"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

27 de octubre de 2016

El odio cabalga sin bridas. Por José Utrera Molina


No hay calificativo suficiente para valorar el daño histórico y moral que todavía se sigue produciendo en España en virtud de la ley de memoria histórica, alumbrada por Rodríguez Zapatero y mantenida por Rajoy.  La lógica de esa ley –si es que alguna tiene- está visceralmente quebrantada. Ya hace años que aquél nefasto gobernante ofreció en bandeja de plata a Santiago Carrillo el derribo ilegal de la última estatua de Franco que había en Madrid, como regalo de cumpleaños. Posteriormente, han ido cayendo uno tras otro cientos de monumentos o placas que hagan relación a cualquier personaje que tuviera alguna relación con la media España que no se resignó a ser pisoteada por el comunismo en 1936.  En Barcelona, se expone para público aquelarre la figura de un Franco decapitado para alborozo de unos pocos cobardes que dan rienda suelta a sus más bajas pasiones. En otros lugares se amenaza expresamente a Ayuntamientos con la retirada de subvenciones haciendo oídos sordos a la voluntad de los vecinos de mantener su identidad y su historia.

Mientras todo esto tiene lugar ante la indiferencia de la mayoría, se mantiene afrentosamente el público homenaje a los verdaderos causantes de la guerra civil, Prieto y Largo Caballero,  golpistas en el 34 y revolucionarios en el 36, quienes pisoteando el derecho, por cobardía o convicción quisieron entregar España a la Internacional comunista. Y el Ayuntamiento de Madrid, no contento con eliminar de su callejero todo nombre que pudiera recordar al régimen anterior o a los que lucharon en el bando nacional, va a dedicar un espacio público al siniestro Teniente Castillo, instructor de las milicias del Frente Popular y mito del ejército rojo. En definitiva, los que buscamos y quisimos la reconciliación, hemos terminado recibiendo la revancha de mano de los que no están dispuestos a olvidar su derrota.


 Pero nadie dice nada. No existe una pública denuncia de tan  burdo sectarismo.  ¿Cómo es posible que no haya un clamor para denunciar tamaña felonía?  ¿Es que los españoles hemos perdido, ya no el instinto sino la mínima razón, que endereza la figura del ser humano?.  

Hoy vuelven a estar de moda las corrientes más criminales y canallescas de nuestra historia. Vuelven orgullosos y desafiantes los puños en alto y las banderas rojas se despliegan ufanas, ante la cómoda indiferencia de una mayoría silenciosa.  Mientras tanto, los hijos y los nietos de tantos miles de españoles que dieron su vida por Dios y por España, permanecen agazapados, silentes, consintiendo que se injurie públicamente la memoria de sus antepasados, que profanen sus tumbas y borren su recuerdo de la memoria colectiva.

Yo tengo ya demasiada edad para luchar sólo contra esta tremenda injusticia. Pero  mientras el pozo de odio está completo y vierte sus excrementos sobre la Historia, los que guardamos todavía el recuerdo de una España grande y limpia, preferimos morir a contemplar con indiferencia y cobardía la victoria de la mentira y la escandalosa manipulación de nuestro pasado más reciente.

Yo me declaro en pública rebeldía contra esta ley sectaria que levanta muros entre hermanos y aventa de nuevo las arenas ensangrentadas de otro tiempo y de otra época.  Pocos escucharán mi clamor, pero quisiera morir con la certidumbre de que hasta el último momento de mi vida, he respetado la verdad y he rechazado el odio. Un odio que se ha convertido en torrente sin que se levante una mínima pared, un endeble muro que contenga el atroz mensaje de indignidad que representa la Ley de la Memoria Histórica.


JOSÉ UTRERA MOLINA

20 de octubre de 2016

"COMUNISTAS"·


Hay que reconocer que Josif Stalin sabía lo que hacía cuando apostó por el agit prop sabiendo que así aseguraba la victoria a largo plazo del comunismo en la batalla del lenguaje, una de las trincheras clave para lograr el poder.

Más de 60 años después de la desaparición física del mayor genocida que han conocido los tiempos, cualquier actuación violenta es calificada sistemáticamente de fascismo aunque provenga claramente de las filas del comunismo o sus aledaños.  A pesar de que el fascismo se ha convertido en un fantasma residual con tintes xenófobos que poco tiene que ver con las teorías de Marinetti y D’Anunzio, se crea así una íntima asociación entre violencia y fascismo y entre intolerancia y fascismo, dejando a salvo al comunismo que, pese a ser el movimiento político que más terror, muerte y opresión ha sembrado sobre la faz de la tierra, sigue apareciendo socialmente como una ideología más, equiparable a la socialdemocracia, el liberalismo o el conservadurismo y por consiguiente, merecedora de general respeto.  Nadie en su sano juicio se atreve a definirse públicamente como “fascista”, mientras proliferan en España las demostraciones públicas en las que se enarbolan alegremente banderas rojas con la hoz y el martillo y los diputados de Podemos no disimulan a la hora de levantar el puño izquierdo en el Congreso de los Diputados. 

La última muestra la tenemos en los recientes sucesos de la Universidad Autónoma de Madrid, en la que unos encapuchados, de tinte claramente comunista impidieron violentamente una conferencia de Felipe González. Pues a pesar de que todos ellos no ocultaban provenir de los aledaños del mundo comunista, la prensa de forma unánime los califica de “fascistas”, insulto que ha desplazado a cualquier otro en nuestro panorama político y que sirve tanto para calificar –o descalificar- a los violentos o intolerantes como para que éstos lo utilicen como sambenito de cualquiera que no comulgue con sus ideales revolucionarios.  Así podemos ver cómo mientras los alborotadores llamaban fascista a González, los medios les llaman fascistas a ellos. A ver quién lo es más.

Pero nadie les califica como lo que son: COMUNISTAS. A estas alturas de la historia, el comunismo no ha pagado el precio político e histórico que corresponde a sus horrendos crímenes y aún hoy, a periodistas y políticos les produce pudor o temor reverencial utilizar el término como insulto o mera calificación.  Produce estupor escuchar a comunistas como Pablo Iglesias hablar en nombre de “la gente”, del “pueblo” o de los “trabajadores”, con el bagaje criminal que el comunismo lleva a sus espaldas.  No eran precisamente aristócratas ni capitalistas los 6 millones de campesinos ucranianos ni los 2 millones de las cuencas del Kubán, Don y   Volga y de Kazajstán que murieron literalmente de hambre con terribles episodios de canibalismo en el Holodomor mientras la Unión Soviética exportaba grano y cereales a manos llenas. No hacían otra cosa que seguir fielmente la enseñanza de Lenin, quien no dudó en afirmar que “para destruir la desfasada economía campesina, el hambre será el preludio del socialismo y destruirá la fe, no sólo en el zar, sino también en Dios.”. Y no en vano fue el hambre, junto con el terror y la esclavitud una de las señas de identidad del comunismo.

El comunismo se ganó a pulso, a lo largo de todo el siglo XX, el principal puesto de horror en la historia del exterminio de seres humanos. En el “Libro negro del comunismo: crímenes, terror y represión (1997)”, escrito por profesores universitarios e investigadores europeos y editado por el director de investigaciones del equivalente al CSIC en Francia, se cifra en cerca de cien millones de seres humanos las víctimas del comunismo contando las de la Unión Soviética, República Popular China, Vietnam, Corea del Norte, Camboya, África, etc. ,  afirmando que «puso en funcionamiento una represión sistemática, hasta llegar a erigir el terror como forma de gobierno»
Con sus 20 millones de víctimas, el padrecito Stalin, al que dedicaron laudatorios poemas Neruda y Alberti, superó ampliamente a Adolfo Hitler en el ranking del terror y la barbarie, pero a tenor de la reverencia y predicamento que sigue teniendo el genocida georgiano entre los comunistas irreductibles, podría decirse que eligió mejor a sus víctimas, entre los más miserables e indefensos de la tierra.

Ya va siendo hora de llamar a las cosas por su nombre y de que, al igual que sucede con el nazismo, nadie pueda enarbolar con impunidad y sin vergüenza una bandera comunista en ningún país del mundo, que representa sin lugar a dudas, el símbolo supremo de la mentira, la opresión, el terror y la barbarie. 


LFU

22 de septiembre de 2016

Un error histórico: la supresión del Servicio Militar Obligatorio. Por José Utrera Molina



Soy un veterano defensor de las virtudes verdaderamente excepcionales que constituyen el núcleo central del Ejército español. Yo fui en época lejana, oficial de la Milicia Universitaria, pero tengo en mi modestísima historia ejemplos de militares realmente ilustres que murieron heroicamente en nuestra contienda africana y que después en uno y otro bando mostraron la generosidad de su valor y el empeño en servir el color de unas banderas. Yo viví intensamente mi etapa militar en Granada. Si alguien me preguntara qué parte de mi vida me gustaría revivir, yo afirmaría que las horas que pasé sirviendo al Ejército español. Supe entonces de las deficiencias de las estructuras que entonces conformaban el Ejército en general y me esforcé junto a otros compañeros en limar aquellos aspectos que podían ennegrecer el sentido de la milicia. Yo la viví intensamente junto a mis soldados, a los que todavía recuerdo y me ofrecen en una lejanía misteriosa, el homenaje de sus recuerdos y la referencia a tareas ejemplares.

Mi propia experiencia, la vivida a través de mis hijos y mi relación con muchos altos jefes del Ejército español me hicieron ver la necesidad de modernizar sus estructuras y realizar transformaciones estructurales que evitasen que el servicio militar obligatorio quedase como un tiempo perdido en la vida de los jóvenes.  Pero nunca pensé que todo un ministro de España pudiese despacharse llamando “puta mili” al servicio militar obligatorio al tiempo de liquidar una de las conquistas más razonables de la revolución francesa como precio para obtener el apoyo puntual del separatismo catalán y corrupto.

Discrepo fundamentalmente con los elogios que el Sr. Rupérez hace en su tribuna de hoy en ABC a la liquidación del Servicio Militar Obligatorio, precisamente cuando otros países de nuestro entorno, como Francia y Alemania, vuelve a poner sobre el tapete la conveniencia de recuperarlo como elemento vertebrador de la nación ante la crisis de identidad que padecen.  Lo que el Gobierno Aznar vendió como una liberación para los jóvenes no era sino la claudicación del Estado renunciando a uno de los instrumentos más relevantes para la formación de los jóvenes en la conciencia de pertenecer a una nación y su compromiso con su defensa.

Traté con soldados que cambiaron totalmente su vida después de permanecer en los cuerpos de los diferentes ejércitos. Algunos eran analfabetos y salieron de las filas del Ejército siendo caballeros bien templados. Otros, oriundos de pueblos remotos que salieron por primera vez de sus terruños descubriendo la rica variedad de nuestra patria. Todos aprendían por primera vez el valor del servicio y del sacrificio, las virtudes y servidumbres de la disciplina y la importancia del juramento a la bandera, convertido en un verdadero sacramento laico que marcaba la vida de cada joven español.  Los que reclamaban su liquidación sabían muy bien lo que hacían y los que la aceptaron pagaron un altísimo precio por el apoyo que recibieron con el patrimonio de todos los españoles.  Aquellos apóstoles de la modernidad dilapidaron en un juego de naipes lo que había representado de ejemplaridad y de educación el Servicio Militar Obligatorio y la trascendencia del mismo como elemento vertebrador de la nación.

Que el alistamiento a la milicia tenía indudables defectos era evidente. Debieron reducirse y concentrarse los tiempos de permanencia y dotar de una mayor operatividad al período de servicio, intensificando la formación profesional y técnica de cara a su utilidad profesional al término del servicio.  

Soy lo suficientemente generoso para calificar de error muy grave y de funestas consecuencias aquella decisión dictada por la irritante frivolidad del Sr. Trillo y la irresponsabilidad histórica del Sr. Aznar, al que faltó perspectiva y sobró soberbia. Desde luego que no fue una medida ejemplar, sino populista. Ejemplar hubiera sido remangarse y reformar a fondo el servicio militar para conjugar las necesidades de modernización del ejército con la necesaria vertebración territorial de nuestra patria y la nueva realidad social de la juventud. Pero era fácil vender como circo lo que no fue sino una vergonzante claudicación ante quienes pretendían socavar la unidad de España.

Respeto por supuesto la opinión del Sr. Rupérez expuesta en esa tribuna, pero no la comparto y alzo nuevamente mi voz para evitar que se silencie el clamor de quienes creemos que España debería recuperar, convenientemente actualizado, el servicio militar de todos los jóvenes españoles, corrigiendo así un error histórico que no ha servido sino para poner en cuestión la integridad futura de España. El derecho y el deber de defender a España sigue siendo un mandato constitucional que obliga a todos los españoles, pero que el Estado ha renunciado a garantizar. Y los resultados de su eliminación lejos de ser motivo de alabanza han de ser razón suficiente para comprender el alcance de errores irreparables.

Jose Utrera Molina

Alférez de la Milicia Universitaria y Cabo Honorario de la Legión

13 de septiembre de 2016

El imperio de la mentira

No hay duda de que el nuevo estalinismo del siglo XXI es la imposición de una determinada visión de la historia o de un proyecto social por decreto ley o por imposición de las mayorías parlamentarias. Los legisladores no buscan ya el bienestar y el progreso de los ciudadanos sino su aleccionamiento y uniformidad, para asegurarse la permanencia en el poder.

Buena prueba de ello son, por un lado, la ley de memoria histórica, que impone una visión maniquea y sectaria de la segunda república, guerra civil, posguerra y del régimen de Franco y las leyes LGTBI que pretenden imponer a niños y mayores un modelo de familia y sociedad al gusto del lobby homosexualista.

Decía Albert Camus que la mentira es el mayor enemigo de la libertad y precisamente de eso se trata, de amordazar voces y conciencias libres para así poder moldear a la sociedad a su antojo. Llueven las querellas contra cualquier prelado o sacerdote que se limite a predicar la doctrina católica sobre el amor y la familia, crece la agresividad contra la Iglesia católica y ya se están viendo alguno de sus frutos, como la quema de dos iglesias e imágenes sagradas. Por otro lado, no faltan las voces que pretenden acallar a cualquiera que ose decir que el alzamiento de 1936 no fue contra la república sino contra un proceso revolucionario marxista que había sepultado a la república desde 1934 y se propone la tipificación del delito de negacionismo en relación con el régimen de Franco, tratando de equipararlo al nazismo y no, por supuesto, al comunismo, que todos sabemos que era una arcadia feliz en la que murieron 100 millones de seres humanos por sus propias culpas.

“Me nefrego” era un lema del fascismo italiano de los años 20 para aglutinar el descontento de un pueblo en claro divorcio con su clase política. Me importa un bledo, su traducción más fidedigna y es que hay que perder el miedo ante la apisonadora progre que arrasa tranquilamente por donde pasa ante la inexistencia de obstáculos relevantes en una sociedad eminentemente cobarde y acomodaticia. Que nos llevan las querellas, que nos persigan por decir lo que pensamos, pero no podemos callarnos ni permanecer impasibles ante la destrucción deliberada y sistemática de todo un orden moral de principios.

Tenemos que decir en voz alta que el aborto es un crimen horrendo del que algún día se avergonzará la humanidad entera; que la única familia merecedora de protección es la formada por el matrimonio de un hombre y una mujer, que no sólo es el único acorde con la ley natural, sino que además asegura la continuidad de la especie; que no existe el derecho a tener un hijo sino el derecho de un hijo a tener un padre y una madre porque es la única forma en la que puede desarrollarse plenamente como persona, y que todo esto no entra en colisión con el debido respeto y consideración que cualquier homosexual se merece por su condición de persona y para nosotros, de hijo de Dios.

Tenemos que proclamar en voz alta que nuestros padres y abuelos no eran criminales al servicio de una tiranía; que se levantaron contra la imposición de una tiranía marxista que desencadenó la mayor persecución religiosa que recuerdan los siglos, con más de 8.000 religiosos asesinados y miles de templos arrasados; que ir a misa, tener un crucifijo o un rosario en casa era causa suficiente para ser condenado a muerte por un tribunal popular; que levantaron con esfuerzo e ilusión una España rota y miserable convirtiéndola en la novena potencia industrial del mundo, con un nivel de convergencia en términos de renta per cápita con el resto de Europa superior al 80%  y con la deuda pública en el 7,3 % del PIB; que en 1975 los españoles –salvo unos pocos radicales- ya estaban reconciliados y habíamos conseguido olvidar la guerra civil y que gracias a Zapatero y a sus secuaces se han vuelto a abrir unas heridas que habían dejado de sangrar hace décadas.

En esta lucha por la libertad no encontraremos amparo en ningún partido político, alineados todos en lo políticamente correcto y con pocas ganas de pisar callos incómodos. Los partidos de la derecha sociológica sólo se mueven por los sondeos por lo que, salvo que seamos legión, harán oídos sordos a nuestras inquietudes. Es la sociedad la que puede cambiar a estos partidos, ya que éstos han renunciado a cambiar la sociedad, dejando todo el proyecto social en manos de la izquierda, menos comodona y más comprometida.

Me importan una higa las prohibiciones estalinistas y la asfixiante imposición de los lobbies minoritarios. Pienso seguir siendo libre y proclamando lo que pienso. Cueste lo que cueste.


LFU

6 de septiembre de 2016

¡PAZ A LOS MUERTOS! por José Utrera Molina

El hombre vive siempre entre el estupor y el asombro, entre la sorpresa y el dolor, entre lo inconcebible y lo racional. Confieso que me he quedado corto. Recuerdo en mi niñez un acto público en el que  intervenían los representantes más cualificados de la comunión tradicionalista.  Recuerdo una de las frases que se grabaron en mi corazón: “era el mes de julio, el de las cerezas, y hasta los árboles de Navarra daban requetés”. ¿Dónde fueron -pregunto yo- alguno de los restos de aquellos tercios legendarios que murieron por el ideal de una patria distinta? ¿Dónde están hoy los descendientes de aquellos cuadros verdaderamente  prodigiosos que lucharon sin rencor y sin ira por una España diferente? ¿Acaso todos han muerto? ¡Qué pena!. Siempre he creído  que el temblor de la memoria en los muertos, apenas si podía olvidarse.

La vejez -decía Cicerón- es el espía de la muerte”. ¡Cuánto olvido doloroso e inútil hay en las páginas amarillentas de nuestro pasado!. La historia no es nunca una lección definitiva de ejemplos, sino más bien la referencia de la versatilidad, del cambio inútil, del regreso decadente de la situación aprovechada.

La pretensión del Ayuntamiento de Pamplona de exhumar en un acto de postrera y pública humillación  los restos mortales de los Generales Mola y Sanjurjo del panteón en el que llevan enterrados 80 años es una colosal vileza que confío no cuente con la complicidad más o menos encubierta de la autoridad episcopal y que, al menos,  ha tenido ya una respuesta gallarda de la familia de Sanjurjo a la que me desde aquí me uno emocionado.

Nunca creí –y eso que mi andadura política fue bastante larga- que el odio fuera una serpiente de cabeza tan afilada. Nunca creí que en España se pudieran  reabrir de forma tan miserable y tan canalla, 80 años después, las heridas de aquella triste y cruel contienda entre hermanos, utilizando para ello nada menos que las cenizas de los muertos.  Los huesos de Sanjurjo, Mola y de seis jóvenes requetés caídos en la contienda reposan en paz desde hace décadas en el monumento a los Caídos que el pueblo de Navarra levantó en su día y que el Ayuntamiento proetarra quiere convertir en sala de exposiciones. No se me ocurre mayor refinamiento en el odio ni en la crueldad, aunque no debería extrañarnos dado el jaez de la mayor parte de los ediles del consistorio. 

Echo de menos alguna voz relevante que censure este intento verdaderamente criminal, al menos por un imperativo ético elemental. Todos en silencio, todos enmudecidos. Pensando en las cenizas de los caídos podría decirse aquello que escribió Quevedo: “serán cenizas, más tendrán sentido, polvo serán, más polvo enamorado”. Sirviendo a una u otra causa, los combatientes de la Guerra Civil española no merecen un trato vejatorio de esta naturaleza. Es un desdén histórico intolerable, una ofensa gravísima a la esencia de la historia española. Por favor, dejen en paz a los muertos, que los vivos ya representan el aire tenebroso de otra escena. Yo no fui nunca requeté pero admiré la pureza de aquellos amigos míos, que marcharon a los frentes andaluces y volvieron envueltos entre nardos y claveles al cementerio de Málaga. Eran mayores que yo, pero con mis 90 años no les olvido, como  jamás he despreciado a los que luchaban en trincheras contrarias.

Ojalá  algún día, las cenizas de los caídos de uno y otro bando de los que lucharon en la Guerra Civil española rompan paredes, destrocen los muros y salgan otra vez a la calle a decir: “No, no es esto, por Dios”. Pido y exijo respeto a los españoles que murieron por una causa que ellos creyeron tan noble como para morir por ella y que hoy son escarnecidos por el odio y la indignidad por unos seres que no merecen –ni quieren- llamarse españoles. Yo, en mi insignificancia política, clamo hoy en contra de esta pretensión  y levanto mi brazo ante los  féretros que quieren profanarse, con el  dolor y la pena de que 80 años después las cenizas de unos muertos puedan envilecer de nuevo la concordia entre los españoles. ¡¡¡Por favor, Paz a los muertos!!!

José Utrera Molina
Cabo honorario de la Legión

5 de septiembre de 2016

¿A quién representan sus Señorías?


El sistema liberal parlamentario surgido de la Constitución de 1978 está basado teóricamente en el principio del mandato representativo en virtud del cual, la relación representativa de los diputados y senadores proviene de sus electores, sin que en el ejercicio de su función representativa quepa la imposición de ninguna mediación ni de carácter territorial ni de carácter partidario. Es más, el artículo 67.2 de la Carta Magna prohíbe expresamente el mandato imperativo, si íoasbien dicha prohibición no está pensada tanto en el de los electores sino en el de los partidos políticos.

Pero la realidad es que los partidos políticos, verdadero “electorado” de diputados y senadores –cuyos sanedrines deciden quién se presenta y quién no- han convertido en papel mojado la norma constitucional, estableciendo en la práctica un férreo mandato imperativo sobre los representantes en Cortes, anulando de forma absoluta su carácter representativo, mediante sanciones y amenaza de exclusión.

Ello convierte a diputados y senadores en auténticas comparsas o mariachis perfectamente prescindibles, pues bastaría con que las direcciones de los partidos elegidos apretasen el botón correspondiente con el número de escaños obtenidos cada vez que toca votar y nos ahorraríamos los españoles el sueldo de 350 diputados y 266 senadores, más el gasto inherente a sus escaños.

Esta realidad incontestable adquiere tintes verdaderamente escandalosos en el actual escenario surgido del resultado dos elecciones sucesivas y a las puertas de unas terceras. Naturalmente sus Señorías han percibido puntualmente sus emolumentos y generosas indemnizaciones  por la disolución de las cámaras, pero salta a la vista que ninguno de los 350 diputados se considera concernido por la opinión de sus electores –y contribuyentes- sino que obedecen ciegamente las consignas de su verdadero electorado, que no es otro que la cúpula de su partido.  Ni una sola voz entre tantos parlamentarios –tampoco los que presumen de ser “las fuerzas del cambio” o “la nueva política”- se ha dignado alzarse para reivindicar el mandato representativo y tratar de desbloquear la situación, incluso enfrentándose al criterio de sus partidos. Ninguno de ellos siente el peso de otra responsabilidad que la de seguir sin rechistar la disciplina establecida por quienes han tenido la amabilidad de colocarlos en tan provechoso cargo. 

Siendo las cosas así, tal vez habría que plantearse si el sueldo de sus señorías debe salir del bolsillo del contribuyente o de las arcas de sus partidos, porque a éstos deben su escaño, sólo ante ellos responden y sólo a ellos obedecen.  Medios y analistas se rasgan las vestiduras ante la contumacia de los partidos en el actual bloqueo pero nadie denuncia el verdadero cáncer de nuestro sistema que no es sino la falta clamorosa de representatividad –y de dignidad- de los representantes del pueblo que asisten tan cómodos como impávidos al juego de estrategia de los jefes de sus partidos -quienes, con olímpico desprecio a España y a los españoles, sólo se guían por las perspectivas de poder- olvidando que las prebendas de su cargo vienen de su condición de representantes de la soberanía popular y son los ciudadanos los que empiezan a estar ya hasta las narices de tanta desvergüenza y falta de responsabilidad.

Más vale honra sin escaño que escaño sin honra, pero mucho me temo que se disolverán de nuevos las cámaras y no habremos visto a ni uno sólo de los 616 padres de la patria reclamar en voz alta su derecho y su deber de velar, antes que por los intereses de sus partidos,  por los intereses de España y de los españoles, a quienes en teoría representan y de quienes reciben sus pingües emolumentos.    

Luis Felipe Utrera-Molina Gómez

Abogado

2 de septiembre de 2016

De vuelta de todo

Regreso de mi retiro nerjeño –durante el cual he evitado tanto la prensa como la televisión- y compruebo que pocas cosas han cambiado.

La situación de bloqueo político no es sino el reflejo purulento de la infección del bipartidismo, que seguramente saldrá reforzado tras un año de parálisis que no ha sido óbice para que sus señorías reciban pingües emolumentos e incluso generosísimas indemnizaciones por “despido”.

Me llegan noticias de que el Ayuntamiento pro-etarra de Pamplona pretende profanar los sepulcros de los generales Mola y Sanjurjo, pero con la ley en la mano y la oposición de las familias, tengo mis dudas –con reservas- de que finalmente puedan llevar a efecto tamaña vileza. Como es habitual, los malos suelen hacer las cosas mal y a veces no sirven ni para serlo, pero en esta España que vivimos toda barbaridad es verosímil.

Por otro lado, la ofensiva del lobby gay contra la libertad de pensamiento de los católicos no ha hecho más que empezar. Cuenta con la inestimable ayuda de la infumable e inconstitucional ley de la tatuada hortera Cristina Cifuentes y el silencio de algunas jerarquías eclesiásticas que parecen avergonzarse de la doctrina de la Iglesia y del derecho natural.

Otro curso comienza y promete ser intenso. Habrá que estar atento y no dejar de rezar. Sobre todo esto último. Encomendémonos a Santa Teresa de Calcuta que el próximo domingo llegará por fin a los altares.   

Un abrazo a todos


LFU

22 de julio de 2016

Millán Astray y Unamuno. Toda la verdad

La comisión de la "memoria" -mejor dicho de la desmemoria del Ayuntamiento de Madrid, propone sustituir la calle de Millán Astray por "Avenida de la Inteligencia". Una deliberada humillación basada en una mentira histórica profusamente aireada por la propaganda izquierdista sobre los sucesos del 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, que desde hace mucho, historiadores serios como Angel David Martín Rubio,  Luis Togores y Luis Suárez, se han encargado de desmentir con datos incontestables. Reproduzco aquí el análisis de Moisés Domínguez Nuñez y Angel David Martín Rubio.  

Vencerán (por el momento, porque la Verdad siempre vencerá al final), pero no convencerán

LFU

12 de octubre en Salamanca
Pero la mayor sorpresa, y la que en buena parte ha motivado y orientado esta investigación, fue comprobar que los protagonistas de nuestra historia fueron testigos de excepción del episodio vivido el 12 de Octubre de 1936 en el paraninfo de la Universidad de Salamanca y acerca del que tanto se ha escrito, especialmente para desacreditar al bando nacional y a sus referentes ideológicos. Y es que los tres: falangista, requeté y legionario aparecen impávidos en la histórica fotografía que recoge el momento en que Unamuno abandona el edificio acompañado por el Obispo de Salamanca, don Enrique Pla y Deniel, todos ellos captados por la cámara en medio de una abigarrada multitud que saluda brazo en alto y parecen gritar consignas: una escenografía muy similar a la de tantos actos del momento recogidos por la prensa.

(1) Unamuno (2) Obispo Pla y Deniel (3, 4 y 5) Acompañantes habituales de Millán Astray
(1) Unamuno
(2) Obispo Pla y Deniel
(3, 4 y 5) Acompañantes habituales de Millán Astray
Podemos aducir al respecto unas palabras del periodista Jon Juaristi:
«En mi biografía de don Miguel (Taurus/Fundación Juan March, 2012), aduje que, en la fotografía tomada a la salida del paraninfo, el anciano rector aparece rodeado de jóvenes falangistas que cantan o gritan consignas brazo en alto, pero no lo acosan ni intimidanMás bien parecen darle escolta. ¿De quién o quiénes lo protegen? Obviamente, del general Millán Astray y de sus legionarios.
En su recientísimo libro –Historias de falangistas del sur de España. Una teoría sobre vasos comunicantes (Renacimiento, 2015), Alfonso Lazo Díaz observa exactamente lo mismo en la fotografía de marras. Diputado socialista desde1977 a 1996, Lazo volvió a sus tareas en la Universidad de Sevilla como profesor e investigador».
Es decir, que tan Jon Juaristi como Alfonso Lazo hacen una afirmación, a nuestro juicio sustancial, y que compartimos: que los jóvenes falangistas no acosan ni intimidan a Unamuno sino que gritan sus consignas y saludan brazo en alto, todo ello con más entusiasmo que agresividad.
Ahora bien, a la luz de lo que venimos exponiendo, la segunda parte de la cuestión tiene que recibir una respuesta radicalmente distinta. Y es que no solamente los falangistas no estaban protegiendo a Unamuno «del general Millán Astray y de sus legionarios» sino que eran éstos -y más concretamente la propia guardia personal y de confianza de Millán Astray- la que está ejerciendo con eficacia sus funciones de facilitar el acceso de la ilustre comitiva al vehículo dispuesto al efecto. Se puede comprobar, en efecto, que junto al coche, al que ya habría subido la esposa del Generalísimo, Carmen Polo (quien a instancias del propio Millán Astray sacó cogido de su brazo a Unamuno) aparecen el falangista, el requeté y el legionario que hemos visto, sistemáticamente junto el general en sus actos oficiales durante los meses de agosto y septiembre de 1936.
En síntesis, esta fotografía -poniéndola en relación con las que vimos en Cáceres y en tantos otros lugares- viene a respaldar la versión del suceso de Salamanca que da el propio Millán Astray y que, sustancialmente, fue expuesta por Luis E. Togores en su biografía del General (cfr. ob. cit. págs.. 202-203). Resulta también coincidente con los datos aportados por otros testigos presenciales. Así, José María Pemán recuerda que Unamuno se despidió de él «y ello demuestra que el ambiente no era tan arrebatado…» (ABC, Madrid, 26-noviembre-1964, pág. 3: La verdad de aquel día) y Ximénez de Sandoval califica la interrupción de Millán Astray «en tono de arenga militar» y rematada con el «¡mueran los intelectuales!». Pemán y Sáinz Rodríguez protestan… y el General rectifica: «¡los malos intelectuales!». Doña Carmen Polo de Franco sale del brazo de Millán Astray, con Unamuno al otro lado; los dos la despiden. «Millán se volvió a Unamuno y, como si nada hubiera pasado, dijo: ¡bueno, don Miguel, a ver cuándo nos vemos! Cuando usted quiera, mi general. Se dieron la mano. Y Millán, sin soltar la del glorioso escritor, gritó: ¡vamos, muchachos, el himno de Falange!» (cit. por José María GARCÍA ESCUDERO, Historia política de las dos Españas, Madrid: Editora Nacional, 1976, 1493-1484). Es fácil entender que los presentes respaldaron la invitación del general y continuaron cantando el Cara al Sol mientras doña Carmen y Unamuno flanqueados por el Obispo de Salamanca salían del edificio universitario para dirigirse al coche oficial de la esposa del Generalísimo, que habría de conducir a Unamuno a su domicilio. El momento previo a que éste se subiera al vehículo es el inmortalizado por la fotografía que venimos glosando.
Es decir, no estamos ante la imagen de un enfrentamiento entre la inteligencia de Unamuno y la supuesta sin razón de Millán Astray, sino en la acertada resolución de un momento de tensión del que, eso sí, supieron sacar partido aquellos sectores de la España nacional que estaban descontentos con el apoyo que el rector salmantino había dado al Alzamiento Nacional dado el ideario heterodoxo y el carácter intempestivo del profesor. En efecto, fue en el Casino de Salamanca y por la tarde del mismo día donde sí abuchearon Unamuno y su destitución como Rector se debió a una iniciativa académica en la que no cabe atribuir ninguna iniciativa al Cuartel General y menos aún al propio Franco. El 31 de diciembre del mismo año fallecía Unamuno y su cadáver fue llevado a hombros de falangistas que dieron respaldo de oficialidad a su entierro. Pocos días antes, desde las páginas de ABC, el Marqués de Mondéjar, monárquico alfonsino vinculado al grupo de Acción Española, había glosado elogiosamente la exclamación de Millán Astray: (ABC, Sevilla, 15-diciembre-1936, págs.3-4: El oportunismo intelectual)

18 de julio de 2016

LA HISTORIA Y EL 18 DE JULIO. Por José Utrera Molina



Asistimos a un momento histórico que nos llena de perplejidad, desesperación y destemplanza.   Para los que vivimos intensamente el régimen nacido de la guerra civil, resulta absolutamente irreconocible la imagen que los medios de comunicación ofrecen de aquella España, desdibujada, oscurecida, descontextualizada y manipulada de forma burda por el odio cainita que aún contamina y envenena la convivencia entre los españoles.  El relato “oficial” que se propone sobre las causas y los orígenes de la contienda fratricida, no tiene el menor parecido con la realidad de las raíces y el momento en que se produce el Movimiento Nacional.   Lamentablemente, muchos de los testigos de aquél momento ya no pueden dar testimonio vivo de la verdad y muchos de los que lo hicieron en vida son hoy cuidadosamente silenciados por motivos de corrección política.  Pese a que no faltan los que me atribuyen más años de los muchos que acumulo para tratar de acusarme de “crímenes de guerra”, yo contaba tan sólo 10 años el 18 de julio de 1936, por lo que no pude participar en una guerra que yo sólo pude vivir con el asombro infantil que correspondía a mi corta edad, y que rápidamente destrozó las notas de ingenuidad de toda una generación de niños españoles.

Hay determinadas actuaciones que ya no me producen el efecto dañino que desean mis adversarios, como el borrar los rótulos de las calles, romper la tradición de avenidas y descolgar los cuadros de unas horas que no han muerto aún en mi memoria.  Para retirar honores antes hay que ser depositario de los mismos y aquellos que obran con el corazón emponzoñado de odio, carecen de la necesaria auctoritas para hacerlo.

Pero es mi obligación moral y me encaro –creo que con gallardía- para aclarar algunos extremos para el juicio sereno que merece un periodo histórico tan singular.  En primer término, niego una y otra vez, de forma categórica que el Alzamiento Nacional fuese obra exclusiva de unos militares rebeldes y ambiciosos.  La mayor parte del ejército tenia plena conciencia del grave riesgo de desaparición de una Patria a la que nunca habían abandonado. Las consignas que llenaban las calles anunciaban la amenaza cierta de una dictadura del proletariado que habría liquidado la esencia misma de España. Lenin había dicho que España sería la primera en entrar en esa órbita política indefendible y Largo Caballero no disimulaba en sus discursos tan delirante propósito. La desaparición de cualquier autoridad, la pérdida de cualquier legitimidad en un gobierno abandonado al sectarismo y a la aniquilación del adversario, hizo surgir en las raíces de España un clamor de justicia y de verdad que recogió el ejército encabezando un pronunciamiento popular que lamentablemente fracasó en su inicial propósito, ante el enorme poder acumulado por un frente popular que había acaparado los resortes del poder. El levantamiento de un pueblo para conseguir la defensa de su identidad duró así tres largos años, porque el comunismo estaba dispuesto a vender muy cara su derrota.

El 18 de julio es para mí el día del coraje, de la fe, del valor, de la intrepidez de levantar banderas para que acogieran en sus pliegues el ansia insatisfecha de millones de españoles. Fueron escasos los medios con los que contaron aquellos que levantaron una bandera de defensa de las esencias españolas, pero la fe en la victoria y sin duda la asistencia desde el más allá de Aquél al que quisieron borrar del alma de España, hizo posible el triunfo en una contienda dolorosamente fratricida.

Hace algunos días, el padre Garcia de Cortázar escribía sobre las clases medias, sin mencionar que las clases medias nacieron gracias al triunfo del 18 de julio. Y están ahí pregonando su existencia frente al odio silencioso de los que no admiten el resultado de una contienda que se hizo dolorosamente necesaria. Hablar en estos momentos de clases medias sin mencionar a quien las dotó de personalidad histórica y contribuyó a que mantuvieran el orgullo de sus rescates y de su dolor, me parece una infamia y una injusticia. El propio Franco, al terminar su obra y su vida, cuando le preguntaron qué legado dejaba,  dijo: “la clase media” porque él se había afanado en su creación y mejora para que sirviese de antídoto contra el peligro de la lucha de clases.

Se hicieron decenas de miles de viviendas sociales e innumerables instalaciones sanitarias que cristalizaron una revolucionaria aspiración social. Yo había sido testigo de aquellos pañolones negros puestos a las puertas de las viviendas de los más humildes pidiendo sufragios para poder hacer frente a los enterramientos. Súplicas generalizadas de ayudas por los que nada tenían. La respuesta social del Régimen fue inmensa, por mucho que se empeñen en negarla los que creen que el 18 de julio fue una partida ganada por los artesanos del rencor y del odio.

Reconozco que la paz fue, en sus inicios, una paz armada porque mantuvo la defensa de aquellos ideales por los que la mejor juventud española había sacrificado sus vidas y los mayores sus propias haciendas. Pocos hacen alusión al enorme sacrificio humano que representó la Guerra Civil, cargando sólo sobre una parte unas responsabilidades compartidas.  En esta época de asombrosos disparates, de increíbles voluntades de revancha, cuando el flamear de aquellas banderas rojas parecen otra vez ondear el odio latente, yo vuelvo a defender con toda mi alma y con todo el conocimiento de la historia,- a mis 90 años- aquella España limpia y grande que no puede ser escarnecida por el rencor, desdibujada por la mentira y vituperada por el odio.

España salvó su sed, impidió que nuestro pueblo cayera bajo la tiranía de la Unión Soviética y se levantó sobre un solar destrozado el moderno edificio de una España nueva. Si alguien me preguntara qué denominación histórica definitiva haría del 18 de julio, diría que fue el día de la fe en el sueño de una España transformada. En aquella transformación están las clases medias que ahora algunos sugieren que nacieron de la nada.

Los autores de aquel hecho histórico ya no pueden defender lo que hicieron. Sus voces están calladas bajo pesadas losas y muchos de sus hijos se avergüenzan de su sacrificio, mientras asistimos a la insólita resurrección de los que quieren ganar, 80 años después, una guerra que sus mayores provocaron, sembrando de mentiras los libros de historia, reivindicando los signos de aquel tiempo de terror y de miseria y borrando de nuestras calles cualquier huella de una España digna que jamás podrá perecer.

En la aurora de estos días se señalan todavía para los que quedamos, muchos rayos de luz que acogen el sacrificio y el heroísmo de muchos españoles y el perdón para aquellos que provocaron la injusticia, el odio y la reivindicación rencorosa. Alcemos pues con orgullo y sin miedo las banderas del 18 de julio. En ellas está también la sangre de muchos de mis familiares asesinados, que perdieron la vida en frentes contrarios, pero a los que unía en el fondo, un amor a una España rejuvenecida para no quedar reducida a la súplica histórica de un mundo que no nos comprendía.

Ni me avergüenzo, ni me olvido. Mis diez años nacieron a la sombra de sus banderas, y mi vida entera ha estado siempre dedicada al servicio de España. No conozco ni el odio, ni la revancha, ni la envidia y quise siempre una España moderna levantada sobre sus cimientos y que diera al mundo una palabra de resurrección y de vida.



José Utrera Molina

11 de julio de 2016

Brindo por ti, torero.

A Victor Barrio, in memoriam

Decía Ortega que sólo dos cosas pueden realizarse con garbo: la historia y el toreo. La historia hoy se hace sin gloria, con mediocridad, con miedo y enormes dosis de mentira. El toreo, por el contrario, cada vez se hace mejor.

Si uno repasa las viejas películas en blanco y negro de Joselito y Belmonte puede imaginarse sin mucho esfuerzo, el aluvión de almohadillas e imprecaciones que recibirían esas dos glorias del toreo si bregasen con un astado como solían en los años 20 y 30 del siglo XX. Belmonte fue el primero que se paró, que eligió pisar sus terrenos y no los del toro, pero nada comparado con cualquier torero de hoy. El toreo ha ido creciendo en armonía y en belleza, en temple y en quietud. Pero en esencia, el peligro al que se enfrenta un torero hoy es el mismo que hace 150 años.

Cierto que gracias a Fleming y a los avances de la medicina moderna, la mortalidad de los toreros ha decrecido en gran medida en las últimas décadas.  Pero la cornada mortal de Victor Barrio nos recuerda la cruda realidad de quienes se juegan la vida delante de un toro cada tarde.

En un tiempo en el que la juventud destaca por su indolencia y su falta de compromiso, en el que el progreso material proporciona enormes comodidades a amplias capas de la sociedad, resulta admirable la afición de los jóvenes que deciden arriesgar su vida por un sueño. Hace 60 años, los futbolistas no eran estrellas rutilantes y multimillonarios y los pocos mercedes y haigas que se veían eran las más de las veces, de las figuras del toreo. Era el sueño de los niños, de los jóvenes, de los más humildes, alcanzar el triunfo y la gloria vestido de luces y cortándole las dos orejas a un pabloromero. Hoy resulta infinitamente más rentable y menos arriesgado triunfar dando patadas a un balón y el ideal de los niños es jugar como Ronaldo para tener un Ferrari como el suyo.  Y no hablemos de los que gracias a la telebasura viven pingüemente de los asuntos de la entrepierna y del mal gusto.

Por todo eso, y por mucho más, yo me quito el sombrero ante los matadores de toros, ante los novilleros, ante los hombres de plata. Son de otra galaxia, tienen otros sueños, se recuperan en dos días de una cornada que a cualquiera de nosotros nos hundiría en el abismo, porque son sus sueños, sus ganas de triunfar en una plaza lo que mueve su corazón.

A Victor Barrio un toro le ha partido el corazón en el albero de Teruel, recordándonos a todos el valor que tiene ponerse delante de un toro –en eso no ha cambiado nada- y el respeto que merece cualquier hombre que se viste de luces. Tan sólo atisbo la congoja y el dolor de los suyos, pero también su orgullo. Un toro ha roto sus sueños pero eso formaba parte de la partida que había decidido jugar con la vida, lo que había dado sentido a su existencia.  

No dedicaré más que mi desprecio infinito a los miserables que se alegran de la muerte de un torero. Victor Barrio era joven, recién casado y tenía toda la vida por delante. La gloria le ha llegado al fin, pero de otra forma. Le ha faltado tiempo para cumplir el sueño de ser figura del toreo, pero su nombre ya está en la historia y es probable que con su muerte preste un servicio más grande a la fiesta a la que tanto amaba. Su joven sacrificio tapará muchas bocas y abrirá nuevos capotes entre una juventud necesitada de modelos de carne y hueso que se juegan la vida por una pasión, por una ilusión, por un sueño.

Brindo por ti Víctor Barrio, torero que ya eres eterno, porque brindar por ti es brindar por la fiesta y por España.

Luis Felipe Utrera-Molina 

4 de julio de 2016

Los Paraguayos. Por José Utrera Molina

In memoriam Aurelio Benítez Duarte

Acaba de fallecer, víctima de un fatal accidente de tráfico D. Aurelio Benítez Duarte.  A pocas personas les sonará este nombre, pero en mí tiene una resonancia tan dramática como fraterna.  Alguien me preguntará quién es este señor y yo le voy a contestar inmediatamente. Era un caballero silencioso y amable, trabajador incansable y leal hasta límites desconocidos. Tenía diez hijos y se encontraba de vacaciones en Paraguay con el billete de regreso a España en su bolsillo. Yo le esperaba, porque desde hacía una larga etapa formaba parte del circulo de los paraguayos que yo trato con el respeto y la devoción que siempre me han suscitado aquellos que desde fuera de España, pronuncian todavía su nombre con fervor.

Repasando la historia, compruebo que los primeros asentamientos religiosos protagonizados por la Compañía de Jesús en Paraguay dieron frutos muy abundantes. El espíritu de la Compañía impregnó profundamente a un pueblo variable y dividido, no sólo por los accidentes fronterizos sino por la complicada estructura interior que poseían.

Siempre me ha sorprendido el acervo moral escandalosamente positivo que tienen los paraguayos a los que he tratado. Son silenciosos, amables y comunicativos cuando hace falta. Quieren a su país y aspiran a que remonte el vuelo y se convierta en una gran nación, pero eso por ahora es casi un sueño imposible.  Los paraguayos saben soñar, algo que aquí posiblemente no comprendamos del todo.  Yo he sido testigo de sus sueños, de sus aspiraciones, de sus afanes, de sus esperanzas y puedo pregonar en alta voz que hay poca gente con la dignidad humana de los paraguayos que yo he conocido.  En mis conversaciones con Aurelio, a menudo se quedaba absorto y mudo. Cuando le apremiaba para que me contestase, me respondía: “es que estoy pensando qué tengo que contestar”. Muchas veces recuerdo haberle dicho que sus silencios eran, para mí, elocuentes y esclarecedores.  

Para ocultar sus esperanzas, olvidaba sus dolores, pero continuaba enhiesto y grave, altivo y generoso y sobre todo dueño de sus silencios y de la estirpe de caballerosidad a la que pertenecía. Es posible que allá en lo alto Aurelio se sorprenda por la conmovida oración que mueve su recuerdo en mí, pero en el alma de mi memoria estará siempre presente quién me desveló el alma de un pueblo que merece un singular destino.

Hace aproximadamente un año, escribí al Presidente de Paraguay para darle cuenta del asombro que yo tenía al comprobar la enorme dignidad del comportamiento que los paraguayos tenían y que se lo notificaba para que tuviera el orgullo de saber con qué gente trabajaba. No he recibido respuesta alguna, quizá porque las altas responsabilidades de gobierno les hacen olvidar la plataforma sentimental que merecen aquellos que han tenido que dejar su patria para poder progresar.  
Vuelvo a insistir, he conocido mucha gente perteneciente a dicha nación, pero jamás pude sospechar el pozo de ternura y sensibilidad que adornaba el alma de sus gentes.  Qué bellos comportamientos, qué afán de superación, qué esperanzas no rotas incluso cuando había que enfrentarse con realidades dolorosas. Desde este pequeño artículo quiero rendir homenaje al pueblo de Paraguay y ofrecerle no solo mi oración por sus aspiraciones, sino mi devoción por su comportamiento.  

Cuando la Compañía de Jesús comenzó su apostolado en aquellas tierras, España no era aún una nación compacta  y consolidada en su destino, pero ya prometía que en el futuro, el mundo se iba a quedar estrecho para sus ilusiones y sus esperanzas.  Ahora, cuando el paso de los siglos ha consolidado tantas cosas, y algunos españoles reniegan de serlo, aflora en las tierras de La Asunción el nombre de España.  Ignoro lo que pensarán sus habitantes pero tengo la certidumbre de los que,  doloridos por la ausencia de su país, trabajan en España por la ilusión de su regreso.  A ellos me uno con una estremecida emoción y quiero que se sepa que no hay fronteras para delimitar el área de nuestra influencia, más bien hay espacios abiertos para que lo ocupen aquellos que sienten en el fondo de sus corazones la admiración por un pueblo admirable.


JOSÉ UTRERA MOLINA

27 de junio de 2016

Alivio cortoplacista, pero alivio.

Mentiría descaradamente si no dijera que anoche  respiré aliviado y no precisé de ningún barbitúrico legal –léase lexatin- para conciliar el sueño. Pese a mi radical desafecto hacia un Partido popular acomplejado y socialdemócrata, plagado de corruptos, incumplidor de promesas, continuador del proyecto de ingeniería social del zapaterismo y cobarde frente a los nacionalismos, no tenía muchas ganas de arder en la pira del Frente Popular, pues, ni soy funcionario, ni tengo el futuro resuelto, ni mi profesión me permite mirar con indiferencia los cataclismos populistas. Lo confieso. No tengo madera de mártir y respiré aliviado tras el triunfo del mal menor y el inesperado fracaso del amenazante frente popular que ya se veía instalado en la Moncloa.

El alivio vino regado además de alegría al saber que Julio Rodríguez, el indigno exmilitar, había sido olímpicamente ignorado por los almerienses como lo fue de los maños hace seis meses. España no paga traidores o, al menos, a este tipejo se le habrá borrado la sonrisa de la cara. Que Maroto y Semper se hayan quedado sin escaño ya fue la guinda que necesitaba para acabar plácidamente en brazos de Morfeo.

Pero soy consciente de que se trata de un alivio cortoplacista, como lo es el miedo que lo ha provocado. A la vista está que no va a ser fácil la formación de gobierno, pero ninguno de los otros partidos –PSOE y Ciudadanos- está legitimado tras su retroceso, a forzar unas terceras elecciones que llevarían al Pp a una mayoría más amplia. Así que muy probablemente veremos a Sánchez o a quien le sustituya, abstenerse para evitar un batacazo mayor.

En todo caso, es hora ya de pensar en España y no en el trasero de cada uno. Ya sé que estamos ante un triunfo de Arriola, pero Rajoy tiene una última oportunidad de liberarse de su nefasta brujería y pasar a la historia por algo más que ser el presidente que vino del miedo.  De optimista que soy caigo siempre en la ingenuidad, pero qué sería de nosotros –Calderón- si no tuviéramos sueños.

Celebro que los más tristes se hayan equivocado con sus negros presagios. Visto lo de anoche, dudo mucho que las huestes podemitas superen algún día este resultado. Era su ocasión de oro y han perdido más de un millón de votos. Si la economía ayuda y de una vez por todas el gobierno se pone a hacer política de altura, pensando en las próximas generaciones, hay lugar para la esperanza.

Yo, desde aquí –anoche deshice el hatillo que tenía preparado por si las moscas- , espero que Dios me de cuerda para seguir escribiendo, como hasta ahora, pensando sólo en España.


LFU

22 de junio de 2016

El regreso del odio. Por José Utrera Molina

Hubo un tiempo en el que llegué a pensar, con evidente ingenuidad, que el odio, esa planta envenenada y corrosiva, criminal y nefasta que tanto sufrimiento había causado a lo largo de la historia de nuestra patria, había desaparecido de los paisajes de España o al menos estaba limitada su influencia y residía en la más absoluta marginalidad.   Lo creí sinceramente y lo proclamé ante el escepticismo de los que se resistían a abandonar las filas de la pesadumbre. Navegamos durante muchos años embarcados en el barco de la utopía, que siempre ha sido el motor de las grandes horas de España, pero la inevitable realidad es que asistimos de nuevo a la resurrección de odios cainitas que han venido a golpear los cimientos de una  concordia que algunos creímos definitiva.

Los que perdimos repentinamente la niñez por la tragedia de la guerra tenemos la obligación moral, ya en el ocaso de la vida, de advertir contra el grave peligro que se esconde tras la proliferación del germen del odio. Derriba todas las fronteras, se convierte en una brillante pieza irracional y se utiliza con manos criminales para dividir lo que está unido, asaltar y destruir lo que se edificó con tanto esfuerzo y borrar de la memoria colectiva la huella de una España hoy irreconocible y que vislumbro en el recuerdo cada día más nítidamente como una patria alegre, ilusionada y, sobre todo, verdaderamente libre. 

Nunca he querido ser profeta de la apocalipsis, pero quedamos pocos testigos de los estragos que el odio causó en nuestra nación y le pido a Dios que nos libre de esta plaga maldita que ha vuelto a reaparecer ante el temor, la irresponsabilidad y el silencio de muchos. El odio se palpa en las pancartas, en el tremolar de banderas amenazantes, en los mítines, en las proclamas radiofónicas, en las tertulias y lo que es peor, circula por las capas más bajas de la sociedad como una especie de antídoto frente a todos los males sociales que aquejan a España.


Personalmente, jamás sucumbí a la tentación de ese horrendo sentimiento, pero conozco su fuerza aniquiladora y lo he mirado siempre con temor y respeto. El día que se abran las puertas para una circulación ambiciosa del odio, España habrá llegado a su fin. Hablar de reconciliación, de fraternidad, de solidaridad, de sonrisas, corazones y entendimiento entre los hombres y al mismo tiempo sembrar la cizaña de un odio rastrero y cobarde, me parece no ya una impostura, sino una verdadera felonía.

 Mi advertencia apenas si encontrará eco en los medios, pero alivia mi conciencia de español dolorido.  Ahora que ha terminado la primavera, no quisiera que el sueño que alimentó mi vida se rompiera para siempre. Apelo a la esperanza y no a los recuerdos que la matan. Acudo a los ejemplos que fortalecen el espíritu y levantan el corazón y pido en un último clamor que las banderas que dividen y amenazan sean definitivamente arriadas si no queremos abocar de nuevo a España a una tragedia inevitable.



JOSÉ UTRERA MOLINA

9 de junio de 2016

Una madrina ejemplar

Bastantes sinsabores nos proporciona el afán diario como para avivar el fuego con mis palabras. Me preguntaba anoche si no estaría dejándome seducir por la tristeza y la desesperanza, las armas preferidas del maligno; si no estaba alimentando odios análogos a los que denuncio; si no empiezo a militar en el batallón de los tristes y cabreados.

Si estamos llamados a ser la luz del mundo, además de denunciar las injusticias, nuestro credo nos obliga a ser testigos de esperanza. Por eso esta mañana me he propuesto dar un giro copernicano a mi discurso para proponer un modelo de persona, un ejemplo de virtudes, un limpio espejo en el que uno puede mirarse y reconciliarse con una humanidad en la que sólo parece ser noticia el odio, la perversión y la amargura.

Siempre he pensado que la sonrisa es un regalo reservado por Dios para los corazones sencillos. Conozco demasiados ilustres sesudos a quienes su continuo discurrir les impide disfrutar de los pequeños detalles de la vida, cuya soberbia e inconformismo les priva de las bondades de la gratitud y cuya ceñuda desconfianza no les permite beber en la alegre fuente de la ingenuidad.  

Mi madrina es la permanente sonrisa luminosa en medio de la adversidad. Mujer de gran belleza y madre de siete hijos, la vida le ha reservado una sucesión inagotable de pruebas de enorme dureza que ha superado con admirable entereza y con la ayuda de un corazón inabarcable. La más dura, la de su hija Anuca, un ángel con síndrome de Down que en su corta vida padeció calvarios sin límite y cuya marcha dejó un hueco imposible de llenar. Y la última, la de mi padrino Juan, aquejado de ese mal que aniquila los recuerdos y te convierte en un ser inerme y menesteroso en manos de una mujer admirable a la que ya no conoce, pero sonríe agradecido cada mañana.

Cuando le preguntas como está, jamás te cuenta sus penas ni sus dolores, nunca la oirás quejarse, y mucho menos hacer repaso de méritos.  ¡Yo divinamente! –te dice-. Tan sólo se compadece de aquellos a los que amorosamente cuida, pero mi madrina Ana parece como esa roca siempre joven a la que Dios tenía reservada una pesada cruz, pero también una fortaleza infinita para cargarla con una sonrisa y enorme señorío.

Tener la suerte de contar con su ejemplo todavía es todo un privilegio y una bendición.  Desde luego, mis padres sabían bien lo que hacían cuando les confiaron el cuidado de mi fe.Dios te lo pagará, querida madrina. No lo dudes.


Luis Felipe Utrera-Molina

7 de junio de 2016

Mañana será tarde


Mucha gente debe hacerse mirar cuál es su actitud ante los episodios de violencia que estamos viviendo en España, si se siente aludida por el célebre poema de Niemöller. Hace unos días, unas bestias independentistasapalearon a dos chicas y arrasaron el puesto en el que defendían el derecho a ver a la selección española en la vía pública. Ayer nos enteramos de la palizaque unos cobardes “antifascistas” propinaron a un hombre que llevaba en la manga de su chaqueta una bandera nacional.

Ni una ni otra noticia ha merecido una portada en los medios de comunicación, aunque el empuje de las redes sociales hace que las noticias se hagan hueco en los periódicos.

Lo que estamos recogiendo no es sino el fruto de la tolerancia suicida de un sistema ante los constantes ataques a España, a sus símbolos, a su identidad como nación y a su unidad. Y corolario lógico de la cobardía de amplias capas de la sociedad, empeñadas en ponerse de perfil y mirar para otro lado mientras todo esto sucede ante sus narices. Y me gustaría equivocarme, pero pronostico que este tipo de situaciones arreciará con el tiempo.

Acostumbro a lucir a diario en mi solapa los colores de la enseña nacional y me entristece contemplar cómo a muchos les llama la atención y lo consideran casi una extravagancia propia de “ultras”, sentimiento que no albergan cuando ven a Obama lucir en su solapa la bandera americana o a Hollande la tricolor.

Los españoles tenemos sobrados motivos de orgullo para convertir en normal el homenaje a nuestra bandera y hacerlo viral. Hasta que no nos sacudamos los complejos impuestos con el paso de los años por una izquierda heredera de lo más rancio de la internacional comunista que sigue reivindicando la bandera de la nefasta II República como símbolo del progreso, asistiremos a episodios de violencia contra los pocos españoles que seguimos luciendo con orgullo nuestra bandera y proclamando ufanos nuestra condición de españoles. Y, algunos se darán cuenta, como en el poema de Niemöller, demasiado tarde.


LFU