"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO
25 de febrero de 2009
Su propia medicina
Esto es lo que pasa cuando el Estado hace dejación de sus funciones. El Estado tiene el monopolio del ejercicio de la violencia y el deber de procurar el bienestar y la justicia para sus administrados. Esto es precisamente lo que no sucede en el País Vasco.
La imagen de este joven, no ya valiente, sino temerario teniendo en cuenta el ambiente que le rodea, es la del hartazgo de quien observa desde hace muchos años como quienes ostentan el monopolio de la violencia con el beneplácito más o menos explícito de los poderes públicos son los terroristas de ETA y su brazo político. En esta ocasión, a este joven le han destrozado su casa recién puesta y posiblemente le han arruinado su futuro puesto que ya le han puesto en el punto de mira los asesinos de siempre.
Al final, tendrá que irse de su tierra, pero ha dado una magnífica lección a sus anestesiados vecinos, acostumbrados ya a convivir con el miedo y la amenaza por compañeros inevitables. Porque, al igual que todos ellos, sabe perfectamente quienes son los que ponen las bombas, los que les aplauden y los que les ayudan. Sabe donde toman sus copas y celebran sus sangrientos akelarres protegidos por el miedo y la complicidad de un poder político que rentabiliza sus acciones. Y ha decidido administratles, por una vez, su propia medicina.
Si esta escena se repitiese cada vez que los asesinos golpean con su habitual cobardía, algo empezaría a cambiar en esa tierra tan querida de España.
LFU
23 de febrero de 2009
Garzón y la instrucción del Sumario sobre Pilatos
Como prueba de que el ingenio español no descansa nunca, quiero compartir el chiste que recibí al poquísimo tiempo de hacerse público el vahío del Juez titular del Juzgado de Instrucción nº 5 de la Audiencia Nacional -de cuyo nombre no quiero acordarme- como explicación de su ansiosa indisposición:
Está el juez Garzón, en la soledad y silencio de su despacho de la
Audiencia Nacional, redactando una providencia de 400 folios, cuando,
de repente, se ve interrumpido por un extraño sonido, como de alguien
que chista:
- "Chisssss, chissssss"
Garzón levanta la vista de las cuartillas, pero no puede ver a nadie:
está solo.
Al cabo de unos segundos, se repite el sonido
- "Chisssss, chissssss"
Perplejo, vuelve a extender la vista por todo el despacho: nada,
nadie...
Una tercera vez, se repite el fenómeno:
- "Chisssss, chissssss"
Se levanta de la silla dispuesto a lavarse la cara y entonces se
percata de que el Cristo del crucifijo que preside su despacho ha
soltado una mano y le hace gestos para que se acerque. Garzón,
perplejo, se pone enfrente de él y le oye decir:
- "¿Y de lo mío, qué?, ¿Cuándo procesamos a Pilatos?"
Por cierto, son las ocho de la tarde, a Bermejo lo han dimitido y, que se sepa, su compañero de montería, paradigma de la imparcialidad y del buen gusto en la indumentaria cinegética, sigue en su puesto. Entre tanto, la nación entera, preocupada por su salud, hace votos para que decida de una vez descargarse del enorme peso de la justicia universal que tantos desvelos le provoca y opte por un merecido retiro recorriendo los campos de España con su preciosa gorra de bolchevique.
LFU
20 de febrero de 2009
Barcelona despide a José Antonio
Esta vez le ha tocado en suerte a José Antonio Primo de Rivera, en Barcelona. Un José Antonio tocado -paradójicamente- por la varita putrefacta de la Ley de Memoria Histórica, ya que no tuvo siquiera la posibilidad de ser sospechoso de franquista, represor o contendiente, porque ya se ocupó el gobierno del Frente Popular de fusilarlo "democráticamente" con la debida antelación y arrojarlo a una fosa común.
Un hombre que escribió en el umbral de su muerte el mejor de los testamentos políticos que jamás se han podido leer: "Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas cualidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia".
Una palabra limpia que no encaja en esta atmósfera turbia, ya cansada, como de taberna al final de una noche crapulosa, que preside nuestra existencia.
Posiblemente su lugar será ocupado, ahora, por otro monumento a Companys que como todo el mundo sabe, era el epítome de la moderación y del respeto al adversario. O mejor, por el torturador Julián Grimau, ejemplo de concordia para los catalanes a muchos de los cuales facilitó el eterno descanso. En todo caso, algo que enaltezca más la pútrida estela de una sociedad mayortariamente envilecida.
Recomiendo la carta que un catalán, Francisco Requena Paredes, ha enviado a diversos foros. Una voz que clama en el desierto para que no pueda decirse que todo es silencio, indignidad ni deserción.
LFU
17 de febrero de 2009
La vida no hará más que revelar la fotografía
"Si formamos a los niños con sencillez, si los hacemos amar las alegrías profundas y elementales, avanzarán por la vida conservando en sus ojos la luz de la vida interior, equilibrada, sin sobresaltos. pero si deformamos su infancia, si los niños han oído o visto demasiado, si los dejamos arrastrar por el torbellino vital, si los años de una niñez en calma no han fortificado en ellos la frágil dicha de su inocencia, entonces su vida será lo que ha sido su infancia y en vez de irritarse ante el desorden, serán ellos mismos desorden. Como sus gustos, sus sentimientos, sus pensamientos, fueron siempre inestables, estarán para siempre a la merced del vendaval d las turbias alegrías que consumen al alma y se escapan de nuestras manos y crean, a expensas del sufrir de los demás, el propio sufrimiento.
Después ya es tarde para cambiar.
No se endereza el arbol endurecido. Todo lo más que podremos hacer para intentar que sea diferente, es podarle. Cuando era joven, hirviente de savia, se le hubiera podido doblar con un dedo experto, orientarle y ayudarle a desarrollarse.
Cuando los niños parece que están jugando y mirando sin más, al gorrión o a la alondra que pasan, cuando comiezan a hablar y a besar, cuando fotografían en su corazón, en su imaginación, el espectáculo exacto que somos los mayores, esa es la hora de poderlos modelar.
La vida no hará más que revelar la fotografía. Los ácidos de la existencia imprimirán en ellos las imágenes hermosas y pujantes o atormentadas y entristecedoras, que habíamos ofrecido a sus ojitos avidos de curiosidad y a su corazón impoluto, como una hoja de papel.
Todo aquello de que les privamos por nuestro orgullo, por nuestra agitación, o ¡ay! por nuestras pasiones, todo ello tendremos que pagarlo cruelmente más tarde, viéndoles inquietos, insatisfechos, el alma sin aliento o arrasada por nuestra grandísima culpa."
De "Almas ardiendo". L. Degrelle (1954). Traducción y Prólogo de Gregorio Marañón.
.....Y leyendo tan hermosas palabras, me acordé de los sujetos que mataron y arrojaron al río a una niña en lo mejor de su vida. Es probable que la vida no haya hecho más que revelar la fotografía de su infancia.
Requiem aeternam dona ei, Domine; et lux perpetua luceat ei.
LFU
Después ya es tarde para cambiar.
No se endereza el arbol endurecido. Todo lo más que podremos hacer para intentar que sea diferente, es podarle. Cuando era joven, hirviente de savia, se le hubiera podido doblar con un dedo experto, orientarle y ayudarle a desarrollarse.
Cuando los niños parece que están jugando y mirando sin más, al gorrión o a la alondra que pasan, cuando comiezan a hablar y a besar, cuando fotografían en su corazón, en su imaginación, el espectáculo exacto que somos los mayores, esa es la hora de poderlos modelar.
La vida no hará más que revelar la fotografía. Los ácidos de la existencia imprimirán en ellos las imágenes hermosas y pujantes o atormentadas y entristecedoras, que habíamos ofrecido a sus ojitos avidos de curiosidad y a su corazón impoluto, como una hoja de papel.
Todo aquello de que les privamos por nuestro orgullo, por nuestra agitación, o ¡ay! por nuestras pasiones, todo ello tendremos que pagarlo cruelmente más tarde, viéndoles inquietos, insatisfechos, el alma sin aliento o arrasada por nuestra grandísima culpa."
De "Almas ardiendo". L. Degrelle (1954). Traducción y Prólogo de Gregorio Marañón.
.....Y leyendo tan hermosas palabras, me acordé de los sujetos que mataron y arrojaron al río a una niña en lo mejor de su vida. Es probable que la vida no haya hecho más que revelar la fotografía de su infancia.
Requiem aeternam dona ei, Domine; et lux perpetua luceat ei.
LFU
14 de febrero de 2009
La carta de Ramón Tejero a su padre
Hoy quiero traer a estás páginas una carta emocionante. ABC acoge hoy la carta que el hijo sacerdote de Antonio Tejero Molina le escribe a su padre con todo el amor y el dolor que cabe en su corazón.
Antonio Tejero fue la facil cabeza de turco de un triste episodio de la historia de España, aún hoy muy lejos de estar aclarado. Cumplió con eficacia las órdenes recibidas creyendo que así prestaba su mejor servicio a su patria. Su comportamiento dentro del Congreso sólo tuvo el borrón de la zancadilla y cuando comprendió que había sido utilizado y engañado, supo afrontar con dignidad y silencio, el castigo y la difamación. Rechazó el dinero y el avión que se le ofreció y sólo pidió para sí toda la responsabilidad para librar a sus oficiales y guardias de una inevitable represalia.
Algún día se demostrará que no sólo fue quien inició la ejecución del golpe sino también -aunque otros se pongan las medallas- quien lo frustró definitivamente al negar la entrada al General Armada al Congreso tras conocer la colorida composición del gobierno de concentración que pensaba presidir.
Pero eso queda ya para la Historia y los historiadores. Ahora, el hombre que ha sido blanco de todos los escarnios, ha recibido el mayor regalo que un padre puede recibir. El amor de uno de sus ocho hijos impregnado en cada una de las palabras de una carta verdaderamente emocionante:
LFU
"Aquel 23 de febrero de 1981, muy temprano, salimos de casa... Yo sabía lo que ocurriría... Sin embargo, el silencio era la expresión más simbólica del cariño que se puede dar a un padre que en esos momentos atravesaba unos de los momentos mas difíciles de su vida. Había vivido momentos de angustia, de terror. Noches en vela, acompañadas de desconciertcadoos en una España que los españoles desconocían. Noches de zozobra que acompañaban a un hombre al cargo de las tierras vascas y con el encargo de acabar con el terrorismo... Muertes sin compasión de manos de ETA, traiciones de ideales, injusticias, quejas de viudas, órdenes para quemar una bandera que, después, fue legalizada y que causó tantos y tantos muertos...
Todo era incomprensible para un joven que creció con el dolor, la inquietud, el temor y el deseo irrefrenable de una España coherente... Ese joven era yo, ahora sacerdote de Jesucristo, pero sin dejar de ser hijo de mi padre, del cual me enorgullezco plenamente. Aquella mañana del 23 de febrero acompañé a mi padre a la celebración de la Eucaristía en la capilla que hay frente a la Dirección General de la Guardia Civil. Momentos de silencio, de oración profunda, de contemplación sincera de un hombre creyente que sabía cuál era su deber, que conocía las órdenes recibidas y que no quería por nada del mundo manchar sus manos de sangre (como así fue). Un hombre de uniforme, de rodillas ante el Sagrario y el altar del sacrificio: mi padre.
Suponía para mí un ejemplo de gallardía que nadie me hará olvidar, el testimonio fiel de un creyente coherente con el juramento que había hecho años atrás... No había palabras, sólo silencio, recogimiento y oración sincera. Al salir de la capilla, con una mirada penetrante -y me atrevería a decir que trascendente-, contempló la Bandera Nacional y, con voz serena, tranquila y gallarda, me dijo: «Hijo, por Dios y por Ella hago lo que tengo que hacer...». Y, con un beso en la mejilla, se despidió de mí. Un beso tierno de padre, pero que también sonaba a despedida: la despedida de un hombre que teme que no volverá a la vida... y eso pensé yo también.
Y, con el gozo de amar a mi padre con locura, volví a mi casa para acompañar a aquella que simbolizaba -en aquel momento y siempre- los valores de la mujer fuerte de la Biblia: mi madre. Esa gran mujer que ha sabido hacer, de su existencia, una entrega victimal y heroica a Dios, a España y a su familia -valores en los que fue educada a lo largo de todo su vida y que sigue mostrando, en el otoño se su existir, con una entrega amorosa a todos nosotros-.
Pasamos la mañana con serenidad... El silencio era la elocuencia de nuestro pesar, mientras que el tiempo se convertía, segundo tras segundo, en el traicionero «reloj» que nos hacía pensar en aquel momento. No sabíamos más ni menos. Realmente, nos dolía España, mi padre y el momento en sí; aunque nos tranquilizaba la certeza, según nos habían dicho, de que el Rey apoyaba y ordenaba tales hechos. Era un acto de servicio más, en un momento crítico, por el cual atravesaba nuestra Patria. Y pasó lo que toda España conoce y lo que los medios transmiten (aunque no con toda la veracidad que debieran). No voy a entrar en polémica... ni quiero, ni debo. Pero sí deseo aclarar algunos puntos que conozco, que siento míos y que viví con intensidad aquella noche. Y deseo hacerlo desde el sosiego, desde la paz que, cada día, me regala Cristo y desde la serena sabiduría de los años que te hacen asentar pasiones y discernir la verdad como realidad de la vida.
No voy a revelar nada del 23F, el silencio de mi padre me obliga a callar. Sin embargo, no puedo dejar en el olvido las grandezas de un gran hombre.
Es por ello que, ante las distintas informaciones y publicaciones de estos días en distintos medios de comunicación, quiero y deseo expresar lo siguiente: mi padre es un hombre de honor, fiel a sus principios religiosos y patrióticos; es coherente y sincero. Es un militar de los pies a la cabeza, consciente de sus responsabilidades, entregado a sus hombres. Es un hombre cumplidor, trabajador hasta el extremo, leal ante el significado de la palabra juramento y fiel al mismo. Es un hombre sereno, sencillo, disciplinado y amante de la verdad. No es violento, ni agresivo. Es templado, sensato, sereno, inteligente y capaz de discernir con coherencia una realidad aparentemente absurda e incoherente como parece que fue el 23F. Es un marido ejemplar. Un padre extraordinario. Un hombre excepcional. Un amigo fiel. Un español honorable y un cristiano sincero y veraz. Mi padre es mi padre. Me duele la falta de información y coherencia. Me duele ver cómo todos aprovechan el «silencio» de un hombre para intentar destruirle... quizá por miedo a su palabra... Me duelen tantos programas y tan poca veracidad...
Quiero a mi padre con locura. Es por ello que ruego y aliento a todos aquellos que creen en la libertad de expresión, para que sean tan audaces y coherentes como para publicar estas pobres palabras que tan sólo manifiestan los sentimientos de un hijo por su padre.
Un hijo que se siente orgulloso de su padre y de que éste se llame: Antonio Tejero Molina.
Ramón Tejero Díez "
Antonio Tejero fue la facil cabeza de turco de un triste episodio de la historia de España, aún hoy muy lejos de estar aclarado. Cumplió con eficacia las órdenes recibidas creyendo que así prestaba su mejor servicio a su patria. Su comportamiento dentro del Congreso sólo tuvo el borrón de la zancadilla y cuando comprendió que había sido utilizado y engañado, supo afrontar con dignidad y silencio, el castigo y la difamación. Rechazó el dinero y el avión que se le ofreció y sólo pidió para sí toda la responsabilidad para librar a sus oficiales y guardias de una inevitable represalia.
Algún día se demostrará que no sólo fue quien inició la ejecución del golpe sino también -aunque otros se pongan las medallas- quien lo frustró definitivamente al negar la entrada al General Armada al Congreso tras conocer la colorida composición del gobierno de concentración que pensaba presidir.
Pero eso queda ya para la Historia y los historiadores. Ahora, el hombre que ha sido blanco de todos los escarnios, ha recibido el mayor regalo que un padre puede recibir. El amor de uno de sus ocho hijos impregnado en cada una de las palabras de una carta verdaderamente emocionante:
LFU
"Aquel 23 de febrero de 1981, muy temprano, salimos de casa... Yo sabía lo que ocurriría... Sin embargo, el silencio era la expresión más simbólica del cariño que se puede dar a un padre que en esos momentos atravesaba unos de los momentos mas difíciles de su vida. Había vivido momentos de angustia, de terror. Noches en vela, acompañadas de desconciertcadoos en una España que los españoles desconocían. Noches de zozobra que acompañaban a un hombre al cargo de las tierras vascas y con el encargo de acabar con el terrorismo... Muertes sin compasión de manos de ETA, traiciones de ideales, injusticias, quejas de viudas, órdenes para quemar una bandera que, después, fue legalizada y que causó tantos y tantos muertos...
Todo era incomprensible para un joven que creció con el dolor, la inquietud, el temor y el deseo irrefrenable de una España coherente... Ese joven era yo, ahora sacerdote de Jesucristo, pero sin dejar de ser hijo de mi padre, del cual me enorgullezco plenamente. Aquella mañana del 23 de febrero acompañé a mi padre a la celebración de la Eucaristía en la capilla que hay frente a la Dirección General de la Guardia Civil. Momentos de silencio, de oración profunda, de contemplación sincera de un hombre creyente que sabía cuál era su deber, que conocía las órdenes recibidas y que no quería por nada del mundo manchar sus manos de sangre (como así fue). Un hombre de uniforme, de rodillas ante el Sagrario y el altar del sacrificio: mi padre.
Suponía para mí un ejemplo de gallardía que nadie me hará olvidar, el testimonio fiel de un creyente coherente con el juramento que había hecho años atrás... No había palabras, sólo silencio, recogimiento y oración sincera. Al salir de la capilla, con una mirada penetrante -y me atrevería a decir que trascendente-, contempló la Bandera Nacional y, con voz serena, tranquila y gallarda, me dijo: «Hijo, por Dios y por Ella hago lo que tengo que hacer...». Y, con un beso en la mejilla, se despidió de mí. Un beso tierno de padre, pero que también sonaba a despedida: la despedida de un hombre que teme que no volverá a la vida... y eso pensé yo también.
Y, con el gozo de amar a mi padre con locura, volví a mi casa para acompañar a aquella que simbolizaba -en aquel momento y siempre- los valores de la mujer fuerte de la Biblia: mi madre. Esa gran mujer que ha sabido hacer, de su existencia, una entrega victimal y heroica a Dios, a España y a su familia -valores en los que fue educada a lo largo de todo su vida y que sigue mostrando, en el otoño se su existir, con una entrega amorosa a todos nosotros-.
Pasamos la mañana con serenidad... El silencio era la elocuencia de nuestro pesar, mientras que el tiempo se convertía, segundo tras segundo, en el traicionero «reloj» que nos hacía pensar en aquel momento. No sabíamos más ni menos. Realmente, nos dolía España, mi padre y el momento en sí; aunque nos tranquilizaba la certeza, según nos habían dicho, de que el Rey apoyaba y ordenaba tales hechos. Era un acto de servicio más, en un momento crítico, por el cual atravesaba nuestra Patria. Y pasó lo que toda España conoce y lo que los medios transmiten (aunque no con toda la veracidad que debieran). No voy a entrar en polémica... ni quiero, ni debo. Pero sí deseo aclarar algunos puntos que conozco, que siento míos y que viví con intensidad aquella noche. Y deseo hacerlo desde el sosiego, desde la paz que, cada día, me regala Cristo y desde la serena sabiduría de los años que te hacen asentar pasiones y discernir la verdad como realidad de la vida.
No voy a revelar nada del 23F, el silencio de mi padre me obliga a callar. Sin embargo, no puedo dejar en el olvido las grandezas de un gran hombre.
Es por ello que, ante las distintas informaciones y publicaciones de estos días en distintos medios de comunicación, quiero y deseo expresar lo siguiente: mi padre es un hombre de honor, fiel a sus principios religiosos y patrióticos; es coherente y sincero. Es un militar de los pies a la cabeza, consciente de sus responsabilidades, entregado a sus hombres. Es un hombre cumplidor, trabajador hasta el extremo, leal ante el significado de la palabra juramento y fiel al mismo. Es un hombre sereno, sencillo, disciplinado y amante de la verdad. No es violento, ni agresivo. Es templado, sensato, sereno, inteligente y capaz de discernir con coherencia una realidad aparentemente absurda e incoherente como parece que fue el 23F. Es un marido ejemplar. Un padre extraordinario. Un hombre excepcional. Un amigo fiel. Un español honorable y un cristiano sincero y veraz. Mi padre es mi padre. Me duele la falta de información y coherencia. Me duele ver cómo todos aprovechan el «silencio» de un hombre para intentar destruirle... quizá por miedo a su palabra... Me duelen tantos programas y tan poca veracidad...
Quiero a mi padre con locura. Es por ello que ruego y aliento a todos aquellos que creen en la libertad de expresión, para que sean tan audaces y coherentes como para publicar estas pobres palabras que tan sólo manifiestan los sentimientos de un hijo por su padre.
Un hijo que se siente orgulloso de su padre y de que éste se llame: Antonio Tejero Molina.
Ramón Tejero Díez "
12 de febrero de 2009
Caso Eluana. El valor de la vida.
Pensaba escribir sobre el caso de Eluana Englaro. Pero se me ha adelantado Enrique García- Maiquez con su magnífico artículo en el Diario de Sevilla, cuya lectura recomiendo vivamente y que suscribo de la cruz a la fecha. (para los legos en internet, basta con pinchar encima del nombre del autor)
Después, he leido en ABC la carta del padre de una "Eluana" española que confieso me emocionó y quiero transcribir aquí por el extraordinario valor de la misma:
Carta de un padre
«La noticia y la polémica desatada en Italia, con la enfermedad de la joven Eluana Englaro, me ha inducido a escribirle estas líneas. Adelanto que es sólo la opinión de un padre. No pretende polemizar ni menos dogmatizar sobre un tema delicado (quizá de conciencia), y respeto todas las decisiones familiares posibles. Tampoco quiero parangonar el caso de nuestra hija con ningún otro: ni todos los comas son iguales ni siquiera todas las gripes.
El coma de mi hija proviene de una enfermedad eminentemente social, una anorexia, que comenzó a los 15 años (5 años peregrinando por distintas clínicas) y que desembocó en tragedia. Lleva así 17 años; hoy ya tiene 37. No ve, no habla y se mantiene con una sonda nasal. Ha conservado parte de sus sentidos: oye música, la tranquiliza y le gusta. Huele el tomillo y la mejorama, que yo traigo del monte y deshecha los olores fuertes, como la piel de mandarina. Tiene tacto y le gusta que la besemos, que juntemos nuestras caras con la suya y se establezca un flujo de calorcito; que rasquemos con suavidad su cabeza y peinemos su brillante pelo castaño. Le gusta oír nuestras voces a su alrededor, y vuelve sus brillantes ojos negros hacia las mismas. No le gusta sentirse sola. Eso lo sabemos seguro; pero no sabemos más, ni tampoco los neurólogos.
Nuestra economía nos ha permitido hasta ahora cuidarla en casa, sobre todo con la ayuda de su hermana, que la adora. Hace unos meses iniciamos expediente para acogernos a la Ley de Dependencia, hasta ahora sin resultados.
Le hacemos gimnasia, la sentamos en una silla de ruedas, la sacamos para que tome aire cuando el tiempo es bueno. Pero el caso de Eluana Englaro nos ha conmovido.
Nuestra familia jamás le quitaría la sonda a Paula y solo de pensarlo se nos ponen los pelos de punta. No estoy hablando de religión ni de conciencia; estoy hablando de AMOR. Nuestra hija es la reina de la casa; la queremos con delirio, le cantamos villancicos en Navidad y le damos unas gotitas de champán. Este año un puñado de nieve recién recogida, para que sienta el frió en sus manos. Hemos tenido que prescindir de muchas cosas, pero ya no queremos recuperarlas, y menos a costa de nuestra «chiquilla».
Nos ha enseñado a ser felices con menos.
Con mi respeto para todos».
Juan Antonio T. M.
Sólo me queda asegurar que, al igual que el padre que escribe, sería incapaz de retirarle a una hija mía la alimentación que precisa para mantenerse unida a la vida. No estamos hablando de encarnizamientos terapéuticos ni de respiradores artificiales, sino de alimentación. Estamos hablando de un tema mucho más grave en el que los límites comienzan a estar difusos. ¿A partir de cuando y bajo qué circunstancias puede una persona negar su deber de alimentos a otra y dejarla morir con la anuencia de los poderes públicos?. No juzgo a nadie, pero me siento legitimado para alzar mi voz en defensa del verdadero valor de la vida humana que algunos parecen negar a aquellos que sufren graves limitaciones.
Y es que el auge de los "derechos humanos" y del proyecto "gran simio" viene acompañado de un gravísimo relativismo en cuanto al valor de la vida humana propio de las civilizaciones más decadentes.
LFU
Después, he leido en ABC la carta del padre de una "Eluana" española que confieso me emocionó y quiero transcribir aquí por el extraordinario valor de la misma:
Carta de un padre
«La noticia y la polémica desatada en Italia, con la enfermedad de la joven Eluana Englaro, me ha inducido a escribirle estas líneas. Adelanto que es sólo la opinión de un padre. No pretende polemizar ni menos dogmatizar sobre un tema delicado (quizá de conciencia), y respeto todas las decisiones familiares posibles. Tampoco quiero parangonar el caso de nuestra hija con ningún otro: ni todos los comas son iguales ni siquiera todas las gripes.
El coma de mi hija proviene de una enfermedad eminentemente social, una anorexia, que comenzó a los 15 años (5 años peregrinando por distintas clínicas) y que desembocó en tragedia. Lleva así 17 años; hoy ya tiene 37. No ve, no habla y se mantiene con una sonda nasal. Ha conservado parte de sus sentidos: oye música, la tranquiliza y le gusta. Huele el tomillo y la mejorama, que yo traigo del monte y deshecha los olores fuertes, como la piel de mandarina. Tiene tacto y le gusta que la besemos, que juntemos nuestras caras con la suya y se establezca un flujo de calorcito; que rasquemos con suavidad su cabeza y peinemos su brillante pelo castaño. Le gusta oír nuestras voces a su alrededor, y vuelve sus brillantes ojos negros hacia las mismas. No le gusta sentirse sola. Eso lo sabemos seguro; pero no sabemos más, ni tampoco los neurólogos.
Nuestra economía nos ha permitido hasta ahora cuidarla en casa, sobre todo con la ayuda de su hermana, que la adora. Hace unos meses iniciamos expediente para acogernos a la Ley de Dependencia, hasta ahora sin resultados.
Le hacemos gimnasia, la sentamos en una silla de ruedas, la sacamos para que tome aire cuando el tiempo es bueno. Pero el caso de Eluana Englaro nos ha conmovido.
Nuestra familia jamás le quitaría la sonda a Paula y solo de pensarlo se nos ponen los pelos de punta. No estoy hablando de religión ni de conciencia; estoy hablando de AMOR. Nuestra hija es la reina de la casa; la queremos con delirio, le cantamos villancicos en Navidad y le damos unas gotitas de champán. Este año un puñado de nieve recién recogida, para que sienta el frió en sus manos. Hemos tenido que prescindir de muchas cosas, pero ya no queremos recuperarlas, y menos a costa de nuestra «chiquilla».
Nos ha enseñado a ser felices con menos.
Con mi respeto para todos».
Juan Antonio T. M.
Sólo me queda asegurar que, al igual que el padre que escribe, sería incapaz de retirarle a una hija mía la alimentación que precisa para mantenerse unida a la vida. No estamos hablando de encarnizamientos terapéuticos ni de respiradores artificiales, sino de alimentación. Estamos hablando de un tema mucho más grave en el que los límites comienzan a estar difusos. ¿A partir de cuando y bajo qué circunstancias puede una persona negar su deber de alimentos a otra y dejarla morir con la anuencia de los poderes públicos?. No juzgo a nadie, pero me siento legitimado para alzar mi voz en defensa del verdadero valor de la vida humana que algunos parecen negar a aquellos que sufren graves limitaciones.
Y es que el auge de los "derechos humanos" y del proyecto "gran simio" viene acompañado de un gravísimo relativismo en cuanto al valor de la vida humana propio de las civilizaciones más decadentes.
LFU
8 de febrero de 2009
Málaga y Utrera Molina. Ya no queda recuerdo de tu olvido. (Cena homenaje 6 de febrero de 2009)
La noche del viernes tuvo el sabor intenso de lo irrepetible. Cerca de 600 malagueños respondieron con emocionante ilusión a la llamada de unos cuantos amigos de los de toda la vida, para demostrar a Pepe Utrera, en comunión con el poeta Manuel Alcántara y otros tantos, que Málaga no ha sucumbido a las garras del odio, del rencor y de la ingratitud. Fue el reencuentro de un hombre con la tierra que le vio nacer, que fue testigo de su trayectoria política de servicio a España y de sus desvelos por aquellos que no podían congraciarse con su patria porque carecían de pan y de justicia. El cálido abrazo de un paisaje que fue el de su primer amor y el de su primer dolor.
Fue una noche inolvidable que se encargó de borrar de un plumazo décadas de amargura en las que sólo el cariño de los que nada tenían que agradecer se encargaba de llenar el vacío de un olvido mecido en el viento de la indiferencia. Una noche en la que los que llevamos con orgullo su apellido sentimos de nuevo palpitar el corazón al ritmo de las olas que rompen "en el pecho del viejo acantilado".
Fue un derroche de amor, de lealtades y de lágrimas. Lágrimas de emoción y de alegría por un reencuentro durante tanto tiempo esperado. Y no fue una noche de reproches. Para nadie. A los que quisieron herirle nada les habría gustado más que recibir otro tanto en estériles improperios. Pero su odio sólo ha generado un torrente de cariño arrebatado que se desbordó en una noche mágica, que quedará para siempre en lo mejor nuestro recuerdo.
No quisiera citar a nadie porque sería injusto olvidar a otros. Mis hermanos y yo tenemos desde el viernes una deuda eterna de gratitud con la tierra de nuestros padres, con una Málaga que ayer dejó de ser madrastra para convertirse en una madre amparadora y agradecida. Pero para madres, la mía, que como malagueña ha sufrido más que nadie las espinas de su tierra y que ha vuelto a sentir de nuevo la alegría de sentirse otra vez acorde con su propia sangre.
Nada más. Sólo me queda recoger aquí, para los que no tuvieron la fortuna de estar allí, las palabras de agradecimiento (al menos las que preparó, para servir de base a su discurso) de nuestro padre, y anunciar que espero poder colgar también en breve la película de una noche tan especial.
Un abrazo y mi eterna gratitud para quienes hicieron posible una noche para el recuerdo.
LFU
Intervención de José Utrera Molina
Para dar vida a la vida, Dios ha creado la palabra. Y la palabra es siempre el sostén y la sangre del recuerdo. La palabra se corta en el fuego, se construye en el aire y se edifica en el cristal. Es todo y es nada, pero la palabra hoy a mí, me ha ofrecido el regreso a mi antigua alegría, que empieza concretamente a borrar con fuerza los restos de las penas antiguas.
Las palabras, unas veces te estallan en el corazón de la melancolía y te ayudan a vivir entre otras cosas el trozo lejano y tembloroso de la niñez; otras veces, son el único refugio del sentimiento, cuando la dictadura del silencio termina y en ocasiones constituyen la modesta acción humana que hace marchar las ruedas de nuestra propia historia e impulsar las rutas del camino y pienso que sin ellas no podría liberar mi conciencia que aún se vería atrapada por la pereza, por el vacío o por la nada.
Debo confesar que hablar esta noche supone para mí un penoso sacrificio. Creo recordar que afirmé con motivo de la presentación de la reedición de mi último libro, que yo soy ya un octogenario superviviente con canas y arrugas que comprende que la vejez tiene connotaciones poco gratas o tal vez demasiado tristes que exigen contra nuestra voluntad poner lágrimas donde ayer sólo había palabras, situar temblores donde en el pasado sólo existía la firmeza, cantar la nostalgia desalojando de las estancias del ayer cualquier nube oscura y a veces, sin pretenderlo en modo alguno, certificar la penosa derrota de la esperanza. En definitiva, me acomete sin embargo el temor de que la emoción acabe por ahogar mis palabras y me haga naufragar en el silencio.
No obstante, creo que tengo la obligación de aceptar este riesgo y que comprendo que la palabra, esta especie de aire estremecido, es el único medio adecuado de expresar mi gratitud.
Recuerdo ahora también lo que un filósofo francés escribió en cierta ocasión. Manifestó que había padecido desde edad muy temprana la odiosa esclavitud del agradecimiento.
Yo afirmo por supuesto a una abismal distancia de aquél genio literario lo contrario, es decir, que yo considero la gratitud como la gracia de una intimidad satisfecha, como la refrescante oxigenación de la memoria y el orgullo consolador de un sentimiento. En definitiva, un aire de paz tranquilizante en cuyo seno llegan a desvanecerse los dolores viejos, las amarguras antiguas, los recuerdos ingratos quitándole el lugar a la tentación de la venganza y de la ira.
Y he de empezar por mostrar mi reconocimiento a todos los que habéis acudido a esta cena de hermandad, celebrada en torno a un escrito profundo, definitivo y conmovedor que Manolo Alcántara, -mi gran amigo y mejor poeta- me ha dedicado recientemente con escandalosa y valiente generosidad. Le dije, cuando conocí el contenido de su artículo mágico, sonoro y doliente, que por primera vez me faltaban palabras para demostrarle todo lo que sentía – y era cierto - porque en el extenso diccionario de nuestra Lengua, no llegaba a encontrar aunque mi empeño era muy fuerte, frases y acentos que pudieran mostrar de forma inequívoca cual era la verdadera temperatura de mi sentimiento y el misterioso volumen de todo lo que en su presencia se estremecía en mi interior.
Gratitud a Julián Sesmero, a quien conozco y admiro desde hace muchos años, sobre todo en aquella época en que yo creía en el mar, en las rosas, en la rectitud de los caminos y cuando mi corazón tenía tantos sueños que me parecía imposible que salieran venciendo tantos párpados cerrados y aún no me cercaba la huella miserable de los días ennegrecidos por la maldad entre otras cosas, porque la aurora tenía demasiada claridad y su luz lo abarcaba todo.
Gratitud a tantos amigos y camaradas cuya enumeración haría interminable este acto, pero cuyo recuerdo aún saltan en mi memoria a veces a cada instante, rompiendo mi soledad, con la seguridad de que su aliento con su recuerdo encendido, habrán de acompañarme hasta el último día de mi vida.
Y por último, he de manifestar que la intención de mis palabras que sólo son ya un encuentro con mi sombra, no contienen acusación alguna, no son la expresión de argumentos defensivos, ni tan siquiera el producto de una queja, ni tampoco la señal de un justo rencor y ni mucho menos la expresión tardía liberadora de un oscuro resentimiento o la huella de una agravio contenido -son en primer término, la afirmación de mi identidad-. Soy el que fui y espero que Dios me ayude a no cambiar en el corto espacio que le resta a mi vida. Mi credo es muy sencillo y no me avergüenzo de haberlo ejercido, creo como ayer que la Patria es un destino, que la Nación es una forma de integración histórica y que la política no puede ser jamás objeto de tráfico o juego de mercadería y mucho menos, de oportunismo disfrazado de sonriente y falsa bondad. En definitiva, siempre he pensado que la desgracia de los decadentes es la pérdida de la fe en su propio pasado.
Hubo un tiempo, en que la provincia de Málaga creyó oportuno y generosamente que yo era acreedor de ser hijo predilecto suyo. Las palabras que resonaron aquél día en el Teatro Cervantes pronunciadas por el Presidente de la Diputación, estaban llenas de un afecto exagerado, posiblemente de una gratitud excesiva o de una ponderación de méritos sin apoyos suficientes o lo que es peor, eran el producto de una lisonja acomodaticia. Hoy aquellas palabras, constituyen sin duda el recuerdo de una claridad abandonada. Declaro por tanto que mis palabras -las mías-, no van a descalificar a nadie, puesto que más bien tendría que agradecer que el despojo de que he sido objeto ha producido milagrosamente un efecto contrario.
Las voces que yo creía muertas, han resucitado; las amistades que yo creía perdidas han recobrado una nueva fuerza; las miradas que yo estimaba eran ya indiferentes, han cobrado un fulgor extraño, animado y vibrante; las luces que yo creía apagadas, arden todavía aquí, y Málaga, que estaba alejada del espacio de mis más elevados sentimientos, retorna y su imagen vuelve a mí con sus plazas, sus rincones y sus calles como agarrándose a mi garganta, haciendo imposible incluso, que pueda decir todo lo que ahora siento e impidiendo por tanto, que me estalle el peso del alma en la sangre.
Y es que están aquí en Málaga y sería un grave pecado olvidarlo, las cenizas de mis padres, de mis hermanos, de mis amigos más entrañables y hoy siento que todos ellos me gritan desde sus tumbas y que parecen que se asoman a una balconada irreal y misteriosa, que me reconocen y que me miran y que me ofrecen desde el más allá sus manos invisibles y cordiales con las que me abrazaron tantas veces poniendo en vilo mi emoción y mi entereza. Siento pues, que tantos muertos no han desaparecido del todo y que el mar que en alguna ocasión yo creía que había perdido su color, de verlo y sentirlo tan lejano y oscuro, se vuelve hoy azul y transparente, cuando el viento en la copa de los pinos hace oír de nuevo el ruido de las olas. El aroma del aire que yo creí desvanecido, invade mi alma y llena de gozo todo mi ser completando y resumiendo el perfil de toda una vida. Los montes, que cercan el espacio del acontecer de esta tierra y que yo en mi infancia, recorrí tantas veces, se alzan sobre sus sombras, mientras que sus viejas piedras me saludan reconociéndome otra vez y llamándome familiarmente por mi nombre.
Creo pues, que amo profundamente a mis raíces y a mi tierra, con las que hoy me reconcilio. Confesar un amor, es siempre una ventura del alma porque a veces el hombre cree que ama y luego advierte entristecido, que sólo se quedó en la promesa de hacerlo. Yo aquí, ante vosotros, proclamo mi amor por Málaga, que ayer tal vez fuese maltratado y hoy lo hago en viva comunión con mi mujer, junto a ella, que siempre supo hacer el milagro de convertir mi desesperación en esperanza, mis muchas sombras en luces iluminadoras, mi paso cansado por la edad, por la fatiga y por el desengaño, por un vigor nuevo. Ella ha contribuido a que yo pudiera subir los caminos empinados de lo imposible, sin mirar hacia atrás, sin apoyarme en bastón alguno recogiendo el eco de las voces que parecían perdidas en el mañana.
En esta noche malagueña que sin duda marca un hito en la azarosa historia de mi vida, próximo ya a conocer otras fronteras y menos años, os doy las gracias a todos, singularmente a mis hijos, a mis nietos como no podía ser de otro modo y singularmente a mi yerno Alberto que me ha ofrecido con generosidad su abrazo, su entendimiento y su paz y como en tantas ocasiones se ha mostrado como un admirable ejemplo de caballerosidad y de dignidad inigualable y esto lo ha hecho aquí, junto a mí, en Málaga, en la Málaga que pobláis todos vosotros y que se alza esta noche ante mis ojos como fuente de su viento, como encendida realidad de mis sueños recobrados y que representa una cuerda mágicamente anudada entre el amor de ayer y la dicha de hoy y que resuena fuertemente en mi corazón junto al eco de las viejas campanas, cuyo sonido no se ha extinguido aún, aquellas que yo personalmente hice sonar con mis manos en la antigua iglesia de la Victoria, mi vieja parroquia, en los días limpios y lejanos de mi infancia primera.
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