"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

16 de febrero de 2022

Juan Belmonte, Casado y Abascal

Todos los que hemos sido niños alguna vez recordamos cómo, al principio, todos corríamos en busca del balón y, a medida que crecíamos, aprendíamos a estar en nuestro puesto para aprovechar la ocasión.

Esa es la imagen a la que me han transportado, por un lado, los líderes del Partido Popular, Teodoro García Egea y Pablo Casado (o viceversa) con la inefable y agresiva diarrea verbal que han desplegado, aún con las urnas de Castilla León de cuerpo presente, y, por el otro, Santiago Abascal con su mesurada respuesta de mano tendida.

La prudencia y la templanza son quizás, las virtudes cardinales que deben adornar a cualquier líder político; la precipitación, por el contrario, es muestra de evidente bisoñez.

Digan lo que digan los tertulianos a sueldo de uno y otro lado, el resultado de las elecciones de Castilla y León ha sido catastrófico para Ciudadanos, que ha perdido más de 150.000 votantes, muy malo para el PSOE, que ha perdido casi 120.000, malo para el PP que ha perdido 55.000 y extraordinariamente bueno para Vox, que ha ganado137.000 votos.  Y el resultado práctico es que el PP necesita el apoyo o la abstención de Vox -o el apoyo o abstención del PSOE- para poder formar gobierno. Todo lo demás está muy bien para discusiones de café, pero esa es la realidad desnuda del proceso electoral.

Lo único que el PP no puede permitirse es una repetición electoral, que castigaría con fuerza a Mañueco y reforzaría a su rival en la derecha que ha demostrado más músculo de lo esperado tanto en le medio rural como el urbano. Así que Casado se encuentra ante una encrucijada ciertamente difícil, que puede condicionar definitivamente sus posibilidades de llegar a la Moncloa.

Ante una situación como esa, lo último que debe hacer -y lo primero que ha hecho Casado- es precipitarse. Hacer declaraciones altisonantes y darse golpes de pecho es propio de macho alfa marcando territorios, pero impropio de alguien que aspire a liderar una nación.  Tendría que haber esperado en su sitio, esperando el momento propicio para fijar posición sin abrasarse, pero ha querido recibir al toro de Vox a portagayola y eso tiene sus riesgos.

En contraste, Abascal, a quien la legión mediática de la izquierda presenta como un peligroso fascista, ha visto de lejos salir de chiqueros al toro de las provocaciones peperas y, en lugar de recibirlo como un bisoño novillero, ha preferido permanecer en el burladero, viendo cómo se comporta el morlaco para saber por dónde bajarle la mano, suavemente, con mano izquierda y sin estridencias.

No lo tiene fácil Casado, porque si se echa en manos de Vox, de nada le va a valer su impostada imagen de nieto de represaliado por el franquismo pues la izquierda con todo su poder mediático le acusará de fascista. Y si se echa en manos de Sánchez, perderá buena parte de su electorado de derecha que seguían fieles por aquello del “voto útil” y jamás le perdonarían que se abrazase al socio de Bildu que ha indultado a los golpistas. Y mucho menos con unas elecciones andaluzas en lontananza con una presunta candidata en la derecha que puede hacer estragos en las filas del votante popular.  Pero los líderes, como los toreros, se forjan ante las dificultades.

Decía Belmonte que el toreo era “parar, templar y mandar”. Pero Casado no parece haber leído a Chaves Nogales. No para de moverse, engancha la muleta y no sabe estar en su sitio, mientras Santiago Abascal, en una posición ahora sí, más cómoda, espera tras la barrera fumándose un puro con la mano tendida para ver si su adversario, esta vez, es capaz de dar la talla.


LFU

11 de febrero de 2022

Mi adiós a José Manuel Sánchez del Águila

Hay personas que se mueren y otras que se nos mueren. A mí se me ha muerto José Manuel Sánchez del Águila, con quien he mantenido una amistad breve pero intensa y al que me unía una fervorosa comunión de ideales.

Los dos nos conocíamos sin conocernos. Nuestros padres fueron amigos y camaradas e integrantes de una cuaterna armónica que sólo la muerte ha podido quebrar. Quiso la Providencia que el regalo de nuestra amistad naciese de un acto mezquino, pues hasta en lo más oscuro el hombre puede descubrir la belleza. Cuando la Diputación de Sevilla aprobó la moción para revocar -de forma ilegal- la Medalla de Oro de Sevilla concedida a mi padre por su labor al frente del Gobierno Civil de Sevilla, a José Manuel fino jurista y duro litigador, le faltó tiempo para asumir de forma altruista la quijotesca defensa en los tribunales de un hombre que había hecho de la voluntad de servir el credo de su vida. Aún recuerdo la conversación que mi padre y él mantuvieron una tarde de primavera tras leer mi padre su escrito de alegaciones y cómo José Manuel le recordaba que aún lucía con orgullo las flechas de oro que este le regaló hacía muchos años en cuyo reverso aparecía grabada el nombre de la Centuria Cardenal Cisneros. Los Tribunales le dieron la razón y consiguió con sus armas de abogado restituir el honor intacto de su viejo defendido.
José Manuel, rodilla en tierra en el centro de la imagen, junto a su padre y el mío y otros flechas de la Cardenal Cisneros en el Palacio de El Pardo 

Lector y escritor impenitente y apasionado de los libros, tenía alma de poeta y soñaba en voz alta con primaveras y luceros. Era alérgico al sectarismo, pero valiente hasta la extenuación. Jamás dejó de proclamar su filiación falangista pese a que ello le condenara al exilio interior. Era, cómo no, un romántico empedernido que se enamoraba de las cosas, de los paisajes, de los libros y de la vida. José Manuel era de esos hombres con una capacidad infinita de entusiasmarse.  

Hablaba con indisimulado orgullo de sus padres, de su mujer y de sus hijos, de su viejo dos caballos y de sus veranos en Sotogrande. Sólo quien busca el bien, la verdad y la belleza puede decir que está buscando a Dios y doy fe que José Manuel lo buscaba -y lo encontraba- en cada esquina de esa Sevilla a la que tenía entregado el corazón. Tenía en su cuerpo y en su corazón la huella de duros zarpazos de la vida, pero era -y no es un tópico- inasequible al desaliento. 

Hace tan sólo unos meses recibí un mensaje suyo en el que, con inmenso orgullo me decía :“he sido abuelo de una niña preciosa”. Esa niña a la que dedicó un precioso poema: 

El mundo de mi nieta. 
Me enamoró la luz de su mirada, 
el dulce acento de su llanto tibio,
y ese amago de pena, mientras sonríe. 
Y ese sol que lleva a cada lado, 
Y es Lucía, y su alegría. 

 Me atrevo a decir que este mundo lleno de odios, mezquindades y mentiras no era digno de un hombre cabal como José Manuel, pero su apostura, su dignidad de hombre y su coraje eran una nota discordante que desafiaba como un limpio destello a esta atmósfera turbia, ya cansada, como de taberna al final de una noche crapulosa. Era un joseantoniano puro: coraje, elegancia, estilo y caballerosidad; en palabras de Foxá, era, como los viejos caballeros, "un lirio en un vaso de hierro". 

 Conservo como un tesoro el pergamino que me regaló de aquel soneto de Angel María Pascual, “Envío”, y la carta en la que me decía que era el soneto de los falangistas en el exilio interior”. José Manuel siempre lució con orgullo su lucero azul, ese lucero en el que desde ayer hace guardia con su padre, con el mío y con todos aquellos que con emoción entonaron esa limpia canción de rosas, de amor y primavera que anuncia un nuevo amanecer. 

Hoy, José Manuel, que el cielo parece más limpio y se anuncia la primavera, quiero darte las gracias, enviarte mi dolor y poner en tu pecho las cinco rosas que, como pocos, has merecido. Me hubiera gustado que la vida nos hubiera regalado unos años más contigo, pero tengo la seguridad de que ahora nos mirarás con ojos indulgentes desde el lugar de privilegio que Dios tiene reservado para quienes pasan por la vida haciendo el bien, sin proclamarlo. 

José Manuel Sánchez del Águila

¡PRESENTE!

Luis Felipe Utrera-Molina

2 de diciembre de 2021

Santiago

 


Conocí a Santiago Abascal hace alrededor de 20 años. Un amigo común quiso presentarnos porque, según me dijo, nos unía a ambos un denominador común: el amor a la patria y la admiración por nuestro padre, que no dejan de ser dos formas de cumplir el cuarto mandamiento.

Almorzamos juntos en dos o tres ocasiones, la última ya a las puertas ya de la primera sede de Vox en un piso de la calle Diego de León. No recuerdo lo que hablamos; es posible que cometiera incluso el atrevimiento -y la solemne estupidez- de darle consejos sin que me los pidiese, pero creo sinceramente que nos caímos bien. Me llamaron la atención su fuerza y la claridad de su mirada. No era la suya una mirada esquiva o dispersa, sino una mirada limpia, franca y descarada, como la de quien sabe que la luz que entra por su balcón cada mañana viene a iluminar la tarea justa que Dios le tiene asignada en la armonía del mundo.

La siguiente vez que me lo encontré fue en un semáforo. En moto él, y yo en el coche con mi mujer. Se quitó el casco, me dio un toque en la ventanilla y dijo: ¡Luis Felipe! Y al ver que me quedaba con cara de haba, me dijo: ¡Santiago Abascal!. Y entonces, caí.  

Aún no era famoso y ni él ni yo podíamos imaginar lo que vino después.

Decir que somos amigos sería pretencioso por mi parte, pues, aunque siempre hemos mantenido el contacto, ni siquiera nuestras mujeres se conocen. Pero él sabe bien el profundo aprecio y admiración que le tengo.  No soy mucho de dar la lata, y cuando Santiago pasó de vocear sobre el cajón de frutas a liderar la tercera fuerza política de España, me limité a seguirle como uno más, en La Latina, en Vistalegre, y en tantos sitios y a enviarle, de cuando en cuando, mensajes telefónicos que nunca ha dejado de contestar, aún en los momentos más delicados, como tras la contestación al indignante discurso de Pablo Casado en la moción de censura.  

Hace unos días tuve la suerte de compartir de nuevo mesa y mantel con Santiago junto con un grupo de amigos comunes, en casa de un buen amigo. Hablamos de lo divino y de lo humano, pero, como aquella primera vez que nos conocimos, me volvió a impresionar, la fuerza, la limpieza y la claridad de su mirada. La mirada de alguien que es capaz de decir que es de Amurrio sin despeinarse, cuando la conversación se eleva más allá de lo inteligible; la mirada de alguien sin ambición pero que no está dispuesto a ejercer de capitán araña; la mirada de quien no tiene miedo, porque sabe lo que implica vivir rodeado de cobardes; la mirada de alguien que, no sin un cierto vértigo, se ha convertido en todo un referente en defensa de la unidad y de la grandeza de nuestra patria.  

No sé lo que nos deparará el mañana. Como me gusta decir, si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes y como le dijo mi padre a su viejo capitán cuando cesó como ministro, para pasar de la choza al palacio hay que tener el corazón preparado para pasar del palacio a la choza.  Que Santiago es de esos, no me cabe la menor duda.  Sabe que ahora tiene amigos como setas, pero sabe también que de todos esos, podrían ser legión los que mañana desvíen la mirada. Y sabe bien que, pase lo que pase, en el resplandor de las estrellas o en la soledad de la caída, podrá contar siempre con mi aliento, y mi amistad y con una mirada lealmente correspondida.


Luis Felipe Utrera-Molina

1 de diciembre de 2021

El peligro de la politización del poder judicial

Artículo publicado en El Debate
No ha pasado desapercibido entre la opinión pública el reciente -y bochornoso- espectáculo del reparto entre los dos primeros partidos nacionales (PP y PSOE) de cuatro de los vocales del Tribunal Constitucional. 

Resulta paradójico que el PP haya hecho cuestión de principios la negativa a repartirse los asientos del Consejo General del Poder Judicial hasta que no se garantice su elección por jueces y magistrados y, sin embargo, haya accedido a pactar el nombramiento como vocales del Alto Tribunal de personas de claro perfil ideológico, prescindiendo de cualquier criterio de independencia, mérito y capacidad. 

Estéril es dirigir este reproche a un Gobierno que defiende sin complejos la necesaria intervención del legislativo en el poder judicial. Pero no es de recibo que un partido que se afirma liberal se preste a colaborar en el desprestigio de un Tribunal cuya independencia resulta absolutamente vital por ser una pieza clave del Estado de derecho. 

La Constitución trató de forzar el consenso en el nombramiento de los magistrados del Alto Tribunal estableciendo una mayoría cualificada de 3/5 de las Cámaras y garantizar la independencia de los magistrados alargando su mandato a 9 años. Pero los dos partidos mayoritarios han pervertido desde hace décadas el espíritu del legislador constituyente, convirtiendo al Tribunal Constitucional en un órgano que, con contadas excepciones, refleja la composición del legislativo en cada momento, siendo notorio el carácter «conservador» o «progresista» de ponentes y vocales, con lo que se elimina todo atisbo de la necesaria independencia que debe presidir la actuación del Tribunal. 

Desde la sentencia de la expropiación de Rumasa por Decreto Ley han sido muchas las ocasiones en las que el Tribunal Constitucional ha sido altamente obsequioso con el poder de turno, no sólo en sus pronunciamientos, sino también en sus silencios, como lo demuestran los once años que lleva el Tribunal sin pronunciarse sobre el recurso de inconstitucionalidad contra la denominada ley Aído de 2010, que consagró el aborto como derecho subjetivo. 

La premura del Gobierno por modificar la actual composición del Tribunal Constitucional ha sido explicitada con singular descaro en el Congreso por el portavoz de Podemos, escandalizado por que se hayan admitido a trámite y estimado tantos recursos interpuestos por Vox, eso sí mediante resoluciones extemporáneas que no han impedido la efectiva vulneración de derechos fundamentales. Iglesias Turrión se ha apresurado a apostillar que el Tribunal Constitucional debe tener una composición progresista en línea con la mayoría parlamentaria. 

En definitiva, los partidos mayoritarios se muestran cómodos con el reparto de los vocales del Tribunal Constitucional, socavando cualquier atisbo de independencia de un órgano creado para garantizar el amparo de los ciudadanos frente a violaciones de sus derechos fundamentales por parte de alguno de los poderes del Estado y para controlar que la producción legislativa del ejecutivo y legislativo se ajusten a la Constitución. 

La independencia judicial y el Estado de derecho no se defienden con palabras sino con hechos. Hasta la fecha ha habido cuatro fórmulas diferentes de elegir a los vocales del Consejo del Poder Judicial: la primera, en 1980, la segunda en 1985, la tercera en 2001 y la última en 2013. Y el resultado de la labor de los partidos mayoritarios es que los veinte vocales son elegidos por mayoría de 3/5 de las Cortes: ocho entre juristas de reconocida competencia con más de quince años de experiencia, y doce entre jueces y magistrados en servicio activo. Esta fórmula obedece a un propósito del poder político de influir de forma decisiva en la política judicial, condicionando los nombramientos judiciales al perfil ideológico de sus miembros. 

Mientras esto sucede, socialistas y populares se dan golpes de pecho y aplauden sin recato –en un colosal acto de cinismo– la condena del Tribunal de Justicia de la Unión Europea a Polonia por entender que se ha producido una quiebra en la impermeabilidad del Consejo Nacional del Poder Judicial frente a influencias directas o indirectas de los poderes Legislativo y Ejecutivo. Aquello de la paja en el ojo ajeno. 

Nadie que defienda la pervivencia del actual sistema de nombramiento de los vocales del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional puede presumir de demócrata, sino más bien de lo contrario. Porque la confianza en que los jueces y tribunales resuelvan los conflictos sociales y los problemas de los ciudadanos con plena independencia del resto de poderes del Estado es el último baluarte de los ciudadanos contra el abuso de poder de la administración y del legislativo.

Es verdad que vamos cuarenta años tarde, pero como reza el viejo refrán castellano, nunca es tarde si la dicha es buena. Ha tenido que llegar un Gobierno falaz, dispuesto a retorcer la ley a su antojo, indultar a golpistas y secuestradores de menores, profanar sepulturas por decreto ley y eliminar cualquier atisbo de independencia de la Fiscalía General del Estado para que los españoles tomen conciencia del peligro de muerte que corre la libertad ante la tentación totalitaria de controlar todos los resortes del poder. 

La sociedad civil debe rebelarse contra esta anomalía democrática y exigir un cambio radical en el sistema de nombramientos que salvaguarde la independencia del poder judicial frente al poder político. Y es que en la defensa de la separación de poderes frente a las pulsiones totalitarias del Gobierno nos jugamos algo más importante que la democracia: la libertad. 

Luis Felipe Utrera-Molina 

27 de julio de 2021

La guerra civil no fue un golpe de estado.

 


Artículo publicado en La Razón 
https://twitter.com/larazon_es/status/1418922671421730819


Carta al General Francisco Franco



Mi general: 

Dudo mucho que se acuerde de mí. Nos conocimos en su despacho del Palacio del Pardo el 19 de diciembre de 1974. Yo tenía sólo seis años y a usted le temblaban las manos del parkinson. Mi padre intuía su final y quiso que yo pudiera ser algún día testigo del hombre al que había empeñado su lealtad hacía casi cuarenta años en un juramento de fidelidad que cumplió hasta el último día de su vida. 

No olvidaré jamás lo que usted me dijo entonces: «sólo te pido una cosa: que seas tan bueno como tu padre». Aunque no lo entendí del todo hasta mucho después. Era la muestra de gratitud de quien comenzaba a sentir el dolor de la soledad y el frío de la traición, a quien le había demostrado el calor de una lealtad sin fisuras.

Muy lejos estaba yo de imaginar que, por azares de la vida, su hija Carmen me honraría nombrándome Albacea de su herencia y menos aún que me cupiera el honor de defender con mis armas de abogado a sus nietos en su dignísima oposición contra la profanación y secuestro de sus restos mortales, ordenada por el gobierno, allanada por la jerarquía eclesiástica, tolerada por la oposición y bendecida por los más altos tribunales de nuestra nación en unas sentencias que pasarán a la historia de lo más nefando de nuestro acervo jurisprudencial.   

Mal podía suponer yo que, cuarenta y cinco años después de aquella tarde, llevaría sobre mis hombros su féretro, tras fracasar una lucha titánica en la que la política más baja y la cobardía de tantos triunfaron sobre el imperio de la ley y del derecho. Sobre aquella caja quedaron para siempre una cruz, su bandera y cinco rosas rojas de dolor y de esperanza.

Ya peino canas, mi general. Y si de joven ya pronunciaba su nombre con respeto, ahora lo hago con más admiración; porque he leído su Diario de una Bandera y he leído a Arturo Barea y a Luis Suárez, a De la Cierva y a Paine, a Preston y a Moa, a Aznar y a Hills; porque he podido bucear en algunos de sus papeles más íntimos y me ha impresionado su honradez, su austeridad y su probidad; porque las mezquindades de los miserables sólo sirven para aquilatar el valor de los grandes hombres; porque los que le siguen atacando casi medio siglo después de su muerte son los mismos que están arruinando y humillando a esta nación pactando con sus enemigos. Cómo resuenan hoy aquellas palabras de su testamento “Creo y deseo no haber tenido otros (enemigos) que aquellos que lo fueron de España, a la que amo hasta el último momento y a la que prometí servir hasta el último aliento de mi vida”

El gobierno más indigno de nuestra historia acaba de aprobar un proyecto de ley para prohibir su elogio, borrar su nombre y falsificar su vida, al estilo de las damnatio memoriae que algunos emperadores romanos promulgaban contra sus predecesores.  Pero pinchan en hueso, porque hoy la historia ya no se puede borrar. Y porque, mi general, ser blanco de un gobierno infame es un timbre de honor. El comunismo jamás perdonará a quien le derrotó por primera vez, pero cada vez hay más españoles que, frente a la verdad oficial del gobierno de la mentira, valoran el esfuerzo de aquella generación de españoles que sacrificó su juventud para detener el marxismo e hizo posible con su esfuerzo el bienestar material que disfrutamos.

Winston C. Churchill escribió que “el pasado de la URSS es impredecible”, en alusión a la revisión continua de la Enciclopedia Soviética, que de una edición a otra convertía los héroes en traidores; o restauraba como líderes modélicos a quienes ya habían sido condenados y ejecutados por las nomenklaturas del momento. Lo mismo cabe decir del pasado de España, mi General, merced a la irresponsabilidad de una clase política acomodada entre la mentira y el complejo.

Esta España es muy distinta de la que usted vivió. En vez de mirar unidos al futuro, España vive secuestrada por el más rancio aldeanismo separatista y los muertos de aquella lejana guerra, olvidada por tantos, se han convertido en mercancía arrojadiza para sembrar el odio y la discordia entre sus hijos y sus nietos.

 

Permítame que, ahora que está prohibido, le dé las gracias y con usted a todos los que, como mi padre, arrimaron el hombro para hacer una España mejor. Por salvar a la Iglesia de su aniquilación, por crear un verdadero Estado de bienestar, la clase media y unas cuentas saneadas, por la seguridad social, por las más de cuatro millones y medio de viviendas sociales, por los pantanos y otras muchas obras de las que hoy se apropian los que sólo viven del lodazal de la discordia.

Cuenta con mi respeto, mi gratitud y mi admiración, tres delitos en uno que me llenan de orgullo, pero no olvide nadie que el tiempo trae consigo la justicia, deja pasar la tormenta y ve crecer los laurelesNo sé si Dios me permitirá verlo, pero estoy seguro de que la verdad triunfará al final sobre la mentira.

Quedo (ilegalmente) a sus órdenes.

 

Luis Felipe Utrera-Molina


21 de mayo de 2021

EL GOBIERNO DE LA MENTIRA

Uno de los síntomas más alarmantes de la degradación moral que afecta a nuestra nación es, sin duda, la pasmosa indiferencia y el mimetismo con que los españoles asisten a la normalización de la mentira en sus representantes políticos. A diferencia de la mayoría de las sociedades occidentales, que castigan con dureza el descubrimiento del engaño y la impostura en sus políticos, la sociedad española no sólo no penaliza el engaño o la mentira sistemática de su clase política, sino que parece asumirlo como un elemento de uso común, como algo natural e inevitable, acaso como una fatalidad. 

 Aun admitiendo que todos nuestros gobernantes, con mayor o menor descaro, han faltado en algún momento a la verdad, existe una clamorosa unanimidad a la hora de considerar que Pedro Sánchez ha fulminado todos los récords a la hora de decir una cosa y su contraria, eso sí, sin perder la compostura y con la insólita complacencia de unos medios de comunicación que no se rasgan las vestiduras ante una reiteración abrumadora y sin precedentes de falsedades, engaños y medias verdades. 

Es difícil pedir que sea fiel a la verdad quien comenzó engañando erga omnes plagiando su tesis doctoral. Pero tan lamentable impostura se vio ampliamente superada cuando Sánchez se presentó a las elecciones asegurando con contundencia que jamás pactaría con Podemos, para abrazarse a Pablo Iglesias a las 24 horas de cerrarse las urnas. Aún resuena el célebre: “si quiere se lo digo cinco veces o veinte, con Bildu no vamos a pactar”, o el no menos mendaz: “no voy a permitir, con todos los respetos hacia los votantes de Esquerra Republicana, que la gobernabilidad de España descanse en partidos independentistas”, que en unos pocos días se vieron desmentidos al pactar con todos ellos para llegar a la Moncloa. 

Consciente de la rentabilidad de la mentira, Sánchez no sólo le perdió el miedo, sino que contagió de impostura al resto de su gobierno que, desde entonces, no ha cejado en utilizar la mentira de forma sistemática. Mintió el gobierno al permitir que se celebrasen las manifestaciones del 8M ocultando la alarma de la OMS sobre la rápida evolución de la pandemia; mintió Marlaska con descaro cuando, para justificar el cese ilegal de Pérez de los Cobos, negó haber solicitado el informe sobre el 8M; mintió el gobierno al desaconsejar hace un año el uso de la mascarilla ocultando que la verdadera razón era el desabastecimiento; mintió sobre el comité de expertos que nunca existió; mintió Sánchez en julio de 2020 cuando proclamó a los cuatro vientos que habíamos “vencido al virus y doblegado la pandemia”; mintió Ábalos en los casos Delcy Rodríguez y Plus Ultra y ha mentido sistemáticamente el gobierno al ocultar y falsear una y otra vez el número de muertos causados por la pandemia. La última mentira ha sido el pueril intento de polarizar la campaña de Madrid en torno a una inexistente amenaza “fascista”, conscientes de la falta de un proyecto mínimamente serio que ofrecer. Y lo más grave es que esa relación no es en modo alguno exhaustiva, sino meramente ejemplificativa, que habrá quedado superada cuando se publique este artículo. 

 Este gobierno merece pasar a la historia como el gobierno de la mentira, pues ha sido su seña de identidad el falseamiento constante de la realidad como arma política, amenazando con hacer saltar por los aires la pacífica convivencia de los españoles. Jean-François Revel sostenía que “la primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira» y Albert Camus afirmaba que “existe un nexo biológico entre el odio y la mentira”. Puede afirmarse que mientras más se odia, más se miente, pues la mentira no deja de ser la máscara del odio. Y es precisamente el odio (y el sectarismo como subproducto), uno de los rasgos que mejor definen a Pedro Sánchez: un odio que le sirvió para alcanzar el poder traspasando las líneas más elementales de la ética y la moral; un odio que alimenta y extiende con la imposición de una visión cainita de nuestro pasado para crispar la vida política y dividir la sociedad en buenos y malos; un odio que amenaza con la voladura controlada de los pilares del Estado de derecho, que socava la necesaria neutralidad de las instituciones y encuentra su caldo de cultivo en una sociedad cobarde, medrosa y domesticada. 

 Existe una contraposición metafísica entre la mentira y la libertad, pues sólo quien vive en la verdad es realmente libre. Haríamos bien en no olvidar la advertencia profética del propio Camus “Allí donde la mentira prolifera, se anuncia la tiranía”. Y es que a este gobierno no le interesa una sociedad libre, que pueda formar libremente su opinión -y su voto- conociendo la verdad, sino una sociedad cautiva, mediatizada por el odio y manipulada por la mentira. 

Pero, al igual que el odio es una pasión que acaba aniquilando a quien la padece, nadie que se alía con la mentira se libra de sucumbir a su servidumbre. Se trata de una simbiosis letal. Es cierto que el mal deslumbra y atrae por su poder y su astucia, pero indefectiblemente acaba siendo siempre derrotado por el bien. Son muchas las señales que anuncian el despertar de muchas conciencias aletargadas y es que los españoles, atenazados por los efectos de la pandemia, empiezan a estar hartos de la asfixiante sensación de impostura y falta de libertad que ha presidido la acción de este gobierno. Por eso me atrevo a predecir que, más pronto que tarde, Pedro Sánchez verá declinar su estrella y acabará siendo consumido por la soberbia que devora implacable a los que se han alimentado sin escrúpulos del fruto de la impostura. 

 Luis Felipe Utrera-Molina Abogado