
"Tenía una cara ancha, exangüe, con tres verrugas en el carrillo, y unos lentes redondos, bajo las cejas alzadas. Vestía de oscuro. Hablaba frío, despectivo, extenso. Construía la frase literariamente salpicándola de cinismo, de ironía, de orgullo, porque quería "epatar", desconcertar, herir. Era árido y de metáforas apagadas. Se veía la carga enorme de rencor y desilusión, que era su motor y su fuerza. Era un lírico del odio, un polemista de la venganza.
Allí estaban de pie, detrás de él, sus largos años de humillación y de silencio. Hería su brazo porque había sido amansado demasiado tiempo por el manguito burocrático, y quemaba su lengua sometida a los humildes "un servidor" o "a las órdenes de su señoría" del registro de últimas voluntades.
Era el símbolo de los mediocres en la hora gloriosa de la revancha. Un mundo gris y rencoroso de pedagogos y funcionarios de Correos, de abogadetes y tertulianos mal vestidos, triunfaban con su exaltación. Era el vengador de los cocidos modestos y los pisos de cuarenta duros de los Gutiérrez y González anónimos, cargados de hijos y de envidia, paseando con sus mujeres gordas por el Parque del Oeste, de los boticarios que hablan de la Humanidad, con h mayúscula, de los cafés lóbregos, de los archivos sin luz, de los opositores sin novia, de los fracasados, de los jefes de negociado veraneantes en Cercedilla, de todo un mundo sin paisaje ni sport, que olía a brasero, a Heraldo de Madrid y a contrato de inquilinato."
LFU