La Diputación Provincial de Málaga, a propuesta del grupo socialista, se dispone a retirar los honores concedidos en 1975 al malagueño José Utrera Molina, mi padre. La única razón: su credo, su insobornable lealtad a un ideal que ha mantenido limpiamente a lo largo de su vida, sobre todo en un tiempo en el que tantos otros, que habían estado a su lado, se alistaron a las filas de la amnesia, el silencio y la deserción, para evitar el oprobio que esperaba a los que no estaban dispuestos a abjurar de sus principios.
Los abrazos se tornaron en olvidos, cuando no en desprecios. Solo quedaron los que rinden culto verdadero a la amistad, por encima de conveniencias. Los amigos del alma.
Su amor por Málaga, su eterna nostalgia del mar, se vio sólo correspondido por el testimonio de la sencilla gente a la que ayudó de forma entusiasta y desinteresada. Los ojos de agradecimiento de quienes lograron un empleo o cambiaron una existencia miserable en las chabolas de la playa de San Andrés por una vivienda digna, eran premio suficiente para quien siempre se rebeló contra la injusticia y utilizó el poder para transformar la realidad y mejorar la vida de sus paisanos.
Hoy, treinta y dos años después, el olvido ha dado paso a la sinrazón del odio. Podrán retirarle los honores y oropeles del ayer. Pero no podrán contagiar su noble corazón con la mugrienta grasa de su resentimiento. Y hay algo más que nunca podrán quitarle: el arrebatado y amoroso orgullo de quienes llevamos su apellido con la cabeza muy alta.
Dios ha querido que viva para contemplar la miseria de tantos enanos que se revuelcan en el fango de su propia iniquidad, pero también para ver que allí donde se ofenda a su limpio nombre habrá siempre, al menos, ocho voces que, como la mía, clamarán como una sola en defensa de su honor, de su vida y de su ejemplo.
Termino con ese soneto, dedicado a Málaga, que sus nietos más pequeños ya recitan, balbuceantes, bajo la mirada amorosa de un hombre esencialmente bueno.
MÁLAGA
No te cambio tu olvido por mi pena.
Vale más mi dolor; cuenta saldada.
Se lo digo en la noche a mi almohada
Y está mi corazón de enhorabuena.
Alguna que otra vez, un tenue velo
enternece el recuerdo. Aquella esquina
que ayer doblé impaciente, se ilumina
con las mismas estrellas en el cielo.
Me imagino que el mar no habrá cambiado,
que como siempre, romperá su espuma
en el pecho del viejo acantilado.
Mecido por las olas se ha dormido
mi ayer: la oscura desazón se esfuma.
¡Ya no queda recuerdo de tu olvido!
José Utrera Molina
Un fuerte abrazo, papá, desde el fondo de mi alma.
LFU