"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

17 de julio de 2017

Martín Villa: Roma no paga traidores

La revocación por la Cámara Criminal y Correccional Federal de Buenos Aires de la orden de detención de Rodolfo Martín Villa decretada en su día por la jueza Servini supone un éxito procesal del campeón mundial del travestismo político que le permitirá viajar por el mundo sin temor a ser detenido, pero que le hunde aún más en el lodazal de la historia por la indignidad que implica su sumisión a los tribunales argentinos.

La Corte atiende los argumentos de la defensa de Martín Villa y considera que la juez Servini no tuvo en cuenta a la hora de imputarle por delitos de lesa humanidad las circunstancias distintivas” de estos hechos, el “espacio temporal” en que ocurrieron y “el contexto que los rodeó”. En definitiva, más que la orden internacional de detención, mucho me temo que lo que más le dolía a Martín Villa es que le metiesen en el mismo saco que a otros ministros “franquistas” porque naturalmente, él nada tenía que ver con ellos, ni con las causas por las que de forma tan arbitraria se les atribuían.
 
Resultaba un ejemplo paradigmático de justicia poética que uno de los más conspicuos y notables traidores al régimen que le encumbró y permitió progresar en política fuese acusado de franquista, 40 años después de su traición. Es como si a Bruto se le acusase de ser partidario de Julio César años después de apuñalarle por la espalda.

Pues bien, Rodolfo Martín Villa, aquél joven azul que batió todos los récords mundiales de disfrutar de un coche oficial, que cantaba el cara al sol levantando el brazo con ardor meses antes de cerdear a la muerte de Franco para seguir pisando las mullidas alfombras de la administración, renegando de todo lo que había sido hasta cinco minutos antes, está libre de órdenes de detención, a cambio de rebajarse en su dignidad como español al someterse de forma vergonzante a la jurisdicción de los tribunales argentinos con todo lo que ello significa.

Nada de ser solidario con Fernando Suárez, Utrera Molina y demás vestigios franquistas que supieron mantener intacta su dignidad negándose a reconocer la jurisdicción de una jueza prevaricadora extranjera al servicio del prevaricador Garzón que únicamente buscaba reabrir una causa general contra el franquismo, saltándose a la torera el Tratado de Extradición entre España y Argentina y quebrantando de forma grosera la legalidad española que prohibe el enjuiciamiento de hechos como los que eran objeto de acusación. Nada de repudiar la burda acusación dirigida contra unos dignos miembros del gobierno por la ejecución de un asesino terrorista tras un proceso judicial.  

No le hubiese costado nada mantener una postura elegante y digna, pero ha elegido defender su trasero y procurar que no le confundan con aquellos de los que de forma tan pública y notoria abjuró en su día buscando el propio provecho. Por el momento  ha conseguido una pírrica victoria -que no le servirá para congraciarse con quienes le persiguen- pero la historia no será benévola con él, por una escandalosa y vergonzante mudanza y, finalmente, por faltar groseramente a la dignidad de una Nación que no merece la utilización fraudulenta de la justicia internacional por quienes desde los tribunales de un país extranjero están al servicio de quienes no tienen otra meta que el odio y la falsificación de nuestra historia.

Desde aquí, sólo puedo hacerle llegar mi tristeza e indignación como español y mi advertencia: Roma no paga traidores. 


LFU    

12 de julio de 2017

El PSOE y el asesinato de Calvo Sotelo

 "En su última intervención parlamentaria, acaecida el 1 de julio, las constantes interrupciones e insultos le obligaron a abandonar el uso de la palabra, y fue ese mismo día cuando pudo escucharse decir al diputado del PSOE, Angel Galarza: «Pensando en Su Señoría, encuentro justificado todo, incluso el atentado que le prive de la vida». Reprendido por Martínez Barrio, quien mandó retirar la amenaza del Diario de Sesiones, Galarza respondió: «Esas palabras, que en el Diario de Sesiones no figurarán, el país las conocerá y nos dirá a todos si es legítima o no la violencia».

La noche del 12 de julio, cuando se dirigía hacia el madrileño cuartel de Pontejos, caía asesinado el teniente de Asalto José Castillo, que se había distinguido en la represión violenta de varias manifestaciones derechistas. Según la versión que ha quedado en el imaginario colectivo, la indignación de sus compañeros de cuerpo fue tal que optaron por trasladarse al domicilio de Calvo Sotelo y asesinarle como represalia. Pero no fue así.

La furgoneta número 17 no salió de Pontejos a las órdenes de un oficial de Asalto, sino a las de Fernando Condés, capitán de la Guardia Civil e instructor de la motorizada (grupo de acción socialista que servía de escolta a Prieto). Dentro de la misma, además de varios guardias de Asalto, iba al menos media docena de militantes del PSOE, y una vez efectuada la detención no fue un guardia de Asalto, sino un guardaespaldas de Prieto, Luis Cuenca, quien le asesinó a sangre fría.

Sin embargo, lo peor, lo que demuestra hasta qué punto el régimen republicano había dejado de ser un Estado de Derecho, es lo sucedido posteriormente. A las ocho de la mañana uno de los asesinos informaba del crimen al diputado del PSOE y director de El Socialista, Julián Zugazagoitia, que llamó de inmediato a Prieto para ponerle en antecedentes. Media hora más tarde, otro diputado socialista, Vidarte, recibía una llamada de Condés, que se había refugiado en la sede del PSOE en la calle Ferraz, adonde le convocó con urgencia para informarle de primera mano.

Indalecio Prieto, plenamente consciente de que Calvo Sotelo había sido asesinado por miembros de su escolta, compareció el día 15 ante la diputación permanente de las Cortes y calificó el hecho de «desmán de la fuerza pública». Al salir, encontró a Condés junto a la redacción de El Socialista y le recriminó su conducta.

Merece la pena recapitular sobre lo que llevamos escrito. Amenazado de muerte por el diputado socialista Angel Galarza (que posteriormente, siendo ministro de la República, no dudó en afirmar que «el asesinato de Calvo Sotelo me produjo un sentimiento [...] el sentimiento de no haber participado en su ejecución»), Calvo Sotelo fue sacado de su casa por militantes del PSOE, protegidos por guardias de Asalto que, tras asesinarle, contaron el crimen al menos a tres diputados socialistas que en vez de denunciarles optaron por encubrirles. No creo que sean necesarias muchas más reflexiones para convencernos de la anormalidad del régimen republicano en 1936, anormalidad que había sido denunciada múltiples veces por José Calvo Sotelo.

Cabía que ante el asesinato de uno de los jefes de la oposición el Gobierno tomara medidas extraordinarias para mantener el orden y detener a los culpables. Tal vez fuera la última oportunidad de evitar el alzamiento, pues es posible que muchos militares lo habrían considerado innecesario si el Gobierno hubiera encabezado una reacción ejemplar. Fue una ocasión perdida. En los días inmediatos al crimen, las clausuradas no fueron las sedes del PSOE, sino las de Renovación Española, cuyos militantes, así como los de otros grupos de derechas, fueron encarcelados a mansalva mientras los asesinos de su correligionario se paseaban impunemente por las calles de Madrid."

Alfonso Bullón de Mendoza y Gómez de Valugera, catedrático de Historia Contemporánea y autor del libro José Calvo Sotelo (EL MUNDO, 13/07/06)

[José Calvo Sotelo fue asesinado en Madrid el 13 de julio de 1936]

5 de julio de 2017

Soneto. Por Francisco Correal

SONETO
FRANCISCO CORREAL
24 abril 2017 (Diario de Sevilla)

Hoy no me llamará para darme las gracias por este artículo. Puede que otros me llamen para recriminarme que lo haya escrito. Con su descanso eterno igual también descansan los que hace un tiempo emprendieron una tabarra contra José Utrera Molina para que retirasen todo símbolo que recordara su paso por la política, incluso por este mundo que llenó de hijos y, por lo visto, de muy buenos amigos. Entre los mejores, el decano de los articulistas, Manolo Alcántara, omnipresente en dedicatorias, poemas y objetos en la casa que Utrera Molina tenía en Nerja y donde fui a entrevistarlo en febrero de 2013. "Yo le sigo llamando José Utrera / a querer lo que siempre se ha querido", escribe Alcántara en un soneto con el que su destinatario cerraba el libro Sin cambiar de bandera que me regaló dedicado al final de aquel encuentro.
Conocí a Utrera Molina gracias a la memoria histórica. A partir de una pista que me facilitó el historiador Juan Ortiz Villalba para dar con Pepita Barbero, hija de Emilio Barbero, concejal del Ayuntamiento de Sevilla asesinado la misma noche del 10 al 11 de agosto de 1936 en el kilómetro 4 de la carretera de Carmona en la que fusilaron a Blas Infante. Di con Pepita Barbero en su casa de la calle Jamaica del barrio de Heliópolis y justo cuando se cumplían 75 años de la muerte de su padre me contaba en el periódico que no quería morirse sin tener la ocasión de darle las gracias a José Utrera Molina. Siendo ministro de Vivienda, puso todos los medios para que a la huérfana de Emilio Barbero no la echaran de la casa en la que nació y de la que un día de julio del 36 se llevaron a su padre para matarlo. Cuando leyó la historia, Utrera Molina me llamó por teléfono para que le pusiera en contacto con aquella mujer. Me encantó propiciar aquel abrazo entre las dos Españas.

He oído que el motivo para borrarlo del callejero fueron sus crímenes de guerra. Hijo de su tiempo, no me cabe duda de que como gobernador civil, igual que facilitó vivienda a muchas familias afectadas por la riada del Tamarguillo, fue implacable con sindicalistas y con la incipiente izquierda curtida en las fábricas y en las aulas. Pero Utrera tenía diez años recién cumplidos cuando Franco volteó la República. No estará en el callejero, pero sigue en el soneto de su amigo Manuel Alcántara.

3 de julio de 2017

Mi Pepe Utrera. Por Manuel Alcántara

MI PEPE UTRERA
MANUEL ALCÁNTARA
23 abril 201701:02 (Diario SUR)

Hay gente que se muere y otra que se nos muere y nos mutila con su ausencia. El excelentísimo señor don José Utrera Molina, que conocía muchas cosas, jamás conoció el rencor. Era bueno por naturaleza, no por ejercicio de la bondad. Quiero recordarle ahora, de vuelta de Nerja, donde he ido a decirle un adiós que se parece mucho a un hasta pronto. Creía él en algunas cosas, sobre todo en la lealtad, y yo no creo en ninguna, ni siquiera en los leales. De niños, paseábamos los dos por la calle de la Victoria, que debe su nombre no a ningún episodio bélico, aproximadamente interminable, sino a la Virgen María, de la que nos aseguraban que hay que seguir creyendo, no sin correr para ponernos a prudente distancia. Los dos éramos inocentes, pero yo siempre tendí al descreimiento o a esa segunda inocencia que consiste en no creer en nada, sobre todo en las promesas de otra vida, que sin duda será mejor, si es verdad que no se parece a esta más que en algunas cosas.
Dejando a un lado «la metafísica de las amapolas», quiero recordar, o sea, a volver a pasar por el corazón, al mejor de los amigos imaginable, que es por un donativo de los volubles dioses, el que precisamente he tenido. No me ha sido negado, después de tantas carencias, el llamado 'don de lágrimas', pero es una lata tratar de impedir que salgan, con el duelo, corriendo, y ya no estamos, cerca de los 90 años, para hacer esfuerzos. Nos llamábamos por teléfono todos los días, unas veces él y otras yo. Lo que más le dolía a este malagueño era que Sevilla, su bien amada Sevilla, le hubiera quitado el nombramiento de 'Hijo Predilecto'. Lo que se da no se quita, pero ya sabemos cómo es Santa Rita y cómo son los concejales, según el turno que les corresponda. Le quitaron los honores, pero no el honor. Así son las cosas, mientras los jueces condenen otros saqueos. No dan abasto, los pobres.



30 de junio de 2017

El horrible martirio del Beato malagueño Juan Duarte

Juan Duarte Martín nació en Yunquera (Málaga) el 17 de marzo de 1912 y fue ordenado Diácono en la Catedral de Málaga, el 6 de marzo de 1936.

Su detención ocurrió el 7 de noviembre de 1936, por la delación de alguien que, tras un registro fallido llevado a cabo en su casa, le vio asomarse a una pequeña ventana para respirar aire puro después de varias horas, sin luz ni ventilación, en una pequeña pocilga que le había servido de escondite.

Cuando los milicianos pegaron en la puerta, sólo se encontraban en casa su madre y él, pues de sus hermanas dos habían ido al campo para lavar la ropa y la otra, la más pequeña, Carmen, se encontraba aprendiendo a bordar para confeccionarle la cinta con la que sus padres atarían las manos de Juan en su ordenación sacerdotal.

De su casa le llevaron al calabozo municipal, y de allí, con los otros dos seminaristas, José Merino y Miguel Díaz, sobre las cuatro de la tarde, lo trasladaron a El Burgo, donde quedaron sus dos compañeros, martirizados en la noche del 7 al 8, mientras Juan fue llevado, por la carretera de Ardales, hasta Álora.

En Álora, fue llevado primeramente a una posada y, después, a la Garipola o calabozo municipal, en el que durante varios días fue sometido a torturas sin cuento, con las que pretendían forzarle a blasfemar. Pero él siempre respondía: "¡Viva el Corazón de Jesús!" o "¡Viva Cristo Rey!".

Las torturas y humillaciones a las que fue sometido en la Garipola fueron muy variadas: desde palizas diarias, introducción de cañas bajo las uñas, aplicación de corriente eléctrica en su genitales, (en una ocasión llegó a avisar que el cable se habría debido desconectar de la batería, porque no sentía la corriente) hasta paseos por las calles entre burlas y bofetadas con el mismo objetivo. De cómo se desarrollaban estos paseos hay testimonios de varios familiares y amigos, ya difuntos.

La buena gente de Álora vivió la pasión de Juan Duarte como la de un hijo o hermano muy querido. Fueron muchos los que deseaban que aquel sufrimiento, aquella insoportable muerte lenta acabase de una vez. Algún bienintencionado llegó a hablar con él para convencerle y que cediera en su actitud.

De la Garipola lo llevaron a la cárcel, que entonces se encontraba en la Plaza Baja, hoy Plaza de la Iglesia. Allí se inició el sádico proceso de mortificación, psíquico y físico, que habría de llevarle al fin hasta la muerte.

Empezó este proceso introduciendo en su celda a una muchacha de 16 años, con la misión expresa de seducirle y aparentar luego que la había violado. Como este atropello no dio el resultado apetecido, uno de los milicianos, con la colaboración de otros, se acercó a la cárcel y con una navaja de afeitar le castró y entregó sus testículos a la tal muchacha, que los paseó por el pueblo.

Realizada esta salvaje acción, cuando Juan Duarte recuperó el conocimiento, sólo preguntaba a los demás presos que estaban en la misma celda: "Pero, ¿qué me han hecho, qué me han hecho?".

Como la indignación de mucha gente de Álora aumentaba por días y la actitud de Juan Duarte se hacía más provocadora –pues con serenidad preguntaba a sus verdugos si no se daban cuenta de que lo que le hacían a él se lo estaban haciendo al Señor–, los dirigentes del Comité decidieron acabar con él proporcionándole una muerte horrenda.

Esta muerte se llevó a cabo en la noche del día 15 de noviembre. Lo bajaron al Arroyo Bujía, a kilómetro y medio de la estación de Álora, y allí a unos diez metros del puente de la carretera, lo tumbaron en el suelo y con un machete lo abrieron en canal de abajo a arriba, le llenaron de gasolina el vientre y el estómago y luego le prendieron fuego.

Durante este último tormento, Juan Duarte sólo decía: "Yo os perdono y pido que Dios os perdone... ¡Viva Cristo Rey!".

Las últimas palabras que salieron de su boca con los ojos bien abiertos y mirando al cielo fueron: "¡Ya lo estoy viendo... ya lo estoy viendo!".

Los mismos que intervinieron en su muerte contaron luego en el pueblo que uno de ellos le interpeló: "¿Qué estás viendo tú?". Y acto seguido, le descargó su pistola en la cabeza.

Pocos meses después, el 3 de mayo, su padre, hermanos y otros familiares se presentaron en Álora para exhumar su cuerpo, fácil de encontrar bajo la arena, pues había sido enterrado por unos vecinos a tan poca profundidad que su hermano José, como él mismo contó, con sólo escarbar con sus manos, topó enseguida con sus restos.

Una mujer, que estuvo presente en aquella exhumación y que lo vio todo, refirió que su sangre no aparecía como derramada en su ropa, sino cuajada formando bolas, lo que viene a confirmar que fue, efectivamente, quemado después de abrirle el vientre y el estómago.

Su cadáver fue trasladado al cementerio de Yunquera, donde estuvo hasta su traslado al templo parroquial. Fue Beatificado en Roma el 28 de octubre de 2007.

Fuente:  http://beatojuanduarte.blogspot.com.es/
"Mártires por su fe". Jesús Bastante. La Esfera de los libros, 2010.


15 de junio de 2017

50 años del realojo de once familias en la calle Teodosio 101 de Sevilla


Hace 50 años, un gobernador civil, José Utrera Molina logró el realojo de once familias sevillanas desahuciadas tras pasar la noche con ellas.  

Recién llegado de viaje fue informado de que once familias habían sido desahuciadas en la calle Teodosio de Sevilla y sus muebles y enseres puestos en la calle por orden judicial. A las 10 de la noche se trasladó allí y consiguió que el Presidente de la Audiencia Territorial accediese a reabrir los hogares para que pudiesen dormir en sus casas hasta que pudieron ser realojadas en viviendas de nueva construcción.  

Rescato de su archivo esta curiosa fotografía correspondiente a la madrugada del 23 de mayo de 1967. 

Esa es la verdadera Memoria histórica de Andalucía. 

A este gobernador, el ayuntamiento de Sevilla le ha quitado por unanimidad una calle. Eso es ingratitud.