunca se hallan lejos de su acontecer privado. Desde el afecto filial, pero con la distancia generacional de ser el benjamín de sus hijos, entiendo que la vida de mi padre es una noble y ejemplar impugnación de esa artificial separación. Existe un hilo rojo que vertebra su ciclo vital, que explica su acontecer público a lo largo de su prolongada, venturosa y también sacrificada historia personal y espero que estas líneas sirvan para desentrañarlo.
 
Un padre siempre acompañado.
 
Me es difícil recordar a mi padre solo, tuvo una vida bendecida por la compañía. Tomando la afortunada expresión de Juan Manuel de Prada mi padre fue un “atleta de la amistad”. Tenía el reconocible don de hacer sentir en su interlocutor la cercanía y un afecto real y profundo que no era jamás un recurso o estrategia, sino la expresión de que cada persona para mi padre, era alguien único. Esa calidez, sin duda, tenía que ver con la dulzura templada de su Málaga natal, la honda estirpe andaluza de la que procedía, acrisolada por una fe intensamente vivida. De Madrid, de Málaga, Sevilla, Burgos o Ciudad Real, mi padre tenía una larga nómina de amigos que recurrentemente aparecían por casa. Su presencia, sus visitas frecuentes, eran una vigorosa, fecunda y alegre muestra de las relaciones que mi padre había ido acumulando a lo largo de los años.
 
De diversa índole y condición, mi padre mantenía intactas amistades de la niñez cuyos derroteros vitales, a veces, poco tenían que ver con mi padre, pero cuya amistad se mantuvo incólume pese al paso de los años. Manuel Alcántara, Tomás Molina, Joaquín Ligero, Pepe González de la Puerta y Julio Valverde, entre otros muchos, han sido testigos de que mi padre nunca dejó de sentirse unido a la ciudad que le vio nacer, a los amigos que allí estuvieron.
 
También su vida política entre colaboradores y personajes públicos que frecuentó le procuró una escogida y nutrida gavilla de fuertes vínculos que perduraron y atestiguaban que dejó recuerdos y relaciones, que le mantenían enraizado allí donde tuvo responsabilidad política. La presencia en la vida familiar de los Dancausa, los Rodríguez Acosta, los Ariza y tantos otros, me hicieron entender que la vida pública de mi padre estaba vinculada siempre a personas, rostros concretos, con las que compartió a fondo sus ilusiones y a las que hizo partícipe de sus proyectos políticos. Recuerdo con nitidez que en las contadas ocasiones que mi padre hablaba en mi presencia de alguna realización o logro, especialmente querido de su trayectoria, siempre hablaba en plural: “hicimos, tratamos de conseguir, alcanzamos…” y que mi padre destacaba siempre la especial habilidad o talento de éste colaborador o de aquél otro. Ese plural era definitorio del concepto que mi padre tuvo de la política, un empeño común, siempre en compañía en el que el liderazgo que desempeñó era un catalizador del talento de otros que compartieron el empeño de mi padre, siempre enfocado en el servicio a los que más necesitaban.
 
Nunca cesó en su empeño de mantener, cuidar y acrecentar la nómina de amistades adquiridas, construyó fuertes vínculos con los padres de los amigos de sus hijos, con los políticos de sus hijos y con personas que fueron apareciendo por distintos avatares de la vida, por vecindades más o menos temporales o por las propias necesidades de la vida. Los Romero, los Arias, Rafael de Penagos, los Roberge o los Mira, han sido compañías que en el otoño de su vida atestiguan que es posible seguir haciendo amigos como al inicio de la misma, pues un corazón vivo no cesa de anhelar del regalo de la verdadera amistad que no tiene fecha de caducidad. No puedo dejar de recordar con especial emoción, el vínculo cordialísimo, crepuscular, tiernamente cervantino que estableció con su cuidador Adriano, al que llamaba “mi amigo” y que le asistió hasta el último momento.
 
Mi padre en familia.
 
Siendo el benjamín de los hijos de José Utrera Molina y pese a nacer en el cénit de su vida pública tras llegar a ser ministro, nunca fui testigo directo y consciente de la misma y en cambio sí lo fui de la vida familiar de mi padre. Mi padre era alérgico a un sentido endogámico de la familia, al contrario, era el dintel de entrada a un mundo de relaciones que nunca se quedaban allí. Había en él una adhesión cordial y sincera a cada miembro de la familia, lejana o cercana, admirando las virtudes, subrayando los dones de éste o de aquél. De alguna manera era consciente del regalo de una familia amplia y su entrega y afanes por la familia eran expresión del agradecimiento sincero que experimentaba por los lazos de sangre, que él tornaba siempre en vínculos de corazón con su actitud acogedora y su casa abierta. Con sus hijos, con sus nietos y bisnietos, con la familia política que nunca se sintió como tal, conseguía sin fingimiento que cada uno sintiera su predilección porque su corazón se ensanchaba sin límite ante el regalo de su estirpe continuada.
 
La vida de mi padre no se explica sin los 68 años junto a mi madre. Fue su aliento permanente en los momentos de prueba, el estímulo para continuar sus luchas, su confidente, su pilar y motivo de perpetua alegría. En mis padres hemos podido ver todos los hermanos que la promesa de vida fecunda y plena que el matrimonio cristiano ofrece es posible y real, no es un ideal y hemos sido testigos de una vida conyugal, motivo de inspiración y ejemplo. Es posible vivir enamorado y quererse hasta el último segundo de aliento vital. Su mirada profunda y generosa de la familia es un trasunto de la mirada grande que el cristianismo regala al ser humano, la fraternidad universal a la que estamos llamados y que sólo se construye, empezando por los más cercanos.
 
El quehacer de mi padre como exiliado interior
 
Con el tiempo fui percibiendo progresivamente la singularidad política de mi padre a medida que fui teniendo uso de razón. Un hito importante en la toma de conciencia de la estatura política de mi padre, lo constituyó el viaje a Barcelona en las navidades del año 1988 cuando mi padre a punto de publicar sus memorias en la colección Espejo de España de Planeta, cerró con Rafael Borrás Betriu, mano derecha de Lara, los detalles de la edición de su libro Sin Cambiar de Bandera. Con catorce años cumplidos por la Barcelona preolímpica, tras varias conversaciones con mi padre y echando cuentas de muchos detalles que trataba de ordenar en mi memoria, mi padre constituía una rareza en el panorama público español. Eligió salir del tiempo político presente sin ninguna ganancia personal, para constituirse desde el inicio de la democracia, tras presentarse en las primeras elecciones y financiar su campaña de su bolsillo, en una de las pocas voces que trataba de hacer justicia a un tiempo de la historia de España, el del régimen de Franco, que el consenso político quiso dar por sepultado para siempre de la memoria de los españoles.
 
Los motivos del “exilio” interior de mi padre estaban muy lejos de la nostalgia: el amor a la verdad histórica, la preocupación por el futuro de España, los juramentos contraídos no le dejaron otra alternativa, que cargar sólo, en muchas ocasiones, contra los nuevos molinos de viento. Tuvo la convicción profética de que construir España desde el desprecio injusto al pasado inmediato, sin asumir razonablemente el balance del tiempo anterior, alimentaría un mañana enfermo por el rencor y la falta de identidad auténtica. Ninguna nación puede saltarse su pasado, ni dejar de asumirlo. Nunca se resignó, nunca dejó de indignarse por aquello que lo merecía.
 
Un motivo de admiración constante fue cómo mi padre encajó el aparente fracaso de sus empeños mundanos, la dignidad sobria y alegre con la que se condujo cuando dejó para siempre la responsabilidad política. Desde la humildad siempre fue consciente de que el legado político del Régimen de Franco, la España reconstruida en la que advino la democracia, ha permitido la construcción de una nueva sociedad mucho más digna y justa, junto con el periodo más largo de paz en España en los últimos dos siglos. Esa victoria silenciada pero a la que el tiempo hará justicia, le sostuvo siempre, frente a la tentación del derrotismo y el desánimo.
 
Mi padre, hombre de cultura y fe. Mi padre no perdía el tiempo, la búsqueda y el aprecio de la belleza acompañaba a mi padre en sus quehaceres. Parte de su tiempo, lo dedicó a leer novelas, ensayos y biografías, a meditar sobre la historia y los hombres que la protagonizaron para entender tanto el pasado como el presente, y a leer y escribir poesía. Tenía oído, sentido del ritmo y su amor a la literatura se recondujo en los sonetos que fue escribiendo a lo largo del tiempo. Sonetos que cristalizaron lo mejor de sus empeños, recuerdos personales y experiencias. En esta dedicación de mi padre habitaba el presentimiento jubiloso de que la búsqueda de la belleza y el disfrute de su contemplación, en sus distintas facetas, conducen necesariamente al Misterio, al Dios que reúne y acoge todo lo que de verdadero y hermoso existe.
 
La fe de mi padre era una fe sencilla, sostenida por la oración, la práctica sacramental y la fidelidad a la Iglesia. Un agradecimiento profundo por lo recibido era una actitud común en él. Tenía facilidad y humildad para agradecer todo aquello que se le brindaba, merecidamente o no. La gratitud decía “es una de las más profundas expresiones del ser humano” y no era infrecuente en los últimos años oírle dar las gracias por un sinfín de bienes de los que pudo disfrutar: sus ocho hijos, sus 19 nietos y sus dos bisnietos, la amistad durante una vida entera de muchos amigos, el reconocimiento de gentes sencillas que siempre guardaron memoria de los esfuerzos que mi padre hizo por ellos. Se despidió de su madre cuando ésta entregó su alma a Dios, dándole gracias por haberle dado la vida, por haberle transmitido la fe y el amor a España. Así se despidió de él, mi hermano mayor, José Antonio, en nombre de todos sus hijos en los últimos días de mi padre.
 
Su fe estaba enraizada en imágenes concretas que le acompañaron durante toda la vida. El Cristo de la Buena Muerte que llevó siempre en su pecho, simbolizó su identificación con un modo de vivir, del Tercio y de la milicia que llevaba en su sangre y en su corazón por generaciones. La imagen de la Esperanza de Málaga, ocupaba también parte de su corazón. En su Basílica de Málaga descansan sus restos, continuando una devoción mariana que está en la raíz de la fe sencilla del pueblo español, con la que mi padre se identificaba como uno más.
 
En definitiva, la fe y el amor explican el hilo perfectamente reconocible de su conducta, la continuidad de su quehacer, la fecundidad misteriosa de su ejemplo. Hijo solicito, buen esposo, padre ejemplar y amigo fiel dieron lugar al hombre público íntegro que fue, que supo lidiar con el poder sin que le cambiara. Puedo decir con orgullo y gratitud que no tengo duda de la Gracia abundó en él, porque la fe y el amor, el amor y la fe le sostuvieron en todos esas facetas, pues Dios no olvida y abandona nunca a quién guarda “fe y palabra y ser fiel a quien debe”, resumen del empeño de la vida de mi padre, José Utrera Molina, un caballero cristiano.
 


1 de junio de 2018

España, en manos de sus enemigos.


Nunca sabremos si estaba o no escrito, pero podemos afirmar que hoy es un día muy triste para la historia de España. No porque se vaya Rajoy, el presidente que más poder ha acumulado en los últimos 40 años y el que más lo ha desaprovechado, con un dontancredismo que le ha permitido permanecer en la Moncloa hasta hoy, pero que nos deja con el proyecto de ingeniería social de Zapatero intacto y con la aplicación timorata y cobarde de la ley en Cataluña ante un golpe de Estado que, de no haber sido por los jueces, habría tenido mucho más recorrido.

Lo es porque accede a la presidencia un hombre que ha hecho gala de una carencia absoluta de principios, gracias al apoyo de todos los partidos que odian a España y buscan su destrucción, que hoy celebrarán con algarabía su victoria y su venganza.  España, hoy, está en manos de los separatistas, de los cómplices de los terroristas, de los comunistas y bolivarianos de salón y de quienes acaban de dar un golpe de Estado en Cataluña, cuyos efectos continúan y que inevitablemente conducirá a la violencia entre catalanes.

Dios sabe el porqué y algún día nosotros también lo sabremos. Mientras tanto preparémonos para lo peor,  esperemos que no se alargue demasiado y recemos a quienes desde lo alto pueden interceder por nuestra querida Patria.

Y como es muy posible que en unos meses este blog sea prohibido y se convierta en prueba de cargo contra su autor, vuelvo a gritar con más ganas que nunca ¡ARRIBA ESPAÑA!   

27 de abril de 2018

Soneto a mi padre


Un año ya del día que te fuiste, de aquella madrugada junto al mar que no ha cambiado y en el que no ha habido uno sólo en el que no estuvieras presente. Pensé en dedicarte un artículo, pero ya te he escrito algunos y otros podrán hacerlo mejor que yo. Pensé entonces que te haría más ilusión que te dedicase un soneto.

Como tú nos decías cuando te pedíamos uno, esto es mucho más difícil de lo que parece.Tejer un soneto es un reto que lleva mucho tiempo, se lleva retales de tu corazón, requiere paz y te da muchísima guerra.  Son muchos, cientos, los versos abortados, tercetos enteros que de parecer redondos, han terminado en el cubo de la basura, rimas soñadas que no han visto nunca la luz, noches enteras de insomnio para conseguir una rima digna. Nunca podría haberlo hecho sin tu ayuda y sin tu inspiración y tampoco sin los sabios consejos de mi amigo y admirado Enrique García-Máiquez que ha sabido ser indulgente, pero certero en su crítica.

Espero que, desde el azul intenso de tu lucero, leas con indulgencia estos versos que son tuyos, ésta cárcel de endecasílabos en la que he tratado de desahogar mi corazón, atribulado por tu ausencia y al tiempo consolado con la fe de saber que compartes la gloria con aquellos por los que rezabas cada noche. Esperanzado porque, como nunca te cansaste de repetir, no hay noche sin aurora.

Va por tí, papá.

Mecido entre recuerdos me he dormido
tratando de alcanzar tus largos pasos,
añorando el calor de tus abrazos,
rescatando mi infancia del olvido.

En sueños nos hablamos todavía.
Tú ya eres luz, yo sigo mi andadura.
Oigo tu voz, que alivia la amargura
de no verte a la luz del nuevo día.

Te acompañó mi alma en tu partida,
luchando contra el miedo de perderte.
Y al contemplar ayer tu cuerpo inerte,

le dije adiós a mi niñez perdida.
Anoche te lloré por vez primera
esperando una nueva primavera.


Luis Felipe
  




11 de abril de 2018

En el XC cumpleaños de Juan Romero



Hoy no procede la estrechez de una llamada telefónica para expresar lo que Juan Romero merece en su 90 cumpleaños, y sobre todo lo que significa para la familia de su amigo Pepe Utrera, convencida de que también él, desde los luceros, lo celebrará al igual que tu queridísima Agustina.

Juan Romero es la encarnación de la mejor y más entrañable forma de entender la amistad, en constante entrega a los demás, de concebir la vida como una vocación de servicio y de ejemplo heroico ante la adversidad.

Juan Romero, coronel del Tercio legendario, es sinónimo de lealtad a España, y a su credo legionario, desde el que ha forjado una vida ejemplar, que deja su impronta donde quiera que esté.

Elegante, alegre, impasible el ademán, de impecable compostura y eternamente joven, disfruta del cariño y admiración de una gran familia en la que se siente felizmente continuado.

Hoy en su 90 cumpleaños, toda la familia Utrera en el sentido más amplio, queremos brindar por un español ejemplar, consciente de la fortuna y el privilegio que es contar con su amistad y con nuestro mayor deseo de felicidad. Que Dios te bendiga y te siga colmando con años de venturosa andadura, que desde el cielo te abraza también hoy tu amigo que tanto te quería y te escribió estos versos para el recuerdo


 A mi amigo Juan Romero

Nos conocimos para siempre un día,
Recorrimos después España entera,
vivimos en abril la primavera
bajo un sol que a morir se resistía.

Agustina y Juan, una armonía
pactada en libertad siempre a la espera
de descubrir el mar o la ribera
que bajo un cielo azul se revestía.

Capitán legionario todavía,
su porte, su ademán le atestiguaba,
estaba licenciado en gallardía.

La vida que con ellos compartía,
supo de un corazón que se acababa,
sentí su mano en mi frente fría.

               José Utrera Molina

23 de marzo de 2018

Utrera Molina: La dignidad de un malagueño



“Ser malagueño significa caminar por la vida con el desventajoso equipaje de la sinceridad; y la sinceridad no es otra cosa para nosotros que una servidumbre de honor que se alienta en el aire, en el sol y la luz de nuestro paisaje; ser malagueño es hacerle frente a la vida de una manera metafísica y desenfadada, al propio tiempo; ser malagueño es sentir la alegría como reflexión y la gravedad como signo de una jerarquía civilizada; ser malagueño significa sentir la dignidad del dolor y no estar dispuesto sin embargo a venderle las lágrimas a nadie; ser malagueño significa darle un quiebro a la pena y traer sin embargo y de la mano al corazón, una sonrisa”

Estas palabras fueron pronunciadas por mi padre, José Utrera Molina en el Teatro Cervantes el 6 de septiembre de 1975 con motivo de su nombramiento como hijo predilecto de Málaga y de su provincia, delante de su entonces Alcalde, el inolvidable Cayetano Utrera Ravassa, y del entonces Presidente de la Diputación Provincial, Francisco de la Torre, hoy primer edil de la ciudad.

Muy lejos estaba entonces de suponer que cuarenta y tres años después de aquella tarde, el Pleno del Ayuntamiento de la ciudad que le vio nacer, votase, sin un sólo voto en contra, iniciar los trámites oportunos para retirarle todas las distinciones concedidas aquél día tras aprobar una moción en la que, entre otras falsedades, insidias y calumnias se afirmaba lo siguiente: “Está claro, por su papel destacado en el régimen y su participación directa en actos de represión, que mantener los honores y distinciones a José Utrera Molina es un incumplimiento flagrante del Artículo 15 de la Ley de Memoria Histórica”.

Lo de menos es que el autor de dicha moción sea un junta-letras además de un ignorante enciclopédico. Está en el ADN del grupo que lo presentaba la utilización de la injuria y de la mentira como arma política, propia de un partido de ideología totalitaria. Lo grave, lo verdaderamente doloroso es que no hubiera entre todos los ediles malagueños, ni un solo gesto de dignidad para denunciar tamaña injusticia y clamar contra semejante falsedad.

Habría preferido darle un quiebro a la pena y guardar silencio ante tanta mezquindad, pero creo que haría un flaco favor a los malagueños y faltaría a mi deber cristiano de honrar al hombre que me dio la vida y me enseñó un sentido del honor.    

Mi padre no fue jamás un represor, si no lo fue de la miseria que acuciaba cada día a los que habitaban en inmundas chabolas en Huelin o en la Playa de San Andrés. A José Utrera Molina no le concedieron esos honores, Alcalde De la Torre, “por su cariño a Málaga”, sino por porque sacrificó siempre su bienestar y comodidad personal, le quitó horas al día y la noche y a su familia para mejorar la vida de los malagueños. Para él, la política no era otra cosa que la emoción de hacer el bien y jamás miró el color de los que llamaban a su puerta. De sobra lo saben muchos de los que tanto le deben.

Los que como buitres carroñeros han querido escupir sobre su tumba sin conocerle, no merecían que su odio contase con la complicidad de la ingratitud de quienes saben de sobra lo que Málaga le debe a José Utrera Molina. El Alcalde De la Torre, que tuvo el gesto noble de acompañarnos en su último adiós, sabe bien de lo que hablo. La vida se encarga de ponernos frente a encrucijadas en las que poder demostrar nuestra categoría moral y el Pleno del pasado 25 de enero le dio la ocasión de poder  caminar el resto de su vida con el desventajoso pero digno equipaje de la sinceridad. 

Decía Albert Camús que la libertad consiste, en primer lugar, en no mentir y yo añado que también en no compadrear ni vivir esclavo de la mentira. Porque la mentira es el germen del odio y el fruto de la maldad. Allí donde prolifere la mentira, se anuncia la tiranía. Y a la tiranía se le hace frente con dignidad y gallardía y no lavándose las manos desde el Pretorio mientras crucifican a quien tanto bien hizo en vida, por mucho interés electoral que esté en juego.

Termino con las palabras que cerraron aquella tarde emocionante en el Teatro Cervantes: “sigo creyendo que no hay noche tan larga que no vea después su aurora, y yo estoy completamente seguro de que esa aurora ha de venir; permitidme queridos amigos, que levante en vilo mi corazón agradecido y que ponga sobre el alba azul de la nueva mañana, como cristiano viejo, con amor y con fe, la señal de la cruz en mi esperanza.”

Él ya descansa en paz esperando la resurrección, pero yo no descansaré jamás hasta que vuelva a reír la primavera y se haga por fin justicia con el nombre y la memoria del mejor malagueño que jamás he conocido.

Luis Felipe Utrera-Molina Gómez

17 de marzo de 2018

Mentira y la intoxicación como arma política: La ultraizquierda y el caso "Puig Antich"

El subinspector Francisco Anguas

El 25 de septiembre de 1973 fue asesinado el Subinspector de la Policía Armada D. Francisco Anguas, de 24 años. El autor de los dos disparos que terminaron con la vida de Anguas fue Salvador Puig Antich, un miembro activo del Movimiento Ibérico de Liberación-Grupos Autónomos de Combate (MIL) de ideología comunista-libertaria que había participado en varios atracos a sucursales de entidades bancarias.

El 8 de enero de 1974 un tribunal militar, que de acuerdo con el Código de justicia militar era la jurisdicción competente para el enjuiciamiento de los asesinatos de miembros de las fuerzas de orden público, condenó a Salvador Puig Antich a la pena de muerte.  La sentencia condenatoria fue ratificada por el Consejo Supremo de Justicia militar mediante sentencia de 11 de febrero de 1974, que ordenó su ejecución.

De conformidad con lo dispuesto en el Código de Justicia Militar, la ejecución de las sentencias de condena a la pena capital debían notificarse al Consejo de Ministros que debía dar el enterado. Es decir, no se trataba de un acto administrativo discrecional, sino reglado u obligado, por lo que conforme a lo que establecía la ley, el Consejo no podía denegar el enterado, que era tan sólo la confirmación de que se había cumplido el trámite legal de la notificación previa de la ejecución de la sentencia.

A estos efectos, la Ley Orgánica del Estado en su artículo 6 atribuía con carácter exclusivo el ejercicio del derecho de gracia al Jefe del Estado, modificando la Ley de Gracia y Justicia que desde 1870 confería tal derecho al Consejo de Ministros.

El Ministro de Justicia informó al Consejo de Ministros reunido el día 2 de marzo de 1974 sobre la notificación de la próxima ejecución de la sentencia por parte del Consejo Supremo de Justicia Militar, cumpliéndose así el trámite legal establecido, sin que el Jefe del Estado ejerciese en aquél caso el derecho de gracia.

Puig Antich fue declarado culpable con pruebas irrefutables del asesinato, siendo condenado a la pena establecida legalmente para el asesinato de miembros de fuerzas del orden. Es importante señalar -pues hasta en esto ha mentido la izquierda con tal de presentar a Puig Antich como una víctima de la "represión"- que hasta sus propios compañeros, en memorias y entrevistas, han reconocido que Puig  Antich fue quien asesinó al Subinspector Anguas.

Independientemente de los hechos, que no admiten más discusión pues hasta el Ttibunal Supremo recientemente rechazó revisar el caso por falta de elementos que lo justificasen, es necesario recordar que en aquél contexto histórico, la pena de muerte estaba vigente en la mayor parte de  los países de nuestro entorno y no digamos en el paraíso comunista de la URSS, en el que se ejecutaba sin juicio previo a cualquier disidente político. En Francia,  el último ejecutado con guillotina en Francia fue el  inmigrante de origen tunecino Hamida Djandoubi el 10 de septiembre de 1977, siendo abolida en 1981. En el Reino Unido, fue abolida en 1998. En Estados Unidos, sigue vigente en muchos Estados de la Unión. 

Por supuesto, en Cuba, China, Corea y todos los países comunistas tan ardientemente defendidos por Podemos, sus confluencias y compinches, se encuentra plenamente vigente y se aplica con profusión, por motivos estrictamente políticos y en alguno de estos países se ha ejecutado a un Ministro de Defensa con un cañón de artillería por tener el atrevimiento de dormirse en un desfile militar (aunque seguramente Rufián o Garzón (el mozo de espadas de Podemos) le encuentran una justificación a tamaño delito alegando que sería un espía fascista o contrarrevolucionario.

Estos son los hechos, que la ultra izquierda ha venido manipulando ad nauseam desde hace años con el objeto de presentar la ejecución de Puig Antich como un crimen de lesa humanidad, poder convertir a dicho atracador en un "mártir de la libertad" y poder culpar de ello a quienes en aquél momento formaban parte del Consejo de Ministros.

Así, bajo la inspiración y auspicio del exjuez prevaricador Baltasar Garzón, la extravagante jueza de extrema izquierda María Servini en Argentina dictó un delirante Auto en el que declarándose competente para el enjuiciamiento de los hechos ocurridos en España en base al principio de justicia universal, imputaba a todos los miembros del Consejo de Ministros no fallecidos, un delito de lesa humanidad consistente en la “convalidación con su firma de la ejecución de Salvador Puig Antich”, dictando una orden internacional de detención contra ellos.  Ni que decir tiene que la Interpol no dio curso a la citada orden por tratarse de un proceso con motivaciones políticas y que la justicia española rechazó de plano cualquier petición de la Jueza argentina por carecer manifiestamente de jurisdicción para el enjuiciamiento de unos hechos que en modo alguno podían constituir delito de clase alguna.

Pese a ello, el aparato propagandista de la izquierda no tuvo reparos en culpar a ministros como Carro, Fernando Suárez o José Utrera Molina (que ocupaban las carteras de Presidencia, Trabajo y Secretaría General del Movimiento) de “convalidar” la ejecución del asesino del policía Anguas. Y siguiendo la estrategia estalinista de convertir una mentira en verdad a base de repetirla hasta la saciedad, dicha intoxicación ha alcanzado a los dirigentes de partidos tan “demócratas” como Podemos y Esquerra Republicana de Cataluña que no pierden ocasión para repetir dicha mentira en las redes sociales y hasta en el parlamento nacional ante el silencio de la mayoría.

Cuentan con que a la mayor parte de la gente todo esto le importa una higa y generalmente no encuentran ninguna contestación, por lo que no encuentran obstáculos para dejar sembrada en internet tan repugnante y falaz especie.

Pues bien, aunque muchos obligados moralmente a contestar han decidido dejarlo pasar, algunos hemos decidido decir basta a las mentiras de la izquierda y hacerles frente con la ley en la mano.  Al día siguiente del fallecimiento de mi padre, en un ejercicio de colosal bajeza y mezquindad el diputado Rufián se lamentó de que mi padre hubiese muerto en la cama pese a “haber firmado la sentencia de muerte de Puig Antich” (sic).  Cualquiera puede entender que en esos días sus deudos se dedicasen a todo menos a hacer caso a las especies de semejante congénere.

Pero el pasado 2 de marzo, aniversario de la ejecución del asesino del policía Anguas –de quien sólo se acuerda su familia-, volvió a la carga, seguido por alguno de sus secuaces, como la inefable Teresa Rodríguez de Podemos Andalucía y otros conmilitones, haciendo un llamamiento público para que nadie olvide que quienes firmaron la sentencia de aquél criminal hayan muerto en la cama.

Y esta vez han tenido la mala suerte de que han topado con quienes no estamos dispuestos a que se mancille nunca más el nombre de nuestro padre con mentiras y patrañas, hartos ya de tanta mezquindad y de tanta calumnia impune. Esta es la razón por la que hemos decidido acudir a la justicia para que, de una vez por todas, los mentirosos, los calumniadores profesionales y los manipuladores, respondan de sus actos y no se regodeen en la impunidad. Que se rasquen el bolsillo y Dios mediante, sean condenados por mancillar con mentiras el honor de un hombre grande como mi padre.

Y de paso, para que quede en las redes como testimonio de la utilización de la mentira y la intoxicación por parte de la izquierda de unos hechos en los que la única víctima que merece el recuerdo y homenaje de todos los españoles se llamaba Francisco Anguas, a quien un terrorista de ultraizquierda, atracador y asesino, segó para siempre la vida a los 24 años de edad.

LFU


9 de febrero de 2018

Los muertos como excusa




Hace unos días, de madrugada, el Ayuntamiento de Callosa de Segura procedió a la retirada de una cruz situada en la fachada de la Iglesia, terminando así con la tenaz resistencia de los vecinos que durante 400 días habían montado guardia día y noche para defender su permanencia. Horas después de que el monumento fuera cargado en un camión y arrumbado en un patio municipal, el Alcalde recibió la notificación del TSJ de Valencia ordenando la paralización de la retirada de la cruz.  Como para creer en casualidades.

Lo que algunos medios llaman “cruz franquista” no era ya más que una cruz sencilla, blanca, desprovista de cualquier símbolo o leyenda que pudiera molestar a nadie. Tan sólo quedaban, en el pedestal, los nombres de los 81 callosinos asesinados por el Frente Popular, pese a lo cual  los grupos de izquierda exigieron la retirada de la cruz, sin duda para eliminar cualquier rastro de la barbarie de sus antecesores en 1936.

Resulta sintomático que la excusa que sirvió a la izquierda para justificar tan nefasta ley fue la necesidad de dar digna sepultura a los muertos que aún reposan en fosas comunes o en cunetas. Nadie puede negar la nobleza y legitimidad de dicha aspiración, pero nunca se dijo que tanto dicha ley como sus engendros autonómicos -las leyes de “memoria democrática”- estuvieran destinadas a honrar la memoria de unos muertos y borrar para siempre la de los otros.

Nadie entendería que ningún vecino de Callosa se opusiese a que se honrara y recordara a los republicanos caídos o fusilados, pues todos, equivocados o no, eran callosinos, españoles que lucharon y murieron por un ideal, y que para ello se levantase una pirámide –como recientemente se hizo en Málaga- o un compás o una estrella roja, que les recordase, si así lo quieren sus deudos.  

Pero no podemos permanecer impasibles mientras se derriban y eliminan estatuas de Millán Astray, de Franco, o de Varela y al mismo tiempo se inauguran y mantienen monumentos a Largo Caballero, Prieto, Carrilllo y la Pasionaria. Eso no es concordia, sino un deliberado intento de imponer una visión sectaria de la historia. A la destrucción de cruces y placas de recuerdo a los que cayeron “por Dios y por España”, se sucede la inauguración por doquier monumentos a las Brigadas Internacionales y a los caídos republicanos, lo que deja al descubierto el cinismo y la hipocresía de los valedores de una ley cainita que el gobierno de Rajoy no ha querido derogar, acaso porque sabe que el ruido del odio le asegura el voto del miedo.

La fijación hemiplégica de la izquierda con los muertos resulta patológica. Hasta ahora ha conseguido remover de sus sepulcros de forma abyecta los huesos de Sanjurjo y Mola y centran ahora su empeño en exhumar a  Franco, José Antonio y a Queipo de Llano. Y por si esto no fuera suficiente, presentan un proyecto de ley de reforma de la Ley de Memoria histórica en el que, además de establecer durísimas penas de cárcel a quien discrepe del revisionismo histórico de la izquierda, se exige la retirada de cualquier mención o simbología de “exaltación de la Guerra Civil y Dictadura” de los cementerios públicos, con la vista puesta en el camposanto de Paracuellos del Jarama -la mayor catedral de mártires existente en todo el mundo- y en el Valle de los Caídos, donde reposan mezclados, los muertos de uno y otro bando bajo una inmensa Cruz, supremo signo de la reconciliación y del amor.

Nadie de la derecha o de la extrema derecha ha exigido jamás molestar en su tumba a Santiago Carrillo, responsable directo del genocidio de Paracuellos, a Miaja o a la Pasionaria. Y quien lo hiciera no merecería menor reproche, porque (y esto vale para todos, rojos y azules) a los muertos hay que dejarlos en paz.

He conocido a combatientes de uno y otro bando y jamás vi en ellos la menor sombra de odio, ni de rencor. Quienes se jugaron el tipo en el campo de batalla, respetaban a su enemigo con la misma fuerza con la que renegaban de su retaguardia y puedo asegurar que ninguno de los que aún viven aprobaría esta disparatada espiral de odio retrospectivo.
En 1986, el gobierno del PSOE hizo una ecuánime declaración institucional en el cincuentenario del inicio de la guerra: “un Gobierno ecuánime no puede renunciar a la historia de su pueblo, aunque no le guste, ni mucho menos asumirla de manera mezquina y rencorosa. Este Gobierno, por tanto, recuerda asimismo, con respeto a quienes, desde posiciones distintas a las de la España democrática, lucharon por una sociedad diferente a la que también muchos sacrificaron su propia existencia.” (..) “para que nunca más, por ninguna razón, por ninguna causa vuelva el espectro de la guerra civil y el odio a recorrer nuestro país, a ensombrecer nuestra conciencia y a destruir nuestra libertad.”

Treinta años después, el espectro del odio vuelve de la mano de un PSOE que abomina de Besteiro y es jaleado por la extrema izquierda ante el silencio de un centro-derecha acomplejado. Unos quieren ganar la guerra que perdieron sus padres, pero aún peor es que otros están dispuestos a perder la que sus padres y abuelos ganaron, a humillarles póstumamente, a pisotear su memoria, con lo que millones de muertos están en trance de ser olvidados, y el pasado de España, como decía Churchill, se convierte ya en un arcano impredecible. 

Creo que ya ha llegado el momento de decir basta y exigir firmemente respeto a todos los españoles que murieron por una causa que ellos creyeron tan noble como para morir por ella y que hoy son escarnecidos por el odio y la indignidad de quienes no merecen llamarse españoles.


Luis Felipe Utrera-Molina