Juan Duarte Martín nació en Yunquera (Málaga) el 17 de marzo de 1912 y fue ordenado Diácono en la Catedral de Málaga, el 6 de marzo de 1936.
Su detención ocurrió el 7 de noviembre de 1936, por la delación de alguien que, tras un registro fallido llevado a cabo en su casa, le vio asomarse a una pequeña ventana para respirar aire puro después de varias horas, sin luz ni ventilación, en una pequeña pocilga que le había servido de escondite.
Cuando los milicianos pegaron en la puerta, sólo se encontraban en casa su madre y él, pues de sus hermanas dos habían ido al campo para lavar la ropa y la otra, la más pequeña, Carmen, se encontraba aprendiendo a bordar para confeccionarle la cinta con la que sus padres atarían las manos de Juan en su ordenación sacerdotal.
De su casa le llevaron al calabozo municipal, y de allí, con los otros dos seminaristas, José Merino y Miguel Díaz, sobre las cuatro de la tarde, lo trasladaron a El Burgo, donde quedaron sus dos compañeros, martirizados en la noche del 7 al 8, mientras Juan fue llevado, por la carretera de Ardales, hasta Álora.
En Álora, fue llevado primeramente a una posada y, después, a la Garipola o calabozo municipal, en el que durante varios días fue sometido a torturas sin cuento, con las que pretendían forzarle a blasfemar. Pero él siempre respondía: "¡Viva el Corazón de Jesús!" o "¡Viva Cristo Rey!".
Las torturas y humillaciones a las que fue sometido en la Garipola fueron muy variadas: desde palizas diarias, introducción de cañas bajo las uñas, aplicación de corriente eléctrica en su genitales, (en una ocasión llegó a avisar que el cable se habría debido desconectar de la batería, porque no sentía la corriente) hasta paseos por las calles entre burlas y bofetadas con el mismo objetivo. De cómo se desarrollaban estos paseos hay testimonios de varios familiares y amigos, ya difuntos.
La buena gente de Álora vivió la pasión de Juan Duarte como la de un hijo o hermano muy querido. Fueron muchos los que deseaban que aquel sufrimiento, aquella insoportable muerte lenta acabase de una vez. Algún bienintencionado llegó a hablar con él para convencerle y que cediera en su actitud.
De la Garipola lo llevaron a la cárcel, que entonces se encontraba en la Plaza Baja, hoy Plaza de la Iglesia. Allí se inició el sádico proceso de mortificación, psíquico y físico, que habría de llevarle al fin hasta la muerte.
Empezó este proceso introduciendo en su celda a una muchacha de 16 años, con la misión expresa de seducirle y aparentar luego que la había violado. Como este atropello no dio el resultado apetecido, uno de los milicianos, con la colaboración de otros, se acercó a la cárcel y con una navaja de afeitar le castró y entregó sus testículos a la tal muchacha, que los paseó por el pueblo.
Realizada esta salvaje acción, cuando Juan Duarte recuperó el conocimiento, sólo preguntaba a los demás presos que estaban en la misma celda: "Pero, ¿qué me han hecho, qué me han hecho?".
Como la indignación de mucha gente de Álora aumentaba por días y la actitud de Juan Duarte se hacía más provocadora –pues con serenidad preguntaba a sus verdugos si no se daban cuenta de que lo que le hacían a él se lo estaban haciendo al Señor–, los dirigentes del Comité decidieron acabar con él proporcionándole una muerte horrenda.
Esta muerte se llevó a cabo en la noche del día 15 de noviembre. Lo bajaron al Arroyo Bujía, a kilómetro y medio de la estación de Álora, y allí a unos diez metros del puente de la carretera, lo tumbaron en el suelo y con un machete lo abrieron en canal de abajo a arriba, le llenaron de gasolina el vientre y el estómago y luego le prendieron fuego.
Durante este último tormento, Juan Duarte sólo decía: "Yo os perdono y pido que Dios os perdone... ¡Viva Cristo Rey!".
Las últimas palabras que salieron de su boca con los ojos bien abiertos y mirando al cielo fueron: "¡Ya lo estoy viendo... ya lo estoy viendo!".
Los mismos que intervinieron en su muerte contaron luego en el pueblo que uno de ellos le interpeló: "¿Qué estás viendo tú?". Y acto seguido, le descargó su pistola en la cabeza.
Pocos meses después, el 3 de mayo, su padre, hermanos y otros familiares se presentaron en Álora para exhumar su cuerpo, fácil de encontrar bajo la arena, pues había sido enterrado por unos vecinos a tan poca profundidad que su hermano José, como él mismo contó, con sólo escarbar con sus manos, topó enseguida con sus restos.
Una mujer, que estuvo presente en aquella exhumación y que lo vio todo, refirió que su sangre no aparecía como derramada en su ropa, sino cuajada formando bolas, lo que viene a confirmar que fue, efectivamente, quemado después de abrirle el vientre y el estómago.
Su cadáver fue trasladado al cementerio de Yunquera, donde estuvo hasta su traslado al templo parroquial. Fue Beatificado en Roma el 28 de octubre de 2007.
Fuente: http://beatojuanduarte.blogspot.com.es/
"Mártires por su fe". Jesús Bastante. La Esfera de los libros, 2010.
"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO
30 de junio de 2017
22 de junio de 2017
15 de junio de 2017
50 años del realojo de once familias en la calle Teodosio 101 de Sevilla
Hace 50 años, un gobernador civil, José Utrera Molina logró el realojo de once familias sevillanas desahuciadas tras pasar la noche con ellas.
Recién llegado de viaje fue informado de que once familias habían sido desahuciadas en la calle Teodosio de Sevilla y sus muebles y enseres puestos en la calle por orden judicial. A las 10 de la noche se trasladó allí y consiguió que el Presidente de la Audiencia Territorial accediese a reabrir los hogares para que pudiesen dormir en sus casas hasta que pudieron ser realojadas en viviendas de nueva construcción.
Rescato de su archivo esta curiosa fotografía correspondiente a la madrugada del 23 de mayo de 1967.
Esa es la verdadera Memoria histórica de Andalucía.
A este gobernador, el ayuntamiento de Sevilla le ha quitado por unanimidad una calle. Eso es ingratitud.
6 de junio de 2017
Lucero para Pepe Utrera. Por Antonio Burgos
Lucero para Pepe Utrera
Antonio
Burgos
23 abril 2017 (Diario ABC)
Murió cara al sol, mirando al mar de su
Málaga natal, soñando en una España mejor a sus 91 años. Murió sin cambiar de
bandera, por muchos cargos que le hubieren ofrecido en esta España chaquetera
que se muda de ideología más que de camisa. La suya siguió siempre siendo azul
mahón, bordada en rojo ayer con cinco flechas como cinco rosas en memoria de
los camaradas caídos, como Julio Herce Perelló, fundador de Falange en la
Universidad de Sevilla. Era un caballero a carta cabal. Un hombre íntegro en
aquella España desarrollista del Seiscientos, el apartamento en Benidorm y la
protocorrupción de Matesa. Fue administrador honradísimo hasta del último
céntimo del dinero público que manejó como gobernador o ministro. Y al final de
sus días, le puso a su España de primaveras rientes el nombre de Sevilla, de la
nostalgia de una ciudad donde fue joven padre, enamorado y feliz. Me honraba
con sus llamadas de teléfono, desde Madrid o Nerja. Y una de las últimas veces
que hablamos, me confesó con su emoción de poeta lo que podía haber sido un
título de Romero Murube, que también fue, como servidor, su oponente cuando
estaba en el poder, en todo el poder del Régimen en la ciudad:
-- Cuando esté el borde de la muerte, mis
últimos pensamientos y mis últimas palabras serán para Sevilla.
Sevilla en los labios. La que llevaba en
el corazón desde que la sirvió como gobernador en años más que difíciles, los
del hambre y los corrales; la castigada por el Tamarguillo, "chiquito pero
matón", en la riada de noviembre de 1961. Estoy hablando del excelentísimo
señor don José Utrera Molina; que en Sevilla se escribía así, pero se
pronunciaba "Pepe Utrera". Hay, por cierto, una errata en su esquela
de ayer en el ABC. Pone: "Subió al cielo en Nerja". No subió al
cielo. Pepe Utrera, como buen falangista, se fue al lucero que Dios le tenía
reservado, como en su himno. Para que desde allí siga haciendo guardia por
España, que falta nos hace. Desde ese lucero, generoso como siempre, en
servicio como toda su vida, habrá perdonado a los que hicieron que se
desbordara contra él un Tamarguillo de odio, de revancha, de resentimiento,
quitándole todos los recuerdos de Sevilla agradecida, incluso con el cobarde
voto favorable del PP, que me consta tanto le dolió. Los revanchistas le habrán
quitado todos los honores ciudadanos, pero el que nunca le podrán arrebatar es
el honor de español, de andaluz, de malagueño, de sevillano, de patriota.
Triste España, lamentable Sevilla donde quisieron borrar de la Historia el
nombre de Pepe Utrera precisamente aquellos a los que como gobernador les dio
un piso en el Polígono o en tantas nuevas barriadas. Indigna que la venganza
contra Utrera la tomaran los hijos y nietos de sus beneficiarios, los 125.000
sevillanos (una quinta parte de la población de 1961) afectados por una riada
del Tamarguillo que hizo que se perdieran 30.176 hogares y quedaran afectados
1.128 edificios. Con toda justicia, su hijo Luis Felipe le ha escrito:
"Para ti, el poder era sólo la oportunidad para hacer posible los sueños
de muchos. Muchos recuerdan aún las noches en vela que pasaste con los
afectados por las inundaciones de Sevilla que se quedaron sin hogar hasta que
desde los despachos de Madrid se dieron cuenta que no ibas a cejar en tu
empeño. Podrán quitar tu nombre de las calles pero jamás la gratitud de tantos
miles de familias a las que procuraste una vivienda digna, escuelas para sus
hijos, y tantas y tantas cosas que no cabrían en un libro." Como no cabría
en un libro que no le tembló la mano al suspender una corrida de toros para no engañar
al público. O no cabría su amistad con Pepe Luis Vázquez. Pero sí quiero que
quepan sus versos de poeta, dignos del estudio de Mainer, "Falange y
Literatura". Me distinguió con el dedicado ejemplar 42 de la edición no
venal de las 200 copias de sus "14 sonetos" (1997). Hasta tu lucero,
querido Pepe Utrera, te mando como epitafio desde la Sevilla de tus sueños y tu
servicio este terceto tuyo que te retrata: "Quisimos para el pueblo un
nuevo día,/soñamos con las luces de la aurora,/pero la noche es negra
todavía".
31 de mayo de 2017
Don José Utrera Molina. Por Juan Manuel de Prada
Don José Utrera Molina
Juan MANUEL
de prada
23 abril 2017 (Diario ABC)
A don José Utrera Molina lo conocí
por mediación de su entrañable amigo, el maestro Manuel Alcántara, hace ya casi
veinte años. Era don José por entonces un hombre que se adentraba con gallardía
en los arrabales de la vejez, lleno de dolor de España y de un temple bondadoso
y estoico que lo ayudaba a sobrellevar las muchas vilezas que ya por entonces
empezaba a padecer. Don José era un auténtico caballero cristiano, según lo
explicase García Morente: paladín de las causas perdidas, magnánimo ante la
mezquindad, altivo ante el servilismo, más pálpito que cálculo y con esa
impaciencia de eternidad que caracteriza al hombre sinceramente religioso. El
maestro Alcántara me lo había definido como su “amigo más leal”; y, en efecto,
según pude comprobar luego, las lealtades de don José eran acérrimas e
inamovibles.
Don José Utrera Molina
me llamaba de vez en cuando para felicitarme por algún artículo; y también, por
cierto, para reprocharme algún otro en el que no me mostraba benévolo con
ciertos aspectos del franquismo. Especialmente cariñoso se mostró conmigo
cuando elogié su figura, frente a una panda de miserables con mando en plaza
que lo despojaron del título de Hijo Predilecto de Málaga. ¡Al hombre que había
dado todo su amor a Málaga, que la había dotado de residencias de ancianos, de
cientos de viviendas sociales, de una universidad laboral, para que los hijos
de los pobres pudieran formarse y llevar mejor vida que sus padres! En el
calvario padecido por Utrera Molina en sus postrimerías se compendia el sórdido
y cobarde cainismo de esta España que siempre está con el que manda, que se
acuesta servilmente franquista y se levanta furibundamente antifranquista.
Utrera Molina cometió el delito de seguir siendo lealmente lo que siempre había
sido, sin chaqueterismo ni componendas. ¡Y mira que le habría resultado fácil
camuflarse! Le hubiese bastado con cerdear un poco, como hicieron tantos
franquistas que quería seguir viviendo como sultanes y experimentaron una
fulminante conversión, como si les hubiese aparecido de repente la Señora
Democracia, como la Virgen se apareció en Fátima. Todos estos demócratas
sobrevenidos que nos han estado dando lecciones (algún día habrá que señalarlos
con el dedo) solo querían seguir mamando de la teta; y, para lograrlo, permitieron
que el odio volviera a enviscar a los españoles. Y ese odio, inevitablemente,
fue cobrando espesor hasta lanzar sus zarpazos contra quienes no habían
cerceado, contra hombres tan nobles y abnegados como don José Utrera Molina.
Pero, como nos enseñaba Cernuda, los insultos de los viles son “formas amargas
del elogio”.
Hace apenas un par de
días preguntaba por don José a su nieto Rodrigo, que me confesaba con pesar que
estaba bastante delicado de salud. En la reedición de Sin cambiar de bandera,
las memorias de Utrera Molina, se incluía una carta de su nieto Rodrigo llena
de verdad y emoción en la que puede leerse: “Tú guiabas cuando otros solo
seguían, por eso intentaron marginarte en el pretérito, exiliarte en el
presente y desahuciarte el futuro. Tu lealtad te supuso conocer el sabor de la
traición, pero fue exactamente eso lo que dio tanta importancia a tu fidelidad…
Es el motivo por el que mi voz, cuando hablo de ti con mis amigos, denota
orgullo de ser tu nieto. Orgullo y gratitud”. Yo también puedo decir hoy, con
orgullo y gratitud, que me honro de haber sido amigo de un hombre bueno como
don José Utrera Molina, que ya no tendrá que seguir escuchando las palinodias
sonrojantes de los chaqueteros, ni las invectivas sangrientas de los caínes que
amargaron su vejez. Descanse en paz, querido don José.
25 de mayo de 2017
Es más fuerte nuestro amor que vuestro odio.
Mi padre solía decir que el odio era una pasión aniquiladora
de las almas a las que atrapaba, una triste forma de autodestrucción
involuntaria que responde a los instintos más primarios del ser humano.
Nos
alertó siempre contra sus perniciosos efectos y nos enseñó a combatir el odio
con amor, y a la mentira con la verdad.
No deja de ser un timbre de honor ser objetivo de quienes
representan la ideología más criminal y totalitaria que ha conocido la historia,
con más de cien millones de muertos sobre sus espaldas. Hay que reconocer que en
algo parecen haber mejorado con los años, pues hace ochenta años yo no viviría
para escribir esto. Y escribo “parecen” porque allí donde tienen el poder, como
en Venezuela, han resucitado las siniestras checas y han terminado por secuestrar
y asesinar la libertad de toda una nación.
Resulta tan patético como insólito –creo que es la primera
vez en la historia- el intento de socialistas y comunistas de criminalizar el
último adiós a mi padre por el mero hecho de que se le despidiese como lo que
siempre fue, hasta el final: falangista. Acaso a alguno le remuerda la
conciencia haber cambiado tanto de camisa que no soporte contemplar el
honorable adiós a un hombre que supo morir sin cambiar de bandera. Por eso cada uno de nosotros quisimos poner sobre su pecho esas cinco rosas que marcaron toda su existencia, por eso le vestimos con su camisa azul y su bandera, nuestra bandera -esa de la que reniegan quienes ahora nos denuncian- fue su último sudario.
Cuestiones jurídicas al margen –no sólo demuestran un total
desconocimiento del Código penal y de la Constitución sino también del propio
engendro de ley memorialista que han aprobado- lo último que un hombre cabal
haría sería dejar a sus invitados a merced de los buitres carroñeros. Quienes
quisieron despedir a mi padre vistiendo su camisa azul y entonando las bellas
estrofas del cara al sol, no sólo le honraron a él, sino también a todos
nosotros y también a los muchos miles de españoles que vieron en él un limpio ejemplo
de conducta y de servicio a los demás.
En un día lejano del año 1972, en pleno régimen franquista,
fue enterrado con la bandera anarquista de la Confederación Nacional del
Trabajo (CNT) Melchor Rodríguez en el cementerio de San Justo. Junto a algunos cargos
públicos y ex ministros de Franco, sus camaradas anarquistas comenzaron a
cantar: "Negras tormentas agitan a
los aires", las primeras estrofas de 'A las barricadas'. La Policía
Armada y las autoridades escucharon el himno anarquista hasta el final en
riguroso silencio como muestra de respeto. Eran caballeros.
Hoy, en pleno régimen “de libertades”, los que no pueden
ocultar su espíritu totalitario y liberticida nos denuncian por dar a nuestro
padre la despedida que él siempre quiso y nos dejó escrito en su preciosa carta
de despedida:
“Quiero ser enterrado con mi
camisa azul. No es un gesto romántico sino la postrera confirmación de que
muero fiel al ideal que ha llenado mi vida. (…) “Quiero pedir perdón a cuantos
ofendí en mi vida y reiterar mi creencia en Cristo y mi fe en España, cuya
bandera ha de ser mi sudario”.
Ellos no lo saben, papá, pero nuestro amor es mucho más
fuerte que su odio. Tú has cumplido tu promesa, con honor y con ventura. Y nosotros
no nos vamos a esconder, pero no responderemos con odio, sino con amor y con firmeza, con el
inmenso orgullo de llevar tu apellido, cumpliendo hasta el final el cuarto mandamiento y con la cabeza bien alta frente a la vileza
y a la cobardía.
Tu hijo Luis Felipe
23 de mayo de 2017
A mi abuelo Pepe. Por Ana Utrera-Molina Guerra
Todo empezó el primer día del año, un trágico, oscuro día
después de la celebración de un nuevo año, una nueva etapa.
Recuerdo ese día con plenitud, cómo no, es ese día tan
especial que tienes la oportunidad de ser una nueva persona, una mejor persona.
Estaba recostada en el sofá, con mis padres al lado. Ya
era mediodía cuando le pusieron un mensaje a mi padre. Yo aún no lo sabía, pero
mi vida estaba a punto de cambiar.
En el instante que mi padre leyó ese mensaje su rostro cambió,
yo estaba preocupada por él, y no dude en preguntarle que le estaba pasando. Al
informarnos, mi padre soltó unos sollozos; mi abuelo había tenido un infarto, y
estaba en estado crítico. Yo, muy ingenua, fui a animarle creyendo que la gente
solo muere en las películas, ya que no me hacía a la idea que él se pudiera ir.
No paraba de repetirle que todo saldría bien, que él era mi abuelo, y que él no
se iría. Puede que yo ya tuviera la suficiente consciencia para saber lo que
podía pasar, pero a pesar de eso no me lo quería imaginar, prefería imaginarme
que mi abuelo era inmortal.
Estuve todos los días rezando por él, suplicando que se
pusiera bien, y a pesar de que las circunstancias fueran difíciles, yo creía en
él, yo creía en que se iba a recuperar. Tengo memoria de algunos días hablando con mi prima por
teléfono, estábamos preocupadas, tristes, porque no queríamos que le pasara
nada al abuelo. Quince días después sucedió un milagro. ¡Mi abuelo se estaba
recuperando! Aunque para ser sinceros, yo ya lo sabía, sabía que no me iba a dejar
sola, al menos no todavía.
Poco, a poco todo fue volviendo a ser como antes, o casi
todo. Mi abuelo, volvió a mi casa con mi abuela, que le esperaba con ansia. Yo no pude ver a mi abuelo hasta que fue la boda de mi
primo, ya que él vivía en Madrid, al igual que el resto de mi familia.
La boda de mi primo fue la primera vez, después del
infarto, que mi abuelo pasaba una jornada tan larga fuera de su casa. Todos
creíamos que se iba a agotar enseguida debido a su débil estado de fuerza y ánimo.
Sin embargo nos sorprendió a todos, como siempre. Hizo un discurso al terminar la misa, y pasó mucho tiempo
ensayándolo. Estaba muy nervioso, muchos días nos decía que no podía, pero
cuando llegó la hora de subirse al púlpito
no cogió el papel, ni dijo el discurso que tanto había preparado, subió
allí, y lo improvisó, dijo un discurso de lo más sincero, y lo más importante,
desde su corazón.
Todos nos quedamos atónitos, ya que por su estado de
salud era algo increíble lo que había hecho. Siempre admiré su facilidad para
expresarse, pero lo que había hecho ese día, sinceramente, no tenía palabras.
Semana Santa
siempre ha sido una fecha que al igual que a mí, a mi abuelo y a mi
padre les encantaban. Cada año voy a ver las procesiones, lo que me hace emocionarme
de lo bellas que son las esculturas, y de los pasos tan bien elaborados que
hacen. A mi abuelo le encantaban, pero debido a su avanzada edad, no podía
meterse en las procesiones, ya que hay mucho escándalo, y mucha “bulla”. Pero
no se perdía ni una por la televisión, siempre que le miraba, los ojos le
brillaban al ver las cofradías de la virgen, etc… Me acuerdo que siempre nos
llamaba a todos y nos decía que nos sentáramos para que las viéramos con él.
Al abuelo, aparte de encantarle todo lo relacionado con
la Semana Santa, le encantaba los toros. Yo no compartí la pasión con él hasta
que me llevaron a mi primera corrida de toros, y allí entendí porque le gustaba
tanto a mi abuelo, era algo asombroso.
Para mí ese día no fue importante solo porque fuera la
primera vez que veía una corrida de toros, fue importante porque fue la primera
vez, y por desgracia la última, que fui con mi abuelo. Ese día me lo pase
fenomenal, y aunque no me senté al lado de mi abuelo, porque teníamos
diferentes sitios, pude disfrutar de como disfrutaba él, y sencillamente, me
encantó.
Esta Semana Santa noté como mi abuelo no estaba igual que
siempre, estaba diferente, en muchos aspectos. Le costaba respirar, y cada vez
tenía que esforzarse más para andar. Ya nada era lo mismo. A cada minuto se
dormía, yo creía que era por los medicamentos, o simplemente porque tenía
sueño, y yo con mi ingenuidad le seguía diciendo a mi padre que todo iba a
salir bien, pero esta vez no fue así. Mi abuelo se fue al hospital, yo aún no
me había enterado de la gravedad del asunto, hasta que mis padres me lo
contaron. Me dijeron que no creían que el abuelo se pusiera mejor.
Estábamos en la Península y nuestro avión partía el día
siguiente, mi madre y yo íbamos a partir rumbo a Canarias, y mi padre se
quedaría allí, acompañando a mi abuelo. Yo insistía en querer quedarme, pero
debido que tenía colegio, me tuve que ir. Mi padre estuvo aproximadamente una
semana allí, toda las noches nos llamaba y nos
decía que tal iba todo. A mitad de semana parecía que se estaba recuperando, yo
estaba muy contenta, parecía que todo iba bien, pero el sábado de esa misma
semana me desperté, y mi madre me dijo que mi abuelo se había muerto. En el
momento que me lo dijo mi mundo se desmoronó, yo no sabía cómo reaccionar,
estuve segundos sin hablar, paralizada, con la noticia que creía que nunca me iba
a llegar. Pasado un minuto empecé a llorar, a llorar, nunca había tenido esa
sensación de dolor en el corazón, es ese tipo de dolor cuando sabes que alguien
te falta en tu vida, y no le podrás volver a recuperar.
Siempre había creído que cuando alguien que aprecias y
quieres de verdad muere, solo lloras porque le añoras, pero ahora que me ha
pasado a mi es más que eso, una sensación indescriptible, que a menos que la
pases no la entenderás. A partir del día que murió, ya no he vuelto a ser
igual, sé que está con Dios, y sé que siempre estará acompañándome en mis
mejores y en mis peores momentos, pero esa sensación tan reconfortante de
llegar a Madrid y darle un fuerte abrazo, contarle todo lo que me está pasando,
desapareció. Cada día siento un hueco que se agranda más en mi corazón, pero sé
que el tiempo lo curará, y aunque pasen muchos años nunca me olvidaré de mi
abuelo.
Pepe Utrera Molina ha hecho grandes cosas por España,
de lo que me siento gratamente orgullosa, y aún me siento más afortunada de
poder llamarle abuelo.
Finalmente mi abuelo era una persona muy previsora, ya
que él escribía poesías, y hay una que destaca sobre todas, es la que hizo a mi
abuela para cuando muriera, empieza así:
Si de la muerte
regresar pudiera,
volvería a decirte
que te quiero,
cuídame amor el
cedro y el romero,
y guárdame una rosa
en primavera.
Te quiero
muchísimo abuelo. Este escrito va dedicado para ti.
Tu nieta, ANA UTRERA-MOLINA
22 de mayo de 2017
Carta abierta a Rosa Aguilar
Ante la publicación de la noticia por el periódico el País de que la Guardia civil investiga el entierro de don José Utrera Molina a instancia de esta consejería por infracción del artículo 32 de la Ley de Memoria Democrática de la Junta de Andalucía; me siento en la obligación de hacer las siguientes precisiones.
Yo organice el entierro y el funeral de mi padre.
Yo me responsabilizo de poner a mi Padre su camisa azul y las cinco flechas en homenaje a él y a todos los que como el trabajaron con dignidad por una España unida, grande y libre.
Yo me responsabilizo de pedir en la parroquia de Nerja un funeral católico para rezar por su alma.
Yo me responsabilizo de convocar a familiares, amigos y camaradas con o sin camisa azul a despedirlo como hacemos los cristianos y los falangistas con nuestros seres queridos.
Yo me responsabilizo de que se cantara el Cara al Sol y de que se le saludara con el saludo tradicional de la falange.
En definitiva yo me responsabilizo de homenajear a mi padre y todo lo que él representa, yo me responsabilizo de homenajear a Francisco Franco y a José Antonio Primo de Rivera y a todos los que dieron su vida por una España nueva y socialmente justa.
Y por supuesto manifiesto mi intención de seguir haciéndolo y de defender a los que lo hagan.
Atentamente
José Antonio, Margarita, María del Mar, María del Rocío, María de los Reyes, María Victoria, Luis Felipe y César Utrera-Molina Gómez
19 de mayo de 2017
"La Lealtad de Pepe Utrera". Por Alberto Ruiz-Gallardón
LA LEALTAD DE PEPE
UTRERA
ALBERTO
RUIZ-GALLARDÓN
23 abril 2017 (Diario ABC)
Me hubiera gustado escribir estas líneas contando únicamente las
excepcionales cualidades humanas de Pepe Utrera, un hombre machadianamente bueno
y cuyo desprendimiento y caballerosidad no ha podido desmentir nadie que le
haya conocido.
Me hubiera gustado compartir con el lector de ABC –esta casa que en su
liberalidad siempre le dio voz pese a discrepar de sus ideas– quien fue esa
persona a quien Juan Manuel de Prada definió como honrado a machamartillo, de
una gallardía estoica y una bondad aquietada por la sabiduría. Caballero
humanismo, compasivo ante la desgracia ajena, dotado de una fina sensibilidad,
hondamente religioso y leal a sus convicciones”.
Me hubiera gustado relatar tantos diálogos con él, en su casa de Nerja,
desde que me recibió como un hijo. Contar nuestra emoción cuando nos leía los
sonetos que dedicaba a sus hijos, y, sobre todo a Margarita, su mujer “cuando
calle mi voz… mis rosas te dirán que te he querido” que ahora habrá de esperar
la imposible promesa de Pepe: “Si de la muerte regresar pudiera, volvería a
decirte que te quiero…”.
Pero creo que sería una grave
injusticia despachar su trayectoria política con el juicio displicente que en
España se ha dedicado a quiénes hasta el final de su vida no han querido
traicionar sus lealtades. La lealtad es la distancia más corta entre dos
corazones, nos enseñó Ortega. Pepe Utrera fue, siempre, leal a España y a sus
convicciones.
Para juzgar a un político hay que
conocer sus circunstancias particulares. Las de Utrera Molina fueron
difíciles desde la infancia. Procedente de una familia modesta vio a los nueve
años como esta se dividía y sufría a
manos de los dos bandos de la guerra. Padeció, pues las consecuencias de
una contienda en la que no participó. Dejó escrito que, al abrazar
después el programa de José Antonio Primo de Rivera, lo hizo sin albergar
deseos de revancha, toda vez que esta hubiera tenido que repartirse entre unos
y otros.
A partir de ese momento –el de su ingreso en el Frente de Juventudes- su
trayectoria es conocida. Entre otras cosas porque el se encargó de hacerla
transparente, pero también porque tuvo una fuerte presencia pública que no pasó desapercibida allí donde desempeñó
sus responsabilidades. Tres nombres de la geografía española marcan sus pasos
iniciales: Ciudad Real, Burgos y de modo singular, Sevilla, provincias donde
será gobernador civil, y en las que despliega una actividad desbordante. En la
época en que se desenvuelve (década de
los sesenta) debe hacer frente a las inmensas desigualdades que el
desarrollismo trae consigo, pero ese reto no hace sino estimular su ya
arraigado sentido de la justicia y solidaridad. Personas de creencias opuestas a
las suyas dan fe de su trabajo incansable para dignificar la vida de barrios
enteros, donde todo estaba por hacer. “La mejor universidad es una vivienda”,
solía decir a sus colaboradores. Y en coherencia con esa afirmación promovió
miles de ellas. Su despacho permanecía abierto para escuchar los problemas de
todo aquel que acudiera a buscar ayuda.
Su gestión ministerial, desplegada en dos tiempos y sendas carteras, no le
reportó la misma satisfacción. Durante seis meses fue ministro de Vivienda,
Ministro General del Movimiento, ya con Arias Navarro, cuatrocientos días. Si
en un caso le faltó tiempo para aplicar la política de vivienda que le había
dado nombre, en el otro se enfrentó a la amargura de la soledad en su defensa
de no alterar los principios fundacionales del régimen. Sin embargo, no se
llamaba a engaño. La peculiaridad de su figura radica en que teniendo plena
conciencia de la dificultad de su propósito no quiso renunciar en ningún
momento a sus ideas. Su cese en marzo de 1975 representó para él un alivio. No
en vano, su mujer, Margarita, había acogido la noticia de su nombramiento en
diciembre de 1973 con una reacción premonitoria: se echó a llorar y le anunció
que sería desgraciado en el cargo.
“El mundo que viví se ha desvanecido como un espejismo” constató. Y aunque aparentaba ser un hombre herido, su
desencanto con los nuevos tiempos nunca obedeció a razones personales. Su
preocupación era sincera. Aunque le dolió España hasta el último día no
convirtió su dolor en hostilidad o amargura, lo cual no le privaba tampoco de
hacer oír su protesta cuando lo consideraba oportuno. Su rica vida intelectual
y familiar, de la que he tenido la fortuna
de ser testigo y participe, pero también su propio sentido del saber
estar, le pusieron a salvo de esos fantasmas. Se trataba además de una limpieza
de corazón que era una auténtica seña de identidad. Porque en su caso el apego
a unos principios no se transformó jamás
en rencor hacia el adversario. “Nunca
viví estrangulado por la intolerancia” confesaba.
Se puede disentir de sus opiniones y de la interpretación del tiempo
histórico que le tocó protagonizar. Pero su personalidad resultó enormemente
atractiva e inspiró respeto en gentes de muy distinta condición. Pongo como
ejemplo a mi propio padre que, por haber estado encarcelado en 1956, por
defender la causa monárquica, no tenía motivos de cercanía al franquismo y que,
sin embargo tuvo siempre una inmensa admiración por Utrera Molina que después se convirtió en amistad. Observar
la admiración de mis hijos por sus dos abuelos, de ideas políticas bien
diferentes, ha sido para mi la constatación
del triunfo de la tolerancia en España por la que lucharon
incansablemente los dos.
Pepe Utrera era profundamente católico y esperaba la existencia de una vida
venidera, o como él decía “una mansión eterna”. Que en ella descanse y tenga
paz. Pese a las amarguras de la política, se ha ido con serenidad y con mucho
amor. Y como a todo aquel que ha tenido un por qué para vivir, no le pudieron
vencer los que sólo tienen un cómo.
5 de mayo de 2017
José Utrera Molina. Su última entrevista
Dios quiso que la última entrevista que mi padre concediese en vida fuera precisamente a una de sus nietas, Paloma Utrera-Molina, con ocasión de un trabajo que debía hacer para la asignatura de Lengua y Literatura en el Colegio. La entrevista, días antes de partir a la casa del padre, es la respuesta de un abuelo a su nieta de 15 años, pero contiene algunas frases que quedan para el recuerdo.
“Un político debe
siempre acercarse a lo cierto, a la verdad, y sacrificarse por ella”
Don José Utrera Molina fue un
político muy importante durante la época en la que el General Franco gobernó
España. Empezó su carrera como Jefe de
Centuria del Frente de Juventudes y terminó como Ministro del gobierno acompañando al general en cada paso
que este daba en sus últimos años.
Está casado con Margarita Gómez Blanco y tiene ocho hijos.
El día 22 de marzo de 2017, tuve
una conversación con José Utrera Molina en la que me habló brevemente sobre su
vida y me contó algunas de sus anécdotas.
ENTREVISTA:
-Paloma U-M: ¿Qué estudió y
en qué universidad lo hizo?
-Utrera Molina: Me licencié
en Derecho por la universidad de Granada. Al mismo tiempo, obtuve el título de Graduado social.
- Paloma U-M: ¿Cómo y cuándo
conoció a Franco?
-Utrera Molina: Lo conocí
por primera vez estando yo en Ciudad Real, como gobernador civil. Él fue a las
minas de Puertollano y allí le recibimos clamorosamente. Franco advirtió no
obstante que había cierta situación de malestar y le dije: “No mi general, la
gente le quiere, le aplaude y está con su excelencia.”, a lo que él respondió: “Me alegro mucho de que
usted piense así” y yo le volví a responder: “Yo pienso así, porque creo que el
mejor hombre de Estado que ha tenido España es vuestra excelencia. Y no se lo
digo como una especie de cortesía, lo digo porque me parece que es lo cierto. Y es que un político debe siempre acercarse a lo cierto, servir a la verdad y
sacrificarse por ella.”
-Paloma U-M: ¿Cómo consiguió
llegar a ser ministro?
-Utrera- Molina: Yo hice una
labor importante en el ministerio de trabajo como Subsecretario y además era el
representante de España ante la Organización Internacional del Trabajo. Mi
labor en Ciudad Real, Burgos y Sevilla y supongo que a algunos otros méritos debieron
hacer que Franco se fijara en mí. La verdad es que Franco tuvo siempre conmigo
una gran confianza y cariño, porque cuando yo me despedí de él, las lágrimas le
brotaron de los ojos y le dije: “Mi general, quiero que sepa que mi lealtad
durará hasta la muerte y que ojalá la suya no sea tan próxima que pueda verla
yo, porque quiero para España lo mejor y lo mejor es su excelencia.”
-Paloma U-M: ¿Cómo conoció a
su mujer?
-Utrera- Molina: La conocí
porque era la chica más guapa de España. Yo iba detrás de ella y no me hacía
caso, hasta que ya una amiga de ambos nos presentó en la calle Liborio García y
desde entonces estuve rondándola por su casa y hablando con sus allegados hasta
que al final nos hicimos novios. Un noviazgo que en la sociedad actual no se
entiende pero que en aquel entonces era realmente maravilloso. Escogí una mujer
entera y firme, fiel y abnegada, dinámica en sus exposiciones, capaz de abarcar
con su actitud y bondad los espacios más difíciles de la vida.
-Paloma U-M:¿Cómo logró
compaginar su vida profesional con la familiar?:
-Utrera-Molina: Siempre
procuré no desentenderme con las necesidades de mi familia, además contaba con
una ayudante extraordinaria que era mi mujer. Ella lo hizo todo. Yo en política
hice lo que pude, pero ella en el seno familiar fue una verdadera maravilla.
-Paloma U-M: De todos sus
destinos, ¿cuál fue su preferido?
-Utrera- Molina: Mi favorito
fue el Ministerio de Vivienda, a pesar de que duré muy poco porque dejé el
puesto como consecuencia del asesinato de Carrero Blanco.
-Paloma U-M: ¿Mantuvo una
buena relación de amistad con Franco o solo fue profesional?
-Utrera-Molina: Mi relación
con él fue extraordinaria, realmente yo le tenía un gran afecto y él me correspondía
de una manera total y abierta. En una ocasión le dijo a su ayudante: “Utrera es
un valiente”, cosa que me llenó de orgullo porque él podría decir cualquier
cosa: que era sabio o responsable pero que dijese eso de mí el hombre más valiente
que ha tenido el ejército español, era distinto y muy valorable.
-Paloma U-M: ¿En algún
momento se replanteó dejar el cargo por lo que suponía para sus hijos?
-Utrera- Molina: Yo estaba a
las órdenes de otros y a disposición de mi patria. Yo no me planteé nada más
que ofrecer mis servicios a España, que era en
definitiva lo más importante que yo tenía que hacer.
-Paloma U-M: Tras la muerte
de Franco, ¿mantuvo su cargo político o se dedicó a otra profesión?
-Utrera-Molina: Yo me
dediqué a mi profesión como abogado ya que era colegiado por Madrid.
-Paloma U-M:¿Cuáles fueron
los motivos del abandono de su puesto?
-Utrera- Molina: Yo no lo
abandoné sino que los que estaban por encima de mí decidieron que tenían que
elegir a otro. Además yo era muy leal al sistema y otros no lo eran, entonces
la lucha entre unos y otros terminó con que prescindieran de mí como ministro
pero yo fui consejero nacional hasta el final de la legislatura.
-Paloma U-M: ¿En algún
momento pensó que podría llegar a ejercer esta carrera?
-Utrera-Molina: La verdad es
que no lo sé, porque yo lo único que quería era cumplir con mi deber con lo que
tenía delante y seguir mis responsabilidades por el respeto que tenía a mis
colaboradores, que por cierto fueron extraordinarios. La mayoría, si no todos,
están muertos ya, pero les recuerdo con gran
fervor porque eran una gente estupenda.
22 de abril de 2017
En la muerte de mi padre, José Utrera Molina
A mi padre, José Utrera Molina
Te has marchado en primavera. No podía ser de otra manera. Te has ido como soñaste: cara al sol, mirando al mar y sin cambiar de bandera. Has subido al cielo rodeado del cariño de todos tus hijos y de tu querida Lali, nuestra querida madre, tu novia eterna.
Nosotros te lo debemos todo. Nos diste la vida, nos transmitiste la fe y un amor apasionado a España. Pero sobre todo un ejemplo de honradez, de caballerosidad y de limpieza que constituye el mayor patrimonio de los que con tanto orgullo llevamos tu sangre y tu apellido.
Llegaste a la política para servir y empeñaste tu corazón, tu tiempo y tu energía en ayudar a los que más lo necesitaban. Jamás miraste el color de los demás y nos enseñaste que no hay que mirar el color de la bandera sino la medida del corazón.
Para ti, el poder era solo la oportunidad para hacer posible los sueños de muchos. Muchos recuerdan aún las noches en vela que pasaste con los afectados por las inundaciones de Sevilla que se quedaron sin hogar hasta que desde los despachos de Madrid se dieron cuenta que no ibas a cejar en tu empeño. Podrán quitar tu nombre de las calles pero jamás la gratitud de tantos miles de familias a las que procuraste una vivienda digna, escuelas para sus hijos, y tantas y tantas cosas que no cabrían en un libro.
Tú no lo sabías pero fuiste, sin duda, el mejor de todos. Siempre apreciaste más el abrazo de los humildes que la palmada del poderoso. Porque tú siempre ejerciste la virtud de la humildad hasta el último día. Ahí residía tu verdadera grandeza.
No hay espejo mas limpio en el que poder mirarnos cada día para ser mejores . No he conocido jamás a ningún hombre tan bueno, tan leal, tan cariñoso, tan comprensivo como tú. Tan caballero y tan cristiano. Hoy te hemos puesto tu camisa azul y tus flechas para que ocupes el puesto que te corresponde sobre los luceros. Sobre tu cuerpo, tu bandera, la que juraste un día defender y has honrado hasta el último día de tu vida limpia y ejemplar. España está en deuda contigo.
Dios ha querido que estos últimos días te hayamos acompañado en el final tus ocho hijos con Mamá. Todos unidos como siempre quisiste. Una familia que siempre te querrá y para la que siempre serás referente y amalgama de su unidad y fortaleza.
Gracias por todo y hasta siempre, querido papá. Para mi jamás habrá otro referente mejor ni más completo. Pídele a la Virgen de la Esperanza y a ese Cristo de la buena muerte que te han acompañado en tu último día entre nosotros, que nos bendiga a todos y sobre todo, a tu querida España.
Tu hijo que tanto te quiere y admira, en nombre de toda tu gran familia que jamás te olvidará.
Luis Felipe
3 de marzo de 2017
Torcuato Fernández Miranda, camisa azul o camisa blanca.
Hace unos días, leía en ABC un
artículo sobre Torcuato Fernández Miranda en el que uno de sus hijos destacaba
el hecho de que Torcuato, siendo Ministro Secretario General del Movimiento
optase por vestir la camisa blanca en lugar de la camisa azul, marcando así distancias
con el régimen y el movimiento.
Por desgracia, es muy frecuente
que los descendientes de algunos protagonistas de la transición pretendan “lavar”
la imagen de sus deudos desvinculándolos de todo lo que tuviera que ver con el
régimen del 18 de julio, pretendiendo que su participación en el mismo fue
instrumental para su liquidación y presentándolos como apóstoles de la
democracia. Aunque para ello tengan que inventarse una “post-verdad” y
manipular la propia biografía de su causante.
Claro que se corre el riesgo de
enfrentarse con la hemeroteca, que sirve para rescatar la verdad y poner a cada
cual en su sitio. Afortunadamente me cuento entre los inasequibles al
desaliento que atesoran un archivo jugoso como antídoto contra la desmemoria.
Era el mes de junio de 1973 y Torcuato
Fernández Miranda quiso inaugurar el nuevo monumento a José Antonio en
Guadalajara. La crónica llena de lirismo y exaltación falangista de Fernando
Ónega –otro antifranquista de nuevo cuño- comenzaba así: “A José Antonio se le erigen monumentos por suscripción popular. Es el
mejor tributo que se puede rendir a una causa política. Es el mejor testimonio
de presencia y de entronque con el pueblo. Una doctrina no existe si no tiene
estos brotes. Una doctrina muere si no tiene ese arranque de soberanía” .
Pues resulta que D. Torcuato, en
un discurso vibrante de fervor falangista y lealtad al Caudillo, acaso
adivinando lo que pudieran decir de él en el futuro, se encargó de explicar sus
preferencias de color sobre su camisa en párrafos que no tienen desperdicio:
“Hoy visto nuevamente mi
entrañable camisa azul, porque rindo
homenaje al hombre que configuró mi pensamiento político en los años de
juventud y me condujo a una lealtad
absoluta, irrevocable y sin fisuras a quien mejor ha representado los
ideales firmemente arraigados en mi conciencia y mi corazón: el Caudillo Francisco Franco.”
“Vestiré esta camisa azul
siempre que la proclamación de mis orígenes políticos y el sentido de milicia
que simboliza sean una definición de mis inequívocas lealtades. Pero la norma común para mí será la camisa
blanca. La camisa blanca que José Antonio usó siempre que no era necesario proclamar
en la calle una militancia de riesgo y amor a España; y que representa una
voluntad de integración para todos los españoles, sin dogmatismos excluyentes;
una voluntad integradora que nace de la esencial raíz falangista joseantoniana
que nutre nuestro movimiento y que aspira a lograr la definitiva unidad entre todos
los hombres de España.”
Bastan estas pocas pero
significativas palabras, para darse cuenta que por mucho que se empeñen sus
hijos y sus nietos, el Torcuato de 1973 estaba lejos de despreciar la camisa azul. Lo que
pasó tres años después es otra historia, como también lo es la soledad en la
que murió, entre la ingratitud de los que se sirvieron de su rápida mutación y el silencio
caballeroso y dolorido de sus viejos camaradas. Quién sabe si en su última
morada, la camisa blanca fuera un tributo póstumo y secreto a quien inspiró su juventud y
su lealtad.
Azorín
28 de febrero de 2017
Aquél 4 de marzo. Por José Utrera Molina
Torcuato Fernández Miranda a la sazón
Secretario General del Movimiento, me llamó a su despacho una mañana de febrero
del año 1973, para encargarme que pronunciase el discurso conmemorativo de la unión
de la Falange con las JONS que se acostumbraba a celebrar en el Teatro
Calderón de Valladolid. Lo cierto es que aquella propuesta me sorprendió y tuve
inmediata conciencia de lo que podría acarrearme el aceptar una propuesta
semejante.
Una voz falangista fue siempre
una voz peligrosa, entre otras cosas porque los que militábamos en ella
sabíamos que el culto a la verdad era la razón de nuestra vida. Los tiempos
eran difíciles, las circunstancias aún más, los enemigos estaban ya dentro del
sistema y era muy difícil desmontar todo lo que de una manera sinuosa con
indudable cautela se estaba produciendo.
Yo sabía que había que rendir culto a
la modernidad, que debía dar un mensaje de esperanza. El Movimiento no podía
quedar obsoleto entre demandas líricas, poesías y rosas, aunque estuvieran en
la entraña de lo que fue la Falange.
Hay recuerdos que no se olvidan, que palpitan
en nuestro corazón y atraviesan nuestra alma como una flecha destinada a herir
o a producir sin embargo satisfacciones. Hablé de la necesidad de cambiar unas estructuras
obsoletas en un intento de apostar por la modernidad frente a lo caduco y que
había que tener el valor de acometer reformas esenciales si queríamos ofrecer a
los jóvenes un proyecto ilusionante de futuro. Confieso que lo intenté, pero
con éxito perfectamente descriptible. En mis palabras hay un acento innovador
indudable que no solo comprometían mis palabras sino que avizoraban un
horizonte lleno de problemas y de dificultades pero el ánimo fue siempre una
cualidad falangista que desgraciadamente no cristalizó en la debida unidad que
debió existir entre los que componían la
Organización falangista.
Hablar de revolución sin rellenar el
contenido de un cambio fulgurante era tal vez una utopía pero las utopías
sirven a veces para cambiar la historia. Son recuerdos que palpitan
permanentemente en mi corazón. Han pasado ya muchos años ¿Quién se acuerda de
ello? Yo sí, y rubrico en estas pocas líneas todo lo que entonces dije y
proclamé. Sobre todo mi llamada a la juventud, sin ella era imposible acometer
cualquier tarea profunda y yo sabía que la mayoría de los componentes jóvenes
aspiraban a un cambio que ofreciera una nueva lozanía a lo que en principio
estaba ya demasiado lejano.
Recuerdo para terminar mi alusión a
los caballeros de camisa azul. Hoy, al final de mi vida, cuando me quedan ya
pocos arrestos, sigo invocando a aquellos que vistieron con honor la camisa
azul de la Falange, que nos dieron el ejemplo de sus sueños, de su voluntad de
transformación patria y del deseo inmaculado de justicia para todos. Ojalá la
actual generación de jóvenes pueda recoger esa antorcha que no es mía sino que
representa el símbolo y la fe de unos hombres que creyeron fervorosamente en la
grandeza de España y no dudaron en ofrecer su vida por ella.
JOSÉ UTRERA MOLINA
20 de febrero de 2017
La leña y el árbol
Muchos habrán comulgado este domingo sin saber que la gracia ha podido abandonarles con tanta intensidad como la que ellos han empleado en disfrutar de la condena de Iñaki Urdangarin y lamentar la absolución de la Infanta Cristina de Borbón.
Confieso que me duele ver la afición de la masa por hacer leña del árbol caído. Aunque el proceder del marido de la Infanta diste mucho de la ejemplaridad y la condena, desde el punto de vista jurídico, me parezca justa.
Pero desde el punto de vista humano la caridad exige también ir un poco más allá de la causa judicial. Como decía ayer un buen amigo la infanta ha hecho honor a sus votos matrimoniales. Pese al brutal linchamiento mediático, se ha mantenido al lado de su marido en silencio y con dignidad, en las alegrías y en las penas.
Algunos monárquicos medulares le afean el no haber roto sus votos para salvar el honor de la institución, colocando a la institución monárquica por encima de la institución del matrimonio, pese a que ésta es un sacramento y aquella una tradición. Lo que nos dice mucho de su monarquismo y muy poco de su caridad.
Se echa en falta una mínima dosis de empatía en lo personal y no es pequeña la condena que para la infanta y sus hijos implica la de su marido y padre. Me resisto a alegrarme del mal ajeno aunque, como en este caso, esté justificado por sus actos propios. Jamás se me ocurriría repudiar a mi mujer por un hecho semejante y tampoco daría la espalda a una hermana por mucho que su marido fuera un miserable. Porque creer en Dios es creer en el amor y en el perdón. Entiendo que el rey Felipe se haya visto obligado a distanciarse de su hermana, porque llovía sobre mojado, pero a la vista de los globos sondas que hoy lanza la prensa, mucho me temo que los españoles no perdonarían al rey Felipe que volviese a abrazar a su hermana, a quien muchos piadosos querrían ver ardiendo en la pira junto a su cónyuge.
Azorín
10 de febrero de 2017
Sin Franco no son nada.
Aunque no estamos en noviembre, la gira de Pedro Sánchez
cantando la internacional puño en alto por toda la piel de toro ha hecho saltar
los resortes del antifranquismo retrospectivo en el PSOE. Al grito fecundo del “no-es-no” de Schez, el PSOE responde sacando el cadáver del viejo
general porque a rojos no nos gana nadie.
Nada de ofrecer un proyecto de futuro para el
país, la socialdemocracia se la dejamos mejor al PP que ya nos quita votos
por allí y a ver si arrancamos votos a la izquierda, arremetiendo contra el cadáver
momificado de Franco.
A los millenials Franco les queda tan lejos
como a mí la guerra de África, pero da igual, porque sin Franco la izquierda no
es nada. Nunca podrán agradecerle bastante haber muerto en la cama y haber
hecho tantas casas y cosas, sus inundaciones franquistas (antes llamadas
pantanos) y ciudades sanitarias de nombre reciclado. ¡Qué sería de ellos si no tuvieran
placas que arrancar, calles y hospitales que renombrar y medallas y honores que retirar!
En definitiva, aunque la coyuntura manda y las primarias se
acercan, tras la petición de que saquen a Franco de su última morada, en la que
reposa por orden del rey Juan Carlos, se esconde un terrible complejo de
inferioridad por no haber podido hacer por los españoles, con una presión
fiscal 20 veces mayor, ni una décima parte de lo que hizo el viejo general y
encima tener que soportar que el viejo jamás metiese la mano en la caja, lo que
no puede decir ningún partido del arco parlamentario.
Si Franco hubiese fracasado, si hubiese muerto arrastrado
por los pies y con un país en la ruina como quedaron los países del socialismo
real, al PSOE le importaría una higa donde estuviesen sus restos. Pero no
pueden resistir que Franco muriera de éxito. Eso en España no se perdona. Es el pecado
nacional por excelencia, la envidia, aliada en este caso con la estupidez.
LFU
9 de febrero de 2017
LA LA LAND
Me llevó mi hija de
quince años. Ella quería verla y yo también, aunque los musicales no me
terminan de convencer por aquello de la credibilidad: uno no se pone a cantar
en plena calle por cualquier motivo y, desde luego, la reacción que eso provoca
en el prójimo tiene poco que ver con la emulación.
A estas alturas, todo el
mundo sabe que los protagonistas de la película son un músico de jazz puro que
aspira a abrir su propio club en L.A., y una aspirante a actriz que quiere convertirse
en una estrella y trabaja de camarera en los estudios Warner Bros. para pagarse
el alquiler.
Lo que entendemos por
éxito, lo que hacemos y -lo que es más importante- a lo que renunciamos, por
conseguirlo, y si eso termina teniendo algo que ver con la felicidad, es el
tema principal de la película. Y parece que el tratamiento del mismo interesa
de verdad a Damien Chazelle, su director, porque éste ya filmó la magistral
“Whiplash”, una película áspera, con aristas, de las que hacen pensar y se
disfrutan al mismo tiempo.
En “LA LA Land. La ciudad
de las estrellas”, los personajes son responsables; esto no quiere decir que
siempre toman las decisiones que podríamos considerar correctas desde nuestra
atalaya distante, sino que soportan, asumen y entienden las consecuencias de
sus decisiones. Y esto resulta curiosamente original en el cine comercial.
Esto no quiere decir que
la película sea dura en absoluto, de hecho es bastante “blanca”. Para
conseguirlo, la música amortigua el peso de la historia; su argumento, que al
principio parece un cuento de hadas sobre el sueño americano, es solvente. Todo
está tratado desde el compromiso con la verdad y la ausencia de concesiones a
la ñoñería.
La historia se desarrolla
principalmente en un año natural y se cierra unos años después. En las dos
horas casi justas que dura la película vemos cómo se conocen los protagonistas,
cómo se enamoran, cómo sus carreras empiezan a despegar y cómo eso afecta a su
relación y, en la misma medida, cómo sus sueños iniciales, puros, se adaptan a
las circunstancias, buscan compromisos, se renuncian en parte su pureza
original, vuelven a ella (con consecuencias) en un reflejo casi hiriente de lo
que ocurre tantas veces en nuestras vidas.
En definitiva, una
película madura, una gran película, en la que el aspecto formal tiene poco que
ver con la idea que la mayoría de nosotros probablemente tiene sobre lo que es
un musical clásico.
Lezo
6 de febrero de 2017
La verdadera Ley mordaza.
Artículo publicado en el ABC del 6 de febrero de 2017.
Una ley dictada desde el odio cainita, contra una parte de los españoles, no puede ser jamás una ley justa: de ahí la grave irresponsabilidad de quienes la promulgaron y de quienes la mantienen. Su aplicación ha llevado a la profanación de sepulcros, al derribo de monumentos, a la eliminación de cualquier recuerdo de una etapa que está ya sometida al juicio de la historia, en un intento liberticida de reeducar a toda una generación de españoles para que reniegue de sus ancestros conniventes con el franquismo.
A finales del pasado año, el
Pleno de la Diputación provincial de Sevilla, acordó, con el voto a favor de
los grupos socialista, comunista (Podemos incluido), Ciudadanos y la abstención
del Partido popular, retirar “de forma definitiva” la medalla de oro de la
Provincia concedida a mi padre, José Utrera Molina en el año 1969 por dicha
institución. La noticia no debiera trascender
el ámbito local o personal de la persona e institución concernidas si no fuera
porque constituye un peligroso precedente, claramente liberticida, de hasta qué
extremos de persecución ideológica está dispuesta a llegar la izquierda –con el
beneplácito o indiferencia del partido popular- con la aplicación de la
denominada Ley de Memoria Histórica, que alumbró la mente sectaria de Rodríguez
Zapatero y ha sido mantenida por la irresponsable abulia acomplejada del
Partido popular, posibilitando que próximamente pueda “celebrarse” la primera
década de la misma.
Se trata en este caso del primer
intento de remoción de honores concedidos a una persona viva, pues hasta ahora
las distintas administraciones han venido participando en una verdadera orgía
iconoclasta de carácter póstumo retirando honores, placas y menciones a
personas ya fallecidas, sin la menor oposición por parte de ningún grupo
político, sin duda por miedo a señalarse como afín o partidario del personaje
removido, evidentemente relacionado con la España de Franco, cuando no se
trataba del propio Jefe del Estado. Lo
más relevante es, sin duda, la motivación que emplea en este caso la Diputación
para justificar la revocación o remoción de la distinción concedida, pues
considera de forma abierta que el mero hecho de su participación activa en el
régimen franquista fue determinante en la concesión de la distinción u honor
concedido, por lo que, haciendo abstracción de cualquier merecimiento que
hubiera sido tenido en cuenta a la hora del reconocimiento y, por supuesto sin
alegar en modo alguno la existencia de una conducta posterior que desmereciera
los honores concedidos y justificase dicha retirada, el mero ejercicio de dicho
cargo público durante “la dictadura” es
motivo suficiente para su revocación o retirada de acuerdo con las previsiones
de la Ley de Memoria Histórica.
La indudable trascendencia de tal
precedente -que de recibir respaldo judicial podría determinar, por ejemplo, la
retirada de cualquier honor o mención concedido a los actuales reyes eméritos
durante su etapa como príncipes de España- adquiere tintes ciertamente delirantes
cuando la propia Diputación en el acuerdo mencionado, censura expresamente y
utiliza como elemento ad maiorem que Utrera
Molina haya osado manifestar en el trámite de alegaciones de forma explícita su
lealtad a la figura de Francisco Franco y haya hecho confesión de su condición de
falangista, manifestaciones éstas que en opinión de la Diputación de Sevilla “entran
en colisión con la Ley de Memoria Histórica”.
Que la lealtad y la coherencia
política de un hombre –sean del signo que sean- puedan ser consideradas un
descrédito o ser merecedoras de sanción, identifica el talante antidemocrático
de quienes lo afirman. Bajo el amparo de
la Ley de Memoria Histórica, se rinden honores e inauguran monumentos a
golpistas como Prieto y Largo Caballero mientras se destruyen con saña, no ya
los dedicados a Francisco Franco, sino a cualquier persona relevante del bando
vencedor, sobre el que se extiende el manto del olvido y el deshonor. Pero si
la visión maniquea de la contienda civil es ya censurable, resulta aberrante que
se condene y estigmatice a todo aquél que sirvió a España desde cualquier cargo
público entre el 18 de julio de 1936 y el 20 de noviembre de 1975,
independientemente de su labor concreta, por considerársele miembro de un
“aparato represor”.
Tales dislates se amparan y
escudan en una verdadera ley mordaza que supone una enmienda a la totalidad del
espíritu de reconciliación que posibilitó la transición española y representa un
instrumento letal en manos de sectarios insensatos. Desde su sectaria y
falsaria exposición de motivos, que impregna e inspira su articulado, se establece
una condena injusta y vergonzante contra la memoria de millones de españoles
que hace 80 años tuvieron que luchar contra sus hermanos a raíz de un proceso
revolucionario que hizo imposible la convivencia pacífica de los españoles y
contra toda una generación de españoles que, actuando de buena fe, trabajaron
para levantar una nación de sus cenizas para legarnos un futuro en paz que
superase la cruel contienda fratricida.
Una ley dictada desde el odio cainita, contra una parte de los españoles, no puede ser jamás una ley justa: de ahí la grave irresponsabilidad de quienes la promulgaron y de quienes la mantienen. Su aplicación ha llevado a la profanación de sepulcros, al derribo de monumentos, a la eliminación de cualquier recuerdo de una etapa que está ya sometida al juicio de la historia, en un intento liberticida de reeducar a toda una generación de españoles para que reniegue de sus ancestros conniventes con el franquismo.
Fue Albert Camus quien afirmó que
“existe una filiación biológica entre el
odio y la mentira” y que “allí donde
prolifere la mentira, se anuncia la tiranía”. La ley de memoria histórica,
la más mendaz, maniquea y liberticida de cuantas se han aprobado en democracia,
ha vuelto a dividir a los españoles en buenos y malos, nos ha debilitado como
nación aventando nuevamente odios olvidados y sepultando bajo una pesada losa
la dura y esforzada conquista de nuestra reconciliación nacional. Por eso la
única celebración que merece es la de su absoluta y definitiva derogación para
bien de España y de los españoles.
Luis Felipe Utrera-Molina Gómez
Abogado
4 de enero de 2017
"Patria" de Fernando Aramburu
“Patria”
de Fernando Aramburu
Fernando Aramburu compone una grandiosa novela que es una sinfonía afinadísima en la que cada instrumento, cada personaje, aporta un matiz, o más, a un resultado francamente redondo.
“Patria” no es sólo una gran novela, la mejor, sobre el terrorismo, sus causas y sus consecuencias; es mucho más que eso: es una grandísima novela sobre la culpa, la responsabilidad personal, la necesidad del perdón y de la redención. Sobre la necesidad de justicia, no sólo penal, sino, más importante, personal.
La novela narra unos acontecimientos y las vidas de unos personajes imaginarios, pero que han sido muy reales con otros nombres, y de las personas (no entelequias difuminadoras de culpas) que los hicieron posibles, que ampararon y estimularon a unos en su locura criminal, y trataron de doblegar a otros, mediante la eliminación, física en unos casos, social en otros. La acción transcurre fundamentalmente en un pueblo cuyo nombre no se menciona porque podría haber sido cualquiera.
En particular, resulta especialmente interesante el enfoque que el autor da a la necesidad del perdón para seguir adelante, a la falta de rencor como elemento imprescindible para alcanzar la paz y con ella la felicidad, unida a la necesidad de justicia, que es requisito y condición de la verdadera paz.
La estructura de la novela es moderna; no sigue un relato lineal. El autor prefiere proponer capítulos de duración reducida en los que a modo de flash-back se revelan las circunstancias de la vida de los personajes, se explican sus razones (o sus sinrazones) y se profundiza, sin aburrir nunca, en su psicología. Los diálogos son de frases breves y directas, aspecto que refleja la forma de hablar característica de los vascos y que el autor demuestra conocer perfectamente. Las descripciones son las justas para ambientar la obra y el autor incluye muchos personajes secundarios que representan distintas actitudes y reacciones ante un mismo hecho, y que completan el mosaico de la novela.
El ambiente en el que transcurren los acontecimiento es a menudo muy lluvioso, no sólo para reflejar el clima del escenario en el que transcurren los hechos, sino también como un elemento simbólico.
En definitiva, “Patria” es una grandísima novela, que no sólo resulta imprescindible para entender una parte de nuestra historia que muchos tienen demasiada prisa en olvidar sino también arroja luz para comprender los resortes del alma humana.
Lezo
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