Lo prometido es deuda. Para los que quisieron y no pudieron estar allí, el sonido y las imágenes de una noche para el recuerdo, que debo agradecer a mi querido sobrino Rodrigo:
"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO
28 de febrero de 2009
27 de febrero de 2009
Memoria histórica de Cataluña
25 de febrero de 2009
Su propia medicina
Esto es lo que pasa cuando el Estado hace dejación de sus funciones. El Estado tiene el monopolio del ejercicio de la violencia y el deber de procurar el bienestar y la justicia para sus administrados. Esto es precisamente lo que no sucede en el País Vasco.
La imagen de este joven, no ya valiente, sino temerario teniendo en cuenta el ambiente que le rodea, es la del hartazgo de quien observa desde hace muchos años como quienes ostentan el monopolio de la violencia con el beneplácito más o menos explícito de los poderes públicos son los terroristas de ETA y su brazo político. En esta ocasión, a este joven le han destrozado su casa recién puesta y posiblemente le han arruinado su futuro puesto que ya le han puesto en el punto de mira los asesinos de siempre.
Al final, tendrá que irse de su tierra, pero ha dado una magnífica lección a sus anestesiados vecinos, acostumbrados ya a convivir con el miedo y la amenaza por compañeros inevitables. Porque, al igual que todos ellos, sabe perfectamente quienes son los que ponen las bombas, los que les aplauden y los que les ayudan. Sabe donde toman sus copas y celebran sus sangrientos akelarres protegidos por el miedo y la complicidad de un poder político que rentabiliza sus acciones. Y ha decidido administratles, por una vez, su propia medicina.
Si esta escena se repitiese cada vez que los asesinos golpean con su habitual cobardía, algo empezaría a cambiar en esa tierra tan querida de España.
LFU
23 de febrero de 2009
Garzón y la instrucción del Sumario sobre Pilatos
Como prueba de que el ingenio español no descansa nunca, quiero compartir el chiste que recibí al poquísimo tiempo de hacerse público el vahío del Juez titular del Juzgado de Instrucción nº 5 de la Audiencia Nacional -de cuyo nombre no quiero acordarme- como explicación de su ansiosa indisposición:
Está el juez Garzón, en la soledad y silencio de su despacho de la
Audiencia Nacional, redactando una providencia de 400 folios, cuando,
de repente, se ve interrumpido por un extraño sonido, como de alguien
que chista:
- "Chisssss, chissssss"
Garzón levanta la vista de las cuartillas, pero no puede ver a nadie:
está solo.
Al cabo de unos segundos, se repite el sonido
- "Chisssss, chissssss"
Perplejo, vuelve a extender la vista por todo el despacho: nada,
nadie...
Una tercera vez, se repite el fenómeno:
- "Chisssss, chissssss"
Se levanta de la silla dispuesto a lavarse la cara y entonces se
percata de que el Cristo del crucifijo que preside su despacho ha
soltado una mano y le hace gestos para que se acerque. Garzón,
perplejo, se pone enfrente de él y le oye decir:
- "¿Y de lo mío, qué?, ¿Cuándo procesamos a Pilatos?"
Por cierto, son las ocho de la tarde, a Bermejo lo han dimitido y, que se sepa, su compañero de montería, paradigma de la imparcialidad y del buen gusto en la indumentaria cinegética, sigue en su puesto. Entre tanto, la nación entera, preocupada por su salud, hace votos para que decida de una vez descargarse del enorme peso de la justicia universal que tantos desvelos le provoca y opte por un merecido retiro recorriendo los campos de España con su preciosa gorra de bolchevique.
LFU
20 de febrero de 2009
Barcelona despide a José Antonio
Esta vez le ha tocado en suerte a José Antonio Primo de Rivera, en Barcelona. Un José Antonio tocado -paradójicamente- por la varita putrefacta de la Ley de Memoria Histórica, ya que no tuvo siquiera la posibilidad de ser sospechoso de franquista, represor o contendiente, porque ya se ocupó el gobierno del Frente Popular de fusilarlo "democráticamente" con la debida antelación y arrojarlo a una fosa común.
Un hombre que escribió en el umbral de su muerte el mejor de los testamentos políticos que jamás se han podido leer: "Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas cualidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia".
Una palabra limpia que no encaja en esta atmósfera turbia, ya cansada, como de taberna al final de una noche crapulosa, que preside nuestra existencia.
Posiblemente su lugar será ocupado, ahora, por otro monumento a Companys que como todo el mundo sabe, era el epítome de la moderación y del respeto al adversario. O mejor, por el torturador Julián Grimau, ejemplo de concordia para los catalanes a muchos de los cuales facilitó el eterno descanso. En todo caso, algo que enaltezca más la pútrida estela de una sociedad mayortariamente envilecida.
Recomiendo la carta que un catalán, Francisco Requena Paredes, ha enviado a diversos foros. Una voz que clama en el desierto para que no pueda decirse que todo es silencio, indignidad ni deserción.
LFU
17 de febrero de 2009
La vida no hará más que revelar la fotografía
"Si formamos a los niños con sencillez, si los hacemos amar las alegrías profundas y elementales, avanzarán por la vida conservando en sus ojos la luz de la vida interior, equilibrada, sin sobresaltos. pero si deformamos su infancia, si los niños han oído o visto demasiado, si los dejamos arrastrar por el torbellino vital, si los años de una niñez en calma no han fortificado en ellos la frágil dicha de su inocencia, entonces su vida será lo que ha sido su infancia y en vez de irritarse ante el desorden, serán ellos mismos desorden. Como sus gustos, sus sentimientos, sus pensamientos, fueron siempre inestables, estarán para siempre a la merced del vendaval d las turbias alegrías que consumen al alma y se escapan de nuestras manos y crean, a expensas del sufrir de los demás, el propio sufrimiento.
Después ya es tarde para cambiar.
No se endereza el arbol endurecido. Todo lo más que podremos hacer para intentar que sea diferente, es podarle. Cuando era joven, hirviente de savia, se le hubiera podido doblar con un dedo experto, orientarle y ayudarle a desarrollarse.
Cuando los niños parece que están jugando y mirando sin más, al gorrión o a la alondra que pasan, cuando comiezan a hablar y a besar, cuando fotografían en su corazón, en su imaginación, el espectáculo exacto que somos los mayores, esa es la hora de poderlos modelar.
La vida no hará más que revelar la fotografía. Los ácidos de la existencia imprimirán en ellos las imágenes hermosas y pujantes o atormentadas y entristecedoras, que habíamos ofrecido a sus ojitos avidos de curiosidad y a su corazón impoluto, como una hoja de papel.
Todo aquello de que les privamos por nuestro orgullo, por nuestra agitación, o ¡ay! por nuestras pasiones, todo ello tendremos que pagarlo cruelmente más tarde, viéndoles inquietos, insatisfechos, el alma sin aliento o arrasada por nuestra grandísima culpa."
De "Almas ardiendo". L. Degrelle (1954). Traducción y Prólogo de Gregorio Marañón.
.....Y leyendo tan hermosas palabras, me acordé de los sujetos que mataron y arrojaron al río a una niña en lo mejor de su vida. Es probable que la vida no haya hecho más que revelar la fotografía de su infancia.
Requiem aeternam dona ei, Domine; et lux perpetua luceat ei.
LFU
Después ya es tarde para cambiar.
No se endereza el arbol endurecido. Todo lo más que podremos hacer para intentar que sea diferente, es podarle. Cuando era joven, hirviente de savia, se le hubiera podido doblar con un dedo experto, orientarle y ayudarle a desarrollarse.
Cuando los niños parece que están jugando y mirando sin más, al gorrión o a la alondra que pasan, cuando comiezan a hablar y a besar, cuando fotografían en su corazón, en su imaginación, el espectáculo exacto que somos los mayores, esa es la hora de poderlos modelar.
La vida no hará más que revelar la fotografía. Los ácidos de la existencia imprimirán en ellos las imágenes hermosas y pujantes o atormentadas y entristecedoras, que habíamos ofrecido a sus ojitos avidos de curiosidad y a su corazón impoluto, como una hoja de papel.
Todo aquello de que les privamos por nuestro orgullo, por nuestra agitación, o ¡ay! por nuestras pasiones, todo ello tendremos que pagarlo cruelmente más tarde, viéndoles inquietos, insatisfechos, el alma sin aliento o arrasada por nuestra grandísima culpa."
De "Almas ardiendo". L. Degrelle (1954). Traducción y Prólogo de Gregorio Marañón.
.....Y leyendo tan hermosas palabras, me acordé de los sujetos que mataron y arrojaron al río a una niña en lo mejor de su vida. Es probable que la vida no haya hecho más que revelar la fotografía de su infancia.
Requiem aeternam dona ei, Domine; et lux perpetua luceat ei.
LFU
14 de febrero de 2009
La carta de Ramón Tejero a su padre
Hoy quiero traer a estás páginas una carta emocionante. ABC acoge hoy la carta que el hijo sacerdote de Antonio Tejero Molina le escribe a su padre con todo el amor y el dolor que cabe en su corazón.
Antonio Tejero fue la facil cabeza de turco de un triste episodio de la historia de España, aún hoy muy lejos de estar aclarado. Cumplió con eficacia las órdenes recibidas creyendo que así prestaba su mejor servicio a su patria. Su comportamiento dentro del Congreso sólo tuvo el borrón de la zancadilla y cuando comprendió que había sido utilizado y engañado, supo afrontar con dignidad y silencio, el castigo y la difamación. Rechazó el dinero y el avión que se le ofreció y sólo pidió para sí toda la responsabilidad para librar a sus oficiales y guardias de una inevitable represalia.
Algún día se demostrará que no sólo fue quien inició la ejecución del golpe sino también -aunque otros se pongan las medallas- quien lo frustró definitivamente al negar la entrada al General Armada al Congreso tras conocer la colorida composición del gobierno de concentración que pensaba presidir.
Pero eso queda ya para la Historia y los historiadores. Ahora, el hombre que ha sido blanco de todos los escarnios, ha recibido el mayor regalo que un padre puede recibir. El amor de uno de sus ocho hijos impregnado en cada una de las palabras de una carta verdaderamente emocionante:
LFU
"Aquel 23 de febrero de 1981, muy temprano, salimos de casa... Yo sabía lo que ocurriría... Sin embargo, el silencio era la expresión más simbólica del cariño que se puede dar a un padre que en esos momentos atravesaba unos de los momentos mas difíciles de su vida. Había vivido momentos de angustia, de terror. Noches en vela, acompañadas de desconciertcadoos en una España que los españoles desconocían. Noches de zozobra que acompañaban a un hombre al cargo de las tierras vascas y con el encargo de acabar con el terrorismo... Muertes sin compasión de manos de ETA, traiciones de ideales, injusticias, quejas de viudas, órdenes para quemar una bandera que, después, fue legalizada y que causó tantos y tantos muertos...
Todo era incomprensible para un joven que creció con el dolor, la inquietud, el temor y el deseo irrefrenable de una España coherente... Ese joven era yo, ahora sacerdote de Jesucristo, pero sin dejar de ser hijo de mi padre, del cual me enorgullezco plenamente. Aquella mañana del 23 de febrero acompañé a mi padre a la celebración de la Eucaristía en la capilla que hay frente a la Dirección General de la Guardia Civil. Momentos de silencio, de oración profunda, de contemplación sincera de un hombre creyente que sabía cuál era su deber, que conocía las órdenes recibidas y que no quería por nada del mundo manchar sus manos de sangre (como así fue). Un hombre de uniforme, de rodillas ante el Sagrario y el altar del sacrificio: mi padre.
Suponía para mí un ejemplo de gallardía que nadie me hará olvidar, el testimonio fiel de un creyente coherente con el juramento que había hecho años atrás... No había palabras, sólo silencio, recogimiento y oración sincera. Al salir de la capilla, con una mirada penetrante -y me atrevería a decir que trascendente-, contempló la Bandera Nacional y, con voz serena, tranquila y gallarda, me dijo: «Hijo, por Dios y por Ella hago lo que tengo que hacer...». Y, con un beso en la mejilla, se despidió de mí. Un beso tierno de padre, pero que también sonaba a despedida: la despedida de un hombre que teme que no volverá a la vida... y eso pensé yo también.
Y, con el gozo de amar a mi padre con locura, volví a mi casa para acompañar a aquella que simbolizaba -en aquel momento y siempre- los valores de la mujer fuerte de la Biblia: mi madre. Esa gran mujer que ha sabido hacer, de su existencia, una entrega victimal y heroica a Dios, a España y a su familia -valores en los que fue educada a lo largo de todo su vida y que sigue mostrando, en el otoño se su existir, con una entrega amorosa a todos nosotros-.
Pasamos la mañana con serenidad... El silencio era la elocuencia de nuestro pesar, mientras que el tiempo se convertía, segundo tras segundo, en el traicionero «reloj» que nos hacía pensar en aquel momento. No sabíamos más ni menos. Realmente, nos dolía España, mi padre y el momento en sí; aunque nos tranquilizaba la certeza, según nos habían dicho, de que el Rey apoyaba y ordenaba tales hechos. Era un acto de servicio más, en un momento crítico, por el cual atravesaba nuestra Patria. Y pasó lo que toda España conoce y lo que los medios transmiten (aunque no con toda la veracidad que debieran). No voy a entrar en polémica... ni quiero, ni debo. Pero sí deseo aclarar algunos puntos que conozco, que siento míos y que viví con intensidad aquella noche. Y deseo hacerlo desde el sosiego, desde la paz que, cada día, me regala Cristo y desde la serena sabiduría de los años que te hacen asentar pasiones y discernir la verdad como realidad de la vida.
No voy a revelar nada del 23F, el silencio de mi padre me obliga a callar. Sin embargo, no puedo dejar en el olvido las grandezas de un gran hombre.
Es por ello que, ante las distintas informaciones y publicaciones de estos días en distintos medios de comunicación, quiero y deseo expresar lo siguiente: mi padre es un hombre de honor, fiel a sus principios religiosos y patrióticos; es coherente y sincero. Es un militar de los pies a la cabeza, consciente de sus responsabilidades, entregado a sus hombres. Es un hombre cumplidor, trabajador hasta el extremo, leal ante el significado de la palabra juramento y fiel al mismo. Es un hombre sereno, sencillo, disciplinado y amante de la verdad. No es violento, ni agresivo. Es templado, sensato, sereno, inteligente y capaz de discernir con coherencia una realidad aparentemente absurda e incoherente como parece que fue el 23F. Es un marido ejemplar. Un padre extraordinario. Un hombre excepcional. Un amigo fiel. Un español honorable y un cristiano sincero y veraz. Mi padre es mi padre. Me duele la falta de información y coherencia. Me duele ver cómo todos aprovechan el «silencio» de un hombre para intentar destruirle... quizá por miedo a su palabra... Me duelen tantos programas y tan poca veracidad...
Quiero a mi padre con locura. Es por ello que ruego y aliento a todos aquellos que creen en la libertad de expresión, para que sean tan audaces y coherentes como para publicar estas pobres palabras que tan sólo manifiestan los sentimientos de un hijo por su padre.
Un hijo que se siente orgulloso de su padre y de que éste se llame: Antonio Tejero Molina.
Ramón Tejero Díez "
Antonio Tejero fue la facil cabeza de turco de un triste episodio de la historia de España, aún hoy muy lejos de estar aclarado. Cumplió con eficacia las órdenes recibidas creyendo que así prestaba su mejor servicio a su patria. Su comportamiento dentro del Congreso sólo tuvo el borrón de la zancadilla y cuando comprendió que había sido utilizado y engañado, supo afrontar con dignidad y silencio, el castigo y la difamación. Rechazó el dinero y el avión que se le ofreció y sólo pidió para sí toda la responsabilidad para librar a sus oficiales y guardias de una inevitable represalia.
Algún día se demostrará que no sólo fue quien inició la ejecución del golpe sino también -aunque otros se pongan las medallas- quien lo frustró definitivamente al negar la entrada al General Armada al Congreso tras conocer la colorida composición del gobierno de concentración que pensaba presidir.
Pero eso queda ya para la Historia y los historiadores. Ahora, el hombre que ha sido blanco de todos los escarnios, ha recibido el mayor regalo que un padre puede recibir. El amor de uno de sus ocho hijos impregnado en cada una de las palabras de una carta verdaderamente emocionante:
LFU
"Aquel 23 de febrero de 1981, muy temprano, salimos de casa... Yo sabía lo que ocurriría... Sin embargo, el silencio era la expresión más simbólica del cariño que se puede dar a un padre que en esos momentos atravesaba unos de los momentos mas difíciles de su vida. Había vivido momentos de angustia, de terror. Noches en vela, acompañadas de desconciertcadoos en una España que los españoles desconocían. Noches de zozobra que acompañaban a un hombre al cargo de las tierras vascas y con el encargo de acabar con el terrorismo... Muertes sin compasión de manos de ETA, traiciones de ideales, injusticias, quejas de viudas, órdenes para quemar una bandera que, después, fue legalizada y que causó tantos y tantos muertos...
Todo era incomprensible para un joven que creció con el dolor, la inquietud, el temor y el deseo irrefrenable de una España coherente... Ese joven era yo, ahora sacerdote de Jesucristo, pero sin dejar de ser hijo de mi padre, del cual me enorgullezco plenamente. Aquella mañana del 23 de febrero acompañé a mi padre a la celebración de la Eucaristía en la capilla que hay frente a la Dirección General de la Guardia Civil. Momentos de silencio, de oración profunda, de contemplación sincera de un hombre creyente que sabía cuál era su deber, que conocía las órdenes recibidas y que no quería por nada del mundo manchar sus manos de sangre (como así fue). Un hombre de uniforme, de rodillas ante el Sagrario y el altar del sacrificio: mi padre.
Suponía para mí un ejemplo de gallardía que nadie me hará olvidar, el testimonio fiel de un creyente coherente con el juramento que había hecho años atrás... No había palabras, sólo silencio, recogimiento y oración sincera. Al salir de la capilla, con una mirada penetrante -y me atrevería a decir que trascendente-, contempló la Bandera Nacional y, con voz serena, tranquila y gallarda, me dijo: «Hijo, por Dios y por Ella hago lo que tengo que hacer...». Y, con un beso en la mejilla, se despidió de mí. Un beso tierno de padre, pero que también sonaba a despedida: la despedida de un hombre que teme que no volverá a la vida... y eso pensé yo también.
Y, con el gozo de amar a mi padre con locura, volví a mi casa para acompañar a aquella que simbolizaba -en aquel momento y siempre- los valores de la mujer fuerte de la Biblia: mi madre. Esa gran mujer que ha sabido hacer, de su existencia, una entrega victimal y heroica a Dios, a España y a su familia -valores en los que fue educada a lo largo de todo su vida y que sigue mostrando, en el otoño se su existir, con una entrega amorosa a todos nosotros-.
Pasamos la mañana con serenidad... El silencio era la elocuencia de nuestro pesar, mientras que el tiempo se convertía, segundo tras segundo, en el traicionero «reloj» que nos hacía pensar en aquel momento. No sabíamos más ni menos. Realmente, nos dolía España, mi padre y el momento en sí; aunque nos tranquilizaba la certeza, según nos habían dicho, de que el Rey apoyaba y ordenaba tales hechos. Era un acto de servicio más, en un momento crítico, por el cual atravesaba nuestra Patria. Y pasó lo que toda España conoce y lo que los medios transmiten (aunque no con toda la veracidad que debieran). No voy a entrar en polémica... ni quiero, ni debo. Pero sí deseo aclarar algunos puntos que conozco, que siento míos y que viví con intensidad aquella noche. Y deseo hacerlo desde el sosiego, desde la paz que, cada día, me regala Cristo y desde la serena sabiduría de los años que te hacen asentar pasiones y discernir la verdad como realidad de la vida.
No voy a revelar nada del 23F, el silencio de mi padre me obliga a callar. Sin embargo, no puedo dejar en el olvido las grandezas de un gran hombre.
Es por ello que, ante las distintas informaciones y publicaciones de estos días en distintos medios de comunicación, quiero y deseo expresar lo siguiente: mi padre es un hombre de honor, fiel a sus principios religiosos y patrióticos; es coherente y sincero. Es un militar de los pies a la cabeza, consciente de sus responsabilidades, entregado a sus hombres. Es un hombre cumplidor, trabajador hasta el extremo, leal ante el significado de la palabra juramento y fiel al mismo. Es un hombre sereno, sencillo, disciplinado y amante de la verdad. No es violento, ni agresivo. Es templado, sensato, sereno, inteligente y capaz de discernir con coherencia una realidad aparentemente absurda e incoherente como parece que fue el 23F. Es un marido ejemplar. Un padre extraordinario. Un hombre excepcional. Un amigo fiel. Un español honorable y un cristiano sincero y veraz. Mi padre es mi padre. Me duele la falta de información y coherencia. Me duele ver cómo todos aprovechan el «silencio» de un hombre para intentar destruirle... quizá por miedo a su palabra... Me duelen tantos programas y tan poca veracidad...
Quiero a mi padre con locura. Es por ello que ruego y aliento a todos aquellos que creen en la libertad de expresión, para que sean tan audaces y coherentes como para publicar estas pobres palabras que tan sólo manifiestan los sentimientos de un hijo por su padre.
Un hijo que se siente orgulloso de su padre y de que éste se llame: Antonio Tejero Molina.
Ramón Tejero Díez "
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