"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

7 de septiembre de 2009

Los sucesos de Pozuelo

Había pensado escribir sobre este asunto, pero mi querido Abu Saif al-Andalusi se me ha adelantado, de forma magistral, en su entrada de hoy en su Baluarte de la que me permito extraer el colofón con un diagnóstico con el que coincido plenamente.


"Mi diagnóstico es simple. En España la familia ha dejado de ser el núcleo básico de la sociedad en la que el niño y el joven aprende a distinguir el bien del mal, aprende a respetar lo ajeno y a reconocer la autoridad de padres, profesores, policía y mayores en general, aprende a labrarse un futuro digno con su esfuerzo. Cuando todo esto falla, y en España más que en ningún otro sitio falla desde hace una generación, no existe más regla que la voluntad degenerada de los niñatos insolentes, malcriados y «pijos» de nuestras ciudades. Verdaderos rebeldes sin causa."

(De El Baluarte de Occidente)

Enhorabuena, Abu. Has dado en el clavo.

LFU

4 de septiembre de 2009

Réplica serena a un antifranquista inmoderado. Por José Utrera Molina

A continuación reproduzco el artículo publicado en el día de hoy por ABC


Me refiero al jesuita Fernando García de Cortázar. A propósito, en este largo y cálido verano, me había propuesto una cura de silencio. En primer término porque no me había podido aliviar del dolor de haber perdido a un fraternal e incomparable amigo, que fue un notable profesional de la medicina y un activo militante de unas ideas que el señor a quien aludo en esta carta, no ha llegado a comprender del todo. Quería refugiarme ante dos estímulos esenciales: el mar y la montaña. Ambos me proporcionaban el silencio necesario para meditar sin pedantería y sin dogmatismo lo efímero de esta vida y lo fugaz de tantas ilusiones. Pero al hilo de la afirmación del propio señor Cortázar: «siempre me han intrigado el olvido y la prisa en aceptar presiones de una vulgar superficialidad» precisamente en esta circunstancia protagoniza el autor del artículo «Manía persecutoria» publicada en la Tercera de ABC una vulgarísima interpretación de una etapa que, vuelvo a repetir, tuvo en la reciente historia de España, sus luces y sus sombras, sus aciertos y sus errores.

¿Qué depósito de odio, qué pozo de rencor posee el señor Cortázar, para continuar las injustas alusiones a nuestro pasado histórico? Hay algo peor que la prisa en aceptar una vulgar superficialidad y es la escucha impasible de una reiterada ofensa a un periodo de historia que levantó de sus cimientos, casi destruidos, a una nación que volvió a tener conciencia de su destino. Yo, señor Cortázar, no pertenezco a ninguna familia de adinerados. No pude asistir a las clases de ninguna de las escuelas jesuíticas en las que había que pagar un alto estipendio. Fui un normal estudiante de bachillerato, en un instituto gloriosamente igualitario. Allí sufrí lógicamente, la visión de una España que poco a poco, lentamente, se levantaba de sus ruinas. Participé en su reconstrucción de una manera muy simple y tal vez según su concepto muy vulgar, cantando un amanecer que se prometía y pregonando una unidad que tantos habían negado y que se necesitaba para seguir adelante.

Insisto otra vez, ¿por qué esa reiteración abusiva, tan llena de desprecio, tan solemnemente revestida de dogmática pedantería, con que nos obsequia tan frecuentemente el señor Cortázar?
Yo fui amigo y profesor en un colegio emblemático de jesuitas durante cuatro años y puedo asegurarle, que tanto los profesores como los alumnos, mantenían una actitud de respeto ante las estructuras que usted tan frecuentemente denigra. Es más, recientemente, un grupo de antiguos alumnos, quiso reunirse conmigo, aquí en la orilla del Mediterráneo, -en Nerja- para recordar con generoso fervor las clases de Historia que yo modestamente impartía. Para usted todo lo franquista es infernal, injusto, contrario a la esencia de la verdad. No repara su lista de la contemplación de otros horizontes -que los hubo- donde se alzaron todavía ejemplos de bondad, de hacer el bien y de luchar por España, que el tiempo no ha podido derribar.

Le estoy escribiendo con serena amargura, con tranquila paciencia, con cierta tristeza de comprobar que el sectarismo no está precisamente en los bloques cerrados de una izquierda manipuladora y rencorosa, sino entre los pliegues de una sotana que precisamente el régimen que usted combate quiso defender.

En este tiempo estival, que se prorroga inexorablemente, no he dejado de pensar en las circunstancias en que viví cuando sólo tenía nueve años, el inicio de una contienda cruel y despiadada. Pero nadie podrá arrancar de mis ojos ni borrar de mi memoria los cadáveres de clérigos y de seminaristas, que muy cerca de mi casa eran vejados, escupidos y maltratados con saña verdaderamente infernal. Le aseguro que he intentado borrar todas las imágenes que pudieran reproducir una contienda que tuvo por ambas partes páginas de dolor, de gloria y también de injusticia.

He luchado siempre por una verdadera reconciliación e incluso por un discreto olvido, pero oír su voz, leer su escrito y aceptar sus insultos en bloque, no me parece una forma digna de vivir con la conciencia tranquila. Yo, al menos creo que mi silencio no sería lícito. Modere usted, -que titula su artículo como Catedrático de Historia Contemporánea, sin hacer alusión de su condición de jesuita-, su destemplanza, sus frecuentes irritaciones, su memoria lastrada por la ignorancia y piense que hubo también en aquella zona para usted maldita, héroes anónimos que ofrecieron su vida para que al final del tiempo, usted pudiera ejercer su libertad sin límite y sin censura alguna.

Le aseguro que me he esforzado en comprender su actitud y en justificar su conducta. Pero no he logrado conseguir mi propósito. Espero que quien como usted no puede estar ajeno a una escala de valores impregnada de generosidad, que usted ejerce, rectifique su afán de demolición, frene sus ataques sistemáticos y, al menos, olvide unos años que para muchos de nosotros representan un caudal de orgullo personal y de íntima satisfacción para nuestra conciencia, de cuyo sentido no estamos dispuestos a renunciar.

Espero que en esta ocasión, al menos, no recurra a colaboraciones extemporáneas y partidistas para contestar mi artículo, pues me basta las continuas manifestaciones de su inagotable rencor.

JOSÉ UTRERA MOLINA

2 de septiembre de 2009

Alertas


De vuelta a la fragua, sólo se habla de la crisis, de la gripe A y de vez en cuando, de las alertas por olas de calor.

Cuento entre mis amigos a varios que han sufrido el virus H1N1 con extraordinaria levedad y sin tomar otra cosa que paracetamol y bisolvón a los más tosedores. Pero en la era de la comunicación y del auge de la responsabilidad civil, comprendo que las alertas se disparen, por si acaso.

Hablando de alertas, no dejan de tener su gracia las alertas multicolores que últimamente se anuncian, cada dos o tres días, por altas temperaturas. Debo confesar que durante el mes de julio –que para mí no fue especialmente caluroso en Madrid- llegué a preocuparme por si había mutado mi temperatura corporal. Pero comentándolo con allegados, llegué a la conclusión de que es una manifestación más de la era preservativa que vivimos.

Pero para lo que no estamos suficientemente preparados es para lo de la crisis. Por cierto, ¿alguien ha visto en los últimos dos meses a la Ministra de Economía?.

LFU

31 de agosto de 2009

Up


Para los que no habéis visto aún esta gran película de Disney en la que el protagonista es un genial y entrañable octogenario, os recomiendo la breve y acertada crítica de la misma del Baluarte


Un abrazo
LFU

25 de agosto de 2009

El Alamillo dice adiós al verano




Sopla por fin el aire de poniente y el cambio de aires se lleva otro verano, como se llevó a Mary Poppins en mi película favorita. Es momento de hacer balance y lo primero, con la que está cayendo, es dar gracias a Dios por haberlo disfrutado, a mis padres por habernos abrazado a todos en ese bendito refugio de El Alamillo con el que sueñan mis hijas como lo hacía yo de chico y a mi mujer por llevar tan bien el compartir sus vacaciones con una tribu tan numerosa y variopinta.

A todos se nos fue Rafael Ariza para hacernos añorar cada 14 de agosto su llamada y el recuerdo entrañable de una mañana calurosa de la Sevilla de 1962 en la que mi padre tomó posesión de un sueño que aún le sigue visitando de cuando en cuando, llenando su corazón de jacarandas y azahares, de campanas y de incienso.

Mi frágil Azorín, estrenando matrícula, nombre y emblema, me ha permitido alejarme del bullicio playero con un buen número de bisoños marineros y marineras que mañana recordarán esas cortas travesías por los acantilados de Nerja, adornando el recuerdo con la candorosa imaginación de sus acelerados corazones. (Conserva pequeño Lucas, esa ilusión marinera que te viene de tu limpia estirpe)

Como cada año por estas fechas, mi plegaria se eleva entre las copas de este viejo jardín, lleno de poesía, con el deseo de que nadie falte a la cita, ahora ya más cercana, de un nuevo verano tan rico en armonía, paz y alegría como el que ahora se despide.

LFU

4 de agosto de 2009

Rafael Ariza, un apasionado creyente. Por José Utrera Molina


No exagero, ni pretendo tampoco sobreponerme a una patética y dolorosa realidad que atraviesa mi corazón y perturba mi alma. Pero si quiero enviar a la tierra sevillana, tan querida siempre por mi y tan profundamente amada –por el que hoy me refiero en este artículo: Rafael Ariza- un mensaje, que haga ver a quienes le conocieron y a los que adivinaron su presencia, la calidad tan excepcional, tan noble y generosa de un hombre que para mi ha constituido la singular síntesis de todos los mas altos valores humanos.

Murió ayer, pero quien dejo esta vida pertenece a la especie de los que no pueden fallecer del todo.

Durante cuarenta años, tuve con él una relación activa y palpitante. Afirmo y no creo equivocarme, que Rafael sin haber nacido en Sevilla amaba con delirio esta tierra. La conocía a fondo, amaba sus tradiciones, comprendía incluso sus contradicciones, sus altos en la Historia. Pero él amaba su esencia y así me lo decía una y otra vez en una correspondencia siempre valiente y confortadora.

Alguien me preguntará quien era ese señor merecedor de tan entusiasta alabanza. Yo respondo: era un médico, con plena vocación universitaria y sobre todo era un hombre capaz de ofrecer su vida en permanente sacrificio, consciente del dolor de los demás.

Conocía a Sevilla en su totalidad, sus calles, sus gentes, su historia. Arrastraba su mirada por la ribera del Guadalquivir y soñaba con la historia que sus aguas traían. Jamás tuvo un gesto de hostilidad hacia nadie, valoró a sus adversarios y poseía un torrente de comprensión hacia los que estaban en una posición contraria a la suya. Solo manifestaba de vez en cuando su dolorido desprecio hacia la versatilidad política de aquellos que habían sido nuestros correligionarios y ahora se ocultaban en el silencio o se parapetaban en el olvido. Sirvió a la justicia social y la puso en el más alto nivel donde era posible que llegara su eficacia.

Era siempre un modelo de creyente, sus gestos sin manifestaciones espectaculares en el fondo de su corazón, traducían la oración de cada día en los latidos de su alma, a mi juicio única, que yo había contrastado en muchísimas ocasiones.

No tuvo ambiciones políticas. Cuando yo abandoné el gobierno de Sevilla y pasé por la Subsecretaría del Ministerio de Trabajo, continué mi relación con él. Cuando me nombró Ministro Secretario lo que hice en el primer despacho con Franco fue que aprobara una propuesta de Gobernador Civil de Huelva a favor de Rafael Ariza Jiménez. Contento y gozoso de haber obtenido aquella aprobación que yo había soñado desde siempre, llamé a Rafael y le dije: desde hoy ya eres Gobernador Civil de Huelva. Siguió un largo silencio a las palabras que yo acababa de pronunciar y al cabo de un rato me dijo: “Lo siento, jefe, pero yo no puedo aceptar el cargo que me ofreces. Vine a la política y concretamente a la Subjefatura del Movimiento en Sevilla porque tú representabas una esperanza que yo compartía y unas ilusiones que robustecían mi ánimo. Terminada tu gestión yo quiero regresar a mi pequeño y modesto laboratorio”. Permaneció solo unos meses y se dedicó después a sus tareas profesionales. En el despacho que tuve con Franco le dije: Mi General, tengo que pedirle excusas por haberle hecho una propuesta que al final no ha tenido éxito. ¿A qué propuesta se refiere?- A la que le hice a favor de Rafael Ariza Jiménez como Gobernador de Huelva. Franco me miró silencioso y al final me dijo ¿y por qué no quiere? -Porque desea reintegrarse a su profesión-, y entonces Franco me sorprendió con su respuesta: "Este hombre ha hecho bien al pretender reintegrarse a su antiguo trabajo."

Señalo esta circunstancia para subrayar la absoluta falta de ambición política de quien fuera mi más fiel y honrado colaborador.

Con Rafael muere para mí una parte importantísima de Sevilla. Ya no podré oír los latidos de esa melodía siempre incompleta que era para nosotros la tierra de Sevilla. Me quedo huérfano de aquella amistad y camaradería tan emocionante, tan completa que tanto me estimulaba y que tanto me ayudaba a vivir en mis amarguras y ante la presencia de traiciones y desprecios.

Pero ahora pienso que no voy a prescindir de él del todo porque me seguirá mirando desde arriba, poniéndome sus manos en mi espalda en un abrazo interminable. Estoy seguro que me ayudará siempre, que alabará la constancia de mis convicciones, que predicará desde arriba la validez de lo que él y lo habíamos servido. Hay personas que se mueren y otras que se nos mueren. Con Rafael, termina una época de mi vida que recordaré siempre, que juntos vivimos de forma inseparable pensando en los que menos tenían, en los carecían de vivienda, en los desafortunados de siempre porque nuestro ideal estuvo siempre irrevocablemente unido a la causa de los humildes.

Sevilla pierde con Rafael un defensor amoroso y apasionado, me refiero a su realidad íntima, a su pura esencialidad. Su alma estará siempre colgada de una rama del parque de Maria Luisa o asomada a los viejos puentes sevillanos. Transitará conmigo, no me dejará. Yo tampoco le dejo hoy y lo tengo presente en mi corazón que se siente amargamente dolorido. Fue un falangista integral, la imagen de un estilo que encontré en muy pocas ocasiones en los camaradas que me asistieron en mi trabajo. Jamás se desprendió de lo que fueron sus esperanzas siempre renovadas y ardientes.

Yo le rindo con estas líneas mi modesto homenaje y sobretodo expreso para conocimiento de las gentes de Sevilla, que ha muerto un hombre que amó a esta tierra con delirante emoción, inasequible siempre al desaliento.

JOSE UTRERA MOLINA