No soy de los que, en materia de
defensa de la vida humana, se ajustan a la doctrina del Tribunal
Constitucional, institución cuyo prestigio es inversamente proporcional a su docilidad
al poder establecido en cada momento. Para mí la vida humana –y ésta existe de
forma indubitada desde el momento de la concepción- es un valor absoluto y su
defensa y respeto no admite excepciones, por lo que tan sólo en caso de tener
que elegir entre una u otra vida resulta lícito sacrificar una de ellas para
salvar a la otra. A partir de ahí, se pueden -y deben- aplicar atenuantes o
eximentes en función de las circunstancias concretas en las que se pudiera
practicar un aborto, como en la comisión de cualquier delito, pero no soy
partidario del establecimiento de supuestos de despenalización que, en la
práctica, equivalen al reconocimiento de un quasi
derecho al aborto, máxime si dichas intervenciones son financiadas por la
sanidad pública. Admitir la posibilidad de eliminar una vida ante la existencia
de un conflicto de intereses entre una vida humana y un daño psicológico para
otra, implica reconocer que no todas las vidas merecen la misma protección, en
claro perjuicio, en este caso, del concebido no nacido.
No puedo, por tanto, hacer mío el
anteproyecto de ley presentado por el Ministerio de Justicia, tan contestado desde dentro y desde fuera del Partido popular, lo que no me
impide, en absoluto, reconocer el enorme valor que tiene dar en el mundo de hoy
un paso contracorriente en defensa del derecho a la vida del concebido no
nacido.
Sólo un iluso puede pensar que el
legislador español pueda defender, por el momento, mi posición sobre este
asunto. La postura que yo represento es aún, por desgracia, considerablemente
minoritaria en una sociedad en la que impera
la comodidad y el hedonismo y en la que se niega cualquier valor del
sacrificio. Una sociedad hipócrita que protege colonias de mariposas en
extinción al tiempo que dedica recursos a eliminar embriones humanos no
deseados y a apartar a los mayores.
En los ocho años que estuvo
gobernando España el Partido popular presidido por José María Aznar, no se tocó
ni una sola coma de la ley coladero de 1985 en base a la cual se podían abortar
niños con ocho meses con pasmosa facilidad. En las últimas elecciones, el
Partido popular no llevaba en su programa ninguna ley de “aborto cero”, aunque
sí prometió derogar la ley de Zapatero por la que el aborto se convertía en un
derecho y la vida quedaba sometida a un frío plazo durante el cual resulta lícita
su eliminación.
Pues bien, el anteproyecto no se
limita a derogar la nefasta ley de 2010 -lo que habría sido visto con enorme comodidad para muchos
votantes y cargos del Partido popular- sino que va mucho más allá y supone una
regresión cualitativa en la cultura de la muerte, que se había instalado en
nuestra sociedad desde hace décadas. El derecho al aborto desaparece como tal y
se limitan a dos los supuestos de despenalización del aborto, eliminándose el
aborto eugenésico; se exigen dos informes médicos distintos y ajenos al centro en
el que se vaya a practicar el aborto, con lo que se pone coto al coladero de la
antigua ley de supuestos y se permite a la administración la posibilidad de
controlar el cumplimiento de tales requisitos; se exige al menos el
conocimiento de los padres de la embarazada menor y se establece un plazo
mínimo de espera de 7 días permitiendo al menos un período de reflexión a la
madre embarazada desde el momento en que se le comunica la posibilidad de
abortar a su hijo.
No es mi ley del aborto, en
absoluto, pero es un paso importante en defensa de la vida, que me propongo apoyar,
pues hoy por hoy, es la única ley
posible. Si tenía alguna duda al
respecto, las declaraciones de personajillos como Semper, Monago, Cifuentes y
etc… y el significativo silencio cómplice de otros populares como Mato,
Aguirre, etc… han terminado de convencerme. Es claro que la ofensiva contra esa
ley, desde dentro y fuera del PP va a ser enorme. Desde la izquierda, porque no
aceptan que se desafíe su supuesta superioridad moral, desde la derecha, por el
miedo que tienen muchos a perder votos por la defensa de unos principios que no
comparten buena parte de los votantes del Pp, por lo que intentarán
descafeinarla todo lo posible.
La apuesta del Ministro, me
consta, es decidida para dar un paso al frente en defensa de la vida, que no
será sino el comienzo de un cambio de tendencia en la cultura de la muerte.
Esta es una guerra que hay que ganar batalla a batalla y que no se va a ganar
en un día. Su propuesta de internacionalizar el asunto en el Parlamento Europeo
permitirá que se abra un debate internacional sobre el aborto, muy necesario
para despertar conciencias adormiladas.
No se conquistó Granada en un
día. Hicieron falta ocho siglos para ello. Por eso cada paso que se de en
defensa de la vida, por pequeño que sea, merecerá mi apoyo y mi compromiso.
LFU