Hace unos días
he perdido a uno de mis más fieles y entrañables camaradas. Rectifico, no lo he
podido perder, porque está no solamente en el corazón de mi memoria sino en el
mejor de los mundos conquistados con su dignidad y su valor. Todo lo que yo
pueda decir de Santiago Souvirón Utrera quedaría dolorosamente sorprendido por
la falta de espacio en el que yo podría poner las excepcionales virtudes que le
adornaron.
Muy joven, con 16 años, -eso apenas lo comprenderán los jóvenes de
hoy- marchó a la División Azul a combatir en Rusia por los ideales a los que
había consagrado su vida. Lo hizo sin alardes, sin proclamaciones, con la
sencillez suprema con que los soldados se enfrentan a la vida y después a la
muerte. Marchó en el tren con miles de expedicionarios y allí se distinguió en
las heladas estepas de Rusia por su valor y su coraje. Ya en Málaga, cuando me
fueron concedidas ciertas responsabilidades en el gobierno falangista de Málaga
le elegí a él como mi más directo y entrañable colaborador. Santiago tenía la
infinita sabiduría de la discreción, el sentido de la humildad que conquistaba
con su sensatez y su sencillez a cuantos le conocían. Jamás le vi entristecido
por el rencor, nunca supe de su odio al enemigo, caminamos juntos muchas veces
para conquistar la confianza de los que todo habían perdido y alzar sobre el
pavés de nuestra bandera nuestro instinto de reconciliación y de verdad.
Todo
cuanto escriba de Santiago se quedará corto. No he conocido en Málaga a nadie
que pudiera igualarse a él en caballerosidad en hombría de bien. Tenía eso que
no todos comprenden pero que constituye un valor sustancial que se llama
estilo. El suyo era inimitable, el espacio donde lo ejerció tan infinito como
fue su misericordia para los que no pensaban como él. Era alegre y jovial, se
entusiasmaba con las cosas bellas que crecían alrededor nuestro, no le daba
importancia a su sacrificio personal, a su entrega y al gozo de su lealtad. Su
ambición se reducía a poder contemplar alguna vez con sus ojos una patria unida
en el amor, en la justicia y en la fe de su destino. Recuerdo que hablaba con
él con mucha frecuencia. Siempre tenía la sonrisa a flor del labio. Nunca le vi
descontento o malhumorado y mucho menos belicoso y agresivo. Era toda una
bondad en ejercicio. Una nobleza realizada en cada acto de su vida. Puedo decir
que soñamos juntos en una patria que al final se nos ha caído de las manos,
pero él hasta los últimos momentos de su vida no ha perdido la fe. Escuché sus
últimas palabras, estaban rotas por su enfermedad, pero su eco trascendía y yo
podía darme cuenta del tesoro de su limpieza moral que se encerraba en su
infinito corazón.
Málaga
constituyó siempre un gran amor para Santiago y también se sintió hasta el
final periodista, agudo, reflexivo, abarcaba muchos campos, yo le conocí en sus
afanes deportivos, en su inteligencia para narrar acontecimientos en el mundo
del deporte en el cual también estuvo generosamente implicado.
Cada día que
pasa me encuentro con más nubes de soledad que rayos de sol estimulantes. Llamo
y no me contestan, pregunto y no me responden, pero yo sé en el fondo de mi
corazón que los que fueron mis amigos, mis camaradas entre los cuales en
primacía absoluta destaco a Santiago, recogerán al menos el eco de mi voz
dolorida. Tere, su mujer, con la que compartimos amistad y esperanza, sabe
hasta qué punto era mi amigo y mi hermano Santiago Souvirón Utrera. También lo
sabrán los siete hijos que harán escolta a su ejemplo y a su dignidad. Descanse
en Paz el que fue soldado, amigo y claro confidente. Estoy seguro que allá en
lo alto habrá un nuevo lucero para él.
JOSÉ UTRERA MOLINA
EX SUBJEFE PROVINCIAL DEL
MOVIMIENTO DE MÁLAGA Y EX MINISTRO