Esa
es la imagen a la que me han transportado, por un lado, los líderes del Partido
Popular, Teodoro García Egea y Pablo Casado (o viceversa) con la inefable y agresiva diarrea
verbal que han desplegado, aún con las urnas de Castilla León de cuerpo
presente, y, por el otro, Santiago Abascal con su mesurada respuesta de mano tendida.
La
prudencia y la templanza son quizás, las virtudes cardinales que deben adornar
a cualquier líder político; la precipitación, por el contrario, es muestra de
evidente bisoñez.
Digan
lo que digan los tertulianos a sueldo de uno y otro lado, el resultado de las
elecciones de Castilla y León ha sido catastrófico para Ciudadanos, que ha perdido
más de 150.000 votantes, muy malo para el PSOE, que ha perdido casi 120.000, malo
para el PP que ha perdido 55.000 y extraordinariamente bueno para Vox, que ha
ganado137.000 votos. Y el resultado
práctico es que el PP necesita el apoyo o la abstención de Vox -o el apoyo o
abstención del PSOE- para poder formar gobierno. Todo lo demás está muy bien
para discusiones de café, pero esa es la realidad desnuda del proceso
electoral.
Lo
único que el PP no puede permitirse es una repetición electoral, que castigaría
con fuerza a Mañueco y reforzaría a su rival en la derecha que ha demostrado
más músculo de lo esperado tanto en le medio rural como el urbano. Así que
Casado se encuentra ante una encrucijada ciertamente difícil, que puede
condicionar definitivamente sus posibilidades de llegar a la Moncloa.
Ante
una situación como esa, lo último que debe hacer -y lo primero que ha hecho
Casado- es precipitarse. Hacer declaraciones altisonantes y darse golpes de
pecho es propio de macho alfa marcando territorios, pero impropio de alguien
que aspire a liderar una nación. Tendría
que haber esperado en su sitio, esperando el momento propicio para fijar
posición sin abrasarse, pero ha querido recibir al toro de Vox a portagayola y
eso tiene sus riesgos.
En
contraste, Abascal, a quien la legión mediática de la izquierda presenta como
un peligroso fascista, ha visto de lejos salir de chiqueros al toro de las
provocaciones peperas y, en lugar de recibirlo como un bisoño novillero, ha
preferido permanecer en el burladero, viendo cómo se comporta el morlaco para
saber por dónde bajarle la mano, suavemente, con mano izquierda y sin
estridencias.
No
lo tiene fácil Casado, porque si se echa en manos de Vox, de nada le va a valer
su impostada imagen de nieto de represaliado por el franquismo pues la
izquierda con todo su poder mediático le acusará de fascista. Y si se echa en
manos de Sánchez, perderá buena parte de su electorado de derecha que seguían fieles
por aquello del “voto útil” y jamás le perdonarían que se abrazase al socio de
Bildu que ha indultado a los golpistas. Y mucho menos con unas elecciones
andaluzas en lontananza con una presunta candidata en la derecha que puede
hacer estragos en las filas del votante popular. Pero los líderes, como los toreros, se forjan
ante las dificultades.
Decía
Belmonte que el toreo era “parar, templar y mandar”. Pero Casado no parece haber
leído a Chaves Nogales. No para de moverse, engancha la muleta y no sabe estar
en su sitio, mientras Santiago Abascal, en una posición ahora sí, más cómoda,
espera tras la barrera fumándose un puro con la mano tendida para ver si su
adversario, esta vez, es capaz de dar la talla.
LFU