La revocación por la Cámara Criminal y Correccional Federal
de Buenos Aires de la orden de detención de Rodolfo Martín Villa decretada en
su día por la jueza Servini supone un éxito procesal del campeón mundial del
travestismo político que le permitirá viajar por el mundo sin temor a ser
detenido, pero que le hunde aún más en el lodazal de la historia por la
indignidad que implica su sumisión a los tribunales argentinos.
La Corte atiende los argumentos de la defensa de Martín
Villa y considera que la juez Servini no tuvo en cuenta a la hora de imputarle
por delitos de lesa humanidad las “circunstancias
distintivas” de estos hechos, el “espacio
temporal” en que ocurrieron y “el
contexto que los rodeó”. En definitiva, más que la orden internacional de
detención, mucho me temo que lo que más le dolía a Martín Villa es que le metiesen en el mismo
saco que a otros ministros “franquistas” porque naturalmente, él nada tenía que
ver con ellos, ni con las causas por las que de forma tan arbitraria se les
atribuían.
Resultaba un ejemplo paradigmático de justicia poética que
uno de los más conspicuos y notables traidores al régimen que le encumbró y
permitió progresar en política fuese acusado de franquista, 40 años después de
su traición. Es como si a Bruto se le acusase de ser partidario de Julio César
años después de apuñalarle por la espalda.
Pues bien, Rodolfo Martín Villa, aquél joven azul que batió
todos los récords mundiales de disfrutar de un coche oficial, que cantaba el
cara al sol levantando el brazo con ardor meses antes de cerdear a la muerte de
Franco para seguir pisando las mullidas alfombras de la administración, renegando
de todo lo que había sido hasta cinco minutos antes, está libre de órdenes de
detención, a cambio de rebajarse en su dignidad como español al someterse de forma
vergonzante a la jurisdicción de los tribunales argentinos con todo lo que ello
significa.
Nada de ser solidario con Fernando Suárez, Utrera Molina y
demás vestigios franquistas que
supieron mantener intacta su dignidad negándose a reconocer la jurisdicción de
una jueza prevaricadora extranjera al servicio del prevaricador Garzón que
únicamente buscaba reabrir una causa general contra el franquismo, saltándose a
la torera el Tratado de Extradición entre España y Argentina y quebrantando de
forma grosera la legalidad española que prohibe el enjuiciamiento de hechos como los que eran objeto de acusación. Nada de repudiar la burda acusación
dirigida contra unos dignos miembros del gobierno por la ejecución de un
asesino terrorista tras un proceso judicial.
No le hubiese costado nada mantener una postura elegante y digna, pero ha elegido defender su
trasero y procurar que no le confundan con aquellos de los que de forma tan
pública y notoria abjuró en su día buscando el propio provecho. Por el momento ha conseguido una pírrica victoria -que no le servirá para congraciarse con quienes le persiguen- pero la
historia no será benévola con él, por una escandalosa y vergonzante mudanza y, finalmente, por faltar groseramente a la dignidad de una Nación que no merece la utilización fraudulenta de la justicia internacional por quienes
desde los tribunales de un país extranjero están al servicio de quienes no tienen
otra meta que el odio y la falsificación de nuestra historia.
Desde aquí, sólo puedo hacerle llegar mi tristeza e indignación como
español y mi advertencia: Roma no paga traidores.
LFU