"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO
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29 de octubre de 2013

Hace 80 años....

Yo creo que está alzada la bandera. Ahora vamos a defenderla alegremente, poéticamente. Porque hay algunos que frente a la marcha de la revolución creen que para aunar voluntades conviene ofrecer las soluciones más tibias; creen que se debe ocultar en la propaganda todo lo que pueda despertar una emoción o señalar una actitud enérgica y extrema. ¡Qué equivocación! A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas, y ¡ay del que no sepa levantar, frente a la poesía que destruye, la poesía que promete!. José Antonio

Hoy hace 80 años que un joven abogado madrileño rompió, en una mañana de octubre, con la atmósfera turbia que, ayer como hoy, envolvía la política española. Su discurso venía a estrenar un nuevo estilo alejado tanto del capitalismo insensible de unos como del marxismo revolucionario de los otros. 


José Antonio sigue siendo hoy el gran desconocido de la historia reciente de España y, recordando las palabras de Enrique de Aguinaga, hoy me vuelvo a sentir joseantoniano: .  

«Ser joseantoniano es entender a José Antonio, por encima de cualquier bandería, como patrimonio de todos los españoles, fuente de ética, que nos propone, sobre las accidentalidades políticas, una profunda manera de ser, un estilo de vida, en el que la acción se somete a la inteligencia y se proclama el antiguo e ilustre sabor de la norma. Y todo ello, encuadrado en una portentosa personalidad, concentrado en una brevísima vida pública y culminado por un testamento estremecedor

LFU

25 de octubre de 2013

Profecías constitucionales


Hace 35 años que mi padre publicó este artículo en ABC. En plena vorágine de discusión sobre el texto constitucional, su voz -tachada entonces de inmovilista y cavernícola- clamaba ante el chalaneo del título VIII, por el grave riesgo que implicaba para la unidad de España. Lamentablemente, el articulo ha resultado profético e incluso la realidad ha superado los más negros pronósticos. Hoy, aquellos que le apartaban como apestado, invocan la Constitución como remedio de todos los males, cuando precisamente es la propia Constitución el mal primigenio que nos ha conducido al siniestro escenario que estamos viviendo. La Gaceta lo publica hoy en sus páginas, para recuerdo de desmemoriados.

LFU

   


11 de octubre de 2013

Jacobinos y acomplejados

Con la aprobacíón de la Ley de Educación, se han vuelto a poner al descubierto los lastres que arrastran la izquierda y la derecha de España.

La izquierda muestra nuevamente su carácter intrínsecamente jacobino,  escasamente demócrata y sobradamente soberbio al anunciar a bombo y platillo que la ley nace muerta y que lo primero que harán, tan pronto el Pp pierda la mayoría, será derogarla. Y no dudemos que lo harán, como hizo Zapatero con la tardía Ley de Educación que Aznar dejó para los postres de su segunda legislatura.  Otro tanto se avecina con la reforma de la ley del aborto –si es que finalmente sale adelante- y con cualquier ley que afecte al esquema de ingeniería social de la izquierda, que no acepta la democracia salvo cuando le otorga el poder.  Nada nuevo bajo el sol. Basta remontarse al mes de octubre de 1934, cuando la izquierda decidió que no era tolerable que la derecha se mantuviese en el poder y dio un golpe de Estado que dinamitó la II República. No hay más que ver los ejemplos de linchamiento mediático de la juez Alaya, los aplausos a las zorras pintarrajeadas reivindicando la sacralización del aborto y las propuestas de tipificar como delito la reivindicación y defensa del régimen del 18 de julio, equiparándolo al nazismo y al racismo, pero curiosamente, no al comunismo.

Mientras tanto, en la otra orilla, los complejos atávicos atenazan a una derecha pusilánime incapaz de encontrar ninguna clase de referentes en nuestra historia que no sea la “sacrosanta” Constitución pastiche de 1978, con la que parece haber comenzado, tanto España, como  la edad moderna. Y a falta de referentes y principios, centrémonos en recuperar la economía, que es lo único importante, aunque la nación se despedace. De las tres leyes estrella del proyecto de ingeniería social de Zapatero, únicamente la de Educación va a ser aprobada al final del segundo años de legislatura; la del aborto-con cientos de miles de criaturas masacradas cada año-  no ha iniciado aún su tramitación parlamentaria y la última, la perversa, sectaria y antidemocrática Ley de Memoria Histórica, que viene a clasificar a nuestros padres y abuelos en buenos y malos, y más soterradamente, a dinamitar todo el proceso de la transición, ni siquiera la tocarán por miedo a que les llamen franquistas y les recuerden sus orígenes que no son otros que los de siete ministros de Franco que fundaron su partido, aunque ahora abjuren de lo que un día fueron sus mayores y pisoteen la tumba de sus padres. Tampoco es nada nuevo. En 1932 la derecha ganó las elecciones y tuvo miedo de gobernar, por lo que para no soliviantar a la izquierda encargó a Lerroux formar gobierno. Y cuando acabaron sus complejos y Gil Robles decidió entrar en el Gobierno, la izquierda se levantó, arrasó media España, sacó a sus líderes golpistas de la cárcel y linchó a los supuestos represores de la revolución de Asturias.

Con estos mimbres, el porvenir que nos espera no tiene nada que ver con las alegrías que se anuncian con la subida de la bolsa.


LFU

30 de septiembre de 2013

A vueltas con el "franquismo"

Hay que reconocer la habilidad de la izquierda para dar la batalla del lenguaje y ganarla. Entre sus muchos logros, el poner el apellido “democrático” a las repúblicas soviéticas, la popularización del término “fascista” como sinónimo de radical, violento o totalitario, (salvando de la quema el término “comunista”). Ahora, en España, toda la izquierda  (incluida UPyD) se ha unido en el ataque furibundo al “franquismo”, tratando de popularizar el término “crímenes franquistas” como verdad de fe proclamada sin rubor en los telediarios (¡¡Qué vergüenza ver al Presidente de RTVE pidiendo disculpas por haber llamado "Caudillo" a Franco en un telediario al comentar una noticia de 1960!!), y promoviendo la inclusión del franquismo, junto con el nazismo y el terrorismo etarra (no el comunismo que sigue siendo algo muy respetable y muy democrático), como verdaderos anatemas en su proyecto de tipificación de los llamados “delitos de odio”. De esta manera, quieren expulsar de la legalidad a cualquiera que ose defender las virtudes del Régimen del 18 de julio y niegue su carácter criminal, incluyéndolos junto con los criminales nazis y etarras en el delirante delito de “negacionismo”, inventado por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial y que ahora recogen los perdedores de nuestra Guerra de liberación. Como escuché hace tiempo, la historia la suelen contar los vencedores...menos en España.

Para ello, tienen en el prevaricador Garzón el mejor ariete. Desde Argentina, dictando literalmente los esquizofrénicos autos de la Juez Servini, pretende hacer calar en la sociedad como verdad inatacable que el franquismo fue un régimen criminal que goza de impunidad gracias a un deleznable pacto en la transición, invalidado por la traición de unos y el poder que tenían aún los otros.

Pues bien, lo repetiré una y mil veces, aunque haya un día en que me cueste la libertad. Franco, la mitad del Ejército y la mitad de España no se alzó contra la democracia, ni contra la legalidad vigente, sino contra un sangriento proceso revolucionario marxista, iniciado en 1934 y culminado en el remedo de elecciones de febrero de 1936, acompañado de una persecución religiosa furibunda que llenó de mártires las tierras de España y destruyó una parte importante de nuestro patrimonio cultural.

Franco mantuvo a España fuera de la guerra mundial, venció al maquis (una guerrilla comunista que quería reanudar la guerra civil y provocar la intervención extranjera), y llevó a España desde la ruina a una situación de pleno desarrollo, creando una clase media inexistente en España, alzando a nuestro país hasta la 10ª potencia industrial, con una renta per cápita en 1975 en un 83% de la media de la Unión Europea (ahora estamos en menos un 75%) con pleno empleo, con una protección social sin precedentes y la presión fiscal más baja de toda la OCDE, dejando a un país en paz y preparado para una democracia constructiva.

¿Qué hubo represión después de la guerra? Innegable. También la hubo en Francia, con verdadera y brutal saña, con los colaboracionistas a quienes se fusiló a millares, en Italia, en Inglaterra, en Alemania y en el resto de los países de Europa, sin que por ello se hable hoy de crímenes de la RFA, del Gobierno de Su Majestad, etc.. ¿Qué se cometieron injusticias en la posguerra?. Sin duda y con ser lamentable, hay que situar dicha represión en el contexto histórico del final de una guerra fratricida y en la incertidumbre de un conflicto mundial al que nos querían llevar de cabeza los perdedores de la guerra. Pero eso que llaman –impropiamente- “franquismo” fue mucho más.

Si quieren hablar de “crímenes franquistas”, ¿qué apellido habrá que ponerle a los “crímenes de Estado” de los Gal? ¿Y a la corrupción sin límite que ha atravesado toda la clase política? ¿Se trata de crímenes democráticos?

No sé si, a la larga, la mejor manera de imponer tus tesis a la sociedad es criminalizar al oponente. Desde luego es la mejor para el que carece de argumentos y falsifica la realidad. Pero ésta estrategia totalitaria es la que ha adoptado la izquierda, que ha visto cómo el rescatar una y otra vez el nombre de Franco le produce jugosos e inmediatos réditos ante una derecha acomplejada que, ayuna de principios y referentes, se aferra a la economía como tabla de salvación sin importarle que manipulen la historia y pisoteen la tumba de sus padres.  


LFU

20 de septiembre de 2013

La Legión ahora está de guardia. Por José Utrera Molina

  • Artículo publicado hoy en La Gaceta

    El espíritu de la Legión estará siempre contra quien pretenda romper la unidad de España.

  • Hoy, 20 de septiembre, se cumple el 93 aniversario de la fundación de la Legión. No se trata hoy de glosar un aniversario intrascendente. Tampoco de inclinar las banderas con el gesto de un patriotismo estéril. Se trata, por el contrario, de levantar en el aire enrarecido de España los valores que siempre ha defendido a ultranza la Legión española. El valor, la dignidad, la bravura, el ofrecimiento permanente de la vida, el saber que la proximidad de la muerte no podía levantar ninguna epidemia de miedo sino por el contrario, ver esta última circunstancia con la naturalidad de quien vive en la certeza de la existencia de otra vida.
    Vivimos un mundo absolutamente desquiciado. Los principios que sostuvieron durante tantos años el espíritu de la Legión están siendo atacados permanentemente, aunque nadie puede negar que, en este ataque, hay siempre un principio de respeto inamovible. 
    Se ha criticado a la Legión atribuyéndole un culto innecesario de la muerte, una mirada permanente a lo que ella significa. Pues bien, todo esto produce una buenaventura en el soldado, en su ánimo, en su estilo, en su ofrecimiento, en su dedicación permanente. Yo he vivido el espíritu del Tercio, lo confieso, con delirio apasionado. Para mí, el título de mayor honor que poseo no es otro que el de cabo honorario de la Legión que me obliga permanentemente a estar fundido en el honor de su Credo y en el alma de sus ordenanzas.
    El eco que en la mayoría de los españoles despierta la Legión es indudable. No se trata de una unidad presuntuosa y altanera, sino recia, marcial y entregada a su misión y a su servicio. El legionario es el arquetipo de lo que fue siempre el espíritu del Ejército español, su quinta esencia. Es decir, el legionario ha creído siempre en el amor, en la esperanza y en la vida mostrando su permanente caballerosidad. Su heroísmo no lo pueden negar ni siquiera los que se han constituido como enemigos porque la tradición militar española que elevó a grados inconmensurables de grandeza el espíritu de la Legión española, permanece en pie frente a tantas e injustas agresiones. En una ocasión, comentando con el Caudillo de España Francisco Franco, cofundador de la Legión, las características de las unidades que componían los Tercios me contestó: “En los momentos más agudos de las crisis que desgraciadamente tuvo nuestro país, en la primera línea, sin afán egoísta, sino con el espíritu lleno de amor a España figuró siempre la Legión. Primero en Marruecos; en la revolución de Asturias del 34, después y en nuestra contienda civil, donde laureadas, medallas militares y otras distinciones fueron numerosísimas. Ahora –añadió– la Legión hace guardia”. Yo permanecí en silencio escuchando las palabras de Franco y quise descifrar el mensaje que me trasmitía: “La Legión ahora está de guardia”. 
    Yo me he solidarizado durante toda mi vida con el espíritu de la Legión. Para mí fue un honor inmerecido revistar sus unidades en mi viaje como ministro a Ceuta y Melilla. Puedo afirmar que fue el momento de mayor emoción de mi vida política y que no lo cambiaría por ninguno de los actos y aconteceres que tuve que vivir durante mi etapa de ministro. La Legión ha llevado la vida en la palma de la mano con voluntad de hacer fraternas y aliadas las banderas de la justicia con el signo de la libertad. A los muchos hombres que ofrecieron su vida por el honor de España dedico estas líneas que brotan de mi corazón torrencialmente, porque jamás fui indiferente al espíritu, a la dignidad y al honor que la Legión española representaba y representa. 
    Estoy seguro de que si alguna vez alguien pretendiese romper la unidad de España, el espíritu de la Legión estará siempre contra la tribu, manteniendo en alto el sueño de una España unida y digna y ofreciendo con su sudor, con su voluntad y su sacrificio la entrega que España exige y que el honor demanda.
    José Utrera Molina es cabo honorario de la Legión.

25 de julio de 2013

El 18 de julio. Por José Utrera Molina

(Reproduzco a continuación el contenido íntegro del artículo publicado hoy, con algunos recortes, en la Gaceta)

Hay quienes afirman, con toda razón, que envejecer no es otra cosa que quedarse sin testigos. Yo quiero declarar aquí con toda firmeza que fui testigo del inicio del Alzamiento Nacional el 18 de julio de 1936. Tenía sólo 10 años, pero el alboroto, el sobresalto y la anarquía llegaban por aquel entonces a las proximidades de mi casa. En esa tarde del 18 de julio permanecí en mi pequeño jardín con un íntimo amigo que se llamaba Enrique Morante Villegas que años después y a edad muy joven, marchó a la División Azul y que murió hace unos meses no sin antes haberme visitado para despedirse de mí cuando el ya consideraba próxima su muerte y entregarme el cuaderno con las efemérides militares españolas que tuvieron lugar en las tierras de Rusia.

Aquella tarde comenzamos a escuchar disparos que él atribuía a fuegos de artificio. Yo, sin embargo, le dije que me parecía que eran tiros. Pasados unos minutos abandonamos nuestros juegos y sólo unas horas después, Enrique Morante tuvo que presenciar el asesinato de su padre que fue arrojado por un balcón de la vivienda que habitaban por una milicianada enardecida y rencorosa. Por cierto, los anales de mi memoria, todavía no deteriorados me recuerdan aquel joven compañero mío que nunca tuvo una palabra de rencor y de odio hacia los que habían asesinado a su padre y a muchos de sus familiares.
Mantenía una actitud de fidelidad a nuestros símbolos primeros. Él y yo habíamos pintado en la fachada las flechas rojas que unos amigos mayores nos habían mostrado. Nos parecía entonces que llevábamos a cabo una heroicidad.

El 18 de julio que yo presencié en Málaga fue una explosión revolucionaria donde el eco del rencor y la muerte invadió toda la ciudad. Todas las noches, desde mi casa,  oíamos los disparos de un lugar cercano donde cada noche caían fusilados cientos de malagueños. Recuerdo, porque son instantes que atraviesan el corazón en mi memoria, las largas colas de mujeres y hombres que iban a ensañarse con los cadáveres que estaban allí amontonados. Mis ojos no daban crédito a lo que acontecía delante de nosotros.  Pocos días después, el cadáver del Capitán Huelin que heroicamente mandaba una compañía que intento liberar Málaga, fue expuesto desnudo con un crucifijo en sus partes más íntimas. Puede decirse sin temor a equivocación que el odio había invadido por completo a una parte importante de la ciudad. No entro a considerar las razones de aquellas huestes bárbaras y devastadores. Posiblemente era el resultado de muchos años de escandalosa injusticia social aventado por los comisarios políticos de la Komintern. Pasado el tiempo, con una perspectiva serena, los datos e imágenes que entonces habíamos conocido de manera directa se convirtieron en motivos de reflexión.

Pasados siete meses, Málaga fue liberada de aquella situación insostenible. España entera había sufrido análogas y dramáticas circunstancias. Ya se había declarado una guerra entre hermanos y en las trincheras unos alababan la patria y otros maldecían su existencia. Yo defiendo con toda mi alma la justicia de aquél alzamiento militar. No niego que hubiese razones en las que el bando contrario encontrase una justificación de sus posiciones, pero lo cierto es que España estaba dividida en dos mitades irreconciliables y no era posible la paz.

El Alzamiento no fue un intento grosero de liquidar al oponente sino una necesidad imperiosa de defender a la patria y a le fe frente a quienes las perseguían con saña inusitada quemando iglesias, asesinando brutalmente a religiosos y seglares y exaltando la Unión Soviética frente a la propia patria. No se trataba de aniquilar a los vencidos sino de incorporarlos en un proyecto nuevo de fraterna colaboración.  El propósito del movimiento nacional no fue otro que rescatar a España del riesgo cierto de caer en manos del comunismo libertario que amenazaba con aniquilar el alma milenaria y cristiana de España.  Ante esa situación, españoles de muy diversa condición se unieron en la defensa de Dios y de España en torno al Ejército, la Falange y el Requeté, haciendo de su vida una generosa ofrenda que difícilmente pueden llegar a comprender y apreciar los jóvenes de hoy.

Para mí, que era entonces muy pequeño pero que conocía ya la muerte de muchos de mis familiares en uno y otro bando, el 18 de julio fue al principio una espina que atravesaba mi corazón sin paliativos, pero hoy es un recuerdo vigoroso y gallardo,  sobre todo frente a los que se empeñan en extender día tras día, a través de medios de comunicación, la gran mentira sobre el movimiento nacional y el 18 de julio. Nadie niega que aquella situación fuera durísima y que en una parte y en la otra se produjeran situaciones injustificables.  Pero no perdamos nunca de vista que la idea de la salvación de España estuvo en un lugar mientras que en el otro, su destrucción y su aniquilamiento eran consignas que se trasmitían a través de los micrófonos y de los medios de comunicación. El clamor extendido en Madrid del ¡Viva Rusia! y el ensalzamiento del materialismo marxista, fueron las claves que explican que España tuviese que ofrecer al mundo en holocausto el perfil sangriento de la primera derrota del comunismo internacional. Así lo reconoció con honestidad el propio Julián Besteiro poco después: “La verdad real: estamos derrotados por nuestras propias culpas: estamos derrotados nacionalmente por habernos dejado arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más grande que han conocido quizás los siglos...”.

Hoy, que conmemoramos algunos que aún permanecemos de pie aquella efeméride trágica, pero trascendente y liberadora, pedimos a Dios que no vuelvan otra vez tiempos de ensañamientos y de beligerancias sino que nos incorporemos de verdad a una tarea común con olvido de trágicas situaciones superadas.

Reina la paz en España, pero en el horizonte de nuestra patria están cuajando densos nubarrones en los que aflora la mentira, la falsedad y la injusticia. Ayer mismo, en el trascurso de un espacio para hablar de la guerra civil se afirmaba nada más y nada menos que los muertos de un bando habían sido superiores a los del otro, pretendiendo enfrentar a los muertos de ayer con el recuerdo de los testigos de ahora.  Si hubo un grito unánime y vigoroso en aquellos días aciagos de mi infancia fue el de ¡Arriba España!.  Aquel grito era la manifestación de una voluntad colectiva de levantar a España de la ruina y la destrucción hacia la realidad confortadora de una España unida en paz, proyectando estos sentimientos hacia el futuro. Yo he servido estos ideales durante los años que duró el Estado del 18 de julio. No he traicionado su espíritu, he comprendido su justificación y sobre todo, en mi memoria limpia y en muchas ocasiones rejuvenecida, permanece viva la imagen de un hombre atrozmente asesinado en las tierras de Alicante que se llamó José Antonio Primo de Rivera, líder juvenil, apuesto y gallardo de una minoría que engrandeció los límites de su proyección política y la del conductor de un pueblo en marcha que se llamó Francisco Franco, que levantó a España de una postración secular proyectándola hacia un futuro en paz y prosperidad.  

Declaro aquí, una vez más, mi lealtad al espíritu del 18 de julio y aspiro a que algún día los españoles comprendan el necesario sacrificio de aquel grupo de hombres que alzó sus estandartes y banderas soñando y amando la verdadera libertad de España, por la que combatieron con espléndido sacrificio e indudable heroísmo.

JOSE UTRERA MOLINA

Abogado y Ex ministro

24 de julio de 2013

José Antonio, católico. Por Fray Justo Pérez de Urbel

El que recorra las obras de José Antonio, sus discursos, sus cartas, sus artículos, se encontrará con sorpresa que este gran defensor de una España integral habla muy rara vez de las verdades religiosas, del cristianismo, de la tradición católica. ¿Era olvido? ¿Era indiferencia? ¿Era táctica? Indudablemente, ese silencio o esas expresiones vagas que se le escapan de los puntos de la pluma no obedecen a una posición negativa como la de su maestro en tantas cosas, José Ortega, sino más bien a su actitud de fundador y jefe de una agrupación que debía comprender a todos los españoles que quisiesen trabajar por una patria más próspera y más justa.
Entre los objetos que contenía la célebre maleta de José Antonio, se aprecian
una medalla de la Santa Faz y un "detente" que le acompañaron hasta su muerte

Él, ciertamente, no pensaba, como Azaña, que España había dejado de ser católica, pues todavía en el verano de 1935 afirmaba que la religión católica «es la de casi todos los nacidos en nuestras tierras»; pero su llamamiento se dirigía también a los obreros envenenados por las ideas socialistas, a los estudiantes minados por la incredulidad, que podían aceptar su programa político, sin por eso abandonar sus dudas o sus extravíos de orden religioso. Entre sus primeros compañeros estaba aquel Mateo, venido del comunismo, que angustiado por no tener la fe que veía en la mayor parte de sus camaradas, le decía a uno de ellos: «¿Por qué no le dices al Jefe que me hable de Dios?» José Antonio podría haberle hablado maravillosamente, pero es bien conocida su respuesta: «Yo soy solamente misionero de España».

Esta actitud era ciertamente hábil en un político, pero podía tener sus inconvenientes. Y pronto se vio que los tuvo. El mismo José Antonio alardeaba de no ser un reaccionario, y se ha podido decir que en su ideal falangista no había nada de beato y gazmoño. Esto, unido a sus diatribas contra los latifundios y los terratenientes, a sus campañas de nacionalización de muchos servicios públicos, a sus desprecios contra las derechas y las izquierdas, a sus consignas revolucionarias, a sus ataques contra los ociosos, los zánganos, los rentistas y los convidados, debía poner a muchos en guardia contra él y contra su sistema político. «O está loco o es un bolchevique», se decía de él en algunos centros conservadores y ciegamente cerrados al movimiento social que él propugnaba. Y era fácil ver la afinidad que existía entre la Falange y los sistemas políticos que acababan de triunfar en Italia y Alemania, uno y otro de ortodoxia muy dudosa. ¿No caería el sistema español en los mismos errores? Esta va a ser la acusación venenosa de los enemigos. Inútilmente repetía el Fundador que la Falange no es copia del fascismo; inútilmente protestaba que se negaba a asumir una serie de accidentes intercambiables que existían en el fascismo. Si el fascismo era laico y chocaba con las organizaciones italianas de Acción Católica, ¿no podría temerse otro tanto de la Falange? ¿Y no era de esperar que la Falange se contaminase con los excesos racistas, paganos y totalitarios del nacional-socialismo alemán?

Los Puntos Iniciales de la Falange aparecidos a fines de 1933 cayeron como una piedra en la charca de las ranas. No podía exigirse nada más claro y rotundo. Es la condenación de toda interpretación materialista de la vida, la afirmación católica frente a las eternas preguntas sobre la vida y la muerte; la aceptación del sentido católico de la vida, en primer lugar porque es el verdadero y, además, porque, históricamente, es el español; la incorporación, por tanto, de este concepto religioso en toda la reconstrucción de España.

Todo esto con tres corolarios que no podían despertar recelos en nadie: que la era de las persecuciones religiosas ha pasado; que el Estado no asumirá funciones religiosas propias de la Iglesia; que la Iglesia, a su vez, evitará toda clase de intromisiones contrarias a la dignidad del Estado. Era ésta una advertencia necesaria para los feroces jabalíes de la izquierda.

Nada había en este programa que pudiese molestar al católico más exigente; y no obstante, fue entonces cuando surgió un conflicto inesperado, fue entonces cuando un camarada de la primera hora que, además, era miembro del Consejo Nacional de la Falange, intimidado por la gritería que acusaba al fascismo de incompatible con la religión católica, de panteísta y de acumulador de la personalidad humana, se separó de José Antonio, publicando una nota en que recogía lo más importante de las calumnias que contra la Falange recordaba el movimiento de la Acción Francesa, justamente condenado, que adoptaba una actitud laica frente al hecho religioso y que subordinaba los intereses de la Iglesia a los del Estado.

El escándalo fue grande, pero no produjo el efecto que los adversarios imaginaron desde el primer momento. José Antonio sintió la traición del amigo, y a su nota contestó con otra muy serena y rebosante de buen humor. Estaba seguro de la ortodoxia de su programa doctrinal «que coincidía -afirmaba- con la manera de entender el problema que tuvieron nuestros más preclaros y católicos reyes [...] Además -añadía humildemente-, la Iglesia tiene sus doctores para calificar el acierto de cada cual en materia religiosa». En cuanto a sus propias convicciones, no admitía dudas ni sospechas maliciosas. Jamás disimuló su fe ni en sus palabras ni en su manera de obrar. «Yo soy católico convencido», había dicho a Francisco Bravo en una carta particular unos meses antes del incidente. Era católico, pero a la manera del siglo XX. «La tolerancia es ya una norma inevitable impuesta por los tiempos», y aceptada siempre, podríamos decir, si no por la sociedad católica, sí por la Iglesia católica. «A nadie puede ocurrírsele hoy perseguir a los herejes como hace siglos, cuando era posiblemente necesario». Conformes también, y conforme con estas palabras finales de aquella efusión hecha en la intimidad de la amistad: «Nosotros haremos un concordato con Roma en el que se reconozca toda la importancia del espíritu católico de la mayoría de nuestro pueblo, delimitando facultades».

Es verdad que él admitía en la hermandad sagrada de la Falange a cuantos quisiesen compartir sus ideas políticas sin preguntarles sus sentimientos religiosos, pero estaba seguro de que a su lado el espíritu más descreído, el tránsfuga del marxismo o del socialismo, el mismo ateo, encontrarían un clima espiritual y tal vez un camino hacia la fe. En una carta bien conocida, había escrito estas certeras palabras: «En España, ¿a qué puede conducir la exaltación de lo genuino nacional sino a encontrar las constantes católicas de nuestra misión en el mundo?» No era una orden religiosa lo que José Antonio fundaba, sino una institución política, pero una institución política que suponía para todos sus adeptos un acercamiento al sentido más profundo de la España auténtica, al mundo del espíritu, a las más hermosas verdades del alma y a un concepto de la vida que empezaba por reconocer que el hombre es portador de valores eternos. Si José Antonio, tal vez por considerarse indigno del título de misionero de Dios, aquella gran amplitud de espíritu, aquella maravillosa tolerancia, que debían formar el clima de la Falange, eran ya de suyo ejemplares y misioneras, y a ellas se unía, según el consejo del Fundador, «la propaganda con la ejemplaridad de la conducta» -esto era verdad sobre todo en el Jefe-, sin proponérselo, sin meterse a predicador, sin mezclar la política con la religión, sin alharacas y sin exhibiciones, su sencillez en las prácticas religiosas atrajo a muchos de los que le rodeaban a la aceptación de las verdades de la fe y al cumplimiento consecuente con ellas. Los más antiguos camaradas, los que vivieron en su intimidad durante aquellos años de lucha y de difamación, nos cuentan hermosas anécdotas, que nos descubren su actitud de hijo sumiso de la Iglesia, como aquella que oí una vez, si mal no recuerdo, al camarada Julián Pemartín. Invitados ambos a cenar un viernes de Cuaresma en una casa, donde importaban poco las prescripciones de la abstinencia eclesiástica, apenas se extendió por el comedor el olorcillo de la carne asada, José Antonio se levantó, y cogiendo del brazo a su amigo, le dijo: «Vámonos. ¡Sería tan tonto condenarse por una chuleta…!».

Revelador también es lo que Ximénez de Sandovál nos cuenta como un recuerdo personalísimo. Era ya en los comienzos del año 36. Una tarde, dice el biógrafo, José Antonio nos pidió a Agustín de Foxá y a mí que le acompañásemos la próxima Cuaresma a hacer ejercicios espirituales. Como el ilustre poeta y yo ensayásemos alguna resistencia, él, seriamente, nos dijo: «Os harían un gran bien. Yo he hecho dos veces este retiro, una de ellas con ocasión de una gran crisis espiritual, y me sirvieron de gran alivio y vigorización». «Si nos lo ordenas, iremos contigo como falangistas subordinados», contestó Foxá. Pero él replicó vivamente: «Yo no puedo ni debo mandar eso como Jefe. Os lo aconsejo como amigo. Ahora bien, si no os ponéis a bien con Dios y os toca caer un día, no aleguéis allá arriba el acto de servicio para libraros del infierno».

Los acontecimientos se precipitaron. Vinieron las elecciones, el hundimiento de las derechas, el desencadenamiento de la barbarie, la persecución, los procesos, la Cárcel Modelo, Alicante. En el retiro de la cárcel, donde haría aquellos últimos ejercicios proyectados. Y tras ellos vendría la liberación, la victoria final, la inmortalidad a través de la muerte. Le mataron los rojos, porque sabían muy bien que su doctrina era el más poderoso valladar frente a sus organizaciones marxistas y españolas; pero pudieron haberle matado muchas gentes de orden que le miraban como un apestado o como un aguafiestas, o como un desertor de los círculos aristocráticos, que por pura vanidad se entregaba a actividades indignas de su apellido y de su tradición familiar. Hoy todo aparece claro y lógico: el fervor españolista del Fundador se armonizaba con una conciencia perfectamente católica; las consignas revolucionarias, que tanto asustaban a muchos espíritus timoratos, van poco a poco haciéndose realidad, y desgraciados de nosotros si no logramos implantarlas íntegramente; los clamores de justicia social tan similares a los postulados de la encíclica Mater et Magistra, ya no pueden extrañar a nadie después que tantas voces tan altas y tan prestigiosas han venido desde las cimas de la jerarquía eclesiástica o desde las esferas de la Universidad a juntarse con aquella voz que parecía surgir solitaria entre la polvareda de las pasiones políticas.

La incomprensión fue acaso uno de los más grandes dolores de José Antonio en su última hora. «Me asombra -dirá poco antes de morir- que aún después de tres años, la inmensa mayoría de nuestros compatriotas persistan en juzgarnos sin haber empezado ni por asomo a entendernos, y hasta sin haber procurado ni aceptado la más mínima información». Por un lado, sólo veía saña; por otro, antipatía.

Como sucede con frecuencia, la comprensión empezó a abrirse camino con la muerte, aquella muerte sublime que en una vida tan lógica corno aquélla no podía ser de otra manera, aquella muerte en que el heroísmo adquiere toda su grandeza, los valores humanos todo su esplendor y el sentimiento cristiano su más bella y genuina manifestación. Se había cumplido una misión histórica trascendente, sólo quedaba sellarla con la sangre. Conocemos los gestos, las palabras, los escritos de las veinticuatro últimas horas, aquellas cartas bellísimas a los familiares y a los amigos, aquel testamento admirable. Es la muerte del caballero cristiano, que siente morir en plena juventud, pero que se entrega generosamente. Ni jactancia, ni debilidad, ni apocamiento, ni fanfarronería. Una serenidad plena, una calma espiritual admirable; una previsión y una clarividencia que llena de asombro a cuantos le rodean. Su mirada se dirige con la emoción del recuerdo hacia cuanto había amado en este mundo: hacia aquella España rota y desangrada, hacia aquella Falange perseguida, cuyo porvenir incierto le preocupa, hacia aquellos camaradas a quienes él había lanzado al combate. «Hasta el final os acompañará mi afecto». No le tiembla el pulso, la fe le sostiene. Es entonces cuando aparece con toda su fuerza. Ahora las consideraciones de la prudencia, necesarias en la propaganda política, habían terminado. Era el momento de la verdad, de la gran realidad: Dios; el momento en que para un hombre realista y con profundas convicciones, el político debía eclipsarse ante el cristiano: Pensemos en Carlos y en el mismo Napoleón: «Espero la muerte sin desesperación, pero ya te figurarás que sin gusto». ¡Qué confesión tan noble! ¡Qué belleza en esta sinceridad! De su carta a su tía la monja son estas palabras: «Dos letras para confirmarte la buena noticia de que estoy preparado para morir bien, si Dios quiere que muera y para vivir mejor que hasta ahora, si Dios quiere que viva». ¿Qué hace entre tanto? Lee, reza, escribe, medita, pasea y hasta duerme. Unas frases a un amigo, una conversación con el sacerdote, unas palabras confortadoras de Cristo. «Tengo sobre la mesa, como última compañía -escribe a Carmen Werner, una de las primeras camaradas de la Sección Femenina- la Biblia que tuviste el acierto de enviarme a la cárcel de Madrid. De ella leo trozos de los Evangelios en estas, quizá, últimas horas de mi vida». Y en posdata: «Ayer hice una buena confesión». La alegría de la confesión hecha le rebosa en el alma y en los ojos y salta hasta los puntos de la pluma una y otra vez. Por ejemplo, en carta íntima a su tío Antón Sáenz de Heredia: «Ayer confesé con un sacerdote viejecito y simpático que está preso aquí, y estoy lleno de paz». Con esta paz escribe la primera cláusula de su testamento: «Deseo ser enterrado conforme al rito de la religión católica, apostólica, romana, que profeso, en tierra bendita y bajo el amparo de la Santa Cruz». Dios cumplió su deseo y le trajo a descansar al amparo de una Cruz colosal, digna de su grandeza.

Así fue la doctrina y así fue el hombre. No puedo olvidar el estupor de unos y la satisfacción de otros cuando un prelado insigne de la Iglesia española, el arzobispo de Valladolid, con motivo del segundo aniversario del 20 de noviembre, ante una asamblea en que estaba representada toda la España Nacional, proclamó con palabras inolvidables la nobleza de aquel corazón, la honradez de aquella vida y la sinceridad de aquella fe. «Él supo vivir -decía- y, sobre todo, supo morir, como siervo bueno y como hijo bueno de la Patria y de la Iglesia. Y Dios ordenó en su Providencia amorosísima que el mismo José Antonio nos dejase un retrato sublime de su corazón en aquellas horas que precedieron a su muerte: su Testamento, prueba palmaria de que fue un hijo preclarísimo de España y un hijo ferviente de la Iglesia católica. No era un estoico, era un cristiano; y el cristiano es divino y es humano [...] El cristiano, por ser divino, por llevar en su entendimiento la luz sobrenatural de la fe y las aspiraciones sobrenaturales de la esperanza en el corazón, y los ardores de la caridad en la voluntad, no por eso deja de ser humano; más aún: aquellas fuerzas sobrenaturales aumentan, vigorizan y exaltan todas las fuerzas ordenadas de la naturaleza humana. Ved, pues, a José Antonio valiente, activísimo, denodado hasta el sacrificio, hasta la muerte, y a la vez de corazón sensible. No merece le recriminación del Apóstol: sine afectione [...] Evidentemente, la España que soñaba el Fundador de la Falange es una España en consonancia con el espíritu español y católico, que informa, y anima, y vivifica, y engrandece, y sublima su Testamento». 

Fray Justo Pérez de Urbel

Del libro: José Antonio. Edit. Delegación Nacional de Organizaciones del Movimiento
noviembre de 1961
http://www.plataforma2003.org

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17 de julio de 2013

El 18 de julio, hoy.

Por mucho empeño que ponga la izquierda cerril en falsificar la Historia y la derecha acomplejada y amnésica en ponerse de perfil -y a veces de rodillas- para huir de “hipotecas” del pasado, la verdad siempre acabará abriéndose paso frente a la mentira.

El 18 de julio de 1936 no se produjo en España un golpe de Estado militar al estilo decimonónico nacido de la voluntad caprichosa de cuatro generales. La legitimidad del alzamiento deriva precisamente de la ilegitimidad de ejercicio de los poderes públicos de la Segunda República que subvirtieron el orden público con un claro e imparable propósito revolucionario que se inició con el golpe de Estado de la izquierda contra el gobierno radical-cedista en octubre del año 1934 y culminó con el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, trufadas de coacciones, violencia, pucherazos, destitución ilegal del Presidente de la República y persecución y asesinato de los líderes de la derecha.

El desorden y el caos reinante en la España de 1936 a raíz del triunfo de las Fuerzas del Frente Popular en las elecciones de febrero, cuyos líderes –hoy honrados indecentemente en toda España- hacían llamadas abiertas a la revolución marxista, y a la dictadura del proletariado (Largo Caballero dixit); los atropellos y la salvaje persecución religiosa alentada desde el propio Komintern; el secuestro y persecución de la prensa hostil y el encarcelamiento (José Antonio) y asesinato (Calvo Sotelo) de dirigentes de la oposición, convirtieron en legítima defensa el pronunciamiento que hoy hace setenta y tres años se inició en las plazas españolas del norte de África y se extendió como la pólvora por el resto de la Nación.

Y para que nadie pueda tacharme de sectario, quiero reproducir aquí las palabras de uno de los socialistas más honestos que tuvo la II República, con quien faltó –todo hay que decirlo- generosidad e inteligencia por parte de los vencedores: Julián Besteiro, responsable del Consejo de Defensa de Madrid. En un memorándum privado, que, reprodujo el diario ABC en su número del 1 de abril de 1963, Besteiro explica en unas pocas pero significativas palabras toda la guerra, desde su gestación (J.M. Martínez Bande, los cien últimos días de la República, Caralt, Barcelona, 1973, Pág. 165):

“La verdad real: estamos derrotados por nuestras propias culpas: estamos derrotados nacionalmente por habernos dejado arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más grande que han conocido quizás los siglos... La reacción contra ese error de la República de dejarse arrastrar a la línea bolchevique la representan genuinamente, sean los que fueran sus defectos, los nacionalistas (es decir, el bando llamado “Nacional”, capitaneado por Franco), que se han batido en su gran cruzada anti-Komitern.”
Afortunadamente, y gracias al 18 de julio -fecha derivada de la presunción peninsular ya que el alzamiento empezó en Melilla el 17- el comunismo internacional sufrió su primera y más estratégica derrota, pues como decía Besteiro, los comunistas lograron imponerse en la España republicana ante la división y desorden revolucionario imperante en la misma.  Pese a todo, la verdad es que hoy, setenta y siete años después, España rinde público homenaje en sus calles a los bolcheviques y olvida y repudia a los que la salvaron del caos, de la barbarie y de la sinrazón.

Pero la mentira no durará para siempre.

LFU

28 de junio de 2013

Un Dios prohibido. Indispensable

Hace una semana que, acompañando a mi padre y a un sobrino mío, fui al cine Palafox a ver la última película de la productora "Contracorriente". Una película políticamente incorrecta, por cuanto refleja la verdad -con crudeza edulcorada- de la terrible persecución religiosa llevada a cabo por anarquistas, socialistas y comunistas durante nuestra guerra civil y socialmente indispensable, pues constituye un testimonio de primer orden del valor, la templanza y el perdón con que los 51 mártires de Barbastro se entregaron a sus verdugos, que los medios de comunicación públicos y privados continúan silenciando de forma vergonzosa.

Lo peor de la película, su excesivo metraje, que rompe en ocasiones el hilo emocional de una historia estremecedora. Su excesiva fidelidad al testimonio de los hechos les ha impedido lograr un desenlace más apretado y emocionante. La falta de medios -el coste de la película no ha superado los 300.000 €- se nota en el sonido, en el abuso de descorados y en la bisoñez de la mayor parte de sus actores, compensada por la espléndida interpretación de la hija de Lolita Flores, Elena Furiase en uno de los mejores papeles de la película y la fortuna de algunas escenas de gran emotividad.

Lo mejor, la ausencia de un excesivo misticismo en la película, que prefiere reflejar la vibrante humanidad de sus protagonistas antes de tomar la palma del martirio, las dudas de algunos ante la terrible tentación de conservar la vida a cambio de una rápida y fácil apostasía, las tentaciones de la carne y la inmensa fuerza de la fe, que les llevó al martirio con la alegría de quien sabe que está a punto de abrazar la Gloria eterna y el abrazo del Padre.

La película es toda una lección de fe y de esperanza para los cristianos y de auténtica memoria histórica en vena para todos. No me extraña que, en más de una sesión alguien se haya levantado al final para gritar con fuerza, como aquellos jóvenes mártires un enorme ¡Viva Cristo Rey!. Y es que uno sale del cine con ganas de proclamar a los cuatro vientos su condición de católico y español. Solamente por eso, nadie debería perderse esta película.  

LFU

10 de junio de 2013

Sus balas no Lo tocaron, pero el Sagrado Corazón tocó el corazón de los Milicianos

Ni una bala tocó el Sagrado Corazón del Cerro de los Ángeles cuando fue fusilado en 1936



El 28 de julio de 1936, un grupo de milicianos de la República fusiló, entre blasfemias, el monumento al Sagrado Corazón de Jesús -de nueve metros- del Cerro de los Ángeles, en la localidad madrileña de Getafe. El 7 de agosto der 1936, otro grupo de militares dinamitó lo que quedaba de la imagen sacra. Hoy, en el monasterio del Cerro, fundado por santa Maravillas de Jesús, las carmelitas conservan la piedra en la que fue esculpido el Corazón de Cristo. Sorprendentemente, no le rozó ni una bala.

A prueba de bombas

De entre las muchas sorpresas con que Dios aguarda tras sus muros, una lleva impresa, a golpe de bala, la historia reciente más dramática de España: la reliquia del monumento al Sagrado Corazón de Jesús, que el 28 de julio de 1936 fue fusilado por un grupo de milicianos de la República, volado con tres cargas de dinamita una semana después, y que presenta seis impactos de proyectil... Ninguno, por increíble que parezca, alcanzó al enorme corazón que buscaban herir. Quienes mejor conocen su historia son las religiosas del monasterio, que, desde tiempos de santa Maravillas, adoran, reparan y acompañan al Sagrado Corazón de Jesús que corona el Cerro.

Una de ellas relata cómo, «en 1940, el padre Torres, un sacerdote que estaba de Ejercicios, se dio un paseo entre los escombros del monumento al Sagrado Corazón que derribaron en la guerra. Iba pensando en el dolor que debía de sentir Él al verse derribado por hombres a los que amaba. Entonces sintió un pálpito: llamó a los obreros que estaban desescombrando la zona y pidió que diesen la vuelta a una piedra enorme, en la que estaba, precisamente, el Corazón tallado. El padre Torres dijo a las hermanas: Le acribillaron a balazos, pero al corazón no le han tocado. Es como si quisiera decirnos que sigue tan vivo, con todo su amor y con toda su misericordia, para perdonarnos. ¡Y es verdad! Su Corazón sigue vivo para perdonar a los que le atacan».

Los milicianos, convertidos

Ciertamente, se hace difícil entender que ningún miliciano alcanzase al Corazón. El bloque de piedra -de más de metro y medio de ancho, por uno de alto- presenta seis impactos de bala que, aunque pasaron cerca, no alcanzaron su objetivo. «El Señor quiso demostrar que el hombre no puede matar a Dios, aunque su indiferencia le cause un gran dolor -dice una religiosa-. No hay bala que le duela tanto como la ingratitud. Es lo que le pasa a cualquiera que ama y es despreciado. En los años 80, pedimos enrejar las ruinas del antiguo monumento, porque había profanaciones, insultaban a Dios, gritaban ¡Mueran las monjas!..., pero Dios los amaba. Él quiere llevar almas al cielo, y nosotras también, porque los intereses de Dios son nuestros intereses. Por eso le adoramos, reparamos las ofensas que recibe y oramos por todos los hombres; sobre todo, por los pecadores». ¿También por los que fusilaron la imagen de Cristo? «¡Claro! Si supieran lo que hacían, no lo hubieran hecho», dice una carmelita. «Y tanto... Dos de ellos se arrepintieron y se convirtieron», apunta otra. Y da más datos: «Hace tiempo recibimos una carta de las Hermanitas de la Caridad, de Zaragoza, que nos contaban cómo un hombre pidió confesión y se arrepintió, por fusilar al Corazón de Jesús, de Getafe. Y el juez que juzgó a otro de ellos, contó que el miliciano pidió trabajar en la construcción de una iglesia, aunque no le conmutasen la pena, para expiar la ofensa de haber fusilado la imagen del Cerro. ¡Cómo no vamos a rezar por ellos!»

De no ser por un pequeño golpe en una esquina del Corazón, fruto de la caída del monumento cuando fue dinamitado, no sería fácil distinguir la antigua piedra que veneran las religiosas en la capilla de la Santa Reliquia -como empezó a llamarla santa Maravillas- de la reconstrucción que hoy corona, como antaño, el Cerro de los Ángeles, centro geográfico de la Península. Un emplazamiento nada casual: «Estamos aquí con el Sagrado Corazón de Jesús para acompañarle, adorarle y orar por España. Él ha querido reinar en España desde el corazón del país, y nosotras oramos por todos los hombres desde el Corazón de Jesús. Porque el Señor tiene corazón, no es un ser etéreo», dice una carmelita. Son palabras que se confirman por los sentidos, no sólo por la fe, porque quien visita el carmelo del Cerro de los Ángeles y observa el monumento, experimenta la sensación de estar, no sólo en el corazón geográfico del país, sino en el corazón latiente de España; como si las oraciones de estas religiosas sostuvieran muchas más vidas de las que uno pueda imaginar.


(José A. Méndez/Alfa y Omega) Publicado el 21 de diciembre de 2008 en ReL

21 de mayo de 2013

Significación del 18 de julio. Por José Utrera Molina


(Aprovechando que hoy el Parlamento español dedicará parte de su tiempo, no a solucionar los problemas que aquejan a loes españoles, sino a debatir si declara el 18 de julio día de la condena al franquismo, rescato un artículo escrito por mi padre hace unos años sobre la significación de tal efemérides)

El 18 de julio constituye para los que ya tenemos sobre nuestras espaldas el peso aún soportable de los ochenta años, un hito fundamental en nuestra vida. A partir de aquél día, los que éramos entonces niños, empezamos a tener conciencia de que algo muy grave ocurría a nuestro alrededor. No era el estallido de las bombas tan solo lo que nos preocupaba, ni la escucha de los tiros cercanos, ni los ruidos desconocidos hasta entonces, era una conmoción más profunda la que empezaba a perturbar nuestro ánimo.

La muerte empezaba ya a golpear nuestros jóvenes corazones. Después, siete meses de tiranía roja donde verdaderamente la barbarie se apoderó de nuestra ciudad. Aún no he perdido la memoria de las largas filas que se organizaban para ver los cadáveres de los muertos la noche anterior, próximos a donde yo vivía, que eran objeto de profanación y de escarnio. Aquello hacía que en nosotros se produjera el primer asombro, la primera ingrata y dolorida sorpresa y es que la aparición de los rencores era ya la primera declaración de una guerra que iba a durar tres años.

Yo fui testigo de aquel tiempo porque un hermano de mi madre había acaudillado la sublevación en Albacete y días después caía apuñalado vilmente en el hospital Militar de Cartagena. Otro hermano suyo, había sido el que mandaba por entonces, lo que llamábamos el Tercio Legionario. Luis Molina, era despojado de su condición de mando con responsabilidad. El retiro de la carrera de las armas que había sido el sustento de su vida, le llevó a un estado de tristeza que terminó con su vida meses después. El drama de España estuvo pues desde los primeros días en mi propia familia. No fue posible la Paz.

Ahora, con la perspectiva de nuestro tiempo, vemos que el 18 de julio estuvo muy lejos de ser una luminaria fascinadora que hizo que muchos entregaran su vida con el sueño de una España mejor. Sino algo mucho más profundo. Una coyuntura revolucionaria llamada a cambiar la faz de nuestro pueblo y de terminar con la sequía social de aquella época.

Un nuevo horizonte aparecía ante nosotros y efectivamente, los españoles nos pusimos a trabajar y a cambiar la dura realidad de nuestra Patria. Primero con la generosidad para los vencidos, practicando como lo hicimos en las filas del Frente de Juventudes una verdadera reconciliación y en segundo término, trabajando para redimir siglos de vacío y años de ruindad y desengaños.

La España del 18 de julio no se parece en nada a la que hoy contemplamos. En su aspecto físico no digamos, quizás los valores que entonces eran la clave de nuestra existencia, los ideales que alentaban junto a nuestras banderas no están presentes, pero en muchos de nosotros vive el 18 de julio, no como una fecha sino, como un aldabonazo que resuena en nuestro corazón y nos recuerda que no podemos traicionar la memoria de los que con el sueño de una España mejor, dieron sus haciendas y sus vidas.

El 18 de julio estuvo por tanto muy lejos de haber sido una conspiración de unos generales resentidos. Fue el estallido de un pueblo que había soportado impasible el desorden, la injusticia, el asesinato y la corrupción. Lo cierto fue que España volvió a tener fuego, luz y razón en el fondo de su sangre conmovida. En uno y otro bando se produjeron sacrificios extraordinarios, pero al final de tan doloroso parto, España levantó su cabeza y los que entonces teníamos diez años, empezamos a actuar como hombres y como tales sentimos ya una precoz responsabilidad, un interés por las cosas de España, que después cristalizaría en una adscripción absoluta a quien se había convertido en Caudillo de nuestro pueblo, Francisco Franco, que representaba el ideal de la mejor capitanía española.

La historia se suele contemplar con la objetividad de la distancia, por eso, podemos decir que a partir de entonces, España empezó un nuevo camino y que el hecho histórico del 18 de julio tuvo unas consecuencias posteriores para la historia de España. Esto es algo que nadie puede discutir. Se cambiaron las estructuras sociales, se realizó una política educativa que terminó con el analfabetismo, nuevas tierras se pusieron en regadío, infinidad de casas se levantaron para los más humildes y todo ello con la creación de una nueva clase media que equilibraba socialmente las tensiones que habitualmente habían enfrentado a los españoles.

Alguien se preguntará ¿Cómo hubo gentes que se opusieran al término del Estado del 18 de julio, a su liquidación y a su destrucción absoluta?. Fuimos una minoría que creíamos al menos, -yo así lo declaro- que el Régimen podía evolucionar y encontrar nuevos caminos de representación social y política; que podíamos alcanzar la modernidad sin enrolarnos en nostalgias desfasadas, pero no fue posible.

Yo advertí a Franco en una de las últimas conversaciones que mantuve con él, de que su sucesor emprendería un nuevo camino. Aquellas palabras mías impresionaron profunda y negativamente a Franco, pero yo insistí en que teniendo en cuenta estas circunstancias “nada estaba atado y bien atado” y aquellos pronósticos, ciertamente sombríos, se convirtieron en realidad. El que fuera Rey de España por el apoyo y voluntad de Francisco Franco, no tardó demasiado en olvidar lo que le debía. Ha sido un olvido tan brillante como silencioso. Todavía recuerdo sus palabras de apoyo y alabanza al que fue Caudillo de España. Yo fui testigo de ellas. Más hoy se puede insultar a Francisco Franco sin que exista una voz, concretamente la suya, para defender a quien sólo quiso servir la causa social de todos los españoles. Franco creyó profundamente que su sucesor al menos, iba a respetar una parte mínima de su obra. Pero no ha sido así.

De todas formas, el Estado del 18 de julio ocupa un lugar preferente en nuestra historia. Supuso un beneficio importantísimo para todos los españoles, nos libró de una contienda mundial que hubiera arruinado nuestro presente y nuestro porvenir, moderó extremismos, no ejerció jamás la venganza y el odio, abrió nuevos caminos. Convirtió a España en la novena potencia mundial con la tasa fiscal más baja del mundo y su conductor que fue por encima de todo un noble y recio soldado, amó a España hasta sus últimos instantes. Cuando tenía ya roto el corazón, sólo le preocupaba el futuro de su unidad. Este fue el último mensaje que le transmitió al entonces Príncipe de España, en una de las últimas visitas, que le hizo cuando ya su gravedad era irrefrenable. Unidad solicitada –tal vez con suprema angustia- por Franco, una unidad que hoy encontramos amenazada por la traición y por el olvido, de los que por sentido del honor estaban más obligados a defenderla.

Aún así, yo no pierdo la esperanza y sé que al final de este largo túnel brilla aún una pequeña luz, que alumbrará en el futuro nuevos caminos y nuevos espacios de fraternidad y convivencia. España no puede morir.


JOSÉ UTRERA MOLINA

3 de mayo de 2013

La llamada del Alcázar

 


Ayer estuve con mi familia, de nuevo en el Alcázar, por primera vez desde la apertura del Museo del Ejército. Pude comprobar de primera mano, lo que otros me habían dicho: se trata de un museo descafeinado, pues la frialdad y el minimalismo han despojado al museo del aroma de gloria y heroísmo que se respiraba en el caserón del Buen Retiro, estando impregnado todo él del terrible mantra de lo políticamente correcto.

Consecuentemente, todo lo relacionado con la gesta heroica del asedio del Alcázar de Toledo ha quedado absolutamente postergado, cuando no dolosamente ocultado. Tuve que preguntar -en unión de un grupo de militares- cómo acceder al Despacho del Coronel Moscardó, que puede visitarse por los que quieran hacerlo aunque no figura en la guía. Desde luego no era nada fácil y no existe indicación alguna para acceder a dicha estancia.

Al encontrarlo, noté como también la maldita ley de memoria histórica y lo políticamente correcto había dejado su miserable impronta en ese templo de la dignidad. La placa de mármol que reproducía la conversación entre Moscardó y su hijo (en la foto de arriba puede apreciarse) ha sido sustituida por las únicas fotografías de todo el edificio en las que se muestra cómo quedó el Alcázar tras su terrible asedio por el ejército rojo.

En otro lugar, en tamaño mucho más reducido, han colocado una placa de plástico en la que se refleja la mención a la llamada en el diario de operaciones, más aséptica y sin invocaciones a la patria y a Cristo Rey para hacerla mas "digerible" por el espectador progre. Todo con olor a antiséptico de hospital.

En cualquier otra nación, esto sería absolutamente impensable e intolerable. Pero España es diferente. Aquí toda villanía se justifica y se soporta por la mayoría sin protesta. Pero yo me niego a asistir impasible a este asesinato de la historia propiciado por Aznar, el instigador del traslado del museo al Alcázar, a Zapatero y a Chacón, artífices de haberle robado el alma al mejor museo del ejército del mundo entero y a todos los militares que se han prestado a esa villanía, pisoteando su propia dignidad.

Me quedo con aquella memorable conversación, de la que hubo muchos testigos y que debería emocionar a muchas generaciones de españoles independientemente de su credo o religión, tal y como fue retratada por el gran Augusto Genina:  


Honor y Gloria a los heroicos defensores del Alcázar. LFU

3 de abril de 2013

"La hora de la Monarquía". La obra cumbre de Luis María Anson, el gran fabulador.


El célebre fabulador Luis María Anson alcanzó la cumbre de la mentira con su fábula histórica “Don Juan” en el que se inventó sin rubor una historia reciente de España absolutamente delirante que únicamente  encuentra acomodo en la retorcida mente del atrabiliario y rijoso académico.

Pero mucho antes de alcanzar la cima de su popularidad, dejó escrito un libro excepcional “La Hora de la Monarquía”. (Ediciones Prensa Española 1958), dedicado a su entonces maestro Eugenio Vegas Lataipe, en el que abomina de lo que ahora defiende con ardor, la monarquía liberal, defendiendo la monarquía católica representativa,  del que merece la pena extractar algunas afirmaciones que seguramente harán la delicia de muchos.

Entre todas ellas, resulta especialmente profética la siguiente: “En España la alianza de la Monarquía con el liberalismo o el izquierdismo significaría, en un plazo más o menos corto, indefectiblemente, la anulación y eliminación de la Monarquía. Por eso sobra la miopía política de algunos monárquicos que propugnan la colaboración con los grupos liberales o izquierdistas”.  

Visto lo visto, parece que lleva camino de no equivocarse….pero no se pierdan las que siguen:

Yo quiero afirmar que si se entiende por democracia el gobierno del pueblo por el propio pueblo, la lucha de partidos, el ateísmo en el Estado y el sufragio universal, soy radicalmente antidemócrata

“para algunos el totalitarismo es lo contrario al liberalismo. Y, sin embargo, tienen una misma e idéntica esencia”.

“dentro de ese concepto de liberalismo (negación del orden divino) tan liberal es el Dictador ruso como la Asamblea francesa. El error está en el poder humano sin límites, en no aceptar, en negar la ley cristiana, revelada como fundamento de la sociedad”.

el sufragio, los partidos sin límite, el parlamentarismo absoluto, eso ya no quedan hombres inteligentes que lo defiendan”, porque “los delirios liberales conducen primero a la mediocridad, luego a la corrupción, finalmente a la anarquía y al caos”.

De hecho, la doctrina liberal “no es nada que se pueda tomar en serio. Es, cuando mucho, el oportunismo político, la incapacidad y la incompetencia y, eso sí, indefectiblemente, la pedantería y la suficiencia”.

“el monárquico liberal es un completo absurdo, aunque eso sí, un absurdo bastante frecuente. A la larga tal vez sea más dañino para el país y para la propia Institución que el mismo republicano”.

“La democracia inorgánica, el sufragio universal, los partidos políticos y el parlamentarismo, este es el atractivo y nefasto ropaje exterior que emboba a los ingenuos, a los débiles mentales o a los que no han estudiado suficientemente”.

“Porque si el liberalismo católico, en sí mismo, no es tan condenable como el socialismo, resulta, sin embargo, mil veces más peligroso. Los enemigos son siempre preferibles a los traidores”.

“En cuanto a la libertad de enseñanza, nada existe más peligroso para el Catolicismo que este principio, hijo bastardo de la Revolución laica”. Por ello, “donde no quede más remedio, es evidente que habrá que aceptar la libertad de enseñanza, pero éste no es el ideal de la Iglesia”. Porque lo ortodoxo es que “el error no tiene ningún derecho” y “sólo puede haber libertad para la Verdad”.
la libertad de prensa “ha de tener forzosamente unos límites”, de modo que “quienes han propugnado una libertad absoluta de Prensa, han fracasado”

“la Monarquía liberal es la táctica que emplean los republicanos para llegar más fácilmente a la República”.

El monárquico Anson propugna “la Monarquía pura, a la que hoy se llama representativa para diferenciarla de sus varias adulteraciones históricas: la Monarquía absoluta, la Monarquía liberal, la Monarquía electiva”.

 “el derecho de sucesión no se funda solamente en que el heredero se ha educado desde la niñez en su profesión, convirtiéndose así en un ‘profesional’. Ni se basa tampoco en la permanencia de la Jefatura suprema del Estado. La justificación más profunda de la función monárquica consiste en que, en virtud de la herencia, el Monarca no ha de agradecer su puesto a éste o al otro grupo, sino sólo a la voluntad del Todopoderoso”.

si el fin del Estado es el Bien Común, el sistema político más aceptable será aquel capaz de conseguir ese Bien Común de manera más perfecta. De aquí nace una adhesión espontánea a la Monarquía representativa y una repulsa completa de la República en cualquiera de sus formas, sobre todo en la más pura, la liberal y parlamentaria, del sufragio universal y del partidismo sin medida”, puesto que “pocos principios revolucionarios existen en la actualidad tan desprestigiados, teórica y prácticamente, como el del sufragio universal”. Nada peor: “el sufragio inorgánico es un pésimo, un lamentable sistema representativo”.

 “La Monarquía en España o es católica o no puede existir porque la llamada Monarquía liberal es el puente tendido hacia la República, es el pacto entre la Institución y la Revolución”.

“O restauramos íntegramente la Monarquía de Su Majestad Católica, o empujamos a la nación hacia la República, hacia la Revolución y hacia el abismo”.

“En los países gobernados por un Estado católico, no se puede consentir la existencia de ningún partido que propague principios religiosos, sociales o políticos distintos a los de la doctrina católica”.

“En una Monarquía católica es inadmisible la existencia de cualquier partido que, directa o indirectamente, ataque o menoscabe los siguientes principios fundamentales: La Religión Católica, la unidad nacional, la Monarquía representativa, la legitimidad dinástica, la representación orgánica, los derechos y deberes de la persona y el resto de los principios contenidos en las leyes fundamentales de la nación”.

Impresionante ¿no creen?. El caso es que anoche, en un descuido, me pareció escuchar al gran fabulador hablar de la «atroz» dictadura de Franco y del daño que éste hizo a la monarquía (supongo que se refería a la designación de Juan Carlos como sucesor). Y, de repente, me vino a la memoria aquél libro tan curioso que tan pocos conocen……

LFU

4 de febrero de 2013

Ponte Anido


Me entero hoy, por La vida sin filtro que por causa de La Ley de Memoria Histórica se ha borrado de las calles de La Coruña, donde nació, el nombre del Cabo de Zapadores Antonio Ponte Anido  que recibió la Cruz Laureada de San Fernando por un acción heroica en la Batalla de Krasni Bor, .....Y siento náuseas.

«Los españoles replican al fuego y a los gritos. <<¡Arriba España!>>
La superioridad numérica del adversario es abrumadora y caen segados por las balas. El cabo Ponte Anido tiene los ojos puestos en el T-34. Vislumbra el centelleo del cañón abriendo fuego contra la masa de españoles y, de pronto, el corazón deja de golpearle en el tórax y se siente sumido en una fría serenidad. Varias ideas cruzan su cerebro como balas trazadoras. 

Quizá deba obedecer la orden de su capitán, alejarse por entre las isbas de la izquierda e intentar cubrir la distancia que separa del PC del comandante Alfredo Bellod Gómez, jefe del Grupo de Zapadores de Asalto 250, para decirle: <> Pero él también está herido, le han alojado hace un rato una bala en el cuerpo y duda poder escurrirse con la necesaria rapidez por las calles infestadas de adversarios. Los ve. El cabo de enlaces los ve deambular sus sombras espectrales por entre las isbas calcinadas. Medita un instante y llega a la conclusión de que deberá optar por una de ambas soluciones: quedarse donde está y aguardar a que se despeje la situación, o intentar destruir el T-34, con lo que acoso logre salvar la vida de algunos de aquellos camaradas en apuros. Y de los heridos que tal vez continúan alojados en el edificio del hospital, hacia donde parece querer dirigirse ahora el carro de combate.

Descarta la primera posibilidad, y haciendo acopio de aire en sus pulmones, se levanta y corre en línea recta. En ese momento el carro se ha detenido y gira su torreta con indecisión. Las ráfagas de pistola ametralladora y las granadas de mano que le lanzan los españoles emiten un sonido de campana al rebotar en las planchas de acero. El enlace se detiene en plena galopada, se le doblan las rodillas y cae de bruces en la nieve alcanzado por un rafagazo. <> Oye sus alaridos. Oye el chirriar del T-34... <> Le escribió días atrás. <> Tardará en llegarle la carta. <> Luego recibirá el oficio dándole cuenta de la muerte de su hijo en acto de servicio. Sus compañeros de cuartel del Regimiento de Zapadores nº 4 de Lugo, le echarán de menos... <>

Crispadas las mandíbulas por el dolor, extrae con manos ansiosas la min T del macuto, se acoda en la nieve con esfuerzo, se arrodilla, se incorpora, da unos pasos tambaleantes y se arroja de bruces junto a una de las cadenas del carro.

Le llegan unos gritos confusos:

-¡Eh, muchacho, lárgate de ahí...!

Le cuesta respirar, se siente débil, pero trata de sobreponerse. El sudor le resbala por la frente, ancha y despejada, y se le cristaliza en las mejillas. Sus ojos, grandes y soñadores, atisban desde el suelo la oruga que gira y chirría a medio metro de distancia de su rostro. Le anima la idea de que la dotación del carro no pueda verle. La mina magnética le pesa entre las manos. Inquieto, temeroso de que le flaqueen las fuerzas en el último instante, deposita la carga entre la oruga y la rueda de tracción, introduce el detonador en el mango, tira del cordel y retrocede penosamente, centímetro a centímetro, dejando en la nieve una huella de sangre oscura. Sabe que solo dispone de cinco segundos para ponerse a salvo, pero no puede moverse con l velocidad precisa. Comprende que no podrá salvarse. ¿O acaso...? <<¡Ay, madre ayúdame...!>> DE pronto se alza una llamarada deslumbrante y sus oídos parecen estallarse al estruendo de la explosión.

-¡Muchacho...!

Alguien corre hacia él.

-Ha muerto...

El cabo de enlaces Antonio Ponte Anido, Toñín, ha muerto a las tres y cuarto de la tarde.»

(Del libro “ ...y lucharon en KRASNY BOR” de Fernando Vadillo.) 

Sobran las palabras....Así trata España a sus mejores héroes.

LFU