"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

25 de marzo de 2015

Sabía que lo iban a matar

Reproduzco a continuación el artículo publicado ayer en El Correo y en ABC, firmado por Carlos Aresti Llorente. 

«Treinta y cinco años después del asesinato de mi padre me decido a contar la verdad para desnudar la mentira de terroristas, cómplices y políticos oportunistas»

El 25 de marzo de 1980 ETA asesinó a Enrique Aresti Urien, conde de Aresti, con un tiro en la nuca. Dos fueron las razones para su «ajusticiamiento» según un comunicado de la banda asesina: tratarse de un «representante cualificado del gran capital» y «haberse negado a contribuir económicamente a modo de impuesto revolucionario».

Treinta y cinco años después me decido a contar la verdad para desnudar la mentira de terroristas, cómplices y políticos oportunistas. Tenemos la obligación moral de desenmascararlos a todos. Mi padre (Q.E.P.D.) trabajaba como agente de seguros. El entorno de ETA había descubierto que si creaba una agencia de seguros podía conseguir grandes comisiones, en base, como siempre, a amenazas y coacciones. Y él tuvo la valentía de denunciar públicamente la argucia en el Colegio de Agentes de Seguros de Vizcaya. Al terminar su intervención, un compañero y amigo que estaba sentado a su lado le dijo: «Enrique, acabas de firmar tu sentencia de muerte».

Meses más tarde, recibió una carta exigiéndole el pago del mal llamado impuesto revolucionario. Después de leerla me dijo: «No van a conseguir echarme de mi tierra porque si me matan me enterrarán en Gordejuela». Para quienes no están familiarizados con la zona, Gordejuela es un entrañable pueblo de Vizcaya. Sabía que lo iban a matar y no quería protección para evitar más muertes inocentes. Redactó un acta ante un notario de Bilbao que transcribo:

«En Bilbao a 7 de febrero de 1979, yo, notario del Ilustre Colegio de Burgos con residencia en esta Villa, por la presente, hago constar:
Que comparece ante mí, don Enrique Aresti Urien, conde de Aresti, mayor de edad, viudo, abogado, vecino de Bilbao, con domicilio en Gran Vía, número 26, tercero y con DNI número X.

El señor (…) conde de Aresti manifiesta: Que nació en Gordejuela (Vizcaya) el 7 de octubre de 1917 y declara su condición de católico, vasco y español. Como católico, apostólico y romano, pide a Dios perdón por el mal que haya podido hacer y sobre todo por el bien que haya dejado de hacer. No admite discusión en su condición de vasco y de español con cualquier advenedizo que pudiera discutir estas realidades.

Manifiesta que, habiendo sido requerido para satisfacer un impuesto revolucionario y amenazado de muerte en caso de no satisfacerlo, no está dispuesto a entregar un solo céntimo en tal concepto porque el hacerlo supondría una traición a su condición antes declarada de católico, vasco y español.

Lógicamente de dicha oposición pueden derivarse dos consecuencias: a) La muerte. b) La retención para obtener, bajo amenazas, lo que voluntariamente no está dispuesto a dar. En el supuesto a) que, antes o después a todos llega, no se necesitan instrucciones especiales. En el supuesto b) ordena a todos sus familiares que se atengan a su deseo expreso y terminante de no entregar cantidad ninguna por su liberación a pesar del mucho cariño que le puedan tener y precisamente en aras de ese cariño. Esta orden la hace extensiva a todos los que a través de cualquier relación económica pudieran sentirse obligados a hacerlo y manifiesta que no reconocerá como válida ninguna deuda que en su nombre ni en el de sus familiares se pudiera contraer con ninguna entidad bancaria en orden a su liberación.

Al agradecer a Dios el regalo de la Fe, le pide que le ayude, en cualquier circunstancia que surja, a cumplir con su deber. Se despide de sus hijos agradeciéndoles el cariño que siempre le han tenido y lo mucho que le han acompañado y les anima a que, con alegría, sigan el camino que haga posible que un día se vuelvan a encontrar con su madre bajo el amor de Dios (…)».

El 25 de marzo de 1980 lo mataron, obviamente por la espalda. Con el alma desgarrada lo velamos en casa junto con los innumerables amigos de verdad, que afortunadamente eran muchos, y a quienes desde aquí repito nuestro más profundo agradecimiento.

En aquella fecha el Consejo General Vasco tenía su sede en la Gran Vía de Bilbao, justo enfrente de nuestra casa. Su presidente era Carlos Garaicoechea (uno de los políticos oportunistas) que no consideró oportuno ni siquiera cruzar de acera para manifestar su pesar. Él sabrá los motivos. Al día siguiente, después del funeral, lo enterramos rotos de dolor en su querida tierra de Gordejuela.

Tres años más tarde, el Ayuntamiento de Bilbao presidido por el alcalde José Luis Robles (otro político oportunista) decidió cambiar el nombre de la plaza del Conde de Aresti (abuelo de mi padre y diputado general de Vizcaya entre 1898 y 1902), aumentando gratuitamente nuestro dolor e intentando borrar parte de la historia de Vizcaya.

Mi padre nos enseñó, entre otras muchas cosas, a no odiar a nadie. Siempre nos decía: «Breve o larga, la vida sólo vale algo si en el momento de entregarla no tenemos que sonrojarnos de ella». Nosotros estamos orgullosos de tu ejemplo y eso no nos lo puede quitar nadie.

Los asesinos no encontrarán nunca la paz interior y vivirán atormentados. Muchas veces esa vida es peor que morir.


CARLOS ARESTI LLORENTE, 

24 de marzo de 2015

De otras corrupciones. Por Fernando Suárez González

Reproduzco a continuación, por su extraordinaria calidad, la tercera de ABC del sábado 21 de marzo de 2015, firmada por el ex-ministro de trabajo D. Fernándo Suárez González, que incide en que la transformación de la representación popular en séquito y comparsa de los líderes de los partidos está en la raíz de otras corrupciones.


La siempre ilustrativa consulta al Diccionario de la lengua española que su Real Academia nos ofrece periódicamente actualizado permite sostener que reducir la corrupción a su vertiente económica equivale a ignorar la amplitud del concepto. Corromper es sobornar con dádivas o utilizar funciones públicas en provecho económico privado, pero lo es también alterar y trastocar la forma de algo, echar a perder, depravar, dañar, pudrir, estragar, viciar y resulta inquietante que se dedique tanto espacio y tanto tiempo a la dimensión económica de la corrupción y se dé tan poca importancia a otros vicios y daños que pueden incluso estar en la raíz de la que tanta y tan generalizada preocupación suscita.

Se dice con frecuencia que la corrupción económica, denunciada casi a diario por los periódicos y los jueces, puede llegar a poner en riesgo la democracia. Pienso, por el contrario, que nada más eficaz que la democracia para la acusación, el enjuiciamiento y la sanción de los corruptos debidamente comprobados, y me preocupa mucho más la naturalidad con que la opinión pública española acepta que se distorsionen, se ignoren y se manipulen los preceptos de la Constitución que configuran la estructura de la democracia misma. Eso sí que, en mi opinión, la corrompe y la pone seriamente en peligro, en la medida en que puede provocar el desdén, la decepción o la desconfianza de los ciudadanos, aunque cause gran satisfacción a los políticos que se benefician de prácticas bien poco democráticas.

Por poner un ejemplo de la máxima actualidad, el artículo 140 de la Constitución Española dispone que “los concejales serán elegidos por los vecinos del municipio mediante sufragio universal, igual, libre, directo y secreto, en la forma establecida por la ley”, añadiendo inmediatamente que los “alcaldes serán elegidos por los concejales”. Mas he aquí que la aplicación de estos preceptos por los partidos políticos -por todos los partidos políticos- ha llevado a la situación precisamente inversa: todos sabemos ya quienes están propuestos como candidatos a alcaldes, pero ignoramos absolutamente los nombres de los candidatos a concejales que, una vez elegidos, deben a su vez elegir al alcalde.

Como es de suponer, los candidatos a alcalde -elegidos en primarias del todo peculiares o designados por uno de esos dedos todopoderosos que han fabricado nuestras organizaciones políticas- no consentirán impasibles que sus partidos respectivos les elaboren la completa lista electoral y concentrarán todos sus esfuerzos en incluir en ella el mayor número posible de gente de confianza. De donde es lícito deducir que, concluido el proceso, no habrán sido los concejales los que han elegido al alcalde, sino precisamente el alcalde el que ha elegido a la mayoría de los concejales que le ha permitido el acceso a la vara. El mecanismo refuerza el poderío de la primera autoridad municipal y priva de cualquier posibilidad de control a los concejales de su mayoría, mientras los de la minoría protestan, gritan y denuncian, pero no controlan. En cualquier Ayuntamiento que se quiera examinar, se puede comprobar que si el alcalde ha cometido algún exceso endeudando al municipio, bautizando calles con nombres polémicos o contratando personal laboral para regatear información a los funcionarios o para colocar amigos y parientes, la protesta surge de los opositores, pero nunca de los partidarios, únicos que podrían evitar abusos y desmesuras.

Como de las candidaturas a las Comunidades Autónomas se puede predicar exactamente lo mismo, la calidad democrática de las próximas elecciones municipales y autonómicas resulta manifiestamente mejorable, pero no se aprecia en los partidos dominantes la menor voluntad de atribuir a los ciudadanos las competencias que les han venido sustrayendo durante ya demasiado tiempo.

Esa es la situación que tenemos delante aquí y ahora, a pesar de que las primeras figuras designadas para los puestos de principal relieve -y, muy en concreto, para los de Madrid- se desgañitan proclamando su espíritu democrático y, en algún caso concreto, su prosapia liberal. Si los demócratas y liberales proceden de tal guisa, no debieran escandalizarse tanto de que haya quienes pretendan cuestionar el entero sistema y a quienes se viene atribuyendo el equívoco nombre de “populistas”. Su amenaza puede prorrogar durante algún tiempo la insatisfactoria situación actual, pero los partidos hasta ahora mayoritarios deben aceptar que, o se ponen de acuerdo para hacer más auténtica la democracia española, o crecerá exponencialmente el número de los que no tienen el menor interés en defenderla.

Porque, además, lo dicho sobre las próximas elecciones municipales vale desgraciadamente también para las elecciones generales. El número uno de la lista de Madrid invita a participar a quienes tenga a bien y estos ya saben que por el mero hecho de haber sido incluidos en la lista del partido en cualquier provincia española renuncian al fundamental derecho que les otorga el artículo 99.3 de la Constitución, porque no serán ellos quienes otorguen su confianza al presidente, sino que han debido obtener la confianza previa del presidente para ocupar su escaño. No conozco a nadie que sostenga que eso es precisamente lo que se consagró en la Constitución.

De ahí resulta la corrupción -quiero decir el trastueque, la desfiguración- del Parlamento, convertido en cámara de resonancia de los debates partidistas, con lectura de discursos redactados en otros ámbitos, imposibilidad de convencer a nadie que no esté previamente convencido y resultados de las votaciones previsibles desde el día primero de la legislatura. Quienes debieran controlar al gobierno deben el cargo a su presidente y tienen que comportarse con mansedumbre, votando incluso contra lo que piensan o contra lo que anunciaron en sus campañas. Las minorías, como en el ayuntamiento, protestan, gritan y denuncian, pero no controlan.

Esta conversión de la representación popular en séquito, comparsa y acompañamiento de los reforzadísimos poderes de los líderes de los partidos que parecen incapaces de presidir a hombres y mujeres libres y prefieren tenerlos bajo control, porque eso les facilita mucho las cosas, está en la raíz de otras corrupciones. Nadie se puede creer que ni un solo concejal, diputado autonómico, diputado nacional o senador tuviera conocimiento de los desmanes de los colegas que están en la cárcel y si la disciplina de partido les mantuvo en silencio es forzoso concluir que han preferido conservar su situación que representar a ciudadanos decentes.

Hablando de los que están en la cárcel, es obligado recordar que no fueron los electores, sino los seleccionadores, quienes se equivocaron radicalmente al incluirlos en las listas, sin que uno solo de tales seleccionadores haya aceptado la menor responsabilidad, políticamente tan exigible. El velo de los aparentes “comités electorales” permite cubrir las arbitrariedades del dedo.

Si no se afrontan estos graves defectos de nuestra democracia por quienes todavía pueden hacerlo, que no se sorprenda nadie de su degeneración y de la creciente incomparecencia de quienes tienen su vida resuelta al margen de los escaños.

Fernando Suárez González

19 de marzo de 2015

Cuando era niño

Cuando era niño ponía todo mi afán en seguir tus pasos, largos, rápidos y marciales. Hoy lo pongo en acompasar los míos a tu lento caminar.

Cuando era niño me ayudabas a caminar. Hoy tengo la suerte de poder ayudarte yo a ti.

Cuando era niño me decías que fuera siempre erguido, alta la mirada. Y a pesar de los años que has vivido, a pesar de tus limitaciones, sigues altivo y en pie.

Cuando era niño me enseñaste el valor de la esperanza. Y sigues sin miedo a la oscuridad, porque sabes que no hay noche sin aurora.

Cuando era niño soñaba que algún día sería un hombre como tú. Hoy sigo soñando lo mismo.

Cuando era niño y no sabía lo que era ser un hombre, te admiraba. Hoy, que sé lo mucho que cuesta serlo, te admiro mucho más.

Y le doy gracias a Dios por haber tenido un padre como tú.


LFU

17 de marzo de 2015

Tam Pater nemo. Una hermosa lección de fe

Hace unos días, nos enterábamos de la repentina muerte de un joven a los pocos días de entrar en el seminario. Se llamaba Marcos Pou Gallo. A través de amigos comunes, me llega la carta que su hermano leyó al término del funeral por su alma y no puedo dejar de divulgarla. No tiene desperdicio.

TAM PATER NEMO

(Nadie hubo, ni puede haber tan Buen Padre)

Queridos amigos, familiares y conocidos;

Entre las 23.30 del sábado 21 de febrero y las 00.00 del día siguiente, domingo 22, mi hermano Marcos falleció en un accidente de moto, a la edad de 23 años, una semana y media después de entrar en el seminario.

No está siendo, como es lógico, nada fácil. Es mi hermano, con quien he crecido desde que nací, con quien he descubierto desde pequeño la vida, con su bien y su mal, su sufrimiento y su consolación, su belleza y su fealdad, lo divertido y lo aburrido, lo grande y lo pequeño. Con quien me he peleado, reído hasta llorar, con quien he llorado, y con quien he descubierto lo más grande que se pueda descubrir nunca ante los ojos de un pobre hombre como él y como yo.

Estos tres días están siendo los más duros de mi vida. Constante es el recuerdo de Marcos, de todo lo que hemos vivido juntos, lo bueno y lo no tan bueno. Es duro estar en casa porque es difícil caer en la cuenta de que ya no va a entrar por la puerta gritando ‘¡Minions!’ (Refiriéndose a Juan y Mateo, mis hermanos pequeños), o en mi habitación, donde él dormía. Es duro vivir, es doloroso. Lo más duro es despertarse por la mañana, porque es como si te dieran la noticia de nuevo. Es dolorosa esta nueva vida sin Marcos en la forma que ha estado siempre, tal y como la conocíamos. Lo sabéis bien aquellos que le conocisteis, aunque fuera por poco tiempo, aunque sólo cruzarais un par de frases con él.  A muchos os habrán hablado de él. Y para otros quizá era ‘hermano de’, o ‘hijo de Itziar y Paco’.

A todos vosotros os quiero contar lo que he visto estos dos días. Antes de la misa del domingo por mi hermano, tuvimos la oportunidad de besar por última vez a mi hermano. Estaba precioso, en un ataúd sencillo, como el de Juan Pablo II. Vestido de blanco, puro. Mi familia y yo pudimos estar rezando junto a él. Pidiendo por su intercesión por nosotros, para que comprendamos y nos fiemos del Señor. La misa fue el primer regalo de todos. Fue un verdadero espectáculo. La Iglesia estaba llena, hasta los topes, los dos días. Por delante de mí pasaban todos los rostros que el Señor acarició a través de Marcos. Todo lo que Dios ha generado a través de él, de toda su persona. Estaban las monjas del comedor social donde ayudaba (caritativa) desde hacía 3 años, sus compañeros y los míos del primer colegio en el que estuvimos, profesores de ese colegio, un gran número de profesores del Abat Oliba, alumnos de allí, los amigos con los que jugó al fútbol en La Salle cuando era pequeño, con los que jugó no hace tanto y con los que jugaba este año, incontables amigos suyos y míos de Madrid, matrimonios de allí que le conocieron y vinieron a acompañarnos y a despedirse, toda la comunidad de CL de Barcelona, toda mi familia… Me dejo a mucha gente, perdonadme. Celebraron misa por él en Siberia, Nueva York, Milán, Roma, Madrid, Las Azores, Méjico, Santander… y muchos sitios más donde rezaron por él.  A todos gracias por vuestras oraciones y vuestra compañía. Son un verdadero testimonio de todo lo que genera el Padre a través de la débil carne de mi hermano.

Amigos míos y de Marcos. Dios y mi hermano me regalan a cada segundo el amor que os tiene desde el cielo, y que siempre os ha tenido. Tengo la certeza, nítida, que Marcos siempre ha tenido. Tengo esa paz, esos ojos conquistados por el Señor, que Marcos tiene. Me da la sensación de que los abrazos que os doy, los besos y  las caricias, son de parte de Marcos. Me sorprendo amándoos un pequeño porcentaje de cómo él os quería, y eso es enorme. Lloro y sufro, le echo de menos, me gustaría abrazarle una última vez. Pero está conmigo. La relación con Marcos es única. Continuamente le oigo decirme que me fíe. Le veo sonreír, le veo feliz, donde toda su vida ansiaba estar. Marcos nos ha hecho el mejor regalo que nadie puede hacer. Nos ha puesto ante la vida, y ante Cristo. Siempre ha sido esa su intención, presentarnos a Cristo, mirad: ‘He visto el mismísimo rostro de Cristo, la ternura con la que Dios ama, he visto cómo me quiere y me da vértigo. ¿¡Por qué tanto!? Dios me prefiere, y en las palabras de Giussani, me prefiere “porque soy nada, porque soy como esa chica de Nazaret de 15 años, nada. O como su marido, un hombre lleno de dudas, confundido, humilde, carpintero, nada”’. Y estos días lo hace de una forma radical y espectacular, con la misa, el funeral y lo que vendrá. Nos presenta el infinito. Cada canto, cada lectura y cada salmo, cada abrazo que me habéis dado, cada rostro que he besado, son signo del Dios bueno que habita en Marcos. Es una sobreabundancia que jamás había experimentado, ni podía imaginar. Sufro con gran dolor, pero soy profundamente feliz. Porque ¿quién soy yo para recibir semejante regalo del cielo, como es la certeza de Marcos? ¿Quién soy yo para ser llamado a una relación con el Misterio como la que él tenía? La Misericordia que Dios tiene conmigo dándome esto se sale de toda medida. Nos da este regalo: ahora sólo lo infinito nos bastará. Ahora solo Dios bastará a nuestros desgarrados corazones de hombres.

La política, la economía, lo que estudiamos o donde trabajamos, lo que vivimos ahora, las relaciones con nuestros seres queridos y amigos, todo vuelve a ser verdadero. Porque todo está revestido de esta espera y esta pregunta: ¿Hay algo que sea para siempre? Si. Existe. Porque lo hemos visto y lo vemos. Siempre quiso presentar a Dios al mundo. Y estos días lo hace de una forma radical. O todo o nada, como ha sido él. Y Cristo está. Amigos, no es incompatible el sufrimiento de perder una ‘forma’ de relación, con la paz y la seguridad de que Dios está. No es incompatible el desgarro con la alegría que Dios presente nos da. Todo lo que nuestros corazones desean, y hoy más que nunca, existe. Lo vimos en Marcos y lo vemos entre nosotros hoy. Lo vemos en la unidad de un pueblo donde el Señor quiso crear a Marcos. Lo tenía todo pensado. Para llevarse a Marcos tenía que estar seguro de que él daba su ‘sí’ libremente y feliz. Y os lo demuestro: Marcos escribía el 11 de febrero esto. ‘ENTRADA EN EL SEMINARIO: Vértigo y confianza plena, soy Tuyo Cristo. Que este sea un camino de santidad. ¡Feliz de darte la vida! Domina más esto que lo que no apetece, da pereza o parece ser una futura fatiga. A ti me encomiendo María. Virgen de Lourdes, ¡hazme fiel! ¡Hazme santo!’

¿Lo veis? Marcos se fue plenamente feliz, como nunca lo había sido. Y nos quiere regalar esta paz. Dejad que entre en vuestros corazones el dolor, bucead en el sufrimiento para descubrir el deseo de infinito que a Marcos caracterizaba. Pero sumergíos también en la vida. Estad atentos a lo que Dios nos regala, estad atentos a la realidad que fascinaba a Marcos. Porque es allí donde encontraremos la paz que Dios nos da. No tapéis vuestro dolor, vuestras preguntas, vuestro sufrimiento, el echar de menos, o las ganas de estar con él. Vividlas hasta que esas preguntas os definan. De lo contrario, despreciaremos el regalo que Marcos nos hace. Contaos lo que os fascinaba de Marcos, recordad lo que os decía, contaos y recordad a Cristo, que se hacía más carne a través de mi hermano. Que el sí que él dio sea también nuestro sí a vivir este sufrimiento y esta gracia. Pidamos su cercanía con el Señor, su relación privilegiada con el Padre y celebremos que él es ahora feliz para siempre. Descansad en esta certeza, en la imagen de su sonrisa desde el cielo.

Mi relación con Marcos es mejor ahora que nunca. Ahora que no puedo tocarlo ni abrazarlo, es más mío, está más en mí, que nunca. Marcos hoy se me regala más que hace tres días. Lo mejor de Marcos, Cristo, está infinitamente más presente hoy que nunca. Es más nuestro amigo hoy que nunca. Me llegan ya las cosas que están sucediendo. Me envían muchas personas los testimonios de lo que Dios y Marcos hacen desde el cielo. A Dios tengo que agradecer ser testigo de semejante espectáculo. No dejéis de contármelo, por favor. Ya está sucediendo.

Os pido que os acompañéis entre vosotros, que os recordéis esto. Os pido que no cerréis vuestro corazón, que lo abráis al dolor y al presente. También pedid por mi familia: Francisco, Itziar, Natalia





9 de marzo de 2015

Cada vida importa

Ayer, un chico con síndrome de Down me dio un folleto de la manifestación contra el aborto del próximo sábado. Me lo dio con una sonrisa confiada, sonrisa que yo le devolví no sin cierto sentimiento de culpa.

Luego, durante la misa, tuve delante a otro chico Down de unos 12 o 13 años, que cubrió de besos a su madre y a su hermana mayor a las que no paró de lanzar lisonjas y piropos de una dulzura infinita. Piropos –pensaba yo- por los que alguna descerebrada le acusaría de machista….Al salir, mi hija mayor, que había estado atenta al comportamiento de este chico,  me decía “Papi, ¡¡yo quiero un hermano así!!” y a mí me dieron unas ganas enormes de felicitar a esa madre por la fortuna de disfrutar de tanto cariño incondicional.

Hablo de sentimiento de culpa, porque hemos convivido y seguimos haciéndolo con la monstruosidad del aborto eugenésico con total normalidad; porque hemos confiado en que los políticos nos solucionarían la papeleta, sin tener en cuenta que a éstos, salvo excepciones, no les mueven intereses ilustres sino el deseo de conseguir o mantener el poder; porque nos hemos quedado cómodamente en casa o nos hemos ido al campo en lugar de unirnos a los que ponían su voz para denunciar el holocausto, para luego decir que, total, son muy pocos los que se manifiestan y nada se consigue.

Somos cada uno de nosotros quienes tenemos la obligación de cambiar las conciencias de la gente; nosotros quienes estamos obligados a lograr que los políticos dejen de mirar para otro lado. Somos legión los que, católicos o no, de izquierdas o de derechas, ricos o pobres, aborrecemos el crimen sin sentido de los más indefensos y si saliéramos todos a hacer oir nuestra voz, no tendrían más remedio que escucharnos, porque son muchos los votos que están en juego. No es una bandera ideológica la que levantamos, es una sacudida de conciencias la que preconizamos. La de los que niegan la condición humana del concebido y la de los sepulcros blanqueados que conociéndola, miran para otro lado porque es una forma rápida de quitarse un problema de encima.  

Eran millones los alemanes que callaban o aplaudían mientras veían cómo los judíos eran vejados, humillados y masacrados por sus compatriotas. Hoy son millones en todo el mundo los que defienden o asumen el derecho a privar de la vida a un ser humano por el mero hecho de tener una tara, o más aún, por el mero capricho o conveniencia de la persona que lo lleva en su seno.

Si nosotros miramos para otro lado, si convivimos cómodamente con el crimen y con todo ese sórdido mundo de esclavitud que rodea al aborto, nuestros hijos también lo harán. Muchos de los que me rodean piensan que las manifestaciones son para los frikis, y después se asustan cuando las huestes de Podemos llenan las calles. Ellos saben bien el poder de la acción, de la agitación y de la propaganda y cuentan con nuestra molicie para su victoria.

Tenemos una deuda con los niños no nacidos y con la posteridad. Cada uno de nosotros. No ganaremos ni hoy ni mañana, pero algún día la humanidad se quitará la careta y contemplará con horror este holocausto silencioso. Vale la pena luchar desde hoy porque ese mañana llegue cuanto antes.


Luis Felipe Utrera-Molina

26 de febrero de 2015

Licinio de la Fuente. Un poeta de la acción. Por José Utrera Molina



Conocí a Licinio de la Fuente en un tiempo en el que el servicio a España era un deseo común a la mayoría de los que creían en su Patria. Hijo de un modesto campesino, su extraordinario tesón le llevó a alcanzar el máximo grado universitario y ganó después las oposiciones al Cuerpo de Abogados del Estado. Fui Subsecretario suyo durante cuatro años. De él aprendí múltiples lecciones. La primera, la inconmensurable dimensión de generosidad que ofrecía su alma.

El Ministerio de Trabajo tuvo en él su más alto representante y el más vigoroso impulsor. La política sanitaria y la extensión a términos increíbles de la Seguridad Social tuvieron en él a su artífice. Yo conocí la época en que las mujeres podían un pañolón negro en la puerta de sus humildes casas para que alguien pudiera dar dinero para los restos de sus deudos. De ahí pasamos a una transformación inconmensurable de las estructuras carcomidas de España. Los mejores hospitales, los medios y aportaciones técnicas sanitarias de todo orden, tuvieron su origen en la voluntad indomable de Licinio de la Fuente.

Debo decir que esta función política la inauguró José Antonio Girón de Velasco, adalid de un nuevo concepto del trabajo y de la dignidad de los trabajadores. Licinio superó con creces aquellas primeras etapas y yo le he visto sudoroso, entregado y contento al mismo tiempo de aportar al mundo de los trabajadores españoles todo su tesón, su ambición y su envidiable ímpetu constructivo. Ahora, cuando tanto se habla de justicia social, nadie que tenga un poco de dignidad podrá negar la fabulosa obra de transformación que en favor de los trabajadores se hizo en los ministerios de trabajo.  

Licinio era incansable. No había para él ni vacaciones ni espacios de recreo. Toda su vida estuvo consagrada a su misión y la cumplió de forma admirable. Falangista de raíz, incorporó las nuevas ideas a su quehacer político, a su forma de ser sobria, lacónica pero llena de un fervor verdaderamente impresionante. Jamás le vi dudar y  apuntó siempre a metas muy lejanas para que los trabajadores de España tuvieran su asidero en las múltiples realizaciones materiales que en el ámbito social cubrieron el suelo de España. No hubo problema laboral que él no abordara con la plenitud de sus conocimientos y la voluntad férrea de su ánimo imbatible. Yo, que le seguí muy de cerca en la encomienda de la subsecretaria del trabajo que él me confió, puedo hablar antes que nadie del portentoso ánimo que caracterizó siempre la existencia de Licinio de la Fuente. Ni una desviación, ningún descanso, ninguna complacencia con los poderosos, signaron la tarea del ministro. Todos le seguíamos apasionadamente y los nuevos hogares de ancianos, los ambulatorios, las múltiples residencias sanitarias, hablan de aquella fuerza arrolladora que frente a poderes fácticos no siempre contentos con nuestro proceder, lograban uno a uno los milagros de la reconstrucción española. José Antonio nos hablaba del sentido de nuestro deber y de que España era una dimensión mejorable a través de la voluntad y del desafío a lo poco ilustre.

Licinio de la Fuente fue el prototipo de un ministro capaz de enfrentarse con las dificultades. Yo fui testigo de la sorna con que algunos compañeros suyos acogían la intrépida decisión que caracterizaba sus empeños. No cesó, sino que se marchó por propia voluntad porque había una serie de sectores que impedían el progreso revolucionario que Licinio representaba.

Le he estado hablando durante todos estos días, no para recordar, sino para afianzarnos en lo que fue una obra bien hecha. Caballero, soldado de buena estirpe, enamorado de la España eterna, jamás le escuché una frase despectiva en relación con sus enemigos, que no creo que los tuviera. Acogió con amoroso afán a todos aquellos que representaban un aporte a la obra que su patria representaba. Yo no puedo decirle adiós porque en mi pensamiento no podrá morir nunca ni su bondad, ni su ejemplaridad ni su nobleza.

Soy testigo de que Licinio de la Fuente no conoció jamás una brizna de cobardía y Dios premió su voluntad otorgándole un espacio de reflexión y de trabajo que únicamente él pudo ocupar. Decía José Antonio que a los pueblos no los movían más que los poetas. Licinio de la Fuente fue un poeta de la acción. Amó a España con toda su alma, sin recovecos, sin interpretaciones de ningún tipo, fiel a la íntegra esencialidad española. Tengo la seguridad de que allá donde nos encontraremos algún día, Licinio se hallará junto al rumor de la canción que hablaba de luceros y de otra vida.  Fiel y creyente, pongo en sus manos las rosas de mi adiós y le pido que me reconforte con su ejemplo hasta el fin de mis días.


JOSÉ UTRERA MOLINA

17 de febrero de 2015

Yo soy copto


La estremecedora imagen de los 21 cristianos coptos a punto de alcanzar la palma del martirio a manos de unos salvajes desalmados, nos debe hacer reflexionar sobre la distinta reacción que ha provocado en occidente este acto de barbarie comparado con lo sucedido recientemente en París.

Yo no soy Charlie, ni lo seré jamás, pues como cristiano no me es dado ofender ni escarnecer a nadie por su credo o religión. Pero yo sí soy copto. Tan bautizado e hijo de Dios como todos los mártires de Libia, de Irak, de Siria o de Nigeria, que han sido asesinados por su condición de tal, sin que mediara insulto o provocación alguna.

Sin embargo siendo infinitamente más numerosos los cristianos que los charlies, no he visto en los medios de comunicación un relieve informativo equiparable al de los sucesos de París. No he visto a los líderes mundiales condenando en alta voz esta barbarie. Ni siquiera a mi presidente del Gobierno, que se dice cristiano, haciendo una declaración institucional. Nadie ha viajado a El Cairo para apoyar a los cristianos coptos o solidarizarse con el pueblo egipcio. 

Y sin embargo el repugnante y sangriento vídeo iba dirigido a todos los cristianos quienes estamos en el punto de mira por el hecho de nuestra fe.

No imagino reacción semejante entre el pueblo judío, ni tampoco del pueblo musulmán. Y es que, por desgracia, son legión los cristianos que se avergüenzan de serlo, los mismos que trataron de expulsar a Dios de la Constitución europea.

Afortunadamente, la sangre de los mártires es semilla de cristianos. Que los 21 mártires que se unen en el cielo a los miles que les precedieron en el martirio intercedan para que su bienaventurado ejemplo sea semilla de esperanza en una sociedad anestesiada por el relativismo, el materialismo y la ausencia de Dios.


LFU

6 de febrero de 2015

Un inquietante porvenir. Por José Utrera Molina


La portada de ABC de ayer sobre la estimación de voto de los españoles invita a una seria y profunda reflexión. No se trata de establecer equivalencias ni de juzgar proporcionalidades. Ante nuestros ojos aparece dibujado en trazos gruesos el próximo porvenir de España. Hay una fuerza emergente que sin duda alguna ha de ser reconocida. La conveniente estabilidad y la determinación en la política no permiten mirar con indiferencia el empuje de una perturbación institucional efectiva.  No sólo está en juego el sistema partitocrático que salió de una transición pacífica, aunque cortoplacista. A mi modesto parecer, son los cimientos de la España vital los que  se están asentando sobre arenas movedizas.

Los pueblos soportan variaciones y cambios con asombrosa normalidad pero otear en el futuro lo que pudiera significar el triunfo de una izquierda radical borra todas las posibilidades de progreso y de concordia. Es necesaria más que nunca una completa renovación de unas instituciones vapuleadas por el descrédito de una prolongada y amplia epidemia de corrupción.  Pero para eso hay que poner sobre el tapete de la historia coraje y decisión.  Existe una crisis fundamental que afecta a la estructura de un sistema que arrebató al ciudadano su representatividad en beneficio de los aparatos de los partidos y que no ha resistido los embates de una crisis económica que ha tenido efectos devastadores en la esperanza de una juventud que cuestiona legítimamente la viabilidad de unos principios que entonces se consideraron ejemplares.  Si no corregimos a tiempo la estructura esencial de España, si no le damos la vuelta a un sistema indudablemente agotado, corremos el peligro de afrontar su dolorosa liquidación.

Los restos de una España apolillada tienen que ser barridos porque en el caso contrario, el acecho de fuerzas antinacionales será un hecho inescrutable. Buena parte de la culpa la tiene la debilidad ideológica de la llamada derecha española que ha renunciado a la defensa de sus principios tradicionales acomodándose acomplejada  ante la pretendida superioridad moral de la izquierda. Y es que, ante el intolerable espectáculo cotidiano de la corrupción de buena parte de la clase política, sindical y financiera, las cifras de la recuperación económica no se me antojan como remedio suficiente capaz de ilusionar a un electorado que se ha sentido claramente defraudado. 

Los impulsos revolucionarios estuvieron siempre en la raíz de la historia de España y es responsabilidad del hombre político encauzar esas corrientes, en ocasiones arrolladoras, para el bien común de todos los españoles. Los restos de una moral cainita están sobre el tapete de la historia y es preferible borrar esos vestigios porque no conducen a ningún espacio de tranquilidad sino a una zozobra peligrosa y destructiva.

La juventud necesita ríos de seguridad, espacios abiertos a su participación y rechaza el desprecio y el orgullo de los que creen saberlo todo y sin embargo no hacen nada.  Por eso me resisto a creer que esta generación que ha vivido en la esquina de una tragedia sobre la tierra de España, pueda incurrir en la defensa de situaciones políticas, de ideas y de principios que el tiempo había clausurado. A estas alturas, fortalecida ya la idea de una unidad europea, no podemos regresar al ámbito estrecho de un particularismo suicida.

Ojalá nuestros gobernantes se apresuren a encauzar con nobleza y generosidad el torrente de novedad que representa el empuje de un movimiento que acierta en el diagnóstico, pero amenaza y atemoriza con soluciones imposibles. España no puede perecer ante una banda organizada de iluminados que pretenden hacernos revivir épocas felizmente superadas.

Si el gobierno renuncia a liderar un ambicioso cambio en el sistema fiándolo todo a las cifras macroeconómicas, corre el riesgo de ser arrastrado por un torrente demoledor de realidades. Yo tengo ese temor, pero mi corazón alberga también la esperanza de que el cambio que se avecina pueda ser positivo. España tiene al alcance de su mano un futuro prometedor en dichosa convivencia, pero requiere en esta hora crítica gobernantes que sepan estar a la altura de las circunstancias.


JOSÉ UTRERA MOLINA

2 de febrero de 2015

"Podemos" como síntoma.

Como a todo cuerpo enfermo, al sistema partitocrático de la segunda restauración le ha salido una pústula que, por un lado, muestra su propia fragilidad y, por otro, amenaza con su destrucción.

El sistema no ha soportado la prueba de una crisis económica profunda y prolongada. En la Alemania de entreguerras la terrible crisis alumbró un monstruo como el nazismo que vino a dar falsas esperanzas y sueños de grandeza a un pueblo sometido que vivía en una atmósfera irrespirable rodeada de miseria.  En España, el populismo de corte marxista de «Podemos» emerge con fuerza entre millones de mileuristas y cieneuristas que han visto como la crisis les dejaba sin trabajo, sin capacidad de hacer frente a sus deudas, desahuciados del hoy y del mañana, mientras asistían atónitos al imperio de la mentira y la corrupción generalizada en los partidos, sindicatos, cajas de ahorro y en la mayor parte de las instituciones del Estado. 

Resulta ingenuo no darse cuenta que el diagnóstico que hace «Podemos» de la realidad de nuestra nación es esencialmente correcto. Su percepción de la oligarquía financiera y partitocrática de estos años es, por desgracia, absolutamente certera y justa pues ha sobrado codicia y ha faltado ejemplaridad. Otra cosa son las fórmulas que propone, que son tan rancias o más que el sistema mismo, ancladas en un frentepopulismo marxista trasnochado y anclado en los postulados de la nefasta II República.

Ante la aparición de este síntoma de evidente agotamiento, ya no valen las formulas caducas y mucho menos la demonización del adversario. La apelación al voto del miedo es cortoplacista y peligrosa y centrarlo todo en la economía es de una ingenuidad mayúscula.   Si el sistema del 78 no afronta un cambio profundo que establezca cauces reales de representación que sustituyan a los aparatos de los partidos, que hurtando la soberanía al pueblo quitan y ponen a capricho parlamentos, gobiernos, miembros del consejo del poder judicial y tribunal constitucional, es muy probable que acabe siendo destruido por las fuerzas antisistema.

La única solución posible es ir hacia un sistema de circunscripciones en las que se asegure que cada representante responde ante su electorado y no ante su partido, hoy por hoy el único electorado que tienen los representantes. O el sistema barre y airea la casa o será inevitablemente barrido desde fuera.

O el sistema se reinventa totalmente y termina de una vez con la partitocracia,  o la partitocracia acabará con el sistema sustituyéndolo por algo mucho peor.


LFU

27 de enero de 2015

Hay que creer en España

Traigo aquí un curioso editorial del Diario "Pueblo" del mes de julio de 1974, elaborado sobre la percha de una bonita fotografía en la que aparezco con mi padre, llevando el uniforme de la OJE, contraponiendo la tecnocracia y el utilitarismo, representados por Garrigues, a la lucha imposible de mi padre por evitar que el Movimiento languideciese como un cascarón vacío que, en pocos años, acabaría por disolverse por falta de sustancia.

Sin embargo, me ha llamado la atención la siguiente frase por su indudable actualidad, cuarenta años después:  «Malo sería que deseásemos volver a presuntos racionalismos en los que no fuese posible que la palabra política que se proyecte sobre el mañana se hiciese mano apoyada en el hombro de un niño. Y malo será que ese lenguaje no se entienda por quienes dicen que pretenden entender lo que es nuestro pueblo.» 

LFU

20 de enero de 2015

España, Patria y Ejército. Por José Utrera Molina



Para dar vida a la vida, Dios creó la palabra. La palabra lo es todo y no caben envolturas perniciosas que ataquen su propia esencia. Desde mi niñez, he respetado siempre no ya el uso de las palabras, sino su propia raíz para no crear confusiones ni desalientos. Hoy leo en las páginas del diario ABC un artículo de Gabriel Albiac que encuentro absolutamente improcedente. Se reitera en todos los medios de comunicación la exigencia de respeto a la libertad de prensa, pero todos sabemos que esa palabra hermosa, justiciera y universal a veces se quiebra en la vileza de las malas intenciones. El artículo al que me refiero ofende no solamente a colectivos muy concretos sino a muchísimos españoles, entre los que me cuento.

El Señor Albiac tiene derecho, que no discuto, a escribir lo que le parezca oportuno. Pero hay límites a esa oportunidad. Afirma que en España, la patria, el ejército y ella misma, fueron secuestradas por la dictadura quebrantando el uso normal de su sentido en la lengua, que el sentido de tales vocablos nos fue arrebatado por aquél régimen. Y yo le contesto que tal aseveración no solamente constituye un error de visión, sino un ataque injusto y miserable a los que hemos pronunciado el nombre de España con las entrañas de nuestro corazón.

Estoy obligado a decir que al menos yo y muchos que pertenecen a mi generación -y tengo ya 88 años-, hemos nombrado y comprendido a España como un valor permanente y absoluto y no como una expresión insulsa y zarzuelera. La hemos escuchado con emoción en labios de los que iban a morir, la hemos ensalzado en estudios y en trabajos que valoraban en alto grado lo que nuestra patria representaba. Es cierto, que el vocablo patria estuvo muy presente en la etapa de la dictadura que el señor Albiac condena. “Todo por la patria” era el emblema común que presidía nuestros acuartelamientos y centros militares. Quien lo ideó no creo que estuviera ofendiendo con ese rótulo, -cuya significación es de todos conocida- a un valor extraordinario y permanente.  En relación con el ejército, al que me siento ligado desde la etapa de la milicia universitaria, declaro que su contenido, sus formas y su disciplina no constituían jamás un abuso sino una declaración formal y efectiva de lo que como esencia permanente correspondía al nombre de España. Creíamos entonces y lo recoge también el artículo 8 de la Constitución que el ejército era la salvaguardia de lo permanente y no la referencia más o menos retórica de un valor circulante.

Afirmar que España, patria y ejército han sido exhibiciones permanentes de un régimen político determinado, no sólo no responde a la verdad sino que entra en la infame categoría de las vilezas. Afirmar que el valor de la patria, el sentido de España y la esencia del ejército se perdieron en 1939 es simplemente una mentira. Desde 1939 no secuestramos las palabras sino que las rescatamos y ensalzamos orgullosos frente a aquellos que, primero las condenaron al ostracismo, sustituyendo a España por la República y luego las insultaron con aquellos gritos de ¡Muera España! que muchos todavía recordamos y que por su edad el señor Albiac no ha podido conocer.

Ya va siendo hora de que estos vocablos enaltecedores de valores permanentes y absolutos mantengan su valor sin menoscabar su esencia. Que se pronuncien, como entonces, con orgullo y sin estúpidos complejos. Sostener que el régimen anterior arrebató a los españoles el uso normal de tales palabras no es un error, es una infamia y como tal espero que quien ha escrito esas palabras indeseables sepa rectificar cabalmente. Ya va siendo hora de que se diga la verdad y toda la verdad.


JOSÉ UTRERA MOLINA

16 de enero de 2015

Sobre Charlie y los peligros del multiculturalismo

Como acertadamente escribía hace días Enrique García Máiquez, todos los que creemos en los valores de la civilización cristiana somos víctimas potenciales del islamismo radical. Eso es lo único que me une con quienes hacen negocio de la blasfemia, de la procacidad y la provocación soez, a los que por lo visto no se puede reprochar su actitud so pena de ser acusados de justificar su asesinato. 

Me gustaría ver al “equidistante” Fernando Ónega decir lo mismo que ha dicho hoy del Papa Francisco, si estuviéramos hablando de una revista que reivindicase, por ejemplo, los valores del nazismo y la negación del holocausto y quienes les hubieran acribillado hubiera sido un comando de desvariados integristas judíos.

Las civilizaciones entran en decadencia cuando dejan de creer en sí mismas y la civilización occidental comenzó su declive cuando dejó de defender y reivindicar los valores de la cristiandad que son los que han constituido su basamento.  

Lo que estamos viviendo en Europa en los últimos tiempos es una consecuencia lógica del llamado “multiculturalismo”, que no es sino la plasmación del complejo de nuestra civilización ante culturas claramente inferiores que niegan el respeto a la dignidad profunda del ser humano, que degradan a la mujer hasta límites intolerables y discriminan al infiel de forma notoria, pero cuya fuerza viene de la propia cohesión de sus componentes quienes fomentan el arraigo de sus valores y creencias.

Toda comunidad tiene derecho a defender su modo de vida y sus principios frente a la agresión de quienes se niegan a integrarse y quieren imponer una cultura totalitaria basada en el fanatismo religioso. Pero para exigir la aceptación de unos valores, primero hay que creer en ellos y no tengo muy claro que los líderes europeos estén dispuestos a reconocer y reivindicar los valores de nuestra civilización cristiana y occidental.


LFU

2 de enero de 2015

La Cruz y el Puñal

Título: The Cross and the Switchblade.
Autor: Reverendo David Wilkerson.

Se trata de unos de los libros fundacionales del movimiento carismático cristiano en Estados Unidos y por extensión en el resto del mundo. La Renovación Carismática, potente motor en la actualidad dentro de la Iglesia Católica reconoce, sin embargo, como uno de lospioneros de la experiencia carismática al reverendoprotestante Wilkerson y sus seguidores que a finales de los 50 surgen en las barriadas más castigadas por la droga, la violencia y la exclusión en Nueva York.

Es una narración autobiográfica centrada en el nacimiento de la experiencia de redención personal y espiritual de los jóvenes miembros de las bandas delictivas que surgen en la periferia del sueño americano, precisamente en el lindero más cercano del American Dreamen el Bronx y en ciertas zonas de Brooklyn, en las zonas suburbiales de Nueva York, dónde las condiciones de vida de los inmigrantes venidos de Puerto Rico, República Dominicana y las comunidades negras más humildes convivían en unas circunstancias de enorme precariedad, en vecindad dolorosa y contradictoria con la gran opulencia de la ya entonces, capital del mundo a fines de la década de los 50.

También es un relato de conversión y seguimiento interior a la llamada del Señor. Ése y no otro es el leit motiv del relato. Escrito con sencillez es difícil no sintonizar y emocionarse con la obediencia valiente y humilde a la llamada que el reverendo recibe y la tenacidad llena de fe con la que prosigue su obra en la confianza que la Providencia es la que guía sus pasos. Asimismo resulta no poco chocante y sorprendente, para la mirada racionalista y analítica del europeo actual (creyente o no),la invocación al Espíritu Santo y su manera de manifestarse que el reverendo y sus seguidores plantean como elemento medular de su predicación y experiencia religiosa.

Quien quiera conocer esta realidad emergente en el Cristianismo actual, que tiene una fuerza notable, aparentemente destinada a seguir creciendo y a jugar un papel importante en la unidad de los cristianos de todas las confesiones, éste es un buen libro para comenzar a conocer a la Renovación Carismática, cálida e inconfundiblemente cristiana. 

César Utrera-Molina Gómez

24 de diciembre de 2014

El mártir, la guerra y la Navidad

El mártir, la Guerra y la Navidad.

Esta madrugada a eso de las cuatro de la mañana me he despertado agitado por la intensa conversación mantenida esa misma tarde noche con Andrés Trapiello, mi padre y mi hermano Luis Felipe. Había perturbado mi sueño, habitualmente profundo y alérgico a todo insomnio, las palabras cosidas de dolor de Trapiello al hablar de la furia violenta, larvada por la insensatez de tantos, que se desató en aquél verano.

Me he serenado pensando y recordando esta foto estremecedora hecha a un sacerdote aragonés (cuya identidad sigue discutida, algunos se la atribuyen a Martín Martínez Pascual, véase entrada anterior) antes de morir fusilado en los altos trigales de Aragón en el estío sangriento del 36.
En esta mirada está la esperanza del mundo y la de mí patria, España. Ante la proximidad de la muerte, el gesto reposado muestra sin jactancia que la muerte no es el final. Que el encuentro y la intimidad con el Señor le sostiene y su serenidad es un anuncio de que el perdón a sus ejecutores ya está en su corazón, del que su rostro es espejo iluminado.

Toda la furia desatada de ese verano que aún algunos insensatos revuelven sin prudencia, tiene su antídoto en esta mirada. La del perdón. La que permite empezar de nuevo y reconciliar la vida con el dolor, en nuestra vieja tierra y en cualquier otra.

Hoy, día de Nochebuena, volvemos a mirar la ternura del Niño que nace y mi corazón se conmueve de alegría porque el amor de su cuna siguió siendo fecundo 1.936 años después y lo seguirá siendo en el corazón de los abren su vida a Él.

Beato desconocido. Feliz Navidad. Ora pro nobis.



César Utrera-Molina Gómez
24 de diciembre 2014 

23 de diciembre de 2014

Feliz Navidad


"Dios se ha hecho pequeño para que nosotros pudiéramos comprenderlo, acogerlo, amarlo"

Benedicto XVI

Los que hacemos Arriba, en esta singladura desde el mes de julio de 2007, os deseamos una feliz Navidad , que Dios os bendiga a todos y que Su Corazón reine para siempre en España.

LFU.



22 de diciembre de 2014

"Ni amnistiados ni prescritos". Por Fernando Suárez González

Pocos se acuerdan ya de D. Lucio Rodríguez Martín, el joven y modesto policía armado que, once meses después de ingresar en el cuerpo y vestido de uniforme, prestaba servicio de vigilancia en las oficinas de la compañía Iberia, en la calle Alenza de Madrid, el 14 de julio de 1975. Eran aproximadamente las diez de la noche cuando un comando del llamado Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (el FRAP de tan triste memoria) le disparó por la espalda. Lo habían escogido al azar, después de recorrer en un coche robado diversas zonas de Madrid buscando al que les iba a resultar más fácil. La propia organización se atribuyó el crimen, en comunicados a diversos periódicos de Madrid. 


Lo enterraron en Villaluenga, en la provincia de Toledo, donde vivía también su jovencísima novia, con la que se disponía a contraer matrimonio. Los padres y hermanos del policía Rodríguez Martín, como los de tantas otras víctimas anteriores y posteriores, no podían entender la razón de tanta crueldad, que era, efectivamente, irracional.


La eficacia de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad fue, en aquel caso, total, y en setenta y dos horas fueron detenidos el organizador y los cuatro ejecutores materiales. El consejo de guerra que juzgó aquella causa condenó a la pena de muerte a tres de los implicados y a las penas de reclusión de treinta y veinticinco años, respectivamente, a los otros dos.


Estamos hablando de 1975 y es forzoso recordar que cinco años antes el Jefe del Estado había indultado de la pena de muerte a seis terroristas condenados por un consejo de guerra que había tenido lugar en la ciudad de Burgos. Entre aquel indulto y julio de 1975 se produjeron en España cuarenta y dos asesinatos a manos de bandas terroristas, entre ellos los del presidente del Gobierno, el almirante D. Luis Carrero Blanco, su conductor civil, D. José Luis Pérez Mogena, y su único policía de escolta, D. Juan Bueno Fernández, y los de las doce víctimas que fueron sacrificadas por la bomba de la cafetería Rolando, en la calle del Correo.


Junto con el aludido consejo de guerra que condenó a los asesinos de D. Lucio Rodríguez Martín, otros tres juzgaron a los autores de los asesinatos del cabo de la Guardia Civil D. Gregorio Posadas Zurrón, del teniente de la Guardia Civil D. Antonio Pose Rodríguez y del cabo de la Policía Armada D. Ovidio Díaz López, imponiendo otras ocho penas de muerte. 


El Consejo de Ministros se enteró, como era obligado, de aquellas sentencias, algunas confirmadas por el Consejo Supremo de Justicia Militar, y el Jefe del Estado conmutó por treinta años de reclusión las penas de muerte impuestas a seis de los autores que, aun habiendo prestado su imprescindible colaboración (conduciendo el coche, aportando las pistolas, facilitando la munición o cubriendo la retirada) no habían sido autores materiales de los disparos. Es rigurosamente falso que los ministros impusieran pena o firmaran documento alguno. Como lo es también que el terror de aquellos años tuviera como argumento pretendidamente legitimador la lucha por la democracia.


Si no bastara la consideración de que un verdadero demócrata jamás utilizará la violencia para defender proposición alguna, la vil mentira quedó de manifiesto cuando, aprobada la ley para la reforma política que nos situaba en el camino de la democracia e incluso aprobada la Constitución que consagraba felizmente la Monarquía de todos y estructuraba definitivamente la democracia tantas veces fracasada entre nosotros, se produjeron aún más de setecientos atentados terroristas. Sostener que la democracia española le debe algo al terrorismo es una burda falsificación.


A poco sentido que tuviéramos, sabíamos que se aproximaban tiempos de cambio y que nuestra imagen de políticos sufriría un serio deterioro por las exigencias de la lucha antiterrorista, pero, sin perjuicio de las matizaciones que algunos hicimos y que el juramento impide revelar, teníamos el convencimiento de que la política no es el «arte de negociar la conveniencia propia» –como la definió peyorativamente el padre Feijóo–, sino «profesión de hacer bien a muchos, aun con pérdida propia», como acertó a decir el beato Juan de Ávila.


Quienes vivimos aquellos dramáticos momentos sabemos bien que en las desmedidas protestas suscitadas en algunas capitales europeas había mucho más de ataque a Franco que de petición de clemencia, y sabemos también quiénes cerraron el camino a cualquier benignidad. Cuando en julio y septiembre de 1976 Valery Giscard d´Estaing no tuvo a bien ejercer el derecho de gracia y la hoja de la guillotina cayó sobre el cuello de criminales franceses, no se conmovieron los que se oponen a la pena capital en función de quien la aplique.


Casi cuarenta años después, cuando ya no existe ese duro castigo, cuando creíamos que había sido posible la concordia, cuando España podría tener ante su futuro los más amplios horizontes de convivencia democrática, se intenta resucitar el odio al adversario y parece buscarse una infame revancha, intentando ennegrecer el prestigio y la honra de algunos intachables gobernantes que en el pasado trabajaron, con decencia impecable, por el desarrollo cultural, económico y social de España. No tengo espacio para trazar el perfil de los ministros de los que hablan estos días los medios de difusión, y quiero solo dejar constancia de que de todos ellos –de todos– me siento solidario.


En algunos casos, todavía no ha comentado ningún creador de opinión que la juez argentina que pretende encausarnos actúa, no sé si por mala o por ignorante, a instancia de tres de los participantes en el asesinato del policía armado de que hablaba al principio. Indultados por Franco y amnistiados por la ley de octubre de 1977, pretenden ahora, con pasmosa inverecundia, que se olviden sus delitos y que se persiga a quienes aplicaron las leyes entonces vigentes. 


La magistrada no se ha dirigido jamás a ninguno de nosotros, que somos lo suficientemente notorios como para localizarnos con bastante facilidad. Ha viajado por España dedicada a sus pesquisas y sin el menor interés en hacernos una sola pregunta y se descuelga ahora con la petición de extradición a Argentina para una «declaración indagatoria», en un auto que por cierto ordena comunicar a los querellantes, seguramente para trasladar el escándalo a la prensa, pero que en ningún momento hace llegar a los ciudadanos perseguidos.


Para añadir confusión a tanto desatino, hay algunos preclaros responsables actuales que pretenden eludir el problema recurriendo a prescripciones y amnistías, lo que equivale a aceptar que hubo delitos, y por eso no vamos a pasar. Indague cuanto quiera la juez rioplatense, pero tiene muy poco que indagar: Todo ha sido notorio, conocido, publicado mil veces y sabido de sobra por los electores de 1982, de 1986, de 1987 y de 1989.


Ni delitos, ni prescripciones ni amnistías. Excuso decir la tranquilidad con que espero que me vengan a detener policías o guardias civiles, compañeros de los centenares que fueron víctimas del terrorismo que ensangrentó España y a quienes somos muchos todavía los que no vamos a olvidar.