"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

18 de junio de 2019

Otra memoria. Por Gonzalo Cerezo Barredo



La memoria, persistente, se aferra al subsuelo de la vida, hunde en ella tan profundamente sus asideros que no es fácil desarraigarla. Los recuerdos claman por su objeto de deseo. Nada satisfará el incumplido anhelo de recuperarlos, excepto su contemplación.

Una reciente estancia en Alicante me ha permitido recobrar el deseo largamente demorado de visitar la tumba de José Antonio en el cementerio de la ciudad mediterránea. Tan solo de paso en ella un par de ocasiones, no tuve la oportunidad de acercarme al memorial de José Antonio que a ella nos vincula a tantos de los suyos: la prisión donde fue juzgado y ejecutado, y la fosa marcada con su huella, donde reposaron sus restos. Esta vez sí. Me llegué a ellos con una mezcla de variados sentimientos:

Íntimo reconocimiento por lo que su magisterio y persona han significado para nosotros, y por la contribución a dignificar el hombre que ahora somos; melancólica sensación de pérdida del tiempo desvanecido; ominosa reserva por lo que podría encontrar, o no; satisfacción del deseo postergado... 

De todo esto hubo un poco en realidad. La prisión donde José Antonio fue juzgado y ejecutado, ya no existe. En su solar se edificó un Colegio Menor del Frente de Juventudes que ha sido redenominado ahora Residencia Juvenil La Florida. Se conserva, sí, el patio donde fue fusilado, cubierto por una cúpula visible desde el exterior. Acoge también una capilla. Ignoro si con culto o sin él.

El cementerio está situado en las afueras de la ciudad. En un apartado rincón se encuentra, discreto, el lugar destinado a las fosas comunes. Un espacio cubierto de césped no demasiado cuidado. Lo rodean cipreses y otros árboles funerarios que dan solemnidad al conjunto.

Salpican aquí y allá el recuadro de césped, pequeños estelas, a modo de lápidas verticales, con inscripciones rememorando a víctimas de la guerra civil. De ambos lados. Corresponden unas al período de dominio republicano. Otras al posterior. Me llaman especialmente la atención las que se atribuyen a los nacionales, probablemente las más recientes, y, con casi total seguridad, posteriores a la llamada memoria histórica. Una recuerda el bombardeo de la ciudad y otra a las víctimas de Callosa del  Segura, no lejos de donde estuviera José Antonio. Inevitablemente se viene a la otra memoria el fallido intento de rescatar al encarcelado fundador de Falange por parte de un puñado de camaradas de esa localidad. Sorprendidos en una emboscada, muertos en la acción o ejecutados sumariamente después.

Algo más allá, al extremo del recuadro que contiene las fosas -no mayor que un par de canchas de baloncesto- se sitúa la tumba que buscaba. De unos dos por tres metros, destaca por estar pintada de rojo y negro, los colores de la bandera falangista. Es el único signo externo llamativo. Al acercarse a ella, se ve a sus pies una marchita corona de laurel. En las cuatro esquinas, modestas flores de plástico… (no son las únicas; adornan prácticamente todas las tumbas). En la cabecera de la lápida una mirilla de cristal se supone debería permitir ver la oquedad de la huella,  preservada por un vaciado,  de los restos de José Antonio. No es posible. El tiempo lo ha empañado de tal modo que apenas se vislumbra la bandera que la cubre. 

Nada excesivo. Todo sobrio y sencillo. Del gusto de José Antonio si mostrara cierta elegante estética , nada incompatible con su simple geometría . En cualquier caso, no tiene nada que ver con el monumentalismo de la época.

El conjunto se resiente de las flores de plástico -esa maldición de nuestro tiempo- que me habría complacido ver sustituidas por nuestras cinco rosas, depositadas acaso por alguna piadosa mano anónima… Es verdad que tampoco se veían flores naturales en los otras estelas. Triste consuelo.

Coloqué junto a la reseca corona de laurel una ramita de ciprés con su fúnebre fruto. Y una de aquellas patéticas flores de plástico, caída de su ramillete.

Antes de abandonar el cementerio musité una oración por cuantos descansaba allí de uno y otro lado. No estaría mal que algún día pudiera llamarse a este lugar que acoge lo que sobremuere de aquella contienda “pradera de los caídos”. Si eso sucediera alguna vez, sería el triunfo de la “otra memoria”. La que representan todos estos restos que cayeron del lado “equivocado” -según creía cada uno del “otro”- reconciliados, al fin, en el territorio sin fronteras ni exclusiones que les ofrece un más allá de la muerte.

No sería ninguna novedad. En la década de los 40 del pasado siglo, así lo creíamos ya muchos. Yo mismo publiqué en aquellos años juveniles un poema titulado Elegía por un muerto que cayó del otro lado. Era la revista Alcalá, del SEU, que dirigía Jaime Suárez. Pero entonces nadie había inventado aún la memoria histórica. La nuestra era, simplemente, otra memoria.

Madrid, 15 de junio de 2019

Gonzalo Cerezo Barredo

17 de junio de 2019

"Sumisión" de Michel Houllebecq


Título: Sumisión
Autor: 
Editorial: Anagrama
Año: 2015

El protagonista de la novela ejerce de modesto profesor en la universidad francesa y es el vehículo para el retrato descarnado de una cierta clase intelectual y excusa para lanzar un vaticinio sobre el futuro de Francia y en cierto modo, de gran parte de Europa.

El mensaje nada complaciente de Houllebecq se vale de la descripción sin velos, ni edulcoraciones de la intrahistoria del profesor cuya brillantez intelectual parece simétrica a su sórdida condición personal. A este retrato se anuda un texto implícito en el que se perfila el sexo, más allá de un contacto de cuerpos, de una mera adicción como un artículo de justificado consumo, falso calmante y estéril esperanza para el sujeto común.

Sin embargo, nada más lejos que acusar de esquemática a esta novela, pues el nihilismo presente no está exento de una pujante y bien descrita tentación de dejarlo atrás, de superarlo con una mirada hacia el origen profundo de Francia que resulta conmovedora y resuelta de una manera cruel, pesimista y, sin embargo, perfectamente trabada en la narración.

No se trata de una novela distópica más. El autor no amaga con un supuesto tono profético más bien parece una autopsia anticipada de una sociedad que se dirige a la desaparición, hipótesis que resulta más verosímil de lo que nadie quiere admitir.

Sin duda este libro pesimista y perturbador tiene muchas lecturas, pero, indudablemente, una de ellas, constante en otras obras del autor, es el durísimo y despiadado ajuste de cuentas personal con la generación del 68, con sus modos de educar, con la cultura que generó y las consecuencias producidas en las relaciones personales.

Uno se pregunta de dónde procede la lucidez del juicio de muchas de las opiniones de este autodidacta, del enorme acierto con el que culmina los tres últimos capítulos y no parece difícil adivinar que el enorme dolor personal, infligido por sus padres que se desentendieron de él, puede ser la fuente que alimenta su juicio, el origen de una sensibilidad extraordinaria para percibir la realidad y sus direcciones, que explica la visión nada complaciente de sus textos.

En la novela encontramos al mismo tiempo que una fría distancia con lo verdaderamente humano y un materialismo envolvente, juicios estéticos afinados, análisis políticos reveladores junto con un depurado retrato de las tentaciones del alma del hombre contemporáneo. Casi ningún juicio deja de tener un poso amargo cuando no directamente vitriólico y a pesar de todo, resulta difícil no tomarlos en consideración. Es una novela notable pero también una advertencia y, por qué no, un pronóstico.  

César Utrera-Molina Gómez
Mayo 2019


13 de junio de 2019

La condición humana. Por Gonzalo Cerezo Barredo


Es difícil ver los noticiarios de televisión o abrir un periódico sin que nos asalte la noticia de algún hecho violento. Ya sea la cotidiana violencia llamada de género, el ataque terrorista en cualquier lugar del mundo, el enfrentamiento étnico, territorial o de poder enmascarado de confrontación religiosa o el secular odio tribal. La muerte que no cesa recorre el mapa del mundo, sin fronteras. Las últimas sacudidas, Nueva Zelanda y Sri Lanka. Más de 50 muertos en la primera y entre 300 o 400 víctimas, según algunas fuentes en la segunda. Casi en los mismos días, EE. UU. llora en el aniversario del ataque al Instituto de Columbine.

El Viernes Santo, quizá para mostrar su rechazo al acuerdo de paz de ese mismo día (1998), disidentes del IRA dieron muerte a una periodista. Domingo de Resurrección, en Veracruz, de nuevo la muerte -ese fantasma tan amado y tan temido de los mexicanos- ataca de nuevo. Duelo y gloria en toda la Cristiandad por la muerte y resurrección de Cristo. Es fácil preguntarse a qué viene esta violencia que nada soluciona; estas muertes sin sentido.

¿Sin sentido? No. No sin sentido.

La respuesta, absurda, ininteligible, sólo puede encontrarse en el hombre mismo. Homo hominis lupus… Inaugura la Historia con un crimen  y así sigue. Mito o realidad, Caín y Abel, simbolizan para siempre la primera guerra entre hermanos. La trágica conclusión del relato es que el inocente muere y el culpable sobrevive. Según toda lógica humana, esto debiera conducirnos al más radical pesimismo antropológico...

Tremenda paradoja. “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de Él?” (Salmos, 8:4). Queja o lamento, la cuestión recorre los textos bíblicos. Podemos preguntarnos, todavía hoy, qué es el hombre, ese ser misterioso,  única criatura que dispone de la facultad de elegir su destino. Y decidir sobre el de sus iguales. El hombre, capaz de lo mejor y de lo peor. Capaz de entregar su vida para salvar la de otros o someterlos a muerte o esclavitud.

Cuesta comprender que San Francisco y Stalin pertenezcan a la misma especie. Parece claro que si la libertad y la mente humana vienen dadas de origen con su equipamiento genético, la primera es un privilegio (“la verdad os hará libres”), y la segunda nos induce al error.

Los campos de la muerte nazis y comunistas sembraron el horror y el exterminio en toda Europa. Cierto. ¿Qué llevó al padre Maximiliano Kolbe a ofrecer su vida a cambio de salvar la de un anónimo padre de familia entre el millón de muertos de Auschwitz? Esto también tiene sentido.

No hace mucho, España entera se movilizó por la tragedia de Totalán. Más de 300 personas, (mineros asturianos, expertos de todas partes, gentes de los alrededores),   se concentraron para salvar a Julen. Esfuerzos y oraciones de nada sirvieron: Julen murió. Sí. Pero algo grande y hermoso nació. Nada de todo aquello fue una “pasión inútil”.

¿Se puede, -demandaba Adorno- escribir poesía después del Holocausto? Alguien se preguntará también dónde estaba Dios en esos momentos. La respuesta la dio el Papa Ratzinger cuándo visitó (2006) Auschwitz: AQUÍ.  Aquí, con las víctimas. Cuesta comprenderlo. Es necesario todo el talento y la fe de Chesterton para entender las relampagueantes paradojas del cristianismo. Ninguna como esta contraposición del bien y el mal en esta criatura  creada según la fe, a imagen y semejanza de su creador.

Hoy sabemos también, por testimonio de los propios combatientes enfrentados, que nada como la guerra para sacar a la superficie lo mejor y lo peor del hombre.
Mientras los campos de destierro, tortura y exterminio se extendían por Europa, la URSS, Filipinas y el sureste asiático, en las trincheras de todas las fuerzas enfrentadas, el heroísmo (y la cobardía), el sacrificio ( y el egoísmo), la   compasión ( y la crueldad), la lealtad (y la vileza), ponían a prueba esa inextinguible condición humana frente al dolor y la muerte: una vez más, hay que elegir entre el bien y el mal. La vida, o la  muerte.

     El   Mediterráneo, cuna de la civilización occidental, es hoy una inmensa sepultura de sueños. Miles de personas huyen de la tragedia buscando una vida mejor y solo encuentran en él la muerte. Miembros de ONG’s  y servidores públicos, arriesgan su vida para  rescatar a las víctimas de esta sangría ininterrumpida… En Madrid y otras grandes ciudades, asociaciones civiles o religiosas -nutridas en su mayor parte por jóvenes, hay que proclamarlo- reparten cada noche sonrisas, abrigo y bebidas calientes,  a los “sin techo”, los marginados de la “sociedad opulenta”. Los imprevistos proletarios del siglo XXI...

     En cada tragedia la angustia oprime nuestros corazones y naufragamos en el  abismo insondable de la conciencia. Humanamente, no hay respuestas. Solo para los afortunados que  poseemos Fe, tiene esto algún sentido. San Agustín gastó casi la mitad de su vida buscando en el maniqueísmo la respuesta equivocada. El mal no es la contrafigura de Dios, el otro principio creador del mal. Sólo después reconocería en  sus Confesiones : “Tarde te he hallado. Hermosura nueva y antigua”… Y es que la esperanza es de las tres grandes virtudes, la más pequeña, la más humilde. También el más firme asidero del hombre. La  Fe la Caridad “se nos dan por los siglos de los siglos”, dice Péguy (1873-1914),  “pero la esperanza se levanta cada mañana”.  Amén.

Madrid. Abril, 2019

26 de abril de 2019

El transexualismo y la Ley Natural. Por Beatriz Silva de Lapuerta


El 5 y 6 de abril tuve la oportunidad de asistir en la Universidad Franciscana de Steubenville, Ohio, a una Conferencia bajo el título: “Los tiempos del transexualismo. La ley natural como respuesta a la cultura contemporánea de identidad de género.”

Un grupo destacado de profesionales presentaron el tema enfocándolo cada uno en el ámbito de su especialización. Así tuvimos el panel de expertos en medicina, en ética y asistencia pastoral, en el campo legal, y aquellos expertos en el tema cultural de la teoría del género; del mismo modo oímos el testimonio de Walt Heyer, autor y conferenciante que vivió la vida del transexualismo durante ocho años hasta que decidió proceder a un proceso de reversión y ahora su pasión es tratar de ayudar a todos aquellos que su vida ha sido destrozada por innecesarias mutilaciones, cirugías y tratamientos hormonales para “reasignación” de género.

El acto concluyó con la presentación de Ryan Anderson, famoso autor del libro “Cuando Harry se convirtió en Sally. Respondiendo al momento transexual” (When Harry became Sally: responding to the transgender moment), título que evoca la película “Cuando Harry encontró a Sally” (When Harry met Sally), producida en 1989.  Anderson forma parte del equipo directivo de “The Heritage Foundation”, fundación conservadora estadounidense, y es un destacado y prolífico autor y promotor del derecho natural en el ámbito del matrimonio, bioética, libertad religiosa y filosofía política.

La asistencia fue de capacidad máxima dada la peculiar presentación de este tema desde la perspectiva de la ley natural y no de lo “políticamente correcto” que se nos quiere imponer en la cultura en que vivimos.

El acto tuvo un gran éxito y nos abrió los ojos en diferentes aspectos. En primer lugar en el ámbito médico, destacando que el camino impuesto actualmente de cirugía, amputación y cambio hormonal no encuentra justificación desde el punto de vista científico y no existen datos ni estadísticas que demuestren que este proceso es el adecuado, sino todo lo contrario; por otro lado pudimos entender que existen determinadas acciones que se pueden tomar, a mí en concreto me hizo ver con claridad que se está mandando a personas -incluyendo a menores- obligatoriamente y sin ofrecer otras alternativas, a cambios biológicos de sexo que no les corresponden, en vez de tratar los auténticos problemas que sufren que son de carácter “psicológico”, y de esta manera se les está lanzando en un camino en que nunca encontraran la paz y felicidad, por lo que un porcentaje muy alto que se estima en un 44%, acaba en suicidio.

El lobby LGTB, con respaldo de los medios de comunicación, denigración pública de personas y leyes de imposiciones y multas, intimida de tal forma a todos aquellos que cuestionamos sus planteamientos, que un facultativo o un sacerdote que atienda a una de estas personas puede temer razonablemente el perder su trabajo o pagar una gran multa, si le orienta en dirección distinta a la “dogmatizada” por la ideología de género; así coaccionando al individuo y privándole de la libertad de elegir aquel camino que el estime más oportuno en el caso de que desee acompañamiento pastoral o tratamiento psicológico.

Teniendo conocimiento de testimonios como el de Walt Heyer y muchos otros recogidos en el libro “Cuando Harry se convirtió en Sally” de Ryan Anderson, que reprochan la pasividad de sus médicos y relatan su frustración genuina hacia estos y sus terapeutas que les mintieron y les impusieron un proceso de operaciones de mutilación o tratamientos hormonales para “reasignación” de sexo como solución y sin ofrecer ningún otro tipo de alternativas, y posteriormente decidieron seguir un proceso hacia la reversión -aunque estas jamás tiene un carácter total-, esperamos que podamos hacer presión para que a la gente que sufre este tipo de desorden se le pueda ofrecer un tratamiento de tipo psicológico y pastoral si lo desean, sin que los médicos, psicólogos, terapeutas o sacerdotes sean acosados “legalmente”.

Hay que admitir que el transexualismo es un “contagio social” como dice una de las personas del libro de Anderson, y hemos visto estos contagios sociales con anterioridad. Hubo una época en que la histeria llego a quemar a las mujeres porque se pensaba que eran brujas; y hubo un tiempo, no hace mucho, en que la histeria llevo a acusar a trabajadoras sociales por falsos recuerdos de abusos sexuales implantados en los cerebros de niños por psiquiatras ideologizados.

Espero que estemos vislumbrando el inicio de un cambio en que las víctimas de “la histeria del cambio de sexo” puedan acusar a los terapeutas y médicos –así como los encargados de medios de comunicación abusiva y legislación impositiva- que, en palabras de las propias víctimas, destrozaron sus vidas sin ofrecerles una ayuda real a sus problemas y esto nos abra un camino hacia reencontrar nuestra auténtica naturaleza.



                                                                                 Beatriz Silva de Lapuerta

28 A: el votante católico mira hacia el futuro. Por César Utrera-Molina


España se encuentra en una encrucijada histórica por muchos motivos, con problemas de una dimensión y gravedad que hacen más relevantes estas elecciones.



Resulta difícil de negar que el cambio de época del que muchos hablan tiene una traducción política evidente que está produciendo una renovación inesperada del panorama político occidental, otrora estable y predecible. En EE.UU. la irrupción del Presidente Trump ha cambiado las dinámicas de décadas de la política estadounidense. Brasil pasó de la izquierda filochavista de Rousseff a una derecha sin complejos con Bolsonaro. En Francia desapareció el partido socialista en un sólo sexenio y un presidente con partido propio y sin historia ha pasado a dirigir el Elíseo. Italia abandonó abruptamente el consenso socialdemócrata y Hungría y Polonia plantean la reivindicación de sus raíces nacionales frente a una política europea, en exceso uniforme, una de las causas del Brexit.

España se encuentra en una encrucijada histórica por muchos motivos, con problemas de una dimensión y gravedad que hacen más relevantes estas elecciones. Sólo aquellos con un conocimiento limitado o una visión sectaria del Catolicismo pueden sorprenderse de que prelados y fieles se pronuncien sobre la conveniencia de votar una u otra opción política. De forma llamativa, el cambio de época plantea una alternativa radical y excluyente de conceptos que se hallan en el centro de la civilización occidental gracias al Cristianismo: los verdaderos derechos humanos, la idea de la igualdad de todos los hombres ante la ley, la conciencia de la inviolabilidad de la dignidad humana de cada persona y el reconocimiento de la responsabilidad de los hombres por su conducta.

Ante la magnitud del reto que viene sorprende que el análisis de una parte de la ¿inteligencia católica? ante el 28 A se posicione con las fuerzas políticas responsables de muchos de los problemas actuales. Estos juicios que parten de rancios prejuicios ideológicos coinciden en avisar de los posibles riesgos que puede suponer Vox, sin crítica apenas a las otras opciones, y ello cuando Vox claramente hace suya la defensa de los principios básicos de la civilización occidental. Así, el nítido patriotismo de Vox se moteja de nacionalismo; la defensa decidida del Estado de Derecho, base de la paz social, se crítica como opción excluyente al diálogo; la recuperación de las mejores tradiciones se confunde con la construcción de muros; y la posición firme sobre la inmigración ilegal se descalifica sin ofrecer una alternativa razonable más allá de un buenismo abstracto ajeno a la dolorosa experiencia de otros países en esta cuestión.

          Pese a todo el ruido anterior, el católico español no se distingue del votante medio en España que recibe con ilusión y esperanza, la irrupción de Vox y hace caso omiso de “pastorales” ancladas tristemente en los 70. ¿Porqué? Vox reivindica, sin complejos, el valioso patrimonio que el resto del arco político, comenzando por el PP, no sólo no ha protegido, sino que ha atacado con saña digna de mejor causa. Del PP a Podemos con los nacionalistas siempre detrás, se ha atacado o dejado atacar, una y otra vez, a la familia, a la propiedad privada a través de la presión fiscal, a la dignidad humana indefensa ante la investigación científica o la voluntad individual, se ha relegado el principio de igualdad ante la ley para beneficiar a poderosas minorías y la unidad de España ha quedado expuesta a la rapiña interesada del juego político.

Muchos hemos entendido que los protagonistas políticos de ayer caducaron, que la venta de sus productos dejó de tener interés desde que fuimos testigos de que cuando España ha estado a punto de romperse, sólo el Rey, aislado, defendió con claridad España. Nuestra paz social de los últimos 80 años tiene que ver con seguir viviendo juntos, con no destruir los mínimos de convivencia que se habían asentado gracias a una sociedad civil adulta más que a los políticos y preservar esas líneas rojas fundantes de nuestra civilización. Vox ha entendido todo esto y ha conectado con esta profunda preocupación generando una ilusión que es visible en cada aparición pública, entre otras cosas, porque no ha venido (dicen) a conservar su parcela sino a defender a España, en su integridad y sin hipotecas, como muchísimos españoles, católicos o no, desean. Puede que fracasen en su intento, no sería raro, pero muchos como yo, ya nos decidimos por ellos y esperamos que estén a la altura de lo que defienden, de que prolonguen la lucha por España y si fracasan sepan sucumbir con honor como otros españoles ya hicieron. No tengan duda de que así lo demandaremos, los que, ahora, confiamos en ellos.

César Utrera-Molina Gómez
Abogado.



Publicado en LA RAZÓN: 
https://www.larazon.es/espana/el-votante-catolico-mira-hacia-el-futuro-GC23032613


24 de abril de 2019

"La Marina de Vichy"



Título: La Marina de Vichy.
Autor: Joaquín Ruíz Diaz del Corral.
Editorial: Actas.
Año: 2019.


La Marina de Vichy escrita por Joaquín Ruíz Díaz del Corral, coronel auditor procedente del extinto y prestigioso Cuerpo Jurídico de la Armada, no sólo es un excelente ejemplo de investigación histórica sobre un hecho poco conocido, también resulta una muy amena y rigurosa narración de hechos políticos y lances militares.

Los hechos que narra este libro de historia podrían considerarse marginales en el contexto de la II Guerra Mundial, pero no es menos cierto que los mismos determinaron, en parte, el futuro destino de millones de personas y de pueblos enteros de los 5 continentes que formaban parte del imperio francés antes de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, no resulta difícil rastrear en el mapa mundial las cicatrices en forma de fronteras y conflictos que tienen que ver con el acontecer narrado en este libro. Véase el discurrir de Vietnam, Líbano o Siria.

Desde otro punto de vista, abordar la historia de la Marina de Vichy es escribir sobre los vencidos de los vencidos, sobre el destino de una realidad histórica (la Francia de Vichy) olvidada a conciencia por la propia Francia salvo para anatemizarla. El fil rouge de los distintos escenarios geográficos y temporales que describe el libro, lo que unifica situaciones y lugares tan lejanos entre sí, es la Marina de Guerra francesa, cuyos oficiales desempeñaron un papel muy relevante en todos esos lugares y asumieron un protagonismo en un momento poco propicio y estimulante para detentar cualquier tipo de responsabilidades políticas y militares.

Es preciso destacar que la pluma del autor consigue aunar un excelente ritmo narrativo, junto a una notable capacidad de síntesis y acierto descriptivo en los sucesos que narra, especialmente interesantes fueron los que transcurrieron en el norte de África. La batalla del Mers el Kebir, el acontecer de la flota francesa en Alejandría, la resolución de la invasión aliada en 1942 en el norte de África, la desconfianza de nuevos y antiguos aliados, las tensiones entre De Gaulle y el resto de militares franceses, ejemplifican la enorme dificultad política, social y militar que tuvieron que gestionar los marinos de guerra franceses. De alguna manera, parece deducirse del libro, éstos actuaron como un estado dentro de un estado provisional, en un momento de dificultad máxima en el que ninguna solución era fácil de adoptar y cuyas consecuencias tampoco parecían claras. En este sentido, resulta de gran valor humano e histórico el relato de la conducta sacrificada y ejemplar de estos marinos de guerra que acabaron tomando las decisiones que una sociedad derrotada no quiso tomar y afrontando las responsabilidades que nadie quiso aceptar.

La hecatombe social, política y militar de la Francia republicana en la II Guerra Mundial sigue ofreciendo multitud de jugosas lecciones a cualquier sociedad y, particularmente, a cualquier sociedad Occidental. Este libro da pistas del destino de una sociedad decadente y dividida social y políticamente; también describe con imparcialidad como las sucesivas clases políticas de la Francia de los años 30, no sólo fueron incapaces de gobernar con éxito la nación francesa, en un momento crítico, sino que aquella que administró la derrota también fue objeto de la avidez de poder y el oportunismo frente a pocas excepciones ejemplares.

En definitiva, este libro, más allá de su valor historiográfico por la novedad que aporta a la bibliografía española sobre el tema, rinde homenaje, imparcial y riguroso, a aquellos que supieron cumplir su deber en los momentos críticos para una nación como es el de su derrota militar y lo rinde desde la perspectiva de un marino de raza como, sin duda, es el autor, Joaquín Ruíz Díaz del Corral.

César Utrera-Molina Gómez


23 de abril de 2019

Manuel Alcántara. Por Gonzalo Cerezo Barredo


Lo mejor del recuerdo  es el olvido
                                                           Manuel Alcántara    

A ti, fiel camarada, que padeces 
el cerco del olvido atormentado
                                                          Ángel  María Pascual
     
¿Que se puede decir de Manuel Alcántara que no se haya dicho ya?. Pues, eso.  Lo que nadie ha dicho. El fallecido poeta formaba con Manolo Cantarero y Pepe Utrera un núcleo de estrecha amistad. los tres malagueños,  y los tres miembros de  esa generación que algunos llaman perdida, otros olvidada, venían  a ser como tres mosqueteros  que, cada uno a su modo, persiguen sus ideales. Los tres pertenecían a
aquella juventud atrapada entre dos guerras, una en que no lucharon, pero ganaron. Otra que perdieron aunque no combatieron. Como tantos de nosotros,  demasiado niños para la primera y demasiado jóvenes para la segunda. Ni siquiera en la testimonial División Azul, que les pilló todavía de pantalón corto. Ya  no queda ninguno de los tres.

Último en abandonarnos,  a su 91 años, Manuel Alcántara y Manolo Cantarero, eran miembros del Frente de Juventudes y pertenecían a la centuria  que mandaba José Utrera Molina. Pepe, para quienes fuimos sus amigos y camaradas. El destino les llevó por diferentes derroteros. Pero no les separó. Su amistad se mantuvo siempre, unidos, coincidentes en sueños y recuerdos; los mismos, pero  no lo mismo.

     Conocí a Cantarero y Alcántara a través de Pepe Utrera,  en los años de mi colaboración con  el en sus tareas ministeriales,  primero, y de  prolongada amistad,  después, cuando fue apartado de ellas,  aunque nunca de sus irrenunciables lealtades. Poeta secreto, brillante orador que traslucía en sus palabras la innata vocación poética, Pepe se orientó a la política activa. Fue gobernador en tres provincias y ministro en dos ocasiones y en  tiempos de turbulenta transitoriedad. 

Manolo Cantarero no desoyó la llamada de la mar que acariciaba su infancia y a ella dedicó buena parte de su vida como oficial de la  marina mercante. No tanta como para olvidarse de la política, a la que consagró los años que pasó en tierra. Dejó el cuaderno de bitácora para navegar  en mares más procelosos… Se dedicó al periodismo y escribió un  denso libro sobre el socialismo de la Falange;  fundó un partido con el que concurrió a las primeras elecciones de la Transición , y formó parte del Parlamento Europeo.

Muy diferente fue el camino recorrido por Manuel Alcántara. Si bien coqueteó con el boxeo -que marcó su nariz para siempre-  la  poesía, nada secreta en su caso,  fue la pasión de su vida. Incluso aunque se la ganara con el sudor de su pluma (no me lo imagino escribiendo en un ordenador), atado, como decía Capmany —otro de los nuestros- “a la columna”.  En realidad, su verso y su prosa no se diferenciaba más que en la música. Si el periodismo era su profesión, la poesía constituía su vocación. Solo él sabía dónde comenzaba una y concluía  otra. Tan está llena su poética de naturalidad espontánea y cuidadosa selección del lenguaje coloquial que resplandece  con insólita luminosidad al pasar por sus manos; al igual que la prosa se nutre de metáforas, Insólitas, inesperados quiebros o referencias sorprendentes, tanto  que, si no fuera por su dominio del lenguaje, diríase  que,  contrariamente al personaje de Moliere, hablaba en poesía sin saberlo.

     Menos Baudelaire que Ronsard; menos  sarcástico que Quevedo; tan humano como Lope, venía poco por la Corte,  recluido, pero más afortunado que don Francisco el “rincón de estos desiertos”,  en su malagueño Rncón de la Victoria.

     La política era un venero soterrado en su escritura. No se notaba, pero estaba allí,  como en otros poetas de esa generación olvidada (Marcelo Arroita Jáuregui, Alfonso Albalá Cortijo, Salvador Jiménez,...) A ella se refería Ángel María Pascual (191),   algo más tempranero, en su inolvidable soneto  Envío.  Hacerse  un hueco  tras aquellas dos generaciones del 27 y del 36,  sin haber  pertenecido a ellas como sus hermanos mayores, tenía mucho mérito,  pero lo lograron aunque  hoy se pretenda borrar sus huellas y mistificar sus señas de identidad. 

Todos los que he citado, han fallecido, pero no han muerto. Permanecerán en nuestro recuerdo. En Manuel Alcántara, encasillado en su columna periodística,  como si su poemario no existiera, resumo esta memoria del olvido. A todos conocí.  De todos mantengo recuerdo.


                                                                                                                    Gonzalo Cerezo Barredo
Publicado en "Desde la Puerta del Sol"
Número 162– martes 23 de abril de 2019