Sólo los que son incapaces de ganar el futuro se empeñan en ganar el pasado. Ayer, el gobierno más inútil que han contemplados los siglos, nos dejaba la enésima excrecencia de su patético intento de venganza retrospectiva, a través de la Comisión de “expertos” del Valle de los Caídos designada al estilo de los Tribunales Populares que en 1936 se nombraban para legalizar los crímenes más abyectos. Entonces, como ahora, la Sentencia estaba dictada de antemano, pero era necesario dotarla de apariencia formal.
Lo de menos es el informe, plagado por cierto de errores e inexactitudes jurídicas e históricas que producen sonrojo a cualquiera que mínimamente conozca la historia y la legislación sobre el Valle de los Caídos. Lo más grave es que ante la pretensión miserable de profanar el cadáver de un español –pues no olvidemos que la única pretensión de Zapatero es la de humillar a Franco después de muerto- muchos aplaudan como imbéciles espectadores de un circo romano, otros miren para otro lado y algunos otros –para mí los de peor ralea- compren el argumento so pretexto de "salvaguardar" el lugar de culto de la furia inconoclasta del infame gobernante.
Fuese o no su voluntad reposar para siempre allí, el Valle de los Caídos fue concebido y erigido por voluntad de Francisco Franco, como lugar de reconciliación de los caídos en la Guerra. Fue él -y no el viento- quien quiso que reposasen juntos los que mataron y los que murieron y quien puso todo su empeño en que la mayor Cruz de la Cristiandad amparase a todos en su última morada. Además, como fundador de la Abadía Benedictina tenía derecho a ser inhumado en la misma y lo fue según el rito tradicional como cualquier otro laico fundador de un lugar de culto, de cara al altar. Quiso que José Antonio, quien pocas horas antes de su muerte ejemplar escribió “Ojalá fuera la mía la última sangre que se vertiese en discordias civiles. Ojalá que el pueblo español, tan rico en cualquidades entrañables encuentre un día la Patria, el Pan y la Justicia” fuera enterrado allí pues su muerte fue semilla de reconciliación y no de odio. De amor y perdón y no de venganza. Por eso no es un caído más entre muchos –como sugiere el nefando informe-, sino un símbolo de reconciliación que España tiene pendiente de rescatar como uno de los mejores hijos que ha contemplado su Historia.
El Valle de los Caídos debe quedarse como está, igual que el Coliseo romano o la ruinas de Pompeya. Es Historia de España y no es tolerable a estas alturas que la historia se tunee, se adultere o se moldee de forma extemporánea a gusto del que en cada momento ostente el poder. El Valle de los Caídos no se explica sin la figura de Francisco Franco, pues fue su empeño personal honrar para siempre a quienes en una y otra trinchera se inmolaron por España y sin duda el Rey lo tuvo en cuenta cuando ordenó que reposasen allí sus restos para siempre.
Zapatero ha querido borrar el recuerdo de la gesta heroica del Alcázar de Toledo, convertir las Brigadas Internacionales en legiones de arcángeles de la democracia y eliminar cualquier rastro de una época que tanto bien hizo a España. Incapaz de ofrecer un futuro a los españoles ha luchado denodadamente por regresar al pasado para ganar, setenta y cinco años después, una guerra que todos queremos olvidar. Su último y más mezquino deseo era el de humillar póstumamente a Franco exponiendo sus restos a ser objeto de injurias y ataques por parte de mal nacidos como él.
Confío en que nunca logrará su miserable propósito. Pero quedará para siempre, para la historia, el rastro de su iniquidad y también la vergüenza eterna de los estúpidos meapilas que, bajo el pretexto de “salvar” un lugar de culto estaban dispuestos a despojarlo de su esencia y arrodillarse ante el siervo del odio y la venganza a costa de su propia dignidad.
LFU