"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

13 de julio de 2015

La Memoria arrojadiza. Por José Utrera Molina

A continuación reproduzco el artículo publicado hoy en LA RAZÓN

Desde mi modestia política y consciente de mi insignificancia pública, denuncié hace unos años casi en solitario que la Ley de la Memoria Histórica abriría de nuevo todas las heridas de la guerra civil española, que dejó en mi propia familia señales inequívocas de su crueldad. No me equivocaba. Esa injusta ley, paradigma del sectarismo y la revancha, ha abierto una zanja insondable en la voluntad y la memoria de un pueblo como el español, curtido en la desgracia y poco enaltecido en sus innumerables e infinitas acciones ejemplares, pero también ingrato y proclive a la desmemoria interesada. Yo afirmé entonces –y sigo sosteniendo ahora- que aquella ley constituía una miserable y peligrosa agresión a la propia estructura medular de la nación española.

Hemos regresado al cainismo nefasto, a la España de los rojos y los azules. Volvemos a arrojar los muertos de un lado a los del otro. Se denigra impunemente la memoria de unos hombres que habían creído en la verdad eterna de España para ensalzar abiertamente a quienes desde la trinchera de enfrente, muchos sin ser conscientes de ello, luchaban por convertir a España en un satélite de la Unión Soviética.

Ahora, mientras contemplo con tristeza cómo se arrancan las lápidas de las calles de España, se destrozan los monumentos que recuerdan gestas de aquella guerra que algunos quieren manipular y perpetuar en sus efectos, se me abre el corazón y sin respiración para el rencor, tengo un toque de angustia inacabable. Me pregunto cómo puede toda una nación cubrirse de indignidad por la iniquidad de un gobernante nefasto como Rodríguez Zapatero, que no dudó en ensuciarse el corazón con las más perversa y cruel de las intenciones. Le imagino sentado en su sillón del Consejo de Estado, respirando tranquilo mientras contempla las consecuencias de haber asestado la más profunda puñalada a la reconciliación de los españoles.  Dicen que todavía sonríe al mostrarse orgulloso de la Ley que él patrocinó.

En mi absoluta pequeñez política, en mi falta de proyección sobre las gentes, en el clamor humilde de mi amargura, tengo necesariamente que gritar aunque sea lo último que haga en esta vida, mi rebeldía y mi intolerancia ante los que se revuelven orgullosos, erguidos y manchados con este impulso de resurrección inicua, injusta y despiadada. ¿Qué hemos hecho los españoles para merecer esto? ¿Qué silencio tan profundo nos dan los muertos para poner sobre ellos el sello del odio y de la crueldad? ¿Qué género de maldición recae sobre nuestro pueblo que contempla atónito la destrucción absoluta de todo lo que ha sido una España limpia, reconciliada y abierta a un futuro con esperanza? ¿Qué pecado hemos cometido para volver a traer a nuestras retinas imágenes ya enterradas en el tiempo, para merecer este silencio ominoso y cobarde que atenaza a tantos españoles?.

Yo suscribo este artículo con la más alta temperatura de mi corazón. Sin rencor, pero con la firme voluntad de perseverar desde mi pequeñez, en la lucha por la supervivencia de una España eterna, no ensuciada por los golpes de rencor y de odio como se producen en la actualidad. Se lo advertí en su día al Sr. Rajoy en una carta que sólo mereció la contestación de su escribano. Fuimos muchos los españoles que votamos al Partido Popular creyendo ingenuamente que las dos leyes más inicuas de la era Zapatero, la del aborto y la de la Memoria Histórica habrían de ser derogadas. Nada se ha hecho, por pura cobardía y cálculo electoral.

Entre las pequeñas brasas de indignación que aún transpiran los numerosos huesos de nuestros caídos y de nuestros muertos, que son todos los que, en una y otra trinchera cayeron con el nombre de España en sus labios, se alza un grito en el silencio, una luz en la noche frente a tanto olvido y una petición a Dios para que conserve la dignidad de los españoles y no volvamos otra vez a la enemistad, al enfrentamiento y a la crueldad entre aquellos que hemos nacido en este solar tan dolorido.  En los pocos años o días que me queden todavía, no dejaré de proclamar en alta voz lo que los muertos nos recuerdan, lo que nos dicen sus hijos y lo que callan los eternos sufrientes. España no puede sucumbir bajo la tiranía de un grupo de desalmados.  Sólo Dios puede salvarnos.


JOSÉ UTRERA MOLINA

10 de julio de 2015

Rezar por el Papa

Que el Papa es el vicario de Dios en la tierra y que, como tal, los católicos le debemos obediencia y por tanto creer, cumplir y aceptar su magisterio solemne, es decir, el que proclama por un acto definitivo la doctrina en cuestiones de fe y moral y está asistido por el Espíritu Santo, es algo indiscutible, desde luego, para mí.

Ello no implica que los católicos debamos estar de acuerdo con el Papa en todo aquello que no constituya magisterio solemne de la iglesia. Es evidente que el hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras y no cabe duda de que el riesgo de meter la pata se incrementa exponencialmente cuanto mayor es la locuacidad del hablante. El Papa Francisco, que encarna la virtud de la caridad, no es un prodigio de prudencia en sus manifestaciones ordinarias, por su condición de extrema locuacidad.

El Papa es un hombre. Como tal puede equivocarse y a menudo lo hace. Como todos. Y desgraciadamente sus equivocaciones son mucho más sonoras que sus aciertos, que son muchos más. 

 No cabe duda de que en su viaje por Hispanoamérica el Papa ha cometido errores, para empezar, la lectura que ha hecho de la independencia de los países americanos que no nació de la conciencia de los oprimidos, sino más bien en las logias masónicas y en las clases acomodadas. Fue muy claro al respecto San Juan Pablo II al elogiar la enorme contribución de España a la cultura, los valores y la fe de toda Hispanoamérica. Aunque hoy sabemos que le dijo "No está bien eso", hubiera preferido también una mayor firmeza ante el miserable regalo del cretino Morales, pues no imagino lo que hubiera sucedido si el Crucificado hubiera estado anclado a una esvástica en lugar de una hoz y un martillo.

Pero no es menos cierto que seguramente los frutos apostólicos del viaje serán abundantes y mucho más importantes que los errores, a menudo consecuencia de intereses diplomáticos.

El Papa le pide a todo el mundo que rece por él. Yo lo hago a diario y todos debemos hacerlo, para que la luz y la prudencia guíen siempre todos sus pasos.

Los que tenemos el privilegio de disfrutar de padres mayores, sabemos que éstos se equivocan y no por eso dejamos de quererlos y rezar por ellos. Ni se nos ocurre ponerlos a caldo delante de los demás. A mayores errores, más cariño y más oración. Pues eso mismo tenemos que hacer los católicos con el Papa. Rezar por él.

Que Dios le bendiga, Santo Padre.

LFU  


6 de julio de 2015

Pilar Rahola busca la Luz


«Estad alegres. Os lo repito: estad siempre alegres, porque el Señor está cerca.» (San Pablo a los Filipenses 4, 4-5).

Y no es baladí la justificación de la alegría en un lunes de calor infernal en Madrid. Escuchar a Pilar Rahola -sí, han leído bien, a Pilar Rahola- hablar de la fe católica, de la luz que ilumina a quienes tienen  fe y viven el cristianismo, de la necesidad de una mayor presencia de la Iglesia en la sociedad, nos recuerda cómo Dios hace nuevas todas las cosas, cómo endereza las ramas más torcidas, cómo se preocupa de los que más le necesitan, como se manifiesta de las formas más insospechadas.

Pilar Rahola se confiesa. Desnuda su alma ante los demás reconociendo que sigue buscando el camino, que tiene sed de Cristo. Nos está pidiendo a todos una oración para llegar a la meta, para encontrar la plenitud de la verdad y del amor, que nosotros cristianos reconocemos en Jesús, Luz del mundo. 

Ya tiene la mía y seguro que la vuestra. 

LFU

2 de julio de 2015

«Ningún afán de beneficio propio» por José Utrera Molina

A continuación, reproduzco el artículo aparecido hoy en ABC cuyo título original es "La gloriosa División Azul de Voluntarios"


«Fueron a la muerte cantando, algo incomprensible para aquellos que tienen la desfachatez, la indignidad y la desvergüenza de atacar ahora la memoria de esos españoles, la mayoría de los cuales reposan bajo las tierras de Rusia y de España.»

Yo tenía catorce años cuando me acerqué al Cuartel de capuchinos de Málaga con la decidida intención de alistarme en las filas de la División Azul. El Brigada Espinosa, que tomaba nota, nos rechazó a mí y a un amigo con cajas destempladas por imberbes e insensatos. De eso hace ya muchísimos años.  Desde entonces no he dejado de proclamar en todas las ocasiones donde me fue posible mi delirante devoción por aquel grupo de españoles sin tacha, que ofrecieron generosamente su vida por España combatiendo el comunismo. Todos eran jóvenes, apenas si habían cumplido los 20 años pero tenían el corazón henchido de patriotismo y la voluntad acorde con el coraje de los mejores soldados.

Tuve la ocasión de tener relación y amistad con muchos de los que partieron a Rusia, entre ellos el laureado Capitán Palacios, el Comandante Oroquieta, el inolvidable teniente Miguel Altura y así podría seguir y me faltaría la tinta para grabar sus nombres. No hubo en aquél grupo de espléndidos muchachos el menor afán de beneficio propio. Nada que no fuese ilustre movía las almas de aquellos españoles. Un afán limpio, no de aventura, sino de nobleza movía los resortes íntimos de sus jóvenes corazones. Yo los vi partir emocionado cuando se dirigían al frente. Todos con una sonrisa, todos con una canción, todos bajo una bandera.

Fueron a la muerte cantando, algo incomprensible para aquellos que tienen la desfachatez, la indignidad y la desvergüenza de atacar ahora la memoria de esos españoles, la mayoría de los cuales reposan bajo las tierras de Rusia y de España.

Aquellos 45.000 españoles escribieron algunas de las gestas más gloriosas de toda la historia del ejército español y causaron la admiración y el respeto de todas las naciones. Podría relatar hechos verdaderamente increíbles realizados por las gentes de la División Azul. No cabrían en un libro, ni en un anecdotario interesado. Desbordan todo límite, toda relación de prudencia que pudiera establecerse entre los que iban a combatir y a morir por España.

Hoy me dicen que alguien cuyo nombre no quiero ni siquiera nombrar aquí, ha ofendido a todos los que marcharon a la División Azul, incluidos los más de 5.000 muertos cuyos cuerpos quedaron para siempre en las heladas estepas rusas.  Y una vez más, como haré mientras me quede algo de vida, no me resigno a permanecer callado. Desde mis casi noventa años  alzo mi voz, levanto mis nervios, tenso mis ya frágiles músculos para denunciar esta infame provocación realizada por el jefe de esos que dicen llamarse “Podemos”.

Nosotros sí que podemos defender una bandera, podemos cumplir con nuestro honor, podemos envidiar la hermosa muerte de tantos jóvenes españoles y sublevar nuestro ánimo maltrecho contra los que cobardemente son capaces de herir, no ya a los muertos enterrados sino a aquellos que todavía tienen en su corazón un último latido en sus pechos combatientes. Admiro y lo proclamo con toda la fuerza de mi corazón a aquella fuerza militar que tanta gloria nos supuso. Aquél puñado de jóvenes que se adelantaron a su tiempo grabando en las picas de la posición intermedia el valor y la dignidad de toda una nación; que no tuvieron otro horizonte que el de honrar y enriquecer con sus pechos y con sus manos la eterna canción que nos consuela frente a tanta bellaquería e indignidad como la que estamos ahora presenciando.



JOSÉ UTRERA MOLINA

25 de junio de 2015

Sin Biblia ni Crucifijo

Durante siglos, políticos y gobernantes españoles han jurado sus cargos sobre la Biblia y frente al crucifijo.  Muchos de ellos carecerían de fe, algunos tendrían otro credo, pero todos ellos asumían con normalidad su presencia porque España no podía entenderse sin la huella indeleble del cristianismo que se sitúa en las raíces de su propia identidad como nación.

Ayer fue el alcalde marxista de Cádiz quien de forma ostentosa apartó la cruz de su presencia para hacer profesión de laicismo militante. Hoy, Cristina Cifuentes, representante de este partido popular desnatado, se ha ocupado de que Biblia y crucifijo no estuviesen presentes en su promesa como Presidenta de la Comunidad de Madrid. Hace un año, hizo lo propio el Rey de España en su juramento como rey.

Sería un error interpretar el gesto en clave personal. Es una manifestación más del proyecto descristianizador de la nueva y decadente Europa que, abjurando de lo mejor de su historia y con la única amalgama de la eliminación de aranceles y monedas vaga desorientada en busca de una identidad perdida, que asiste impasible a la masacre cruel y despiadada de cristianos por el islamismo radical, que recluta sus huestes en sus barrios, en sus ciudades y en una juventud sin valores ni referencias.

La excepción, una vez más, la establece Gran Bretaña, recelosa por muchos motivos de una Unión Europea que trate de arrancarle su identidad. La reciente felicitación de Pascua del primer ministro Cameron reivindicando la identidad y tradición cristianas de su nación  es todo un ejemplo de claridad, de orgullo nacional y de falta de complejos, precisamente lo contrario de lo que sucede en nuestra querida España, que cada día nos duele más.


LFU

18 de junio de 2015

Mi hermana Vito

Lo poco que de bueno haya en mí se lo debo en buena parte a mis siete hermanos, una de las mayores bendiciones que he recibido en esta vida y para los que todo tributo es poco.

Victoria, la sexta y mi predecesora, la única con la que de niño podía pelearme, ha sido siempre el retrato de la sensatez. Callada, discreta, a veces impenetrable, siempre ha tenido los pies en el suelo y la cabeza en su sitio, guiada por un corazón alegre, desprendido y jamás indiferente.

De su oposición a fiscal casi nos enteramos cuando tuvo su primer destino. Jamás una queja, una tribulación o un desvarío. Acaso reservara su inquietud  para sus amigas, que son probablemente, quienes mejor la conocen.

Su mano izquierda raramente conoce lo que hace su derecha. Los que conocen bien su enorme generosidad saben bien de lo que hablo. Siempre está ahí para los que la necesitan, pero jamás hace público o privado recuento de favores.

Rodeada siempre de la excelencia, su discreción y su humildad nunca es impostada. Es sin duda su mayor virtud y una inequívoca señal de su bondad y de su enorme inteligencia. Pocas cosas tan difíciles en esta vida como saber estar y en eso mi hermana Vito, fina, elegante, prudente y maestra de la empatía, es capitán general.

José Miguel y sus hijos, José Miguel, Jaime y Luis (sus grandes pasiones), tienen razones de sobra para presumir. Y yo también para quererla y admirarla tanto como lo hago aquí, en este cuaderno que hoy se viste de gala para celebrar el cumpleaños de mi hermana Vito.

Que Dios te guarde, hermana y recibe un beso enorme de tu hermano pequeño.

LFU


17 de junio de 2015

Un rosario de migas de pan. Mi encuentro con Ortega Lara

La oración, para no dejarse vencer por la desesperanza;  
el cuidado y aseo personal para no perder la dignidad,
y la familia, la imaginaria conversación con sus seres queridos, para no dejarse arrastrar por el fantasma de la soledad.

Fueron esos tres factores los que ayudaron a José Antonio Ortega Lara a sobrevivir a 532 días de horrible cautiverio en un agujero inmundo que rezumaba humedad en el que tan solo disfrutaba de la iluminación de una mustia bombilla durante siete horas diarias, cuando sus perros guardianes no le castigaban prolongando su oscuridad durante días.

El relato de su secuestro estremece y te adentra en la historia de una fortaleza admirable de la que sin duda Dios no fue ajeno. En aquel agujero de 2.40 por 1.70 que recorría a oscuras sin tropezarse rezando ocho rosarios diarios se notaba la presencia de Dios, que nunca le abandonó, pero también de la tentación que se infiltraba cada mañana por las pequeñas rendijas de la ventilación.

Carecía de espejo, pero afilando el arco metálico de unos auriculares consiguió mantener un aspecto de cierta dignidad, cortándose el cabello con frecuencia. Se fabricó su propio rosario -su mejor arma contra la tristeza- insertando unas migas de pan en los hilos de los quesitos que le daban de vez en cuando sus captores.

Consiguió salir con vida cuando sus captores habían decidido dejarle morir y lo primero que le preguntó al Guardia civil que asomó la cabeza por el agujero fue: ¿Estamos a 1 de julio?.  Entonces se dio cuenta de que había triunfado. Había conseguido no convertirse en un guiñapo desorientado. Había ganado la batalla a quienes querían despojarlo de su dignidad y utilizarlo como un pelele. En 532 días no le arrancaron ninguna declaración deshonrosa, no consiguieron doblegarle ni derrotarle. Hablaba con ellos, discutía con sus mentes cerradas y adoctrinadas y pese a su fragilidad, a veces pavorosa, era capaz de exasperarlos obteniendo castigo tras castigo, música durante 48 horas, oscuridad prolongada, etc.

Tuvo momentos de terrible tribulación y a punto de estuvo en dos ocasiones de dejarse vencer por la desesperanza. Pero Dios quiso que una breve anotación en una libreta llevase a la pista que le devolvería la luz del sol.

Hoy vive para contarlo y aunque nunca desaparecerán algunas cicatrices de aquella gesta, ha podido encontrar la paz tras haber podido perdonar.

Cuando volvía a casa, aún conmocionado por todo lo que había escuchado, caí en la cuenta de que los tres factores que permitieron sobrevivir a Ortega Lara en aquél terrible agujero (oración, dignidad y familia) son precisamente los que  pueden hacer feliz a cualquier persona.

Que Dios te bendiga, José Antonio.


LFU